El partido revolucionario del proletariado y las tareas actuales de los comunistas

La primera tarea: el balance de la Revolución

En el verano de 1917, con la revolución rusa en plena efervescencia -y en plena guerra imperialista-, Lenin, escondido en un recóndito lugar de la frontera con Finlandia, realizaba el balance general de la lucha de clase del proletariado internacional y de su experiencia política, con el fin de definir las bases teóricas desde las que acometer las tareas de la próxima revolución socialista que se cernía ya sobre Rusia.

Apartado del contacto directo con los avatares del día a día en Petrogrado por necesidades de seguridad personal ante la represión política desatada por el gobierno burgués tras los sucesos de julio, Lenin aprovecha esta situación para tomar cierta distancia respecto de los acontecimientos diarios relacionados con la revolución en curso y reflexionar acerca del necesario punto de partida ideológico que debía asumir la vanguardia del proletariado si quería encabezar con éxito la magna empresa emancipadora que debe realizar la clase obrera. Como se sabe, el fruto de esa reflexión fue su obra El Estado y la Revolución, una síntesis genial basada en las formulaciones y fundamentaciones de Marx y Engels del desarrollo ideológico y político alcanzado por el proletariado en su experiencia a lo largo del siglo XIX, por un lado, y, por otro, algo importantísimo que debe ser revelador e inspirador para los comunistas de principios del siglo XXI, una reconsideración de la posición de partida de la política proletaria y de sus principios orientadores, que son elevados a un nivel cualitativamente superior respecto al lugar en que hasta ese momento los había situado la socialdemocracia internacional.

En El Estado y la Revolución, Lenin resume las conquistas ideológicas del proletariado -de las que Marx y Engels ejercen de privilegiados notarios- que se van dando fundamentalmente en torno a los dos episodios más señalados de la historia de la lucha proletaria durante el siglo XIX: la revolución de 1848 y la Comuna de París. El balance que realiza Lenin del desarrollo ideológico de la clase obrera tiene como eje la teoría proletaria del Estado, desde cuya perspectiva el jefe bolchevique va articulando y sintetizando los progresos de la doctrina proletaria a través de los elementos nuevos que van siendo incorporados paulatinamente desde las valoraciones que Marx y Engels van emitiendo de la experiencia práctica del proletariado.

En la rica trayectoria de Lenin como dirigente revolucionario, han dominado -si se nos permite ser reduccionistas por una vez- dos tipos de problemáticas principales, problemáticas que podríamos decir que aglutinan por sí mismas, de una manera u otra, toda la variedad de cuestiones políticas y teóricas que Lenin abordó y el trasfondo de todos los debates en los que participó. Ambas problemáticas son las que están relacionadas con la teoría del Partido de vanguardia proletario y las que lo están con la teoría proletaria del Estado. Pues bien, en el momento del balance general previo al asalto revolucionario, Lenin escoge la teoría marxista del Estado como eje discursivo desde el que «poner al día» la teoría revolucionaria. En El Estado y la Revolución, el jefe bolchevique analiza la relación entre la Revolución Proletaria y el Estado, y hasta tal punto hace abstracción de cualquier otra institución política que incluso el Partido desaparece de su análisis. En El Estado y la Revolución están tan definidos hasta el detalle y tan pormenorizados todos los aspectos relacionados con el problema del Estado desde el punto de vista marxista, que el otro aspecto, la revolución, el movimiento revolucionario, acaba por ser sobreentendido, termina gravitando a lo largo de la obra en abstracto, como algo presupuesto y dado. Y la revolución en abstracto no necesita Partido. Este dato -hacer abstracción del Partido- resulta tan curioso viniendo del gran batallador por la construcción del partido de vanguardia proletario y de quien es, también, su gran teorizador, que algunos malintencionados han llegado a afirmar que El Estado y la Revolución es la obra «anarquista» de Lenin. Pero si Lenin no menciona expresamente al Partido en este libro capital, sí habla del proletariado como clase revolucionaria en activo. Y una cabal comprensión de la concepción leninista del Partido debe permitirnos pensar que, aunque in abstracto, Lenin presupone igualmente la presencia del Partido a través de ese proletariado revolucionario, como proletariado revolucionario precisamente, ante el que se detiene en su análisis, dejándolo como «factor independiente», porque lo que pretende es centrarse para diseccionar a fondo la cuestión del Estado.

En cualquier caso, este silencio traerá consigo, al fin y a la postre, que la teoría leninista del Partido nunca sea expuesta de manera sistematizada por su autor; y esto acarreará, a su vez, consecuencias de corte ideológico y político importantes. Sin embargo, todos los elementos fundamentales de esa teoría estaban ya formulados antes de 1917. El hecho de que no fueran nunca presentados de una manera organizada, sino sólo como resultado de sucesivas polémicas originadas por motivaciones dispares, perjudicó la comprensión de su coherencia interna como teoría y, con ello, su finalidad orientadora en la construcción del partido bolchevique y, más aún, la de los partidos comunistas que fueron surgiendo posteriormente bajo su inspiración. De esta manera, mientras la teoría del Estado marxista adquiría carta de naturaleza y patente universal, la teoría marxista del partido obrero revolucionario -mejor dicho, la teoría del Partido que habían elaborado los marxistas rusos, la teoría bolchevique del Partido- parecía tener un radio de aplicación limitado -o así podía ser interpretada- ceñido a las particularidades de la historia, la política y la sociedad de Rusia.

Del partido de vanguardia al partido de masas

Quien primero trató de sintetizar y sistematizar la teoría leninista del Partido para otorgarle valor universal fue Stalin, en sus famosos Fundamentos del leninismo, elaborados pocos meses después del fallecimiento de Lenin. Cuando Stalin resume la concepción leninista del Partido, sin embargo, el partido bolchevique ya había avanzado mucho en la dirección de transformarse en un partido de masas. Con toda probabilidad, esto coadyuvó a que las tesis stalinianas sobre el Partido tiendan a otorgar el mayor peso al aspecto organizativo del mismo; fundamentalmente porque lo político y lo ideológico, aunque no se subordinan explícitamente, sí se dan por supuestos, con lo que, en cierto sentido, aparecen como desvinculados de la organización, de manera que ésta ve resaltada su importancia, hasta el punto de que «hablar del partido» propiamente dicho significará, en la práctica -y Stalin ya empieza aquí a realizar esta práctica-, hablar de su organización.

En sus Fundamentos, Stalin describe al partido leninista a través de media docena de «particularidades» que, en gran parte, recogen bastantes de las caracterizaciones que Lenin dio de su idea de partido revolucionario; pero que, por resultar insuficientes en su conjunto y por tergiversar en casos particulares el verdadero sentido leninista de algunos conceptos, terminan por perfilar una representación deformada de la teoría del Partido. Esta deformación, además, irá acompañando al progresivo proceso real de masificación del partido soviético, sirviéndole de marco teórico en el que cada vez irán acentuándose más los rasgos más alejados del espíritu leninista.

