Ante el «día de la república»

Compartimos el documento que han elaborado los camaradas de la Juventud Comunista de Almería en relación a la conmemoración del 82º aniversario de la II República y el movimiento comunista del Estado español. Estamos plenamente de acuerdo con el texto y felicitamos a los compañeros por su trabajo.

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Otro 14 de abril. Y van ya 83 desde que se proclamase la II República española. Llega la fecha en la que los partidos comúnmente llamados de “izquierdas” y que, en muchos casos, se autodenominan “comunistas”, inflan sus pechos, entre elogios a sí mismos, mencionando una y otra vez la palabra “República”. Y así, nos venden la moto de que tenemos que querer a la República y que tenemos que luchar por una Tercera edición. Pero, estos partidos que se autoproclaman “comunistas”, u olvidan que el programa político de un PARTIDO COMUNISTA, debe ser revolucionario y ayudar a la elevación de la conciencia de clase, o es que a lo mejor no es que lo olviden, sino que no lo quieren ver, o no les interesa verlo. Hoy en día hasta a la burguesía, le podría convenir y, en muchos  casos, así lo demanda para sus intereses económicos y comerciales, que España, dejara de ser un Estado monárquico (véase los ejemplos de autodeterminación de Cataluña o País Vasco que, aunque se trata de un tema más profundo que aquí no entraremos a tratar, sí que cabe mencionar que el resultado de dicha autodeterminación, poco o nada tiene que ver con la clase trabajadora y, aunque insistan en lo contrario, se trata únicamente de un conflicto inter-burgués en el que los obreros son usados en la defensa de intereses ajenos a los suyos. Aclarar que no significa esto que estemos en contra de la independencia ni mucho menos). Proclamar la República no es, en ningún momento un acto revolucionario, una república podría y, de hecho, así suele (porque tenemos a muchos países de ejemplo, no hay que irse muy lejos) existir bajo un sistema capitalista. Estos supuestos marxistas de palabra y no de hechos, no son en manera alguna socialistas, sino demócratas pequeñoburgueses con una fraseología casi socialista. Algo básico que debe saber un marxista es que la sociedad está dividida en clases; que los intereses de ambas clases son completamente antagónicos; que en ningún momento de la historia, éstos se han visto conciliados entre sí y que la lucha de clases es el hilo conductor de dicha historia (libres y esclavos; señores y siervos; maestros y oficiales). Y, en un sistema capitalista, no se suprimen esos papeles de opresores y oprimidos, sino que se enmascara como ‘Democracia’ y, monárquica o republicana, se trata de una Democracia Burguesa, compuesta por unas leyes burguesas, escritas por burgueses, las cuales, sólo y únicamente, atienden a sus intereses. El Estado es, siempre, un sistema opresor, en el que existen opresores y oprimidos que, además, dispone de un cuerpo de seguridad armado que lo defiende a capa y espada. Ésta es una cuestión muy básica y, de hecho, es algo de lo que el capitalismo es muy consciente. El proletariado es, en este sistema, la clase explotada, pero a diferencia de otras etapas anteriores de la historia, el capitalismo disfraza a la clase trabajadora con una ‘libertad jurídica’ y su función es crear toda la riqueza a través de la explotación de su fuerza de trabajo. Mientras sigamos bajo el yugo de un sistema capitalista, seguiremos sufriendo las graves consecuencias del capitalismo, y más a día de hoy, inmersos en una de las crisis cíclicas del capital. Además, este sistema, en su tendencia al monopolio, tiende a proletarizar a cada vez más capas y a expropiarlas de sus medios de vida. El proletariado no es dueño ni de sí mismo, ni de su destino bajo este yugo. Y, para que esto deje de suceder, la única vía es la expropiación de esos medios de producción concentrados y monopolizados por esa clase poseedora, que se corresponde con una minoría irrisoria del total de la población mundial, mediante la llamada Dictadura Revolucionaria del Proletariado, es decir, un Estado Socialista, que permita eliminar las contradicciones creadas por el capital y nos lleve a la desaparición de las clases, es decir, al Comunismo. Pero, para ello, es necesario redundar en que hay que tener conciencia de clase para sí, donde la vanguardia teórica y las masas se fusionen en movimiento revolucionario. Los programas políticos de todos esos partidos republicanos autodenominados ‘comunistas’ y, por tanto, el contenido ideológico predominante en la actualidad del Movimiento Comunista Español, no cumple esa labor que es indispensable en un verdadero programa revolucionario. Esto sucede porque este entramado de siglas y letras distintas (IU, PCE, PCPE, IA, CR, PTE…) han realizado un análisis erróneo de la teoría revolucionaria, tergiversándola y cambiándola a su gusto y necesidades, de manera que, después de 83 años, nada han aprendido ni cambiado de los errores cometidos en el pasado y continuarán 83, 100 o 200 años más en la misma senda, puesto que su discurso se ha rebajado hasta el infinito permitiendo que el capitalismo, ante el descampado que vislumbra, se crezca y se refuerce, mientras que las amplias masas, descontentas ante la situación, sin saber muy bien qué hacer, desgastan sus esperanzas gritando en las calles junto a las banderas que alimentan una y otra vez a aquel monstruo feroz que nos explota a todos. Éste es el bucle constante que se repite una y otra vez, y España es bien testigo de ello durante estos 30 años atrás. Cuando la gente no puede más, se harta y sale a la calle, después de un tiempo, se cansa y vuelven a sus casas. La culpa de ello se reduce a una cuestión: no existe un referente ideológico.

Por ello, la Juventud Comunista de Almería, considera que el primer frente de lucha activa que nos permita dar un salto a próximos objetivos y metas, es el de la lucha ideológica. Es estrictamente necesario que el comunismo rescate aquellos que son sus pilares teóricos básicos y que los lleve a la práctica, analizando etapas pasadas en las que se cometieron errores y extrapolando todo esto a nuestra actualidad para, así, elaborar una teoría netamente revolucionaria apta a nuestras luchas de hoy y de mañana. Y esto será posible tan sólo mediante la crítica y la autocrítica y a través de la formación y del debate. Claro que somos conscientes de las oscuridades que atraviesan ahora mismo muchos sectores de la población por culpa de la crisis e sobreproducción capitalista y, nunca negaremos que un trabajador tiene y debe luchar por sus intereses más inmediatos, pero tan sólo de esta manera, nunca conseguirá alcanzar un siguiente escalón. Es algo que viene demostrándose durante todo el siglo XX. Si bien, el capitalismo a veces se muestra generoso en cesión de derechos, al día siguiente vuelve a demostrarnos que es propietario de los mismos y que con tal de mantener su equilibrio y conveniencias, nos puede dar o quitar según le plazca a la burguesía, para así hacernos parecer que existen salidas a la situación dentro del Sistema. Por tanto, hacemos hincapié en la necesidad de esa ideología revolucionaria, el estudiarla en toda su profundidad, sistematizando en dicho proceso, el debate para el desarrollo de las ideas que explican el mundo y la sociedad en el seno de la vanguardia, de forma que sea posible la RECONSTITUCIÓN IDEOLÓGICA DEL COMUNISMO que permita la existencia de un verdadero PARTIDO COMUNISTA que disponga de un PROGRAMA POLÍTICO que de verdad consiga la emancipación de la clase trabajadora y, por último, la desaparición de las clases y de la figura opresora del Estado.

Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando el orden social existente. Con la Revolución Comunista, los proletarios no tienen nada que perder, sino sus cadenas. Por el contrario, tienen todo un mundo entero que ganar” (Karl Marx, Manifiesto Comunista)
 
Abril de 2013

El PCPE y el revisionismo: una crítica necesaria en el movimiento comunista del Estado español

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Introducción

En el actual estado en el que se encuentra el movimiento comunista en el Estado español, es necesario e imprescindible desarrollar la lucha de dos líneas contra el oportunismo y el revisionismo imperante para que el marxismo-leninismo se abra paso entre la vanguardia. Décadas de predominio del revisionismo en las filas del movimiento comunista tienen como consecuencia que las nuevas hornadas de comunistas -que, a pesar de la derrota del primer ciclo revolucionario, siguen surgiendo- se vean imbuidas por las premisas ideológicas defendidas por el revisionismo y acepten estas como ciertas y coherentes con la cosmovisión proletaria del mundo, cuando en realidad son contrarias a la misma. Es en este sentido en el que la lucha ideológica contra el oportunismo encuentra su razón de ser. Su función es, a través del combate del revisionismo, lograr que los elementos verdaderamente revolucionarios no sean apartados del camino que lleva hacia la emancipación de la humanidad, siendo utilizadas sus dotes de abnegados militantes para prácticas que no conducen al objetivo estratégico de los comunistas sino al movimiento por el movimiento, al practicismo, es decir, a la práctica que no está guiada por la teoría marxista-leninista y por lo tanto no puede llevar a la superación revolucionaria del modo de producción capitalista y, con él, el de todos los sistemas socioeconómicos clasistas basados en la explotación del hombre por el hombre.

Esto en lo que respecta a los sectores más avanzados de las masas desde el punto de vista revolucionario, es decir, la vanguardia; con respecto a las masas, es impedir que estas corrientes influyan sobre las masas de la clase obrera llevándolas a un callejón sin salida que nunca podrá salir de dentro del marco del capitalismo. Lo máximo que pueden ofrecer a las masas es una serie de huelgas generales que nada resuelven y de nada sirven para la revolución socialista, como demuestra la reciente experiencia griega.

En el Estado español, en el espectro considerado marxista-leninista, la organización más desarrollada a nivel cuantitativo es el Partido Comunista de los Pueblos de España. Este texto tiene como propósito combatir las concepciones revisionistas que dominan en la línea de esta organización y que, de forma inconsciente, son asumidas por una parte de los militantes y simpatizantes de la misma como concordantes con el marxismo-leninismo. Somos conscientes de que gran parte de la militancia y simpatizantes del PCPE y de los CJC son comunistas honestos y que, por tanto, pueden y deben jugar un papel fundamental en la constitución del movimiento político revolucionario del proletariado encabezado por el Partido de Nuevo Tipo, el Partido Comunista, en nuestro Estado. Y, por ello, es necesario combatir esta serie de concepciones ajenas al marxismo-leninismo, que en ningún caso son patrimonio exclusivo del PCPE, sino que son compartidas por otras organizaciones del campo considerado marxista-leninista (y en mayor o menor medida también por otras corrientes), tanto del Estado español como a nivel internacional, ya que su origen hay que encontrarlo en el pasado ciclo de la Revolución Proletaria Mundial; dichas concepciones fueron penetrando en el movimiento comunista hasta hacerse hegemónicas y llevar a este a la situación de derrota y de nula influencia sobre la realidad social en la que se encuentra en la actualidad, que lo hace incapaz tan siquiera de lograr las cotas que consiguió en el transcurso del siglo pasado: la conquista del poder político para el proletariado en una serie de países del globo y el inicio de la construcción del socialismo.

Sin más dilación pasamos a tratar esas concepciones basándonos en los propios documentos del PCPE, principalmente las Tesis políticas aprobadas en el IX Congreso, aunque también en otros documentos.

La concepción del Partido Comunista

El PCPE, al igual que la mayoría de organizaciones que se califican de leninistas, tiene un planteamiento parcial del Partido Comunista, planteamiento que solo lo concibe como destacamento de vanguardia, como organización de militantes comunistas sin tener en cuenta la relación y vinculación con las masas proletarias. 1 No comprenden el Partido de Nuevo Tipo como la relación social en la cual la vanguardia, portadora del socialismo científico, se encuentra fusionada con el movimiento obrero para conformar un movimiento político revolucionario. El Partido Comunista es el instrumento revolucionario del proletariado, el cual  supone la unión dialéctica de la vanguardia con las masas de la clase obrera, la elevación del nivel de conciencia de estas a través de la ideología y la conformación de un movimiento revolucionario de masas cuyo objetivo es la conquista del poder político y la instauración de la dictadura revolucionaria del proletariado como paso intermedio hacia la sociedad sin clases, el comunismo. Por ello no se puede hablar de Partido de Nuevo Tipo mientras la vanguardia y las masas están escindidas, mientras la vanguardia marxista-leninista no consiga ligarse con el movimiento obrero y las masas organicen sus luchas parciales sin ningún objetivo revolucionario. El Partido existe cuando se produce esta fusión, cuando la vanguardia dirige a las masas en el proceso revolucionario y por tanto es vanguardia efectiva. En palabras de Lenin en Una tendencia retrógrada en la socialdemocracia rusa:

La separación entre el movimiento obrero y el socialismo hacía que uno y otro fueran débiles, poco desarrollados: las doctrinas de los socialistas no fusionadas con la lucha obrera, no pasaban de ser utopías, buenos deseos, que no ejercían influencia alguna sobre la vida real; el movimiento obrero seguía siendo limitado, fraccionado, no adquiría importancia política ni lo alumbraba la ciencia de vanguardia de su época. Por eso vemos que en todos los países europeos se manifestó cada vez con mayor fuerza la tendencia a fusionar el socialismo y el movimiento obrero en un movimiento socialdemócrata único. La lucha de clase de los obreros se convierte, en virtud de esa fusión, en lucha consciente del proletariado por liberarse de la explotación a que le someten las clases pudientes, y se constituye la forma superior de movimiento obrero socialista: el partido obrero socialdemócrata independiente. La orientación del socialismo hacia la fusión con el movimiento obrero es el principal mérito de C. Marx y F. Engels: ellos crearon una teoría revolucionaria que explicaba la necesidad de esa fusión y planteaba, como tarea de los socialistas, organizar la lucha de clase del proletariado.

La concepción organicista del Partido que defiende el PCPE tiene sus orígenes en la forma en que se constituyó el Movimiento Comunista Internacional, organizado en la III Internacional. La Revolución de Octubre de 1917 produjo un influjo revolucionario tanto sobre el ala revolucionaria de la socialdemocracia organizada en la II Internacional, como sobre las amplias masas de trabajadores. En este contexto, el ala revolucionaria de la socialdemocracia rompe con el ala reformista escindiéndose y constituyendo Partidos Comunistas con el objetivo de intentar ponerse a la cabeza del movimiento de masas espontáneo, surgido al calor de la Revolución Rusa, y dirigirlo así hacia la conquista del poder por la clase obrera. Este modelo de constitución, alejado de la forma de constitución del POSDR(b), que se forjó en la lucha de líneas, suponía la formación de los Partidos Comunistas como destacamento de vanguardia sin vinculación con las masas.

En la situación de esos años esta forma, aunque limitada, era la más adecuada, ya que, como dijimos anteriormente, la Revolución de Octubre había supuesto el surgimiento de un movimiento de masas revolucionario, es decir, el movimiento revolucionario se encontraba en un proceso ascendente que era necesario encabezar. Así, la mayor parte de los Partidos Comunistas que formarían la Internacional Comunista se constituyeron mediante la escisión del ala izquierda de los partidos obreros de viejo tipo y la asunción de las veintiuna condiciones de la Komintern, siendo organizaciones de vanguardia no fusionadas con las masas de la clase obrera. Esto explica la incapacidad de estos Partidos para dirigir procesos revolucionarios y el fracaso de las revoluciones en Alemania, Hungría, Bulgaria, etc.

Cuando se crea el Movimiento Comunista Internacional, el Partido bolchevique, a través de la Internacional Comunista, ejercía de guía ideológica sobre las secciones nacionales de esta, cuya función consistía en hacer trabajo entre las masas para intentar dirigirlas a la conquista del poder político. Esto daría lugar a que el futuro se considerase que la ideología ya estaba dada, que no era necesario el desarrollo de la lucha ideológica para devolver al marxismo a la posición de vanguardia, lo que tendría nefastas consecuencias en el futuro del Movimiento Comunista, ya que, cuando el progresivo avance de concepciones revisionistas entre los Partidos Comunistas provocó que se impusiese la línea burguesa en el seno de estos y se escindiesen los que, en mayor o menor medida, defendían una línea revolucionaria, estos daban por sentado que no era necesario la recomposición ideológica del marxismo y que, formando una organización de comunistas, ya existía Partido Comunista y su trabajo debería centrarse en ir a las masas, lo que se saldó con la incapacidad de estas organizaciones para crear un movimiento revolucionario y,  por consiguiente, dirigir un proceso revolucionario socialista para la implantación de la dictadura revolucionaria del proletariado. Lo que hacían dichos Partidos Comunistas era romper con las concepciones más degeneradas que había implantado el revisionismo, pero no con otros elementos oportunistas que eran contemplados como propios del socialismo científico. En el Estado español tenemos el ejemplo de todas las organizaciones formadas a la izquierda del PCE, a partir de la década de los 60, y que en ningún caso pudieron crear un movimiento obrero revolucionario (PCE(m-l), PTE, PCOE, PCE(r), el propio PCPE, etc.)

Esta concepción del Partido también tiene como consecuencia la defensa de la “unidad comunista” como forma de “construir” el Partido Comunista. Esto reduce la constitución del PC a la voluntad subjetiva de una serie de militantes comunistas, desechando la tesis leninista del Partido de Nuevo Tipo, que es una relación social objetiva que se produce cuando se conforma el movimiento proletario revolucionario. Tampoco la constitución y la construcción del Partido son lo mismo, la constitución supone la fusión entre socialismo científico y movimiento obrero y la construcción es el desarrollo organizativo y cuantitativo del PC una vez ya constituido. Es decir, la construcción es algo permanente que requiere la previa constitución del Partido.

El considerar que el destacamento de vanguardia ya es el Partido o, dicho de otra forma, el considerar que el Partido existe sin fusión con las masas, provoca que cuando estas organizaciones se proponen conquistar a las masas caigan en el economicismo (o en algunos casos en su reverso revisionista, el terrorismo individual). La razón de esto es que, al no comprender la teoría leninista sobre el Partido Proletario de Nuevo Tipo, no ven otra forma de ganar a las masas que no sea ir a su movimiento espontáneo, pero no para fusionarse con ellas con el objetivo de dirigir las luchas proletarias hacia la conquista del poder, sino para acompañarlas en sus luchas sindicales, lo que impide la elevación del nivel de conciencia a conciencia revolucionaria y por tanto la formación del movimiento revolucionario del proletariado. Por eso, aunque una organización comunista consiga fusionarse con el movimiento obrero y organizar sus luchas de resistencia, como era el caso del PCI en Italia después de la II Guerra Mundial hasta su autodisolución o del KKE en la actualidad, no constituyen un Partido Comunista, ya que este se fusiona con las masas elevando su conciencia de clase en sí a conciencia revolucionaria y, por tanto, el PC dirige la lucha revolucionaria del proletariado por la conquista del poder político (y no las luchas por reivindicaciones inmediatas), formando un movimiento político revolucionario guiado por la cosmovisión  proletaria, el marxismo-leninismo.

Quienes desconocen la naturaleza de la constitución de un Partido Comunista, no comprenden que el primer paso para constituir el Partido es conquistar a la vanguardia del proletariado y, por tanto, la línea de masas debe ir dirigida a este sector y no a las masas de la clase en general. Así lo expone Lenin en La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo:

La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente. Esto es lo principal. Sin ello es imposible dar ni siquiera el primer paso hacia el triunfo.(…)

Si la primera tarea histórica (atraer a la vanguardia consciente del proletariado al Poder soviético y a la dictadura de la clase obrera) no podía ser resuelta sin una victoria ideológica y política completa sobre el oportunismo y el socialchovinismo,(…)

Mientras se trate (como se trata aún ahora) de atraerse al comunismo a la vanguardia del proletariado, la propaganda debe ocupar el primer término; incluso los círculos, con todas las debilidades de la estrechez inherente a los mismos, son útiles y dan resultados fecundos en este caso.(…)

Este sector es el que actúa como intermediario entre la vanguardia marxista-leninista y las amplias masas proletarias, es a través de estos como la cosmovisión proletaria se abre paso entre las masas proletarias. Así lo expone Lenin en una carta a Smidovich:

Yo sólo señalé la orientación en el carácter cambiante de los eslabones: cuanto mayor sea el carácter de ‘masas’ de la organización, menos definidamente organizada y menos clandestina debe ser; esa es mi tesis. Pero usted interpreta que significa ¡¡que entre las masas y los revolucionarios no se precisan intermediarios!! ¡Pero si toda la esencia está en esos intermediarios! Y puesto que yo señalo las características de los últimos eslabones y subrayo (y subrayo con fuerza) la necesidad de que existan eslabones intermedios, es evidente que estos últimos estarán ubicados entre la ‘organización de revolucionarios’ y ‘la organización de las masas’…”.

De esta forma, a través de estos intermediarios, la vanguardia marxista-leninista se fusiona con las amplias masas de la clase obrera para constituir el Partido de Nuevo Tipo, el movimiento revolucionario que se dirige a la conquista del poder político.

