Ante las elecciones al Parlament de Catalunya: ¡Boicot!

En castellano:

27-S, o cuando la voluntad popular deja paso al vil mercadeo

Tras varios meses de pugna inter-burguesa, la fracción de la clase dominante catalana que encabeza a día de hoy el procés, ha decidido llamar a las urnas al pueblo catalán, en una descarada muestra de que entre democracia y mercadeo parlamentario, ha optado de manera prístina por lo segundo. El Movimiento por la Reconstitución, ante esta nueva convocatoria, y en línea con lo que se ha expresado en anteriores ocasiones, llama al boicot ante esta nueva farsa electoral burguesa, como no podía ser de otra manera. Sin embargo, nuestro posicionamiento al respecto es, por fuerza, cualitativamente distinto al que mostramos ante las pasadas elecciones de mayo, en parte porque viene precedido por la audaz postura que esgrimimos ante el referéndum del pasado 9 de noviembre. Así pues, se antoja necesario que nos retrotraigamos un poco y comencemos con una breve retrospectiva, en busca de que se observe mejor la coherencia de nuestras argumentaciones, tanto pasadas como presentes.

9-N: dos caminos, un mismo objetivo

Como decíamos, nuestro posicionamiento ante el referéndum del 9 de noviembre se pudo considerar audaz, máxime considerando el estado del movimiento “comunista” en el Estado español. Este, que yace como un lánguido cuerpo a la espera de que la historia vuelva simplemente hacia atrás en busca de glorias pasadas, se halla además ensimismado en su particular escolástica; dado que no comprende la relación entre los términos que utiliza y el espíritu que hace ya tiempo los creó, sus posicionamientos van siempre a remolque de una u otra fracción de la burguesía. Uno de los muchos, muchísimos términos que nuestros revisionistas repiten cual cacatúa, intentando que su mera pronunciación haga que broten por arte de magia los posicionamientos políticos que lo encumbraron, es el del derecho a la autodeterminación. Mentado casi siempre, en el mejor de los casos, como la solución al problema nacional presente en el Estado español, dicho término ha ido anquilosándose, convirtiéndose en una manida frase hecha que nada por sí sola puede resolver. Lógico, pues, que en ese vacío ideológico campen a sus anchas tanto el nacionalismo de la nación opresora como el de la nación oprimida, ambos cerrando el paso al genuino espíritu internacionalista en la cuestión.

Desde el Movimiento por la Reconstitución, sin embargo, siempre hemos interpretado el derecho a la autodeterminación como parte indisoluble de una unidad dialéctica, donde operan tanto la cuestión democrática y la lucha contra toda opresión, como el espíritu universal de la clase de los explotados. Al igual que sucede con la propia constitución del Partido Comunista, donde vanguardia y masas se aúnan de manera dialéctica para desplegar el potencial revolucionario de la humanidad explotada, solo la síntesis de la democracia con el internacionalismo permite acometer con garantías el correcto tratamiento de la cuestión nacional. El resultado de la ausencia de uno de los dos elementos salta a la vista no solo hoy en día, sino también a nivel histórico, pues las posturas de los distintos destacamentos revisionistas sobre la cuestión nacional no son en absoluto novedosas: cada una de ellas no es más que la expresión actual de dos esquemas presentes hace ya más de un siglo, y contra las que el naciente partido bolchevique desarrolló su lucha de dos líneas. Por aquel entonces, una parte de la socialdemocracia dictó la imposibilidad de la independencia factual de cualquier nueva nación devenida en Estado, dada su inclusión en el amplio organigrama imperialista global; es decir, basándose en la división internacional del trabajo a escala mundial, se negó de antemano la independencia política de cualquier nuevo Estado, y por tanto se denigró la posibilidad de acción del proletariado revolucionario en pos de eliminar la opresión nacional: en una especie de reverso oscuro de la inevitabilidad del socialismo, se aducía que, debido a que la tendencia intrínseca del imperialismo era, supuestamente, conformar Estados cada vez más grandes y por tanto se caminaba hacia la disolución de las naciones, resultaba inútil dedicar esfuerzos a una cuestión cuya solución vendría dada a través del propio desenvolvimiento del sistema capitalista. Así, no solo se desdeñaba la utilización del elemento democrático para intentar aliviar la cuestión nacional, sino que se negaba la posibilidad de separación política, lo que evidentemente alimentaba el nacionalismo de nación opresora. Frente a esta visión se encontraba su contraria, representada principalmente por la escuela austríaca (Bauer y cía.): aquí, la nación dejaba de ser un elemento de la propia época burguesa y pasaba a convertirse en verdadero adagio de la humanidad universal, presente en toda época y lugar; de esta manera, se eternizaba dicha conformación social también bajo el socialismo, donde el proletariado cogería las riendas de una formación aún imperfecta para desarrollarla en toda su potencialidad, perpetuando sine die la segregación del ser humano a través de fronteras y trabas auto-impuestas.

Frente a ambas idealizaciones, tanto la del imperialismo como simple trituradora de cuerpos nacionales de menor entidad, como la de la nación como única muestra posible de socialización humana, la línea internacionalista defendida por el partido bolchevique mostró que el proletariado, a través de la defensa del derecho a la autodeterminación e igualdad de todas las naciones, puede minimizar y atenuar los choques y desconfianzas nacionales, permitiendo así la implementación práctica de la unidad internacionalista del proletariado en su lucha revolucionaria, la cual ha de allanar el camino hacia la fusión y disolución de las naciones en humanidad emancipada en el Comunismo. Esa es la postura que intentó explicitar el Movimiento por la Reconstitución ante el 9-N, aunque quizás sea necesario que insistamos algo más: tal y como propugnaba Lenin, el derecho a la autodeterminación necesita además, para desplegarse en toda su potencialidad, de una división funcional del trabajo internacionalista entre los proletarios de la nación opresora y los de la nación oprimida. Así, mientras que desde las organizaciones procedentes de la nación opresora se ha de realizar agitación a favor de la libertad de separación, desde la nación oprimida se ha de hacer hincapié en la libertad de unión. Solo desde esta perspectiva se puede entender que se pidiese el voto para el Sí-Sí desde las organizaciones radicadas principalmente en la nación opresora, pero se declarase libertad de voto desde la organización presente en tierras catalanas, Balanç i Revolució. Ambos caminos eran diferentes, pero el objetivo seguía siendo el mismo: poner en pie de nuevo el internacionalismo proletario genuino con el objetivo de posicionarse contra toda opresión y aliviar las tensiones nacionalistas entre la clase obrera de las diferentes naciones, cuya tarea histórica concreta sigue siendo a día de hoy la de reconstituir el Partido Comunista en todo el Estado español, para destruir el mismo mediante la Guerra Popular, estrategia militar de esa clase universal que es el proletariado.

¡Contexto, más contexto, siempre contexto!

Sin embargo, dicha lucha contra la opresión y las desconfianzas nacionales no se produce nunca en un vacío, entendido este por partida doble: ni en cuanto al momento histórico en que puede tener lugar, ni en cuanto a las formas que esa lucha puede revestir. Ya se expusieron en su momento ambos condicionantes, pero no está de más
volver a incidir en ellos, para contar con una perspectiva más completa. En cuanto al momento histórico en que nos encontramos, entendemos que nos hallamos inmersos en un período de interregno entre dos ciclos revolucionarios, con todo lo que ello conlleva: ante la ausencia de horizonte emancipatorio, su lugar ha sido ocupado por todo tipo de opciones burguesas, entre las que se incluye muy poderosamente el nacionalismo. Por esa razón, y mientras el incipiente movimiento por la reconstitución del Partido Comunista no sea capaz de erigirse como actor político de primer orden y pueda generar sus propias dinámicas que contraponer a este nuevo auge de los movimientos nacionalistas, consideramos que lo prioritario es incidir en el aspecto democrático como atenuante de la cuestión nacional. En cuanto al Estado español en particular, era evidente que la opción que más en contra se posicionaba del statu quo actual, y por tanto la que más potencial disgregador tenía respecto de los mecanismos de encuadramiento burgués, era sin duda alguna la del voto afirmativo respecto a la independencia de Catalunya, no sólo porque el mismo implicaba educar a nuestra clase en el desprecio a las fronteras estatales establecidas por la burguesía; sino porque además la participación en la consulta favorecía imbuir de odio en la legalidad vigente al proletariado, dado el carácter ilegal de la consulta del 9 de Noviembre: una doble educación (contra las fronteras y contra el orden legal) necesaria para el proletariado catalán… y para el proletariado español. Pues partiendo de que un pueblo que oprime a otro no puede ser libre, éste último necesita sacudirse de su insensibilidad, cuando no complacencia (apuntalada en la fría hegemonía del revisionismo), respecto de la opresión nacional, para fundirse con los proletarios del resto de naciones. Por otra parte, y respecto las formas políticas que pueda adoptar un movimiento nacionalista (y por tanto burgués por naturaleza) en pos de una posible independencia nacional, es necesario realizar una distinción fundamental: la existencia o no de un mandato imperativo por parte de las masas. Así, un referéndum directo, cuyas mecánicas no se vean insertas de manera directa en las propias mediaciones que establece la burguesía entre representados y representantes, propia de su parlamento, supone la forma más democrática a través de la cual el pueblo catalán se puede expresar sobre la potencial necesidad de crear un Estado propio. Y aunque el referéndum del pasado año sólo puede comprenderse como parte del procés de encuadramiento nacional de las masas en Catalunya, el que el mismo se desarrollase contra la legalidad, lejos de favorecer la táctica de Mas y los suyos, permitía la diferenciación entre los dos aspectos contradictorios de un referéndum (su aspecto reaccionario como momento reproductor de las inercias parlamentarias del régimen burgués; y su aspecto democrático como fugaz momento de implicación directa de las masas en los asuntos públicos), pudiendo en esta ocasión el pueblo catalán actuar como soberano de su destino. Por ese motivo, desde el Movimiento por la Reconstitución entendimos que en el 9-N debíamos animar a nuestra clase a participar en el referéndum.

Es decir, y a modo de resumen: nuestro posicionamiento partía de unas condiciones concretas, tanto a nivel de las circunstancias históricas en las que nos movemos como por las formas a través de las cuales el pueblo catalán podía expresarse sobre su destino. Dicho posicionamiento, por tanto, se inscribe en la línea y espíritu marcado por el internacionalismo proletario, y supone una decisión táctica en base al contexto en que nos movemos.

Y quizás en esa palabra, táctica, se halle al menos parte de la enjundia de nuestra posición respecto al 9-N. A diferencia de las numerosas organizaciones nacionalistas teñidas de rojo, cuyo programa incluye de manera explícita la lucha por la independencia de una u otra nación, nuestro movimiento a favor del Sí-Sí desde el resto del Estado español se circunscribía a esas condiciones que acabamos de establecer; de no haber sido así, de haber realizado cierta genuflexión frente a las proclamas siempre independentistas de ciertos sectores de la burguesía, estaríamos incurriendo en un delito por partida doble en cuanto a principios: por un lado, estaríamos socavando la siempre necesaria independencia política del proletariado, mientras que, por el otro, estaríamos otorgando labores positivas a nuestra clase respecto a la nación. Como ya hemos mencionado en algún otro momento, al proletariado no le compete ninguna tarea de construcción nacional, aquellas que Lenin denominaba positivas respecto a la nación (esto es, de nacionalización de masas), sino que, justamente al contrario, su labor consiste en atenuar por todos los medios posibles los roces y desconfianzas nacionales, con la vista siempre puesta en la articulación internacionalista de su proyecto político revolucionario. Al mismo tiempo, y entroncando con la necesidad de evitar las tareas de orden positivo por parte del proletariado en su agenda respecto a la nación, desde el Movimiento por la Reconstitución entendemos que es el Estado español el marco político a través del cual se ha de enmarcar la lucha de clases del proletariado en la actualidad, y será así mientras no se produzca la independencia de una u otra nación. Esto, evidentemente, marca claramente nuestra posición respecto a aquellas organizaciones que, haciendo el juego a sus respectivas burguesías nacionales, plantean el encuadramiento del proletariado siguiendo un principio nacional, el cual lleva a la segregación de este y por tanto a su pérdida de independencia política frente a una burguesía que es, de facto, internacional. Es decir, y ya a modo de síntesis: nuestro movimiento táctico preservó nuestros principios, y por tanto confirmó la estrategia general: incidimos en la cuestión nacional para intentar atenuarla de manera concreta, al mismo tiempo que preservamos la independencia política del proletariado y explicitamos, a través de nuestro trabajo político, la necesidad de la reconstitución del Partido Comunista en el marco de todo el Estado bajo las circunstancias actuales.

Así pues, podríamos decir que nuestra postura respecto al 9-N podría presentarse como ejemplo de aplicación correcta y creativa de otra de esas manoseadas frases que siempre tiene a bien repetir el revisionismo patrio: “firmeza en los principios, flexibilidad en la táctica”. Creemos que el modo adecuado de proceder, como hemos visto, consiste en la asimilación del espíritu que dio luz a las consignas, con el objetivo de poder implementar la táctica adecuada en cada momento. Por el contrario, lo que nos ofrece el revisionismo, desde su eterna escolástica, es la utilización de toda consigna como subterfugio desde el que justificar su abandono de unos principios y un espíritu que ya no quiere ni puede aprehender, pues su inmediatismo pragmatista se lo impide por completo: al plegarse a lo espontáneo, su actuar no supone más que una monótona repetición de conciencia en sí, donde el espíritu ha ido muriendo día tras día.

Una diferencia cualitativa

Pero volvamos a las formas políticas de encauzar el movimiento nacionalista, pues aún hay asuntos que tratar al respecto. Tal y como dijimos en la víspera del 9-N, la fracción de la burguesía catalana a cuya cabeza marcha el president, no mostraba signo alguno de querer implementar el mandato popular y democrático expresado en las urnas, sino más bien todo lo contrario: los movimientos tras bambalinas de todos los actores, independientemente de que estos se mostrasen más o menos aguerridos o contestatarios frente al Estado español, eran evidentes antes de la celebración de la votación, y no han hecho más que incrementarse durante todo el período posterior. Tanto es así, tan intensas han sido las negociaciones inter-burguesas, que hasta el propio procés dio en repetidas ocasiones síntomas de detenerse, de frenarse en seco. Únicamente tras la cesión por parte de ERC a sumarse a una lista unitaria dominada por CDC tanto en números como en candidato a president, la candidatura denominada Junts pel Sí, el procés ha vuelto a coger aire, tras varios meses en los que estuvo a buen recaudo de Artur Mas y sus correligionarios.

Esta fracción del capital catalán, (el cual en conjunto poco tiene de homogéneo respecto a este asunto: ahí están las materializaciones partidarias del cómodo encaje de otras fracciones en el crisol de la hispanidad: de los inveterados constitucionalistas de Duran-Espadaler a la moderna caspa de Ciutadans), ha preferido y prefiere, por tanto, intentar regatear al Estado español antes que materializar al instante el mandato imperativo que surgió de la voluntad popular; ha optado por adaptarse a las reglas del juego del Estado español, o dicho de otro modo: ha preferido astucias frente a valentía, mercadeo frente a democracia. Y es que la burguesía teme lo que considera el horror vacui: la posibilidad de verse desbordada por las masas.

Sin embargo, hasta la propia burguesía es consciente de la diferencia cualitativa que existe entre un referéndum y unas elecciones parlamentarias, por mucho que estas tengan el epíteto de plebiscitarias; por esta razón, intenta constantemente ocultar, limar dicha diferencia: solo desde esta perspectiva se entiende la puesta en marcha de distintas maniobras para otorgar la impresión de que la enésima pantomima parlamentaria cuenta con un mayor carácter participativo. Medidas como el programa tots som candidats (en el que ya hay 70.000 candidatos inscritos) o la inclusión de diversas personalidades públicas alejadas en un principio del adusto mundo de la política, como pueden ser Lluís Llach o Pep Guardiola, muestran que la propia burguesía advierte que necesita dar la imagen de que se trata de un proceso popular y no uno dedicado únicamente al reparto de sillones y aspiraciones (y también muestra, por otra parte, hasta qué punto el sistema parlamentario tiene carácter de clase, hasta qué punto fondo y forma están indisolublemente unidos: más allá de que Artur Mas pusiese el grito en el cielo por la intención de conformar una lista sin políticos, lo que pone de manifiesto la mera intención de intentarlo es que ni siquiera es necesario que los políticos profesionales gestionen la res publica: el sistema proporciona los mimbres a través de los cuales solo es posible gestionarla a favor del capital).

Las diferencias entre un referéndum y unas elecciones parlamentarias al uso, por tanto, deberían estar claras: en síntesis, en un referéndum puede abrirse la posibilidad de que las masas se impliquen de manera directa en los asuntos públicos y, al mismo tiempo, de desbordar el orden jurídico establecido y los innumerables arreglos burgueses sobre los que se sostiene la vida política diaria, siempre y cuando se den circunstancias como las provocadas por la cerrazón del gobierno español, que situó fuera de la legalidad la expresión democrática del pueblo catalán. En cambio, unas elecciones parlamentarias suponen irremediablemente el encauzamiento y adocenamiento de las masas, la vuelta al redil mediatizado por la burguesía de manera permanente, donde predominan los pactos con la nación opresora y los arreglos en pos de conquistar una u otra parcela de poder.

Así las cosas, y con una nueva fiesta de la democracia en ciernes, el proletariado catalán no tiene nada que ganar con las próximas elecciones del 27 de septiembre, ni siquiera en el ámbito de la liberación nacional. A diferencia de un referéndum directo a través del que poder corporizar la voluntar popular, la mediación parlamentaria que se avecina solo puede otorgar a las masas el triste papel de último firmante del enésimo mercadeo político en el Parlament. La misión histórica del proletariado, sin embargo, es realizar la revolución a escala mundial, y no la de ser un simple y gris testaferro de sus viles explotadores, sea en una u otra nación. Por ese motivo, y porque nuestra misión va mucho más allá de elegir una u otra papeleta gris con la que seguir sancionando el despreciable régimen de explotación del capital, la única respuesta coherente frente a la enésima farsa electoral de la burguesía es el boicot.

¡Ante la farsa electoral, boicot!
¡Ni un voto obrero en las urnas!
¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
¡Guerra popular hasta el Comunismo!

Balanç i Revolució
Cèl·lula Roja
Juventud Comunista de Almería/Juventud Comunista de Zamora
Movimiento Anti-Imperialista
Nueva Dirección Revolucionaria
Nueva Praxis
Revolución o Barbarie

Septiembre de 2015
Estado español

En català:

Davant les eleccions al Parlament de Catalunya: Boicot!

27-S, o quan la voluntat popular deixa pas al vil mercadeig

Després de mesos de pugna inter-burgesa, la fracció de la classe dominant catalana que encapçala a dia d’avui el procés, ha decidit cridar a les urnes al poble català, en una descarada mostra que entre democràcia i mercadeig parlamentari, ha optat de manera pristina pel segon. El Moviment per la Reconstitució, davant aquesta nova convocatòria, i en línia amb el que s’ha expressat en anteriors ocasions, crida al boicot davant aquesta nova farsa electoral burgesa, com no podia ser d’altra manera. Però el nostre posicionament respecte a aquesta és, per força, qualitativament diferent del que vam mostrar davant les passades eleccions de maig, en part perquè està precedit per l’audaç posició que vam esgrimir davant el referèndum del passat 9 de novembre. Així doncs, sembla necessari que ens retrotraguem una mica i comencem amb una breu retrospectiva, en cerca que s’observi millor la coherència de les nostres argumentacions, tant passades com presents.

9-N: dos camins, un mateix objectiu

Com dèiem, el nostre posicionament davant el referèndum del 9 de novembre es va poder considerar audaç, sobretot considerant l’estat del moviment «comunista» a l’Estat espanyol. Aquest, que jeu com un lànguid cos a l’espera que la història torni simplement cap enrere en cerca de glòries passades, es troba a més embadalit amb la seva particular escolàstica; atès que no comprèn la relació entre els termes que utilitza i l’esperit que fa ja temps els va crear, els seus posicionaments van sempre a remolc d’una o altra fracció de la burgesia. Un dels molts, moltíssims termes que els nostres revisionistes repeteixen com a cacatues, intentant que la seva mera pronunciació faci que brollin per art de màgia els posicionaments polítics que el van enaltir, és el del dret a l’autodeterminació. Esmentat gairebé sempre, en el millor dels casos, com la solució al problema nacional present a l’Estat espanyol, aquest terme ha anat anquilosant-se, convertint-se en una rebregada frase feta que per si sola no pot resoldre res. És lògic, doncs, que en aquest buit ideològic facin el que vulguin tant el nacionalisme de la nació opressora com el de la nació oprimida, tots dos barrant el pas al genuí esperit internacionalista en la qüestió.

Des del Moviment per la Reconstitució, però, sempre hem interpretat el dret a l’autodeterminació com a part indissoluble d’una unitat dialèctica, en què operen tant la qüestió democràtica i la lluita contra tota opressió, com l’esperit universal de la classe dels explotats. Igual que succeeix amb la mateixa constitució del Partit Comunista, en què avantguarda i masses s’uneixen de manera dialèctica per a desplegar el potencial revolucionari de la humanitat explotada, només la síntesi de la democràcia amb l’internacionalisme permet d’emprendre amb garanties el tractament correcte de la qüestió nacional. El resultat de l’absència d’un dels dos elements salta a la vista no només avui en dia, sinó també a nivell històric, ja que les posicions dels diferents destacaments revisionistes sobre la qüestió nacional no són en absolut noves: cadascuna d’elles no és més que l’expressió actual de dos esquemes presents fa ja més d’un segle, i contra les quals el naixent partit bolxevic va desenvolupar la seva lluita de dues línies. En aquell temps, una part de la socialdemocràcia va dictar la impossibilitat de la independència factual de qualsevol nova nació convertida en Estat, donada la seva inclusió en l’ampli organigrama imperialista global; és a dir, basant-se en la divisió internacional del treball a escala mundial, es va negar per endavant la independència política de qualsevol nou Estat, i, per tant, es va denigrar la possibilitat d’acció del proletariat revolucionari per eliminar l’opressió nacional: en una mena de revers obscur de la inevitabilitat del socialisme, s’adduïa que, a causa que la tendència intrínseca de l’imperialisme era, suposadament, conformar Estats cada vegada més grans i per tant es caminava cap a la dissolució de les nacions, resultava inútil dedicar esforços a una qüestió la solució de la qual es faria a través del mateix desenvolupament del sistema capitalista. Així, no només es menyspreava la utilització de l’element democràtic per intentar alleujar la qüestió nacional, sinó que es negava la possibilitat de separació política, la qual cosa evidentment alimentava el nacionalisme de nació opressora. Davant aquesta visió es trobava la seva contrària, representada principalment per l’escola austríaca (Bauer i companyia): aquí, la nació deixava de ser un element de la mateixa època burgesa i passava a convertir-se en veritable adagi de la humanitat universal, present en tota època i lloc; d’aquesta manera, s’eternitzava aquesta conformació social també sota el socialisme, en què el proletariat agafaria les regnes d’una formació encara imperfecta per desenvolupar-la en tota la seva potencialitat, perpetuant sine die la segregació de l’ésser humà a través de fronteres i traves autoimposades.

Davant ambdues idealitzacions, tant la de l’imperialisme com a simple trituradora de cossos nacionals amb entitat menor, com la de la nació com a única mostra possible de socialització humana, la línia internacionalista que defensava el partit bolxevic va mostrar que el proletariat, a través de la defensa del dret a l’autodeterminació i igualtat de totes les nacions, pot minimitzar i atenuar els xocs i desconfiances nacionals, i així permet la implementació pràctica de la unitat internacionalista del proletariat en la seua lluita revolucionària, la qual ha d’aplanar el camí cap a la fusió i dissolució de les nacions en humanitat emancipada en el Comunisme. Aquesta és la posició que va intentar explicitar el Moviment per la Reconstitució davant el 9-N, encara que potser és necessari que hi insistim una mica més: tal com propugnava Lenin, el dret a l’autodeterminació necessita, a més, per a desplegar-se en tota la seva potencialitat, una divisió funcional del treball internacionalista entre els proletaris de la nació opressora i els de la nació oprimida. Així, mentre que des de les organitzacions procedents de la nació opressora s’ha de realitzar agitació a favor de la llibertat de separació, des de la nació oprimida s’ha de posar l’accent en la llibertat d’unió. Només des d’aquesta perspectiva es pot entendre que es demanés el vot pel Sí-Sí des de les organitzacions radicades principalment a la nació opressora, però es declarés llibertat de vot des de l’organització present en terres catalanes, Balanç i Revolució. Tots dos camins eren diferents, però l’objectiu continuava sent el mateix: posar dempeus de nou l’internacionalisme proletari genuí amb l’objectiu de posicionar-se contra tota opressió i alleujar les tensions nacionalistes entre la classe obrera de les diferents nacions, la tasca històrica concreta continua sent avui dia la de reconstituir el Partit Comunista a tot l’Estat espanyol, per destruir-lo mitjançant la Guerra Popular, l’estratègia militar d’aquesta classe universal que és el proletariat.

Context, més context, sempre context!

No obstant això, aquesta lluita contra l’opressió i les desconfiances nacionals no es produeix mai en un buit, entenent-lo doblement: ni pel que fa al moment històric en què pot tenir lloc, ni pel que fa a les formes que aquesta lluita pot revestir. Ja es van exposar en el seu moment aquests termes, però no està de massa tornar a incidir-hi, per tenir una perspectiva més completa. Pel que fa al moment històric en què ens trobem, entenem que ens trobem immersos en un període d’interregne entre dos cicles revolucionaris, amb tot el que això comporta: davant l’absència d’horitzó emancipador, el seu lloc ha estat ocupat per tota mena d’opcions burgeses, entre les quals s’inclou en bona mesura el nacionalisme. Per aquesta raó, i mentre l’incipient moviment per la reconstitució del Partit Comunista no sigui capaç d’erigir-se com a actor polític de primer ordre i pugui generar les seves pròpies dinàmiques que contraposi a aquest nou auge dels moviments nacionalistes, considerem que la prioritat és incidir en l’aspecte democràtic com a atenuant de la qüestió nacional. Quant a l’Estat espanyol en particular, era evident que l’opció que més en contra es posicionava de l’statu quo actual, i, per tant, la que més potencial disgregador tenia respecte dels mecanismes d’enquadrament burgès, era sens dubte la del vot afirmatiu respecte a la independència de Catalunya, no només perquè implicava educar la nostra classe en el menyspreu de les fronteres estatals establertes per la burgesia; sinó perquè, a més, la participació en la consulta afavoria imbuir d’odi a la legalitat vigent al proletariat, atès el caràcter il·legal de la consulta del 9 de novembre: una doble educació (contra les fronteres i contra l’ordre legal) necessària per al proletariat català… i per al proletariat espanyol. Ja que, partint de la veritat que un poble que n’oprimeix un altre no pot ser lliure, aquest últim necessita desempallegar-se de la seva insensibilitat, quan no complaença (apuntalada en la freda hegemonia del revisionisme), respecte de l’opressió nacional, per fondre’s amb els proletaris de la resta de nacions. D’altra banda, i respecte de les formes polítiques que pugui adoptar un moviment nacionalista (i, per tant, burgès per naturalesa) a favor d’una possible independència nacional, és necessari realitzar una distinció fonamental: l’existència o no d’un mandat imperatiu per part de les masses. Així, un referèndum directe, les mecàniques del qual no s’insereixin de manera directa en les mateixes mediacions que estableix la burgesia entre representats i representants, pròpia del seu parlament, suposa la forma més democràtica a través de la qual el poble català es pot expressar sobre la necessitat potencial de crear un Estat propi. I encara que el referèndum de l’any passat només es pot comprendre com a part del procés d’enquadrament nacional de les masses a Catalunya, el fet que es desenvolupés contra la legalitat, lluny d’afavorir la tàctica de Mas i els seus, permetia la diferenciació entre els dos aspectes contradictoris d’un referèndum (el seu aspecte reaccionari com a moment reproductor de les inèrcies parlamentàries del règim burgès; i el seu aspecte democràtic com a fugaç moment d’implicació directa de les masses en els assumptes públics), així que en aquesta ocasió el poble català va poder actuar com a sobirà del seu destí. Per aquest motiu, des del Moviment per la Reconstitució vam entendre que en el 9-N havíem d’encoratjar la nostra classe a participar en el referèndum.

És a dir, en resum: el nostre posicionament partia d’unes condicions concretes, tant a nivell de les circumstàncies històriques en què ens movem com per les formes a través de les quals el poble català podia expressar-se sobre el seu destí. El dit posicionament, per tant, s’inscriu en la línia i l’esperit marcat per l’internacionalisme proletari, i suposa una decisió tàctica sobre la base del context en què ens movem.

I potser en aquesta paraula, tàctica, es trobi almenys part de la substància de la nostra posició respecte al 9-N. A diferència de les nombroses organitzacions nacionalistes tenyides de roig, el programa inclou de manera explícita la lluita per la independència d’una o altra nació, el nostre moviment a favor del Sí-Sí des de la resta de l’Estat espanyol es circumscrivia a aquestes condicions que acabem d’establir; si no hagués estat així, si s’hi hagués realitzat una certa genuflexió davant de les proclames sempre independentistes de certs sectors de la burgesia, estaríem incorrent en un delicte doble pel que fa als principis: d’una banda, estaríem soscavant la sempre necessària independència política del proletariat, mentre que, de l’altra, estaríem atorgant tasques positives a la nostra classe respecte a la nació. Com ja hem esmentat en algun altre moment, al proletariat no li competeix cap tasca de construcció nacional, aquelles que Lenin anomenava positives respecte a la nació (és a dir, de nacionalització de masses), sinó que, justament al contrari, la seva tasca consisteix a atenuar per tots els mitjans possibles els frecs i les desconfiances nacionals, amb la vista sempre posada sobre l’articulació internacionalista del seu projecte polític revolucionari. Alhora, i entroncant amb la necessitat d’evitar les tasques d’ordre positiu per part del proletariat en la seva agenda respecte a la nació, des del Moviment per la Reconstitució entenem que és l’Estat espanyol el marc polític a través del qual s’ha d’emmarcar la lluita de classes del proletariat en l’actualitat, i serà així mentre no es produeixi la independència d’una o altra nació. Això, evidentment, marca clarament la nostra posició respecte a aquelles organitzacions que, fent el joc a les seves respectives burgesies nacionals, plantegen l’enquadrament del proletariat seguint un principi nacional, el qual el mena a la segregació i per tant a la seva pèrdua d’independència política davant una burgesia que és, de facto, internacional. És a dir, i ja en síntesi: el nostre moviment tàctic va preservar els nostres principis, i per tant va confirmar l’estratègia general: incidim en la qüestió nacional per intentar atenuar-la de manera concreta, al mateix temps que preservem la independència política del proletariat i explicitem, a través del nostre treball polític, la necessitat de la reconstitució del Partit Comunista en el marc de tot l’Estat sota les circumstàncies actuals.

Així doncs, podríem dir que la nostra posició respecte al 9-N es podria presentar com a exemple d’aplicació correcta i creativa d’una altra d’aquelles grapejades frases que sempre li ve de gust repetir al revisionisme patri: «fermesa en els principis, flexibilitat en la tàctica «. Creiem que la manera adequada de procedir, com hem vist, consisteix en l’assimilació de l’esperit que va donar llum a les consignes, amb l’objectiu de poder implementar la tàctica adequada en cada moment. Al contrari, el que ens ofereix el revisionisme, des de la seva eterna escolàstica, és la utilització de tota consigna com a subterfugi des del qual justifica el seu abandonament d’uns principis i un esperit que ja no vol ni pot aprehendre, ja que el seu immediatisme pragmatista li ho impedeix completament: en plegar-se a l’espontaneïtat, la seva actuació no suposa més que una monòtona repetició de consciència en si, en què l’esperit ha anat morint dia rere dia.