Stalin define al Partido como «destacamento de vanguardia» y «destacamento organizado de la clase obrera», como “la forma superior de organización del proletariado» y como «instrumento de la dictadura del proletariado». Éstas son las características esenciales de la visión staliniana del partido leninista que vamos a destacar.

Como se ve, lo «organizativo» predomina ya en las propias formulaciones que tratan de fijar las ideas esenciales. Pero lo organizativo no es, en absoluto, lo principal a tener en cuenta en la configuración del partido de nuevo tipo proletario. La definición organicista de Stalin impide ver lo que le da su verdadero significado histórico y político: que el Partido es, en palabras de Lenin, el producto de la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero, o, si se quiere, la fusión de la vanguardia revolucionaria con las masas. La cuestión de la forma o las formas que adopte esta fusión en el terreno organizativo es secundario; lo principal es la «fusión» como tal, que pone por delante los aspectos ideológicos y políticos de las relaciones de la vanguardia con el resto de la clase. Para empezar, pues, Stalin invierte la verdadera relación ideología-organización sobre la que debe sostenerse el Partido, al poner lo organizativo por delante.

En segundo lugar, resulta por lo menos inexacto decir que el Partido es el «destacamento de vanguardia de la clase obrera». En las polémicas que entabló Lenin con los economistas y los mencheviques, se trataba de dilucidar si el partido obrero que se estaba construyendo en Rusia debía ser de masas, como deseaban los mencheviques, o de vanguardia, como quería Lenin. No se trata, entonces, de que el Partido sea el «destacamento de vanguardia» de la clase obrera, sino de que ésta pueda disponer de su partido de vanguardia. La diferencia consiste en que hablar de «destacamento de vanguardia» supone referirse únicamente a la organización de la vanguardia de la clase, identificándola con el Partido, como si bastase ese requisito organizativo para construir el Partido. Pero hemos dicho que la vanguardia, por muy organizada que esté, no podrá constituirse en Partido de cuño leninista si no se funde con el movimiento de masas, si no lleva la ideología revolucionaria a las masas para que forme parte de su movimiento y lo transforme en un movimiento revolucionario. No basta con que la vanguardia se organice desde la ideología revolucionaria o de vanguardia, como insinúa Stalin, debe también ser capaz «de vincular el trabajo revolucionario con el movimiento obrero para formar un todo», según la fórmula que plasmó Lenin en su ¿Qué hacer? 1 Y ese «todo», que es «algo» superior a sus elementos constitutivos -la organización de vanguardia y el movimiento de masas-, no es otra cosa que el partido de nuevo tipo leninista. Hablar de este Partido, por consiguiente, significa referirse a los medios y los instrumentos necesarios para procurar la fusión del «destacamento de vanguardia» con el movimiento espontáneo de las masas; hablar exclusivamente del Partido como «destacamento de vanguardia» supone separar esos elementos constitutivos del Partido y entreabrir la puerta para el predominio, a la larga, de la visión organicista y dogmática, no dialéctica, del mismo.

En tercer lugar y como corolario de lo anterior, si tras partir de una formulación genérica que ya de por sí puede alimentar la desviación organicista en la concepción del Partido, añadimos la siguiente definición según la cual el Partido es el «destacamento organizado de la clase», se abre ya completamente la puerta a ese tipo de desviación. Y no es que esta formulación sea errónea en sí misma; al contrario, es cierto que el Partido es «la suma de sus organizaciones» y, además, el «sistema único de esas organizaciones», como añade Stalin retomando ideas de Lenin. El error consiste en que, al insistir en la vía de lo organizativo, se da a entender que se defiende la tesis de que el tipo de vínculos y de relaciones que principalmente describen al Partido son de carácter orgánico, y, además, interno, dados en el seno del «destacamento de vanguardia», cuando, en realidad, se trata del conjunto de vínculos y relaciones ideológicas y políticas (es decir, vínculos y relaciones que se generan desde la conciencia: no olvidemos que las relaciones fundadas en lo organizativo casi siempre son producto de la espontaneidad) entre la vanguardia y las masas, vínculos y relaciones que cristalizan orgánicamente de múltiples formas; lo cual supone concebir la construcción del Partido -por así decirlo- de manera «externa» a la vanguardia, «hacia fuera» de la vanguardia; es decir, transformando al movimiento de masas en organización revolucionaria desde la actividad política consciente del «destacamento de vanguardia».

En este sentido, es preciso confrontar la idea de Partido como organización revolucionaria, que se deriva del planteamiento de Stalin, con la idea de Partido como movimiento revolucionario que refleja su verdadero espíritu leninista. En este punto juega un papel crucial la tesis leninista sobre la escisión histórica del movimiento obrero en dos alas, una reformista y contrarrevolucionaria y otra revolucionaria. Esta peculiaridad del movimiento obrero moderno, que cobra carácter general con la Primera Guerra Mundial, pero que en Rusia -pionera en la lucha de secesión del marxismo revolucionario contra el oportunismo- se había estado fraguando entre 1905 y 1912, determina por completo la cuestión del Partido en un sentido cualitativo. Cuando Stalin explica lo que para él es la tercera «particularidad» del partido leninista, «la forma superior de organización del proletariado», se refiere fundamentalmente al ejercicio de la dirección política de la clase obrera por parte de ese partido. Es decir, «la forma superior de organización del proletariado» viene determinada por la posición política que ocupa el Partido -la «organización central», la denomina Stalin- en relación con el resto de las organizaciones obreras, que Stalin define como «sin-partido». La «forma superior», entonces, es la que posee la capacidad de centralizar «en una misma dirección» las luchas del proletariado. Se trata, pues, de una decisión funcional, «cuantitativa», y no ideológica, «cualitativa», lo que en Stalin decide la naturaleza más elevada del partido de tipo leninista. No se trata de su naturaleza revolucionaria, sino de la posibilidad de dirigir, nos dice Stalin; para lo cual, además, basta con «tener la experiencia necesaria» y «el prestigio necesario». El problema ideológico, por tanto, no existe; el problema del carácter revolucionario o contrarrevolucionario de esa dirección política es secundario.