Economicismo y espontaneísmo

El PCPE tiene una línea política economicista puesto que considera que la lucha de la clase obrera comienza en la esfera económica, mediante las luchas de resistencia y por reivindicaciones inmediatas, y que a partir de esta se puede transformar en lucha política y que, por tanto, el proletariado puede adquirir conciencia revolucionaria mediante la participación en estas luchas de resistencia o por reformas económicas. 2 En base a esto, la práctica del PCPE consiste en ir a las masas con el objetivo de la “acumulación de fuerzas” mediante la participación de su militancia en las luchas parciales por reivindicaciones inmediatas.

La lucha económica solo hace pensar a la clase obrera en reformas dentro de los límites del sistema capitalista, nunca va más allá de esto, de conseguir algunas mejoras en las condiciones de vida o de intentar parar alguna medida concreta del gobierno burgués. La lucha económica o sindical no cuestiona los fundamentos del modo de producción capitalista sino que solo combate alguno de los efectos que este manifiesta; es una lucha que no va a la raíz del problema. Por ello, el proletariado no puede desarrollar conciencia de clase para sí (conciencia de que su misión es acabar con el modo de producción capitalista y construir un nuevo modo de producción) en sus luchas parciales, sino que se queda en conciencia de clase en sí, conciencia de clase burguesa (conciencia de ser una clase social con unos intereses determinados y que debe luchar por ellos dentro del sistema socioeconómico capitalista). La conciencia de clase en sí surge de forma espontánea, en la lucha de la clase obrera por mejoras inmediatas, mientras que la conciencia de clase para sí solo puede ser aportada a la clase obrera desde fuera de su movimiento espontáneo. Esta, la conciencia revolucionaria, tiene que ser aportada al proletariado por la vanguardia, que es la portadora de la cosmovisión proletaria, ya que esta se basa en amplios conocimientos científicos que los obreros medios, por una serie de causas (educación burguesa, alienación, amplia jornada laboral, etc.) y por regla general, no están en condiciones de asumir y comprender por sus propias fuerzas. Esto lo explica Lenin en el ¿Qué hacer?:

Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Ésta sólo podía ser introducida desde fuera. La historia de todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la teoría del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas, elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales.

Entre la lucha de resistencia y la lucha revolucionaria no existe ninguna línea de continuidad. Son luchas contrapuestas: la reforma no lleva a la revolución, sino que la aleja al orientar a los obreros en la demanda de mejoras de sus condiciones de vida en el sistema capitalista, y la lucha revolucionaria descarta la reforma al poner a la orden del día la destrucción del capitalismo y del Estado burgués (aunque la lucha revolucionaria conlleva que la burguesía implemente reformas para intentar frenar la revolución, el mayor ejemplo de esto es la creación del mal llamado Estado del bienestar). La lucha de resistencia no se convierte en lucha revolucionaria ni por sí misma ni por la intervención de organizaciones comunistas en la misma acompañando a las masas en su movimiento, ya sea con consignas reformistas o propugnando el socialismo (aunque lo que se describa bajo esta denominación tenga poco que ver con lo que en realidad significa el socialismo). Esto es evidente cuando ninguna de las organizaciones comunistas que propugnan ir a las amplias masas como tarea inmediata, entre las que se encuentra el PCPE, ha conseguido ni organizar ni dirigir ninguna de estas luchas de resistencia, ni mucho menos elevarlas a lucha política. Y esto porque las masas que participan en estas luchas no han roto con la ideología burguesa y se conforman con las medidas parciales que están reivindicando y, por tanto, no pueden desarrollar conciencia de clase para sí mediante estas luchas parciales. Dice Lenin en el ¿Qué hacer?:

La lucha económica «hace pensar» a los obreros sólo en las cuestiones concernientes a la actitud del gobierno ante la clase obrera; por eso, por más que nos esforcemos en «dar a la lucha económica misma un carácter político», jamás podremos, en los límites de esta tarea, desarrollar la conciencia política de los obreros (hasta el grado de conciencia política socialdemócrata), pues los propios límites son estrechos.

“(…) el error fundamental de todos los ‘economistas’, a saber, la convicción de que se puede desarrollar la conciencia política de clase de los obreros desde dentro, por decirlo así, de su lucha económica, o sea, tomando sólo (o, cuando menos, principalmente ) esta lucha como punto de partida, basándose sólo (o, cuando menos, principalmente) en esta lucha. Esta opinión es falsa de punta a cabo.

Otra consecuencia de esta práctica economicista es que a las masas que de forma prioritaria se dirige el PCPE son las encuadradas en el movimiento sindical. 3 El movimiento sindical en el Estado español encuadra a una minoría de los proletarios (según los últimos datos de la Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo del año 2010, es un 16, 4% de la población ocupada), y dentro de esta minoría donde mayor afiliación sindical existe es en los sectores donde se encuentra la aristocracia obrera (cuyos intereses de clase representan los sindicatos) y las franjas más acomodadas del proletariado que van a la zaga de la aristocracia obrera y que, por otro lado, más influenciadas están por la ideología burguesa y por consiguiente más prejuicios tienen contra la actividad revolucionaria.

Las masas hondas y profundas del proletariado formadas por los millones de obreros precarios, parados, sin papeles, etc., no participan en la lucha sindical, los sindicatos no ejercen ninguna influencia sobre las mismas ya que estas conocen perfectamente que los sindicatos no las representan ni se preocupan lo más mínimo por ellas. Estas, las capas más bajas del proletariado, que a menudo son calificadas por el revisionismo como lumpenproletariado, mostrando su total desconocimiento y desprecio por el marxismo, son las que mayor potencial revolucionario encierran ya que son las que nada tienen que perder y las que menos infectadas están de politiquería burguesa. A diferencia de las masas encuadradas en los sindicatos que, en su mayoría, están influidas por la izquierda burguesa (PSOE e IU, quienes representan intereses de clase ajenos y antagónicos a los del proletariado).

Centrar la actividad entre las masas en el frente sindical lleva a organizaciones como el PCPE a ir a la zaga de la aristocracia obrera (aunque sea de forma crítica), apoyando a esta en sus huelgas y manifestaciones convocadas no para defender los intereses de las masas proletarias, sino para mantener su posición en el bloque dominante y en el reparto de la plusvalía generada por la clase obrera. El PCPE, al no realizar un análisis marxista sobre los sindicatos y el Estado social, no comprende la posición que ocupó la aristocracia obrera tras la creación del “Estado del bienestar”, después de la II Guerra Mundial, en los Estados imperialistas europeos.

En esta etapa histórica el movimiento comunista, aunque en un proceso de degeneración ya importante, suponía una amenaza real para la dictadura de clase de la burguesía, por lo que la oligarquía financiera se vio obligada a integrar a la aristocracia obrera en su Estado y así tener controladas a las masas proletarias e impedir la realización de una revolución social que acabase con su sistema socioeconómico. En el Estado español, al consistir la dictadura burguesa en una forma de dominación fascista tras la guerra civil, este proceso ocurrió durante la denominada transición, consagrada con la Constitución de 1978, que consistió en un pacto entre tres fracciones de clase (la burguesía monopolista, las burguesías nacionales vasca y catalana y la aristocracia obrera) para conformar el bloque hegemónico que ejercería la dictadura de clase burguesa en el Estado español; dictadura de clase que a partir de aquel momento adoptaría una forma democrático-burguesa. Entre las distintas fracciones de clase que forman el bloque dominante existe lucha de clases, y es en el marco de este enfrentamiento de clases en el que los sindicatos UGT y CCOO convocan las huelgas generales. Lo hacen cuando las medidas adoptadas por los gobiernos de la burguesía financiera lesionan los intereses de clase de la aristocracia obrera, ya sea su posición en la negociación de los convenios colectivos, etc.

El PCPE, al no entender las causas por las cuales se convocan estas huelgas generales, las considera un conflicto entre burguesía y proletariado (y no entre burguesía financiera y una aristocracia obrera que arrastra tras de sí a algunas franjas de la clase obrera) e incluso piden a los sindicatos la convocatoria de nuevas huelgas y hablan de un retorno “a las posiciones de clase” 4 de estos sindicatos. Sindicatos que no solo llevan pactando con el capital monopolista el empeoramiento progresivo de las condiciones laborales de la clase obrera a través de los pactos sociales desde la transición (siempre que no lesionen mucho los intereses de la aristocracia obrera), además de acordando expedientes de regulación de empleo que envían al paro a miles de trabajadores, sino que funcionan como organizaciones capitalistas al poseer paquetes de acciones en monopolios como Seguros Atlantis, en fondos de pensiones junto con monopolios como el BBVA o Telefónica (Gestión de Previsión y Pensiones y Fonditel Pensiones) y siendo propietarios de empresas de formación, de asesoría jurídica y de consultoras (Gestión Social e Inversores, Foro de Formación y Ediciones, Grupo de Proyectos Sociales Madrid, etc.) que facturan en conjunto millones de euros al año, etc. El PCPE también subordina su “acumulación de fuerzas” a la convocatoria de estas huelgas generales: “los y las comunistas vamos a ir al encuentro de nuestra clase (…) para explicarle el papel que entendemos ha de  jugar  esta HG en el proceso de acumulación de fuerzas que iniciamos el pasado 29 de Septiembre de 2010  y que, al poco tiempo, se vio frustrado por la no continuidad de la lucha y la claudicación sindical en el pacto de las pensiones.” 5

Los Comités para la Unidad Obrera (CUO) son la creación del PCPE en el ámbito sindical con el objetivo de “recuperar” el “sindicalismo de clase”, objetivo que no corresponde a los comunistas. La tarea de los comunistas es constituir el movimiento obrero de nuevo tipo y no recuperar el movimiento obrero de viejo tipo (partido socialdemócrata y sindicato) que ya fue superado por el desarrollo histórico con la creación del Partido Comunista. La primera forma del movimiento obrero representó la formación del proletariado como clase social, como clase con unos intereses propios y determinados en el capitalismo (conciencia de clase en sí). El Partido Obrero de Nuevo Tipo supuso la creación del movimiento consciente del proletariado hacia el comunismo (conciencia de clase para sí) en la época de la revolución proletaria, y cuando esto sucedió el movimiento obrero se escindió en dos alas: la reformista, representada por el partido obrero de viejo tipo y el sindicato, y que representaba los intereses de clase de la aristocracia obrera; y el ala revolucionaria, que representaba los intereses del proletariado. El ala reformista se convirtió en reaccionaria, en representante de unos intereses de clase antagónicos a los del proletariado y funcionales a los de la burguesía financiera hasta llegar a la actualidad, donde los partidos socialdemócratas representan los intereses de la oligarquía financiera y los sindicatos de la aristocracia obrera están integrados en los Estados burgueses y funcionan como organismos de encuadramiento de masas al servicio del mismo. La vanguardia comunista tiene como deber la creación del movimiento revolucionario y no del movimiento que mantiene a la clase obrera dentro de los límites de la conciencia de clase en sí, es decir, dentro del capitalismo. Esto no quiere decir que la lucha de resistencia en el marco de un proceso revolucionario por la conquista del poder no pueda jugar su papel, pero para ello es necesario que esté subordinada a la lucha revolucionaria general, lucha inexistente en la actualidad al no existir Partido Comunista.

El proyecto de los CUO establece una “plataforma reivindicativa” que contiene una serie de medidas, todas ellas de carácter reformista, obviando las enseñanzas de Lenin en ¿Por qué objetivos luchar?:

Para lograr mejoras parciales, precisamente para eso, las consignas que proponemos a las masas proletarias no deben ser restringidas, no deben ser atenuadas. Las mejoras parciales sólo pueden constituir (y siempre lo fueron en la historia) resultados de la lucha revolucionaria de la clase”.

Por mucho que el PCPE, en coherencia con su visión economicista, pretenda encaminar este proyecto en el movimiento sindical a la acumulación de fuerzas hacia el socialismo, no lo podrá hacer, porque el sindicalismo por su propia naturaleza es reformista (no tiene ni puede tener carácter revolucionario), ya que su objetivo es defender los intereses económicos de la clase dentro del modo de producción capitalista. No existe ninguna relación de continuidad entre lucha sindical y lucha revolucionaria, puesto que, como ya expusimos anteriormente, los obreros no adquieren conciencia de clase revolucionaria en la lucha económica. Los CUO se basan en el ejemplo del PAME griego, creado por iniciativa del KKE, que en la actualidad ejerce como guía ideológica para todo un sector del ala derecha del movimiento comunista internacional. El PAME ha conseguido importantes éxitos en lo que a afiliación y a la organización de huelgas y manifestaciones se refiere (según el KKE cuenta con 850.000 afiliados). Pero esta cantidad de afiliados no es que no hayan servido para crear un movimiento revolucionario, cosa imposible desde el sindicalismo, sino que ni siquiera han valido para extender la influencia del KKE entre estas masas transformándola en votos, ya que el KKE siempre ha obtenido votos sustancialmente por debajo del número de afiliados del PAME.

Los CUO se enmarca dentro de la creación del Frente Obrero y Popular por el Socialismo (FOPS), cuya actividad, según afirma el PCPE, estará centrada en la lucha por reformas dentro del capitalismo: “El Partido Comunista de los Pueblos de España y Unión Proletaria –consecuentemente con esta caracterización de la época- trabajan en la construcción del Frente Obrero y Popular por el Socialismo centrado en las luchas contra las reformas laborales, por la garantía de servicios básicos de luz, agua… en situaciones de paro o precariedad, por la jornada de 35 horas semanales, por el subsidio de paro indefinido, por la asistencia sanitaria gratuita, universal y total, y por la separación total entre la Iglesia y el Estado.” 6

Pese a las intenciones que pueda tener el PCPE en la lucha sindical, no puede escapar a las leyes objetivas que imposibilitan la creación del movimiento obrero revolucionario partiendo del movimiento de resistencia de la clase obrera, aunque en algún documento hable de “construir estructuras paralelas de poder popular que confronten con el estado y el sistema de dominación burgués”. Ante esto no les queda otra que defender una visión espontaneísta de la revolución, en sintonía con la teoría del derrumbe del capitalismo. Para el PCPE, no es el Partido Comunista el que, mediante su actividad consciente, inicia el proceso revolucionario de conquista del poder destruyendo el aparato estatal burgués y sustituyéndolo por los órganos del poder proletario que formarán el Estado de dictadura del proletariado, sino que la tarea del Partido Comunista es estar preparado, mediante la acumulación de fuerzas, para cuando se produzca una crisis revolucionaria y en ese momento dirigir a la clase obrera a la conquista del poder. Esta visión la expone de forma muy clara la secretaria general del KKE, Aleka Papariga, en una entrevista:

“No podemos descartar la posibilidad de un derrocamiento radical en los años siguientes. El propio pueblo lo decidirá y debe prepararse y al mismo tiempo ejercer presión decisiva, impedir lo peor y lograr conquistas. Nosotros no podemos fijar una fecha para el cambio del sistema político, o sea, decir en uno, dos o tres años porque esto depende de la mayoría del pueblo; no se llevará a cabo solamente por el KKE. Si el pueblo no toma la decisión, este cambio no sucederá.” 7

Para los economicistas no es el proletariado revolucionario el que en su lucha por la toma del poder provoca la crisis política del capitalismo, sino que defienden que esta sobreviene por razones indeterminadas, de forma espontánea. Dicen en las Tesis del IX Congreso:

“Esa acumulación de fuerzas del lado del socialismo en confrontación creciente con el capitalismo monopolista se orienta hacia la crisis revolucionaria. Como apuntó Lenin, “sólo cuando los de abajo no quieren vivir como antes, y los de arriba no pueden continuar como antes, puede triunfar la revolución”. No se puede determinar cuál será el motivo concreto que desencadene la crisis revolucionaria: la tarea es lograr que el proletariado, en alianza con las capas populares, y con su Partido Comunista al frente, esté preparado y en condiciones de cumplir su tarea histórica llegado el momento.” 8

En definitiva, el PCPE, con su estrategia de acumulación de fuerzas a través del sindicalismo, no puede generar movimiento revolucionario al no adquirir el proletariado conciencia revolucionaria a través de las luchas de resistencia y, ante esto, confía en que la crisis revolucionaria estalle de forma espontánea, cosa imposible, puesto que el proletariado tampoco desarrolla conciencia de clase para sí por sí mismo, y que por tanto su misión es estar preparados para cuando esto suceda y así poder dirigir el movimiento a la toma del poder político. Es decir, el PCPE, con su práctica, no eleva la conciencia de la clase obrera a conciencia revolucionaria y espera a que la revolución se inicie de forma espontánea, con lo que carece de estrategia revolucionaria para la conquista del poder por parte de la clase obrera.

Frente a esto, la experiencia de las revoluciones proletarias demuestra que las amplias masas de la clase obrera solo desarrollan conciencia revolucionaria mediante su participación en los órganos de su poder revolucionario, mediante su propia experiencia en la confrontación entre dictaduras, entre dictadura del proletariado y dictadura de la burguesía, y en la gestión de su propio poder político. Es así como las amplias masas proletarias adquieren conciencia de clase para sí y se suman al proceso revolucionario de destrucción del Estado burgués y construcción del Estado proletario. Lenin en el discurso en el I congreso nacional de instrucción pública afirmó:

(…)nuestros Soviets, que han sido una novedad para Europa, pero que nosotros conocemos ya desde la experiencia de la revolución de 1905 son el mejor ejemplo de agitación y propaganda, un ejemplo que desenmascara toda la falsedad y toda la hipocresía de la democracia burguesa.

Por ello, una vez constituido el Partido Comunista, la tarea consiste en iniciar la guerra revolucionaria contra el Estado burgués, para así conquistar a las amplias masas de la clase obrera mediante la constitución de los órganos del Nuevo Poder proletario en confrontación directa y armada contra el poder burgués. Los órganos del poder proletario no son organismos sindicales sino que son organismos donde se organiza la clase obrera para gestionar el poder de forma efectiva realizando transformaciones sociales. Y dicho  poder se sostiene por las armas, es decir, no se puede concebir el poder proletario como algo distinto a las masas en armas. Así, durante la Comuna de París existía la Guardia Nacional como organismo militar del proletariado, durante los Soviets en Rusia la Guardia Roja y en China el Ejército Rojo, posteriormente renombrado Ejército Popular de Liberación.

La tesis, compartida por la mayoría del MCI, de que la revolución sobrevendrá por una crisis que se producirá en el futuro y que mientras tanto la tarea de los comunistas es ir a las masas para acumular fuerzas a través de sus luchas parciales, tiene su origen en el siglo XIX, cuando el proletariado se forma como clase social y está reciente el período revolucionario de la burguesía. Por ello, en coherencia con la experiencia revolucionaria burguesa, la insurrección espontánea es asumida por el movimiento obrero como forma normal en que se produce la revolución, cuando aún sectores revolucionarios de la burguesía influían sobre el proletariado. La práctica se encargará de demostrar que está visión de la revolución proletaria era incorrecta, puesto que aunque en la Revolución de Octubre la conquista del poder político se produce mediante una insurrección, en este proceso revolucionario existen dos elementos nuevos: uno, el partido leninista de nuevo tipo, y otro, los Soviets como órganos del poder revolucionario del proletariado. En la Rusia de 1917, aunque los Soviets no son una creación del Partido, sino que son creados tanto por iniciativa de las masas en el desarrollo de una revolución democrático-burguesa como, principalmente, por iniciativa de los dirigentes oportunistas del menchevismo y de los socialrevolucionarios para encuadrar a las masas, teniéndolas controladas y asegurarse que el poder recaiga en el gobierno provisional burgués, no se convierten en verdaderos órganos del poder revolucionario hasta que los bolcheviques ganan la mayoría en los mismos y, entonces, organizan la insurrección acabando con el poder burgués y tomando todo el poder los Soviets, es decir, el proletariado.

Incorporando la experiencia de la Revolución de Octubre, el Partido Comunista de China rompe, en la práctica, con la concepción economicista-determinista de la revolución, tras el fracaso de las insurrecciones del año 1927, iniciando la Guerra Popular Prolongada en la que se construyen los órganos del poder popular (puesto que el carácter de la revolución china era democrático-popular) como forma de incorporar a las masas a la revolución y de crear el Nuevo Estado. Las dos mayores experiencias revolucionarias del Ciclo de Octubre, la Revolución de Octubre y la Revolución China, demuestran que la revolución socialista es un proceso consciente guiado por el Partido Comunista, como fusión de la ideología revolucionaria del proletariado con las masas de la clase, y no algo que sobreviene como causa de una crisis económica y/o política.

La cuestión electoral

Los comunistas no nos oponemos a la participación electoral, pero esta tiene que estar subordinada al objetivo revolucionario y no convertirse en un principio incuestionable. La participación de los comunistas en las elecciones, con el propósito de entrar en las instituciones burguesas, está subordinada al objetivo de denunciar la propia democracia burguesa como una dictadura de clase de la burguesía sobre el proletariado, es decir, el objetivo es desenmascarar el aparato estatal burgués ante los obreros conscientes (con conciencia de clase en sí) y ante las masas atrasadas de la clase obrera que siguen confiando en que sus problemas se pueden solucionar mediante el voto a diferentes candidaturas que se presentan a las elecciones, que en ningún caso representan sus intereses de clase (ya sean candidaturas que representan los intereses de la burguesía monopolista, la pequeña burguesía, la aristocracia obrera, etc.). La participación tiene que estar encaminada a acabar con las ilusiones parlamentarias de ese sector de la vanguardia, que forma parte de la dirección de las luchas de resistencia, y de las amplias masas obreras.