Una diferència qualitativa

Però tornem a les formes polítiques de canalitzar el moviment nacionalista, ja que encara hi ha assumptes a tractar. Tal com vam dir en la vigília del 9-N, la fracció de la burgesia catalana al capdavant de la qual marxa el president, no mostrava cap signe de voler implementar el mandat popular i democràtic que es va expressar a les urnes, sinó més aviat tot el contrari: els moviments entre bastidors de tots els actors, independentment que aquests es mostressin més o menys aguerrits o contestataris davant l’Estat espanyol, eren evidents abans de la celebració de la votació, i no han fet més que incrementar-se durant tot el període posterior. Tant és així, tan intenses han estat les negociacions inter-burgeses, que fins i tot el mateix procés va tenir en repetides ocasions símptomes de detenir-se, de frenar en sec. Únicament després de la cessió per part d’ERC a sumar-se a una llista unitària dominada per CDC tant en nombres com en candidat a president, la candidatura anomenada Junts pel Sí, el procés ha tornat a agafar aire, després de diversos mesos en què va estar ben custodiat per Artur Mas i els seus coreligionaris.

Aquesta fracció del capital català (el qual en conjunt té poc d’homogeni respecte a aquest assumpte: aquí hi ha les materialitzacions partidàries del còmode encaix d’altres fraccions en el gresol de la hispanitat: dels inveterats constitucionalistes de Duran-Espadaler a la moderna caspa de Ciutadans) ha preferit i prefereix, per tant, intentar regatejar a l’Estat espanyol abans que materialitzar a l’instant el mandat imperatiu que va sorgir de la voluntat popular; ha optat per adaptar-se a les regles del joc de l’Estat espanyol, o dient-ho d’una altra manera: ha preferit astúcies davant valentia, mercadeig enfront de democràcia. I és que la burgesia tem el que considera l’horror vacui: la possibilitat de veure’s desbordada per les masses.

No obstant això, fins i tot la mateixa burgesia és conscient de la diferència qualitativa que hi ha entre un referèndum i unes eleccions parlamentàries, per més que aquestes tinguin l’epítet de plebiscitàries; per aquesta raó, intenta constantment amagar, llimar aquesta diferència: només des d’aquesta perspectiva s’entén l’engegada de diferents maniobres per atorgar la impressió que l’enèsima pantomima parlamentària tingui un major caràcter participatiu. Mesures com el programa Tots som candidats (en el qual ja hi ha 70.000 candidats inscrits) o la inclusió de diverses personalitats públiques allunyades al principi de l’adust món de la política, com poden ser Lluís Llach o Pep Guardiola, mostren que la mateixa burgesia adverteix que necessita donar la imatge que es tracta d’un procés popular i no d’un de dedicat únicament al repartiment de butaques i aspiracions (i també mostra, d’altra banda, fins a quin punt el sistema parlamentari té caràcter de classe, fins a quin punt fons i forma estan indissolublement units: més enllà que Artur Mas posés el crit al cel per la intenció de conformar una llista sense polítics, el que posa de manifest la mera intenció d’intentar-ho és que ni tan sols cal que els polítics professionals gestionin la Res publica: el sistema proporciona els canals a través dels quals només és possible gestionar-la a favor del capital).

Les diferències entre un referèndum i unes eleccions parlamentàries a l’ús, per tant, haurien d’estar clares: en síntesi, en un referèndum pot obrir-se la possibilitat que les masses s’impliquin de manera directa en els assumptes públics i, al mateix temps, de desbordar l’ordre jurídic establert i els innombrables arranjaments burgesos sobre els quals se sosté la vida política diària, sempre que hi hagi circumstàncies com les provocades per l’entossudiment del govern espanyol, que ha situat fora de la legalitat l’expressió democràtica del poble català. En canvi, unes eleccions parlamentàries suposen irremeiablement la canalització i l’embrutiment de les masses, la tornada a la cleda mediatitzada per la burgesia de manera permanent, on predominen els pactes amb la nació opressora i els arranjaments per conquerir una o altra parcel·la de poder.

Així les coses, i amb una nova festa de la democràcia als seus inicis, el proletariat català no té res a guanyar amb les pròximes eleccions del 27 de setembre, ni tan sols en l’àmbit de l’alliberament nacional. A diferència d’un referèndum directe a través del qual pugui corporificar la voluntat popular, la mediació parlamentària que s’acosta només pot atorgar a les masses el trist paper de darrer signatari de l’enèsim mercadeig polític al Parlament. La missió històrica del proletariat, però, és realitzar la revolució a escala mundial, i no la de ser un simple i gris testaferro dels seus vils explotadors, sigui en una o altra nació. Per aquest motiu, i perquè la nostra missió va molt més enllà d’escollir una o altra papereta grisa, amb què continuaríem sancionant el menyspreable règim d’explotació del capital, l’única resposta coherent davant l’enèsima farsa electoral de la burgesia és el boicot.

Davant la farsa electoral, boicot!

Ni un vot obrer a les urnes!

Per la reconstitució ideològica i política del comunisme!

Guerra popular fins al Comunisme!

Setembre del 2015

Estat espanyol

En galego:

Ante as eleccións ao Parlament de Catalunya: Boicot!

27-S, ou cando a vontade popular deixa paso ao vil mercadeo

Tras varios meses de pugna inter-burguesa, a fracción da clase dominante catalá que encabeza a día de hoxe o procés, decidiu chamar ás urnas ao pobo catalán, nunha descarada mostra de que entre democracia e mercadeo parlamentario, optou de maneira clara polo segundo. O Movemento pola Reconstitución, ante esta nova convocatoria, e na liña co que se expresou en anteriores ocasións, chama ao boicot ante esta nova farsa electoral burguesa, como non podía ser doutra maneira. Porén, o noso posicionamento ao respecto é, por forza, cualitativamente distinto ao que mostramos ante as pasadas eleccións de maio, en parte porque ven precedido pola audaz postura que esgrimimos ante o referendo do pasado 9 de novembro. Así pois, antóllase necesario que nos retrotraiamos un pouco e comecemos cunha breve retrospectiva, na busca de que se observe mellor a coherencia das nosas argumentacións, tanto pasadas como presentes.

9-N: dous camiños, un mesmo obxectivo

Como dicíamos, o noso posicionamento ante o referendo do 9 de novembro púidose considerar audaz, máxime considerando o estado do movemento «comunista» no Estado español. Este, que xace morto como un lánguido corpo á espera de que a historia volva simplemente cara atrás na busca de glorias pasadas, encóntrase ademais absorto na súa particular escolástica; dado que non comprende a relación entre os termos que utiliza e o espírito que fai xa tempo os creou, os seus posicionamentos van sempre ao remolque dunha ou doutra fracción da burguesía. Un dos moitos, moitísimos termos que os nosos revisionistas repiten cal cacatúa, intentando que a súa mera pronunciación faga que broten por arte de maxia os posicionamentos políticos que os elevaron, é o do dereito á autodeterminación. Amentado case sempre, no mellor dos casos, como a solución ao problema nacional presente no Estado español, dito termo foi anquilosándose, converténdose nunha sobada frase feita que nada por si soa pode resolver. Lóxico, pois, que nese baleiro ideolóxico teñan vía libre tanto o nacionalismo de nación opresora como o de nación oprimida, ambos pechando o paso ao xenuíno espírito internacionalista na cuestión.

Desde o Movemento pola Reconstitución, non obstante, sempre interpretamos o dereito á autodeterminación como parte indisolúbel da unidade dialéctica, onde operan tanto a cuestión democrática e a loita contra toda opresión, como o espírito universal da clase dos explotados. Ao igual que sucede coa propia constitución do Partido Comunista, onde vangarda e masas se fusionan de xeito dialéctico para despregar o potencial revolucionario da humanidade explotada, só a síntese da democracia co internacionalismo permite afrontar con garantías o correcto tratamento da cuestión nacional. O resultado da ausencia dun dos dous elementos salta á vista non só hoxe en día, senón tamén a nivel histórico, pois as posturas dos distintos destacamentos revisionistas sobre a cuestión nacional non son en absoluto novidosas: cada unha delas non é máis que a expresión actual dos esquemas presentes fai máis dun século, e contra as que o nacente partido bolxevique desenvolveu a súa loita de dúas liñas. Por aquel entón, unha parte da socialdemocracia ditou a imposibilidade da independencia de feito de calquera nova nación devida en Estado, dada a súa inclusión no amplo organigrama imperialista global; é dicir, baseándose na división internacional do traballo a escala mundial, negouse de antemán a independencia política de calquera novo Estado, e por tanto denigrouse a posibilidade de acción do proletariado revolucionario en pos de eliminar a opresión nacional: nunha especie de reverso escuro da inevitabilidade do socialismo, aducíase que, debida a que a tendencia intrínseca do imperialismo era, supostamente, conformar Estados cada vez máis grandes e polo tanto camiñábase cara a disolución das nacións, resultaba inútil dedicar esforzos a unha cuestión cuxa solución viría dada a través do propio desenvolvemento do sistema capitalista. Así, non só se desprezaba a utilización do elemento democrático para intentar aliviar a cuestión nacional, senón que se negaba a posibilidade de separación política, o que evidentemente alimentaba o nacionalismo de nación opresora. Fronte a esta visión encontrábase a súa contraria, representada principalmente pola escola austríaca (Bauer e cía.): aquí, a nación deixaba de ser un elemento da propia época burguesa e pasaba a converterse en verdadeira adagio da humanidade universal, presente en toda época e lugar; desta maneira, eternizábase dita conformación social tamén baixo o socialismo, onde o proletariado collería as rendas dunha formación aínda imperfecta para desenvolvela en toda a súa potencialidade, perpetuando sine die a segregación do ser humano a través de fronteiras e trabas auto-impostas.

Fronte a ambas idealizacións, tanto a do imperialismo como simple trituradora de corpos nacionais de menor entidade, como a da nación como única mostra posíbel de socialización humana, a liña internacionalista defendida polo partido bolxevique mostrou que o proletariado, a través da defensa do dereito á autodeterminación e igualdade de todas as nacións, pode minimizar e atenuar os choques e desconfianzas nacionais, permitindo así a implementación práctica da unidade internacionalista do proletariado na súa loita revolucionaria, a cal alisará o camiño cara a fusión e a disolución das nacións na humanidade emancipada no Comunismo. Esa é a postura que intentou explicitar o Movemento pola Reconstitución ante o 9-N, aínda que quizais sexa necesario que insistamos nalgo máis: tal e como propugnaba Lenin, o dereito á autodeterminación necesita ademais, para despregarse en toda a súa potencialidade, dunha división funcional do traballo internacionalista entre os proletarios da nación opresora e os da nación oprimida. Así, mentres que desde as organizacións procedentes da nación opresora ten que realizarse axitación a favor da liberdade de separación, desde a nación oprimida ten que insistirse na liberdade de unión. Só desde esta perspectiva pódese entender que se pedise o voto para o Si-Si desde as organizacións radicadas principalmente na nación opresora, pero se declarase liberdade de voto desde a organización presente en terras catalás, Balanç i Revolució. Ambos camiños eran diferentes, pero o obxectivo seguía sendo o mesmo: pór en pé de novo o internacionalismo proletario xenuíno co obxectivo de posicionarse contra toda opresión e aliviar as tensións nacionalistas entre a clase obreira das distintas nacións, cuxa tarefa histórica concreta segue sendo a día de hoxe a de reconstituír o Partido Comunista en todo o Estado español, para destruír ao mesmo mediante a Guerra Popular, estratexia militar desa clase universal que é o proletariado.

Contexto, máis contexto, sempre contexto!

Porén, dita loita contra a opresión e as desconfianzas nacionais non se produce nunca nun baleiro, entendido este por partida dobre: nin en canto ao momento histórico no que pode ter lugar, nin en canto ás formas que esa loita pode revestir. Xa se expuxeron no seu momento ambos condicionantes, pero non está de máis volver a incidir neles, para contar cunha perspectiva máis completa. En canto ao momento histórico no que nos encontramos, entendemos que nos atopamos inmersos nun período de interregno entre dous ciclos revolucionarios, con todo o que iso conleva: ante a ausencia de horizonte emancipatorio, o seu lugar foi ocupado por todo tipo de opcións burguesas, entre as que se inclúe moi poderosamente o nacionalismo. Por esa razón, e mentres o incipiente Movemento pola Reconstitución do Partido Comunista non sexa capaz de erixirse como actor político de primeira orde e poida xerar as súas propias dinámicas que contrapor a este novo auxe dos movementos nacionalistas, consideramos que o prioritario é incidir no aspecto democrático como atenuante da cuestión nacional. En canto ao Estado español en particular, era evidente que a opción que máis en contra se posicionaba do statu quo actual, e por tanto a que máis potencial disgregador tiña ao respecto dos mecanismos de encadramento burgués, era sen dúbida algunha a do voto afirmativo respecto a independencia de Catalunya, non só porque o mesmo implicaba educar a nosa clase no desprezo ás fronteiras estatais estabelecidas pola burguesía; senón porque ademais a participación na consulta favorecía imbuír de odio na legalidade vixente ao proletariado, dado o carácter ilegal da consulta do 9 de Novembro: unha dobre educación (contra as fronteiras e contra a orde legal) necesaria para o proletariado catalán… e para o proletariado español. Pois partindo de que un pobo que oprime a outro non pode ser libre, este último precisa sacudirse da súa insensibilidade, cando non compracencia (apuntalada na fría hexemonía do revisionismo) respecto da opresión nacional, para fundirse con proletarios do resto de nacións. Por outra parte, e respecto as formas políticas que poida adoptar un movemento nacionalista (e por tanto burgués por natureza) en pos dunha posíbel independencia nacional, é necesario realizar unha distinción fundamental: a existencia ou non dun mandato imperativo por parte das masas. Así, un referendo directo, cuxas mecánicas non se vexan inseridas de maneira directa nas propias mediacións que estabelece a burguesía entre representados e representantes, propia do seu parlamento, supón a forma máis democrática a través da cal o pobo catalán se pode expresar sobre a potencial necesidade de crear un Estado propio. E aínda que o referendo do pasado ano só pode comprenderse como parte do procés de encadramento nacional das masas en Catalunya, o que o mesmo se desenvolvese contra a legalidade, lonxe de favorecer a táctica de Mas e os seus, permitía a diferenciación entre os dous aspectos contraditorios dun referendo (o seu aspecto reaccionario como momento reprodutor das inercias parlamentarias do réxime burgués; e o seu aspecto democrático como fugaz momento de implicación directa das masas en asuntos públicos), podendo nesta ocasión o pobo catalán actuar como soberano do seu destino. Por ese motivo, desde o Movemento pola Reconstitución entendemos que no 9-N debiamos animar a nosa clase a participar no referendo.

É dicir, e a modo de resumo: o noso posicionamento partía dunhas condicións concretas, tanto a nivel das circunstancias históricas nas que nos movemos como polas formas a través das cales o pobo catalán podía expresarse sobre o seu destino. Dito posicionamento, por tanto, inscríbese na liña e espírito marcado polo internacionalismo proletario, e supón unha decisión táctica en base ao contexto no que nos movemos.

E quizais nesta palabra, táctica, encóntrese polo menos parte do elemento central da nosa posición respecto ao 9-N. A diferenza das numerosas organizacións nacionalistas tinguidas de vermello, cuxo programa inclúe de forma explícita a loita pola independencia dunha ou doutra nación, o noso movemento a favor do Si-Si desde o resto do Estado español circunscribíase a esas condicións que acabamos de estabelecer; de non ser así, de non realizar certa xenuflexión fronte as proclamas sempre independentistas de certos sectores da burguesía, estariamos incorrendo nun delito por partida dobre en canto a principios: por un lado, estariamos socavando a sempre necesaria independencia política do proletariado, mentres que, polo outro, estariamos outorgando labores positivas a nosa clase respecto á nación. Como xa mencionamos nalgún outro momento, ao proletariado non lle compete ningunha tarefa de construción nacional, aquelas que Lenin denominaba positivas respecto á nación (isto é, de nacionalización de masas), senón que, xustamente ao contrario, a súa labor consiste en atenuar por todos os medios posíbeis os roces e as desconfianzas nacionais, coa vista sempre posta na articulación internacionalista do seu proxecto político revolucionario. Ao mesmo tempo, e entroncando coa necesidade de evitar as tarefas de orde positiva por parte do proletariado na súa axenda respecto á nación, desde o Movemento pola Reconstitución entendemos que é o Estado español o marco político a través do cal se ten que enmarcar a loita de clases do proletariado na actualidade, e será así mentres non se produza a independencia dunha ou doutra nación. Isto, evidentemente, marca claramente a nosa posición respecto a aquelas organizacións que, facendo o xogo as súas respectivas burguesías nacionais, defenden o encadramento do proletariado seguindo un principio nacional, o cal leva a segregación deste e por tanto a súa perda de independencia política fronte a unha burguesía que é, de feito, internacional. É dicir, e xa a modo de síntese: o noso movemento táctico preservou os nosos principios, e por tanto confirmou a estratexia xeral: incidimos na cuestión nacional para intentar atenuala de maneira concreta, ao mesmo tempo que preservamos a independencia política do proletariado e explicitamos, a través do noso traballo político, a necesidade da reconstitución do Partido Comunista no marco de todo o Estado baixo as circunstancias actuais.

Así pois, poderiamos dicir que a nosa postura respecto ao 9-N podería presentarse como exemplo de aplicación correcta e creativa doutra desas sobadas frases que sempre ten a ben repetir o revisionismo patrio: «firmeza nos principios, flexibilidade na táctica». Cremos que o modo adecuado de proceder, como vimos, consiste na asimilación do espírito que deu luz as consignas, co obxectivo de poder implementar a táctica adecuada en cada momento. Polo contrario, o que nos ofrece a revisionismo, desde a súa eterna escolástica, é a utilización de toda consigna como subterfuxio desde o que xustificar o seu abandono duns principios e un espírito que xa non quere nin pode aprehender, pois o seu inmediatismo pragmatista impídello por completo: ao pregarse ao espontáneo, o seu actuar non supón máis que unha monótona repetición da conciencia en si, onde o espírito foi morrendo día tras día.

Unha diferenza cualitativa

Mais volvamos ás formas políticas de encarrilar o movemento nacionalista, pois aínda hai asuntos que tratar ao respecto. Tal e como dixemos na véspera do 9-N, a fracción da burguesía catalá a cuxa cabeza marcha o president, non mostraba signo algún de querer implementar o mandato popular e democrático expresado nas urnas, senón máis ben todo o contrario: os movementos entre bambolinas de todos os actores, independentemente de que estes se mostrasen máis ou menos aguerridos ou contestarios fronte ao Estado español, eran evidentes antes da celebración da votación, e non fixeron máis que incrementarse durante todo o período posterior. Tanto é así, tan intensas foron as negociacións inter-burguesas, que até o propio procés deu en repetidas ocasións síntomas de deterse, de frearse en seco.

Unicamente tras a cesión por parte de ERC a sumarse a unha lista unitaria dominada por CDC tanto en números como en candidato a president, a candidatura denominada Junts pel Sí, o procés volveu a coller aire, tras varios meses nos que estivo ben custodiado por Artur Mas e os seus correlixionarios.

Esta fracción do capital catalán, (o cal en conxunto pouco ten de homoxéneo respecto a este asunto: aí están as materializacións partidarias do cómodo encaixe doutras fraccións no crisol da hispanidade: desde os inveterados constitucionalistas de Duran-Espadaler á moderna caspa de Ciutadans), preferiu e prefire, por tanto, intentar regatear ao Estado español antes que materializar ao instante o mandato imperativo que xurdiu da vontade popular; optou por adaptarse ás regras de xogo do Estado español, ou dito doutro modo: preferiu astucias fronte a valentía, mercadeo fronte a democracia. E é que a burguesía teme o que considera o horror vacui: a posibilidade de verse desbordada polas masas.

Non obstante, até a propia burguesía é consciente da diferenza cualitativa que existe entre un referendo e unhas eleccións parlamentarias, por moito que estas teñan o epíteto de plebiscitarias; por esta razón, intenta constantemente ocultar, limar dita diferenza: só desde esta perspectiva se entende a posta en marcha de distintas manobras para outorgar a impresión de que a enésima pantomima parlamentaria conta con un maior carácter participativo. Medidas como o programa tots som candidats (na que hai xa máis de 70.000 candidatos inscritos) ou a inclusión de diversas personalidades públicas alonxadas nun principio do adusto mundo da política, como poden ser Lluís Llach ou Pep Guardiola, mostran que a propia burguesía advirte que necesita dar a imaxe de que se trata dun proceso popular e non un dedicado unicamente ao reparto de cadeiras e aspiracións (e tamén mostra, por outra parte, até que punto o sistema parlamentario ten carácter de clase, até que punto fondo e forma están indisolubelmente unidos: máis alá de que Artur Mas puxése o grito no ceo pola intención de conformar unha lista sen políticos, o que pon de manifesto a mera intención de intentalo é que nin sequera é necesario que os políticos profesionais xestionen a res publica: o sistema proporciona os elementos a través dos cales só é posíbel xestionala a favor do capital).

As diferenzas entre un referendo e unhas eleccións parlamentarias ao uso, por tanto, deberían estar claras: en síntese, nun referendo pode abrirse a posibilidade de que as masas se impliquen de maneira directa nos asuntos públicos e, ao mesmo tempo, de desbordar a orde xurídica estabelecida e os innumerábeis arranxos burgueses sobre os que se sostén a vida política diaria, sempre e cando se dean circunstancias como as provocadas pola cerrazón do goberno español, que situou fora da legalidade a expresión democrática do pobo catalán. A diferenza disto, unhas eleccións parlamentarias supoñen irremediabelmente o encarrilamento e adormecemento das masas, a volta ao campo mediatizado pola burguesía de xeito permanente, onde predominan os pactos coa nación opresora e os arranxos en pos de conquistar unha ou outra parcela de poder.

Así as cousas, e cunha nova festa da democracia á volta da esquina, o proletariado catalán non ten nada que gañar coas próximas eleccións do 27 de setembro, nin sequera no ámbito da liberación nacional. A diferenza dun referendo directo a través do que poder corporizar a vontade popular, a mediación parlamentaria que se aveciña só pode outorgar ás masas o triste papel de último asinante do enésimo mercadeo político no Parlament. A misión histórica do proletariado, porén, é realizar a revolución a escala mundial, e non a de ser un simple e gris representante dos seus viles explotadores, sexa nunha ou noutra nación. Por ese motivo, e porque a nosa misión vai moito máis alá de elixir unha ou outra papeleta gris coa que seguir sancionando o desprezábel réxime de explotación do capital, a única resposta coherente fronte a enésima farsa electoral da burguesía é o boicot.

Ante a farsa electoral, boicot!

Nin un voto obreiro nas urnas!

Pola reconstitución ideolóxica e política do comunismo!

Guerra Popular até o Comunismo!

Balanç i Revolució
Cèl·lula Roja
Juventud Comunista de Almería/Juventud Comunista de Zamora
Movimiento Anti-Imperialista
Nueva Dirección Revolucionaria
Nueva Praxis
Revolución o Barbarie

Setembro do 2015

Estado español

Ante el ciclo electoral de 2015: ¡Boicot!

“Sólo los canallas o los bobos pueden creer que el proletariado debe primero conquistar la mayoría en las votaciones realizadas bajo el yugo de la burguesía, bajo el yugo de la esclavitud asalariada, y que sólo después debe conquistar el poder. Esto es el colmo de la estulticia o de la hipocresía, esto es sustituir la lucha de clases y la revolución por votaciones bajo el viejo régimen, bajo el viejo poder”

V.I. LENIN

El presente curso ha sido señalado por los representantes de la burguesía como el año del cambio, pues en él coinciden elecciones municipales, autonómicas y generales. Todos los partidos toman posiciones, ya que nadie quiere perder su papel en esta perversa farsa tantas veces representada y en donde siempre pierde el proletariado. No tanto porque nuestra clase se juegue algo durante esas jornadas en que se escenifica la fiesta de la dictadura parlamentaria, sino porque el mero desarrollo de las mismas no es más que un medio para que las variadas estratificaciones del capital colaboren entre sí en la ardua tarea de acumular fuerzas para la reacción, encuadrando a las masas en su órgano político predilecto, el Estado burgués y su pléyade de organismos de representación: desde el ayuntamiento, venerado por los feligreses sin aspiraciones de la pequeña burguesía, al parlamento central, a donde tradicionalmente han peregrinado, sin mucha suerte hasta ahora, los que saben que para mendigar limosnas han de tratar con el capital de alta alcurnia.

La caducidad histórica de las instituciones burguesas se demuestra en que desde éstas sólo es posible desarrollar una política que va en contra de la mayoría de la sociedad. El reformismo es reaccionario, pues reproduce la base socioeconómica del capitalismo. Los más piadosos deseos del sindicalista, las éticas proposiciones del pequeño propietario, se traducen siempre en más explotación y miseria para el proletariado, así como para las masas de los pueblos oprimidos.

 Pero tal agotamiento de los instrumentos que la burguesía sostiene para representar su mundo, no sólo se inscribe para la clase obrera en términos negativos. La experiencia acumulada durante todo un periodo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), el Ciclo de Octubre, nos enseña que la clase proletaria, lejos de tener que tomar los instrumentos de dominación de la burguesía, a través del concurso pacífico en las elecciones o violento mediante una insurrección formal, ha de romper violentamente la máquina estatal de la burguesía a través de sus propios medios de lucha: el Partido Comunista representa la organización del proletariado como clase revolucionaria y comporta la existencia de todo un sistema único de organismos de todo tipo, que la vanguardia en fusión con las masas constituye para enfrentarse a la dominación de clase de la burguesía. Este enfrentamiento ha de encauzarse a través de la organización del proletariado revolucionario como clase dominante, siendo así que la tarea del Partido Comunista, una vez está reconstituido, es la de construir los órganos de Nuevo Poder, la dictadura del proletariado, organizando masas a través de la estrategia de Guerra Popular, es decir, mediante la línea militar proletaria como concreción de la línea de masas en ese estadio de desarrollo del proceso revolucionario.

Los medios parlamentarios, sin embargo, no permiten a la vanguardia elevar la conciencia política de las masas de la clase para que comprendan la necesidad inmediata de la revolución socialista, pues tan sólo permiten reproducir el régimen de dominación existente. Esos medios, como recurso táctico de la revolución, se circunscriben al período de acumulación de fuerzas pacífico, o político, en contraposición a la fase militar de la revolución. Más en concreto, sólo pueden servir en la fase inmediatamente anterior a la existencia del Partido Comunista, cuando se trata de que el movimiento de vanguardia comunista se vincule políticamente a la vanguardia práctica de la clase obrera. Es sólo en este período, en función de múltiples contingencias a tener en cuenta en cada momento, cuando la vanguardia marxista-leninista podrá utilizar las viejas instituciones como tribuna y siempre en función de las necesidades concretas del proceso de reconstitución del comunismo.

En la actualidad, en el Estado español multitud de organizaciones que dicen defender los intereses de la mayoría, se afanan por mostrar la validez de las instituciones burguesas como medio central para el desarrollo del movimiento obrero o popular, pues por más vueltas que le den, la estructura parlamentaria siempre aparece como centro desde el que han de aplicarse las demandas de los movimientos de resistencia que ellos dirigen o pretenden dirigir.

Un lugar privilegiado entre quienes defienden la estrategia parlamentaria lo ocupa hoy Podemos. Esta organización se ha destacado como socialdemocracia rediviva durante el último año, desde su sorprendente resultado en las pasadas elecciones europeas. Por los intereses de clase que representa y por la procedencia de sus cuadros políticos, Podemos es fiel reflejo del partido obrero liberal legado por el Ciclo de Octubre, cuya definición pasaría por una contraposición formal a los efectos del capitalismo tardío (proletarización de capas medias, pauperización de las masas, internacionalización de las relaciones capitalistas…), combinada con una defensa a ultranza del Estado Benefactor (cuyos pilares son la sobreexplotación de las masas proletarias y la opresión de otros pueblos). Aunque todo esto cristaliza en Podemos sin el peso social y cultural de ser una organización oportunista nacida al calor de ese ciclo: para defender la reforma del capital, Podemos se agarra a la democracia en general, sin necesidad de referirse complementariamente a Enver Hoxha, a Pyongyang o a la URSS del señor Breznev, como hacen los diversos gremios de la ortodoxia revisionista. De hecho, Podemos ni siquiera pretende hacer suyo el bagaje político y cultural del movimiento obrero, como ha mostrado este último Primero de mayo, suponiendo este deslinde con la tradición obrera la verdadera diferencia entre la nueva socialdemocracia y la vieja socialdemocracia “comunista”, y que hace permisible introducir en el discurso revolucionario esa distinción de matiz entre el oportunismo a lo Podemos y el revisionismo que aún hegemoniza el movimiento comunista existente.

En lo concreto, Podemos se presentó en sociedad para disputar la hegemonía, en nombre del pueblo, a las élites económicas, con el objeto de reimpulsar dentro del sistema democrático-burgués el papel de las llamadas clases medias (aristocracia obrera y pequeña burguesía). Tras un año de pre-campaña electoral, la propuesta de Iglesias y cía. se ha desfondado, mostrando que la reforma desde abajo, si no se presenta como alternativa reaccionaria a un verdadero movimiento revolucionario, como ocurriera durante el Ciclo de Octubre, no tiene recorrido. Y eso que, al contrario que su organización hermana Syriza, Podemos aún no ha gestionado el viejo poder. Lo cómico es que los Iglesias y cía. se han mostrado oportunistas incluso con sus principios burgueses, pues lo que están traicionando con sus patéticas peticiones en las “negociaciones” con la lideresa socialista en Andalucía, es la gradación de las reformas del régimen del 78, es esa fatua lucha contra la corrupción que se ha convertido en leitmotiv de esta nueva vieja socialdemocracia. Del republicanismo tradicional han transitado hacia aquella conservadora concepción de la política que tiene por centro la accidentabilidad de las formas de gobierno. Del ramplón internacionalismo pequeño burgués valedor de la Venezuela bolivariana, han pasado a la primera línea de defensa de la unión monetaria europea, el infranqueable muro defensivo de la Troika. En suma, nuestros nuevos oportunistas, los que hace un año se dieron un bautismo de masas en que se autoproclamaron como ingenieros de la nueva política, son los primeros que acuden a comulgar cuando el capital monopolista dispensa sus ruedas de molino.

Pero lo más importante en relación a los límites del parlamentarismo como política proletaria, es que incluso hoy Podemos plantea su concurso electoral como una combinación entre movimientos sociales e instituciones, poniendo siempre en valor que el parlamento no es el eje central de su acción política, sino sólo un paso más hacia la realización de sus lineamientos programáticos. Más allá de lo absurdo que resulta plantear esto por quienes han utilizado su capacidad de movilización social para servir de válvula de escape a la crisis de las instituciones maquillando a éstas (sólo así puede percibirse la participación en las elecciones al ¡parlamento europeo! ¡la institución más despreciada por las masas!), lo que este discurso demuestra es: en primer lugar que Podemos y lo que representa son un eco de esa concepción política que acabó dominando a los partidos proletarios durante el Ciclo de Octubre, tomados por el inmediatismo político al carecer de una estrategia revolucionaria. Y segundo, que aquella concepción empirista y economicista que se somete al devenir de la democracia burguesa, con los ritmos que el parlamentarismo le impone, lejos de ser la plasmación de la flexibilidad táctica que ha de nutrir el desarrollo de la táctica-plan de la vanguardia revolucionaria, no es más que la muestra del cerril dogmatismo y la estrechez de miras de quienes no conciben más mundo posible que el que el mercado capitalista en su incesante reproducción pone ante sus narices.

La ligazón entre este oportunismo y el revisionismo queda clara en los paralelismos presentes en su quehacer político. Ahí tenemos al Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), como si tres décadas después de “práctica de masas” con nulos resultados, le hubiesen llevado a despertar, una vez más, en 1984. Análisis tras análisis, nuestros revisionistas han llegado invariablemente a la misma conclusión, con independencia del estado concreto de la lucha de clases: siempre que la burguesía convoca elecciones, allí está el PCPE para presentar un “programa mínimo”, concienzudamente preparado para combatir el “izquierdismo” de las masas y presto a ser realizado de urgencia dentro de los márgenes del Estado burgués. Pero qué mejor ejemplo de esa interpenetración entre los postulados de las diversas facciones de la aristocracia obrera radicalizada que la dramática posición del Partido del Trabajo Democrático, atravesado por sus dos eternas pasiones: la de la ortodoxia revisionista que sigue acogiendo en su seno, y la del bravo oportunismo consecuente que se abre camino, como señala el mismo nombre de la organización, como mostró su petición de voto a Podemos en las pasadas europeas y como evidencia su vocación a conquistar las concejalías obreras para desde las instituciones burguesas crear… ¡conciencia sindical!, que al parecer es la nueva tarea de los “comunistas”. ¡El imperialismo los cría y ellos se juntan!