Stalin obvia hasta tal punto la ideología 2, el problema de «quién dirige», que retrotraerá la teoría del Partido a la época de la II Internacional. Esta premisa le permite describir un escenario idílico de lucha de clases donde el Partido se enfrenta a masas «sin-partido» y a organizaciones obreras «sin-partido». Habría que aplicar aquí la crítica que en 1907 Lenin dirigía contra los mencheviques, quienes diferenciaban entre conciencia socialdemócrata (marxista) y conciencia de clase «independiente», «sin partido», cuando les decía que sólo eran «independientes» las organizaciones obreras impregnadas de espíritu socialdemócrata (revolucionario) y las que están vinculadas políticamente u orgánicamente al partido revolucionario. No hay, entonces, organizaciones obreras «sin-partido»: o están vinculadas a la revolución, o son organizaciones obreras burguesas vinculadas a la dirección política del capital. En consecuencia, es absurdo afirmar que «todas y cada una de las organizaciones sin-partido de la clase obrera [sobre las que influye el Partido son] organismos auxiliares y correas de transmisión que unen al Partido con la clase». Las organizaciones «auxiliares» y las «correas de transmisión», si son revolucionarias, estarán vinculadas a la vanguardia y, por lo tanto, forman parte del Partido, de ese «sistema único» de organizaciones que conforman el Partido. No es posible hablar, simultáneamente y por separado, de una «suma de organizaciones» que constituyen el Partido, por un lado, y, por otro, de un grupo de organismos que realizan el trabajo de masas del Partido, pero que no son parte del mismo. La muralla china que el planteamiento organicista obliga a interponer a Stalin entre unas organizaciones revolucionarias y otras desvirtúa la correcta comprensión de la naturaleza del partido revolucionario del proletariado. Lenin insistió mucho en diferenciar y en establecer murallas chinas entre el movimiento obrero revolucionario y el movimiento obrero burgués, de ahí sus continuas polémicas con el oportunismo (representado, sobre todo, por los mencheviques); pero nunca quiso construir ni que nadie construyera murallas chinas dentro del movimiento obrero revolucionario. Para él, de lo que se trataba era de organizarlo bajo la dirección de la vanguardia revolucionaria. Y esta labor no es otra cosa que la construcción del Partido.

El Partido, por tanto, es el movimiento obrero revolucionario organizado, constituido por la vanguardia (organizada en torno a la ideología proletaria, el marxismo-leninismo) y todo un sistema de conexiones y vínculos entre ésta y las masas (organizadas en torno a la política de la vanguardia) que los unen (funden) en «un todo» único y superior. El Partido, de esta manera, es la «forma superior de organización de la clase obrera», no porque ocupe la posición de vanguardia respecto de otras organizaciones obreras, sino porque es su forma de organización revolucionaria 3. En el Manifiesto comunista, Marx y Engels definían al Partido como una organización obrera más, que sólo se diferenciaba por ser la más resuelta y la que poseía una visión de conjunto más clara de la marcha y de los resultados del movimiento proletario. En esto, exclusivamente, consistía su carácter de vanguardia. Por lo demás, los comunistas formaban parte del movimiento obrero en su conjunto, aunque las circunstancias políticas les situasen a su cabeza. La II Internacional adoptó este modelo en su versión de partido de masas, y Stalin retorna a él, si bien poniendo el acento en los rasgos que lo diferencian como destacamento de avanzada. La gran aportación de Lenin consiste, precisamente, en comprender la transformación necesaria del partido obrero de masas de la época de desarrollo pacífico del capitalismo en una forma superior del partido obrero, el partido obrero revolucionario, el partido de vanguardia imprescindible para el proletariado en la época imperialista, en la época en que se pone en el orden del día la revolución socialista y la dictadura del proletariado. O, expresado en otros términos, Lenin comprende la transformación de calado histórico que ha tenido lugar en las formas y en el modo de desarrollo del movimiento obrero. Si en la era del capitalismo concurrencial se trataba de un desarrollo -por decirlo así- «homogéneo» de elevación consciente de la clase desde la acumulación de sus luchas dirigidas contra la burguesía, en la actualidad, en la era del imperialismo, la escisión interna del movimiento obrero impide que de la acumulación cuantitativa de las luchas espontáneas de la clase surja la conciencia revolucionaria: es precisa una ruptura con la forma anterior del movimiento que permita organizarlo desde la conciencia. La conciencia de clase, entonces, sólo se reconoce como conciencia revolucionaria, porque la conciencia de clase económica, espontánea, permanece dentro del campo de la burguesía (al igual que el viejo modo de organización del movimiento obrero) y sirve a sus intereses. El movimiento proletario propiamente dicho, por lo tanto, es un movimiento revolucionario que se organiza como Partido Comunista. En esta “forma superior de organización de clase del proletariado” la conciencia revolucionaria se adquiere en la confrontación con el ala oportunista del movimiento (lucha de dos líneas) dentro del marco general de la lucha de clases contra la burguesía. Es, pues, en este sentido cualitativo que debe entenderse el Partido como “forma superior de organización de la clase obrera”, como su organización revolucionaria (o, si se quiere, como la organización del proletariado revolucionario), frente a las viejas formas que adoptaba y adopta en su lucha de resistencia contra el capital.

Del Partido al Estado

Finalmente, Stalin termina de perfilar en lo esencial su dibujo del Partido afirmando que es “instrumento de la dictadura del proletariado”. El cometido principal que Stalin asigna al Partido, entonces, consiste en conquistar la dictadura del proletariado y consolidar esta conquista; es decir, un cometido directo y estrechamente relacionado con el problema del poder. Hasta tal punto esto es así que, para Stalin, el Partido “es un instrumento de la dictadura del proletariado”. En otras palabras, el Partido queda subordinado al Estado de la dictadura del proletariado. La contradicción es flagrante y clara: en la práctica, desde la visión estaliniana, el Partido termina por ser desplazado como la “forma superior de organización de clase del proletariado”, y su lugar pasa a ocuparlo el Estado de la dictadura del proletariado. De esta manera, la forma superior de organización del proletariado es su organización como clase dominante, no, sobre todo, su organización como clase revolucionaria. Claro está que ambas cualidades –clase dominante y clase revolucionaria- pueden y deben coincidir para el caso de la clase obrera. Pero esta no es la cuestión. Se trata, más bien, del orden jerárquico entre los instrumentos de los que va dotándose el proletariado para cumplir su misión histórica: conciencia revolucionaria, partido de nuevo tipo y dictadura del proletariado. En este último caso, poner por encima del Partido al Estado significa establecer el problema del poder como la cota política más elevada de la lucha de clases proletaria, poner el poder político como el objetivo máximo de esta lucha sin otro horizonte más elevado, cuando, en realidad, desde el punto de vista marxista-leninista, ocurre a la inversa: el poder político, la dictadura de la clase, no se considera más que un medio, un instrumento necesario para crear las condiciones sociales (económicas, políticas y culturales) precisas para que el Partido pueda elevar a sectores cada vez más amplios de las masas hacia sus posiciones políticas, que son las de la lucha por la emancipación proletaria. En otros términos, el contenido principal del Partido no es el poder, ni es en este lugar donde vienen a desembocar todos los problemas teóricos y prácticos del movimiento proletario, como insinúa Stalin –sin duda inspirándose en las líneas maestras que ya había establecido Lenin-, sino en el que ocupa la cuestión de la emancipación social (la emancipación de la humanidad de la sociedad de clases y de sus lacras a través de la emancipación de la clase obrera como clase, asunto, éste, de tal calado que no pueden reducirse sus términos a los que pueda abarcar la teoría del Estado). El poder y el Estado son únicamente instrumentos para que el Partido pueda realizar este objetivo. Así, la finalidad política (el poder del Estado de la dictadura del proletariado) estará invariablemente subordinada a la finalidad histórica (la emancipación de la clase obrera) en el orden de cosas del proletariado, quien siempre someterá su condición de clase dominante a su condición de clase revolucionaria. Una escasa o nula comprensión en la delimitación conceptual de estos términos y de sus relaciones mutuas pudo contribuir a crear las bases ideológicas para la incorrecta visión posterior de las tareas a largo plazo del proletariado socialista.