Como medio de acumulación de fuerzas, la participación electoral solo puede servir en el período de conquistar a los elementos de la clase obrera con conciencia de clase en sí, como forma de propaganda hacia este sector. En el caso de las grandes masas proletarias, estas no se van a sumar a un movimiento revolucionario, no van a adquirir conciencia revolucionaria, mediante la propaganda y agitación dentro de las instituciones burguesas, ya que las promesas y los cantos de sirena son insuficientes cuando de lo que se trata es de ganarlas para el proceso de la revolución socialista. La única forma de acumular fuerzas de las amplias masas obreras para la revolución, como ya expusimos antes, es mediante su experiencia en la gestión de su poder político a través del Nuevo Poder y de la confrontación de este frente al Estado de la burguesía. A las grandes masas de la clase hay que ofrecerles una alternativa real y tangible al estado actual de las cosas, para que estas se decanten por la revolución proletaria y desarrollen conciencia revolucionaria. De nada sirve la simple propaganda y la agitación. Así lo exponen Marx y Engels en La ideología alemana:

“(…)tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución.”

Lenin, por su parte, dijo en La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo:

Y para que en realidad toda la clase, las grandes masas de los trabajadores y de los oprimidos por el capital lleguen a ocupar semejante posición, son insuficientes la propaganda y la agitación solas. Para ello es necesaria la propia experiencia política de estas masas. Tal es la ley fundamental de todas las grandes revoluciones, confirmada hoy, con una fuerza y un relieve sorprendentes, no sólo en Rusia, sino también en Alemania. No sólo las masas incultas de Rusia, frecuentemente analfabetas, sino también las masas muy cultas, sin analfabetos, de Alemania, necesitaron experimentar en su propia pelleja toda la impotencia, toda la falta de carácter, toda la debilidad, todo el servilismo ante la burguesía, toda la infamia del gobierno de los caballeros de la II Internacional, toda la ineluctabilidad de la dictadura de los ultrarreaccionarios (Kornílov en Rusia; von Kapp y compañía en Alemania) como única alternativa frente a la dictadura del proletariado, para orientarse decididamente hacia el comunismo.

Un dato que también hay que tener en cuenta es que, en el Estado español, en los barrios obreros la abstención electoral es superior a la de los barrios burgueses, lo que demuestra una clara desvinculación socio-política entre la institucionalidad democrático-burguesa y el sector más explotado y precarizado de las masas, al ser conscientes de que nada tiene que ofrecerles. Así, tomando como ejemplo las dos grandes ciudades del Estado en las últimas elecciones generales, se observa que, en distritos proletarios madrileños como Usera o Puente Vallecas, la abstención alcanzó el 31%, mientras que en distritos burgueses como Chamartín o Salamanca apenas sobrepasó el 20%; en el caso de Barcelona, en distritos obreros como Nou Barris la abstención fue del 35% y en Ciutat Vella alcanzó el 45%, mientras que en zonas burgueses como Les Corts y Sarrià-Sant Gervasi se situó sobre el 25%.

En el caso concreto que nos atañe, esto es, el del PCPE, esta organización se presenta a todas las citas electorales, ya sean municipales, autonómicas o estatales, allí donde pueden completar una lista electoral. El PCPE, por su escasa influencia sobre las masas obreras, se encuentra incapacitado para entrar en las instituciones burguesas, a excepción de en algunos pocos ayuntamientos. En función de esto, la participación en las elecciones la justifican en que tiene la función de darse a conocer entre las masas, como si los comunistas no tuviesen modos propios para realizar propaganda y agitación que tuviesen que aprovechar la campaña electoral (las elecciones para elegir a los gestores de la dictadura del capital) para hacerlo.

Los programas electorales que presentan a las masas siempre se basan en medidas reformistas, contribuyendo con ello al reforzamiento de las ilusiones parlamentarias de la clase obrera (ya que el cumplimiento de dichas medidas exigiría la gestión a través de las instituciones del Estado burgués) y no a su destrucción, que sería el objetivo de los comunistas al presentarse a un proceso electoral. Así, sobre las elecciones de mayo de 2011, su secretario general decía:

“En estas elecciones del 22M, la primera propuesta del programa del Partido es la nacionalización de la banca, como expresión del principal factor que está determinando las condiciones de vida del pueblo trabajador; para –a continuación- colocar la defensa del sector público, luchando contra cualquier proceso privatizador y la reversión de todos aquellos servicios y sectores anteriormente privatizados.” 9

En las últimas elecciones generales, en noviembre de 2011, el PCPE se presentó con dos programas: uno táctico y otro estratégico (se entiende que el táctico sería un paso hacia el estratégico). El programa táctico contenía una enumeración de medidas reformistas cuya realización solo sería posible en el capitalismo y que, por tanto, solo puede contribuir a fomentar las esperanzas de la clase obrera en un gobierno del Estado burgués. El programa estratégico contenía la reivindicación del “socialismo” (eso sí, un socialismo, no entendido como la dictadura revolucionaria de clase del proletariado, sino reducido a la nacionalización de los medios estratégicos de producción, cosa que poco tiene que ver con el verdadero significado del socialismo, de la fase inferior del modo de producción comunista). Esto se observa en toda la propaganda del PCPE, donde siempre se menciona la defensa del sector público, como si el sector público estuviese en manos del proletariado y no de la burguesía, que es la que controla el Estado. La vinculación entre programa táctico (reformas) y el programa estratégico (“socialismo”) parte de la concepción economicista de la revolución del PCPE, que establece que existe una línea de continuidad entre la lucha por reformas y la lucha revolucionaria por el socialismo, cuando la lucha por reformas solo atenaza a la clase obrera en un enfrentamiento con la burguesía dentro de los límites del capitalismo, lo que no puede generar conciencia revolucionaria.

También firman que: “cuantos más votos obtengan nuestras candidaturas mejor será la situación de la clase obrera al día siguiente” 10, sin ninguna argumentación sobre ello, como si el voto a opciones comunistas inspirase temor a la burguesía y no se atreviese a continuar con sus medidas que conllevan el empeoramiento de las condiciones de vida de las masas de trabajadores. El mejor ejemplo para desmotar esta falsa afirmación, que solo puede tener como consecuencia reforzar las ilusiones del proletariado en las elecciones y no poner fin a las mismas, es Grecia y el KKE, donde esta organización, en las elecciones generales de los años 2007 y 2009, cuando comienza la crisis, era la tercera fuerza del país tanto en votos como en escaños, sin que eso impidiese a la burguesía griega aplicar las medidas que han llevado a la miseria a miles de proletarios del país heleno.

Desde el PCPE también se propone la gestión de las instituciones burguesas locales, de los ayuntamientos. Así, en un artículo en “Unidad y Lucha” con motivo de las pasadas elecciones municipales de mayo de 2011, Miguel Guerrero, secretario general del Partit Comunista del Poble de Catalunya, habla de la participación en un poder local que tenga en cuenta las necesidades de los “conciudadanos” y que “luche contra los impedimentos políticos que inciden en las trabas para el desarrollo democrático” (¿democratizar el Estado burgués?), como si el ayuntamiento no fuese una institución más del Estado burgués desde donde la burguesía ejerce su dictadura de clase sobre las masas proletarias. 11 El mejoramiento del nivel de vida de los trabajadores desde la gestión de los municipios a través de la adopción de reformas no sirve para acumular fuerzas para la revolución, sino para aprisionar al proletariado en una lucha eterna y sin salida por reformar el sistema de explotación capitalista, que solo puede ser suprimido si se destruye radicalmente.

Resumiendo, la participación del PCPE en el proceso electoral no está encaminada a desenmascarar la democracia burguesa y a eliminar la confianza que puedan tener las masas en la mejora de sus condiciones de vida a través del aparato estatal, sino que, al proponerles programas reformistas y la gestión de los municipios, fomentan dichas esperanzas lastrando el desarrollo de la conciencia revolucionaria de estas masas.

El análisis de la experiencia del Movimiento Comunista Internacional

El PCPE surge en el Congreso de Unidad de 1984. Esta unidad se producía entre diversas organizaciones “prosoviéticas” escindidas del PCE, a partir de 1968, tras la conversión de este al eurocomunismo y la consiguiente ruptura con la Unión Soviética. Este encuadramiento dentro del sector “prosoviético” tiene como consecuencia una determinada visión de la experiencia de la construcción del socialismo y de la lucha de líneas dentro del movimiento comunista durante el siglo XX.

De esta forma, el PCPE considera que la Unión Soviética mantuvo su carácter socialista hasta su desintegración en 1989-1991 12. La concepción del PCPE sobre la restauración del capitalismo en la URSS, que es compartida con el KKE, mantiene que, con el XX Congreso del PCUS en 1956, se debilita el poder obrero y se adoptan una serie de líneas que facilitan la restauración capitalista, la cual se produce finalmente en los años 80.

Defender que el XX Congreso supone el triunfo de la “desviación oportunista de derechas” 13 y a la vez que la URSS sigue conservando su carácter socialista significa desconocer la esencia y renunciar al significado del oportunismo y del revisionismo. El revisionismo representa intereses de clase ajenos a los del proletariado, los de la aristocracia obrera y la burguesía, y por esta razón tergiversa o rechaza principios fundamentales del socialismo científico, ya que sostener estos principios sería incompatible con la defensa de unos intereses de clase no proletarios. Por ello, sostener que en el Partido y en el Estado triunfa la línea oportunista y que a la vez el carácter del Partido y el Estado sigue siendo proletario, aunque sea “debilitado”, carece de sentido. Esto decía Lenin sobre el oportunismo en La bancarrota de la II Internacional:

En realidad, la militancia formal de los oportunistas en los partidos obreros no excluye en absoluto el que sean -objetivamente- un destacamento político de la burguesía, vehículos de su influencia y agentes de ella en el seno del movimiento obrero.

Esta incongruencia parte de una concepción del socialismo que lo identifica con la propiedad estatal de los medios de producción. De esta forma, para el PCPE un Estado donde los medios de producción estén nacionalizados es socialista, independientemente de otros factores, incluido que el Partido Comunista esté dirigido por oportunistas y que el proceso no se encamine a alcanzar la sociedad comunista sino a la restauración del capitalismo privado. En este sentido, el KKE identifica, en su análisis sobre la URSS, la propiedad estatal en un Estado proletario con la propiedad social 14, llegando incluso a decir que sostener lo contrario es un error. Esto se contrapone con lo dicho por Lenin sobre esta cuestión, que, aunque nunca desarrolló el tema en profundidad, sí indicó que nacionalización y socialización, bajo un Estado proletario, no son lo mismo. Por ejemplo, en Acerca del infantilismo “izquierdista” y del espíritu pequeñoburgués, el revolucionario ruso dice:

Se puede ser decidido o indeciso en el problema de la nacionalización, de la confiscación. Pero la clave está en que la mayor “decisión” del mundo es insuficiente para pasar de la nacionalización y la confiscación a la socialización.(…) La desventura de los “izquierdistas” está en que no han observado la propia esencia del “momento actual”, del paso de las confiscaciones (durante cuya realización la cualidad principal del político es la decisión) a la socialización (para cuya realización se requiere del revolucionario otra cualidad).

Posteriormente, tras la muerte de Lenin y con el inicio de los planes quinquenales, esta cuestión nunca fue analizada a luz del marxismo y fue resuelta equiparando estatalización con socialización, teniendo esto graves consecuencias para la construcción del socialismo en la URSS, como veremos más adelante.

La premisa que iguala las relaciones jurídicas de propiedad con las relaciones sociales de producción (o lo que es lo mismo en el tema que estamos tratando, la estatalización con la socialización), tiene su origen en el marxismo vulgarizado por la II Internacional. El partido que ejercía de guía ideológica de la socialdemocracia internacional era el SPD, cuyo teórico más importante era Karl Kautsky, quien introdujo en la formación ideológica socialdemócrata concepciones ajenas al marxismo. El bolchevismo se desarrolló en el seno de la socialdemocracia, y aunque se desenvolvió en lucha ideológica contra las premisas revisionistas defendidas por esta y consiguió romper con muchas de ellas recuperando el marxismo revolucionario en esos ámbitos, no rompió con la totalidad de ellas. El caso de la igualación de la nacionalización y la socialización aunque, como dijimos en el párrafo anterior, Lenin en algún trabajó diferenció entre ambos conceptos, fue una de las premisas ideológicas heredadas del kautskismo con las que el bolchevismo no consiguió romper del todo.

Frente a esta concepción errónea del socialismo, que lo identifica con la supresión de la propiedad individual de los medios de producción (e incluso con un modo de producción en sí mismo) y, una vez realizado esto, centra el proceso en el desarrollo de las fuerzas productivas, se erige su verdadera significación: el socialismo es la transición del capitalismo al comunismo, cuya forma política es la dictadura revolucionaria del proletariado. La clase obrera, una vez conquistado el poder político e implantando su Estado, su dictadura de clase, comienza a tomar las medidas, a nivel económico, político e ideológico, necesarias para alcanzar la sociedad comunista.

Como dijo Marx en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850:

Este socialismo es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la superación de las diferencias de clase en general, para la superación de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la superación de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales.

En el socialismo, como etapa de transición entre dos modos de producción, existen y se entremezclan características de ambos, tanto del capitalismo como del comunismo. Elementos capitalistas, y de otros modos de producción clasistas que sobreviven en el socialismo, son la división social del trabajo, la distribución de los productos a cada uno según su trabajo que es una pervivencia del derecho burgués, la división campo-ciudad, etc. Los elementos comunistas que comienzan a existir y abrirse paso en lucha contra las restos del capitalismo son la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción, la puesta de la producción al servicio de las necesidades de la sociedad y, en grado mayor, algunos ejemplos aislados que existieron en los primeros años de la Rusia soviética, como fueron los sábados comunistas, que en un principio eran jornadas de trabajo voluntario de propia iniciativa de los obreros, sin remuneración y en beneficio de la sociedad.

Para que exista socialismo es necesario que el proceso esté encaminado al comunismo, que es lo mismo que el proletariado sea el que detente el poder político. Si el proceso, en un Estado que mantiene formas socialistas, está dirigido a la restauración del capitalismo privado, no existe socialismo y tampoco el aparato estatal está en manos de la clase obrera, ya que es imposible que exista dictadura del proletariado que no construya la sociedad comunista. El socialismo no es algo distinto a la dictadura del proletariado, no existe socialismo sin dictadura proletaria, por lo tanto, lo fundamental, es la clase social que controla el aparato estatal y dirige el proceso.

En el socialismo, al pervivir relaciones capitalistas, principal y fundamentalmente la división entre trabajo intelectual y manual, que ya Marx y Engels indicaron que es la base de la existencia de clases sociales 15, provoca el surgimiento de una nueva burguesía encuadrada en el aparato estatal, en funciones de dirección y gestión. Estos elementos, compuestos por directores de unidades de producción, ingenieros, etc., que son los que dirigen el proceso productivo, los que desempeñan trabajo intelectual, y reciben una remuneración bastante más elevada que la de los obreros manuales, cuentan con representantes de sus intereses de clase dentro del Partido, que son los revisionistas.

En la URSS, por las limitaciones que heredó el bolchevismo de la socialdemocracia y por no contar con una experiencia precedente de construcción del socialismo de la que se pudiesen extraer lecciones y, en menor medida, por el atraso de las fuerzas productivas, la nueva burguesía tomó el poder político a través de sus representantes a nivel político en el XX Congreso del PCUS, revirtiendo el carácter de clase de la URSS e iniciando el proceso de restauración del capitalismo privado.

El capitalismo estatal estaba instaurado desde el momento en que los revisionistas toman el control del Partido y del Estado. Y esto, porque la estatalización de los medios de producción es una medida más de las que se toman en la dictadura del proletariado para construir el comunismo y no la realización del socialismo, como sigue pregonando el revisionismo en la actualidad. El socialismo es la constitución de la clase obrera en clase dominante, la dictadura proletaria. La estatalización de los medios de producción es una condición necesaria pero no suficiente para la socialización de los mismos, la cual implica la relación directa de la sociedad con los medios de producción y para ello es indispensable la completa supresión de la producción de mercancías (y con ella de las categorías mercantiles) y de la división del trabajo. Mientras tanto, hasta la socialización de los medios de producción, en el Estado proletario, se gestionan en nombre de la sociedad pero no directamente por ella. Esto, la estatalización de los medios de producción, que sirve al proletariado en el proceso de la construcción del socialismo, también puede servir a la burguesía burocrática para apropiarse del trabajo de los obreros manuales y esto porque el socialismo no es ningún nuevo modo de producción antagónico al capitalista, sino la transición de un modo de producción a otro modo de producción que contiene características y aspectos de ambos. Además, hay que tener en cuenta que en la URSS y en todo el proceso de construcción del socialismo durante el Ciclo de Octubre no se alcanzó el socialismo desarrollado (que aún no es comunismo), descrito por Marx en la Crítica al programa de Gotha, puesto que ni en la URSS ni en China la propiedad privada colectiva sobre los medios de producción (en forma de cooperativas, comunas, etc.) evolucionó hacia la estatalización de dichos medios de producción; tampoco desapareció la producción mercantil, ni las categorías mercantiles como el dinero, el salario, etc.

El análisis sobre la URSS de este sector del MCI, encabezado por el KKE, entiende que el escaso desarrollo de las fuerzas productivas o el cerco imperialista existente sobre la Unión Soviética constituyen el fundamento principal que explica el surgimiento de revisionismo y relegan a una posición secundaria, o incluso olvidan, la lucha de clases a nivel interno 16. Sin embargo, la existencia de ideología burguesa y de revisionismo implica la existencia de burguesía en la base económica. Como mencionamos antes, la base para el surgimiento de la burguesía burocrática se halla en la pervivencia de relaciones capitalistas de producción durante el socialismo, principalmente la diferencia entre trabajo manual e intelectual en el proceso productivo. Por ello es necesario la primacía de la lucha de clases sobre el desarrollo de las fuerzas productivas para edificar el comunismo. La identificación de la propiedad jurídica de los medios de producción con su propiedad social desarmó a los comunistas para desarrollar la lucha de clases y luchar contra el revisionismo, ya que, una vez eliminada la propiedad individual de los medios de producción, se consideró que ya no existían clases sociales antagónicas y que por tanto la restauración capitalista solo podría provenir del exterior 17. Esto suponía una relajación de la dictadura del proletariado y el predomino del desarrollo técnico sobre la lucha de clases, lo cual favorecía a esos sectores privilegiados que tenían como objetivo tomar el poder político, cosa que lograrían ascendiendo poco a poco hasta el XX Congreso (que el momento en que se produce esa toma del poder), para revertir el proceso de construcción del comunismo y restaurar el capitalismo.

Tras el XX Congreso, los revisionistas en el poder tomaron una serie de medidas en beneficio de la burguesía burocrática, a la cual representaban. Entre estas reformas se encontraban dar mayor poder a los directores en la gestión de las unidades de producción, otorgándoles la potestad de contratar y despedir a los obreros, determinar sus salarios, comprar y vender los instrumentos de producción a otras unidades de producción, etc. También situaron la obtención de ganancias como regulador de la producción, afianzando la producción de mercancías y dándoles el poder a las unidades de producción para fijar el precio de sus productos. Con todas estas medidas la clase obrera fue completamente apartada de la propiedad sobre los medios de producción, pasando estos a estar en manos del personal directivo de las unidades productivas, que constituían la burguesía estatal, los cuales decidían todo lo que concernía a la organización y gestión del proceso productivo y tenían pleno poder de disposición sobre los obreros. En concordancia con esto, los directores de las empresas tenían la facultad de asignar los bonos e incentivos a los proletarios soviéticos, de esta forma, en la URSS capitalista el personal de dirección recibía 25 veces el bono que les otorgaban a los obreros, siendo la diferencia de ingresos entre unos y otros abismal.

Con estas reformas económicas los obreros soviéticos fueron relegados a la simple posición de productores que vendían su fuerza de trabajo a cambio de un salario mientras el valor creado con su trabajo por encima del valor de su fuerza de trabajo, es decir, la plusvalía, iba a parar a la burguesía estatal formada por el personal directivo. Lo que sucedió a finales de los años 80 fue un proceso de reforma consistente en la sustitución del capitalismo burocrático por el capitalismo “liberal” llevado a cabo por los propios dirigentes de la URSS, puesto que el capitalismo estatal suponía una traba para el pleno desarrollo de la burguesía soviética. A diferencia de lo que afirma el PCPE, no fue una contrarrevolución, puesto que esta ya se había producido tres décadas antes.