La firmeza de oportunistas y revisionistas para defender dogmáticamente su estrategia parlamentaria contrasta con su eclecticismo generalizado ante el referéndum del 9 de Noviembre en Cataluña. Podemos, exponiendo los límites del nuevo reformismo, nadó en la charca de la ambivalencia respecto al derecho democrático a la autodeterminación, sin ocultar su actitud chovinista-españolista. Y el resto de socialdemócratas “comunistas” reptaron entre la ambigüedad y la férrea defensa del statu quo, el que garantiza el sometimiento nacional de Cataluña. El revisionismo, instalado en la quietud y el obrerismo más estrecho, fue además incapaz de comprender la significación del referéndum y sus diferencias con una convocatoria convencional: el 9-N tenía un carácter imperativo, en el que el pueblo catalán podía expresar sin mediaciones su posición ante la relación entre Cataluña y el Estado español. El 9-N podía, pues, servir para dar solución a la opresión nacional que sufre Cataluña. Además, aquel referéndum significó una brillante ocasión para la educación en el internacionalismo proletario de nuestra clase. Elementos todos estos que permitían la incursión de la vanguardia marxista-leninista en la gran política, sin menoscabo del mantenimiento de la independencia política de nuestra clase, en cuyo horizonte más cercano sigue estando la resolución de los problemas ligados a la reconstitución ideológica y política del comunismo.

Pero frente a la estulticia de los representantes de la aristocracia obrera, las posiciones del proletariado revolucionario empiezan a avanzar. Aunque la Línea de Reconstitución (LR) sigue siendo a día de hoy una corriente ideológica en el seno de la vanguardia de la clase proletaria, lo que exige priorizar la reconstitución ideológica del comunismo, el avance del marxismo-leninismo entre los sectores más avezados de la clase obrera es una realidad. Derivada de esta situación, la LR tiene hoy entre sus principales tareas la de articularse como movimiento político de vanguardia, construyendo un referente de la vanguardia marxista-leninista que pueda acometer el Plan de Reconstitución a través del Balance del Ciclo revolucionario y del desarrollo de la lucha de dos líneas. Medios que garantizan esa construcción del movimiento proletario revolucionario sobre bases independientes y ajenas a los parámetros que la inercia del capital impone al oportunismo en sus diversas formas, desde las más neonatas hasta las que siguen parapetándose en los hábitos liquidadores del pasado siglo.

Por ello, ante las sucesivas convocatorias electorales que la clase obrera va a padecer a lo largo de este año, en donde el único cambio posible se sitúa sobre el nombre de quiénes van a gestionar la dictadura del capital durante los próximos años, la consigna a defender desde el comunismo revolucionario es la del boicot: ¡Porque las elecciones no sirven para defender los intereses de las masas proletarias! ¡Porque las elecciones no sirven a la vanguardia revolucionaria para reconstituir comunismo!

 

¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!

¡Guerra popular hasta el comunismo!

¡Ante la farsa electoral, boicot!

¡Ni un voto obrero en las urnas!

 

 

Balanç i Revolució

Cèl·lula Roja

Juventud Comunista de Almería

Juventud Comunista de Zamora

Movimiento Anti-Imperialista

Nueva Dirección Revolucionaria

Nueva Praxis

Revolución o Barbarie

Mayo de 2015

Estado español

El Partido Comunista Portugués y el oportunismo: una crítica necesaria en el movimiento comunista internacional

El trabajo que os presentamos a continuación no pretende ser un análisis que agote o apure por completo el estudio crítico-­revolucionario de una organización importante del campo del oportunismo internacional como es el Partido Comunista Portugués. En un sentido general y enmarcado en la lucha de dos líneas en el seno del movimiento comunista internacional, este breve documento tiene como objetivo seguir profundizando en el esclarecimiento ideológico mediante el desmenuzamiento de las premisas y las prácticas defendidas por el revisionismo, que hoy sigue siendo hegemónico entre la vanguardia, pese a los notables —pero modestos aún— avances cuantitativos y cualitativos de la Línea de Reconstitución en el Estado español.

No obstante, debido a las particularidades del PCP (que seguidamente pasaremos a detallar), consideramos de enorme interés demostrar, más allá de la aureola que rodea a esta organización entre muchas organizaciones revisionistas, el profundo sedimento oportunista de la organización portuguesa. Para exponer con mayor eficacia y claridad nuestra crítica a las tesis y prácticas revisionistas y oportunistas del Partido Comunista Portugués, hemos decidido dividir el trabajo en diversos puntos relacionados con el Balance del Ciclo de Octubre, el espontaneísmo, el electoralismo y la concepción que tiene el Partido Comunista Portugués de la dictadura del proletariado y del proceso de construcción del movimiento revolucionario organizado.

Enlace para lectura y descarga del documento completo «El Partido Comunista Portugués y el oportunismo: una crítica necesaria en el movimiento comunista internacional»

Crítica a FRPC

Publicamos a continuación una crítica a la joven organización Front Revolucionari del Països Catalans (FRPC) por parte del camarada Genís, que puede ser localizado en Twitter con el nombre de usuario @Genis_8 (https://twitter.com/Genis_8). En ella se examinan temáticas como la naturaleza ideológica de este destacamento, su estrategia, su visión sobre el fascismo o el tratamiento que realizan de la cuestión nacional, enlazándolo todo ello con su concepción respecto a la dialéctica. Consideramos, pues, que este documento es un aporte a la necesaria lucha de dos líneas que debe realizarse en el seno de la vanguardia teórica como vía para que el marxismo tome la posición hegemónica, la cual ocupa actualmente -y desde hace ya demasiado tiempo- el revisionismo.



“Lo único que hace falta es tener conciencia de los defectos, cosa que en la labor revolucionaria equivale a más de la mitad de la corrección de los mismos”

“Solo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia”

Lenin, ¿Qué hacer?

Recientemente, puede descubrir la existencia de una organización llamada Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC). Según me dijo uno de sus militantes (con el que he hablado muy poco aún y con quien espero tener la oportunidad de debatir más en profundidad) es una organización joven –de apenas un año–, y ese es el motivo, me dice, por el cual no se puede leer mucho sobre ellos, aunque sí existen un par de documentos que resultan de interés para abordar la tarea de conocer su línea política y su ideología; uno llamado “ideología” en el que resumen sus posiciones políticas y que también utilizaron a modo de manifiesto fundacional y otro con relación a la consulta independentista en Catalunya.

La tendencia de todas las organizaciones “dels Països Catalans” a supeditarse al modelo y a las estructuras de la Esquerra independentista (EI) puede suscitar la sospecha de que, como otras organizaciones, esta sea una más de entre todas que no difiera de su línea revisionista y oportunista. De primeras, parece que no haya ningún vínculo formal entre la primera organización y la segunda; pero debemos ser cautos e intentar averiguar si los métodos y la ideología de la EI han impregnado al FRPC, porque las malas costumbres se pegan y más cuando estas están muy arraigadas. Vayamos por partes.

En su perfil de twitter, los del FRPC se describen así: “Som el Front Revolucionari dels Països Catalans, l’organització juvenil Marxista-Leninista, internacionalista, feminista i antifeixista”. Si vemos cuál es la definición de Arran, la principal organización juvenil de la izquierda independentista catalana, en su perfil de twitter, vemos esto: “Organització juvenil de l’Esquerra Independentista. Independència, socialisme i feminisme”. Es sorprendente que aparezcan más –ismos en los que se autodenominan marxistas-leninistas, si tenemos en cuenta que el marxismo-leninismo no es un sector parcial de una lucha política o económica en el marco del capitalismo, sino el instrumento que nos permite construir una cosmovisión revolucionaria (a través de la incorporación y renovación ideológica constante) que sirva para urdir la revolución proletaria mundial.

Aunque no es el momento, si se repasan brevemente cuáles son las principales características de la EI se distinguen unos cuantos rasgos que comparten todas sus organizaciones en sus distintas formas: asamblearismo (horizontalidad), independentismo (que cae, muchas veces, en el nacionalismo más burdo y reaccionario), feminismo y una ambigua reivindicación del socialismo como meta (“Reivindiquem la necessitat d’acabar amb el sistema capitalista i la seva injustícia mundial; per això apostem per la construcció del socialisme [sic], el qual ens ha de conduir a una societat sense clases [sic] ni opressions de cap tipus [sic]” Arran), pero prescindiendo del marxismo-leninismo y del materialismo histórico y dialéctico como métodos para elaborar esta posible “construcción”, de la que no se dice, en ningún momento, ni cómo piensan construir ni mucho menos cómo piensan destruir lo anterior, evidentemente. Para la EI, el marxismo es una posibilidad más entre otras para elaborar sus análisis, reduciendo así el único elemento que nos brinda la única posibilidad teórica y práctica que existe para la emancipación no solo del proletariado, sino de la humanidad, al papel que le asignó el posmodernismo.

Creo que es conveniente hacer esta recapitulación de los elementos más característicos de la EI para discernir con más precisión si el FRPC está en el mismo camino que ellos o, por el contrario, no hay relación política entre ellos.

En el documento de su página donde explican cuál es su ideología y cuáles son los principios por los que se rigen, dejan bien claro, al principio, que no tienen nada que ver con otras organizaciones: “El FRPC (Front Revolucionari dels Països Catalans) naix com una alternativa a l’actual moviment anticapitalista del jovent arreu dels Països Catalans”. Se puede ver, pues, que su voluntad es desmarcarse políticamente de la EI. El texto sigue así: “creiem que la necessitat principal és la consciència de classe cap al nostre poble, on a través del nostre treball, la població estiga conscienciada sobre quins són els nostres opressors, de com alliberar-nos i quines vies d’alliberació tenim”.

Leyendo estas líneas, parece que no tienen muy clara la diferencia entre la conciencia de clase, que es la conciencia que tiene el obrero por el mero hecho de encontrarse en una situación antagónica a la del capitalista y que lo conduce a las luchas económicas y sindicales por las mejoras parciales, y la conciencia revolucionaria, que es la que se introduce desde el exterior, la que necesita una elaboración teórica previa hecha por la vanguardia y la que aspira, no a la mejora de las condiciones laborales, sino a destruir estas relaciones sociales antagónicas. Lenin, en su libro ¿Qué hacer? muestra por qué los revolucionarios debemos preocuparnos por introducir conciencia revolucionaria en las obreras: para no ceder terreno ideológico a la burguesía y porque no aspiramos a liderar ni a dirigir un movimiento sindical, sino uno revolucionario.

“Los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata [revolucionaria]. Esta solo podía ser introducida desde fuera. La historia de todos los países atestigua que la clase obrera […] solo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista [de clase, sindicalista], es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos…” [1]

Además, en la palabra “poble”, entre otras cosas, se puede ver un rastro de sus vestigios nacionalistas; no se han desembarazado aún de la noción incluyente e integradora de pueblo, que incluye, a veces, alianzas hasta con la mediana burguesía y que no diferencia entre clases sociales, entre explotadas y explotadores, dando así un carácter revolucionario al conjunto de la población dels Països Catalans, como si fuera mayor la opresión nacional por parte del estado español, que la propia opresión del sistema capitalista que da tanto rédito económico a muchos burgueses catalanes, y con el que se sienten muy a gusto.

Por otra parte, a pesar de que solo es un manifiesto fundacional de una organización joven, se agradecería que las frases ampulosas no fueran solo eso y que, cuando hablan de cuáles son las vías que tiene el proletariado para su liberación, no dejen el tema sin abordarlo. Así que, aprovecho la ocasión para lanzarles una pregunta: ¿cuál es la vía efectiva, según el criterio del FRPC, por la que el proletariado puede alcanzar su liberación? Uno de sus militantes me hizo saber que el fin de su organización era la Revolución proletaria y, al preguntarle cómo pensaban llevarla a cabo me contestó: “[a partir de introducir] consciència de classe i nació (sobretot al PV i Balears) primer que res. Seguida d’un enfortiment intel·lectual polític i una posterior prenguda d’armes contra la burgesia i l’espanyolisme.” Lo peor no es la tendencia a no distinguir entre la conciencia de clase y la conciencia revolucionaria (de lo que ya he hablado antes), sino la voluntad de hacer una defensa y propugnar los beneficios del nacionalismo, como si a través del nacionalismo se estimulara la capacidad revolucionaria de las masas. Es harto peligroso (además de reaccionario), y mucho más viendo a qué han conducido las aventuras nacionalistas en las exrepúblicas soviéticas, hacer esta apología del nacionalismo y que este sea utilizado por los revolucionarios. Por otro lado, es evidente que, dentro de la legalidad burguesa, los comunistas siempre tenemos que estar a favor de que la nación oprimida tenga derecho a la autodeterminación, pero los clásicos ya avisan:

Marx, sabedor de que solo la victoria de la clase obrera podrá traer la liberación completa de todas las naciones, no hace de los movimientos nacionales algo absoluto”. [2]

Después de esto, es preciso detenerse en el concepto “conciencia de nación”. ¿Qué es la “conciencia de nación”? ¿En qué aspectos materiales se manifiesta? Más allá de lo idealista que resulta este concepto, se sabe que los del FRPC manejan, en relación con la cuestión nacional, los mismos términos y las mismas concepciones que RC, por lo tanto, ellos entienden que els Països Catalans no son una nación sino un pueblo. La contradicción terminológica entre lo que proponen en su manifiesto y lo que luego manifiestan sus militantes conduce a la confusión, deja entrever, de nuevo, que hace falta un reforzamiento en el aspecto teórico de sus militantes y que, en realidad, el concepto “conciencia de nación” les sirve para salir del atolladero y barnizar con terminología seudomarxista un nacionalismo implícito, por lo que parece.

El marxismo-leninismo siempre ha hablado de autodeterminación nacional, y el apelativo de «pueblos» ha sido utilizado para designar realidades sociales y políticas de países coloniales y semicoloniales, así como para defender, a partir del VII Congreso de la Internacional Comunista, tácticas de alianzas entre el proletariado, la pequeña burguesía y la burguesía democrática en los Frentes Populares y los sistemas de democracias populares.” [3]

El significado que otorgan a la palabra pueblo y cómo la diferencian de nación no se sabe, porque rehúyen a contestar cuando se les pregunta; el parecido con RC, como digo, es sospechoso, aunque militantes de ambos bandos lo nieguen. Imagino que los del FRPC, cuando utilizan el concepto pueblo, no se refieren a ninguna de estas definiciones, porque no son aplicables, de ningún modo, a la realidad de els Països Catalans. Además, hay que añadir que, por mucho que se empeñen en aplicar el concepto de pueblo a els Països Catalans, los tratan como una nación, ya que no entienden ni aceptan que la consulta se pueda dar solo en el principado catalán (que sería una nación y que, por consiguiente, al no aceptar su autodeterminación, se ponen al lado de la reacción, porque la niegan), sino que solo admiten que la consulta englobe el marco entero de els Països Catalans, a los que queda claro que por mucho que les pongan otras etiquetas, en su fuero interno, los conciben como una nación, una práctica habitual de la EI.

Siguiendo con las premisas que proponen para llegar a la revolución proletaria, lo del “fortalecimiento intelectual y político” (¿de quién?, ¿sobre qué base?) y lo de “tomar las armas (¿qué armas? ¿de dónde salen?) contra la burguesía y el españolismo”, no hay por donde cogerlo de lo abstracto que es, además, entre un acto y el otro media un abismo de tan enormes dimensiones que no puede sino terminar en un fracaso estrepitoso. Pensar que porque ¿las masas? adquieran conciencia política, de repente, se van a lanzar a la lucha armada, no tiene otro resultado que, como ya hemos visto en otras organizaciones del estado, la formación de una organización terrorista, donde es la propia vanguardia del partido, totalmente aislada de las masas, la que lleva a cabo actos de terror. El problema de este planteamiento es que no se vincula el proceso de conquista de las masas con el proceso, y la necesidad, de construcción de poder revolucionario, cosa que solo se puede llevar a cabo mediante la línea militar proletaria, en el marco de la guerra popular.

Su manifiesto sigue por estos derroteros: “Apostem per l’alliberament del proletariat […] a través de l’extinció [sic] de l’estat capitalista i la implantació d’un estat socialista en la qual s’eliminin les desigualtats i classes socials a través de la dictadura del proletariat”.
Este enaltecimiento del socialismo, mejor dicho, del estado socialista y no del comunismo (¿hay algún problema con la palabra comunismo que yo no sepa? Porque Arran también la evita), evidencia una (otra) carencia teórica importante, pues es sabido que durante el socialismo, periodo previo al comunismo en el que el proletariado ejerce su dictadura de clase, las clases sociales siguen existiendo, y no es hasta llegar al comunismo cuando las clases, por fin, desaparecen. Además, el capitalismo no se extingue, lo que dice mucho de su idea de cómo superarlo (mecánicamente) sino que es el poder revolucionario del proletariado el que lo destruye. En el artículo “Stalin, clases sociales y restauración del capitalismo” del blog Revolución o Barbarie [4] se hace un análisis pormenorizado de cómo las clases siguieron existiendo en la URSS de Stalin y cómo su errónea lectura condujo, entre otras cosas, a una limitación en el desarrollo del socialismo y al triunfo de la línea derechista dentro del Partido (pues se pensaba que todo ataque contra el socialismo no podía sino venir desde el exterior).

Más abajo, enumeran sus bases ideológicas. En este punto, una retahíla interminable de –ismos, otra vez como en su descripción de twitter, redunda una y otra vez sobre aspectos que ya se incluyen de por sí en el marxismo-leninismo como expresión de la teoría revolucionaria y de vanguardia del proletariado (solo si esta misma teoría es un corpus vivo y dialéctico capaz de evolucionar, de superarse y negarse a sí mismo). Son solo los dogmáticos, que creen que el marxismo-leninismo es algo irrefutable e inamovible, quienes ven la necesidad de complementarlo, asumiendo el carácter parcial y oportunista de cada lucha e intentando imprimirle un carácter de clase [¿?].

Sus bases ideológicas son (por orden): el internacionalismo, el marxismo, el antifascismo, el republicanismo, el euroescepticismo (¿? Suena a PCPE, que relega la revolución a las calendas griegas para ponerse a la cola de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía radicalizada que, en su programa burgués, apuestan por recuperar la soberanía nacional –capitalista– huyendo del monopolismo imperialista), el laicismo, el ecologismo (¡de clase!), el centralismo democrático y el feminismo (de clase). Es curioso, cuando menos, que no aparezca entre todos los –ismos habidos y por haber el leninismo, ya que se declaran una organización marxista-leninista, y que sí aparezcan específicamente, por ejemplo, el internacionalismo o el centralismo democrático, que son elementos inherentes al marxismo-leninismo. Más allá de esta curiosidad, hay algunas particularidades que deben ser comentadas. Esta exposición ideológica compartimentada, dividida, diferenciada, que destaca por su unilateralidad, es un planteamiento que choca contra la concepción más elemental de la dialéctica:

Por oposición a la metafísica, la dialéctica no considera la naturaleza como un conglomerado casual de objetos y fenómenos, desligados y aislados unos de otros y sin ninguna relación de dependencia entre sí, sino como un todo articulado y único, en el que los objetos y los fenómenos se hallan orgánicamente vinculados unos a otros, dependen unos de otros y se condicionan los unos a los otros.” [5]

Por lo tanto, entender el marxismo-leninismo como un conglomerado de objetos y fenómenos desligados, y no como un todo articulado donde los objetos y fenómenos dependen unos de otros (lo que sería la ideología de vanguardia marxista-leninista a través de su avance dialéctico), significa dar al traste con cualquier posibilidad de formular una teoría revolucionaria sólida, cuya base sea el materialismo dialéctico (porque elucubraciones metafísicas sin ninguna ligazón con lo real hay a patadas), y la importancia de una teoría desarrollada y capaz de generar una organización revolucionaria es capital en el movimiento comunista.

En el párrafo donde plantean su marxismo, dicen esto: “Ens considerem marxistes perquè som materialistes, és a dir, ens adaptem a la realitat i emancipem tot tipus de consciència i espiritualitzat [sic]; tot això ho apliquem a la dialèctica, ja que això només fa que el poble no pugui veure tota la realitat de situacions i el que està passant al voltant d’ells.” Para empezar, que [se] emancipan todo tipo de conciencia es falso, porque antes ya se ha visto cómo hablan del concepto de “conciencia nacional” como algo que incluyen dentro de su imaginario, pero, además de esta contradicción dentro de su “corpus teórico”, su concepción del materialismo dialéctico (que parece que lo conciben como dos cosas distintas, primero el materialismo y, posteriormente, a este se le aplica la dialéctica) es totalmente vulgar y empirista, pues creen que “todo” se halla en lo material y que, por lo tanto, la identidad y la lucha de los contrarios, por ejemplo, no existe:

La dialéctica es la doctrina de cómo los contrarios pueden ser y cómo suelen ser (cómo devienen) idénticos, en qué condiciones suelen ser idénticos, convirtiéndose el uno en el otro, porque el entendimiento humano no debe considerar estos contrarios como muertos, sino como vivos, condicionales, móviles y que se convierten el uno en el otro” [6]

Tal como señala Mao, una contradicción siempre tendrá un aspecto principal y otro secundario: en la contradicción entre la práctica y la teoría, la práctica es el aspecto principal; de esto, pero, no se infiere que, en un momento concreto, fruto del desarrollo de esta contradicción, la teoría no pueda devenir el aspecto principal. Los del FRPC se olvidan del desarrollo dialéctico, ya que no plantean que el desarrollo provenga de una contradicción, de una evolución cualitativa, lo que los sitúa, indefectiblemente, en el campo de la metafísica. Al “emancipar la conciencia (¿será emanciparse de ella?)”, lo único que consiguen es no atender, por su concepción mecanicista y unilateral del materialismo, a una de las infinitas contradicciones que están en constante pugna en cualquier fenómeno de la naturaleza y la sociedad.

La identidad de los contrarios (¿no sería más justo decir su «unidad»?, aunque la diferencia de los términos identidad y unidad no tiene, en este caso, una importancia esencial. Ambos términos son justos en cierto sentido), constituye el reconocimiento (el descubrimiento) de la existencia de tendencias contradictorias, que se excluyen mutuamente y antagónicas en todos los fenómenos y procesos de la naturaleza (entre ellos también los del espíritu y los de la sociedad). La condición para conocer todos los procesos del mundo en su «auto-movimiento «, en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es conocerlos como una unidad de contrarios. El desarrollo es «la lucha» de los contrarios. Las dos concepciones fundamentales (¿o las dos posibles?, ¿o las dos que se observan en la historia?) del desarrollo (de la evolución) son: el desarrollo en el sentido de disminución y aumento, como repetición, y el desarrollo en el sentido de la unidad de los contrarios (el desdoblamiento de la unidad en dos polos que se excluyen mutuamente y la relación entre ambos).” [7]

Es necesario también atender a la concepción –equívoca– que tienen del fascismo, algo que no deja de ser habitual entre muchas de las organizaciones comunistas del estado. Ellos dicen que el fascismo es “la dictadura terrorista oberta que desencadenen els grans monopolistes i financers quan assumeixen definitivament les regnes de l’Estat en arribar el capitalisme a la seva última fase. Frena l’ascens del moviment obrer i tracta de superar la crisi que aquesta etapa engendra inevitablement”. Según esta definición de fascismo, lo que se suele denominar como “el mundo occidental” estaría bajo una férrea dictadura fascista. El fascismo, que se suele confundir con la dictadura de la burguesía (que no es otra cosa que la democracia burguesa) es una solución de emergencia de un sector de la burguesía monopolista que ve peligrar sus privilegios y que, ante el estallido de una –posible– situación revolucionaria, impone su régimen de explotación en el que otras fracciones de la burguesía –más débiles– quedan excluidas [8]. Concluir que las actividades típicas y normales de un estado capitalista en la fase imperialista del desarrollo del capitalismo no son propias de las democracias burguesas (es decir, de la dictadura de clase de la burguesía) conduce a dos posturas erróneas: la primera es que, debido a su materialismo mecanicista, intuyan que, mecánicamente, la superestructura que se desarrolla en la estructura imperialista es el fascismo; la segunda, la que lleva a la idealización de la democracia burguesa, porque se considera que las actividades que lleva a cabo un país imperialista exceden los límites de lo que se consideraría “normal” y “lógico” en democracia burguesa, como si la gran burguesía se viera alguna vez sujeta a restricciones, cuando, de hecho, no es así, sino que el imperialismo es la manifestación actual de la dictadura de clase de la burguesía. Esta confusión de la que se acaba de hablar, se manifiesta en este párrafo de su manifiesto: “El feixisme és el monopolisme en la política, el control del poder per un reduït nucli dels sectors financers més poderosos. És la súper estructura política que adopten els països imperialistes, de manera que, si la democràcia burgesa correspon al capitalisme premonopolista, el feixisme és la forma d’Estat del capitalisme monopolista.” La confusión y la dependencia directa que suponen que existe entre el imperialismo como estructura y el fascismo como superestructura es diáfana, pero, mientras el imperialismo es algo que deviene por el desarrollo del proceso económico histórico del capitalismo, totalmente ajeno a los procesos históricos subjetivos, es decir, es una etapa a la que llegará el capitalismo, tarde o temprano, allá donde exista y se desarrolle con normalidad, el fascismo no es algo “científico”, sino que depende de la situación política (y eso engloba también la economía) de cada país. Los E.E. U.U., por ejemplo, no han tenido la necesidad de implantar, de facto, una dictadura fascista, aunque sean el país imperialista por excelencia.

Lenin, en su brillante libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, donde teoriza y demuestra la tendencia del capitalismo a formar monopolios y a elidir cualquier atisbo de práctica democrática que pudiera darse en él, ya sanciona las actitudes idealistas de algunos, como, por ejemplo, la de Kautsky, que, ante este nuevo desarrollo del capitalismo, en lugar de dedicarse al estudio, como hizo Lenin, de esta nueva etapa, se dedicaron a proclamar las bondades del capitalismo premonopolista y librecambista, contra el que era mucha más sencillo luchar. Sin lugar a dudas, esta actitud es antidialéctica, pues pensar que se puede retroceder, volver a un estadio anterior del proceso histórico, es no entender, para nada, cómo funcionan los procesos dialécticos. Con esto, no pretendo atribuirles a los militantes del FRPC la voluntad de dar marcha atrás la historia, pero esta idealización de la democracia burguesa puede conducir a este tipo de desviaciones idealistas.

el viejo capitalismo, el capitalismo de la libre concurrencia, con su regulador absolutamente indispensable, la Bolsa, pasa a la historia. En su lugar, ha aparecido el nuevo capitalismo.” [9]

Para no demorarme en cuestiones en las que, aunque no se haya incidido específicamente, ya se ha hecho algún comentario y para no resultar repetitivo, me gustaría, en relación del republicanismo que dicen profesar, hacer mención a un artículo que trata sobre esta cuestión y que creo va a resultarles revelador [10]. Pero antes de dar por terminada esta crítica, no quisiera acabar sin hacer algunas menciones a otro documento del FRPC, “Comunicat davant el referéndum del 9N al principat”. En este comunicado manifiestan su postura ante el proceso de independencia que se está llevando a cabo en Catalunya liderado por organizaciones de masas de la pequeña burguesía radicalizada, de la aristocracia obrera y de la mediana burguesía, como ANC, Òmnium, i que se plasman en el parlamento en Convergència i ERC.

Como no podría ser de otra forma, en su comunicado aceptan que el proceso soberanista es de cariz burgués y que, si triunfase de la mano de Convergència i ERC, es decir de la pequeña y mediana burguesía y de la burguesía no monopolista catalana, la independencia no resultaría beneficiosa para el proletariado bajo ningún concepto. Si se examina el movimiento independentista desde el materialismo dialéctico, se pueden extraer cuáles son los dos aspectos contradictorios y antagónicos. Por un lado, están los que han visto la independencia no solo como un objetivo chovinista, sino que no entienden el proceso independentista sin un cambio político que vire hacia lo que ellos llaman socialismo. Estos son los que, hasta hace relativamente poco tiempo, tenían peso dentro del movimiento, aunque el movimiento en sí por aquel entonces fuera mucho más minoritario. Por el otro, están los que, recientemente y fruto de las profundas contradicciones que el desarrollo capitalista ha abierto en el seno de las burguesías nacionales catalana y española, se han apuntado al carro de la independencia por mero interés económico, ya que la burguesía no monopolista catalana (representada en CiU) y la burguesía monopolista española, mientras la plusvalía de los trabajadores a los que explotaban daba para todos, han sido muy amigas. Desde la posición de poder en la que se encuentra CiU, con todo un aparato de producción cultural disponible a su antojo (Tv3, Rac1, La Vanguardia, Catalunya Ràdio), el aspecto principal de la contradicción en el seno del independentismo, es decir el independentismo revolucionario (llamémosle así), ha quedado relegado y denostado hasta el punto de verse acusados, muchas veces, de españolistas o de ser contrarios al proceso de secesión, en cambio, el independentismo burgués ha pasado a ser hegemónico, por lo que, dentro del independentismo, desde el punto de vista marxista, ha habido un salto cuantitativo regresivo.

Como dice Lenin, el deber de todo comunista ante una situación como esta es reivindicar el derecho de la nación oprimida a la autodeterminación, pero dejarse arrastrar con los ojos vendados por las veleidades de un partido burgués seria la antítesis de la teoría leninista:

El proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así decir, de reconocer el derecho a la autodeterminación, sin garantizar nada a ninguna nación ni comprometerse a dar nada a expensas de otra nación” [11]

Además, no debemos perder de vista que, cuando Lenin escribe el citado libro, los países que cita (Polonia, por ejemplo) son países cuyos capitalismo y democracia burguesa acaban de nacer; por lo tanto, la independencia de estos países sería positiva en tanto que los ayudaría a desarrollar el capitalismo, nada que ver con el desarrollo del capitalismo en el estado español y en Catalunya hoy en día.

La teoría marxista exige de un modo absoluto que, para analizar cualquier problema social, se le encuadre en un marco histórico determinado, y después, si se trata de un solo país, que se tenga en cuenta las particularidades concretas que distinguen a este país de los otros en una misma época histórica” [12]

A pesar de todo esto, negarse a la autodeterminación de un país oprimido significa reforzar ideológicamente a la gran burguesía del país opresor, que, por definición, es más reaccionaria; pero era necesario hacer estas matizaciones, porque muchos se aprovechan de la teoría leninista utilizando, como dice el mismo Lenin, la letra del marxismo contra el espíritu del marxismo. En un conflicto nacional entre dos naciones capitalistas, cuya resolución solo responderá a los designios e intereses de una u otra burguesía, los comunistas debemos apoyar a la burguesía más débil (sin subordinarnos a ella, al contrario, extendiendo y propagando el marxismo-leninismo), la que permita crear condiciones revolucionarias con más facilidad, pero, sin embargo, si este proyecto de secesión se quiere hacer desde una perspectiva revolucionaria, protagonizada por un partido comunista (que NO existe), ¿tiene sentido que, habiendo de enfrentarse con un rival de semejante entidad, un país imperialista, los propios revolucionarios se tiren piedras sobre su propio tejado? ¿Es inteligente que un partido comunista de una región oprimida quiera enfrentarse contra el Estado privándose de la ayuda de los revolucionarios de las demás regiones del Estado? Evidentemente, no.

El proletariado, para poder convertirse en clase dominante en un determinado territorio, debe destruir la dominación de la burguesía que toma cuerpo en el conjunto del Estado. No puede fraccionar su lucha en compartimentos nacionales. De hecho, tampoco puede enmarcar su lucha exclusivamente al plano estatal, sino que esta debe estar inserta en el plano de la lucha de clases revolucionaria a escala internacional [13].