A modo de resumen, hemos visto que la visión del Partido de Stalin invierte completamente el orden de las relaciones internas existentes entre los distintos instrumentos que el proletariado va dándose a sí mismo para realizar sus tareas revolucionarias. Por una parte, como se ha indicado, el dominio del punto de vista organizativo en las cuestiones referidas al Partido relega a la ideología a un segundo plano, mientras que, por otra, aquél pasa a ser un mero instrumento del Estado. El verdadero orden marxista-leninista de esos instrumentos, Conciencia-Partido-Estado, fue alterado y puesto sobre su cabeza por la práctica política no sólo de Stalin, sino de todas las sensibilidades que convivían en la dirección del partido bolchevique: Estado-Partido-Conciencia; el sistema político soviético se construyó según este orden de cosas, y, a la larga, se enfrentaría a los innumerables problemas irresolubles que encierra si el objetivo que nos hemos trazado –el Comunismo- no puede ser reducido sencillamente a la problemática que rodea la conquista y la consolidación del poder político.

El verdadero orden marxista-leninista muestra, en cambio, que la conciencia, la ideología, es lo principal y siempre debe conservar su posición preeminente de guía en la construcción del resto de los instrumentos (el Partido y el Estado); y que el Partido, como no es otra cosa que el proletariado revolucionario organizado en su movimiento hacia el Comunismo, guía también y ordena el aparato político encargado de crear las condiciones para que ese movimiento histórico ascendente de la clase sea cada vez más masivo, hasta que toda la humanidad pueda cruzar el umbral de una nueva era de libertad, igualdad y fraternidad. La ideología guía al Partido y el Partido guía al Estado: éste es el verdadero orden de cosas proletario, desde el punto de vista marxista-leninista. Su temprana subversión durante el ciclo revolucionario iniciado en Octubre impidió la adopción de las miras políticas adecuadas al significado histórico de la obra que se había iniciado; y también impidió la justa orientación en la búsqueda de la solución de las contradicciones que el proceso de ejecución en esa obra iba interponiendo al proletariado revolucionario.

También es preciso añadir, a modo de conclusión, que, después de todo, al exponer su modo de ver el tipo de relaciones entre el Partido y el Estado proletarios –que era el predominante en el partido bolchevique-, Stalin, en realidad, está cerrando el círculo que había abierto Lenin en 1917, cuando realizó el balance de más de medio siglo de lucha de clase proletaria, y cuando ciñó ese balance al estrecho marco de la lógica de los interrogantes y las respuestas a esos interrogantes que necesariamente se desprenden de la teoría marxista-leninista del Estado, pero que no siempre son suficientes –ni, de hecho, lo fueron- para resolver todos los interrogantes que se presentarán en el futuro y que, en el pasado, ya se presentaron ante el proceso revolucionario.

Finalizado el ciclo revolucionario de Octubre (1917-1991), hoy, la principal tarea de los comunistas consiste en realizar el balance general de esta primera gran experiencia revolucionaria de largo alcance protagonizada por el proletariado internacional. Al igual que Lenin en 1917, debemos retomar nuestra experiencia pasada y sintetizarla comprendiendo que esa práctica revolucionaria anterior supone un desarrollo teórico de la doctrina proletaria que debe servir de base político-ideológica para el futuro, y de punto de partida para el próximo ciclo revolucionario. Eso sí, debemos, igualmente, adoptar, al enfrentarnos a ese balance, la perspectiva más elevada posible, de modo que los resultados que nos ofrezca impliquen al conjunto de la teoría marxista-leninista en su globalidad, para que todos y cada uno de los aspectos de esta doctrina experimenten por igual un salto cualitativo en sus contenidos y puedan hallar una mayor coherencia en un nivel superior de unidad.

Esa perspectiva más elevada que debe servir de eje al balance del Ciclo de Octubre es la teoría marxista-leninista del Partido Comunista.

Nuestra experiencia

La lucha por la correcta interpretación de la naturaleza del Partido Comunista -punto de partida imprescindible para poder abordar cualquier plan para su recuperación- se inició en el Estado español a mediados de la década de los 90, con el primer intento de formulación sistemática de la visión marxista-leninista a través de lo que denominamos Tesis de Reconstitución del Partido Comunista. La idea de «Reconstitución del Partido Comunista» surge como contraposición a todas las infructuosas experiencias anteriores de lucha por la recuperación del PCE, que se había iniciado en los años 60, pero que en todos los casos reproducían las premisas teóricas del modelo tradicional de Partido que se había impuesto en el movimiento comunista internacional -a través de la Komintern- desde los años 20; con el añadido de que, terminando el siglo, esos postulados teóricos habían encontrado ya su forma de expresión más degenerada. Y es que el punto de vista que entiende el Partido como conjunto de relaciones organizativas dentro del «destacamento de vanguardia», y no como sistema de vínculos ideológico-políticos entre éste y las masas, conduce, en primer lugar, a que ese conjunto de relaciones orgánicas que dan cuerpo al «destacamento de vanguardia» sea homogeneizado y normalizado, pasando sus componentes a ser considerados jurídicamente como partes integrantes de un todo, de una única organización, lo cual conducirá a la reducción de aquellas relaciones orgánicas internas en simples relaciones entre individuos, y, en segundo lugar, a que, en virtud de esta simplificación, la cuestión del militante individual pase a ocupar el centro del problema; es decir, que lo que está debajo del verdadero concepto de Partido Comunista sea la respuesta correcta al viejo interrogante de «¿quién puede considerarse miembro…?» Desde aquí, sólo queda un paso para que se abra camino la tesis individualista del Partido como suma de militantes (ya no como agregado de organizaciones). Además, en este punto, la estimación del individuo que podía «considerarse miembro» había sufrido paralelamente también una rebaja intolerable en sus requisitos. Así, el elevado sentido leninista de la noción «destacamento de vanguardia», que Stalin resume como «jefe político de la clase obrera» y como «Estado Mayor del proletariado», había sido depreciada hasta la consideración del Partido como una institución constituida, en lo más elevado, por un conjunto de cuadros formados en las luchas inmediatas de las masas y en confrontaciones parciales de la clase, de organizadores de huelgas y de enfrentamientos callejeros contra el capital -de «cuadros tácticos», en definitiva-, sin capacidad alguna para alcanzar el nivel estratégico de dirección de la lucha de clase del proletariado; mientras que sus bases estarían formadas por cualquiera que aceptase formalmente el Programa y los Estatutos del partido. El partido fundado sobre el individuo encuentra, de esta manera, su contrapunto, su otra cara, como partido de masas 4. Y la «robinsonada» en forma de concepción individualista del Partido en que finaliza la concepción organicista del mismo cierra su ciclo donde ésta lo comenzó: con la ideología. Así, si el organicismo staliniano daba por supuesta la ideología que guiaba al Partido, confiándose ingenuamente en los resultados políticos de décadas de hercúlea forja ideológica a través de la continua lucha de dos líneas protagonizada por el bolchevismo (resultados que el propio Stalin trató de fijar «de una vez para siempre» bajo el epígrafe de «leninismo» 5), el individualismo partidario da por supuesta la conciencia revolucionaria del miembro del Partido, lo cual implica presuponer el absurdo de que, aunque el Partido haya sido liquidado políticamente por el revisionismo, no ha habido liquidación ideológica, ni liquidación de la conciencia revolucionaria, ya que supuestamente ambas se encuentran salvaguardadas en el cerebro de los «comunistas» o de los «marxistas-leninistas» tomados individualmente.