La formación del PCPE dentro del sector “prosoviético” tiene otras consecuencias, aparte de su consideración sobre la Unión Soviética, como es el inexistente análisis sobre otros procesos revolucionarios donde se continuó la construcción del socialismo tras la restauración capitalista en la URSS y en las democracias populares del Este de Europa. Este es el caso de Albania y, principalmente, China. Los comunistas chinos, mediante el balance, aunque parcial, del proceso de construcción del socialismo en la URRS y la posterior contrarrevolución burguesa, llegaron a la acertada conclusión de que durante el socialismo continúan existiendo clases sociales antagónicas y, por ende, que en la construcción del socialismo debe primar la lucha de clases sobre el desarrollo de las fuerzas productivas. En coherencia con esto, el PCCh lanzó en el año 1966 la Gran Revolución Cultural Proletaria, que se dirigía, no solo contra los “seguidores del camino capitalista” (los revisionistas) en el seno del Partido y del Estado, sino también a la transformación de las relaciones sociales de producción.

Para ello, tanto para la lucha contra los revisionistas como para la revolucionarización de la base económica y de la superestructura, se movilizó a las masas (frente a la toma de medidas de carácter administrativo como se había hecho en la URSS) poniendo a estas como protagonistas del proceso de edificación del comunismo. Finalmente, este proceso se saldó con otro fracaso para el proletariado, ya que la burguesía burocrática se hizo con el control del PCCh y de la RPCh tras el golpe de Estado contrarrevolucionario de 1976. Esta derrota tiene sus causas en: por un lado, errores por parte de la línea revolucionaria del PCCh en la conducción de la Revolución Cultural y, por otro, en que la ruptura con la identificación de estatalización y socialización de los medios de producción no fue plena. Así, aunque se advertía de que la forma y el contenido no tenían por qué ser idénticos y que por tanto existían unidades de producción que podían estar en manos de la burguesía y esta podía revertir el proceso de construcción del socialismo, se consideraba socialista a la propiedad estatal de los medios de producción.

A pesar de su derrota, este proceso debe ser estudiado por todos aquellos que tengan como objetivo la revolución proletaria, ya que pone el acento en factores fundamentales para la edificación del comunismo como son la primacía de la lucha de clases sobre el desarrollo de las fuerzas productivas, la movilización de las masas, el combate a la división del trabajo entre trabajo intelectual y manual, etc.

La propuesta confederal

Por último, el PCPE propone la organización del Estado socialista en base a un modelo confederal: “el PCPE defiende y propugna en todo el país la unión libre y voluntaria en el marco de una república socialista de carácter confederal”. 18

Esta posición diverge de la posición marxista-leninista respecto de la organización del Estado de dictadura del proletariado. El socialismo científico defiende la organización territorial del aparato estatal de la clase obrera en una República unitaria que funcione en base al centralismo democrático. La razón de esto es que es esencial la unidad a nivel político del proletariado para la construcción del socialismo y a nivel económico es necesaria la unidad para organizar la planificación del proceso de producción y de distribución. El socialismo busca la unión de todo el proletariado a nivel mundial y en este proceso, la federación, en principio, supone un paso atrás en dicho objetivo.

La federación como organización territorial del Estado socialista puede ser admitida cuando esta suponga un paso adelante hacia la unidad completa, por ejemplo, como en el caso de Rusia tras la Revolución de Octubre cuando muchas de las nacionalidades que componían el Estado ruso zarista declararon su independencia. Los bolcheviques solo admitieron el federalismo después de la Revolución por este motivo. El PCR (b), en el programa adoptado en su VIII Congreso de 1919, establecía que “Como una de las formas transitorias hacia la unidad completa, el Partido proclama la unión federal de los Estados organizados según el tipo soviético.

En el Estado español la cuestión nacional aún está pendiente de resolver. En este sentido los comunistas debemos defender el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas que componen el Estado, lo cual implica el derecho de separación de estas naciones y la constitución de sus estados propios. Sin embargo, esto no conlleva la defensa de la separación ni de la (con)federación entre naciones, ya que el objetivo del movimiento comunista difiere de esto, pues es la unión de todo el proletariado y no la división del mismo por sus diferencias nacionales. La forma de organización del Estado proletario no se puede anticipar, ya que ello dependerá de ciertas circunstancias futuras que en la actualidad no se pueden prever. Esto es muy distinto a defender modelos de organización que suponen un paso atrás, como es el confederalismo.

La propuesta de los comunistas en el Estado español debe centrarse en la defensa del derecho de autodeterminación, a la vez que se defiende y se hace propaganda a favor de la unidad de todas las naciones que componen el Estado español en una República unitaria organizada de acuerdo con el centralismo democrático, el cual no es incompatible con la autonomía de los diferentes organismos territoriales que compongan dicha República socialista.

Notas

1. En las Tesis políticas del IX Congreso se afirma: “El nacimiento del PCPE supuso la recuperación del partido de vanguardia, para la revolución socialista y para el comunismo.” (Propuesta Comunista nº 61, pág. 105) La visión del PCPE sobre el Partido Comunista se desarrolla más detalladamente en dichas tesis a partir de la página 137 en el apartado titulado “Un partido de vanguardia, por su teoría y por su práctica”.

2. En las páginas 88 y 89 de las Tesis se dice: “Lo que en ningún caso supone que renunciemos a la constante mejora, dentro del capitalismo, de las condiciones de vida de la clase obrera y del conjunto del pueblo trabajador, implicándonos decididamente en la lucha por las reivindicaciones, conquistas y transformaciones sociales necesarias para las masas populares de nuestro país.

En esa lucha por los intereses inmediatos del pueblo trabajador y por la mejora de sus condiciones de vida, nuestro Partido no genera expectativas de tipo reformista en el seno de la clase obrera. Al mismo tiempo que se emplea a fondo en cada reivindicación, el Partido destaca la inviabilidad de alcanzar en el marco capitalista un futuro emancipado en el que las necesidades y aspiraciones de las mayorías sean satisfechas definitivamente, orientando e insertando cada lucha parcial en el proceso general de la lucha revolucionaria y organizada por el socialismo, entendiéndola como un proceso dialéctico con avances y retrocesos.

En cada batalla que libra la clase obrera, trabajamos para elevar el nivel de conciencia de clase y extender la reivindicación del socialismo y la confianza en el mismo, en un proceso incesante de acumulación de fuerzas que permita ir elevando progresivamente el nivel de confrontación con los monopolios y con su Estado, adquiriendo la experiencia política que requiere la revolución socialista”.

Y en la página 138:

“La clase lucha en general por cuestiones puntuales, económicas y de búsqueda de mejores condiciones para los trabajadores y trabajadoras dentro del sistema. Los y las comunistas apoyamos estas luchas buscando un objetivo más amplio, permanente y revolucionario: el de la lucha por una sociedad igualitaria, por el socialismo y el comunismo”.

3. En la página 142 de las Tesis se dice: “Para el PCPE, el objetivo prioritario es elevar el nivel político y unitario de la clase obrera, mediante la intervención de su militancia (de forma preferente respecto a cualquier otro frente de masas) en el movimiento sindical, en la línea de lo aprobado en la Conferencia Estatal de Movimiento Obrero y Sindical del Partido”.

4. Respecto a la convocatoria de huelgas en un comunicado dice: “El PCPE considera que ha sido un error no haber convocado la Huelga General para este mes de julio -como propusimos-, pues se ha dejado pasar una oportunidad de elevar el grado de éxito de la huelga. Ahora la convocatoria de una Huelga General se convierte en una prioridad ineludible y, ya que algunas organizaciones le han puesto fecha para el mes de septiembre, el PCPE llama a todas las organizaciones sindicales a acordar una única convocatoria para todo el estado en ese mes (…)”

En el comunicado sobre la huelga del 14-N: “Estos sindicatos que han tratado de tapar su responsabilidad ante la clase obrera hablando de una convocatoria de huelga ciudadana y de consumo,(…) Esta situación es consecuencia de años de abandono de las posiciones de clase, y solo tendrá solución retornando a ellas. En caso contrario la clase obrera pasará por encima de esas organizaciones, superándolas en el camino de la lucha”.

5. Declaración del CE del PCPE sobre la Huelga General del 29 de Marzo (http://www.pcpe.es/comunicados/item/1265-la-hg-no-es-un-hecho-finalista-es-un-paso-fundamenta.html )

6. Comunicado del 6 de diciembre de 2011, conjunto con UP, “La lucha del pueblo por el socialismo arrasará con la monarquía y con el capitalismo con el Frente Obrero y Popular por el Socialismo”.

7. http://www.pcpe.es/internacional/item/1035-%C2%A1dentro-del-sistema-capitalista-no-hay-salida-de-la-crisis-a-favor-del-pueblo.html?tmpl=component&print=1

8. Sobre esta cuestión, también se puede consultar un cuaderno de formación ideológica del PCPE titulado “La revolución social” donde se dice: “Las revoluciones sociales no se hacen “por encargo”, ni pueden ser desatadas en cualquier momento, cuando lo desee un grupo o partido revolucionario.” y “El advenimiento de la situación revolucionaria puede deberse a las más diversas causas: conmociones económicas, bancarrota de la política del Gobierno, conflictos nacionales que conducen a la agravación de las contradicciones sociales, etc”.

9. Unidad y Lucha nº 285, pág. 4, mayo de 2011.

10. Unidad y Lucha nº 285, mayo de 2011.

11. Unidad y Lucha nº 284, pág. 14, abril de 2011.

12. En el documento de unidad con UP se dice:

“En el proceso de restauración capitalista en los países socialistas, jugó un rol determinante la erosión oportunista de algunos partidos en el poder, especialmente en la URSS. Hace 50 años, el XX Congreso del PCUS aprobó algunos cambios que debilitaron el poder obrero y crearon condiciones favorables a la restauración capitalista, jugando un papel especialmente negativo las posiciones que sostuvieron la vía parlamentaria y pacífica al socialismo y las que negaron la tesis marxista-leninista de que el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado. Esas posiciones se fueron agravando hasta llegar a la Perestroika en los años 80, que aceleró la completa destrucción del socialismo”.

13. Análisis y conclusiones sobre la construcción socialista durante el siglo XX, fundamentalmente en la URSS, Propuesta Comunista nº 59, pág. 43.

14. Ibid., pág. 23.

15. Engels en el Anti-Dhüring dice: “Lo que subyace a la división en clases es la ley de la división del trabajo.

16. Análisis y conclusiones sobre la construcción socialista durante el siglo XX, fundamentalmente en la URSS, Propuesta Comunista nº 59, pág. 43, págs. 55, 56 y 57.

17. En el año 1929, con el inicio de la colectivización del campo, dice Stalin en El año del gran viraje:

Se hunde y se hace añicos la última esperanza de los capitalistas de todos los países, que sueñan con restaurar en la U.R.S.S. el capitalismo: el «sacrosanto principio de la propiedad privada». Los campesinos, a quienes ellos consideran como el material que abona el terreno para el capitalismo, abandonan en masa la tan ensalzada bandera de la «propiedad privada» y pasan a los cauces del colectivismo, a los cauces del socialismo. Se hunde la última esperanza de restauración del capitalismo”.

18. Tesis políticas del IX Congreso, Propuesta Comunista nº 61, pág. 82-

Artículo sobre la aristocracia obrera

Nota de Revolución o Barbarie:

Publicamos a continuación un documento muy interesante, elaborado por Tamer Sarkis Fernández, en el que el sociólogo y antropólogo hispano-sirio aborda la cuestión de la naturaleza histórica de la aristocracia obrera. Nos parece que el compañero aborda de forma muy clara y profunda la cuestión de la aristocracia obrera, una fracción que, a pesar de haber visto erosionado parte de su entramado de poder, sigue siendo un puntal fundamental para el sostenimiento del Estado capitalista en los países imperialistas.

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La aristocracia obrera: génesis y bases históricas materiales de su hegemonía ideológica sobre el proletariado

1. BREVE APUNTE GENEALÓGICO

La Aristocracia obrera es una “nueva” clase, es decir, una realidad cualitativa. Deriva históricamente de tres fuentes de clase:

A. El proletariado, al pasar un sector del mismo a ser encuadrado en el campo del Capital a través del que era órgano de su defensa en tanto que clase del capitalismo: el sindicato (“La burguesía no ve en el proletario más que al obrero”, Marx en: Manuscritos de París). Fue el Imperialismo la condición material de posibilidad para esta integración “selectiva” en “la Politeia” y en su “juego” de luchas, alianzas y negociaciones bajo palio del Estado, pues las plusvalías siguen tendencialmente un curso desde abajo hasta arriba -concentrándose en los polos superiores-, dentro de su viaje a través de la cadena imperialista. Lenin explica este “transitar” apoyándose en las Leyes económicas bajo el Imperialismo que él descubre y que desarrolla: Ley de los intercambios desiguales, Ley del desarrollo desigual, Ley de los rendimientos decrecientes de la tierra cultivada, etc.

B. La vieja burocracia del Antiguo Régimen, que se amplía cuantitativamente y asume nuevas funciones al calor de la racionalización del Estado que la burguesía emprende. Por ejemplo, la España isabelina supone el aumento trepidante en el número de “trabajadores del Estado”, pasándose abruptamente de un puñado de miles a 165.000 en vísperas de “la Gloriosa Revolución”, y siendo adoptado un modelo administrativo de notable inspiración francesa (perceptible hasta en lo simbólico: los tricornios de la Guardia Civil). Francia ya había empezado su racionalización administrativa de Estado en tiempos de Luis Felipe de Orleans (llamado “El Rey burgués” y “Philippe Egalité”), aunque implementará el grueso de este cambio durante el “segundo Imperio”.

Con esto no quiero yo decir, ni muchísimo menos, que ese nuevo ejército de administradores en su generalidad y ni siquiera en una mayoría de efectivos pasara a engrosar la “Aristocracia” obrera. Afirmo, en cambio, que, a un rastro poblado por seres de la vieja Corte, alcaides de calabozo, jueces, economistas, instructores, educadores, administradores, contables, directores y gestores en las Factorías Reales… “rescatados” por la burguesía industrial (Francia, Inglaterra, Italia) o por la burguesía agraria-comercial-especuladora-financiera (España) victoriosas, y que pasamos a re-encontrar ligados a funciones inéditas o en re-ordenación bajo la racionalidad inaugurada por los nuevos Estados burgueses, debemos sumarle el contingente de cuadros, administrativos, urbanistas, ingenieros de caminos, canales y puentes, profesores y otros trabajadores especializados que se les articula a esos primeros en la medida que son necesarios a funciones “racionales” extrañas al viejo Estado absolutista, o que habían estado presentes pero concretadas y ejecutadas ellas mismas de modos más bien arbitrarios e “irracionales”.

C. Las viejas profesiones liberales autónomas pre-capitalistas, que a la par del proceso de competencia y por tanto de concentración de capitales, pasan a ser asalariadas de terceros “colegas” airosos, o el Estado pasa a formarlas (nacimiento de la “Educación Nacional”) y a usarlas desde el Estado (jurisconsultos, consultores, abogados, contables, asesores tributarios, arquitectos, sanidad estatal, ingenierías, tratamientos “mentales”, toda una vieja regencia de hospicios, hospitales, casas de caridad, alguacilado de pobres… incorporada al Estado como “planificación social” y “trabajo social”…) porque necesita manejar también él a dichas profesiones al ser indispensables a la misma reproducción social del capitalismo (el Estado no puede dejar su formación ni su ejercicio profesional al laissez-faire del mercado).

Así nace la Aristocracia obrera y su ideología será aquella socialdemocracia que en el fondo la pre-existía (“socialismo pequeñoburgués” ya descrito en El Manifiesto, sobre todo de tenderos, de mercaderes, de propietarios talleristas y manufactureros devorados por el poderío industrial) pero que fluiría casi inercialmente hasta converger con dicha clase bajo aquel contexto galo de imperio boyante capaz de “proveer”, y cuyo primigenio carácter de clase híbrido pequeño-burgués/funcionarial ya explica Marx en sus estudios en torno a las luchas de clases en Francia.

Los actuales negacionistas bien de la realidad conceptual de la “Aristocracia” obrera, bien de su importancia a la hora de explicar por qué el seguidismo y paralización en las filas del proletariado, siembran en nuestra clase una nefasta división consigo misma. Porque, juntando a ambas en una categoría “analítica”, bajo hegemonía política e ideológica de la segunda sin duda, en lo que llaman “la clase trabajadora” o alternativamente pero con idéntico contenido conceptual en su boca “la clase obrera”, lo que practican estos señores es un razonamiento interclasista que disfraza y que intenta disolver el antagonismo entre el proletariado y los “trabajadores” en general. Maremagnum, ése de “los trabajadores” en abstracto, donde el proletariado queda perdido y a la deriva; disuelto por los negacionistas y por los líderes sindicales con vistas a retrasar su adopción de autonomía de clase. Separan así al proletariado de su auto-conciencia, de su auto-identificación.

“¡La Aristocracia obrera, una teoría sociológica…!”, se defienden los negacionistas de su importancia. Pues nada: hubo alguien que una vez escribió “Lenin filósofo”. A la vista de la trivialización que cometen, estos negacionistas o frivolizadores podrían escribir otra obra: “Lenin sociólogo”. No sé si estos señores se darán o no cuenta de la magnitud de la tragedia que representan, pero negando la existencia de la Aristocracia obrera están inextricablemente negando la existencia del imperialismo, porque una y otra esfera no se pueden separar, y se relacionan en una dialéctica de mutua reproducción. Deberían volver al ABC y mirar el mundo, aunque sea por una vez, con ojos internacionalistas y dejando a un lado el chovinismo auto-defensivo que profesan. Porque negar la existencia de la Aristocracia obrera es, al nivel de la época del imperialismo que padece de pleno, sin relatividad posicional ni contrapartida estructural de ningún tipo, el 90% de nuestra especie, exactamente la misma “postura” de toda la fauna “alternativa” que niega la existencia del proletariado…, sin reflexionar respecto de que implícitamente con ello están afirmando que el Capital, la otra dimensión en la dialéctica, no existe.

Ya se sabe que, entre las condiciones permisivas para la pervivencia de la Aristocracia obrera, una de ellas consiste en negar hasta la saciedad su existencia, igual que la burguesía burocrática de la URSS tenía que auto-desvanecerse constantemente tras la cortina de humo que tendía con la inexistencia de propiedad privada jurídica. Porque claro, hoy en el mundo, la no posesión de titularidad jurídica sobre Medios de Producción ni sobre Factores Productivos como petróleo, gas, opio, hierro, zinc, cobre…, ¿significaría que las plusvalías mundiales no “viajan” tendencialmente concentrándose en las cúspides de la cadena imperialista?. Vemos, en cambio, que allí -en estos contextos nacionales o Estatales dominantes-, las plusvalías se “distribuyen socialmente” vía salarial nominal hacia una capa de trabajadores (minoritaria casi siempre pero mayoritaria en imperialismos de Primer Orden como Alemania, Suecia, Islandia, USA…) que proviene del proletariado histórico pero que pertenece ya al campo del Capital y lo co-gestiona a través de su parcela de poder político (sindicatos y algunas líneas dentro de la socialdemocracia), siendo tan clase dominante como lo es la burguesía monopolista, sectores de la burguesía media con poder de presión nacionalista, etc., y compartiendo entre ellos su democracia común, con todas sus contradicciones en disputa, faltaba más.

Los proletarios, aunque la mayoría no sepa aún representársela con un claro referente conceptual y en toda su magnitud de espectro social, ni sepa aún pensarla científicamente en sus dimensiones concretas de relación antagonista frente al proletariado, sabemos perfectamente que la “Aristocracia” obrera existe. Sabemos perfectamente de dónde proceden sus condiciones materiales de existencia particulares. Y sabemos cómo nos jode la “vida” y nos hunde en la miseria esa existencia suya, a través de su participación en el Bloque de clase dominante que posee el poder político (con sus instituciones, sus estatutos especiales, sus sindicatos).

Y sabemos cada vez más proletarios, qué significan para nuestra clase sus sindicatos y sus grupos socialdemócratas que siembran la mistificación en las filas proletarias a fin de confundirnos, paralizarnos o engancharnos tras las disputas entre la Aristocracia obrera y sus socios/competidores dentro del Bloque político-institucional dominante, todo en nombre de “la unidad de los trabajadores y las trabajadores”. Todo ello en nombre de la Kautskysta “clase trabajadora”, invento conceptual de la socialdemocracia -ejercicio divisionista con el que se separa al proletariado respecto de ganar su auto-conciencia a la vez que éste es absorbido como carne de cañón “opinante” y “manifestante” en esa fuerza inter-clasista de “los trabajadores” para mayor beneficio de una clase de trabajadores: la Aristocracia obrera. En el socialismo, el proletariado ejerciendo su dictadura sabremos poner a esa clase del Imperialismo en su sitio.