En el caso del Estado español, entendemos que sería contraproducente y hasta suicida proponer que el proletariado vasco, catalán, gallego, canario y español se unificaran formal e indirectamente en la futura Internacional Comunista (o en un estadio «más avanzado de la lucha de clases» en el Estado español), mientras luchan separados, sin su Partido unitario (como el bolchevique, que agrupaba a los proletarios ucranianos, rusos, bielorrusos, armenios, letones, lituanos, etc.) y cada uno por su cuenta contra la alianza conjunta de la burguesía vasca, catalana y española. Es decir, mientras la burguesía del Estado español sí tiene su aparato de dominación superior unificado, el proletariado estaría fragmentado y sin capacidad suficiente para demoler el aparato de dominación política de la burguesía del Estado español. [14]

La ideología comunista y el proletariado solo podrán ser independientes cuando dispongan de un Partido comunista que actúe como tal, cuando no tengan que andar a la zaga de la pequeña burguesía o de la burguesía no monopolista. En consecuencia, se nos plantea una cuestión de gran interés: la necesidad de la reconstitución del Partido como expresión y garante de los intereses y la ideología revolucionaria del proletariado.

Para ir terminando, el problema del que adolecen muchas organizaciones comunistas en el EE es que abusan de sus coartadas. El abuso de fraseología revolucionaria, de palabras grandilocuentes y actitudes férreas se escuda en la coartada de que, hoy en día, no hay procesos revolucionarios a los que acogerse, por lo tanto, todo queda en frases, en palabras y en pose. El materialismo dialéctico existe, entre otras cosas, para saber determinar qué hacer en cada momento según se presenten las condiciones históricas, sociales, etc. Al final, la emancipación, la toma de armas contra el españolismo, cuando se tiene que plasmar en la realidad queda en un mediocre: “rebutgem el referèndum de la burgesia i, alhora, afirmem amb contundència que el nostre referèndum és el que convoquen les classes populars, el que desobeeix la legalitat burgesa vigent i permet construir uns Països Catalans lliures i socialistes”.

De un referéndum (que acepta y reproduce las formas políticas burguesas), que las clases populares aún ni han convocado ni están por la labor, a la construcción de unos P.P. C.C. libres y socialistas, de nuevo, hay un abismo infranqueable y un idealismo revolucionario que raya lo infantil. Por otro lado, es curioso que nieguen la posibilidad de resolver el conflicto independentista dentro del marco del imperialismo, cuando, de hecho, el derecho a la autodeterminación es un derecho democrático-burgués.

Echando la vista atrás, se pueden sacar dos conclusiones generales, que también sirven para el conjunto del movimiento comunista del estado: la primera es la necesidad de fomentar y profundizar el conocimiento teórico del marxismo-leninismo y sus métodos de análisis así como estudiar, para superarlas, todas las experiencias revolucionarias que se han dado; la segunda es la necesidad imprescindible de reconstituir el Partido de vanguardia como única posibilidad de otorgar, de verdad, independencia política, ideológica… del proletariado.

Para concluir, ahora ya sí, debo añadir que lejos están de mí las intenciones de dañar, desprestigiar o atacar al FRPC, pues, para los comunistas, la aparición de organizaciones con aspiraciones revolucionarias es positiva. Mucho menos mi crítica se debe a una guerra entre siglas (porque no hay tales siglas, ni tiene sentido en el movimiento revolucionario pertrecharse detrás de ellas). Pero, por otro lado, nunca hemos de dejar abandonada la crítica feroz y contundente, el análisis esmerado y preciso que nos permita, entre todos, ser conscientes y poder solventar los muchísimos errores en los que caemos constantemente y en los que vamos a caer en el futuro. Por último, animo a todos los militantes del FRPC (así como a todos los comunistas consecuentes y a mí mismo también) a no desocuparse jamás de la formación teórica, porque “sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que la prédica en boga del oportunismo va unida a un apasionamiento por […] la actividad práctica” [15].

NOTAS:

[1]. V.I. Lenin, ¿Qué hacer? pág. 34.

[2]. V. I. Lenin, El derecho de las naciones a la autodeterminación, pág. 51.

[3] https://revolucionobarbarie.wordpress.com/lucha-de-dos-lineas/respuesta-a-redrum-notas-acerca-la-cuestion-nacional/nueva-respuesta-de-revolucion-o-barbarie-a-redrum/

[4]. https://revolucionobarbarie.wordpress.com/2014/01/05/stalin-clases-sociales-y-restauracion-del-capitalismo-2/

[5] I. Stalin, “Sobre el materialismo histórico y el materialismo dialéctico”.

[6]. V. I. Lenin, Resumen del libro de Hegel Ciencia de la lógica.

[7]. V. I. Lenin, “En torno a la cuestión de la dialéctica”.

[8]. Para una completa caracterización del fascismo, ver el artículo que trata la cuestión en el blog Revolución Proletaria: http://revolucionprolet.blogspot.com.es/2012/12/el-fascismo-y-el-estado-burgues.html

[9] V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 38.

[10]. “Arrepublicanados” del PCREE, http://pcree.net/LF35/Arrepublicanados.html

[11]. V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 21.

[12]. Ibid. pág. 17.

[13] https://revolucionobarbarie.wordpress.com/lucha-de-dos-lineas/respuesta-a-redrum-notas-acerca-la-cuestion-nacional/nueva-respuesta-de-revolucion-o-barbarie-a-redrum/

[14] Íbidem.

[15] V. I. Lenin, ¿Qué hacer? pág. 27.

Nuevos textos digitalizados sobre clases sociales, división del trabajo y cuestión nacional

llibres escanejats

Continuando con nuestro trabajo de edición, traducción y digitalización de documentos que consideramos acordes a las necesidades que en este periodo debe encarar la vanguardia marxista-leninista en torno a la formación de cuadros, os presentamos tres libros de sumo interés que versan sobre dos cuestiones que aún debemos estudiar más a fondo para encarar con éxito el próximo ciclo revolucionario. Dos de los libros se relacionan con la naturaleza de las clases sociales y la división social del trabajo. El tercero trata de forma muy amplia sobre la cuestión nacional.

Pues bien, el primero de los libros que hemos digitalizado es La división del trabajo manual e intelectual y su supresión en el paso al comunismo en Marx y sus sucesores, de Yannick Maignien (editorial Anagrama, 1977). Este documento es fundamental para profundizar en la cuestión de la división del trabajo, base -recordemos- de toda sociedad de clases según las tesis de Marx y Engels. Por otro lado, resulta muy interesante por el estudio histórico-crítico que ofrece sobre los análisis de Marx, Engels, Lenin, Stalin o Gramsci sobre el asunto.

El segundo de los libros es Clases sociales y alianzas por el poder, de Nicos Poulantzas (editorial Zero, 1973). Este texto es igualmente sumamente interesante, sobre todo porque, más allá de ciertas limitaciones (por ejemplo, al no profundizar en el análisis de la naturaleza y el papel de la aristocracia obrera), es muy válido para avanzar en uno de los grandes temas pendientes hoy en el Estado español: analizar la formación social clasista y sus diferentes formas y aparatos de representación.

Por último, otro libro que sin duda va a interesar a todos los camaradas es Problemas de política nacional e internacionalismo proletario, una selección de la editorial Progreso (1966) sobre los textos más importantes de Vladimir Ilich, Lenin, en torno a la cuestión nacional. Este libro puede ser uno de los documentos fundamentales básicos para que la vanguardia marxista-leninista, en el Estado español especialmente (donde hay un problema nacional evidente e irresuelto), pueda afrontar un estudio lo más completo posible, enmarcado en el Balance del Ciclo de Octubre, sobre el tema nacional y el pasado y el presente del imperialismo y el Movimiento Comunista Internacional.

La división del trabajo manual e intelectual (Yannick Maignien).

Clases sociales y alianzas por el poder (Nicos Poulantzas).

Problemas de política nacional e internacionalismo proletario (Lenin).

Apuntes sobre la reconstitución del movimiento comunista

Unas palabras previas

         En los últimos tiempos estamos asistiendo en el Estado español a un doble proceso de naturaleza ideológico-política y social de considerable relevancia.

       Por una parte, la Línea de Reconstitución ha avanzado posiciones en el panorama del movimiento comunista, esclerotizado por el revisionismo tanto a nivel de nuestro Estado como en el resto del globo. Este fenómeno reviste una importancia crucial, ya que empieza a ser comprendida por una parte nada desdeñable de la vanguardia ideológica la necesidad de volver a hacer hegemónico el marxismo-leninismo como fase de arranque indispensable para poner nuevamente en marcha los pistones del movimiento de emancipación hacia la sociedad sin clases. El proceso al que nos referimos ha venido acompañado de un incremento -aún modesto pero en modo alguno despreciable- del número de camaradas y colectivos que tienen como núcleo de su lucha la batalla sin cuartel contra el revisionismo. Pero, al margen del desarrollo cuantitativo, lo más destacable es el avance en términos cualitativos, es decir, en términos de lucha entre líneas y avance en torno a posiciones revolucionarias.

       El documento que os ofrecemos a continuación tiene como pretensión la de contribuir a profundizar en la comprensión de las tareas, urgentes a día de hoy, de recomposición del movimiento revolucionario. Las distintas siglas del revisionismo español, que siguen presas de sus dinámicas ya refutadas por la historia de nuestra clase, no son ajenas a esta realidad, y por ello se han dedicado a lanzar ataques a la desesperada para tratar de adulterar y distorsionar la verdadera naturaleza de este movimiento de la vanguardia marxista-leninista por la reconstitución. Este escrito también trata de refutar, de forma indirecta, todas aquellas críticas postuladas de manera oficial u oficiosa por el revisionismo patrio.

        Por otra parte, en las últimas semanas los sectores más avanzados de las masas han protagonizado una serie de luchas que han vuelto a poner encima de la mesa la agudización creciente de las luchas de clases en nuestro Estado y la necesidad de que la clase disponga de su Partido de Nuevo Tipo como mecanismo imprescindible para construir el Nuevo Poder como embrión del Estado de dictadura del proletariado, fase insoslayable para llegar al “reino de la libertad” (Engels), esto es, al comunismo. Tanto las violentas protestas de los jóvenes proletarios de la Cañada de Hidum, en Melilla, como la victoria del barrio proletario de Gamonal, en Burgos, sobre la burguesía de la ciudad castellana (así como las muy loables manifestaciones en solidaridad con Gamonal que han tenido lugar en ciudades como Valencia, Granada, Barcelona, Vitoria, Madrid, Sevilla, Zaragoza, Alicante u Oviedo), corroboran nuevamente dos tesis que deben ser analizadas para comprender mejor las bases del movimiento por la reconstitución del comunismo:

        -en primer lugar, demuestra la capacidad de autoorganización de las masas para defender sus intereses inmediatos como conciencia de clase en sí, algo que echa por tierra los presupuestos economicistas y sindicalistas del paternalismo revisionista, para el que las masas no necesitan a cuadros marxistas-leninistas, sino a militantes comunistas reducidos a la categoría de sindicalistas. Asimismo, estas luchas han vuelto a demostrar que el revisionismo no encabeza ni dirige ni una sola de las luchas de masas más potentes de nuestro país;

      -en segundo lugar, estas luchas vuelven a confirmar la premisa básica sobre la gestación del movimiento revolucionario (según la cual este se articula como una realidad externa e independiente del movimiento espontáneo), algo que, además de demostrar con la práctica nuevamente lo determinante de contar con un Partido de Nuevo Tipo para que la crisis socio-económica actual deje paso a la crisis revolucionaria del sistema de dominación capitalista, debe ponernos en alerta ante la confusión que genera en el grueso de la vanguardia ideológica este tipo de movimientos espontáneos violentos en un contexto caracterizado por la inexistencia de Partido Comunista. Dicha confusión se manifiesta, incluso por parte de quienes comienzan a deshacerse de las cadenas del oportunismo, por el olvido de la premisa que anteriormente mencionamos sobre la génesis de todo movimiento revolucionario. Así, hay quien cree que, si bien el oportunismo electoralista y la estrechez de miras sindicalista no pueden ser jamás el inicio de ningún movimiento de destrucción del orden vigente, estaríamos ya en una fase en la que podemos participar en las luchas de masas de Melilla y Burgos para reconducirlas hacia objetivos revolucionarios; o bien, que este tipo de movimientos puede ser el origen de la construcción del sujeto revolucionario.

   Ni el espontaneísmo más derechista (el sindicalista y electoralista) ni el insurreccionalista (aquel que sustituye los sindicatos y los comicios electorales por las luchas callejeras espontáneas) constituyen la solución revolucionaria a los problemas que hoy atenazan a la clase explotada. Es evidente que la vertiente insurreccionalista del espontaneísmo supone un avance con respecto al oportunismo más retrasado, por cuanto que materializa –de una forma espontánea y semianarquista aún, como no puede ser de otra forma- la conciencia de la necesidad de la violencia proletaria para derrocar el orden capitalista. Sin embargo, podemos decir que esta forma de espontaneísmo es la otra cara de la misma moneda (“El anarquismo ha sido a menudo una especie de expiación de los pecados oportunistas del movimiento obrero”, Lenin: La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo), ya que presupone la existencia de la teoría revolucionaria hecha cuerpo en la vanguardia ideológica, cosa que a todas luces aún no es una realidad en el Estado español.

        No se trata de negar o infravalorar la relevancia del movimiento de clase espontáneo, sino de profundizar en la lucha ideológica y política comunista como paso para constituir una estructura prepartidaria que se funda con la vanguardia práctica de nuestra clase y conforme el Partido de Nuevo Tipo. Se debe tener siempre claro que el movimiento revolucionario siempre se genera desde fuera del movimiento espontáneo. Y esta máxima es aplicable también para movimientos de resistencia violentos que, a pesar de ello, no logran -porque no pueden- trascender la lógica impuesta por el sistema dominante.

I. La reconstitución ideológica y política del movimiento comunista

          El comunismo lleva décadas a la deriva, naufragando en las turbulentas aguas de un imperialismo que sobrevive rumiando su propia decadencia pero que jamás caerá hasta que la guerra revolucionaria del proletariado lo envíe a los museos de historia. Es una realidad incontestable que hoy, en la mayoría de países del mundo (a excepción de los focos maoístas en India o Filipinas, experiencias que, a pesar de la amenaza que suponen para las burguesías de estos países, tampoco se han desprendido de algunos de los límites del ya agotado Ciclo de Octubre), el movimiento comunista no constituye ninguna clase de amenaza para la clase dominante. Es un movimiento que se autoconsume fruto de una dinámica de descomposición oportunista que solo es abiertamente cuestionada por la línea que precisamente plantea la necesidad de la reconstitución.

        Por razones históricas (que explicaremos en el siguiente epígrafe), el comunismo revolucionario ya no es un referente ideológico, no ya para las masas explotadas, sino incluso para el conjunto de la vanguardia ideológica. De ahí que sea una cuestión de vida o muerte reelaborar el marxismo (en el sentido de eliminar las concepciones extrañas al mismo y adecuarlo a la rica experiencia legada por el pasado ciclo) con el objetivo de situarlo en un punto de partida que nos permita preparar y organizar un nuevo ciclo revolucionario.

       La reconstitución del movimiento comunista debe tener una doble vertiente: por un lado, debe ser ideológica, ya que ha de asumir, aprehender y superar los aciertos y las limitaciones del marxismo vigente durante el pasado ciclo revolucionario; por otro lado, ha de ser política, puesto que forzosamente tiene que implicar la reorganización política del proletariado revolucionario en su organismo superior, el Partido, como síntesis de la teoría revolucionaria y el movimiento de masas.

       Ninguna de estas dos vertientes son separables, pero eso no obsta para que, en una fase u otra del proceso de reconstitución (asunto que estudiaremos más en profundidad en el tercer epígrafe de este escrito), una vertiente tenga más importancia que otra. Hoy, la tarea prioritaria es de índole ideológica, lo que significa que antes de la unificación de los destacamentos por la reconstitución comunista, es imprescindible profundizar en la confrontación ideológica como mecanismo de lucha-unidad. Pero eso no excluye –más bien al contrario- la creciente colaboración y coordinación entre destacamentos con miras a la futura constitución de esa estructura que podemos denominar “prepartidaria”.

II. La necesidad histórica de la reconstitución ideológica y política del comunismo: balance integral del Ciclo de Octubre y recomposición del movimiento comunista

         El movimiento comunista internacional demostró al mundo entero que el capitalismo no es ese monstruo inexpugnable que la burguesía se había encargado de construir en el imaginario colectivo de las masas explotadas. Además, confirmó que es posible construir el socialismo, que la clase obrera (y la alianza de esta con el campesinado pobre en los países donde fuese necesario) alberga dentro de sí la capacidad potencial para revolucionar la sociedad y poner los cimientos del comunismo.

        Sin embargo, el comunismo revolucionario no puede limitarse a este análisis, pues hoy nuestro movimiento está totalmente desarmado y el capitalismo ha conseguido imponerse a nuestra clase en una ofensiva sin precedentes en la historia. Es este el marco que explica la necesidad histórica de la reconstitución ideológica y política del movimiento comunista: el Balance del Ciclo de Octubre no es más que “el ajuste de cuentas” con nuestro propio pasado, el estudio de todas las experiencias revolucionarias (tanto las que lograron la conquista del poder político como las que no) y del conjunto del movimiento comunista; experiencias que se articularon en base al paradigma imperante desde la Revolución de Octubre y la constitución del movimiento comunista internacional tras su escisión del movimiento socialdemócrata. Hay que decir que dicho paradigma, si bien superó en gran medida la desnaturalización del marxismo puesta en práctica por el revisionismo bernsteiniano y kautskista, no logró desprenderse completa y definitivamente de algunos de sus presupuestos, sobre todo en cuanto a la incomprensión (más agudizada en unos dirigentes y organizaciones que en otros) de la gestación del movimiento revolucionario.

         Para sintetizar esta cuestión, podemos establecer tres componentes esenciales que facilitaron el avance de las posiciones revisionistas en el seno de los Partidos y Estados proletarios y de la propia Internacional Comunista:

         Primeramente, destaca la concepción economicista de las fuerzas productivas y la primacía otorgada al desarrollo de las fuerzas productivas; una concepción que provocó tres hechos muy graves e interrelacionados: por un lado, infravaloró o negó el papel consciente del sujeto revolucionario a la hora de destruir los Estados burgueses; por otro lado, fruto de una mala comprensión de las dinámicas y relaciones entre clases en la fase de transición hacia el comunismo provocó que se relajara la vigilancia revolucionaria y se hiciera ver a las masas que el peligro de restauración capitalista solo podía provenir del exterior o de elementos de la burguesía privada, obviando así la amenaza de la incipiente burguesía burocrática insertada en los aparatos administrativos, económicos y políticos del Estado y el Partido proletarios (cabe reseñar la excepción de la comprensión de este fenómeno por parte de la experiencia revolucionaria china, la cual, aun así, no pudo evitar su fracaso final); y, por último, se acrecentó de manera irreversible la brecha entre la vanguardia y las masas, pues dicha concepción economicista hacía depender la consecución del comunismo al mero desarrollo de las fuerzas productivas, quedando desatendido el aspecto ideológico-político, la tarea de la vanguardia de elevar el nivel de conciencia de las masas, lo que tuvo como efecto el triunfo –casi incruento- del revisionismo.

           En segundo lugar, cabe mencionar la confusión generada en torno a una incorrecta comprensión de la relación entre las formas jurídicas de propiedad y las relaciones de producción. Dicha confusión alimentó la dinámica anteriormente expuesta en la que el revisionismo podía medrar, de forma silenciosa pero firme, en los aparatos de poder de la dictadura del proletariado.

            En  tercer lugar, en relación con los dos elementos ya referidos, hay que señalar la tendencia progresiva del movimiento comunista internacional a reducir el marxismo a una especie de “determinismo” merced al cual los revolucionarios no debían crear las condiciones que posibilitaran la guerra revolucionaria contra la burguesía, sino que tenían que esperar a que el capitalismo agonizara aún más, precipitara los acontecimientos (produciendo estallidos sociales: “crisis revolucionarias espontáneas”), y, finalmente, a que la vanguardia se prestara a darle la “estocada final”. Esta visión eludía el fundamento básico del marxismo, según el cual el motor de la historia no es el desarrollo de las fuerzas productivas, sino las luchas entre clases que tienen su teatro de operaciones en las relaciones de producción y en las distintas formaciones políticas e ideológicas propias del imperialismo, la era de la guerra y la revolución.

           Lógicamente, el balance no solo debe preocuparse por los errores que posibilitaron la victoria del revisionismo (aunque hay que insistir en que esto es lo más importante de este trabajo histórico-político), sino que además debe estudiar y valorar los éxitos cosechados por el movimiento revolucionario mundial tanto en lo relativo a los logros materiales considerables para la vida de las grandes masas como en lo referente al ascenso a nivel cualitativo, de conciencia para sí, que se manifestaron en las formas más avanzadas de lucha contra toda forma de opresión en los países socialistas.

         Por último, debemos refutar otra de las acusaciones que los adversarios de la Línea de Reconstitución han lanzado contra esta en relación al Balance del Ciclo de Octubre. Según el oportunismo, que actualmente -sobre todo a partir de la caída del bloque revisionista, a principios de los años 90- el movimiento comunista internacional haya perdido hasta la más mínima centralidad en el campo del proletariado y las clases oprimidas; más aún, que actualmente el marxismo-leninismo esté ausente como línea revolucionaria en el propio movimiento comunista… todo ello no implica que haya finalizado un ciclo revolucionario porque… ¡aún seguimos viviendo en la era del imperialismo! Todo este despliegue de “dialéctica” obvia el hecho de que la revolución proletaria mundial tiene su propia periodización, sus fases de flujo y reflujo. En este caso, la fase de reflujo que vivimos desde hace décadas no puede ser sustraída como si no pasara absolutamente nada.

         Por ello, si sostenemos que el Ciclo de Octubre se ha agotado es porque, a pesar de los focos heroicos que hoy persisten en India o Filipinas, desde hace varias décadas el comunismo ya no es ningún referente hegemónico ni para la vanguardia proletaria ni para el conjunto de las masas explotadas. Y esa pérdida de referencialidad hunde sus raíces en el propio paradigma fracasado durante el Ciclo de Octubre: en concreto, el que gira en torno a las premisas sobre la “crisis revolucionaria” y la cuestión de la revolucionarización de las relaciones de producción durante el periodo socialista.

III. Fases del proceso de reconstitución

        Para entender un fenómeno, sea del tipo que sea, es fundamental comprender el entrelazamiento de las leyes dinámicas que lo rigen y explican, así como las diferentes fases que lo recorren. El proceso de reconstitución del Partido Comunista no podía ser ajeno a esta dinámica, por lo que también está sujeto a una serie de fases a las que el marxismo-leninismo no puede sustraerse. Por supuesto, ello no significa que haya una separación tajante entre una fase y otra.

          La primera fase del proceso de reconstitución es la que nos ocupa hoy, y tiene que ver con la consecución de la hegemonía ideológica y política en el campo de la vanguardia ideológica, es decir, en una acumulación de fuerzas en el seno de la vanguardia teórica. Anteriormente hemos aclarado que la hegemonía ideológica y política son dos caras de una misma moneda, pero ha de tenerse claro que la primera es una condición necesaria -aunque no suficiente- para concluir con éxito la reconstitución del Partido Comunista. En esta fase las tareas prioritarias son el desarrollo de la lucha de líneas en torno al Balance del Ciclo de Octubre, del que se extraerán los elementos que conformarán la Línea General de la revolución proletaria, y la formación de cuadros comunistas, de militantes armados con la concepción proletaria del mundo.

       La segunda fase del movimiento por la recomposición del movimiento obrero revolucionario consiste en la aplicación de los principios del socialismo científico, de la Línea General, a las condiciones concretas de la lucha de clases del Estado español, con lo que se obtiene la Línea Política. En cuanto a la línea de masas, esta sigue estando dirigida a la vanguardia teórica, pero se empieza a tomar contacto con elementos de la vanguardia práctica, de modo que la teoría revolucionaria pasa a concretarse progresivamente.

     En la tercera fase de la reconstitución finaliza la conquista de los elementos avanzados de las luchas de masas mediante la creación de organismos en los frentes de masas que faciliten la vinculación de la vanguardia ideológica (que previamente ha sido constituida a través de la unificación ideológico-política en torno al marxismo-leninismo) con la vanguardia práctica y, en consecuencia, con el movimiento de masas, realizándose definitivamente la fórmula leninista del partido revolucionario como fusión entre socialismo científico y movimiento obrero. Con esta etapa tiene lugar la cristalización de la Línea Política en Programa, o, en otras palabras, la solución revolucionaria a los problemas de las contradicciones sociales en el Estado español que forman parte de la Línea Política. En definitiva, como expresión de la unidad entre la teoría y la práctica en el proceso de reconstitución, el desarrollo teórico del marxismo, su concreción, está paralelamente vinculado al aumento del alcance del mismo sobre el proletariado mediante la línea de masas, que durante este curso toma la forma de lucha de dos líneas.

           Al concluir esta última fase ya tiene lugar la reconstitución del Partido Comunista, que es –y solo puede ser- el producto histórico más elevado del proletariado, la simbiosis del socialismo científico y el movimiento obrero de masas.

          Una vez reconstituido el Partido Comunista la tarea pasa a ser el inicio por parte de este de la guerra revolucionaria de masas o Guerra Popular (con sus diferentes fases: defensiva estratégica, equilibrio estratégico y ofensiva estratégica) y la construcción de los órganos de poder político de la clase obrera, peldaño indispensable para derrocar a la clase capitalista e instaurar el Estado de dictadura del proletariado como periodo revolucionario de transición entre el capitalismo y el comunismo. Sobre esta fase no nos detendremos más; solamente os remitiremos al epígrafe “Casuística de la Guerra Popular”, del documento El debate cautivo, elaborado por los camaradas del MAI.

IV. Vanguardia y masas, vanguardia teórica y vanguardia práctica: Partido Comunista reconstituido y movimiento de masas revolucionario

        La clase proletaria no es una entidad monolítica cuyo desarrollo y nivel de conciencia sean uniformes. Efectivamente, el proletariado es una clase social compuesta por diversas capas y estratos a través de los cuales se expresan diferentes clases de conciencia y desarrollo. Cuando un sector de la clase proletaria ha entendido que forma parte de una comunidad de intereses a nivel inmediato, sindical o económico, utilizamos la noción de “clase en sí”; si, por el contrario, existe un sector determinado que ha adquirido la conciencia sobre la necesidad y la posibilidad de constituir un nuevo orden social usamos el concepto de “clase para sí”.

       Dentro de la clase obrera, hay dos categorías que responden a dos realidades nítidamente diferenciadas: vanguardia y masas. El primer sector está constituido por aquel segmento de la clase que se sitúa en primera línea, ya sea como vanguardia práctica o como vanguardia ideológica o teórica. El segundo sector es el grueso de la clase obrera, es decir, es el grupo social más numeroso. Por ello, tanto la vanguardia como las masas son dos partes constitutivas de la misma clase social. La relación entre ambas es dialéctica, esto es, se produce mediante la dinámica de la escisión y la fusión, y ello es así porque la vanguardia, en un primer momento, está separada de las masas, no ejerce influencia sobre las mismas. Solo a través de la reconstitución del Partido Comunista, mediante la Guerra Popular, y, por supuesto, mediante el ejercicio del poder durante el periodo socialista (que busca fusionar cada vez más a la vanguardia con las masas hasta la completa desaparición de toda forma de división social clasista), se produce un proceso paulatino de fusión completa entre la vanguardia y las masas.

           Pero la vanguardia tampoco es un ente homogéneo. Es este el motivo por el que quienes apostamos por la Línea de Reconstitución subdividimos a la vanguardia en vanguardia teórica y vanguardia práctica. La vanguardia teórica o ideológica es aquella que es consciente del carácter decadente y parasitario del sistema capitalista y de todas aquellas manifestaciones clasistas previas a dicho sistema (cuya forma más importante es la del patriarcado, fenómeno socio-histórico que surge con el primer modelo social clasista de la historia y que continúa persistiendo bajo nuevas formas de dominio a través del modo de producción capitalista en su fase imperialista). La vanguardia teórica posee conciencia de clase para sí. Por su parte, la vanguardia práctica es aquella que encabeza y dirige las luchas de resistencia de las masas frente a las imposiciones del capital. Posee conciencia de clase en sí.

          A su vez, dentro de la vanguardia teórica cabe establecer otra categorización: nos referimos a la diferenciación entre vanguardia teórica marxista-leninista y el resto de la vanguardia teórica. En el primer caso, obviamente, aludimos a aquel sector de la vanguardia ideológica que considera -y lo demuestra a través de su actividad- que el marxismo-leninismo es la herramienta teórica y política para la liberación de la clase explotada. Por el contrario, la vanguardia teórica no marxista-leninista es aquella constituida por corrientes tan heterogéneas y dispersas como el revisionismo ortodoxo (que, en el papel, no renuncia a la autodenominación de marxista-leninista), el anarquismo en sus diversas variantes (anarcosindicalismo, “anarcocomunismo”, insurreccionalismo, etc.), elementos del reformismo socialdemócrata “de izquierda”, el trotskismo, la “izquierda comunista” o determinados elementos “de izquierdas” de movimientos de liberación nacional en el Estado español.

         En este caso, también sería un craso error establecer una línea divisoria tajante entre una forma de vanguardia y la otra. Pero lo cierto es que ambos sectores de la clase han de ser necesariamente diferentes hasta la culminación del proceso de reconstitución del Partido Comunista. Es a través de la vanguardia práctica como la vanguardia teórica consigue penetrar en las masas de la clase proletaria y, mediante un desarrollo concéntrico y una serie de mediaciones sociales, conformar esa estructura proletaria y revolucionaria superior denominada Partido Comunista o Partido de Nuevo Tipo. Por tanto, la vanguardia práctica es el conjunto de los intérpretes de las masas; es aquella que hace posible la traducción de la línea revolucionaria que porta la vanguardia ideológica en programa político para la destrucción revolucionaria del sistema de dominación capitalista.

          Evidentemente, hay elementos que pueden formar parte de la vanguardia teórica y, al mismo tiempo, de la vanguardia práctica. Por ejemplo, puede haber marxistas-leninistas que, además de ser parte integrante de algún destacamento comunista, destaquen en algunos núcleos de resistencia de nuestra clase. No obstante, mientras no esté constituido el sujeto revolucionario como tal, esto es, el Partido Comunista, no existirá una fusión real entre la vanguardia teórica y la vanguardia práctica.

        La escisión entre ambos sectores de la vanguardia proletaria se refleja en la práctica en que los diversos destacamentos revolucionarios no dirigen a las masas de la clase obrera ni en las luchas de resistencia ni mucho menos en la lucha revolucionaria. Dicho estado de cosas solo se superará con la fusión de ambos sectores de la vanguardia, con la reconstitución del Partido Comunista, del movimiento político revolucionario del proletariado.

          Utilizar los adjetivos “teórica” y “práctica” hace alusión al elemento determinante de cada tipo de vanguardia: obviamente, si a la vanguardia teórica la denominamos de tal forma no es porque no realice ninguna práctica, sino porque su fuerza constitutiva primordial es la asunción teórica del carácter decadente de este sistema social; asimismo, hablar de vanguardia práctica no implica desechar de esta todo aspecto teórico, sino que entendemos que son las prácticas de resistencia las que configuran el espacio central de esta forma de vanguardia.

          En cualquier caso, nunca debemos olvidar que el Partido Comunista es el mismo movimiento revolucionario con los instrumentos que ello implica: el Ejército Proletario y el Frente-Nuevo Poder. Así, mediante el triángulo Partido-Ejército-Frente, el proletariado tiene la capacidad para derrocar a la clase dominante y subvertir definitivamente el orden criminal de la burguesía.

V. ¿Teoría sin práctica? ¿Práctica sin teoría? Praxis revolucionaria y rol de la teoría revolucionaria en el movimiento comunista

        Llegados a este punto, conviene refutar algunos de los lugares comunes que el revisionismo ha utilizado contra quienes defendemos estas tesis. El núcleo de estas críticas tiene que ver con el hecho de interpretar de un modo mecanicista y antileninista la cuestión de la teoría revolucionaria y la fusión de esta con la práctica para generar la praxis revolucionaria ejercida por el Partido Comunista. Con frecuencia, nuestros revisionistas nos achacan un pretendido teoricismo, demostrando así su incapacidad para entender la importancia estratégica de formular, defender y aplicar la teoría revolucionaria, una teoría que hoy no ocupa un lugar hegemónico en nuestro movimiento como sí ocupó en otros periodos históricos y latitudes.