Con estos antecedentes, las experiencias de recuperación del PCE hallaron adecuada expresión bajo la consigna de «unidad de los comunistas» (o «unidad de los marxistas-leninistas», 6 etc.). La moda por la «unificación comunista» hizo época, pero fue de fracaso en fracaso (incluyendo su mejor conquista: la fundación, en 1984, del Partido Comunista de los Pueblos de España). La experiencia más reciente del movimiento comunista en el Estado español, en definitiva, nos muestra lo erróneo e inconveniente -tanto por los postulados de los que parte, como por sus resultados- de fundar cualquier proyecto político de Reconstitución política del comunismo sobre la base de la «unidad», o de cualquier otra que no conlleve la permanente lucha por el deslindamiento ideológico con el revisionismo y por la independencia política de la clase obrera.

Para mayor contraste, añadiremos que, de las distintas concepciones sobre el Partido, derivan diferencias tácticas, desde luego mucho menos sutiles que lo que puedan parecer las que surgen como resultado de la reflexión teórica o del puro análisis comparativo.

Efectivamente, entre los grupos escindidos políticamente del revisionismo del PCE dominaba, sin embargo, la teoría revisionista del Partido. Todos ellos compartían la ecuación según la cual partido leninista es igual a destacamento de vanguardia; y en varias ocasiones se creyó haber resuelto la ecuación asignando unas determinadas siglas a sus factores, siglas que daban por «resuelto» el problema de la Reconstitución del Partido. Ciertamente, éste se creyó «reconstituido» en más de una ocasión, pero en ningún caso se estuvo a la altura de las necesidades del proletariado organizado como movimiento revolucionario. Y es que una determinada visión del Partido implica necesariamente una determinada visión de ese movimiento y, en consecuencia, una determinada línea táctica.

En este sentido, existe lo que podríamos denominar un principio proletario relacionado con la revolución, del que ni siquiera pueden sustraerse los revisionistas, según el cual, una vez reconstituido el Partido, la tarea inmediata que se pone en el orden del día es la conquista de las masas y del poder. Así, de manera inevitable, todos los experimentos de «unidad» o de «reconstrucción» que han considerado, a partir de cierto momento, que eran la expresión genuina del «destacamento de vanguardia» del proletariado, han tenido que enfrentarse ante este dilema. Y su fracaso ha sido, naturalmente, estrepitoso, ya que la obligación de «ir a las masas» con partidos constituidos de manera separada de su movimiento les ha terminado conduciendo hacia el terrorismo, es decir, hacia su aislamiento total de ellas, o hacia el economicismo (sindicalismo, electoralismo, cretinismo parlamentario), es decir, a situarse en la retaguardia del movimiento de masas. Como ejemplos concretos de nuestra experiencia, tenemos, para el primer caso, al PCE(r)-GRAPO, y, para el segundo, al propio PCPE.

Ambas líneas tácticas obedecen, como hemos visto, a una concepción del Partido y, en definitiva -pues se trata de lo mismo-, a una determinada visión del movimiento revolucionario. En efecto, la constitución del Partido separado del movimiento de masas como «destacamento de vanguardia» presupone el movimiento revolucionario; es decir, la falsa teoría de que el movimiento revolucionario de masas es un fenómeno espontáneo que surge «aparte» del Partido, debido principalmente a coyunturas de crisis económica y política (o sea, debido, casi por entero, al «factor objetivo»). El movimiento revolucionario, entonces, adopta una existencia externa al «destacamento de vanguardia» 7, y la tarea consiste en «estar preparados» para ponerse a su cabeza cuando se desencadene 8. Esta «teoría del derrumbe» del capitalismo dominó la percepción del proceso revolucionario que tuvieron la mayor parte de los partidos comunistas durante el pasado ciclo 9, y aún hoy es hegemónica en nuestro movimiento. Combatirla significa luchar por la recuperación de la verdadera relación leninista entre vanguardia y masas, relación que consiste, fundamentalmente, en considerar que el «factor subjetivo» y el «factor objetivo» de la revolución no son independientes entre sí, sino que, en general, se influyen mutuamente, y, en particular, que el «factor subjetivo» (el proletariado consciente, el Partido) transforma desde su actividad política las condiciones del desarrollo social, revolucionándolas, con lo que va generando, de menor a mayor escala, el movimiento y el orden revolucionarios, primeramente como movimiento político y, a largo plazo, como sistema social.

La actividad de la vanguardia consciente sobre el ser social provoca un movimiento de elevación de las masas hacia las posiciones de esa vanguardia, y este movimiento es un movimiento revolucionario. No es preciso «esperar» a la recesión económica, a la quiebra del gobierno o a la «crisis general»; ésta, la llamada «crisis general del capitalismo», está ya presente desde que este sistema sobrepasó el umbral de su etapa imperialista. Las «condiciones objetivas» de la revolución, por tanto, se dan ya y, en general, forman el contexto social ordinario en el que nos movemos. Esto forma parte del abecé del marxismo-leninismo. Precisamente, por esta razón la teoría del partido de nuevo tipo proletario, la teoría del partido revolucionario, fue formulada ya en los mismísimos albores de esa nueva etapa del capitalismo, porque en ella se presentan las condiciones materiales objetivas para su actividad política efectiva. Hablar, por consiguiente, de que hay que esperar para que «se den las condiciones objetivas» de la revolución es simple y llanamente puro liquidacionismo revolucionario. «Hacer la revolución» significa construir, desde ahora mismo, el «factor subjetivo» (el Partido Comunista); lo cual implica, al mismo tiempo, generar «factor objetivo», movimiento revolucionario, y, con ambos, preparar las condiciones políticas generales para la conquista del poder (insurrección armada), cuando se provoque y se produzca la «crisis revolucionaria». 10

Nuestra táctica

La construcción de los necesarios vínculos revolucionarios entre la vanguardia y las masas presupone el reconocimiento explícito de que éstos no existen; es decir, que la situación política actual se caracteriza por la escisión entre la vanguardia y el movimiento de masas como el resultado más patente y de mayor repercusión de la obra liquidadora del revisionismo. Sin embargo, esta verdad tan sencilla y evidente no es reconocida en la práctica por la inmensa mayoría de las organizaciones de vanguardia y grupos marxistas-leninistas, al menos, en los países imperialistas. Esto trae consigo varias consecuencias graves.