Afirmar que la Aristocracia obrera no existe -o que se trata de una “especie social” residual o de importancia secundaria- es afirmar que la reproducción de las relaciones imperialistas de dominación no gira a través de una base material sustentadora, compleja y laboral, a la que dialécticamente el imperialismo sustenta… ¿Se sustentaría, entonces, en el Cielo y en las ideas?. Por eso será entonces que Marx, al emprender un rápido e inconcluso ejercicio genealógico de la socialdemocracia dentro de su obra sobre las luchas de clases en Francia (ejercicio cuya profundización y desarrollo sería interesante que nos planteáramos los comunistas), identifica la germinación de esa ideología sobre un suelo material concreto, en lugar de tratarla como producto de un maquiavelismo de los patrones capitalistas malos ávidos de manipular al proletariado comprando a “sus líderes” y con unos artefactos ideológicos y organizativos de diseño cocidos en la cueva de su conspiración (pseudo-explicación maquiavélica y politicista muy propia de anarquistas).

¿De qué suelo subyacente es reflejo la socialdemocracia?. Es decir: ¿de qué relaciones de clase, y entre qué clases, dentro de un contexto preciso de desarrollo estatal y de fuerzas económicas al calor y al fuelle del desarrollo de la producción, procede esa ideología?. ¿Será casualidad -”contingencia” al decir de los postmodernos- que ella nazca en Francia durante su llamado “Segundo Imperio”?. Francia: cuando el colonialismo navega viento en popa en ultramar; cuando está pudiendo ser edificada una administración estatal que se amplía en cientos de miles de efectivos y que será modelo para el Estado Español isabelino y a fortiori durante su “Restauración”; cuando está en pleno funcionamiento, bajo alimento de los grandes financieros y gracias al expolio de ultramar, la producción expansiva de monopolios fabriles estatales que procedían de aquellas “Factorías Reales” fundadas desde el siglo XVII; cuando al interior de territorio estatal la clase dominante de una nación oprime a otras naciones, y son acrecentadas las ganancias gracias a la super-explotación de normandos, bretones, gascones… quienes sufren así mismo la expropiación territorial para fines acumulativos mediante la ampliación de la industria lanera; cuando se atenaza en minas y fábricas al proletariado nacionalmente oprimido -la otra cara sobre la que esa explotación exacerbada puede cabalgar- del Sarre, el Ruhr y esos territorios se mantienen bajo ocupación militar garante de organizarles “la vida” encauzada a dar rentabilidad a los monopolios galos y a “prestar” Capital Circulante a bajo costo para procesos de producción y de despliege de infraestructuras en Francia; etc.

Entonces, en ese marco histórico y político-territorial, la burguesía productiva francesa dependiente de la Banca y de los financieros-negociantes colonialistas, la pequeña burguesía, los viejos potentados gremiales cercados por las leyes burguesas, y la Aristocracia obrera trabajadora en el Estado, que ha ido desarrollándose junto a los procesos citados, y también al sol y a la lluvia del centralismo administrativo francés, se miran a los ojos con expectativas de grandeza -de hacerse valer en la compleja maraña de lucha de clases analizada por Marx en esa obra suya-, y de sus fogosas relaciones triádicas nace la socialdemocracia.

Con vistas a prosperar en la escalada competitiva hacia las cumbres del poder político-institucional, esas clases no se bastan a sí mismas, así que van a presentarse engalanadas ante su base social potencial: el proletariado, el semi-proletariado y el artesanado dependiente de la pequeña burguesía dominante en lo que queda aún de la organización gremial. A las demandas clásicas de radicalismo demócrata, reflejo del ansia pequeñoburguesa por ver rotos los obstáculos que la alejan de posicionarse en cuotas y parcelas de poder político, se les dio un tinte “rojo” de demandas de derechos no sólo democrático-cívicos, sino derechos “sociales”.

A las incrustaciones utópicas pre-marxistas que dominaban el ideario de las sectas, sociedades secretas, ligas, círculos impregnados de misticismo, organizaciones y grupos socialistas, se les quebró la punta idealista “revolucionaria” rupturista con el orden político vigente, y se reemplazó por ideales democráticos de lograr encaje en el Estado capitalista y predominio en sus organismos jurídicos y decisorios. “Así nació la socialdemocracia”, afirma Marx. Sí: esa criatura monstruosa de la que dicen ciertos sectores de la “izquierda comunista” que fue proletaria y revolucionaria hasta nada menos que “su traición” (¿?) en 1914. Ya hemos visto: la Aristocracia obrera no existe… La socialdemocracia tampoco entonces, porque sin trasfondo productivo material no hay producto ideal.

2. BASES MATERIALES DE LA HEGEMONÍA IDEOLÓGICA ARISTOBRERA. LA CUESTIÓN DE LAS MASAS PROLETARIAS “ADYACENTES” Y SU SEGUIDISMO

He hablado de la génesis de esta (relativamente) nueva clase, haciendo un repaso somero a sus bases materiales: a) Nueva escala geo-demográfica en la división del trabajo social motivada por la determinación a depositar en el exterior capitales excesivos y Fuerzas Productivas ya no movilizables bajo los límites de la producción nacional o continental europea; b) “Exportación” de Fuerza de Trabajo sobrante y no integrable dentro de esos límites nacionales, y su colocación bien en la administración colonial, bien en ejército, vigilancia y represión, caso del lumpenproletariado y de ciertas capas proletarias más pauperizadas, convictos, condenados por una penalidad que en su reforma asume el destierro a colonias, etc.; c) Saqueo imperialista y Leyes objetivas fecundadas por el Modo de Producción en ese estadio de su desarrollo.

He repasado, así mismo, el espectro de clases pre-existentes en las que halló anclaje y nutriente (proletariado, vieja burocracia, pequeña burguesía “profesional liberal”).

He hablado también de la ideología socialdemócrata (y sindicalista a partir de cierto momento) en tanto que proyección racional, política y representativa de la “Aristocracia” obrera, siendo esta última clase su base socio-económica.

Y, sin embargo, ¿en qué fundamentar el extraordinario anclaje sociológico que ha alcanzado esta clase en su desarrollo bajo la evolución del capitalismo?. ¿Cómo explicar su relativa -pero nada desdeñable- “masificación”?. ¿Y su hegemonía ideológica entre el conjunto del proletariado sobre sus referentes, modelos de objetivos, ideales normativos, metodología de luchas, atribución de “responsabilidades” y planteamiento de “alternativas”, formas organizativas, protestas…?.

Se rebatirá esta tesis, aludiendo al desgaste sindical y el desentendimiento proletario, poco menos que deserción. Pero, tras el desenganche, ¿acaso no irrumpen con fuerza “nuevas alternativas” de relevo y de movilización, capitaneadas también por una “Aristocracia” obrera ella misma rebotada con aquellos sindicatos que, en su confortable instalación estatal, se han “descuidado” respecto de defenderla y han permanecido pasivos ante la erosión de su viejo beneficio, que había sido reportado por el negocio de acordar vía Convenios Colectivos (Neo-corporativismo) las condiciones de la explotación proletaria?.

Ello es así hasta el punto de que los sindicatos han cedido en “la representación de la clase trabajadora” poco menos que finiquitando los Convenios Colectivos (por ejemplo: pacto reductor de los Convenios Intersectoriales y Provinciales en favor de la “negociación directa” en cada empresa). Con ello han dado campo ancho a la retención de plusvalías por parte de la burguesía monopolista y al desfalco europeo del resto vía servidumbre de Estado, a cambio de adjudicarse contra-prestaciones particulares dadas a la estructura sindical y a las empresas con Capital sindical.

Eso si nos referimos al Estado Español, donde el desprestigio sindical está reflejando un contexto de debilidad relativa estatal en la Cadena imperialista; contexto que obliga a estrechar el abanico del campo político dominante, procediendo a la defenestración de socios o al menos a su “marcaje exhaustivo”, siendo esta expropiación de capacidad política y en el manejo de las plusvalías y su reparto, un proceso que la Aristocracia obrera nota en sus carnes (revuelo sindical ante la reforma de la Constitución franquista de 1978, denuncia del “fin de la democracia y de la soberanía nacional” supuestamente propiciado por tales cambios introducidos en “la Carta Magna”, etc.).

Y aun así hay que relativizar el alcance de este decaimiento de referente sindical, siendo que, sin ir más lejos, en Alemania los sindicatos gozan de excelente salud entre “la opinión pública” de la Aristocracia obrera e incluso entre amplias franjas proletarias, habiendo preservado una potencia que es reflejo de la potencia alemana en el ejercicio de su hegemonía política y económica con vistas a la concentración/ distribución nacional de plusvalías. De donde se obtiene y hay, se puede sacar, de modo que los sindicatos “juegan” con lastre en su negociación/lucha neo-corporativa frente a Patronal y Bundesrat.

Pero entonces, la respuesta cuyo desarrollo estamos ensayando nos remite a la pregunta. Porque, sin ir más lejos bajo el Estado Español, donde la cuantía de la Aristocracia obrera no deja de ser minoritaria entre el universo total de asalariados, ¿cómo se explica su preponderancia política e ideológica entre los asalariados proletarios, manifestada en concepto de mitología sobre “lo público” entendido como “de todos”; de mitología sobre la posibilidad de “democracia para todos, para toda la sociedad”; de la idoneidad de “una banca nacional, banca de todos”; de la posibilidad de “otro Estado” que “obrara para los de abajo” desde las mismas instituciones existentes hoy, pero gracias a una (vista muy improbable, eso sí) “regeneración política” que pusiera a “políticos honrados” en los puestos de Gobierno; mitología en torno a una supuesta “izquierda de verdad” potencialmente operativa desde el Parlamento o desde instituciones cualesquiera pertenecientes al viejo poder, y que estaría siendo imposturada por una pseudo-izquierda; ideal normativo del Estado del Bienestar; reclamas de “justicia” en la repartición social de esfuerzos para salir de “la crisis” y en pro de recobrar la salud “de la economía”; etc.?.

Los izquierdistas responderán que el proletariado está poco menos que hechizado bajo el brumoso y abrumador peso de “la ideología dominante”. Claro, pero, en todo caso, ¿cómo llega a producirse esta hegemonía de ideas?; ¿acaso a través del Imperio de las Ideas mismo?. ¿No sería ésta una explicación idealista?. ¿Cuál habría de ser la base material de tal Potencia?. ¿No es acogerse a una concepción baja, “más bien fea” e injusta, superficial, respecto de nuestra clase, el presumirle ser una pandilla de borregos caminando hacia las falsas luces prendidas, como el perro del granjero erre que erre trotando hacia el sol, al que no llega jamás?.

¿Es que los proletarios somos tan irracionales?. ¿No habría que pensar más bien en el seguidismo ideológico como un planteamiento fundamentalmente racional, apoyado en una relativa “identidad” de intereses inmediatos (aunque, hay que recalcarlo, no históricos u objetivos de clase para sí) provocadora de “cohesión social”?.

¿No residirá el secreto de esta misteriosa influencia, en su base material favorecedora y receptiva, compuesta por franjas intermedias proletarias, relativamente numerosas, que, sin ser Aristocracia obrera, sí reciben por el Capital retribuciones salariales directas o diferidas que juntas suman por encima de su participación en el proceso colectivo generatriz de Valor? (“trabajo social” en la precisa acepción marxiana). ¿O, no llegando a tanto en la mayoría de casos, al menos sí suman por encima del Valor de esa Fuerza de Trabajo proletaria (de su reproducción), aunque el Valor que ese trabajo objetivado aporta directa o indirectamente continúe excediendo a esas retribuciones?.

Y, en este sentido, la acusada y acelerada pendiente de desgaste a través de la que hoy desciende este substrato para la relativa “cohesión de identidad y referentes”, en Estados como el español y otros, ¿está traduciéndose en afloramientos de disidencia proletaria? (desidere: “sentarse o posicionarse en otro espacio”).

¿O brillan estos ideales de “Estado de todos”, “democracia para todos”, “cobertura y prestaciones”, “trabajo digno”, “comercio a precios justos”…, con especial candor y refulgir, justo ahora en que titilan especialmente escasos, lejanos, pálidos, selectivos, e irreales en resumidas cuentas, y por ello quizás si cabe más valorados, preciados, reivindicados, presidentes del horizonte divisable entre quienes ven retirárseles siquiera ese techo y ese muro defensivo?.

El hallarse precipitándose por la pendiente, ¿estimula espontáneamente a intentar elevarse por sobre tal pendiente?; ¿o la reacción está siendo la de agarrarse con las uñas buscando echarle el pie a alguna terraza llana para plantarse en ella, conservándose cuanto se pueda conservar?. Y entre tanto, cuando cortocircuíta el acicate esperanzador de “las oportunidades” para “el trabajador”, siendo devenida ya stravaganza y casi quimera la apetecida tradicional delicatessen de atravesar las puertas reservadas a los electi -del selecto club de la 1ª categoría laboral de las prebendas y los triunfos-, ¿esos modelos normativos humanos flaquean en su capacidad de convocatoria masiva a la lucha por preservarles en sus fuertes?.

¿O las cualidades que encarnan estos “trabajadores ideales y cubiertos de Gloria”, extrañas ya como el sol hiperbóreo, imantan a los secundones a librar lucha por su pervivencia, con tanto más atracción cuanto que el esclavo se enfurece contra los tiempos iconoclastas que le arrebatan su icono, su esperanza, la encarnación humana de “su derecho a progresar”, al tiempo que ellos mismos saben que, si se osa tocar a los trabajadores blindados, eso significa que mucho más van a caer ellos rodando de cabeza?. “La religión es el suspiro de la criatura en pena. […] El corazón de un mundo sin corazón” (Marx en: Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel).

El modelo alusivo a cómo unas direcciones, cúpulas, cuadros, enlaces… “sobornados” maniobran por la integración proletaria en el sistema, olvida la cuestión de la integración real de parcialidades proletarias en posiciones materiales provistas por ese sistema; colchón o “tierra de nadie” en la estructura social así susceptible de ser colonizada inmediatamente a posteriori por la lógica del campo capitalista, al menos mientras esta lógica continúa pudiendo re-afirmar esta existencia. O incluso prolongándose más allá de haber el Capital desencadenado incoherencia (por su propio desarrollo), en un fenómeno análogo al que nos brindan esas lagartijas de dos cerebros, que continúan vivas y coleando acéfalas no importa si han sido decapitadas por un niño travieso. Cerebro ideológico autónomo, sobreviviente al desfase adaptativo y provisor real que el Modo de Producción ya presenta en anchos espacios nacionales del mundo capitalista.

2. i. Concentración imperialista de la propiedad sobre capitales, disparidad entre valores monetarios y mengua del valor de la Fuerza de Trabajo bajo los países opresores (o incremento de la plusvalía relativa). Desviación de porciones de ésta en la configuración de un “plus-salario”.

La exportación imperialista de capitales fue concentrándose en industrializar la tierra, aportando “racionalización” a ésta: nuevas técnicas y procesos, instalación de aparataje de siembra, “unificación” de los espacios de cultivo, “socialización” de una labor campesina antes atomizada en cada micro-mundo parcelario, introducción de una división orgánica del trabajo, etc. Coetáneamente hallamos una concentración de la inversión en capitales pesados, con cuya aplicación extraer, “drenar” de geografías y de países, Factores de Producción colocables en la industria de medios y “bienes”. Hallamos, a su vez, una incipiente destinación de capitales físicos hacia la construcción industrial de base, y hacia el despliegue de redes de transporte y comunicación por donde poner a rodar la proletarización y el saqueo.

Pero paralelamente asistimos ya desde el principio a una instalación de tramos de producción global, empezándose sobre todo con medios y con procederes pre-capitalistas (caso de los telares en India: “Dominación formal del Capital” en Marx) y con tendencia a exportar métodos industriales y maquinaria, apertura de instalaciones… (“Dominación real del Capital” en Marx).

Esta segunda línea de “dislocación” de capitales excedentarios en procesos productivos cada vez más “troceados” y al tiempo sirviendo a un “reciclaje funcional” de capitales en nuevos procesos, en nuevos valores de uso buscando combatir así su propia saturación orgánica, no podía más que ir irradiando e intensificándose con “el tiempo” (con el sucederse de los Ciclos de acumulación capitalista), puesto que, al estar en su base contradictoria estimulante (y limitativa) el menor crecimiento marginal por unidad de Valor adicional invertida, el antídoto se busca en sembrar más proletarización, en obtener mayor masa de plusvalía, en abrir nuevos terrenos productivos, en acelerar la descomposición de procesos y la desconcentración de capitales espacial y procesual: giro de tuerca, en fin, a la inversión en Capital Constante y por ende a la saturación.

¿Qué significa, trasladada al nivel de la plusvalía relativa, esta línea evolutiva del Modo de Producción?. ¿Cómo se traduce en el afloramiento de posiciones objetivas contradictorias en la estructura clasista del proletariado internacional?. El proceso es el siguiente:

Esta territorialización de dinámicas y de operaciones, que corre de la mano de la expropiación, abre un abismo entre, por un lado, ubicación de los capitales operativos (o circulantes) y, por otro, ubicación de la propiedad; brecha que se ensancha y continúa ensanchándose en correlación al proceso de creciente concentración en la titularidad real de capitales. En el plano de los estándares de Valor, esto se traduce como: divorcio colosal entre el PIB de los países oprimidos y su Producto Nacional real (participación real nacional en el pastel de las plusvalías, en los gastos de inversión y en los gastos de mantenimiento rentabilizable). Como el dinero solamente representa alrededor del Valor real de propiedad sobre el PIB total, se trata de países cuyas monedas atesoran escaso valor relativo en sus correspondencias con “monedas fuertes”, y, por su parte, la jerarquía política de ordenación inherente a la Cadena imperialista y a sus “organismos y fondos internacionales”, interviniendo en definir las paridades en los mercados monetarios, es copiosa lluvia sobre mojado.

La consecuencia es un panorama internacional de “especialización por exportaciones” donde a las burguesías imperialistas les resulta barato (re)producir en condiciones a la Fuerza de Trabajo del imperialismo, puesto que el Valor de la Fuerza de Trabajo no es otro que la suma de las mercancías necesarias a su sustentación hábil para el trabajo. En otras palabras: la porción salarial sobre la jornada laboral total es muy breve, ya que a estas burguesías les cuesta poco tiempo extraer de la Fuerza de Trabajo un Valor igual a sí misma, medida en concepto de mercancías socialmente necesarias (alimento, textil, salud relativa pero de funcionalidad laboral suficiente, vacaciones…).

Se advertirá que, entonces, el proletariado bajo los países imperialistas está objetivamente muy explotado: el segmento temporal de plustrabajo es muy largo, así que la Tasa de explotación tiende a ser cuantiosa. Pero esta relación internacional -caracterizada por la disparidad entre valores importados y exportados (entre índices de producción y propiedad real sobre capitales y mercancías)- es precisamente la que permite, en una paradoja, pagar una especie de “plus-salario” a esa Fuerza de Trabajo cuyo Valor estrictu sensu ha podido ir deviniendo extraordinariamente abaratado por la producción imperialista (desarrollo histórico de la plusvalía relativa). Este proletariado concreto, cuya participación en dinámicas colectivas de valorización da unas plusvalías colosales de conjunto (siendo los procesos productivos capitalistas producción hecha social), está explotado (y mucho, matemáticamente), NO PUDIENDO SER CONFUNDIDO CON LA “ARISTOCRACIA” OBRERA.

Y, sin embargo, ingresa un sobre-salario (por encima de su valor; no del plusvalor que genera directa o indirectamente) que le adscribe a ser retaguardia del reformismo y de la “Aristocracia” obrera. ¿Por una cuestión de falsa consciencia?: no fundamentalmente. La propia “Aristocracia” obrera, con consciencia de sí, ha sabido nutrir, cuidar y cultivar a sus rebaños. Y eso lo ha podido hacer con mayor o menor holgura, eso sí, según la posición ocupada por uno u otro país en la Cadena imperialista, y así también obtiene la cosecha de dispar cohesión obrera si comparamos, por ejemplo, a Suecia y su flamante “socialismo sueco” con España.

La “vida” de esas capas proletarias colindantes con la “Aristocracia” obrera ha sido durante más de un siglo abastecida y diseñada materialmente. Al tiempo que el reflejo mecánico inmediato de esa cotidianeidad sobre la conciencia, iba propiciando que, estando cubiertos los parámetros pre-fijados, ese “estilo existencial” donde lo que aparecía fenoménicamente por “satisfactorio”, coincidía con lo que era posible satisfacer, se auto-loaba exultante como “calidad de vida”.

“Paralelamente” a este último proceso, podría emprenderse una interesante y fructuosa sociología de cómo el brazo sindical en el trípode del Neo-corporativismo ha ido concretando en “Compromisos sociales”, “Acuerdos intersectoriales”, etc., el desgranamiento de porciones de plusvalías a invertir hacia abajo, en simétrico vuelco al trayecto permisivo anterior (de abajo arriba). Mientras con la mano derecha concilia este movimiento a “los intereses de conjunto”.