          El revisionismo, prisionero de un practicismo estéril, entiende la categorización de vanguardia teórica y vanguardia práctica de una forma reduccionista y unilateral. Para el oportunismo, como el Partido ya existe, no tiene sentido plantear una diferenciación de esta naturaleza. Además, consideran que es antimarxista separar la teoría de la práctica (lo cual es cierto). Pero ¿somos nosotros los que separamos la teoría de la práctica? ¿O más bien son ellos quienes desgajan la práctica de la teoría (revolucionaria)? Analicémoslo con más detenimiento.

       Desde que Lenin escribiera su libro ¿Qué hacer?, ha sido demostrado el papel crucial que ocupa la teoría revolucionaria para la configuración de cualquier movimiento revolucionario. Por ello, constatando la realidad de un movimiento comunista que carece de un arma vital como la teoría revolucionaria al mando de su programa político, quienes postulamos la necesidad de la reconstitución colocamos la teoría en el lugar que le corresponde, llegando a la conclusión de que hoy no existe nada más práctico que reconstituir el comunismo y sentar las bases para la reconstitución del Partido de Nuevo Tipo.

           Solo quien está maniatado por el activismo economicista más vulgar es incapaz de ver la doble naturaleza (teórica y práctica) de este proceso de reconstitución. Nuestra lucha teórica no es contemplativa; de hecho, es de naturaleza práctica, ya que implica confrontar para la futura reorganización de la vanguardia marxista-leninista como base para la reconstitución partidaria.

          No hay, por tanto, ninguna separación entre teoría y práctica, sino la necesidad de que la segunda sea dirigida por la primera, a diferencia de lo que sucede con la actividad de los destacamentos revisionistas del Estado español y de la gran mayoría de países del mundo. En este caso, nuestros oportunistas sí que disgregan la teoría de la práctica; más aún, desproveen a la vanguardia del proletariado de un arma vital como es la teoría revolucionaria, lanzándose a una práctica que se emancipa completamente de dicha teoría, desvirtuando y contaminando esta de diversas manifestaciones y expresiones ideológicas burguesas y pequeñoburguesas, todas ellas formas más propias de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía que de las masas hondas de la clase obrera. Pero parece que la militancia del revisionismo aún no ha sido abofeteada lo suficiente por la realidad histórica, ese tribunal que pone a cada uno en su sitio, y a pesar de ello continúa con una serie de tesis y prácticas que han demostrado y demuestran su fracaso constantemente.

         Visto ya el rol crucial que juega la teoría revolucionaria, conviene recordar que para el marxismo la praxis revolucionaria no es cualquier cosa. Naturalmente, no es en modo alguno la fusión de la teoría, tal y como la entiende el revisionismo, y la práctica reducida a sindicalismo y cretinismo parlamentario; tampoco es cualquier clase de actividad práctica que desarrollen núcleos comunistas entre sí o con algún sector de la vanguardia práctica. La praxis revolucionaria solo puede hacer acto de presencia cuando la autoconciencia del proletariado revolucionario se ha materializado a través del Partido de Nuevo Tipo; es decir, la praxis revolucionaria solo puede existir cuando el Partido Comunista comienza ya a ejercer y desarrollar, mediante la autoexperiencia política de las masas obreras, el Nuevo Poder, embrión del Estado-Comuna que pugnará por destrozar la institucionalidad de la clase explotadora para sustituirla por el nuevo Estado del proletariado revolucionario.

VI. Soltar lastre hoy: piedras en el sendero de la reconstitución del Partido Comunista en el Estado español y el resto del mundo

        Si bien es cierto que, en el Estado español, la Línea de Reconstitución ha avanzado considerablemente tanto a nivel cualitativo como cuantitativo en los últimos tiempos, podemos decir que el barco de la reconstitución aún debe soltar mucho lastre para llegar a buen puerto.

     Los mayores obstáculos para el avance del movimiento por la reconstitución del comunismo son los siguientes:

       En primer lugar, todavía sigue persistiendo en gran parte de nuestro movimiento un desprecio o una infravaloración considerables de la teoría revolucionaria.

       En relación con lo primero, otro obstáculo tiene que ver con la incomprensión de la naturaleza práctica de una tesis como la lucha ideológica como etapa insoslayable del proceso de reconstitución. Mientras no se entienda que aún no estamos en la fase de dirigirnos a las masas en general, sino a su vanguardia (y, concretamente, a su vanguardia ideológica), se seguirá concibiendo la práctica como una serie de dinámicas en las que la teoría revolucionaria cede su paso a un mejunje de prácticas espontaneístas.

          En tercer lugar, es imprescindible romper de una vez por todas con el dogmatismo, el organicismo y el “chovinismo de siglas”. Aún hoy es dominante la existencia de organizaciones autodenominadas comunistas incapaces de salir de sus marcos autorreferenciales, de su onanismo ideológico y político. Desde aquí decimos: camaradas, nuestras siglas no valen nada hoy, nuestros colectivos deberán desaparecer necesariamente para fundirse en esa organización superior que es el Partido de Nuevo Tipo.

           El cuarto obstáculo está relacionado con el dogmatismo y el apriorismo a la hora de realizar el balance de las experiencias revolucionarias más importantes protagonizadas por el proletariado desde la Comuna de París hasta la experiencia en Nepal. En este sentido, es muy habitual aún encontrar análisis que se acercan más a hagiografías que a verdaderos estudios históricos marxistas.

       Conviene aquí precisar algo. Cuando defendemos nuestro legado de las insidias y burdas manipulaciones orquestadas por la burguesía y sus plumíferos para desacreditarnos, no debemos tener ningún tipo de vacilación, al contrario de lo que hacen los más cobardes oportunistas y derechistas, al desmontar dichas mentiras y demostrar la superioridad de un orden social como el comunismo frente a un sistema rapaz e inhumano como es el modo de producción burgués. Dicho esto, entre comunistas no podemos limitarnos a darnos golpes de pecho, puesto que el socialismo al fin y al cabo fue derrotado por el revisionismo, por la burguesía, y esa derrota tuvo mucho que ver con los errores de nuestro movimiento y de sus figuras más destacadas, tanto en la URSS como en China.

    En quinto y último lugar, cabe mencionar el conjunto de lugares comunes y desviaciones de los que aún no ha logrado desprenderse buena parte del movimiento autodenominado comunista. Ya hemos analizado anteriormente estos prejuicios, pero podemos resumirlos en una visión espontaneísta, dogmática y antidialéctica del proceso revolucionario y de la concepción comunista propiamente dicha.

VII. ¿Cuáles son las condiciones para que pueda concluir con éxito el proceso de reconstitución del Partido Comunista?

        La primera condición insoslayable para la victoria de este proceso es la conciencia sobre la necesidad de reconstituir una cosmovisión y un movimiento fagocitados por décadas de oportunismo hegemónico.

        La segunda condición tiene que ver con las tareas ideológicas propias de la primera fase del proceso de reconstitución del comunismo. Estas tareas pasan por iniciar y profundizar la discusión sobre el Balance del Ciclo de Octubre, además de por confrontar ideológicamente con el revisionismo imperante y por analizar y relacionar con las necesidades de la reconstitución las luchas de clases existentes y la formación social y económica de cada Estado en el que los comunistas desarrollen su actividad. Todas estas  tareas están íntimamente relacionadas con la creación de cuadros formados en la concepción proletaria del mundo, el marxismo-leninismo; cuadros que son vitales para el proceso de reconstitución del Partido Comunista.

    En tercer lugar, es imprescindible que la lucha ideológica se acompañe de una creciente cooperación y coordinación con los destacamentos e individualidades que tengan una determinada afinidad con respecto a la Línea de Reconstitución.

      La cuarta condición pasa por unificar orgánicamente a los distintos destacamentos marxistas-leninistas, lo que permitirá que se cumpla la quinta condición: la identificación, la localización y la primera toma de contacto con los elementos más avanzados de la vanguardia práctica de nuestra clase. Esta periodización no excluye que, anteriormente, puedan entablarse algunos contactos con la vanguardia práctica, pero en ningún caso esta tarea puede absorber fuerzas y energías como para impedir lo prioritario en esa etapa, que es imponer la lucha de la línea revolucionaria sobre la línea oportunista en el seno de la vanguardia ideológica.

    Por último, la sexta condición para que finalice de manera exitosa el proceso de reconstitución comunista es la fusión de la estructura unitaria marxista-leninista que se haya conformado por parte de los sectores más avanzados de la vanguardia ideológica, por un lado, y el movimiento de masas, por otro lado.

       A partir de aquí, la reconstitución ya es una realidad y concluye para transformarse en un movimiento revolucionario de nuevo tipo por la construcción de la sociedad sin clases.

Revolución o Barbarie

Febrero de 2014

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El parlamentarismo y la reconstitución del movimiento comunista

La cuestión parlamentaria es quizá una de las que mayor complejidad encierran a la hora de trazar la linea justa de cualquier movimiento revolucionario. Y es que esta es una cuestión en la que el proletariado revolucionario debe poner a prueba la corrección de su táctica de combate contra la dominación burguesa, adecuando dicha táctica a la estrategia de derrocamiento del poder capitalista y de la revolución socialista. El uso de las instituciones políticas democrático-burguesas con fines revolucionarios está lleno de potenciales peligros, unos peligros que pueden provocar la liquidación total de un movimiento revolucionario en ciernes si no son previamente analizados y constantemente superados por la praxis revolucionaria.

A tenor de la utilización y la justificación que el revisionismo y el reformismo hacen del cretinismo parlamentario más reaccionario, es imprescindible que los comunistas tengamos claros cuáles son los criterios, la naturaleza y la forma de la posible participación de los comunistas en las instituciones políticas de un Estado democrático-burgués. También se hace necesario, aunque en esta fase de «interregno» en que nos encontramos no sea prioritario aún, combatir los errores del «izquierdismo» en torno al parlamentarismo. Tanto la desviación de derecha como la «de izquierda» representan un obstáculo insalvable para que el tren de la revolución proletaria llegue a la última estación correctamente. Pero, como hemos comentado anteriormente, con un movimiento revolucionario de nuevo tipo aún inexistente en la práctica totalidad de países del globo y dada la hegemonía aplastante que aún detenta el revisionismo en el seno del autodenominado «movimiento comunista internacional», el trabajo más urgente pasa por combatir ideológica y políticamente el oportunismo electoralista y el cretinismo parlamentario del revisionismo y el reformismo, para quienes -aunque con diferente gradación, como luego tendremos ocasión de demostrar- el Estado burgués puede ser destruido o reformado desde dentro, sin necesidad de contar con un aparato clandestino del Partido de nuevo tipo, ni con un movimiento de masas revolucionario agrupado en su frente único y en su ejército revolucionario que, mediante la guerra civil revolucionaria, liquide completamente el andamiaje estatal de la clase dominante.

Hemos decidido elaborar este trabajo de tal forma que cualquier camarada pueda comprender perfectamente las razones por las cuales la participación parlamentaria debe ser enfocada desde un punto de vista revolucionario, y ello con objeto de encarar con éxito el próximo ciclo revolucionario. El documento de estudio sobre el parlamentarismo y la reconstitución del Partido Comunista constará de tres epígrafes.

En el primero de ellos estudiaremos la naturaleza del Estado democrático-burgués, de la manera más esquemática posible pero sin perder de vista la enorme complejidad del Estado como máquina política en la que las clases y fracciones de clase dominantes disponen de determinados aparatos represivos e ideológicos que les permiten institucionalizar su hegemonía política y su dominación económica.

El segundo punto versará principalmente sobre la crítica radical al corpus teórico del revisionismo y el reformismo en la cuestión parlamentaria, lo que resulta indispensable a la hora de articular el Partido de nuevo tipo mediante la aplicación de la línea de reconstitución; todo ello sin perder de vista la crítica superadora de la desviación «de izquierda», que niega per se la participación de los comunistas en las instituciones democrático-burguesas como forma de agitación y propaganda por la destrucción de la institucionalidad capitalista.

Por último, concluiremos este trabajo teórico con la exposición de la línea de reconstitución que consideramos justa y necesaria en lo relativo a la cuestión electoral, táctica que hoy más que nunca lleva aparejada la lucha constante entre la línea revolucionaria y la revisionista como mecanismo ineludible para la reconstitución ideológica y política de la vanguardia marxista-leninista, peldaño que es necesario alcanzar como paso previo a la fusión de dicha vanguardia con el movimiento proletario y su  conversión en el Partido de clase revolucionario.

Como nota editorial, aclaramos que todas las negritas que aparezcan en las citas utilizadas son nuestras.

            1. Estado democrático-burgués, Parlamento y aparatos de Estado

capitalism

Hay quienes creen haber hallado el Santo Grial al haber descubierto que el Estado es siempre un órgano de dominación de una clase sobre otra. Sin embargo, en ocasiones hay premisas que, aun siendo esencialmente correctas, terminan naufragando en conclusiones erróneas por la falta de análisis dialéctico. Para entender la complejidad de intereses y fuerzas de un entramado como el Estado burgués (y, en concreto, de su forma democrática), es imprescindible ir más allá de la perspectiva «represiva» a la hora de estudiar el fenómeno del Estado capitalista, su democracia y las relaciones entre clases y fracciones de clase que esta conforma.

El Estado es, en última instancia, un grupo de personas armadas para la defensa de los intereses de una clase social determinada históricamente. Pero el Estado es al mismo tiempo mucho más que eso: es un producto extraordinariamente complejo en el que intervienen toda clase de aparatos y ramas de hegemonía política y dominación económica; dichos aparatos y ramas están constituidos no solo por el aparato de represión estrictamente hablando, sino por los aparatos ideológicos y económicos. Más adelante estudiaremos la cuestión de los aparatos en el seno del Estado burgués, pero vayamos ahora a una exposición de Engels sobre el Estado moderno que corrobora la enorme complejidad de ese «aparato de aparatos» de la clase dominante que es el Estado capitalista:

«El moderno Estado representativo es el instrumento de que se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado. Sin embargo, por excepción, hay periodos en que las clases en lucha están tan equilibradas, que el poder del Estado, como mediador aparente, adquiere cierta independencia momentánea respecto a una y otra. En este caso se halla la monarquía absolutista de los siglos XVII y XVIII, que mantenía a nivel la balanza entre la nobleza y el estado llano; y en este caso estuvieron el bonapartismo del primer imperio francés, y sobre todo el del segundo, valiéndose de los proletarios contra la clase media, y de esta contra aquellos. La más reciente producción de esta especie, donde opresores y oprimidos aparecen igualmente ridículos, es el nuevo imperio alemán de la nación bismarckiana: aquí se contrapesa a capitalistas y trabajadores unos con otros, y se les extrae el jugo sin distinción en provecho de los junkers prusianos de provincias, venidos a menos» (Engels, F., El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).

Como vemos, lo primero que hace Engels es aclarar que, desde el punto de vista histórico y general, el Estado moderno es una máquina de la burguesía para oprimir y aplastar al proletariado. Posteriormente, aunque advierte de que es una excepción que el Estado burgués funcione de otra manera en parte diferente, enumera una serie de ejemplos históricos que confirman la tesis de la naturaleza extraordinariamente compleja de un instrumento de dominación como es el Estado burgués. En realidad, si bien en un principio el revolucionario alemán aclara que esos «periodos en que las clases en lucha están equilibradas» con un «poder del Estado, como mediador aparente» son excepcionales, al final termina por enumerar hasta tres ejemplos distintos de suma importancia histórica: el Estado monárquico-absolutista de los siglos XVII y XVIII, el Estado bonapartista del primer imperio francés y la Alemania de Bismarck.

Para los padres del marxismo, el Estado burgués no se define únicamente por la detentación de la fuerza física represiva, sino principalmente por su papel social y político. El Estado capitalista es la instancia central cuyo papel es el mantenimiento de la unidad y de la cohesión de una formación social, además del sostenimiento de las condiciones de producción y la reproducción de dichas condiciones; es, en definitiva, el garante y «armonizador» de la dominación política clasista de un bloque histórico de poder.

Este análisis, a nuestro juicio desterrado y olvidado por buena parte de los comunistas como consecuencia de que se aleja del estrecho mecanicismo con que suele analizarse la naturaleza del Estado capitalista, es un toque de atención para todos aquellos que crean que el Estado burgués -en concreto el Estado de la fase imperialista- es un aparato absolutamente monolítico y con participación única y exclusiva de su fracción más poderosa (es decir, la oligarquía financiera). A decir verdad, el Estado democrático-burgués del estadio imperialista es el Estado de la oligarquía financiera, pero no solo, y aquí está el matiz de capital importancia: el Estado burgués imperialista -no solamente el democrático, sino incluso el Estado de excepción en dos de sus variantes posibles: dictadura militar y fascismo- es un conglomerado de intereses de las distintas fracciones de la clase dominante, es el producto más elevado desde el punto de vista político que, como decíamos más arriba, permite la cohesión y la unidad de dichas fracciones para el sostenimiento del orden capitalista. El origen de los diferentes formatos de Estado imperialista, por tanto, no tiene que ver con la exclusividad de mando de la oligarquía financiera, sino con la posibilidad que tienen las diversas fracciones dominantes de contar o no con instrumentos y mecanismos políticos propios en los diferentes aparatos del Estado burgués.

Creemos que comprender en sus justos términos la tesis que acabamos de exponer lleva a implicaciones de orden ideológico y político tremendamente relevantes. La más importante de estas implicaciones es la comprensión del carácter complejo de todo Estado democrático-burgués desde el punto de vista de clase. Y es ahí donde entra en juego el Parlamento como dispositivo que permite expresar institucionalmente la diversidad de intereses de las fracciones de la clase dominante de un determinado país. Si bien no entraremos ahora a profundizar en la diferenciación capital que reviste este aspecto en relación a una forma de Estado bien concreta como es el fascismo (anunciamos que este será uno de nuestros próximos trabajos monográficos), sí diremos brevemente que es el parlamentarismo como vía de participación política de los diferentes sectores y fracciones de la clase dominante lo que diferencia esencialmente a un Estado democrático de uno de tipo fascista, bonapartista o de dictadura militar (también en ese trabajo que anunciamos trataremos de explicar las diferencias entre estas tres variantes de Estados de excepción capitalistas). En cualquier caso, las contradicciones en el seno de las clases y fracciones dominantes continúan existiendo también en los regímenes de Estado de excepción. Ahora bien, dichas contradicciones persisten bajo una forma diferente. Así, sabemos que el Estado de excepción no elimina del poder todas las clases y fracciones en el poder que no sean la hegemónica. Pero tiempo tendremos de ocuparnos más extensamente de esta cuestión en el documento sobre el fascismo.

Volviendo al tema que nos ocupa, digamos que, desde que, en el siglo XVII, la «Revolución Gloriosa» instaurara la forma embrionaria de parlamentarismo esencialmente burgués, la institución parlamentaria y el Estado nacional han ido evolucionando conforme al desarrollo del modo de producción capitalista y las luchas de clases inherentes a este. La llegada del imperialismo marcó profundos cambios en la estructura del Estado capitalista, incluyendo la «modernización» del Parlamento (de acuerdo a los intereses de la burguesía en conjunto del Estado imperialista) y la supremacía política de la oligarquía financiera, una supremacía más o menos potente en función del desarrollo histórico de un determinado país. El parlamentarismo, en el Estado imperialista, permitió a las fracciones relativamente dependientes de la oligarquía financiera -como la aristocracia obrera, la pequeña burguesía y el capital medio- disponer de espacios políticos propios dentro de distintos aparatos del Estado capitalista y conformar lo que se denomina un «bloque histórico de poder».

Si bien el Estado imperialista es aquel dirigido principalmente por la oligarquía financiera, la alianza y cogestión política del Estado entre clases y fracciones de clase dominantes solo es posible gracias a la existencia del Estado parlamentario, sea monárquico o republicano. Insistimos: comprender el carácter complejo del entramado estatal de la burguesía, sobre todo en la era del imperialismo, es fundamental para estudiar a fondo cómo se organiza el poder burgués y, por supuesto, para trazar correctamente una línea y un programa que se ajusten a las necesidades de la revolución socialista como vía para arribar a la sociedad sin clases.

El parlamentarismo es la forma política más acabada de democratización para el conjunto de la burguesía, y su existencia misma demuestra que la clase dominante aún sigue usando tal dispositivo para resolver en el marco de su Estado las diferencias y fricciones entre fracciones dominantes. Obviamente, el parlamentarismo nunca es democracia para el proletariado. Recurramos a Lenin para estudiar esta cuestión:

«En la sociedad capitalista, bajo las condiciones del desarrollo más favorable de esta sociedad, tenemos en la República democrática un democratismo más o menos completo. Pero este democratismo se halla siempre comprimido dentro de los estrechos marcos de la explotación capitalista y es siempre, en esencia, por esta razón, un democratismo para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos. La libertad de la sociedad capitalista sigue siendo, y es siempre, poco más o menos, lo que era la libertad en las antiguas repúblicas de Grecia: libertad para los esclavistas. En virtud de las condiciones de la explotación capitalista, los esclavos asalariados modernos viven tan agobiados por la penuria y la miseria, que «no están para democracias», «no están para política», y en el curso corriente y pacífico de los acontecimientos, la mayoría de la población queda al margen de toda participación en la vida político-social» (Lenin, El Estado y la revolución).

Efectivamente, al contrario de lo que sostienen quienes idealizan la democracia burguesa y entienden que en esta no tienen cabida el terror de Estado burgués y una represión despiadada contra el proletariado revolucionario, el formato de Estado democrático-burgués es el que mejor posibilita la participación, con diferentes altibajos según la correlación de fuerzas, de los distintos sectores que componen la clase dominante de un país. Sin embargo, para el proletariado, en el fondo, no hay ningún tipo de «ventaja» de la que pueda aprovecharse a la hora de derrocar el poder capitalista. Lógicamente, esto no significa que para la vanguardia comunista y el proletariado revolucionario los marcos de la democracia burguesa y del Estado de excepción sean los mismos a la hora de preparar, desde el punto de vista formal, las condiciones para la reconstitución del movimiento comunista y el inicio de la guerra revolucionaria. Pero, como hemos dicho antes, al final el Estado democrático-burgués actúa exactamente como un puro aparato de represión contrarrevolucionario, tal y como actúan los bonapartismos, las dictaduras militares o los regímenes fascistas.

Volviendo nuevamente al análisis realizado por Lenin en El Estado y la revolución, hay que decir que el análisis del Estado es sumamente importante -incluso determinante- a la hora de defender la ideología revolucionaria y la necesidad de la revolución socialista mediante la reconstitución del Partido comunista, la guerra civil revolucionaria y la creación de frentes proletarios de masas. De hecho, el tema del Estado es una de las grandes piedras de toque que separan el comunismo revolucionario del comunismo revisionista y reformista. Según explicaba el revolucionario ruso en dicho opúsculo:

«Aquí aparece expresada con toda claridad la idea fundamental del marxismo en cuanto a la cuestión del papel histórico y de la significación del Estado. EI Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase.

El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.

En torno a este punto importantísimo y cardinal comienza precisamente la tergiversación del marxismo, tergiversación que sigue dos direcciones fundamentales.

De una parte, los ideólogos burgueses y especialmente los pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos históricos indiscutibles a reconocer que el Estado sólo existe allí donde existen las contradicciones de clase y la lucha de clases, “corrigen” a Marx de manera que el Estado resulta ser el órgano de la conciliación de clases. Según Marx, el Estado no podría ni surgir ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases. Para los profesores y publicistas mezquinos y filisteos -¡que invocan a cada paso en actitud benévola a Marx!- resulta que el Estado es precisamente el que concilia las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores.

Por ejemplo, en la revolución de 1917, cuando la cuestión de la significación y del papel del Estado se planteó precisamente en toda su magnitud, en el terreno práctico, como una cuestión de acción inmediata, y además de acción de masas, todos los socialrevolucionarios y todos los mencheviques cayeron, de pronto y por entero, en la teoría pequeñoburguesa de la «conciliación» de las clases “por el Estado”. Hay innumerables resoluciones y artículos de los políticos de estos dos partidos saturados de esta teoría mezquina y filistea de la “conciliación”. Que el Estado es el órgano de dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su antípoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que esta democracia pequeñoburguesa no podrá jamás comprender.

La actitud ante el Estado es uno de los síntomas más patentes de que nuestros socialrevolucionarios y mencheviques no son en manera alguna socialistas (lo que nosotros, los bolcheviques, siempre hemos demostrado), sino demócratas pequeñoburgueses con una fraseología casi socialista.

De otra parte, la tergiversación “kautskiana” del marxismo es bastante más sutil.
“Teóricamente”, no se niega ni que el Estado sea el órgano de dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean irreconciliables. Pero se pasa por alto u oculta lo siguiente: si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que «se divorcia cada vez más de la sociedad», es evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del Poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel “divorcio”. Como veremos más abajo, Marx llegó a esta conclusión, teóricamente clara por si misma, con la precisión más completa, a base del análisis histórico concreto de las tareas de la revolución. Y esta conclusión es precisamente -como expondremos con todo detalle en las páginas siguientes- la que Kautsky… ha «olvidado» y falseado» (Lenin, El Estado y la revolución).

Entrando ahora en la cuestión de los aparatos de Estado burgués, debemos decir en primer lugar que los aparatos estatales son aquellos dispositivos en los que cristalizan los intereses de las clases dominantes y sus ideologías. En sentido estricto, el aparato represivo de Estado constituye la condición indispensable para la existencia y el funcionamiento de los aparatos ideológicos en un sistema social. El aparato represivo en ningún momento deja de estar presente detrás de los aparatos ideológicos.

La ideología, que sobrepasa el marco del «sistema conceptual» para entrar en el terreno de los usos, las costumbres y los «modos de vida» de los agentes de una determinada formación social, es un poder fundamental del conjunto de las clases en un sistema históricamente determinado; por supuesto, no es algo neutro, sino que en una sociedad de clases no existen más que ideologías de clase. En el caso del capitalismo, hay dos grandes ideologías: la proletaria y la burguesa. Pero también existen subconjuntos ideológicos, como los de la pequeña burguesía o la aristocracia obrera. Por otro lado, no hay ningún dique de contención infranqueable que separe de forma absoluta una ideología de otra; o mejor dicho: la ideología burguesa, que es la dominante (y dicha ideología es el cimiento del sistema de explotación capitalista), está siempre pugnando por profundizar cada vez más su influencia, por corroer y por destruir la ideología revolucionaria, la ideología del proletariado. La relación entre los aparatos estatales y la ideología dominante es clara: esta última se encarna en una serie de aparatos tales como el aparato político, el económico, el «sindical» (el de la aristocracia obrera), el educativo (a través del sistema reglado de enseñanza), el religioso o el propagandístico.

Antes ya comentamos que, en general, el movimiento comunista sigue interpretando la naturaleza del Estado burgués en clave estrictamente represiva, como si no hubiera más aparatos dentro de este que el estrictamente represivo (en el sentido de represión física sistemática, organizada y sancionada por la ley burguesa). Dicho esto, además del aparato represivo (policía, ejército, subaparato judicial, Gobierno, administración, sistema carcelario, etc.), para el Estado capitalista es determinante contar con un conjunto de aparatos ideológicos que funcionan básicamente para la elaboración y la inculcación de ideologías. Los aparatos ideológicos del Estado burgués presentan, en sus relaciones mutuas y en aquellas que construye con el aparato de Estado, un grado y una forma de autonomía relativa que las ramas del aparato represivo de Estado no poseen. Esta autonomía relativa de los aparatos ideológicos de Estado tiene que ver con las relaciones de poder político en sentido estricto, y se expresa por desajustes importantes en el poder de Estado. El Estado burgués cohesiona las fracciones de clase dominantes mediante sus respectivos aparatos y ramas, pero los desequilibrios y reequilibrios se producen constantemente, lo que demuestra la naturaleza no monolítica del Estado de la burguesía.

Por otro lado, conviene tener en cuenta que el Estado, además de las funciones represiva e ideológica, desempeña también una función económica directa, como lo demostró Lenin al hablar de la forma específica de intervencionismo del Estado de la etapa imperialista, que actúa e interviene «hasta en los últimos detalles de la economía». Como se puede demostrar de manera particularísima con la reciente crisis económica, el Estado no se limita a reproducir las condiciones sociales de la producción capitalista, sino que además interviene de forma directa en la reproducción del ciclo de producción como tal.

Profundizando nuevamente en lo que decíamos anteriormente sobre el parlamentarismo, y en relación con los aparatos de Estado burgués, se hace necesario aclarar una cuestión. En ocasiones se dice y se escribe que los partidos políticos burgueses, además de desempeñar un papel fundamentalmente ideológico, juegan un papel de organización y gestión importante para con las fracciones de clase a las que representan. Esto, sin dejar de ser cierto, es un análisis limitado y no dialéctico, pues este papel lo entendemos secundario si lo comparamos con el papel organizativo que tuvieron antaño los partidos revolucionarios con respecto al proletariado. En el caso de los modernos partidos burgueses y su papel organizador, entendemos que son los aparatos estatales (tanto el represivo como el ideológico y el económico) los que detentan en general el papel principal de gestor y organizador del bloque dominante que tiene las riendas fundamentales del Estado, desempeñando por tanto hoy estos partidos funciones propias de los aparatos ideológicos.

Además, la organización de las diversas fuerzas sociales burguesas y pequeñoburguesas puede pasar igualmente por la vía indirecta de otros aparatos de Estado. Esto evidencia que, aunque se elimine el pluripartidismo en un Estado burgués, las diversas fracciones dominantes pueden participar en el Estado a través de diversos aparatos y ramas (como ocurre de hecho con los regímenes fascistas, los bonapartistas o las dictaduras militares). Esta tesis es más interesante aún si la extendemos a la tesis sobre el peligro endógeno y constante de restauración del capitalismo durante el socialismo. Sostenemos que, en general, el movimiento comunista internacional no ha sabido entender esta cuestión en toda su complejidad, lo que ha provocado que, en experiencias revolucionarias como la soviética, se tendiera a pensar que bastaba con la prohibición de los partidos políticos capitalistas para excluir la posibilidad de organización endógena de la burguesía en fuerza social y política. Al final, tanto en la URSS como en China y en Albania se demostró que la burguesía puede cooptar y erosionar, lenta pero inexorablemente, el Estado proletario desde sus mismas entrañas, desde el propio Partido revolucionario, sin necesidad de contar con herramientas políticas propias.

Una implicación muy importante de todo lo relativo a los aparatos de Estado y su naturaleza es que la liquidación del Estado burgués no puede ser llevada a cabo de forma homóloga a la liquidación del aparato represivo de Estado y de los aparatos ideológicos, ya que estos últimos no pueden ser destruidos ni de la misma forma ni al mismo tiempo que el aparato represivo de Estado. Esto no deja de ser una obviedad, pues sabemos que las transformaciones revolucionarias en la superestructura ideológica son mucho más lentas que las que se producen en la envoltura política del sistema burgués. De ahí la importancia de desarrollar la revolución cultural y la lucha constante de la línea revolucionaria contra la revisionista (sobre todo en el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo); es decir, de ahí la necesidad de potenciar y perfeccionar la lucha entre las dos líneas que forzosamente continúan existiendo -aunque en un grado diferente- hasta la implantación del comunismo a escala mundial.

            2. Revisionismo, reformismo e «izquierdismo» en la cuestión parlamentaria

1 

«Sólo los bribones o los tontos pueden creer que el proletariado debe primero

conquistar la mayoría en las votaciones realizadas bajo el yugo de la burguesía,

bajo el yugo de la esclavitud asalariada, y que sólo después debe conquistar el Poder.

Esto es el colmo de la estulticia o de la hipocresía, esto es sustituir la lucha de clases

y la revolución por votaciones bajo el viejo régimen, bajo el viejo Poder».