En primer lugar, el completo desenfoque en el análisis de las contradicciones de nuestra época. Como, por un lado, la apabullante hegemonía militar yanqui ha empujado a un segundo plano las contradicciones interimperialistas tras la desaparición de la URSS, desatándose, al mismo tiempo, una desaforada ofensiva por el control imperialista del mundo, pasando a primer plano la contradicción entre el imperialismo y las naciones oprimidas; y, como, por otro lado, la escisión entre la vanguardia revolucionaria y el movimiento obrero ha reducido en la actualidad la contradicción entre trabajo y capital a su más elemental y estrecha manifestación económica, debido a que la dirección del movimiento obrero se encuentra en las manos de la aristocracia obrera, interesada en mitigar esta contradicción (al mismo tiempo que, en alianza con el capital monopolista, promueve la explotación de los países oprimidos), parece, entonces, que la contradicción entre el imperialismo y los países oprimidos es la principal, y que es en este marco donde debe desenvolverse la política de los comunistas y hallarse el camino hacia la Revolución Proletaria.

Este falso reflejo produce una ceguera política que impide ver y comprender la verdadera naturaleza de las tareas actuales del proletariado consciente, al mismo tiempo que subordina la lucha de clase del proletariado a las luchas de liberación nacional y, tras ello, acarrea la quiebra de la independencia política de la clase obrera. Pero, sobre todo, impide comprender la imposible continuidad entre la labor política de la vanguardia en el seno del movimiento práctico de masas y toda labor revolucionaria en el actual estado de escisión entre la vanguardia y las masas. Con lo cual, no se entiende que lo principal, ahora, es reconstruir ese vínculo en forma de verdadero Partido Comunista, y que, sin éste, resultará infructuosa, desde el punto de vista de la revolución, toda actividad política dentro del movimiento de masas. En definitiva, la contradicción entre la vanguardia y las masas de la clase obrera, que se resuelve como Reconstitución del Partido Comunista, es la principal contradicción que debe desarrollar en la actualidad el proletariado consciente. Esto comporta, en primera instancia, la lucha por la concepción correcta de la naturaleza de esa contradicción, que incluye -como ya hemos dicho- la lucha por la concepción correcta de la propia naturaleza del Partido Comunista.

Los errores que acompañan a la incomprensión de la escisión histórica que domina toda relación entre la vanguardia revolucionaria y el movimiento de masas en sus distintos frentes y a la incomprensión de las consecuencias políticas que lleva consigo, son propios -como hemos visto- de las organizaciones políticas «constituidas» o «reconstituidas» sobre el patrón de partido entendido como vanguardia organizada exclusivamente. La puesta en práctica de una línea de masas con la finalidad de dirigir el movimiento obrero en su conjunto, una vez autoproclamados como el «destacamento de vanguardia» del proletariado, no puede ni podrá, en ningún caso, salvar el salto en el abismo que se abre entre el conjunto de problemas que interesan esencialmente a la vanguardia y el conjunto de problemas que interesan principalmente a las masas sin sufrir un descalabro. Los problemas de la vanguardia están directamente relacionados con los principios revolucionarios, la estrategia y la táctica de la revolución, la construcción de sus instrumentos, etc.; los de las masas lo están, inmediatamente, con sus condiciones de existencia. Planteada la situación en estos términos, como ya hemos insinuado anteriormente, al «destacamento de vanguardia» no le queda otra salida que renunciar a resolver sus problemas como tal vanguardia y dedicarse a tratar de «solucionar» los de las masas, con lo que renuncia a la posición de vanguardia revolucionaria y adopta la de «vanguardia» reformista, deslizándose inevitablemente hacia el sindicalismo y el parlamentarismo (como es el caso de la gran mayoría de grupos y partidos «reconstituidos»); o bien, puede optar por tratar de «resolver» los problemas teóricos y políticos de la vanguardia para, a continuación, llevar esas soluciones a las masas como un recetario e intentar que éstas las consideren también como «sus» respuestas, lo cual es una quimera idealista que conduce sin remedio a la incomprensión y hacia un tipo de actividad política aislada de las masas (y, en ocasiones, al terrorismo, como único modo de autojustificación posible).

En segundo lugar, este tipo de errores se reproduce de manera aún más grotesca cuando, como ocurre actualmente, se reconoce de palabra la inexistencia del Partido y, por lo tanto, la necesidad de su recuperación, pero, en los hechos, tampoco se alcanza a comprender que esta circunstancia es el resultado de aquella escisión entre la vanguardia y el movimiento obrero. En este caso, se elaboran y aplican planes de «reconstrucción» -siempre sobre la base de la «unidad comunista», por supuesto- que persiguen «reconstruir» el Partido desde el movimiento práctico de masas, desde la participación de la vanguardia en las luchas de resistencia de las masas. A diferencia de los años 70 y 80, cuando dominó el modelo de reconstrucción basado en la unificación de varios destacamentos organizados, independientemente del movimiento de masas -modelo que, en la actualidad, también tiene sus representantes-, en los 90 y en el cambio de siglo, ha pasado a dominar el modelo que considera imprescindible realizar las tareas políticas de recuperación del Partido en el seno del movimiento de masas. La degeneración alcanza, en este punto, su máxima cota. La rebaja del modelo leninista de Partido, fundado en la calidad de un conjunto de relaciones político-ideológicas, en otro de tipo organizativo, trajo consigo el predominio de lo cuantitativo, con la equiparación entre la idea de «partido fuerte» y la idea de «partido grande», de masas. Este desarrollo dejó expedito el campo para la incursión de la tesis, hoy mayoritariamente asfixiante, que defiende que el Partido sólo puede surgir desde una labor política arraigada en el movimiento práctico de masas.