Es decir, velando por no hacer, esta re-distribución, disfuncional a la salud presupuestaria y crediticia de esa Totalidad capitalista de la que en el fondo depende su propia financiación institucional-representativa. Así como la de la “Aristocracia” obrera por ellos representada. Y la destinada a nutrir a su esponjosa retaguardia de obreritos cosificados en tanto que tales por sus necesidades auto-reconocidas y en el fondo también mecánicamente objetivadas como pieza de clase acompasada al artilugio sistémico capitalista (“La burguesía no ve en el proletario más que al obrero”, Marx).

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Poderío empresarial de los sindicatos generador de empleos. Abuso y carga de sobre-trabajo a “compañeros” por parte de cuadros sindicales, enlaces, “liberados”… Oportunidades selectivas de “carrera interna” laboral repartidas según mayor o menor “filia” sindical. Oportunidades en activos de cotización sindical o directamente en filiales sindicales o en empresas de co-propiedad sindical. Co-participación bursátil.

Patrullado sindical sobre la plantilla de trabajo e iniciativa sindical directa en proceder a despidos que sirvan de “saneamiento” a la economía de empresa. Informes sindicales al despido exclusionistas de proletarios “disfuncionales” cuya vida extra-laboral (por ejemplo, participación en luchas no formateadas) “se revela incompatible” con su permanencia en la empresa.

Sectores de fuerte implantación propietaria sindical (como es el caso de la construcción con CC.OO y el pluri-empresario Toxo). Dualización contractual y de nuestra clase en base a manejo sindical selectivo sobre Fuerza de Trabajo entrante (con sus inextricables caras de “protección” y de precariedad): por ejemplo, 60% de los asalariados españoles que no llegan ni a mileuristas versus más de 60.000 asalariados sólo en Catalunya quienes cobran un promedio de 400.000 euros anuales, u, otro ejemplo, el caso de la construcción, donde un contingente de obreros, capataces, suboficiales… (mejor pagados y de mayoría “autóctona”, aunque no todos) mandan sobre la división del trabajo en el tajo y se contraponen a otro contingente de precarios (de mayoría migrante, aunque no todos) sobre quienes hay descarga de plustrabajo mientras tienen que arreglárselas con 600 euros al mes.

Definición negociada trilateral (Patronal-Gobierno-sindicatos) de marcos contractuales y así abastecimiento selectivo de sueldos aristobreros (pero también a franjas más allá) gracias a la concreción de las condiciones de explotación proletaria, etcéteras.

En fin, esa sociología a que me he referido, podría extenderse a cómo la “Aristocracia” obrera, a través de la labor hecha por los órganos de representación a su servicio (y que vehiculan sus intereses y contradicciones concretas dentro del bloque -o conjunción- general de clases dominantes), ha desplegado redes sociales para la re-conexión de franjas proletarias más o menos anchas con la “cohesión social”, y así el fomento de innegable cuotas de solidaridad orgánica sobre una base material probada y relativamente provisora, soporte por decenios del epifenómeno ideológico, que, no obstante, sobrevive en sí y por sí, suspendido en el aire, a la erosión de sus bases, tal y como los fantasmas del pasado siguen pesando como una pesadilla sobre el alma de los vivos.

La teoría marxista-leninista sobre el capitalismo de Estado y la construcción del Estado soviético

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Introducción

Para el movimiento comunista, la Historia no es un mero pasatiempo cultural ni un ejercicio intelectual que, desprovisto de todo análisis materialista y científico, sirve al analista para recabar datos inconexos y abstraídos de la realidad material. Bien al contrario, el materialismo histórico -que es la ciencia social revolucionaria aplicada al desarrollo de los diferentes modos de producción material y espiritual de la sociedad humana- nos sirve a los comunistas para dotarnos de las herramientas fundamentales con las que construir y perfeccionar la teoría revolucionaria, la que servirá de soporte para que la práctica pueda converger hacia la superación de toda sociedad clasista.

Uno de los objetivos prioritarios que nos hemos marcado desde este espacio de lucha y confrontación ideológicas -que busca contribuir a la conformación de una vanguardia marxista-leninista sólida que esté en condiciones de fusionarse con el movimiento proletario en esa unidad dialéctica y superior que es el Partido Comunista-, no es otro que el de elaborar análisis colectivos que tengan como leitmotiv realizar el imprescindible balance del Ciclo de Octubre, un balance que debe acometer la crítica revolucionaria tanto de las experiencias socialistas como de las distintas fases por las que ha pasado el Movimiento Comunista Internacional hasta la fecha.

En este sentido se enmarca nuestro primer documento de la serie de textos que elaboraremos sobre el balance de la construcción del socialismo y el Movimiento Comunista Internacional. Dicho documento está centrado en la visión marxista-leninista sobre el capitalismo de Estado y la construcción del Estado soviético. En él tratamos de fundamentar de forma breve y sencilla las bases políticas, sociales y económicas sobre las que tuvo que constituirse la primera República proletaria de la Historia. Pensamos que el mayor interés de este análisis radica, sobre todo, en que puede ofrecernos el sustrato material sobre el que luego se levantaría el Estado soviético, que tuvo que erigirse en medio de inconmensurables dificultades políticas y económicas y que, a la sazón, contribuyó a reforzar la línea errada determinista y economicista (sobre la que profundizaremos en este texto) que, finalmente, terminó por derrotar a la línea socialista en el seno del propio Estado, desalojando al proletariado del poder y restaurando el capitalismo en la URSS con el ascenso de la burguesía burocrática.

La visión marxista-leninista sobre el imperialismo y el

capitalismo monopolista de Estado

Cuando Lenin escribió su famoso libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, uno de los objetivos principales del gran maestro revolucionario fue desenmascarar al revisionismo como expresión ideológica, política y social de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía de los países imperialistas. El mismo Lenin, en su prólogo a las ediciones francesa y alemana del libro sobre el imperialismo, aseveró en el punto IV:

            «Hemos prestado en este libro una atención especial a la crítica del «kautskismo», esa corriente ideológica internacional representada en todos los países del mundo por los «teóricos más eminentes», por los jefes de la II Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria, Ramsay MacDonald y otros en Ingíaterra, Albert Thomas en Francia, etc., etc.) y por un número infinito de socialistas, de reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de clérigos.

                Esa corriente ideológica, de una parte, es el producto de la descomposición, de la putrefacción de la II Internacional y, de otra parte, es el fruto inevitable de la ideología de los pequeños burgueses, a quienes todo el ambiente los hace prisioneros de los prejuicios burgueses y democráticos».

El análisis de Lenin -que, como él mismo explica en el prólogo, se basó en diferentes materiales recogidos sobre el desarrollo económico del capitalismo en los países más desarrollados, además de en los análisis de economistas como Hilferding (antiguo «marxista», al decir de Lenin, y autor del libro El capital financiero, anterior a la obra del revolucionario ruso)- fue absolutamente revolucionario y sentó las bases teóricas para la comprensión de la nueva y última fase en que había entrado el capitalismo.

Para entender la relación entre el imperialismo y el capitalismo monopolista de Estado tal y como los caracterizara Lenin, antes es necesario entender el desarrollo económico capitalista que se produjo a finales del siglo XIX. Desde que el sistema capitalista se implantó en gran parte de Europa, América del norte y otras regiones del globo, el desarrollo de las fuerzas productivas alcanzó un grado de desarrollo nunca antes visto. La aplicación de la ciencia y la tecnología a la producción y la sobreexplotación del proletariado y los países coloniales fueron las fuerzas motrices que llevaron al capitalismo decimonónico, de libre concurrencia y con unidades productivas aún poco desarrolladas y concentradas, al modelo de capitalismo monopolista de Estado.

Como consecuencia de la concentración y la centralización de los medios de producción (producto, a su vez, del formidable desarrollo de las fuerzas productivas bajo el modo de producción capitalista), los capitales que, en el siglo XIX, pugnaban de forma más o menos libre, pasaron a conformar gigantescas organizaciones empresariales en forma de trusts o cárteles. Gracias a las necesidades crecientes de financiación de las grandes unidades productivas, la banca alcanzó también cotas de desarrollo no imaginadas hasta la fecha.  Lenin afirmó que «El incremento enorme de la industria y el proceso notablemente rápido de concentración de la producción en empresas cada vez más grandes constituyen una de las particularidades más características del capitalismo». Efectivamente, ese desarrollo formidable de la industria determinó la lógica concentración y centralización de capitales, que en ese momento comenzaron a fusionarse y a elevarse a la categoría de auténticos monopolios. Fue en ese momento cuando el capitalismo monopolista irrumpía en la escena histórica para enterrar, de una vez y para siempre, al capitalismo de libre concurrencia que se había desarrollado tiempo atrás. Las sociedades anónimas, los trusts y la alianza entre la gran industria y la banca conformaron esa nueva realidad que ya Hilferding denominó «capital financiero». La oligarquía financiera, hija del capitalismo más desarrollado, era la genuina expresión de los intereses fusionados de las grandes empresas industriales y los bancos y grupos de inversión que, cada con mayor intensidad y con mejor organización, comenzaron a determinar el curso de toda la economía mundial y de los diferentes países a nivel social y político.

Pero Lenin, como el mejor exponente en su época del marxismo revolucionario y en constante lucha ideológica y política contra el revisionismo, entendió que ese capitalismo monopolista no podía funcionar sin el manto y la dirección de su Estado. Así, el capitalismo monopolista de Estado era el producto lógico del grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Era, además de «la antesala del socialismo», el poder de los monopolios financieros protegidos por el Estado burgués, que en ese momento pasaba a ser fundamentalmente el Estado del capital financiero en comandita con otras fracciones de la clase dominante (como la aristocracia obrera o la burguesía no monopolista). La máquina estatal pasaba ahora a gestionar y defender los intereses de la oligarquía financiera, una oligarquía que solo pudo levantarse por el saqueo y «el reparto del mundo por las grandes potencias».  La construcción del capitalismo monopolista de Estado fue posible gracias a la conquista y el dominio brutal de un puñado de potencias imperialistas sobre el conjunto de los países sojuzgados del planeta. Pero, en realidad, este proceso de internacionalización del capital no fue creado por el sistema capitalista en su fase imperialista, sino que, en plena época de colonización durante los siglos XV, XVI y XVII, fue inaugurado por lo que Marx denominó «la acumulación originaria de capital», basada en la conquista, el expolio colonial y la esclavitud.

La principal novedad que introdujo el imperialismo con respecto al capitalismo en su fase colonial primigenia fue la exportación de capitales. Es decir, ahora las colonias no solo servían como fuentes de extracción de materias primas para las metrópolis, sino que los países dominantes utilizaban a los países oprimidos para que estos importaran capitales provenientes de la oligarquía financiera de los países imperialistas.

«El imperialismo es la fase monopolista del capitalismo», decía Lenin. Pero el revolucionario ruso también dejó bien claro que lo característico del imperialismo, con respecto al colonialismo del primer capitalismo, era el carácter definitivo del reparto del globo por las grandes potencias carroñeras. Este carácter fue luego combatido y distorsionado por revisionistas de la talla de Kautsky o Hilferding, quienes adujeron que el imperialismo cambiaba constantemente los actores dominantes y dominados. Lenin, haciendo uso de su gran capacidad para deslindar lo verdadero de lo falso, respondió que ese reparto era definitivo por cuanto que, si bien los territorios y sus recursos podían cambiar de amos imperialistas, ya no quedaba ningún lugar del planeta en ser integrado al circuito mundial del imperialismo.

El imperialismo, que Lenin definió a la perfección en su gran obra, fue denominada la última fase del capitalismo. ¿Por qué la última? Porque ciertamente era el último peldaño que el desarrollo capitalista podía alcanzar hasta que se construyera el socialismo. Ya no había vuelta atrás, el capital monopolista era el nuevo amo y señor absoluto de los países más desarrollados.

En definitiva, fue Lenin quien sistematizó por primera vez una visión científica y revolucionaria sobre la última y más desarrollada fase del capitalismo, la del capitalismo monopolista de Estado y su fase imperialista. A partir de entonces, el comunismo sentó las bases teóricas y políticas para determinar de forma científica que la era del imperialismo implicaba, independientemente de los periodos económicos, políticos o sociales, la era de la Revolución proletaria. El propio sistema capitalista, gracias a la división internacional del trabajo y a su formidable desarrollo mundial de las fuerzas productivas, había sentado las bases objetivas para la necesidad y la inevitabilidad de la Revolución socialista.

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Caracterización socio-económica marxista-leninista de la Rusia zarista

En base a los datos extraídos del censo zarista de 1897 y del Comité Central de Estadística de Rusia de 1907, Lenin llegó a elaborar un sistemático estudio de la composición clasista de la sociedad y del desarrollo económico de la Rusia zarista. Centrándose en el análisis de la composición social del Imperio ruso a finales del siglo XIX y principios del XX, Lenin estableció la siguiente distribución social por clases sociales:

En primer lugar, el estudio cuantificaba a la gran burguesía rusa en 3 millones de individuos (es decir, un 2,39% del total de la población). Esta gran burguesía estaba formada por aquellos capitalistas que vivían exclusivamente de la reproducción ampliada del capital, incluyendo a la burguesía campesina que empleaba a más de tres proletarios, a los terratenientes o a los altos cargos civiles y militares del Estado zarista.

En segundo lugar, Lenin contabilizaba en 23.100.000 (un 18,39%) a los miembros de la burguesía media. Este sector de la burguesía estaba compuesto, en su mayor parte, por propietarios acomodados del campo que explotaban a entre 1 y 3 obreros. Además, la burguesía media incluía a cargos medios del aparato estatal zarista y a la intelectualidad burguesa.

En tercer lugar, estaba la pequeña burguesía, que en el Imperio ruso agrupaba a alrededor de 35.800.000 personas (esto es, un 28,50% del total de la población). La pequeña burguesía rusa estaba constituida por campesinos pobres que cultivaban parcelas entre 5,4625 y 16,3875 hectáreas, además de por comerciantes de las grandes ciudades.

En cuarto lugar, Lenin determinó en 41.700.000 (33,20%) el número de elementos semiproletarios. Este sector social agrupaba a aquellos braceros y jornaleros que simultaneaban y/o alternaban el trabajo asalariado con el cultivo de su propia y minúscula parcela.

En quinto y último lugar, se encontraba la clase estrictamente proletaria. Los proletarios sumaban en ese momento un total de 22 millones de personas (un 17,52% del total de la sociedad). Estaban constituidos por todos aquellos individuos que dependían para sobrevivir de la venta de su fuerza de trabajo, incluyendo tanto a proletarios fabriles como a obreros rurales. También se calculaba en aproximadamente 500 mil el número de lúmpenes en todo el territorio ruso. Según determinó E. E. Kruze en La situación de la clase obrera de Rusia en 1900-194, el número total de obreros fabriles, ferroviarios y mineros apenas sobrepasaba los 3 millones, lo que da una idea del carácter predominante del proletariado agrícola y de las zonas rurales.

Haciendo una interpretación de los datos apuntados más arriba, podemos decir que, en la Rusia de principios del siglo XX, el grupo social más importante lo formaban los semiproletarios, esos elementos a caballo entre la pequeña burguesía y el proletariado. En segundo lugar por orden de importancia numérica, había que contar a la pequeña burguesía. Posteriormente, la mediana burguesía era la siguiente capa social más importante cuantitativamente. En penúltimo lugar venía el proletariado que, por sí mismo, no llegaba ni al 20% del total de la población. Por último, la gran burguesía apenas si constituía un 3% de la sociedad rusa.

Estos datos, que Lenin supo sintetizar e interpretar magistralmente para su propósito de analizar el desarrollo capitalista de Rusia y combatir el corpus teórico del populismo, son fundamentales a la hora de analizar la composición de clases de la sociedad rusa de la época.  Primeramente, estos datos demostraban la abrumadora importancia del campo frente a la ciudad en una Rusia, ya plenamente capitalista, pero aún con estructuras semifeudales. Además, dejaba clara cuál era la posición numérica del proletariado, en franca minoría con respecto al campesinado pobre, a la pequeña burguesía urbana y a los elementos semiproletarios. Esta estructura social, como bien supo ver Lenin, determinaba un proceso revolucionario de acumulación de fuerzas diferente al de los países con un capitalismo más desarrollado, como Gran Bretaña, Alemania o Francia. A partir del análisis de la composición de la sociedad rusa, Lenin supo ver que, en el Estado ruso, la dictadura del proletariado no podía forjarse si no contaba con la gigantesca masa del campesinado pobre. La comprensión de esta fenómeno tuvo una importancia capital para Lenin. Tanto es así, que sus primeros escritos, que se centraron en las disputas que mantuvo con los naródniks, defendieron con ímpetu la tesis sobre la necesidad del desarrollo capitalista en Rusia.

En relación a la caracterización económica que Lenin hizo de la Rusia zarista, en primer lugar este se esforzó por desmontar cada uno de los lugares comunes de los economistas populistas en distintas cuestiones: la división social del trabajo, el crecimiento de la población industrial a expensas de la población agrícola o la ruina de los pequeños productores rurales. Efectivamente, el revolucionario ruso pudo, en función del análisis marxista de la realidad concreta, demostrar que en Rusia estaba acentuándose el proceso de la formación de un mercado interior para la gran industria.

Además, otro de los rasgos que estaban perfilándose con cada vez mayor vigor en la estructura socio-económica de la Rusia zarista, fue el de la diferenciación del campesinado. En base a los datos que Lenin recogió sobre los zemstvos de provincias como Samara, Sarátov, Orel o Vorónezh, quedó sobradamente demostrado que los terratenientes, por un lado, evolucionaban de la economía de la «prestación personal» a la economía capitalista; por otro lado, una masa de campesinos comenzaba su proceso de declive, hasta el punto de que muchos de ellos pasaban a engrosar las listas de los proletarios del campo.

En El desarrollo del capitalismo en Rusia, Lenin llegó a demostrar que la Rusia zarista, a pesar de mantener un atraso social y económico importante con respecto a las potencias capitalistas de la Europa occidental, ya había desarrollado a principios del siglo XX la infraestructura capitalista necesaria para posibilitar un proceso de acumulación de capital propio. Como consecuencia de esto, en Rusia convivieron distintas formas económicas existentes que formaban un conglomerado extremadamente complejo. Así, Lenin estableció las distintas formas económicas que iban a convivir inevitablemente en la Rusia revolucionaria: economía campesina patriarcal natural, pequeña producción agrícola mercantil, capitalismo privado, capitalismo de Estado y, finalmente, socialismo. De estas cincas formas económicas, obviamente, la única que no podía desarrollarse en la época zarista era la socialista, que se configuró plenamente cuando la NEP fue superada y el Estado soviético pudo encaminarse a la construcción del socialismo en la URSS.

Bases económicas de la construcción del socialismo en la

Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas

La forma en que penetró y se difundió la teoría revolucionaria en Rusia estuvo condicionada por las peculiares condiciones de atraso social y económico de la Rusia zarista.

Centrándonos en primer lugar en la agricultura, hay que comenzar la exposición con un principio básico de la economía de la Rusia de la época -que condicionaría el desarrollo económico y la construcción política del nuevo Estado soviético-, que no es otro que el de la primacía y el atraso de la agricultura rusa. Ya hemos visto que la población campesina era absolutamente mayoritaria en la Rusia autocrática. Por sectores económicos, la agricultura era con diferencia la actividad productiva que más peso ejercía sobre el conjunto del PIB del Imperio ruso. Por otro lado, a pesar de que en 1861 se había abolido formalmente la servidumbre en el campo, las relaciones semifeudales siguieron teniendo una importancia considerable en las zonas rurales del vasto Imperio ruso. Es más, incluso con el desarrollo del capitalismo rural que Lenin analizó en sus primeros escritos, las relaciones semifeudales entre terratenientes y campesinos siguieron siendo la forma económica mayoritaria en el campo ruso. En el aspecto técnico, la agricultura aún adolecía de serias carencias y atrasos, sobre todo en relación a un insuficiente desarrollo de la productividad por falta de maquinaria y por una mano de obra poco cualificada y sobreexplotada.

Este atraso de la agricultura condicionó en gran medida el desarrollo del proyecto político revolucionario de los bolcheviques. Desde que el proletariado y su Partido de nuevo tipo tomaran el poder en Rusia, muy pronto comenzó a asomar la cabeza el problema fundamental de una Revolución proletaria inserta en una economía mayoritariamente campesina. Así, Lenin ya dejó sentadas, al iniciarse la construcción del Estado soviético, las tareas elementales de un proletariado revolucionario comprometido con una realidad social de mayoría campesina:

                «Nosotros los bolcheviques ayudaremos al campesinado a superar las consignas pequeño-burguesas, a realizar la transición a los lemas socialistas lo más rápida y fácilmente posible» (Obras completas, vol. 33, p. 398).