V. I. Lenin, «Saludo a los comunistas italianos, franceses y alemanes», Obras completas, t. XXX.

«Y en efecto, en la época del capitalismo, cuando las masas obreras son

sometidas a una incesante explotación y no pueden desarrollar sus

capacidades humanas, lo más característico para los partidos políticos obreros

es justamente que sólo pueden abarcar a una minoría de su clase. El partido político puede

agrupar tan sólo a una minoría de la clase, puesto que los obreros verdaderamente conscientes

 en toda sociedad capitalista no constituyen sino una minoría de todos los obreros.

 Por eso nos vemos precisados a reconocer que sólo esta minoría consciente

 puede dirigir a las grandes masas obreras y llevarlas tras de sí.

Necesitamos partidos nuevos, partidos distintos. Necesitamos partidos

que estén en contacto efectivo y permanente con las masas y sepan dirigirlas».

V. I. Lenin, «Discurso sobre el papel del Partido Comunista» (23 de julio de 1920).

«La táctica del proletariado debe tener presente, en cada grado de desarrollo,

 en cada momento, esta dialéctica objetivamente inevitable de la historia humana;

 por una parte, aprovechando las épocas de estancamiento político o de desarrollo a paso de tortuga

 -la llamada evolución ‘pacífica’- para elevar la conciencia, la fuerza y la

 capacidad combativa de la clase avanzada, y por otra parte,

 encauzando toda esta labor de aprovechamiento hacia el ‘objetivo final’

 del movimiento de dicha clase capacitándola para resolver prácticamente

 las grandes tareas de los grandes días en que estén corporizados veinte años».

Lenin, O. C., t. XXI, pág. 53.

Como expusimos en la introducción de este trabajo, deslindar campos con el revisionismo y el reformismo en la compleja cuestión del parlamentarismo y la lucha revolucionaria es una pieza clave para emprender exitosamente las tareas que debemos seguir en base a la línea de reconstitución del movimiento comunista. Realizada ya la introducción en torno a la definición marxista de conceptos como el Estado, sus aparatos y el Parlamento, estamos en condiciones de pasar a refutar los errores y lugares comunes principales de las distintas formas de oportunismo y reformismo en torno al tema de la participación de los comunistas en la instituciones burguesas.

Partiendo de la premisa formulada por Stalin a tenor de la cual «la desviación de derecha y la de «izquierda»» son «ambas desviaciones respecto de la línea leninista» («Sobre el peligro de derecha en el PC (b) de la URSS», de la colección Cuestiones del leninismo, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín), hay que aclarar que tanto el revisionismo derechista como el «izquierdista» deben ser combatidos y superados por la vanguardia marxista-leninista. No obstante, hay que tener en cuenta que ambas desviaciones de las que hablaba el georgiano tienen una raíz distinta y, aunque a la postre deben ser denunciadas de la misma forma por el movimiento comunista, combatir a una desviación por encima de otra pasa a ser una prioridad en función de la fase en que se encuentre el proceso de reconstitución del Partido Comunista y el propio movimiento revolucionario.

Así, el derechismo revisionista y el reformismo son los principales enemigos a batir, desde el punto de vista ideológico, por la vanguardia marxista-leninista en la primera fase del proceso de recomposición del movimiento, es decir, en aquella en que debe forjarse un núcleo de destacamentos antirrevisionistas que conformen una estructura pre-partidaria que proceda a fusionarse con el movimiento proletario. Sin embargo, conforme dicho proceso avanza, es decir, cuando se ha ganado para la revolución socialista a la vanguardia del movimiento obrero, se hace perentorio combatir el doctrinarismo «de izquierda» por obstaculizar o impedir la penetración hacia las grandes masas de las posiciones ganadas por el Partido Comunista reconstituido. Por tanto, debemos tener muy presente esta diferenciación -o periodización, si se quiere- con respecto a cómo combatir las dos desviaciones anticomunistas en torno a la cuestión parlamentaria en particular y a la reconstitución del comunismo en general.

Queremos dejar claro que no es en absoluto caprichoso el orden que hemos establecido en este epígrafe. Efectivamente, lo que más interesa ahora a los comunistas que apostamos por la reconstitución del movimiento comunista es combatir sin tregua todas aquellas posiciones que el derechismo revisionista y el reformismo generan, alimentan y propagan con respecto al parlamentarismo, el Estado burgués y la táctica para construir el Estado de dictadura del proletariado. Por último y en menor medida, se hace necesario desmontar y superar los prejuicios que aún hoy algunos comunistas, desde posiciones dogmáticas «de izquierda», preconizan en referencia a las condiciones en que el movimiento comunista puede participar eventualmente en un proceso electoral.

Comencemos entonces refutando las tesis del revisionismo en relación a la cuestión parlamentaria. Primeramente aclaremos que, como ya hemos explicado en documentos anteriores, diferenciamos el revisionismo del reformismo en el sentido de que el primero mantiene cierta fraseología revolucionaria (usa categorías tales como socialismo, dictadura del proletariado, comunismo, burguesía, lucha de clases, etc.) que el segundo ha abandonado por completo o en su práctica totalidad. En segundo lugar, es pertinente advertir sobre lo siguiente. Si bien el revisionismo es una fuerza burguesa que parasita al movimiento obrero revolucionario a escala internacional -y sus principios son, por tanto, internacionales-, hay que tener en cuenta que para este análisis, por estar incardinados el documento y nuestro propio medio de difusión en el Estado español, utilizaremos como punto de referencia organizativo el destacamento más representativo del revisionismo en nuestro Estado, que es el PCPE. No obstante, no es este el lugar para profundizar en la línea general de dicha organización, pues ya lo hicimos en este documento.

En el texto mencionado declarábamos -concretamente en el epígrafe titulado «La cuestión electoral»- lo siguiente en torno al oportunismo electoralista profesado por el PCPE:

«En el caso concreto que nos atañe, esto es, el del PCPE, esta organización se presenta a todas las citas electorales, ya sean municipales, autonómicas o estatales, allí donde pueden completar una lista electoral. El PCPE, por su escasa influencia sobre las masas obreras, se encuentra incapacitado para entrar en las instituciones burguesas, a excepción de en algunos pocos ayuntamientos. En función de esto, la participación en las elecciones la justifican en que tiene la función de darse a conocer entre las masas, como si los comunistas no tuviesen modos propios para realizar propaganda y agitación que tuviesen que aprovechar la campaña electoral (las elecciones para elegir a los gestores de la dictadura del capital) para hacerlo.

Los programas electorales que presentan a las masas siempre se basan en medidas reformistas, contribuyendo con ello al reforzamiento de las ilusiones parlamentarias de la clase obrera (ya que el cumplimiento de dichas medidas exigiría la gestión a través de las instituciones del Estado burgués) y no a su destrucción, que sería el objetivo de los comunistas al presentarse a un proceso electoral. […]

En las últimas elecciones generales, en noviembre de 2011, el PCPE se presentó con dos programas: uno táctico y otro estratégico (se entiende que el táctico sería un paso hacia el estratégico). El programa táctico contenía una enumeración de medidas reformistas cuya realización solo sería posible en el capitalismo y que, por tanto, solo puede contribuir a fomentar las esperanzas de la clase obrera en un gobierno del Estado burgués. El programa estratégico contenía la reivindicación del “socialismo” (eso sí, un socialismo, no entendido como la dictadura revolucionaria de clase del proletariado, sino reducido a la nacionalización de los medios estratégicos de producción, cosa que poco tiene que ver con el verdadero significado del socialismo, de la fase inferior del modo de producción comunista). Esto se observa en toda la propaganda del PCPE, donde siempre se menciona la defensa del sector público, como si el sector público estuviese en manos del proletariado y no de la burguesía, que es la que controla el Estado. La vinculación entre programa táctico (reformas) y el programa estratégico (“socialismo”) parte de la concepción economicista de la revolución del PCPE, que establece que existe una línea de continuidad entre la lucha por reformas y la lucha revolucionaria por el socialismo, cuando la lucha por reformas solo atenaza a la clase obrera en un enfrentamiento con la burguesía dentro de los límites del capitalismo, lo que no puede generar conciencia revolucionaria. […]

Resumiendo, la participación del PCPE en el proceso electoral no está encaminada a desenmascarar la democracia burguesa y a eliminar la confianza que puedan tener las masas en la mejora de sus condiciones de vida a través del aparato estatal, sino que, al proponerles programas reformistas y la gestión de los municipios, fomentan dichas esperanzas lastrando el desarrollo de la conciencia revolucionaria de estas masas».

Ahondando más en la naturaleza de los planteamientos del revisionismo sobre el parlamentarismo, lo primero que debemos tener claro es que la concepción revisionista es inseparable de la estrategia economicista que organizaciones como el PCPE defienden sistemáticamente. No obstante la fraseología empleada por los revisionistas, al final la cuestión se reduce a «acumular fuerzas» mediante las luchas por reformas de la clase obrera como medio para fortalecer al «Partido», insuflar la «conciencia revolucionaria» y «dirigir» el estallido espontáneo de una crisis «revolucionaria». Bajo este paraguas ideológico, político y estratégico más propio de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía que del proletariado revolucionario, el revisionismo se resguarda y alimenta su discurso según el cual los comunistas deben participar en las instituciones de la democracia burguesa como medio para ganar a la mayoría de la clase obrera y crear contradicciones «irresolubles» para la clase explotadora desde sus mismas entrañas.

La realidad es que el revisionismo, a la postre y como no podía ser de otra forma, termina siempre por subordinar la praxis revolucionaria al discurso y la práctica oportunistas. En este aspecto el revisionismo se conecta directamente con el reformismo más recalcitrante -lo cual demuestra, por otro lado, su idéntico parentesco de clase-, puesto que su práctica en referencia al parlamentarismo finaliza con la gestión de la democracia burguesa (allí donde sus habitualmente pírricos resultados se lo permiten, claro está) y el descrédito creciente de las masas hondas con respecto al movimiento comunista.

La línea revisionista trata de justificar su participación en el entramado democrático-burgués refiriendo a que, con su práctica, consigue desgastar la democracia burguesa y hacer llegar el «mensaje» a algunos sectores de la clase obrera. Ambas explicaciones son rotundamente falsas, puesto que los comunistas solo podemos utilizar la tribuna parlamentaria como medio de desgaste, propaganda y agitación contra la misma democracia burguesa cuando la vanguardia marxista-leninista, unificada en una estructura prepartidaria, puede acelerar el proceso de fusión con la vanguardia práctica y, por tanto, está en condiciones de utilizar ese espacio, no como medio para proponer reformas beneficiosas para la clase obrera, sino fundamentalmente para demostrar ante dicha vanguardia el carácter reaccionario y falsario del parlamentarismo. Una vez reconstituido el Partido Comunista, es una cuestión a debatir si este puede participar durante un periodo de tiempo en determinados comicios electorales antes de emprender la estrategia de guerra revolucionaria, que debe cristalizar en la creación de un ejército revolucionario y en un frente de masas mediante el que traducir la línea revolucionaria en programa para la toma del poder. Pero sobre esta cuestión no nos detendremos más aquí, pues la estudiaremos con mayor profundidad en el tercer y último epígrafe.

Ya que el revisionismo gusta muy a menudo de acudir a los clásicos del comunismo, usando para ello las armas típicas del dogmatismo revisionista consistente en descontextualizar de forma antidialéctica determinados fragmentos de obras de los grandes revolucionarios, vayamos sin más dilación a algunos de los pasajes más relevantes de Engels, Lenin o la Internacional Comunista en torno al parlamentarismo para desmontar los mitos y errores del oportunismo en torno a este tema.

Comencemos con un fragmento de Engels como introducción a la edición de 1895, de Karl Marx, Las luchas de clases en Francia. De 1848 a 1850:

«El primer gran servicio que los obreros alemanes prestaron a su causa consistió en el mero hecho de su existencia como Partido Socialista que superaba a todos en fuerza, en disciplina y en rapidez de crecimiento. Pero además prestaron otro: suministraron a sus camaradas de todos los países un arma nueva, una de las más afiladas, al hacerles ver cómo se utiliza el sufragio universal.

El sufragio universal existía ya desde hacía largo tiempo en Francia, pero se había desacreditado por el empleo abusivo que había hecho de él el Gobierno bonapartista. Y después de la Comuna no se disponía de un partido obrero para emplearlo. También en España existía este derecho desde la República, pero en España todos los partidos serios de oposición habían tenido siempre por norma la abstención electoral. Las experiencias que se habían hecho en Suiza con el sufragio universal servían también para todo menos para alentar a un partido obrero. Los obreros revolucionarios de los países latinos se habían acostumbrado a ver en el derecho de sufragio una añagaza, un instrumento de engaño en manos del Gobierno. En Alemania no ocurrió así. Ya el Manifiesto Comunista había proclamado la lucha por el sufragio universal, por la democracia, como una de las primeras y más importantes tareas del proletariado militante, y Lassalle había vuelto a recoger este punto. Y cuando Bismarck se vio obligado a introducir el sufragio universal como único medio de interesar a las masas del pueblo por sus planes, nuestros obreros tomaron inmediatamente la cosa en serio y enviaron a Augusto Bebel al primer Reichstag Constituyente. Y, desde aquel día, han utilizado el derecho de sufragio de un modo tal, que les ha traído incontables beneficios y ha servido de modelo para los obreros de todos los países. Para decirlo con las palabras del programa marxista francés, han transformado el sufragio universal de moyen de duperie qu’il a été jusqu’ici en instrument d’émancipation —de medio de engaño, que había sido hasta aquí, en instrumento de emancipación. Y aunque el sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos hacer un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar en igual medida, con el aumento periódicamente constatado e inesperadamente rápido del número de votos, la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro mejor medio de propaganda; la de informarnos con exactitud acerca de nuestra fuerza y de la de todos los partidos adversarios, suministrándonos así el mejor instrumento posible para calcular las proporciones de nuestra acción y precaviéndonos por igual contra la timidez a destiempo y contra la extemporánea temeridad; aunque no obtuviésemos del sufragio universal más ventaja que ésta, bastaría y sobraría. Pero nos ha dado mucho más. Con la agitación electoral, nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y en los mítines. ¿Para qué les sirvió al Gobierno y a la burguesía su ley contra los socialistas, si las campañas de agitación electoral y los discursos socialistas en el parlamento constantemente abrían brechas en ella?

Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales.

Pues también en este terreno habían cambiado sustancialmente las condiciones de la lucha. La rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.

No hay que hacerse ilusiones: una victoria efectiva de la insurrección sobre las tropas en la lucha de calles, una victoria como en el combate entre dos ejércitos, es una de las mayores rarezas. Pero es verdad que también los insurrectos habían contado muy rara vez con esta victoria. Lo único que perseguían era hacer flaquear a las tropas mediante factores morales que en la lucha entre los ejércitos de dos países beligerantes no entran nunca en juego, o entran en un grado mucho menor. Si se consigue este objetivo, la tropa no responde, o los que la mandan pierden la cabeza; y la insurrección vence. Si no se consigue, incluso cuando las tropas sean inferiores en número, se impone la ventaja del mejor armamento e instrucción, de la unidad de dirección, del empleo de las fuerzas con arreglo a un plan y de la disciplina. Lo más a que puede llegar la insurrección en una acción verdaderamente táctica es levantar y defender una sola barricada con sujeción a todas las reglas del arte. Apoyo mutuo, organización y empleo de las reservas, en una palabra, la cooperación y la trabazón de los distintos destacamentos, indispensable ya para la defensa de un barrio y no digamos de una gran ciudad entera, sólo se pueden conseguir de un modo muy defectuoso y, en la mayoría de los casos, no se pueden conseguir de ningún modo. De la concentración de las fuerzas sobre un punto decisivo, no cabe ni hablar. Así, la defensa pasiva es la forma predominante de lucha; la ofensiva se producirá a duras penas, aquí o allá, siempre excepcionalmente, en salidas y ataques de flanco esporádicos, pero, por regla general, se limitara a la ocupación de las posiciones abandonadas por las tropas en retirada. A esto hay que añadir que las tropas disponen de artillería y de fuerzas de ingenieros bien equipadas e instruidas, medios de lucha de que los insurgentes carecen por completo casi siempre. Por eso no hay que maravillarse de que hasta las luchas de barricadas libradas con el mayor heroísmo —las de París en junio de 1848, las de Viena en octubre del mismo año y las de Dresde en mayo de 1849—, terminasen con la derrota de la insurrección, tan pronto como los jefes atacantes, a quienes no frenaba ningún miramiento político, obraron ateniéndose a puntos de vista puramente militares y sus soldados les permanecieron fieles».

Estudiemos con profundidad las palabras del revolucionario alemán como todo marxista debe hacer: analizando la situación concreta desde el punto de vista histórico. En primer lugar, no debemos  olvidar que el sufragio universal fue, en el marco del capitalismo ascensional, una conquista de la clase obrera y de las masas populares impuesta a las clases dominantes. En segundo lugar, y como consecuencia de esto, debemos inferir que el parlamentarismo en esa época tenía un signo particular, diferente, que no tenía ni podía tener exactamente en el capitalismo monopolista de Estado. Pero ¿cuál era esa especificidad? Dejemos que sea la Internacional Comunista, a través del informe titulado «El Partido Comunista y el parlamentarismo», leído en el segundo Congreso (celebrado en 1920), quien nos aclare este asunto:

«La actitud de los partidos socialistas con respecto al parlamentarismo consistía en un comienzo, en la época de la I Internacional, en utilizar los parlamentos burgueses para fines agitativos. Se consideraba la participación en la acción parlamentaria desde el punto de vista del desarrollo de la conciencia de clase, es decir del despertar de la hostilidad de las clases proletarias contra las clases dirigentes. Esta actitud se modificó no por la influencia de una teoría sino por la del progreso político. A consecuencia del incesante aumento de las fuerzas productivas y de la ampliación del dominio de la explotación capitalista, el capitalismo, y con él los estados parlamentarios, adquirieron una mayor estabilidad.

De allí la adaptación de la táctica parlamentaria de los partidos socialistas a la acción legislativa “orgánica” de los parlamentos burgueses y la importancia siempre creciente de la lucha por la introducción de reformas dentro de los marcos del capitalismo el predominio del programa mínimo de los partidos socialistas, la transformación del programa máximo en una plataforma destinada a las discusiones sobre un lejano “objetivo final”. Sobre esta base se desarrolló el arribismo parlamentario, la corrupción, la traición abierta o solapada de los intereses primordiales de la clase obrera. La actitud de la III Internacional con respecto al parlamentarismo no está determinada por una nueva doctrina sino por la modificación del papel del propio parlamentarismo. En la época precedente, el parlamento, instrumento del capitalismo en vías de desarrollo trabajó, en un cierto sentido, por el progreso histórico».

Pretender extrapolar de forma mecánica la realidad de Marx y Engels a la del imperialismo decadente, como hacen nuestros revisionistas, es desvirtuar de forma radical el marxismo. Sin embargo, también es un error colegir de esta premisa cierta que hoy ya no cabe posibilidad alguna de utilizar el Parlamento desde el punto de vista revolucionario. Sobre esta última posición, podemos afirmar que, si bien es cierto que el sistema de dominación del imperialismo tiende a la reacción y a una menor democracia política para las masas explotadas que en el siglo XIX, hay que tener en cuenta que la conveniencia de la intervención de los revolucionarios en el Parlamento no solamente fue apoyada por Marx y Engels bajo el capitalismo premonopolista, sino también por Lenin -¡y además hasta el final de sus días!- bajo ese imperialismo en descomposición que el revolucionario ruso ya analizó y conoció de primera mano.

Entrando ahora en el análisis del reformismo, ese subproducto de la histórica socialdemocracia de los países imperialistas que, además de haber actuado y actuar hoy día como pata «izquierda» y subaparato del Estado burgués, ha renunciado completamente a toda fraseología revolucionaria (en algunos casos incluso abandonando la simbología comunista -como en el caso del PCF-, lo cual es muy de agradecer por parte de los revolucionarios), debemos decir que este es el campeón del oportunismo electoralista y del cretinismo parlamentario. Todo lo que de oportunista hay en el revisionismo comunista, en el reformismo es elevado a la máxima potencia para materializarse en organizaciones políticas con líneas y programas que preconizan claramente la tesis del Estado «de todas las clases», de un Estado burgués que, sin ser destruido -¡o, peor aún, siendo pretendidamente «destruido» desde su propio interior!-, pueda satisfacer los anhelos y las necesidades de las «mayorías» explotadas. En realidad, lo que esconde la fraseología reformista es el intento de volver a un «Estado del bienestar», es decir, a un escenario político-histórico revivificado en el que la aristocracia obrera, la pequeña burguesía y el capital medio vuelvan a tener el peso político-institucional que hasta hace algunos años tuvieron (si bien el proceso de trasvase de poder institucional desde estas fracciones de clase hacia la oligarquía financiera comenzó en los años 80 y, sobre todo, los 90).

En el caso del Estado español, la tríada PCE-UJCE-IU es el exponente dominante de este reformismo recalcitrante. No obstante, la realidad es que la práctica electoralista del revisionismo en nuestro Estado no se ha diferenciado radicalmente de la implementada por el PCE, salvo en la formalidad radical de determinado discurso del PCPE que llama a la clase obrera a «acumular fuerzas» mediante el parlamentarismo y el sindicalismo hasta llegar a una toma del poder que nunca explican bien cómo se va a producir, desarrollar y extender hasta acabar con todo el edificio político de la burguesía.

Ni el reformismo más derechista ni el revisionismo han denunciado jamás ante las masas explotadas, en el marco de su participación en todos los procesos electorales de las últimas décadas, la naturaleza dictatorial y burguesa de las instituciones vigentes. Y, por supuesto, nunca han preconizado abiertamente la necesidad de que el proletariado prepare la destrucción del Estado burgués y su sustitución por órganos de poder proletario, los consejos obreros armados. Por último, tampoco el revisionismo supera al reformismo en el sentido de promover el desgaste de las instituciones representativas de la burguesía; de hecho, en su discurso ni siquiera se barrunta la opción del boicot revolucionario a la farsa electoral.

Tanto el revisionismo como el reformismo suelen acudir al famoso libro La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, escrito por Lenin en abril de 1920, para justificar su clara liquidación de la ideología revolucionaria y la subordinación de esta a la ideología reaccionaria de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía. Así, por ejemplo, es común que nuestros dignos revisionistas utilicen fragmentos como estos (señalamos en negrita los aspectos que más suelen destacar en sus comunicados):

«Aunque no fuesen «millones» y «legiones», sino una simple minoría bastante importante de obreros industriales, la que siguiese a los curas católicos, y de obreros agrícolas, la que siguiera a los terratenientes y campesinos ricos (Grossbauern), podría asegurarse ya sin dudar que el parlamentarismo en Alemania no había caducado todavía políticamente, que la participación en las elecciones parlamentarias y la lucha en la tribuna parlamentaria es obligatoria para el partido del proletariado revolucionario, precisamente para educar a los elementos atrasados de su clase, precisamente para despertar e ilustrar a la masa aldeana analfabeta, ignorante y embrutecida. Mientras no tengáis fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquiera otra institución reaccionaria, estáis obligados a trabajar en el interior de dichas instituciones, precisamente porque hay todavía en ellas obreros idiotizados por el clero y por la vida en los rincones más perdidos del campo. De lo contrario, corréis el riesgo de convertiros en simples charlatanes».

«Como es natural, estaría en un error quien siguiera sosteniendo de un modo general la vieja afirmación de que abstenerse de participar en los parlamentos burgueses es inadmisible en todas las circunstancias […]: los bolcheviques consiguieron impedir la convocatoria  del parlamento reaccionario por el Poder reaccionario en un momento en que la acción revolucionaria extraparlamentaria de las masas (en particular las huelgas) crecía con excepcional rapidez, en que no había ni un solo sector del proletariado y del campesinado que pudiera apoyar en modo alguno el Poder reaccionario, en que la influencia del proletariado revolucionario sobre las vastas masas atrasadas estaba asegurada por la lucha huelguística y el movimiento agrario».

Estos fragmentos no validan los postulados de los revisionistas. Al contrario, los refutan claramente y establecen una línea de continuidad entre las ideas defendidas en dichos fragmentos y las de quienes hoy apostamos por la reconstitución del Partido Comunista en todos los países del mundo. En el primer fragmento Lenin deja muy claro que, mientras no tengamos fuerza para disolver por la fuerza revolucionaria el Parlamento, estamos obligados a trabajar en él. Señalemos dos aspectos con respecto a esta idea: primero, la época en la que se circunscribe el escrito coincide con la primera ofensiva dentro del ciclo de Octubre, en el cual el movimiento comunista internacional era una realidad temible para la burguesía internacional y, por tanto, era de una necesidad acuciante conquistar a las amplias masas obreras por todos los medios posibles; segundo, lo que los oportunistas «olvidan» es que es el mismo Lenin el que, en este escrito y en toda su obra y vida militante, reconoce y defiende de forma expresa que para destruir el poder burgués hay que constituir un aparato clandestino del Partido y órganos de poder enfrentados al Estado capitalista, pero -¡oh, qué descuido el de nuestros oportunistas!- esto lo amputan y obvian de sus análisis los reformistas y revisionistas.

Veamos ahora lo que expone el revolucionario ruso en otro fragmento del mismo libro:

«De que el parlamento se convierta en el órgano y “centro” (dicho sea de paso, nunca ha sido ni ha podido ser en realidad el “centro”) de la contrarrevolución y de que los obreros creen los instrumentos de su Poder en forma de Soviets, se desprende que los trabajadores deben prepararse ideológica, política y técnicamente para la lucha de los Soviets contra el parlamento, para la disolución del parlamento por los Soviets. Pero de esto no se deduce en modo alguno que semejante disolución sea obstaculizada, o no sea facilitada, por la presencia de una oposición soviética en el seno  de un parlamento contrarrevolucionario. […] la experiencia de una serie de revoluciones, si no de todas […] acredita la singular utilidad que representa en tiempos de revolución combinar la acción de masas fuera del parlamento reaccionario con una oposición simpatizante de la revolución (o mejor aún, que la apoya francamente) dentro de ese parlamento».

Comencemos por el final de la cita. Lenin plantea que la fórmula parlamentaria puede -y debe- ser combinada con la estructura extraparlamentaria del Partido en determinados contextos como forma de facilitar el camino de la destrucción del Estado burgués. Pero antes de establecer esta premisa, deja muy clara otra que vuelven a olvidar los oportunistas: los obreros deben crear sus instrumentos de poder en forma de soviets. Pero no solo eso, sino que además deben prepararse desde el punto de vista ideológico, político y técnico (o sea, ¡militar!) para liquidar el parlamento, la institución «suprema» de la democracia burguesa.

Con respecto a las tesis defendidas por el comunismo «de izquierda» y por algunos elementos  del autodenominado marxismo-leninismo -que equiparan mecánicamente reacción política del imperialismo a fascismo y a imposibilidad permanente y absoluta de actuación en las instituciones democrático-burguesas-, es interesante comenzar contextualizando y explicando las posiciones de Lenin fijadas en el capítulo XII del clásico libro al que ya hemos hecho referencia:

«[…] el parlamento se ha hecho odioso en extremo a la vanguardia revolucionaria de la clase obrera. Es un hecho indiscutible. Y se comprende perfectamente, pues resulta difícil imaginarse mayor vileza, abyección y felonía que la conducta de la inmensa mayoría de los diputados socialistas y socialdemócratas en el parlamento durante la guerra y después de ella. Pero sería no sólo insensato, sino francamente criminal, dejarse llevar por estos sentimientos al decidir la cuestión de cómo se debe luchar contra el mal universalmente reconocido».

O también:

«[…] Manifestar el “revolucionarismo” sólo con injurias al oportunismo parlamentario, sólo condenando la participación en los parlamentos, resulta facilísimo; pero precisamente porque es demasiado fácil no es la solución de un problema difícil, dificilísimo».

La negativa per se a participar, coyunturalmente, en elecciones burguesas es hasta cierto punto lógica, pero implica una nula comprensión de lo que para el marxismo es la estrategia revolucionaria y las diversas tácticas que deben emplearse en función de parámetros como la situación política de la vanguardia ideológica o el desarrollo de la lucha de clases revolucionaria de tal o cual país. Las desviaciones «izquierdistas» preconizan la táctica del boicot desde el punto de vista histórico-ideológico, confundiéndolo con el boicot desde el punto de vista político-táctico. Quizá es el siguiente fragmento del texto de Lenin el que mejor explicita por qué es un error renunciar de forma dogmática e infantil a participar en instituciones burguesas -sobre todo para quienes hoy sostienen que el imperialismo lleva aparejada la imposibilidad de participar de forma eventual en parlamentos-, cuando dicha participación puede suponer un avance para el movimiento de destrucción del orden explotador y opresivo de la burguesía:

«El parlamentarismo «ha caducado históricamente». Esto es cierto desde el punto de vista de la propaganda. Pero nadie ignora que de ahí a su superación práctica hay una distancia inmensa. Hace ya algunas décadas que podía decirse, con entera justicia, que el capitalismo había «caducado históricamente», lo cual no impide, ni mucho menos, que nos veamos precisados a sostener una lucha muy prolongada y muy tenaz sobre el terreno del capitalismo. El parlamentarismo «ha caducado históricamente» desde un punto de vista histórico universal, es decir, la época del parlamentarismo burgués ha terminado, la época de la dictadura del proletariado ha empezado. Esto es indiscutible, pero en la historia universal se cuenta por décadas. Aquí diez o veinte años más o menos no tienen importancia, desde el punto de vista de la historia universal son una pequeñez, imposible de apreciar ni aproximadamente. Pero, precisamente por eso, remitirse en una cuestión de política práctica a la escala de la historia universal, es la aberración teórica más escandalosa.

¿Ha «caducado políticamente» el parlamentarismo? Esto es ya otra cuestión. Si fuese cierto, la posición de los «izquierdistas» sería sólida. Pero hay que probarlo por medio de un análisis serio, y los «izquierdistas» ni siquiera saben abordarlo».

En el fondo, el «izquierdismo», que rechaza de plano el «parlamentarismo» revolucionario, implica una importación de tesis y posiciones más propias del anarquismo que del marxismo revolucionario. Es un infantilismo político que, si bien, por ahora -como explicamos más arriba- no puede ni debe ser el centro de la crítica revolucionaria de los marxistas-leninistas alrededor del problema parlamentario, puede significar un serio obstáculo para el avance de un auténtico Partido leninista, para el organismo que sintetiza el socialismo científico y el movimiento de masas. En el ya mencionado informe de la Comintern, la dirección del movimiento comunista internacional de la época dejó muy clara la postura sobre la actitud de los «izquierdistas» en torno al parlamentarismo (y creemos que, además de lo dicho por Lenin y por las ideas complementadas por nosotros, estos dos párrafos son ya más que suficientes para comprender por qué el «izquierdismo» es una rémora peligrosa para nuestro movimiento en general y en esta cuestión muy en particular):

«16. El “antiparlamentarismo” de principio, concebido como el rechazo absoluto y categórico a participar en las elecciones y en la acción parlamentaria revolucionaria, es una doctrina infantil e ingenua que no resiste a la crítica, resultado muchas veces de una sana aversión hacia los políticos parlamentarios pero que no percibe, por otra parte, la posibilidad del parlamentarismo revolucionario. Además, esta opinión se basa en una noción totalmente errónea del papel del partido, considerado no como la vanguardia obrera centralizada y organizada para el combate sino como un sistema  descentralizado de grupos mal unidos entre sí;

17. Por otra parte, la necesidad de una participación efectiva en elecciones y en asambleas parlamentarias de ningún modo deriva del reconocimiento en principio de la acción revolucionaria en el parlamento, sino que todo depende de una serie de condiciones específicas.  La salida de los comunistas del parlamento puede tornarse necesaria en un momento dado. Eso ocurrió cuando los bolcheviques se retiraron del preparlamento de Kerenski con el objeto de boicotearlo, de tornarlo impotente y de oponerlo más claramente al soviet de Petrogrado en vísperas de dirigir la insurrección. También ese fue el caso cuando los bolcheviques abandonaron la Asamblea Constituyente, desplazando el centro de gravedad de los acontecimientos políticos al III Congreso de los Soviets. En otras circunstancias, puede ser necesario el boicot a las elecciones o el aniquilamiento inmediato, por la fuerza, del estado burgués y de la camarilla burguesa, o también la participación en elecciones simultáneamente con el boicot al parlamento, etc.)».