En resumen, la lógica interna a que nos aboca el viejo modelo heredado de la tradición de la Tercer Internacional nos conduce, de una manera o de otra, a tomar siempre como referencia suprema e inmediata el movimiento práctico de masas; lo cual resulta políticamente suicida en un contexto de liquidación del Partido y de divorcio entre la teoría revolucionaria y las necesidades de las masas. 11

En estas circunstancias, el proletariado consciente debe asumir su actual inaptitud para incidir, en la dirección de una transformación revolucionaria, sobre el desarrollo de las contradicciones que hoy rigen el mundo. Toda participación activa en los frentes de lucha que son expresión de esas contradicciones, o está subordinada y dirigida al cumplimiento de las tareas relacionadas con la Reconstitución del Partido o, sencillamente, supondrá ponerse a la cola de esas luchas y al servicio de otras clases. Es preciso reconocer que, desde el momento en que el proletariado no tiene conciencia de clase («para sí») ni ha sido organizado en torno a esa conciencia (grado de madurez que sólo se expresa como Partido Comunista), no puede actuar políticamente como clase independiente, y, en consecuencia, no puede enfrentarse a la burguesía como clase antagónica. Se le cierra, de esta manera, la puerta para participar en el sistema de contradicciones que preside nuestra época (capital-trabajo; imperialismo-naciones oprimidas; contradicciones interimperialistas) en los términos que exige su condición histórica de clase revolucionaria. La cuestión que se le presenta, entonces, a la vanguardia es la de afrontar la empresa que consiste en restituir al proletariado su condición de clase políticamente independiente, de clase revolucionaria. Y esta cuestión implica que la vanguardia debe sumergir su actividad política en un «sistema de contradicciones» distinto a ese otro ahora inaccesible que gobierna el mundo: el «sistema de contradicciones» que ordena internamente el proceso de Reconstitución del Partido Comunista con el fin de resolverlas.

Las tareas de hoy: el Plan de Reconstitución del Partido Comunista

Partimos de que el proletariado como clase políticamente independiente es el proletariado revolucionario, y que éste se organiza como Partido Comunista desde la construcción de una red de vínculos de todo tipo entre la vanguardia y las masas de la clase. Pero, para que pueda ser cumplida esta obra, la vanguardia (que conforma el aspecto principal de la contradicción «vanguardia-masas» que, como decimos, está en la base de la construcción del Partido) debe haberse constituido como tal vanguardia, debe haber cumplido con los requisitos que Stalin exigía al «destacamento de vanguardia» del proletariado. Esto significa que los sectores más conscientes del proletariado, armados con la ideología de vanguardia, el marxismo-leninismo, han sido capaces de ganarse para el comunismo y para el programa de la Revolución Proletaria a los sectores de la clase que dirigen sus luchas de resistencia contra el capital. Cuando la vanguardia portadora de la teoría de vanguardia (a la que llamamos «vanguardia teórica») consigue transformar la conciencia «en sí» en conciencia «para sí», en conciencia revolucionaria, del sector más activo en la lucha espontánea de los trabajadores (al que denominamos «vanguardia práctica») por sus derechos y la mejora de sus condiciones de existencia, atrayendo a ese sector a las posiciones del comunismo, organizándolo a la manera revolucionaria y adquiriendo, con él y a través de él, la posibilidad de influir seriamente en el movimiento obrero de masas, es cuando tiene lugar la Reconstitución del Partido Comunista y éste puede pasar a abordar subsiguientemente el problema de la conquista de ese movimiento de masas para dirigirlo contra el poder del capital.

La expresión concreta de la escisión entre la vanguardia revolucionaria y las masas es, precisamente, el divorcio entre la «vanguardia teórica» y la «vanguardia práctica» del movimiento obrero, o sea, el hecho de que la vanguardia proletaria se presente escindida en una vanguardia ideológica y revolucionaria, por un lado, y en una vanguardia reformista que detenta la dirección de las luchas de resistencia, por otro. Y es también en este punto donde recalamos ante las insuficiencias tácticas de que adolecen, como hemos visto, quienes no comprenden la verdadera naturaleza del partido de nuevo tipo proletario. Porque si, como ya hemos señalado, el «destacamento de vanguardia» no puede ganarse a las masas desde políticas elaboradas fuera de su movimiento, se debe a que, en los hechos, resulta del todo imposible conquistar la conciencia de clase espontánea desde los principios puros del comunismo. En otras palabras, la «vanguardia teórica» no puede atraerse a la «vanguardia práctica» desde la ideología solamente, sin cierta práctica que demuestre la capacidad del marxismo-leninismo para dar respuestas a los problemas candentes de las masas. Se precisa, en consonancia con ello, una «traducción» que transforme los principios de la ideología revolucionaria, de manera paulatina, primero, en Línea política (respuesta desde la ideología a las necesidades estratégicas y tácticas de una determinada revolución) y, después, en Programa (respuesta desde la Línea a las necesidades de las masas). El Programa es la síntesis final donde la vanguardia marxista-leninista es capaz de traducir las reivindicaciones de las masas en reivindicaciones revolucionarias gracias a su contacto con la «vanguardia práctica», es la demostración política de que los problemas de las masas sólo pueden ser resueltos a través de la revolución socialista y la implantación de la dictadura del proletariado. Desde el punto de vista político y organizativo, esto se traduce en la afinidad o en la incorporación de sectores importantes de la «vanguardia práctica» a las posiciones del comunismo como resultado de la actividad política de la «vanguardia teórica» en los frentes de masas. Sólo de esta manera y a través de estos pasos sucesivos pueden tenderse puentes entre el comunismo como ideología y el movimiento de masas, puentes que permitan superar el actual vacío existente entre ellos y favorecer de nuevo su fusión y, con ello, la Reconstitución del proletariado como clase políticamente activa que vuelva a hacer de su enfrentamiento con el capital otra vez el centro del desarrollo social.

Sin embargo, para que la «vanguardia teórica» esté en disposición para conquistar a los sectores más avanzados en la lucha de resistencia contra el capital, debe haberse constituido previamente en la portadora de la verdadera ideología de vanguardia. La obra liquidadora del revisionismo ha sido tan profunda que no se ha limitado sólo a destruir el comunismo como movimiento político o como organización revolucionaria -su programa y su organización-, sino que ha alcanzado también a sus fundamentos ideológicos y su discurso teórico. Esto significa que antes que cualquier otra acción política, la vanguardia consciente del proletariado debe emprender la lucha por la restitución de la teoría de vanguardia. En otras palabras, antes que la Reconstitución política del comunismo (Partido Comunista), debemos perseguir su Reconstitución ideológica. Y es en este contexto donde cobra su significado pleno y su verdadera importancia el balance crítico de la experiencia revolucionaria del Ciclo de Octubre, como desarrollo teórico del comunismo desde la síntesis de una praxis revolucionaria inaudita e innovadora.

En el escenario político de los países imperialistas, principalmente, conviven multitud de grupos autodenominados «comunistas» o «revolucionarios». Esto habla de la fragmentación política del proletariado y pone de manifiesto la necesidad de plantear la cuestión de la Reconstitución del Partido. Pero no se trata, solamente, de que esa proliferación de grupos exprese el desacuerdo general en el seno del comunismo o del «marxismo revolucionario» sobre la línea política correcta que es preciso aplicar; se trata, en primer lugar, de que esa fragmentación política es producto, en realidad, de la fragmentación ideológica que subyace actualmente en todo proyecto político de corte comunista ligado, de una manera o de otra, con la tradición de la Revolución de Octubre.