Superando el discurso eserita, según el cual el «programa agrario» podía llevarse a cabo sin necesidad de derrocar el sistema capitalista, el Partido bolchevique fue capaz de sellar la imprescindible alianza obrero-campesina (una alianza que Trotsky jamás entendió ni asumió) al tiempo que levantaba el primer Estado obrero de la historia. El 18-31 de enero de 1918, el tercer Congreso de Soviets de toda Rusia estableció en la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado los dos grandes vectores de la política agraria bolchevique: por un lado, el Congreso declaró que «queda abolida la propiedad privada de la tierra»; por otro lado, se determinó que «las fincas y las explotaciones agrícolas modelo se declaran de propiedad nacional».

Ahora bien, este proceso de expropiación de la tierra no estuvo exento de dificultades y contradicciones. Hoy sabemos que el proceso de incautación de la tierra fue mucho más ordenado en las provincias más cercanas a Moscú y Petrogrado. En los distritos más distantes, sin embargo, las expropiaciones fueron en gran medida caóticas y carentes de organización. El «comunismo de guerra» (que a Lenin le gustaba mucho entrecomillar) fue la expresión lógica y desorganizada de estas incautaciones de tierras. Esta política fue luego corregida por la NEP, que, si bien supuso un retroceso temporal con concesiones al capital, fue el escalón indispensable para hacer posible la construcción del socialismo. La NEP fue esencial para frenar la «rebeldía del campo contra la ciudad», en una situación en la que había escasez de mercancías que los campesinos necesitaban comprar y en el que, además, los elementos del campesinado rico tenían suficientes reservas de dinero, por lo que no se veían forzados a vender sus mercancías.

En lo que respecta a la industria que el Partido bolchevique se encontró con la conformación del poder obrero y pequeño-campesino, hay que decir que, a pesar de que Rusia era un país eminentemente campesino, ya a principios del siglo XX presentaba una industria pesada de considerable importancia a nivel europeo. El tejido industrial ruso fue conformado gracias a las inversiones del capital europeo (fundamentalmente del francés y el alemán), contando para ello con el apoyo directo del Estado zarista. Los sectores industriales que más destacaban eran la industria sidero-metalúrgica, la textil, la petrolera y la azucarera.

Cinco fueron las medidas que Lenin propuso instaurar para asegurar el control obrero: la nacionalización de los trusts industriales y comerciales más importantes; el establecimiento de monopolios estatales; la abolición del secreto comercial; la unificación obligatoria de las pequeñas empresas; y, por último, la «regulación del consumo» a través del sistema de racionamiento equitativo y eficaz. En cuanto a las dificultades de ese control obrero, muy pronto se iba a manifestar un problema crucial para la construcción del socialismo: el de la dirección del control obrero por parte del Congreso Central de los Soviets y de su comité ejecutivo, o por parte de los soviets de las fábricas y los comités de talleres. Si el primer elemento tenía un peso desproporcionado, aparecía el peligro de restar participación directa a los obreros en el proceso productivo. Pero, si eran los soviets de fábricas o los comités de talleres los encargados de dirigir el control obrero, este podía entrar en conflicto con la planificación estatal y con cualquier política proletaria destinada a suprimir el carácter capitalista de la producción. No es extraño que Lozovski, portavoz de los sindicatos, declarara durante el debate en el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia que «es necesario establecer una reserva, de un modo absolutamente claro y categórico, para que los obreros de cada empresa no saquen la impresión de que esta les pertenece». Al final, esta dualidad pudo resolverse con la planificación democrática de la producción con la construcción del socialismo.

En el caso de la industria, la Revolución bolchevique decretó, aludiendo al control obrero, el 5-18 de diciembre la «regulación planificada de la economía nacional». Para ello, se constituyó el Consejo Superior de Economía Nacional, cuyo propósito era «la organización de la actividad económica de la nación y de los recursos financieros del gobierno».

En el folleto «¿Conservarán los bolcheviques el poder del Estado?», Lenin había declarado que «la dificultad principal de la revolución proletaria estriba en la realización a escala nacional de la contabilidad más escrupulosa y el control más preciso, del control obrero, sobre la producción y distribución de los productos». Dejando a un lado ahora el aspecto marcadamente economicista del planteamiento de Lenin (que luego pasaremos por el rodillo de la crítica en el último epígrafe), el análisis del líder revolucionario refleja a la perfección el problema de contar con equipos de técnicos y contables que supiesen organizar y planificar la producción. Teniendo en cuenta el atraso del proletariado ruso, esta carencia fue uno de los factores que propició el aumento de la importancia de antiguos técnicos y gerentes vinculados al aparato zarista y a los antiguos propietarios de fábricas. En este sentido, tras el breve periodo de «comunismo de guerra» en la industria (que, obviamente, fue menos intenso que en el campo), la NEP propició que muchos antiguos patronos y gerentes continuaran haciendo funcionar sus empresas bajo el control del Estado proletario.

Así, tras la producción industrial desorganizada del «comunismo de guerra», el poder soviético colaboró con algunos patronos que tenían la intención de tomar una producción metódica y ordenada. Según recoge la Gran Enciclopedia Soviética, tanto en el Comité Económico del Soviet de Moscú como en el primer Consejo de la Economía Nacional de Jarkov, hubo representantes directos de los patronos. De hecho, V. P. Miliutin declaró que el 70% de las nacionalizaciones de este periodo se debieron a que los patronos rechazaban el control obrero o declaraban directamente lock-outs patronales. En todo caso, nuevamente el atraso de la economía rusa coadyuvó en la necesidad temporal de contar con elementos capitalistas fiscalizados por el Estado proletario.

Sobre el comercio y la distribución, hay que decir que en la Rusia zarista estos sectores estaban aún poco desarrollados, al menos en comparación con los países de Europa occidental. Una de las primeras medidas económicas que tomó el poder proletario fue decretar el monopolio sobre el comercio exterior. Así, el Consejo Supremo de Economía Nacional estableció, el 5-18 de diciembre de 1917, los principios de controles de exportación e importación. Más adelante (a finales de diciembre de 1918), el Consejo de Comisarios del Pueblo prohibió la posibilidad de exportar o importar sin contar con licencias. Pero, si bien el comercio exterior fue completamente nacionalizado, teniendo en cuenta que una buena parte de la producción y la distribución de mercancías dependía aún del capital privado, el Estado soviético necesitaba contar todavía con las cooperativas y empresas privadas, que operaban a base de comisiones.

El primer gran debate sobre la naturaleza del comercio en la Rusia soviética se produjo en el primer Congreso de Consejos de Economía Nacional de toda Rusia, en mayo de 1918. En este congreso se plantearon dos dificultades esenciales sobre el comercio y el cambio entre la ciudad y el campo. Por un lado, existía el problema de la quiebra del aparato de distribución originada por la desaparición de algunos de los encargados que habían administrado el comercio de la Rusia autocrática. Por otro lado, había una evidente dificultad monetaria, según la cual los precios oficiales determinados por el Estado para productos como el grano quedaban desenfocados por una inflación provocada por la emisión creciente de papel moneda.

El factor determinante que propició el cambio de rumbo abierto por la NEP, en el campo del comercio y la distribución, fue la compleja e ineficaz organización de la primera distribución por parte del poder soviético. El Estado se encontró muy pronto con que apenas tenía existencias disponibles de los productos básicos que quería administrar y controlar, por lo que estos pronto comenzaron a escasear de forma muy preocupante en las ciudades. Lenin comprendió desde el principio que, ya que el mercado controlado por capitalistas privados era el único realmente desarrollado, el Estado tenía que activar de nuevo el flujo de mercancías para abastecer a las ciudades. El instrumento fundamental para llevar a cabo este propósito fue el de las cooperativas de consumo, que se transformaron en herramientas fundamentales de la política soviética de distribución.

Por último, sobre las finanzas cabe decir que la Rusia autocrática ya contaba con una banca suficientemente desarrollada, en gran medida animada por las inversiones de capitales franco-alemanas y fortalecida por el apoyo del Estado. Básicamente, los comunistas del Estado ruso basaron su política financiera con anterioridad a la Revolución de Octubre en la nacionalización de la banca y la anulación de las deudas del viejo Estado.

La importancia económica que la banca tenía para Lenin se demuestra en el análisis que el mismo hizo sobre las causas de la derrota de la Comuna de París. Según el líder bolchevique, uno de los factores que precipitaron el fracaso de la primera experiencia de poder proletario tuvo que ver con el hecho de que los revolucionarios no se apoderaran de los grandes bancos. El mismo Lenin declaró:

            «Sin los grandes bancos el socialismo sería irrealizable. Los grandes bancos son «el aparato estatal» que nos es necesario para la realización del socialismo y que tomamos del capitalismo ya hecho… Un único banco estatal (lo mayor posible) con una rama en cada distrito, en cada fábrica, constituye ya las nueve décimas partes de una organización socialista». Obras completas, tomo 21, p. 260.

Si bien fueron considerables los problemas a los que tuvo que hacer frente el recién creado Estado soviético en materia financiera, la política financiera planteó menos problemas futuros para la construcción del socialismo que la relativa a la agricultura o la industria. En cualquier caso, pronto el nuevo poder soviético aprendió, en base a su corta pero compleja experiencia económica, a administrar de forma discrecional el nivel de oferta monetaria y la política a seguir para reactivar la economía de toda la Unión.

Lenin y el capitalismo de Estado proletario

El capitalismo de Estado es un concepto fundamental para el marxismo-leninismo. Ya explicamos en el primer epígrafe el sentido que Lenin dio al capitalismo monopolista de Estado. Lo que es sin duda infinitamente más desconocido, no solo para el «público» en general sino para el grueso de los comunistas, es el análisis que el revolucionario ruso acometió en relación al capitalismo de Estado y el nuevo Estado proletario.

Lenin entendió que el capitalismo de Estado en la Rusia soviética era un aliado, temporal pero imprescindible, en la construcción del nuevo orden económico socialista. A diferencia del capitalismo de Estado que existía en los países en los que el poder residía en la burguesía, el nuevo capitalismo de Estado que se desarrolló en la República Socialista Federal Soviética de Rusia debía consistir, temporalmente y hasta que las condiciones económicas permitieran prescindir de tal «alianza», en un sistema que permitiese a determinados capitalistas poseer y gestionar sus empresas, aunque siempre bajo la supervisión y la planificación general del Estado obrero vía Consejo Superior de Economía Nacional.     

Este punto, debido al desconocimiento general que existe sobre el asunto en el seno de la vanguardia comunista, debe ir necesariamente acompañado de una mayor cantidad de citas explicativas sobre la cuestión, pues no existe nadie mejor que el mismo Lenin para explicar un asunto de extraordinaria complejidad y relevancia para la primeriza Rusia soviética. (La negrita que aparece en determinados fragmentos es nuestra, precisamente para remarcar los elementos más destacados de la compleja teoría de Lenin sobre el capitalismo de Estado en el marco del nuevo poder soviético.)

Lo primero que hizo Lenin fue plantear abiertamente la cuestión al resto de camaradas y al conjunto de las masas trabajadoras del Estado soviético:

            «El capitalismo de Estado, tal como lo hemos implantado en nuestro país, es un capitalismo de Estado peculiar. No corresponde al concepto habitual del capitalismo de Estado. Tenemos en nuestras manos todos los puestos de mando, tenemos en nuestras manos la tierra, que pertenece al Estado. Esto es muy importante, aunque nuestros enemigos presentan la cosa como si no significara nada. No es cierto. El hecho de que la tierra pertenezca al Estado tiene extraordinaria importancia y, además, gran sentido práctico en el aspecto económico. Esto lo hemos logrado, y debo manifestar que toda nuestra actividad ulterior debe desarrollarse solo dentro de ese marco. Hemos conseguido ya que nuestros campesinos estén satisfechos y que la industria y el comercio se reanimen. He dicho antes que nuestro capitalismo de Estado se diferencia del capitalismo de Estado, comprendido literalmente, en que el Estado proletario tiene en sus manos no solo la tierra, sino también las ramas más importantes de la industria. Ante todo, hemos entregado en arriendo solo cierta parte de la industria pequeña y media; todo lo demás queda en nuestras manos. Por lo que se refiere al comercio, quiero destacar aún que tratamos de crear, y estamos creando ya, sociedades mixtas, es decir, sociedades en las que una parte del capital pertenece a capitalistas privados -por cierto, extranjeros- y la otra parte nos pertenece a nosotros. Primero, de esa manera aprendemos a comerciar, cosa que nos hace mucha falta, y, segundo, tenemos siempre la posibilidad de cerrar esas sociedades, si así lo creemos necesario. De modo que, por decirlo así, no arriesgamos nada. En cambio, aprendemos del capitalista privado y observamos cómo podemos elevarnos y qué errores cometemos. Me parece que puedo limitarme a cuanto queda dicho».

(«Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial. Informe pronunciado ante el IV Congreso de la Internacional Comunista, el 13 de noviembre de 1922», Pravda, número 258, 15 de noviembre de 1922. Obras completas, tomo 40, pp. 296-7).

Como podemos ver, Lenin aclara que el capitalismo de Estado de la Rusia soviética de la época es un capitalismo de Estado «peculiar». Y lo es porque ese capitalismo no se desarrolla, como en cualquier país en el que la burguesía tiene el poder, sin el control directo de los proletarios organizados en su nuevo Estado. En cuanto al aspecto del comercio al que alude el revolucionario ruso, deja muy claro que en la Rusia bolchevique existen en ese momento las «sociedades mixtas». Esto explica lo que ya comentamos en el epígrafe anterior: ante la debilidad y el atraso de las fuerzas productivas rusas, el Estado proletario se ve impelido a determinadas concesiones para con capitalistas privados (sobre todo -aunque no solo, como dice Lenin- extranjeros).

En sus Obras completas, tomo 22, p. 487, podemos leer lo siguiente:

            «Hasta que la vanguardia de los obreros aprenda a manejar decenas de millones, no serán aún socialistas ni creadores de la sociedad socialista y no adquirirán la necesaria experiencia de organización. El camino hacia esta es largo, y las tareas de la construcción socialista exigen un trabajo persistente y prolongado y la correspondiente experiencia de que carecemos aún en gran medida. Incluso la generación que nos sigue inmediatamente, mejor desarrollada que nosotros, apenas podrá llevar a efecto la plena transición al socialismo».

Si bien Lenin vuelve a reducir la cuestión de la construcción del socialismo al aspecto puramente organizativo, técnico o administrativo, el maestro bolchevique vuelve a demostrar y a dejar claro al Partido y al conjunto de las masas laboriosas de Rusia que el socialismo no puede construirse «por decreto» en un país en que las fuerzas productivas aún están insuficientemente desarrolladas. Anteriormente a esta cita, Vladimir Ilich Ulianov ya había declarado cuál era el trasfondo del asunto:

            «No se trata aquí del capitalismo de Estado en pugna contra el socialismo, sino de la pequeña burguesía más el capitalismo comercial privado, luchando juntos como un solo hombre contra el capitalismo de Estado y contra el socialismo». Obras completas, tomo 22, p. 481.

Profundizando aún más en la cuestión, Lenin vuelve a declarar en el mismo escrito:

            «A juicio mío, no ha habido una sola persona que, al ocuparse de la economía de Rusia, haya negado el carácter transitorio de esa economía. Ningún economista ha negado tampoco, a mi parecer, que la expresión República Socialista Soviética significa la decisión del Poder soviético de llevar a cabo la transición al socialismo; mas en modo alguno el reconocimiento de que el nuevo régimen económico es socialista».

En primer lugar, para el proletariado soviético de la época, que ya ha destrozado la máquina estatal burguesa y ha levantado su propio instrumento de opresión sobre los explotadores, no se trata de luchar contra el capitalismo de Estado, sino de desbrozar el camino para el desarrollo de las fuerzas productivas contra los obstáculos que ponen en el camino la pequeña burguesía y el capitalismo comercial privado. En segundo lugar, Lenin deja nuevamente muy clara su particular interpretación según la cual, en las condiciones peculiares socio-económicas de la Rusia revolucionaria, la transición no es del capitalismo al comunismo, sino del capitalismo al socialismo (entendiendo erróneamente que hay un modo de producción específico y distinto del capitalista o el comunista) bajo el manto del nuevo Estado de los obreros y pequeños campesinos:

                «No «implantación» del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Soviets de diputados obreros». Extraído de «Las tareas del proletariado en la presente revolución».

Prosiguiendo con el análisis del revolucionario ruso, en «Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial. Informe pronunciado ante el IV Congreso de la Internacional Comunista, el 13 de noviembre de 1922», Pravda, número 258, 15 de noviembre de 1922 (Obras completas, tomo 40, pp. 296-7), Lenin vuelve a reflexionar sobre la cuestión de la forma tan incisiva que le caracterizaba:

                «Así pues, en 1918 yo sostenía la opinión de que el capitalismo de Estado constituía un paso adelante en comparación con la situación económica existente entonces en la República Soviética. Eso parecerá muy raro, y puede que hasta absurdo, pues nuestra República era ya entonces una República socialista; entonces adoptábamos cada día con el mayor apresuramiento -quizás con un apresuramiento excesivo- diversas medidas económicas nuevas, que no podían calificarse más de que de medidas socialistas. Y, sin embargo, pensaba que el capitalismo de Estado suponía un paso adelante comparado con aquella situación económica de la República Soviética y explicaba más adelante esta idea, enumerando simplemente los elementos del régimen económico de Rusia. Estos elementos era, a mi juicio, los siguientes; «1) la forma patriarcal de agricultura, es decir, la más primitiva; 2) la pequeña producción mercantil (en ella se incluye la mayoría de los campesinos que venden cereales); 3) el capitalismo privado; 4) el capitalismo de Estado, y 5) el socialismo». Todos estos elementos existían a la sazón en Rusia. Entonces me planteé la tarea de explicar las relaciones que existían entre esos elementos y si no sería oportuno considerar que uno de los elementos no socialistas, a saber, el capitalismo de Estado, es superior al socialismo. Repito: a todos les parece muy raro que un elemento no socialista sea apreciado en más y considerado superior al socialismo en una república que se proclama socialista. Pero comprenderán la cuestión si recuerdan que nosotros no considerábamos, ni mucho menos, el régimen económico de Rusia como algo homogéneo y altamente desarrollado, sino que teníamos plena conciencia de que, al lado de la forma socialista, existía en Rusia la agricultura patriarcal, es decir, la forma más primitiva de agricultura. ¿Qué papel podía desempeñar el capitalismo de Estado en semejante situación?

Luego me preguntaba: ¿cuál de estos elementos es el predominante? Es claro que en un ambiente pequeñoburgués el elemento pequeñoburgués. Comprendía que este elemento era el predominante; era imposible pensar de otro modo. La pregunta que me hice entonces (se trataba de una polémica especial que no guarda relación con el problema presente) fue esta: ¿qué actitud adoptamos ante el capitalismo de Estado? Y me respondía: el capitalismo de Estado, aunque no es una forma socialista, sería para nosotros y para Rusia una forma más ventajosa que la presente. ¿Qué significa esto? Significa que nosotros no sobrestimábamos ni las formas embrionarias ni los principios de la economía socialista, a pesar de que habíamos hecho ya la revolución social; por el contrario, entonces reconocíamos ya, en cierto modo: sí, habría sido mejor implantar antes el capitalismo de Estado y después, el socialismo.

Debo subrayar particularmente este aspecto de la cuestión porque considero que solo partiendo de él es posible, primero, explicar qué representa la actual política económica y, segundo, sacar de ello deducciones prácticas muy importantes también para la Internacional Comunista».

Vemos que el capitalismo de Estado en el marco del poder proletario es, para Lenin, un paso adelante en comparación con la situación económica existente en la Rusia de la época. Es más, aunque el capitalismo de Estado no es una «forma socialista», representa para el proletariado y el pequeño campesinado de Rusia una forma más ventajosa que el atraso de la economía soviética. Por último, Vladimir Ilich Ulianov, con la vocación internacionalista que siempre le caracterizó hasta el fin de sus días, termina extrayendo una lección de vital importancia para el Movimiento Comunista Internacional y, en concreto, para aquellos países en que el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas obligue al proletariado a implementar una línea similar a la soviética con respecto al capitalismo de Estado proletario.

Profundizando aún más en la cuestión, el líder bolchevique vuelve a argumentar:

                «La libertad de comercio implica libertad para el capitalismo, pero, a la vez, una nueva forma del mismo. Y lo hacemos sin ningún rebozo. Se trata del capitalismo de Estado. Ahora bien, el capitalismo de Estado en una sociedad en la que el poder pertenece al capital y el capitalismo de Estado en un Estado proletario son dos conceptos distintos. En un Estado capitalista, el capitalismo de Estado significa que es reconocido y controlado por el Estado en beneficio de la burguesía y contra el proletariado. En el Estado proletario se hace eso mismo en beneficio de la clase obrera con el fin de mantenernos frente a la burguesía, todavía fuerte, y combatirla. De suyo se comprende que debemos otorgar concesiones a la burguesía extranjera, al capital extranjero. Sin la menor desnacionalización entregamos minas, bosques y yacimientos de petróleo a capitalistas extranjeros para recibir de ellos artículos industriales, máquinas, etc., y, por lo tanto, restablecer nuestra propia industria.