En conclusión, los comunistas hemos de oponer la propaganda y la agitación verdaderamente revolucionarias en torno a esta cuestión a las concepciones dominantes en nuestro movimiento que, tanto el revisionismo derechista e «izquierdista» como el reformismo más oportunista, sostienen y amparan con todo su ímpetu. Y, lógicamente, debemos adecuar dicho discurso a la realidad que nos ha tocado vivir (en el Estado español y en el resto de países), que es la de un periodo -que algunos camaradas llaman «interregno» como periodo intermedio entre el ciclo de Octubre y el nuevo, aún por florecer y reproducirse- en el que la tarea prioritaria y urgente consiste en reconstituir ideológica y políticamente el comunismo como paso previo e imprescindible para que la vanguardia marxista-leninista se fusione con el movimiento proletario de masas y articule la estructura socio-política más avanzada de la historia moderna, el Partido de masas y vanguardia, el Partido revolucionario.

            3. El uso revolucionario del Parlamento enmarcado en las tareas de reconstitución del Partido de nuevo tipo

no votar

«Nosotros, en cambio, basándonos en la doctrina de Marx

y en la experiencia de la revolución rusa, decimos:
el proletariado debe primero derrocar a la burguesía y conquistar para sí

el poder estatal y después utilizar ese poder estatal, o sea,

la dictadura del proletariado, como un instrumento de su clase

 con el fin de ganarse la simpatía de la mayoría de los trabajadores.

Los partidarios de la democracia ‘consecuente’ no han reflexionado

 sobre la importancia de este hecho histórico. Inventaron, y siguen inventando,

 el cuento infantil de que, en el capitalismo, el proletariado puede ‘convencer’

 a la mayoría de los trabajadores y ganarlos firmemente para su causa

 por medio de votaciones. Pero la realidad demuestra que sólo en el curso

 de una larga y terrible lucha, la dura experiencia de la vacilante pequeña burguesía

 la llevará, después de comparar la dictadura del proletariado con la dictadura

 de los capitalistas, a la conclusión de que la primera es mejor que la segunda».

Lenin, Las elecciones a la Asamblea Constituyente y la dictadura del proletariado (1919).

«18. Reconociendo de este modo, por regla general, la necesidad de participar en las

elecciones parlamentarias y municipales y de trabajar en los parlamentos y

en las municipalidades, el partido comunista debe resolver el problema según el caso concreto,

inspirándose en las particularidades específicas de la situación. El boicot de las elecciones

 o del parlamento, así como el alejamiento del parlamento, son sobre todo admisibles

 en presencia de condiciones que permitan el pasaje inmediato a la lucha armada por la conquista del poder».

«Partido Comunista y parlamentarismo», segundo Congreso de la Internacional Comunista (1920).

Una vez que hemos pasado por la trituradora de la crítica revolucionaria las concepciones del revisionismo y el reformismo sobre el problema del parlamentarismo y los comunistas, llegamos al corolario lógico de la exposición del marco teórico que puede permitirnos a los marxistas-leninistas dilucidar cómo y cuándo puede ser útil para la causa revolucionaria hacer uso de la tribuna parlamentaria. Pues bien, recordemos que en nuestro documento El PCPE y el revisionismo: una crítica necesaria en el Estado español, exponíamos muy brevemente las condiciones y los criterios que deben guiar a los revolucionarios a la hora de plantearse participar en comicios electorales:

«Los comunistas no nos oponemos a la participación electoral, pero esta tiene que estar subordinada al objetivo revolucionario y no convertirse en un principio incuestionable. La participación de los comunistas en las elecciones, con el propósito de entrar en las instituciones burguesas, está subordinada al objetivo de denunciar la propia democracia burguesa como una dictadura de clase de la burguesía sobre el proletariado, es decir, el objetivo es desenmascarar el aparato estatal burgués ante los obreros conscientes (con conciencia de clase en sí) y ante las masas atrasadas de la clase obrera que siguen confiando en que sus problemas se pueden solucionar mediante el voto a diferentes candidaturas que se presentan a las elecciones, que en ningún caso representan sus intereses de clase (ya sean candidaturas que representan los intereses de la burguesía monopolista, la pequeña burguesía, la aristocracia obrera, etc.). La participación tiene que estar encaminada a acabar con las ilusiones parlamentarias de ese sector de la vanguardia, que forma parte de la dirección de las luchas de resistencia, y de las amplias masas obreras.

Como medio de acumulación de fuerzas, la participación electoral solo puede servir en el período de conquistar a los elementos de la clase obrera con conciencia de clase en sí, como forma de propaganda hacia este sector. En el caso de las grandes masas proletarias, estas no se van a sumar a un movimiento revolucionario, no van a adquirir conciencia revolucionaria, mediante la propaganda y agitación dentro de las instituciones burguesas, ya que las promesas y los cantos de sirena son insuficientes cuando de lo que se trata es de ganarlas para el proceso de la revolución socialista. La única forma de acumular fuerzas de las amplias masas obreras para la revolución, como ya expusimos antes, es mediante su experiencia en la gestión de su poder político a través del Nuevo Poder y de la confrontación de este frente al Estado de la burguesía. A las grandes masas de la clase hay que ofrecerles una alternativa real y tangible al estado actual de las cosas, para que estas se decanten por la revolución proletaria y desarrollen conciencia revolucionaria. De nada sirve la simple propaganda y la agitación».

Tal y como hemos afirmado en el segundo punto de este texto, el revisionismo suele tachar de «izquierdistas» a aquellos destacamentos comunistas que se oponen al cretinismo parlamentario. Sin embargo, los comunistas que rechazamos el oportunismo electoralista no lo hacemos movidos por una especie de apriorismo «antiparlamentario». Nuestro «antiparlamentarismo» es el antiparlamentarismo defendido por todos los revolucionarios de la historia: es decir, aquel que sirve objetivamente a los intereses de la revolución socialista; aquel que busca la destrucción del viejo poder, no la subordinación del proletariado revolucionario a la cogestión del Estado burgués.

Por supuesto, desde nuestro medio de difusión también propugnamos, en las condiciones actuales, la abstención en los comicios electorales a las instituciones burguesas. Pero tengamos en cuenta antes dos premisas. Primero, la vanguardia ideológica marxista-leninista (es decir, aquel sector de nuestra clase que, no solamente es consciente de la necesidad de destruir el capitalismo, sino que además plantea que la única alternativa histórica posible es el comunismo), carece hoy de una homogeneidad y un desarrollo teórico-políticos indispensables para poder llevar a cabo un trabajo parlamentario de índole verdaderamente revolucionaria, comunista. Segundo, dicha vanguardia no cuenta con los nexos necesarios con las masas de nuestra clase, lo que implica una incapacidad manifiesta para elevar de manera sustancial la conciencia política de las masas proletarias y para dirigir sus luchas.

Ya hemos dejado claro que el «parlamentarismo» enfocado desde un punto de vista revolucionario gravita en torno a criterios y condiciones que respeten los principios de la ideología revolucionaria de la clase obrera. Antes de entrar a concretar los criterios y las condiciones de ese «parlamentarismo», los comunistas hemos de tener muy claro que el camino pasa por explicar a la vanguardia práctica la naturaleza del Estado democrático-burgués y la función que en él tienen las elecciones. Dicho esto, los criterios y las condiciones para la participación electoral en nuestra época se nuclean en torno a un principio rector: la reconstitución del Partido Comunista. Teniendo en cuenta que dicho Partido no existe aún, cualquier consigna electoral debe partir de este hecho irrefutable.

La táctica del boicot a la farsa democrático-burguesa solo puede tornarse en participación coyuntural bajo dos variables: cuando la vanguardia marxista-leninista se haya organizado en torno a una estructura prepartidaria, un embrión del Partido de nuevo tipo; y, en función de las circunstancias políticas coyunturales en la correlación de fuerzas entre clases, en determinados contextos inmediatamente posteriores a la reconstitución del Partido Comunista y previos al inicio de la guerra civil revolucionaria.

En cuanto a la primera condición (ganar a la vanguardia práctica para la revolución socialista, una vez que hemos ganado a los sectores más avanzados de la vanguardia ideológica para el comunismo), también la participación parlamentaria debe estar sujeta a limitaciones claramente definidas. Así, la vanguardia comunista que concurra a elecciones bajo una determinada marca electoral debe ganarse a la vanguardia práctica y erosionar el Parlamento en función de dos variables: el nivel de conciencia de dicha vanguardia práctica con respecto al parlamentarismo y la naturaleza del propio Estado capitalista, y una crítica constante sobre los resultados conseguidos con la participación parlamentaria para el fin ya señalado. El primer aspecto gravita en torno a lo que la vanguardia práctica demuestra conocer de la sustancia falsaria y explotadora de la democracia burguesa, mientras que el segundo está relacionado con una autocrítica constante que huya de las habituales justificaciones a que nos tiene acostumbrado el revisionismo cuando analiza sus resultados en procesos electorales.

Con respecto a la segunda variable para participar en elecciones (periodo intermedio entre la reconstitución del Partido revolucionario de masas y el inicio de la guerra contra el Estado burgués y por la democracia proletaria), cabe decir que esta va a depender, como siempre, del desarrollo político de la lucha de clases revolucionaria y de cuestiones tácticas que puedan llevar -o no- al Partido Comunista a plantearse un periodo, una especie de «interregno», como medio para crear «opinión pública» favorable al comunismo en determinados sectores de las masas hondas y como catalizador para preparar el comienzo del enfrentamiento político-militar con el Estado de la burguesía.

Pero, insistimos, las dos variables o condiciones anteriores no pueden ser tomadas de forma rígida, pues esta es precisamente una de las cuestiones donde los comunistas deben demostrar su capacidad para conjugar la firmeza de principios de la estrategia revolucionaria con la flexibilidad táctica acorde a dicha estrategia. Evidentemente, esta flexibilidad táctica debe tener en cuenta también las condiciones particulares de todo Estado burgués y de las correlaciones de fuerzas entre sus clases y fracciones de clase.

Para finalizar, consideramos interesante desarrollar brevemente una serie de aspectos sobre la construcción del nuevo poder y la utilización revolucionaria de las instituciones burguesas. Para ello merece la pena acudir nuevamente al informe presentado al segundo Congreso de la Internacional Comunista (1920), titulado «El Partido Comunista y el parlamentarismo». Aclaramos previamente que todas las negritas de los fragmentos copiados son nuestras. Dicho lo cual, veamos primero cuál era la posición de la Internacional Comunista sobre el parlamentarismo en el imperialismo:

«En las condiciones actuales, caracterizadas por el desencadenamiento del imperialismo, el parlamento se ha convertido en un instrumento de la mentira, del fraude, de la violencia, de la destrucción, de los actos de bandolerismo. Obras del imperialismo, las reformas parlamentarias, desprovistas de espíritu de continuidad y de estabilidad y concebidas sin un plan de conjunto, perdieron toda importancia práctica para las masas trabajadoras.

El parlamentarismo, así como toda la sociedad burguesa, perdió su estabilidad. La transición del período orgánico al período crítico crea una nueva base para la táctica del proletariado en el dominio parlamentario. Así es como el partido obrero ruso (el partido bolchevique) determinó ya las bases del parlamentarismo revolucionario en una época anterior, al perder Rusia desde 1905 su equilibrio político y social y entrar desde ese momento en un período de tormentas y cambios violentos».

El primer elemento que hay que destacar es el claro deslindamiento entre el parlamenterismo, con cierto carácter progresivo, del capitalismo premonopolista, y el del imperialismo. Sin embargo, al contrario de lo que sostienen hoy determinados comunistas con desviaciones «de izquierda», el informe no plantea que el uso revolucionario del Parlamento en el imperialismo no sea factible o interesante para el proletariado revolucionario bajo determinadas condiciones.

Entonces, ¿qué debían y deben buscar los partidos comunistas con la utilización revolucionaria de los parlamentos?:

«Por eso el deber histórico inmediato de la clase obrera consiste en arrancar esos aparatos a las clases dirigentes, en romperlos, destruirlos y sustituirlos por los nuevos órganos del poder proletario. Por otra parte el estado mayor revolucionario de la clase obrera está, profundamente interesado en contar, en las instituciones parlamentarias de la burguesía con exploradores  que facilitarán su obra de destrucción. Inmediatamente se hace evidente la diferencia esencial entre la táctica de los comunistas que van al parlamento con fines revolucionarios y la del parlamentarismo  socialista que comienza por reconocer la estabilidad relativa, la duración indefinida del régimen. El parlamentarismo socialista se plantea como tarea obtener reformas a cualquier precio. Está interesado en que cada conquista sea considerada por las masas como logros del parlamentarismo socialista (Turati, Longuet y Cía.). El viejo parlamentarismo de adaptación es remplazado por un nuevo parlamentarismo, que es una de las formas de destruir el parlamentarismo en general».

Y además de esto, ¿qué podía ser y qué no podía ser el parlamentarismo en relación a la clase obrera revolucionaria según la Comintern?:

«2. El parlamentarismo es una forma determinada del Estado. Por eso no es inconveniente de ninguna manera para la sociedad comunista, que no conoce ni clases, ni lucha de clases, ni poder gubernamental de ningún tipo;

3. El parlamentarismo tampoco puede ser la forma de gobierno “proletario” en el período de transición de la dictadura de la burguesía a la dictadura del proletariado. En el momento más grave de la lucha de clases, cuando ésta se transforma en guerra civil, el proletariado debe construir inevitablemente su propia organización gubernamental, considerada como una organización  de combate en la cual los representantes de las antiguas clases dominantes no serán admitidos. Toda ficción de voluntad popular en el transcurso de este estadio es perjudicial para el proletariado. Este no tiene ninguna necesidad de la separación parlamentaria de los poderes que inevitablemente le sería nefasta. La república de los soviets es la forma de la dictadura del proletariado;

4. Los parlamentos burgueses, que constituyen uno de los principales aparatos de la maquinaria gubernamental de la burguesía, no pueden ser conquistados por el proletariado en mayor medida que el estado burgués en general. La tarea del proletariado consiste en romper la maquinaria gubernamental de la burguesía, en destruirla, incluidas las instituciones parlamentarias, ya sea las de las repúblicas o las de las monarquías constitucionales».

Con mayor rotundidad si cabe, el informe al que hemos hecho referencia declaraba:

«6. El comunismo se niega a considerar al parlamentarismo como una de las formas de la sociedad futura; se niega a considerarla como la forma de la dictadura de clase del proletariado, rechaza la posibilidad de una conquista permanente de los parlamentos, se da como objetivo la abolición del parlamentarismo. Por ello, sólo debe utilizarse a las instituciones gubernamentales burguesas a los fines de su destrucción. En ese sentido, y únicamente en ese sentido, debe ser planteada la cuestión».

Por otro lado, hay un fragmento de este informe en el que no puede haber más dudas sobre la necesidad de emprender la guerra civil revolucionaria como único mecanismo posible para implantar la dictadura del proletariado:

«9. El método fundamental de la lucha del proletariado contra la burguesía, es decir contra su poder gubernamental, es ante todo el de las acciones de masas. Estas últimas están organizadas y dirigidas por las organizaciones de masas del proletariado (sindicatos, partidos, soviets), bajo la conducción general del partido comunista, sólidamente unido, disciplinado y centralizado. La guerra civil es una guerra. En ella, el proletariado debe contar con buenos cuadros políticos y un efectivo estado mayor político que dirija todas las operaciones en el conjunto del campo de acción;

10. La lucha de las masas constituye todo un sistema de acciones en vías de desarrollo, que se avivan por su forma misma y conducen lógicamente a la insurrección contra el estado capitalista. En esta lucha de masas, llamada a transformarse en guerra civil, el partido dirigente del proletariado debe, por regla general, fortalecer todas sus posiciones legales, transformarlas en puntos de apoyo secundarios de su acción revolucionaria y subordinarlas al plan de la campaña principal, es decir a la lucha de masas;

11. La tribuna del parlamento burgués es uno de esos puntos de apoyo secundarios. No es posible invocar contra la acción parlamentaria la condición burguesa de esa institución. El partido comunista entra en ella no para dedicarse a una acción orgánica sino para sabotear desde adentro la maquinaria gubernamental y el parlamento. Ejemplo de ello son la acción de Liebknecht en Alemania, la de los bolcheviques en la duma del zar, en la “Conferencia democrática” y en el “Pre-parlamento” de Kerenski, en la Asamblea constituyente, en las municipalidades y también la acción de los comunistas búlgaros».

Sobre el trabajo, la composición y las funciones de los diputados comunistas, son sumamente interesantes estas palabras de la IIIª Internacional al respecto:

«4º Todo diputado comunista está obligado, por una decisión del Comité central, a unir el trabajo  ilegal  con el trabajo legal. En los países donde los diputados comunistas todavía se benefician, en virtud de las leyes burguesas, con una cierta inmunidad parlamentaria, esta inmunidad deberá servir a la organización y a la propaganda ilegal del partido;

5º Los diputados comunistas están obligados a subordinar toda su actividad parlamentaria a la acción extraparlamentaria del partido. La presentación regular de proyectos de ley puramente demostrativos concebidos no en vistas de su adopción por la mayoría burguesa sino para la propaganda, la agitación y la organización, deberá hacerse bajo las indicaciones del partido y de su comité central;

6º El diputado comunista está obligado a colocarse a la cabeza de las masas proletarias, en primera fila, bien a la vista, en las manifestaciones y las acciones revolucionarias;

7º Los diputados comunistas están obligados a entablar por todos los medios (y bajo el control del partido) relaciones epistolares y de otro tipo con los obreros, los campesinos y los trabajadores revolucionarios de toda clase, sin imitar en ningún caso a los diputados socialistas que se esfuerzan por mantener con sus electores relaciones de  “negocios”. En todo momento, estarán a disposición de las organizaciones comunistas para el trabajo de propaganda en el país.

8º Todo diputado comunista al parlamento está obligado a recordar que no es un “legislador” que busca un lenguaje común con otros legisladores, sino un agitador del partido enviado a actuar junto al enemigo para aplicar las decisiones del partido. El diputado comunista es responsable no ante la masa anónima de los electores sino ante el partido comunista ya sea o no ilegal;

11º Los diputados comunistas están obligados a utilizar la tribuna parlamentaria para desenmascarar no solamente a la burguesía y sus lacayos oficiales, sino también a los socialpatriotas, a los reformistas, a los políticos centristas y, de manera general, a los adversarios del comunismo, y también para propagar ampliamente las ideas de la III Internacional;

12º Los diputados comunistas, así se trate de uno o dos, están obligados a desafiar en todas sus actitudes al capitalismo y no olvidar nunca que sólo es digno del nombre de comunista quien se revela no verbalmente sino mediante actos como el enemigo de la sociedad burguesa y de sus servidores social-patriotas».

Anteriormente argüimos que la participación electoral de los comunistas tiene en general un doble propósito: facilitar la fusión entre la vanguardia ideológica y la vanguardia práctica en una estructura revolucionaria denominada Partido de nuevo tipo, por un lado, y desgastar y denunciar en todo momento el carácter de clase de la democracia burguesa y del Estado capitalista como mecanismo de cohesión de los intereses de toda la clase dominante. Sin embargo, a este doble propósito añadimos la posibilidad de que el Partido revolucionario de masas recién reconstituido pueda concurrir a comicios electorales antes de emprender el proceso de creación del nuevo poder que confronte y derribe el poder de la burguesía y sus aparatos de dominación y hegemonía.

 Prosigamos con el análisis del informe:

«La participación en las campañas electorales y la propaganda revolucionaria desde la tribuna parlamentaria tienen una significación particular para la conquista política de los medios obreros que, al igual que las masas trabajadoras rurales, permanecieron hasta ahora al margen del movimiento revolucionario y de la política».

Esta declaración no puede ser separada del conjunto de proposiciones y fórmulas defendidas por el movimiento comunista internacional de los 20, para el que el fundamento esencial del movimiento revolucionario era el Partido de nuevo tipo y la constitución de soviets, es decir, consejos de obreros armados u órganos del nuevo poder proletario. Por tanto, la «conquista política de los medios obreros que […] permanecieron hasta ahora al margen del movimiento revolucionario y de la política» era el elemento auxiliar -imprescindible, sí, pero supeditado a la constitución de soviets allí donde se diesen las mínimas condiciones políticas- de la estructura extraparlamentaria del movimiento revolucionario (la única que podía comenzar la guerra revolucionaria de masas contra la dictadura de la burguesía):

«9. Es indispensable considerar siempre el carácter relativamente secundario de este problema. Al estar el centro de gravedad en la lucha  extraparlamentaria por el poder político, es evidente que el problema general de la dictadura del proletariado y de la lucha de las masas por esa dictadura no puede compararse con el problema particular de la utilización del parlamentarismo».

En relación a lo concreto-político, es decir, a lo que los comunistas podríamos hacer, en nuestra época, si llegáramos a concurrir a comicios electorales bajo una determinada candidatura, merece la pena rescatar otro de los valiosos fragmentos aportados por el informe del segundo Congreso de la Comintern:

«13. Los comunistas, si obtienen mayoría en los municipios, deben: a) formar una oposición revolucionaria en relación al poder central de la burguesía; b) esforzarse por todos los medios en prestar servicios al sector más pobre de la población (medidas económicas, creación o tentativa de creación de una milicia obrera armada, etc….); c) Denunciar en toda ocasión los obstáculos puestos por el estado burgués contra toda reforma radical; d) desarrollar sobre esta base una propaganda revolucionaria enérgica, sin temer el conflicto con el poder burgués; e) remplazar, en ciertas circunstancias, a los municipios por soviets de diputados obreros. Toda acción de los comunistas en los municipios debe, por lo tanto, integrarse en la obra general por la destrucción del sistema capitalista».

Llama la atención cómo los revisionistas de nuestra época han olvidado las enseñanzas de este Congreso con respecto a cuestiones que deberían ser básicas para todo revolucionario. ¿De verdad nuestros revisionistas consideran que su labor de oportunismo electoralista tiene hoy algo que ver con una «oposición revolucionaria en relación al poder central de la burguesía»? ¿Acaso las organizaciones revisionistas propugnan o han propugnado, cuando se den las circunstancias para ello, la «creación o tentativa de creación de una milicia obrera armada» o «remplazar, en ciertas circunstancias, a los municipios por soviets de diputados obreros»? Nada más lejos de la realidad, pues el oportunismo lo único que puede terminar haciendo, dadas sus concepciones ideológicas y su estrategia política, es aspirar a gestionar el Estado burgués, sobre todo sus instituciones locales.

Pero continuemos con la exposición, en base al informe de la Comintern, sobre cómo podríamos desarrollar los comunistas una hipotética campaña electoral:

14. La campaña electoral debe ser llevada a cabo no en el sentido de la obtención del máximo de mandatos parlamentarios sino en el de la movilización de las masas bajo las consignas de la revolución proletaria. La lucha electoral no debe ser realizada solamente por los dirigentes del partido sino que en ella debe tomar parte el conjunto de sus miembros. Todo movimiento de masas debe ser utilizado (huelgas, manifestaciones, efervescencia en el ejército y en la flota, etc….). Se establecerá un contacto estrecho con ese movimiento y la actividad de las organizaciones proletarias de masas será incesantemente estimulada;

15. Si son observadas esas condiciones y las indicadas en una instrucción especial, la acción parlamentaria será totalmente distinta de la repugnante y menuda política de los partidos socialistas de todos los países, cuyos diputados van al parlamento para apoyar a esa institución “democrática” y, en el mejor de los casos, para “conquistarla”. El partido comunista sólo puede admitir la utilización exclusivamente  revolucionaria  del parlamentarismo, a la manera de Karl Liebknecht, de Hoeglund y de los bolcheviques».

¿Alguien, siquiera ya desde la más mínima honestidad intelectual, puede equiparar esta concepción revolucionaria del «parlamentarismo» con lo defendido hoy por el revisionismo y el reformismo, con sus diversas marcas electorales, en Estados como el español? Queda claro, pues, que la única manera de utilizar el Parlamento desde el punto de vista revolucionario es la que nos han legado, a pesar de limitaciones o errores coyunturales, organizaciones políticas como el POSDR(b) o revolucionarios de la talla de Karl Liebknecht. Pero nuestros revisionistas electoralistas concurren hoy, como no puede ser de otra manera, a todos los comicios electorales con la concepción -esté más o menos soterrada tras determinadas consignas que entran en contradicción flagrante con su práctica sistemática- a tenor de la cual se puede «conquistar» la democracia burguesa desde sus mismas entrañas.

Por último, podríamos preguntarnos: ¿qué elementos habremos de tener en cuenta, en lo relativo a la táctica revolucionaria y los diputados comunistas, cuando una candidatura comunista concurra a comicios electorales de distintos ámbitos?:

«Se impone la adopción de las siguientes medidas con el fin de garantizar la efectiva aplicación de una táctica revolucionaria en el parlamento:

1º El partido comunista en su conjunto y su comité central deben estar seguros, desde el período preparatorio anterior a las elecciones, de la sinceridad y el valor comunistas de los miembros del grupo parlamentario comunista. Tiene el derecho indiscutible de rechazar a todo candidato designado por una organización, si no tiene el convencimiento de que ese candidato hará una política verdaderamente comunista. Los partidos comunistas deben renunciar al viejo hábito social-demócrata de hacer elegir exclusivamente a parlamentarios “experimentados” y sobre todo a abogados. En general, los candidatos serán elegidos entre los obreros.  No debe temerse la designación de simples miembros del partido sin gran experiencia parlamentaria. Los partidos comunistas deben rechazar con desprecio despiadado a los arribistas que se acercan a ellos con el único objeto de entrar en el parlamento. Los comités centrales sólo deben aprobar las candidaturas de hombres que durante largos años hayan dado pruebas indiscutibles de su abnegación por la clase obrera;

2º Una vez finalizadas las elecciones, le corresponde exclusivamente al comité central del partido comunista la organización del grupo parlamentario, esté o no en ese momento el partido en la legalidad. La elección del presidente y de los miembros del secretariado del grupo parlamentario debe ser aprobada por el comité central. El comité central del partido contará en el grupo parlamentario con un representante permanente que goce del derecho de veto. En todos los problemas políticos importantes, el grupo parlamentario está obligado a solicitar las directivas previas del comité central».

En resumen, la concepción revolucionaria sobre el parlamentarismo debe girar en torno a una serie de tesis básicas que todo movimiento revolucionario ha de cumplir si pretende lograr el derrocamiento de la burguesía y la implantación del Estado proletario:

-Mientras no hayamos ganado a un sector suficiente de la vanguardia ideológica para el comunismo, cualquier participación electoral es un grave error político, pues, al no existir un sector de vanguardia unificada en torno al marxismo-leninismo, la ideología revisionista refuerza el sistema de democracia burguesa e impide la simbiosis entre la vanguardia ideológica y la vanguardia práctica en el Partido de nuevo tipo;

-toda la táctica sobre el problema parlamentario debe estar supeditado, en primer lugar, a la reconstitución del movimiento comunista y, en segundo lugar y de forma simultánea, a la estrategia de revolución socialista y de lucha por el comunismo;

-las desviaciones derechistas e «izquierdistas» sobre esta cuestión deben ser combatidas y superadas, pero, en el periodo en que nos encontramos y debido a la hegemonía aplastante del revisionsimo, la labor prioritaria pasa por denunciar las nefastas consecuencias del oportunismo electoralista sobre el devenir del movimiento revolucionario;

-si hay participación de los comunistas en instituciones democrático-burguesas, esta tiene que estar subordinada a desgastar y erosionar la dictadura de la burguesía, así como a elevar el nivel de conciencia de las masas proletarias. En ningún caso la candidatura comunista puede hacer uso de los comicios electorales para «acumular fuerzas» con vistas a «destruir» -es decir, gestionar- el Estado burgués desde dentro;

-el «parlamentarismo» no puede ser jamás el centro de una organización revolucionaria; es solo un medio puramente táctico, coyuntural y sujeto al desarrollo de la lucha de clases revolucionaria. En el momento en que el proletariado revolucionario esté en condiciones de intensificar la lucha de clases mediante la guerra revolucionaria, la utilización de los parlamentos quedará inhabilitada como mecanismo para erosionar el aparato estatal de la burguesía.

La agresión imperialista contra Siria y la revolución proletaria

no a la guerra imperialista
En el imperialismo (fase superior y decadente del capitalismo), cuando las relaciones capitalistas de producción han alcanzado el dominio mundial y los bloques imperialistas se han formado, la pugna del capital financiero internacional por la obtención de nuevos mercados y fuentes de recursos naturales y, en general, por la consecución de las condiciones propicias para la extracción de plusvalía, deviene un factor inherente al funcionamiento del capitalismo. Así, a medida que la burguesía imperialista se desarrolla, va generando vínculos con fracciones de las burguesías de los países oprimidos, supeditándolas a sus proyectos y estableciendo aparatos estatales que favorezcan sus intereses. Sin embargo, en esta incesante -y, en periodos de crisis, urgente- búsqueda de ganancias, las potencias imperialistas chocan, no ya con otros bloques o sus correspondientes Estados subalternos, con los cuales el conflicto es seguro pero no inmediato, sino con Estados que por su propia configuración de clase gozan de cierta autonomía tanto política como económicamente respecto a los imperialismos extranjeros, sin que ello les impida relacionarse de forma preferencial con alguno de estos.

          Este es el caso de Siria, que, por su posición estratégica en el Medio Oriente, las importantes reservas de gas que posee, así como por un posible futuro empleo del país como trampolín hacia Irán, hacen de la república árabe un objetivo ya inminente del imperialismo occidental. El enfrentamiento, lejos de ser iniciado por un movimiento popular tal y como aseveraron en un principio los medios de comunicación del imperialismo occidental o como lo hace todavía hoy el trotskismo, está siendo llevado a cabo por fuerzas fundamentalistas islámicas de corte ultrarreaccionario (en su gran mayoría provenientes de otros territorios), opuestas al Estado laico sirio. Mientras que en un comienzo las potencias occidentales impulsaron estos sectores de forma indirecta y torpemente disimulada mediante financiación o instrucción militar, en tanto que ha ido evolucionando la guerra, su apoyo se ha ido manifestando más explícita y directamente, hasta que, a día de hoy, es fácil comprobar en la prensa burguesa el reconocimiento franco de este hecho por parte del bloque imperialista occidental. Con todo, el ejército gubernamental ha logrado avanzar en detrimento de los «rebeldes» durante los últimos meses, obligando así al imperialismo a hacer un cambio cualitativo en su estrategia depredadora y pasar a la intervención militar, que parece ya inmediata. Por tanto, el conflicto sirio no es fruto de una «oposición» interna como quieren hacernos ver los voceros burgueses, sino que responde a una agresión imperialista encabezada por EEUU, Europa, Turquía, Arabia Saudí, Qatar e Israel, entre otros. Ahora bien, no podemos olvidar que, en última instancia, el «conflicto sirio» no es sino una manifestación más del enfrentamiento creciente entre los dos grandes bloques imperialistas en el mundo, el «occidental» y el «oriental» (encabezado este último por Rusia y China).

       Naturalmente, los comunistas debemos posicionarnos en contra de cualquier ofensiva realizada por el imperialismo y apoyar la lucha antiimperialista que está llevando a cabo el pueblo sirio, además de reivindicar el derecho de autodeterminación de los pueblos. No obstante, este tipo de lucha debe ir subordinada a la lucha revolucionaria por la dictadura del proletariado y el comunismo y, por consiguiente, debe utilizarse  para estos propósitos. Asimismo, a pesar de estar enfrentada al bloque hegemónico occidental, la República Árabe Siria mantiene una esencia de clase burguesa, siendo la burguesía “nacional” la clase dirigente del estado, a través de la alianza llamada Frente Nacional Progresista, formada también por otros sectores democrático-populares. La composición de clase de este tipo de estado revela que no se trata, al contrario de lo que afirma el revisionismo, de un país socialista, sino que entre el actual Estado sirio y el Nuevo Poder media una ruptura que tiene que efectuarse por la vía revolucionaria. Aun así, la constatación de que el proletariado no tiene a día de hoy el poder en Siria y que debe conquistarlo para la consecución de los objetivos estratégicos del socialismo y el comunismo, no supone caer en la tesis izquierdista de abandono del apoyo a la lucha antiimperialista que está desarrollando la República Árabe Siria. Esta postura, que de forma acertada comprende que los intereses del proletariado sirio no están expresados en ningún bando, concibe erróneamente a ambas facciones como unilateralmente enemigas, sin considerar el aspecto progresista que representa la lucha antiimperialista, que puede estar correcta y necesariamente enmarcada en el proceso revolucionario. Por otro lado, si bien los comunistas debemos denunciar en cualquier latitud que la democracia burguesa no deja de ser una dictadura encubierta de la burguesía contra las masas explotadas, no podemos obviar el hecho de que determinados formatos de dominación estatal de la burguesía ofrecen menos posibilidades para el desarrollo de la lucha de clases revolucionaria. Es obvio que una Siria fragmentada y con el poder político en manos de salafistas a sueldo del imperialismo occidental supondría un nuevo y formidable obstáculo para avanzar en el proceso de constitución de un genuino movimiento revolucionario sirio.