Como es natural, en la cuestión del capitalismo de Estado no todos hemos tenido el mismo criterio desde el primer momento. Pero a este respecto hemos podido comprobar con gran alegría que nuestros campesinos se desarrollan, que han comprendido plenamente el significado histórico de la lucha que estamos desplegando en estos momentos. Campesinos muy sencillos de los lugares más remotos han llegado hasta nosotros y nos han dicho: «¿Cómo? ¿Hemos arrojado a nuestros capitalistas, que hablan en ruso, para que ahora vengan capitalistas extranjeros?». ¿Acaso esto no indica el desarrollo que han alcanzado nuestros campesinos? A un obrero orientado en el sentido económico no es preciso explicarle por qué esto es necesario. Estamos tan arruinados por los siete años de guerra que el restablecimiento de nuestra industria requiere muchos años. Tenemos que pagar por nuestro atraso, por nuestra debilidad, por lo que ahora estamos aprendiendo, por lo que debemos aprender. Quien desea estudiar, debe pagar por la enseñanza. Debemos explicar esto a todos y cada uno, y si lo hacemos ver de una manera práctica, las grandes masas de campesinos y de obreros estarán de acuerdo con nosotros, pues, siguiendo ese camino, mejorará de inmediato su situación, ya que esto permitirá restablecer nuestra industria. ¿Qué nos mueve a hacer esto? No estamos solos en nuestro planeta. Existimos en medio de un sistema de Estados capitalistas… Por un lado, están las colonias, pero no pueden ayudarnos aún; y por otro lado están los países capitalistas, pero son enemigos nuestros. Resulta un cierto equilibrio, claro que muy malo. Pero, con todo, debemos tener en cuenta este hecho. No debemos perder de vista este hecho si queremos subsistir. O victoria inmediata sobre toda la burguesía, o pago de un tributo.

Reconocemos con toda franqueza y no ocultamos que, en el sistema del capitalismo de Estado, el arrendamiento de empresas en régimen de concesión implica un tributo al capitalismo. Pero ganaremos tiempo, y ganar tiempo significa ganarlo todo, sobre todo en una época de equilibrio, cuando nuestro nuestros camaradas del extranjero preparan a fondo su revolución. Y cuanto más a fondo la preparen, más segura será la victoria. Pero, mientras tanto, tendremos que pagar un tributo».

(«Informe sobre la táctica del PC de Rusia. 5 de julio de 1921», Obras completas, tomo 44, p. 34).

Este es sin duda uno de los fragmentos referidos al tema de mayor enjundia de los escritos por el revolucionario. Primeramente, Lenin, sabedor de que introduce en el ámbito del Partido y el Estado soviéticos un concepto inusual y muy audaz en la época (de ahí su alusión a la diversidad de criterios en el seno de la vanguardia bolchevique con respecto a la cuestión), aclara que no es lo mismo el capitalismo de Estado en un Estado proletario que en un Estado burgués. Esto deberían recordarlo hoy todos aquellos revisionistas que, desvirtuando de forma vil las enseñanzas de Lenin, olvidan que el capitalismo de Estado: a) solo debe ser utilizado por el proletariado cuando ha destruido previamente, y de forma completa, el aparato estatal burgués, algo completamente ajeno a las tesis revisionistas sobre la gestión del capitalismo de Estado desde el marco de un Estado burgués; y b) solamente tiene sentido en aquellos países en los que las fuerzas productivas no están desarrolladas de forma suficiente para conformar el nuevo orden económico del socialismo.

Por último, en el último párrafo Lenin reconoce abiertamente que el capitalismo de Estado proletario es un tributo que el proletariado y el pequeño campesinado deben pagar para garantizar el fortalecimiento del Estado proletario. Finalmente, la reflexión concluye con una exhortación indirecta al Movimiento Comunista Internacional para que acudan en «auxilio» de la Rusia revolucionaria, es decir, para que en los países imperialistas más importantes el proletariado revolucionario construya el socialismo. Esta tesis leniniana, que en nada se parece a la contrarrevolucionaria tesis trotskista de la imposibilidad del triunfo del socialismo en un país o un grupo de países, pone el acento en la necesidad de que la Revolución estalle en Francia, Gran Bretaña o Alemania para que la Rusia soviética pueda avanzar más rápido en lo que Lenin interpreta como tránsito al socialismo. Así, en su «Informe sobre la sustitución del sistema de contingentación por el impuesto en especie. 15 de marzo de 1921» (Obras completas, tomo 47, pp. 67-69), Lenin sostiene:

                «[…] Mientras no estalle la revolución en otros países, deberemos ir saliendo del presente estado en unos cuantos decenios […] Pero no es posible sostener el poder proletario en un país increíblemente arruinado, con un gigantesco predominio de los campesinos igualmente arruinados, sin ayuda del capital, por la que, lógicamente, cobrará intereses desorbitados […] dado que la revolución internacional se retarda, no será posible -no lo será desde el punto de vista económico- sostener en Rusia el poder del proletariado. Esto hay que comprenderlo con claridad y, en modo alguno, temer hablar de ello».

En definitiva, Lenin legó unas enseñanzas muy valiosas para el conjunto del proletariado y el movimiento revolucionario internacional en una cuestión que -repetimos- ha sido y sigue siendo desconocida y/o tergiversada por la mayoría de comunistas en la actualidad. La realidad del capitalismo de Estado proletario que obligó a teorizar a Lenin de una forma profunda y arriesgada, no es algo que los revolucionarios pudieran elegir o desechar como si fuera un producto del supermercado (esta era la visión infantil y reduccionista del izquierdismo de la Rusia soviética con sus «oposiciones obreras» y sus «grupos de trabajadores»). Al contrario, era una realidad ineludible para el Estado revolucionario sobre la que se debía hilar muy fino para no errar en el camino al socialismo. Por tanto, se comprende que Lenin, en 1922, hablara de una situación «sin precedentes» en la historia revolucionaria del proletariado hasta la fecha:

                «Es una situación sin precedentes en la historia: el proletariado, la vanguardia revolucionaria, tiene poder político absolutamente suficiente, y a su lado existe el capitalismo de Estado. El quid de la cuestión consiste en que nosotros comprendamos que este es el capitalismo que podemos y debemos admitir, que podemos y debemos encajar en un marco, ya que este capitalismo es necesario para la extensa masa campesina y para el capital privado, el cual debe comerciar de manera que satisfaga las necesidades de los campesinos».

3

Epílogo: sobre desarrollo de fuerzas productivas, ideología revolucionaria y revisionismo

Para investigar a fondo las fuerzas motrices y las causas que provocaron el origen y el  desarrollo del revisionismo en la URSS, consideramos fundamental el trabajo que previamente hemos realizado sobre las bases materiales en que surgieron la teoría revolucionaria del proletariado de Rusia y la línea del Partido Comunista de toda la Unión (Bolchevique). Pero es imprescindible penetrar aún más con el bisturí del materialismo histórico, y seguir profundizando en el fenómeno que más importancia reviste para el devenir del Movimiento Comunista Internacional: el del triunfo del revisionismo en el seno del primer Estado proletario del mundo y, como consecuencia de esto, en el conjunto del movimiento revolucionario internacional.

Desde Revolución o Barbarie consideramos que los análisis y estudios más importantes sobre el extinto ciclo de Octubre están aún por hacer. No somos ni nos consideramos pioneros en el trabajo teórico de estudio de nuestro movimiento, del materialismo histórico aplicado a los propios comunistas y nuestra historia (pues ya otros camaradas iniciaron esta tarea en el Estado español, como el Partido Comunista Revolucionario del Estado español, el Colectivo Fénix, la Juventud Comunista de Zamora, el MAI o, más recientemente, los camaradas agrupados en torno al espacio Revolución Proletaria), pero sí entendemos que uno de los pilares más importantes de nuestra labor de lucha ideológica es el del trazado profundo y pormenorizado de la crítica marxista a la primera y más importante experiencia política y social del proletariado revolucionario, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Ya hemos analizado el contexto social y económico en que el Estado proletario se construye en territorio soviético. Hemos visto cómo las condiciones sociales y económicas de atraso relativo de la Rusia zarista condicionaron en buena medida el desarrollo del movimiento comunista de Rusia, del bolchevismo. Si no partiéramos de estas bases, nuestro análisis resultaría erróneo e incompleto, precisamente por no estudiar los fenómenos históricos y políticos teniendo como variables fundamentales el desarrollo del modo de producción imperante y las pugnas entre clases. Pero esto no basta, por eso es fundamental acometer también el estudio histórico de las pugnas entre líneas que se dieron en la República soviética. Por este motivo hemos considerado que los dos vectores fundamentales para entender el origen del revisionismo en la URSS tienen que ver con el desarrollo de las fuerzas productivas en la Rusia capitalista y la forma en que penetra y se desarrolla la teoría revolucionaria en el seno de la vanguardia comunista de Rusia.

El desarrollo del marxismo en Rusia estuvo determinado básicamente por dos variables de orden socio-económico e ideológico. En el orden social y económico, como ya hemos analizado previamente, el movimiento comunista tuvo que hacer frente a dos problemas interrelacionados. En primer lugar, construyó su armazón teórico con la lectura del pensamiento revolucionario de Marx y Engels aplicado a las peculiares condiciones rusas. En segundo lugar, los revolucionarios del antiguo Imperio ruso, con el genio político de Lenin como punta de lanza, tuvieron que emprender la construcción del socialismo en un país de mayoría abrumadoramente campesina y con un atraso social importante con respecto a los países de Europa occidental. En este sentido, Lenin dejó claro muy pronto a todos sus camaradas y al conjunto del proletariado de Rusia que, en ese país, la Revolución proletaria era más fácil de organizar, pero, al mismo tiempo, la construcción del socialismo era una tarea mucho más compleja y laboriosa, debido fundamentalmente al insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas rusas.

En cuanto a las variables ideológicas que condicionaron el desarrollo de la teoría revolucionaria en Rusia, antes de nada hay que tener en cuenta que el marxismo no es un compartimento estanco, no es un producto teórico revolucionario aislado de la sociedad de clases en que se inserta, sino que en su seno se reproducen, a escala teórica, las divisiones y contradicciones que corroen a la sociedad burguesa en su infraestructura. El marxismo, aunque es la única praxis revolucionaria y su teoría la única realmente interesada en entender el mundo para transformarlo, alberga en su seno también las condiciones para su desnaturalización, pues la línea revolucionaria y la línea oportunista (la de la burguesía infiltrada en el movimiento obrero) pugnan constantemente por imponerse la una sobre la otra. De hecho, hasta que no se realiza plenamente el socialismo, es decir, hasta que no se implanta el comunismo y se extingue toda forma de dominación de unos seres humanos sobre otros, la teoría revolucionaria del proletariado es siempre susceptible de ser contagiada por el virus del revisionismo, la ideología burguesa disfrazada de proletaria que no desaparece definitivamente hasta que no desaparecen de manera efectiva las clases sociales.

Dicho esto, el nefasto legado del revisionista Kautsky creó un marco que, de forma inconsciente y por las limitaciones inevitables del ciclo revolucionario de Octubre, fue utilizado también por el marxismo en Rusia. Recordemos que el nervio fundamental del marxismo kautskiano fue el determinismo economicista, una interpretación rígida y mecánica del marxismo completamente ajena al materialismo dialéctico. Kautksy sobrestimaba el papel que Marx y Engels concedieron al desarrollo de las fuerzas productivas, pervirtiendo la teoría revolucionaria marxista (que afirmaba que, sin acción revolucionaria consciente, el socialismo jamás llegaría) e ignorando la idea de la Revolución como un salto cualitativo, como una ruptura radical con el aparato de dominación burgués.

Es indudable que el aparato teórico kautskiano fue criticado y refutado por Lenin de manera brillante en diversos escritos (teniendo su punto culminante en la obra La revolución proletaria y el renegado Kautsky), pero el revolucionario ruso en particular y el bolchevismo en general no fueron completamente ajenos al influjo del revisionismo kautskiano. Recordemos que la tendencia bolchevique creció en el seno del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, un partido adherido a la II Internacional kaustkiana. El gran acierto del bolchevismo, que formaliza su separación con el kautskismo ruso en 1905, fue liquidar los presupuestos básicos del evolucionismo determinista, rompiendo tanto con el economicismo como con el menchevismo. Lenin fue el primer gran revolucionario de la época del imperialismo que, siguiendo a Marx y Engels, fue capaz de volar en mil pedazos el mito kautskiano de la estatalización de los medios de producción como sinónimo de socialismo. Y es que el revolucionario ruso supo entender de forma correcta que las relaciones de producción no se reducen a la titularidad jurídica de los medios de producción.

Sin embargo, el mismo Lenin adoleció de errores en su línea que tenían que ver tanto con el desarrollo insuficiente de las fuerzas productivas rusas como con la línea revisionista que en cierta medida heredó de Kautsky. Si bien Engels ya alertó sobre el hecho de que, mientras persistiera la división social del trabajo, la estructura de la sociedad seguiría siendo clasista, Lenin no fue totalmente ajeno al determinismo economicista y desarrolló posiciones que hacían determinadas concesiones al análisis kaustkiano. En El Estado y la revolución, Lenin dio a entender que la desaparición de la división social del trabajo se produciría gracias al desarrollo de las fuerzas productivas. Esto provocó que el líder revolucionario sobrevalorara el papel de las fuerzas productivas, del aspecto técnico, en detrimento del desarrollo de la teoría revolucionaria y de la hegemonía de la ideología proletaria en constante crítica y superación del revisionismo, una amenaza siempre latente en el seno del movimiento obrero y comunista de cualquier país que ha iniciado la senda del comunismo.

Cuando la República Soviética Federal Socialista Rusa aún no había dado paso a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Lenin popularizó su famosa ecuación «Soviets+Electrificación=Socialismo». Esta célebre identidad leniniana es el mejor exponente de la complejidad de la construcción del socialismo en la URSS y la influencia del revisionismo en la teoría revolucionaria.

Por un lado, ya hemos visto cómo Lenin fue pionero en su país y en el mundo al demostrar que, en un país atrasado, las relaciones sociales capitalistas podían seguir existiendo a pesar de la dirección y la guía del Estado proletario. El capitalismo de Estado en un Estado proletario ejemplificaba a la perfección las dificultades objetivas con que debía contar irremediablemente el proletariado en su obra revolucionaria. Es más, si bien anteriormente Lenin había hablado, siguiendo los pasos de Marx, de una transición del capitalismo al comunismo, ahora era consciente de que también era posible que el Estado proletario evolucionara del capitalismo al socialismo. Y es que en un país donde era necesario un desarrollo formidable de las fuerzas productivas desde el punto de vista capitalista, el Estado no podía ser socialista aunque existiera el nuevo poder proletario. El revolucionario ruso también insistió mucho en la idea de que no se puede socializar una economía que en buena medida está compuesta por pequeñas empresas y campesinado pobre. En este sentido, la electrificación y el desarrollo económico capitalista (bajo el control del Estado obrero) eran elementos indispensables para lograr la construcción de una nueva economía fundada sobre bases socialistas.

Pero, por otro lado, y ello a pesar de que la identidad de Lenin incluía en su primer miembro a los Soviets, la mayor parte de los trabajos teóricos y del esfuerzo político de Lenin en ese periodo estuvieron centrados en el aspecto económico, en la cuestión del necesario desarrollo  de las fuerzas productivas, provocando de esta manera una infravaloración del elemento consciente y del papel activo de las masas explotadas en su rol histórico de revolucionar las relaciones sociales. Esto no fue un error que Lenin pudiera prever y evitar, pues el Estado revolucionario del proletariado y el campesinado pobre de Rusia se levantó en un momento en que las premisas ideológicas y políticas del movimiento comunista tenían limitaciones inevitables. Estas limitaciones tenían como base la falta de experiencia a la hora de construir el nuevo poder proletario, además de las condiciones de atraso y cerco en que se implantó el socialismo en la URSS.

En todo caso, lo que parece claro al analizar de forma científica las relaciones entre fuerzas productivas, revisionismo y teoría revolucionaria en la Rusia autocrática y revolucionaria, es que el Estado proletario y el socialismo no fueron liquidados en Rusia por obra y gracia de una camarilla revisionista que, de la noche a la mañana y sin estar inserta en una línea política y unas relaciones de producción determinadas, se apoderó del Estado soviético y lo destruyó desde sus entrañas. Esta explicación es superficial y ajena al materialismo histórico, por cuanto se limita a señalar con el dedo a los elementos revisionistas del Partido y el Estado soviéticos, sin entrar a analizar el trasfondo social, económico, político e ideológico que posibilitó el crecimiento y la victoria definitiva de la línea revisionista sobre el Movimiento Comunista Internacional en general y el Estado soviético en particular.

Hasta la fecha, las dos grandes revoluciones del siglo XX (la soviética y la china) han sacudido los cimientos de países capitalistas con un nivel de atraso social y económico importante. Esto es lógico, teniendo en cuenta la visión leniniana sobre la teoría del eslabón más débil de la cadena imperialista. Pero también es cierto que este hecho del atraso semifeudal ruso y chino, que supuso una gran ventaja para organizar las dos grandes ondas expansivas de la Revolución proletaria internacional, sentó las bases materiales para el debilitamiento progresivo de ambas revoluciones.

En este sentido, la Revolución bolchevique, con Lenin a la cabeza, fue pionera en el tratamiento y desarrollo de un capitalismo de Estado pilotado por el proletariado, que supuso un elemento indispensable para la construcción del socialismo en un país pequeñoburgués y semifeudal como la Rusia autocrática, pero que al mismo tiempo abonó el terreno para el surgimiento y la proliferación de una serie de elementos, tanto en el interior del Partido como del Estado, los cuales, habiendo tenido la oportunidad de manifestar su poder en el breve pero importante periodo de la NEP (fase de retirada, como la definió Lenin, imprescindible para reactivar la economía y asegurar la vital alianza entre el proletariado y el campesinado pobre), llegaron a tener un papel preponderante tras la llegada de Jhruschov a la dirección de la URSS, provocando una simbiosis estrecha entre gerentes de empresas estatales y dirigentes revisionistas del Partido y el Estado; simbiosis que, como hemos comentado más arriba, tuvo su fase embrionaria durante el periodo de la NEP y que supuso, de hecho, la definitiva liquidación del socialismo y la restauración del capitalismo en la sociedad soviética.

Lenin mismo había advertido de este peligro al criticar duramente el funcionamiento primigenio del aparato estatal soviético, que era, en gran medida, el del Estado zarista pero bañado en rojo. Entre otras cosas, el atraso de la sociedad rusa se manifestó en la carencia importante de obreros formados en las tareas de gestión de empresas y control del Estado, lo que supuso que muy pronto se hicieran concesiones a algunos antiguos gerentes y capitalistas. Es verdad que la influencia de estos elementos desapareció a medida que se sentaron las bases para la construcción del socialismo a mediados de los 20, pero este factor demostró lo que ya el líder bolchevique había sostenido en ese periodo: que en Rusia, por ser un país atrasado, era mucho más fácil organizar la Revolución que en Alemania o Francia; pero que, al mismo tiempo, la obra de construcción del socialismo debía ser necesariamente más laboriosa y con más peligros por esa situación de atraso.

En última instancia, el error fundamental -fruto de las limitaciones objetivas y subjetivas que hemos señalado previamente- del movimiento comunista de la época de Lenin y Stalin, tuvo que ver con una concepción revolucionaria que no fue consciente de la necesidad de mantener una lucha tenaz y constante entre la línea revolucionaria y la línea burguesa en el seno del mismo movimiento comunista. Las limitaciones de las que el revolucionario ruso no pudo desprenderse en su cosmovisión revolucionaria tomaron nuevo cuerpo, amplificadas y adaptadas a la nueva época de consolidación del socialismo en la URSS, en el desarrollo teórico de la obra de Stalin, quien consagró el principio revisionista y extraño al marxismo de la existencia de clases sociales no antagónicas y de división social del trabajo sin existencia de sociedad clasista. Esta línea errada fue la que, tras el triunfo definitivo del revisionismo sobre la vanguardia comunista de la URSS, fagocitó por completo el espíritu revolucionario del marxismo-leninismo y lo manoseó de forma vil para justificar la coexistencia pacífica con el imperialismo, la restauración del capitalismo de la mano de la burguesía burocrática y la defunción de toda visión revolucionaria sobre la abolición de la sociedad de clases y la extinción del Estado proletario.

Revolución o Barbarie