   Precisamente por esos intereses comunes que el proletariado comparte momentáneamente con la burguesía nacional siria y los sectores democrático-populares frente al imperialismo extranjero, no solamente es factible, sino también obligatoria, la alianza táctica –y no estratégica- con estas clases, actualmente en la dirección del viejo Estado. Desprovisto de esta alianza antiimperialista, el proletariado será incapaz de derrotar la agresión imperialista por sí solo y saldrá en una posición inferior en la lucha de clases de la que empezó. Tales son los efectos de una posición izquierdista en esta cuestión.

        Sin embargo, es imprescindible que en dicho vínculo se conserve, en todo momento, la independencia ideológica y política del proletariado sirio; esto es, haberse constituido previamente en Partido Comunista, y en consecuencia, conformar un movimiento revolucionario a fin de que no actúe como furgón de cola bajo el programa de la burguesía nacional (como actualmente sucede con el revisionista Partido Comunista Sirio, que mantiene la unidad orgánica con el Frente Nacional Progresista), clase que ha demostrado, a lo largo de la historia, una actitud claudicante frente a las ofensivas imperialistas más contundentes. Únicamente de este modo el proletariado, una vez solventado el peligro imperialista, estará en condiciones de iniciar consecutivamente la lucha por la destrucción del Estado burgués sirio mediante la organización del Nuevo Poder. En este sentido, debemos rescatar dos de las experiencias revolucionarias del siglo XX en los países oprimidos (la china y la albanesa) y recordar cómo, en momentos en que gran parte de la burguesía del país dependiente se muestra en el fondo indecisa ante las acometidas del imperialismo, el proletariado revolucionario -organizado en su Partido de nuevo tipo- tiene enormes posibilidades para arrebatarle a la burguesía la dirección del frente antiimperialista y, con el prestigio ganado ante las masas por su efectividad político-militar, el Partido Comunista puede convertir de forma eficaz la lucha antiimperialista en lucha contra el viejo Estado de su propia burguesía.

       Desafortunadamente, la derrota del Ciclo de Octubre y la liquidación del marxismo por parte del revisionismo impide, tanto al Movimiento Comunista Internacional en general como a los comunistas sirios en particular, emprender cualquier tipo de acción revolucionaria a corto plazo que pueda transformar la agresión imperialista en guerra civil revolucionaria. Para ello es indispensable, como venimos diciendo desde Revolución o Barbarie, la existencia previa de un Partido Comunista constituido sobre la base de la ideología revolucionaria del marxismo, por lo que la reconstitución ideológica y política del comunismo a nivel internacional pasa a ser requisito insoslayable para la destrucción del sistema de dominación capitalista así como de las guerras que origina.

 ¡Viva la lucha antiimperialista del pueblo de Siria!

¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!

Revolución o Barbarie

Respuesta a ReDRuM: Notas acerca de la cuestión nacional

       Seguidamente, respondemos a la crítica que el usuario ReDRuM realizó al blog Revolución o Barbarie en torno a la cuestión nacional en Forocomunista.com, concretamente en el hilo: http://www.forocomunista.com/t28380-critica-al-mai-y-al-blog-revolucion-o-barbarie-sobre-la-cuestion-nacional.

cuestión nacional 01

           Compañero ReDRuM:

           Antes de pasar a responderte, queremos hacer un par de aclaraciones. La primera es que, para próximas  respuestas, agradeceríamos que nos hicieras llegar directamente un mensaje a nuestro correo electrónico (revolucionobarbarie@gmail.com) a modo de aviso, pues, aunque en esta ocasión hemos podido leer tu mensaje en www.forocomunista.com hace unos días, podría haber sucedido que ni nos hubiéramos enterado al no dirigirte también directamente a nosotros. La segunda aclaración tiene que ver con la propia respuesta a tu crítica. Queremos dejar claro que, aunque tenemos previsto realizar un análisis desde nuestro blog sobre la cuestión nacional en el Estado español, en esta respuesta -por cuestiones de tiempo, básicamente- solo nos limitaremos a responder a los distintos puntos de nuestras posiciones sobre la cuestión nacional que sometes a crítica.

                    Comienzas diciendo lo siguiente:

                 Respecto al escrito de Revolución o barbarie, critican el federalismo, tal y como hacía Lenin, y es de agradecer que expliquen el contexto en el cual lo hizo, y la razón por la que la URSS después se formó como una entidad federal, contextualizaciones que no acostumbran a hacer las organizaciones comunistas y que toman la palabra de Lenin como un testigo de Jehova la toma de la Biblia.

               Estamos totalmente de acuerdo con lo que expones de lo atrasado e incorrecto de realizar una lectura mecanicista y estrecha de nuestros clásicos, como Marx, Engels, Lenin o Stalin. Con respecto a tu crítica, efectivamente, el federalismo siempre fue una forma de organización estatal criticada por Lenin, lo que puede parecer paradójico teniendo en cuenta que las primeras Repúblicas soviéticas se constituyeron como Repúblicas Socialistas Soviéticas Federativas. Pero esto no es en absoluto una “contradicción” de la política leninista sobre la cuestión nacional, el Estado y la construcción del socialismo en la República soviética, sino un exponente claro de la flexibilidad táctica del marxismo-leninismo a la hora de acometer el proceso de construcción socialista. Para entender todo esto mejor es indispensable repasar brevemente, desde el punto de vista histórico, el proceso por el que la Rusia soviética y el resto de Repúblicas proletarias del antiguo Imperio ruso conformaron una red política plurinacional.

              Comencemos recordando que 1920 fue un año decisivo en la historia de la política soviética en relación a la cuestión nacional. Tras el final de la guerra civil y el inicio de un periodo de consolidación y reestructuración social y política en territorio soviético, el derecho de autodeterminación (con ese derecho implícito “a la separación” del que siempre había hablado Lenin) se conjugó más que nunca con el “derecho a unirse”. El rechazo absoluto a cualquier tipo de discriminación por cuestiones nacionales o étnicas se reforzó aún más como principio soviético y socialista para la construcción del nuevo Estado proletario y para permitir el progreso político y económico para los territorios (naciones y regiones) más atrasados del antiguo y vasto Imperio ruso.

          Según afirmaba ya en 1918 Stalin, el Comisario del Pueblo para las Nacionalidades, “el peligro de una rusificación impuesto se ha desvanecido; nadie está interesado ya en fortalecer a una nación a expensas de otra… Nadie piensa en atacar a nadie o en privarle de sus derechos nacionales” (Zhizn Natsionalnostei, núm. 8, 29 de diciembre de 1918). El impresionante e inédito desarrollo social, político y económico que protagonizaron las naciones y regiones más atrasadas de la URSS en la década de los 30 y 40 estuvo muy condicionado por la acertada política nacional implementada por Lenin y -sobre todo- por Stalin. De hecho, como ha demostrado  Domenico Losurdo en Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, multitud de historiadores (no precisamente marxistas) han reconocido que jamás ha habido en la historia un Estado, como el soviético, que haya llevado adelante un ambicioso programa de desarrollo socio-económico y político para hacer efectivo el derecho de todas las naciones a la igualdad. Es interesante recordar en este sentido lo que Stalin escribió sobre esta cuestión en octubre de 1920:

              “Uno de los obstáculos más serios para la realización de la autonomía soviética es la aguda escasez de fuerzas intelectuales de origen local en las regiones periféricas, la falta de instructores en todas las ramas del soviet y de la actividad del partido, sin excepción. Esta escasez no puede más que estorbar tanto la labor educadora cuanto la obra constructiva revolucionaria en estas comarcas de la periferia” (Obras completas, iv, p. 360).

           Un dato histórico introducido por el historiador E. H. Carr que interesa para fundamentar nuestra exposición. La región del Turquestán, en lugar de seguir siendo un proveedor de algodón para Moscú y Petrogrado, gracias a la política nacional bolchevique llegó a tener sus propias industrias algodoneras. Pero más importante aún fue la promoción formidable de derechos políticos y culturales de minorías nacionales anteriormente esclavizadas por el Estado ruso y en la barbarie más absoluta. De esta forma, dichas naciones llegaron a constituir sus propios Soviets nacionales, disfrutaron de los mismos derechos nacionales que los rusos y pudieron ver algunas de sus lenguas con sistemas alfabéticos que anteriormente ni siquiera existían. Bien, pues todo esto solo fue posible por una concepción nacional escrupulosamente respetuosa con el internacionalismo proletario y con una posición flexible y correcta sobre el federalismo.

              Hacia finales de 1920, la cuestión nacional adoptó en el antiguo territorio del Imperio ruso tres formas. En primer lugar, antiguos territorios de Rusia pasaron a independizarse completamente, como Finlandia, Estonia, Lituania, Letonia, Polonia, la Besarabia anexionada por Rumanía y el territorio cedido al Estado turco en el tratado de Brest-Litovsk. En segundo lugar, existió una serie de entidades territoriales (20 unidades autónomas pobladas principalmente por no rusos y musulmanes) que se agrupaban en torno a la República Soviética Federal Socialista Rusa (República que contaba con el 92% del área y el 70% de la población que iba a ser incluida en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). En tercer lugar, hubo varios Estados separados con independencia efectiva: las Repúblicas Soviéticas Socialistas de Ucrania y Bielorrusia, las de Azerbaiyán, Armenia y Georgia; la del Extremo Oriente (cuya capital era Chita) y, por último, las dos Repúblicas de Jorezm y Bujara en Asia central (no obstante, cabe decir que los recientemente separados estados de Georgia y del Extremo Oriente constituían todavía repúblicas burguesas controladas por el menchevismo).

           Stalin, que en ese momento era Comisario del Pueblo para los Asuntos de las Nacionalidades, realizó una declaración en Pravda de un amplio calado político:

            “Tres años de Revolución y de guerra civil en Rusia han demostrado que sin el apoyo mutuo de la Rusia central y sus comarcas periféricas la victoria de la Revolución es imposible, e imposible la liberación de Rusia de las garras del imperialismo (…) La supuesta independencia de las llamadas independientes Georgia, Armenia, Polonia, Finlandia, etc., no es más que una apariencia engañosa que enmascara la completa dependencia de estos -perdóneseme el término -estados, de este o el otro grupo de imperialistas”.

              Por supuesto, los bolcheviques respetaron escrupulosamente el derecho a la separación de las diferentes naciones del liquidado Imperio ruso, pero la cuestión esencial no eran ya los derechos, sino los intereses de las masas explotadas que implicaban que -continuaba Stalin- “la demanda de separación de las comarcas periféricas” era “profundamente contrarrevolucionaria en la presente etapa de la Revolución”. Como es bien sabido, Stalin, que seguramente era el mayor experto bolchevique en la cuestión nacional, combatió abiertamente la posición reaccionaria de la “autonomía nacional-cultural”, abogando por la solución de “la autonomía regional de las comarcas periféricas”.

                   Un ejemplo claro de conjunción de derechos nacionales y unidad proletaria por encima de barreras nacionales lo tenemos en el ejemplo de la República Socialista Soviética de Ucrania, que tenía sus representantes en el Comité Ejecutivo de toda la Unión y en el Congreso de Soviets de toda Rusia, en el cual residía la autoridad última sobre los comisariados unificados.

                  Sin embargo, no es cierto, como afirmas, que la federación fuera la única -o la más importante- forma estatal presente en la constitución de las diferentes Repúblicas soviéticas. En realidad, los tratados constitucionales aprobados entre, por un lado, Bielorrusia, Ucrania y las tres Repúblicas transcaucásicas, y la República propiamente rusa, por otro lado, contenían características mezcladas de federalismo, alianzas y Estado unitario. Para comprobar esto, fijémonos de nuevo en la peculiar posición de Ucrania con respecto a la Rusia soviética. Según se cita en el órgano Izvestiya, el 13 de agosto de 1922:

               “La política extranjera de Ucrania no tiene y no puede tener más intereses que los que le son comunes con Rusia, que es precisamente un estado proletario como Ucrania. La heroica lucha de Rusia, en total alianza con Ucrania, en todos los frentes, contra los imperialistas internos y externos, da ahora lugar a un frente diplomático igualmente unido. Ucrania es independiente con respecto a su política extranjera cuando se trata de sus propios intereses especiales, pero, en cuestiones que son de interés común político y económico para todas las repúblicas soviéticas, los comisariados ruso y ucraniano para Asuntos Exteriores actúan como un poder federal unido” (las negritas son nuestras).

                 Tras los problemas acaecidos en Georgia (no entraremos en el análisis de esta cuestión, pues este es un tema largo y complejo), Orjionikidze, especialista georgiano del PC (b) de Rusia, emprendió una campaña para expresar la necesidad, no de una federación de Repúblicas, sino de una única República federal. Tras haber demostrado el nuevo poder bolchevique, por un lado, que era absolutamente escrupuloso con los derechos nacionales de los distintos pueblos de la antigua Rusia, el Estado soviético, haciendo gala de un internacionalismo proletario radical, consiguió que, el 13 de diciembre de 1922, la República ucraniana y la de Transcaucasia adoptaran acuerdos simultáneos para crear una Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. Finalmente, la autoridad soberana se trasladaba a un nuevo Congreso de Soviets de toda la Unión y el Congreso de Soviets de toda Rusia seguía siendo el organismo supremo de la RSFSR, que quedaba ahora subordinada a toda la Unión.

                    La nueva Constitución soviética reconocía el derecho de secesión (¡algo que ni siquiera es respetado en  los Estados federales democrático-burgueses, al menos en su inmensa mayoría!), determinando de forma explícita que este derecho no podía suprimirse sin el consentimiento de todas las Repúblicas de la Unión.

               Por tanto, compañero, aunque es cierto que la URSS -por el abigarrado y complejo mapa multinacional del enorme Imperio ruso- se constituyó con el uso de ciertas formas federales, tanto Lenin como Stalin siempre expresaron la necesidad de constituir un Estado proletario unitario que, por supuesto, respetara los derechos políticos y culturales de las diferentes naciones que constituían ese Estado. Y es que el federalismo es, por su propia naturaleza, un formato estatal que no está en consonancia ni con las necesidades económicas del socialismo ni con la imperiosa necesidad que tienen las masas explotadas de contar con un Estado centralizado, unitario y lo más amplio posible.

               Más adelante afirmas en tu crítica lo siguiente:

           El problema es que parece que hagan descansar la conciencia de clase y de unidad obrera en la forma política y jurídica que tome el Estado socialista, y no en el Partido y en la línea ideológica y política que éste marque, como si hubiese una desconfianza estructural en el Proletariado revolucionario y se considere cualquier manifestación organizativa territorial como una consecuencia y una causa al mismo tiempo de concepciones disgregadoras de la unidad de clase.

                 No, compañero, la cuestión es que nosotros no separamos la cuestión político-jurídica del Estado socialista con la línea y el programa del Partido de nuevo tipo. No olvidemos que la concepción marxista-leninista sobre la cuestión nacional descansa en dos principios que deben complementarse en todo momento (y que, por tanto, no deben entenderse como entidades separadas desde el punto de vista ideológico-político): el derecho a la autodeterminación nacional (que implica -en última instancia aunque no solamente- el derecho a la separación, a la creación de un nuevo Estado) con el principio del internacionalismo proletario, es decir, con la necesidad de que los obreros se unifiquen desde el punto de vista ideológico y político.

                 En el caso concreto del Estado español, los comunistas hemos de defender la autodeterminación nacional como un principio indispensable del internacionalismo proletario, pero la cuestión de la conveniencia de un Estado socialista unitario (insistimos: con el derecho de autodeterminación como premisa ineludible para la unidad de los proletarios de las diferentes naciones de España) tiene que ver con lo ya expuesto por el marxismo-leninismo sobre la necesidad de construir Estados lo más amplios y centralizados posible, huyendo de dinámicas federalistas que disgregan la unidad política proletaria y obstaculizan la construcción del socialismo, como ya explicamos anteriormente al hablar de la visión marxista-leninista sobre el federalismo.

              Pero no es que nosotros propongamos ese Estado socialista unitario por entender al Estado español como una realidad inmutable, sino porque la burguesía española tiene al Estado español como aparato de dominación sobre el proletariado de las diferentes naciones de dicho territorio. Si la dominación de la burguesía española se ejecuta con el aparato de dominación estatal español, ¿por qué los proletarios de las diferentes naciones de España tienen que constituir sus propios Estados independientes? ¿Y por qué razón deben tener los proletarios vascos, gallegos, catalanes o españoles diferentes partidos comunistas, si el Estado burgués que los oprime a todos sí está unificado? No se trata de “desconfianza estructural respecto a los pueblos”, sino de entender que el proletariado del Estado español es mucho más potente si se organiza desde el punto de vista estatal, pues es estatalmente como la burguesía española se organiza para esclavizar a los obreros catalanes, vascos, gallegos, canarios o españoles.

           ¿Qué sucedió durante la Revolución de Octubre, como estudiamos anteriormente? Pues fue la resolución del octavo Congreso del partido de 1919 en la que se estableció que el reconocimiento de las Repúblicas soviéticas de Ucrania, Letonia y Bielorrusia no supondría en ningún caso la organización de partidos comunistas independientes (¡ni siquiera sobre la base de una federación!). Más aún: en dicha resolución se determinó que los comités centrales de los comunistas de Ucrania, Letonia y Lituania disfrutasen de los derechos de comités regionales del Partido y estuviesen subordinados al Comité Central del Partido Comunista de Rusia (VKP [B] v Rezoliutsiyaj [1941]). Y es que los bolcheviques entendieron a la perfección que no era posible la unidad ideológica y política del Partido -como fusión del socialismo científico y las masas proletarias- sin la unidad orgánico-estatal de la organización revolucionaria. Es decir, según la posición bolchevique no podía haber unidad obrera plurinacional si cada proletariado nacional se dotaba de su propio Partido; es más, tampoco se admitía el federalismo en el seno del Partido proletario.

                   Más adelante expresas lo siguiente:

                  El caso de la visión que ofrece RoB es parecido, pero a la inversa, en lugar de fobia a la convergencia formal fobia a la divergencia formal, y trasladada a la ideología comunista: si no hay unidad política-territorial en el Socialismo, o mejor dicho, una unidad político-territorial determinada, parece que no pueda haber unidad proletaria. ¿Acaso una España socialista y una Grecia socialista dejarían de colaborar, dinamitarían la unidad obrera entre ellas, se ignorarían o se atacarían por el hecho de no tener unidad política? ¿Sus Partidos no tendrían en sus raíces ideológicas la unidad obrera internacionalista e internacional, y no estarían unidos por la misma organización, la Internacional Comunista? Entonces, ¿por el hecho de tener en el Estado español una organización formal no unitaria, tendría que llevar a los obreros a pelearse entre ellos o a funcionar peor? ¿La creación del PSUC en su momento dividió al Proletariado del Estado español? ¿o más bien, unió al Proletariado de Cataluña?

               Insistimos: no se trata de unidad territorial per se, sino de unidad proletaria sobre el marco de actuación estatal, no nacional, que es donde la burguesía española explota y oprime al proletariado de todo el Estado. La burguesía griega no está organizada en el mismo Estado que la española, luego, desde el punto de vista formal y a corto plazo, la unidad político-territorial entre los proletarios de los Estados español y griego no es factible. Por supuesto, una vez que el socialismo triunfe en distintos Estados, será posible establecer diferentes formas de alianza directa entre unos Estados obreros y otros. Y, previamente, con la reconstitución de la Internacional Comunista -que no se puede disociar de la reconstitución de los movimientos comunistas de los distintos Estados, pero que es la forma cualitativamente superior del movimiento obrero revolucionario-, podrá haber una unidad efectiva y real entre los destacamentos más avanzados de los proletarios de todos los países.

              Vuelves a separar, a nuestro juicio de forma mecanicista, la cuestión de la unidad ideológica de la necesidad de tener el Estado burgués español como marco de actuación para la reconstitución del Partido Comunista y la lucha revolucionaria. Sobre el PCE y el PSUC, debemos recordarte que no fueron pocos (como Togliatti, por ejemplo) quienes detectaron multitud de problemas por el fraccionamiento organizativo del proletariado español en dos partidos comunistas en un territorio, como el español, donde la burguesía atacaba a las masas populares de forma unitaria y centralizada. Por otro lado, es un error (aunque esto no lo aclaramos por ti, sino porque creemos que sigue siendo un error aún no rectificado) pensar que no hay respeto por el derecho de autodeterminación nacional donde hay una línea que aboga por reconstituir un Partido de ámbito estatal y no nacional. La cuestión debe estar siempre supeditada a la lucha de clases, a la construcción del socialismo, por lo que, efectivamente, la constitución de diferentes partidos comunistas nacionales en el Estado español debilitaría al conjunto del proletariado, pues -repetimos- la burguesía monopolista española no se organiza y centraliza de forma nacional, sino de forma estatal.

                    En el texto hablan de naciones oprimidas, y éste es un término erróneo. En un Estado imperialista, como es España, no hay naciones oprimidas. Las naciones oprimidas son las coloniales o semi-coloniales. En el Estado español lo que hay son características nacionales oprimidas, las cuales el imperialismo ataca, reprime e intenta hacer desaparecer, características que entrebancan su unidad de mercado. Y esta opresión a las características nacionales se refleja en una opresión lingüística, cultural o incluso territorial. El hecho que el imperialismo despoje a Madrid de su condición de ciudad y capital castellana sería un reflejo de la orpesión imperialista a las características nacionales a este pueblo, pero no por ello tendríamos que afirmar que Castilla es una nación oprimida; ni Castilla, ni el País Vasco, ni Cataluña, ni Galicia. De lo contrario, estaríamos confundiendo colonialismo con imperialismo. Y esto es un hecho que deja claro que esa opresión nacional es en realidad una opresión de clase; nacional de forma, clasista de fondo. Por lo tanto, vemos que el tema nacional es un tema ideológico, y como tal lo han de tratar los marxistas, a priori de la creación del Partido, y no como se insinúa, a posteriori de la victoria y la creación del Estado socialista.

                   Aquí introduces una categorización que, sinceramente, jamás habíamos leído. ¿En el Estado español no hay naciones oprimidas, sino “características nacionales oprimidas”? Pero ¿esas “características nacionales oprimidas” no tomarían la forma de determinadas naciones? ¿Cómo se organiza entonces esa opresión? En nuestra opinión, es este un galimatías que no lleva a ningún sitio. En todo caso, es cierto que la realidad nacional de nuestro Estado es muy peculiar, y decimos esto porque, según Lenin, en la Europa occidental ya estaban cumplidas -a principios del siglo XX- todas las tareas democrático-nacionales pendientes. Pero nosotros, como tú también defendías acertadamente al principio de tu crítica, no tomamos la obra de Lenin cual cristiano al leer la Biblia, sino que entendemos que hay elementos que Lenin no pudo analizar a fondo -al menos, que nosotros sepamos-, como es la realidad plurinacional del Estado español.

             Pero, partiendo de la base de que España es un país imperialista (de segundo orden, pero imperialista al fin y al cabo), donde hay naciones que no tienen el derecho de separarse de una nación dominante hay, desde el punto de vista marxista-leninista, opresión nacional. Podemos hablar de “características nacionales oprimidas”, pero, en nuestra opinión, cambiarle el nombre a una cosa no hace que la cosa en sí cambie. Bien es cierto que esa opresión nacional es sustancialmente diferente de la opresión que todavía hoy sufren multitud de países dependientes sacudidos por el yugo del imperialismo, pero la cuestión es que ni Galicia, ni Euskal Herria, ni Cataluña, ni Canarias tienen hoy el derecho reconocido de autodeterminación.

                     Seguidamente afirmas lo siguiente:

        Otro término empleado que considero erróneo es el de derecho de autodeterminación de las naciones. El derecho de autodeterminación no es un derecho de las naciones, sino de los pueblos, y ésta es una diferencia substancial. Un pueblo es una comunidad humana básica formada a lo largo de la Historia y que se reconoce a sí misma, que puede compartir características nacionales con otros pueblos vecinos, el conjunto de los cuales puede ser considerado una nación, y cada uno de esos pueblos tendrá el derecho de decidir el grado de implicación política con los otros pueblos en la construcción política de esa nación. Pero no es el conjunto de la nación quien ha de decidirlo. Por ejemplo: el País Valenciano, las islas Baleares (o cada una de sus islas) y Cataluña son pueblos que en conjunto forman la nación catalana, llamados popularmente Países Catalanes. El derecho de autodeterminación, pero, no lo ha de ejercer el conjunto de la nación catalana, sino cada uno de sus pueblos. El pueblo valenciano, por ejemplo, será quien decida su futuro, como pueblo que es, y decidirá el grado de implicación en la articulación política de esa nación. O también, será el pueblo andaluz, o el pueblo castellano, o el pueblo murciano, los que decidan su futuro, y no el conjunto nacional que forman entre ellos, español si lo quieren llamar así. Y esta insuficiencia en la comprensión del derecho de autodeterminación deriva en una insuficiencia en la aplicación efectiva y real de este derecho. El derecho de autodeterminación ha de traducirse en una realidad política concreta y material, en una entidad, y en el estado español, por nuestra realidad territorial y nacional, asimiladas las experiencias socialistas internacionales y en vistas a una articualción del Proletariado para la consecución de la victoria, esta realidad concreta ha de ser la República en los países o naciones que forman parte, articulándose y fusionándose entre ellas en una Unión de Repúblicas, como lo era la URSS y otros Estados socialistas europeos plurinacionales, sin olvidar la posibilidad de independencia si eso favorece la implantación del Socialismo en un país determinado del Estado español, debido a una lucha más avanzada en ese determinado territorio.

              En primer lugar, vuelves a introducir categorías que nos parecen completamente ajenas al tratamiento marxista-leninista sobre la cuestión. ¿Derecho de autodeterminación de los pueblos en lugar de derecho de autodeterminación de las naciones? Bien, esa diferenciación nos parece arbitraria y profundamente errónea. Desde que el derecho de autodeterminación nacional fuera proclamado en el manifiesto inicial del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, en su congreso fundacional de 1898 -así como, anteriormente, por una resolución del Congreso de Londres de la Segunda Internacional, en 1896-, todos los comunistas usaron de forma indistinta la categoría de nación y pueblo para referirse al derecho democrático-burgués de autodeterminación. Por lo demás, todos los escritos de Lenin y Stalin insistían en el derecho de las naciones a poder elegir si continuaban formando parte de un Estado o no.

        Sobre lo que comentas de la URSS, no se puede olvidar analizar -como anteriormente hicimos al estudiar el federalismo y la cuestión nacional en territorio soviético- y contextualizar la forma peculiar en que el Estado soviético hizo uso del formato federal para terminar unificando a las diferentes Repúblicas proletarias. En cuanto al desigual avance del movimiento revolucionario entre territorios que comentas, consideramos que, efectivamente, es un hecho objetivo que determinadas zonas estén en un estadio de la lucha más avanzado. Sin embargo, ello no es justificación para romper la cohesión política del proletariado estatal, puesto que el enlace político-organizativo de éste, expresado en Partido Comunista, actúa siempre como una correa de transmisión del contagio revolucionario y nunca como una traba.

            Los compañeros del MAI, y no se si de RoB también, consideran China como la experiencia revolucionaria cualitativamente superior, por encima de la URSS. No se si debido a ésto, es por lo cual en el escrito de RyB abogan por una República unitaria en el Estado español como entidad política que resulte de la Revolución. Pero China tenía una realidad histórica, social y nacional diferente a la URSS. China venía de un pasado feudal y colonial, y allí no primaban las nacionalidades, como en el imperio ruso, sino las etnias, y continúan primando. Las etnias no tienen un soporte territorial o lingüístico como el que tienen las nacionalidades o las naciones, fijadas por el territorio y la lengua, sino que es una ligazón diferente, más primitiva y menos desarrollada. Por lo tanto, la traducción política de la entidad que dé soporte a la Revolución socialista en un país como China no puede tomarse como ejemplo para esa entidad de la Revolución en el Estado español. Aquí la sociedad no está articulada por etnias, ni tan sólo por nacionalidades, sino por naciones, y más concretamente, por pueblos, que territorialmente forman países, a los cuales hay que dotar de una entidad política en el ejercicio de su derecho de autodeterminación. Pero reivindicar una fórmula como la República unitaria, por una posible influencia de China, de forma mimética y metida con calzador, no tiene ningun sentido.

         Sí, nosotros consideramos la experiencia china como la experiencia cualitativamente superior en la construcción del socialismo, aunque ello no nos lleve a considerar el maoísmo como “tercera y superior etapa del socialismo científico” ni desdeñemos las aportaciones fundamentales de otras experiencias, como la albanesa y, evidentemente, la soviética, en el acervo internacional del proletariado revolucionario. Es cierto que la cuestión nacional en China era muy diferente a la de la URSS, pero ambas experiencias deben servirnos, no para mimetizar uno y otro modelo (algo antidialéctico, teniendo en cuenta que cada país debe adaptar la táctica revolucionaria a sus condiciones sociales, políticas, económicas, nacionales, históricas, etc.), sino para aprender sobre cómo uno y otro pudo triunfar y consolidarse mediante la fusión revolucionaria del respeto a la autodeterminación nacional y el internacionalismo proletario.

                 Este reconocimiento a los pueblos y a las naciones, esta necesidad de hacer descender el tema a un nivel de discusión ideológica, no es por capricho ni por deseo de concesiones del comunismo a una visión romántica de las naciones, sino como adaptación y potenciación del Proletariado y su lucha revolucionaria dadas las circunstancias actuales para poder constituir y construir (yo diría crear, pero ese ya es otro tema) el Partido como herramienta útil y capaz de conseguir la victoria en el Estado español e implantar el Socialismo mediante la Dictadura del Proletariado.

               Para finalizar, en esto coincidimos plenamente, pero insistimos en la idea de que, ni en la cuestión nacional ni en ninguna otra de interés para la clase explotada, se puede separar de forma rígida el aspecto ideológico del político-organizativo, tanto a nivel de Partido y frentes de masas como a nivel de marco de actuación revolucionario. Estamos seguros, compañero, de que, a pesar de las evidentes diferencias entre tus planteamientos y los nuestros, el objetivo en el que coincidiremos al final los marxistas-leninistas consecuentes del Estado español será el de “constituir” -aunque, precisamente porque ya tuvimos un movimiento y un Partido comunistas, habría que hablar de “reconstituir”- “el Partido como herramienta útil y capaz de conseguir la victoria en el Estado español e implantar el Socialismo mediante la Dictadura del Proletariado”.

          Por último, como forma de continuar el debate, no queremos desperdiciar la ocasión para proponer -a ti y al resto de comunistas del Estado que puedan leernos- el debate interesantísimo, mantenido entre 1999 y 2000, entre los camaradas del Partido Comunista Revolucionario del Estado español y la Plataforma por la Constitución del Partido Comunista de Euskal Herria. Concretamente, nos referimos al número 22 de La Forja, el órgano de expresión de esta organización. Si no lo has leído aún, observarás que el debate que hemos mantenido es muy parecido, al menos en esencia, a la crítica expuesta por el PCREE sobre la cuestión nacional en el Estado español. Podrás encontrar el texto en este enlace: http://pcree.net/ (haciendo clic en “Edición impresa” y, posteriormente, en el nº 22).

              Saludos revolucionarios,

              Revolución o Barbarie