La Reconstitución ideológica del comunismo es la lucha del marxismo-leninismo por reconquistar la posición de hegemonía en el seno de la vanguardia; es el periodo preliminar y necesario en el que el sector marxista-leninista de la «vanguardia teórica» deslinda y fija los límites del campo revolucionario en el plano teórico a través de la extensión de la lucha de dos líneas al resto de las fracciones ideológicas que tienen influencia entre los sectores de vanguardia del proletariado. Esta pugna por que el marxismo-leninismo vuelva a ser la ideología de referencia entre los sectores más combativos de la clase obrera presenta dos facetas complementarias: por un lado, la estructuración del marxismo-leninismo como discurso ideológico internamente coherente y su reconfiguración como cosmovisión, como representación totalizadora de la realidad en todas sus esferas, como concepción del mundo. Por otro lado, la formación de los cuadros comunistas en este terreno de lucha de dos líneas ideológica permitirá la construcción de un colectivo de vanguardia educado en la escuela superior de la ciencia revolucionaria (rompiendo, así, con la tradición que ha educado a nuestros dirigentes en la escuela de la espontaneidad y de las luchas de resistencia de las masas), con la perspectiva lo suficientemente elevada como para no perder nunca de vista el objetivo final y con un concepto de la lucha de clases que garantice siempre la orientación estratégica de las luchas proletarias. Recuperación del marxismo-leninismo como concepción del mundo, como teoría de vanguardia íntegra que pueda volver a servir de guía de la revolución, y construcción del «destacamento de vanguardia» que le valga de soporte político, y que, desde estos presupuestos -la Conciencia revolucionaria como guía- inicie la obra de construcción de los instrumentos necesarios para llevar a buen fin la Revolución Proletaria (Partido Comunista y Estado de dictadura del proletariado).

En la primera parte de este documento indicábamos que, durante el Ciclo de Octubre, dominó el punto de vista «estatalista» de los procesos políticos; es decir, que todas las cuestiones tendían a ser articuladas en torno a problemáticas vinculadas con el Estado, con el problema de la conquista y consolidación del poder, o con la relación Partido-Estado. Esto se debía, en gran parte, a que, ya desde la II Internacional -y fue algo que no corrigieron ni Lenin ni la Komintern-, dominaba en el movimiento revolucionario una concepción del marxismo que lo veía más como «filosofía política» que como concepción del mundo, lo cual condujo en numerosas ocasiones al pragmatismo político y a la elaboración de políticas de cortas miras. También decíamos que, de cara al próximo ciclo revolucionario, es preciso construir bases situándonos en un nivel de partida más elevado. Señalábamos que, frente al punto de vista del Estado, debíamos adoptar ahora el punto de vista del Partido. Esto significa que tampoco podemos iniciar los preparativos de la próxima ola revolucionaria desde el «escalón» de la política (como ocurrió en el pasado), sino que debemos situarnos en el de la ideología, el de la teoría marxista-leninista entendida como concepción del mundo, como el motor generador de todos los procesos transformadores posteriores necesarios para construir el comunismo. No debemos, entonces, ubicar nuestro punto de partida en la relación Partido-Estado, sino en la superior a ésta, la establecida como Conciencia-Partido, que es la perspectiva más elevada que puede adoptar la vanguardia proletaria, porque es la que permite cumplir con todos los requisitos que, paso a paso, exige el adecuado orden con que progresa el proceso revolucionario.

Notas

1 Muy al contrario de lo que se cree a veces, la obra de Lenin ¿Qué hacer? no expresa completamente su concepción del Partido. En esta obra, su autor aborda fundamentalmente las cuestiones relacionadas con la teoría y la práctica de la organización de vanguardia, del “destacamento de vanguardia”, desde la consideración de su naturaleza política, hasta el diseño de un plan organizativo para su puesta en marcha. Pero todas estas consideraciones presuponen la tesis de fondo sobre la que se sostiene la idea leninista del Partido. De hecho, sólo en una ocasión en ese libro –la que aquí hemos citado- Lenin expresa, y sólo de manera insinuante, la posibilidad de algo, de “un todo”, superior políticamente a la organización de la vanguardia. Es el conjunto de la obra del líder bolchevique la que arroja luz sobre este problema y donde queda claro que la idea leninista de Partido está por encima del nivel que pueda alcanzar la organización del destacamento de avanzada del proletariado.

2 Qué Stalin dé por supuesta la ideología en la cuestión del Partido no significa que se olvide de ella o que no la tenga en cuenta. Ocurre aquí lo que posteriormente será regla en la percepción de ciertas conquistas estratégicas en el proceso de construcción del socialismo por parte de la dirección bolchevique, que se considerarán “irreversibles”. Al obviar el problema de la ideología que dirige el Partido, se da entender que se sobreentiende que se trata del marxismo-leninismo, con lo cual considera la dirección ideológica revolucionaria como algo permanente y “definitivo”. Algo que es absolutamente falso. Sin embargo, desentenderse de la cuestión ideológica facilita mucho a Stalin maniobrar para poner en el centro de la teoría del Partido la cuestión de la organización.

3 Para representar de manera más gráfica la diferencia entre estas dos concepciones del Partido, podríamos describir el modelo estaliniano como formado por un grupo cerrado (sistema cerrado) de organismos que van desde el Comité Central hasta los comités y células inferiores en los que todos sus miembros pertenecen de una manera “oficial” al Partido. Éste sería el “destacamento de vanguardia”. El trabajo de masas de este Partido se realizaría desde el traslado de sus miembros hacia “afuera”, hacia las organizaciones de masas “independientes”, con el fin de atraerlas y convertirlas en “organismos auxiliares” y en “correas de transmisión” entre el Partido y la clase; pero que, como tales organismos, permanecerían fuera del Partido. El modelo leninista, en cambio, es un sistema abierto de organismos que incluye tanto organizaciones del tipo del Comité Central como las fracciones revolucionarias que trabajan en los organismos de masas y los propios organismos de masas generados por la vanguardia. El Partido, entonces, comprende también a las “correas de transmisión” que sirven de vínculo entre el “destacamento de vanguardia” y las masas. Se trataría del sistema único de organismos ordenados de mayor o menor grado de conciencia y de capacidad política revolucionaria, desde los más elevados (Comité Central, Órgano Central…) hasta las últimas conexiones entre éstos y las formas más elementales de lucha de las masas. Se trataría de todo el sistema de conexiones ideológicas, políticas y organizativas que unirían en un movimiento político al “destacamento de vanguardia” con las masas. Este modelo es dinámico –frente al estatismo que refleja el modelo estaliniano, que separa al “destacamento de vanguardia” del movimiento de masas- porque incluye tanto la dirección revolucionaria (vanguardia) como las formas del movimiento de elevación de las masas en esa misma dirección. Desde el punto de vista “filosófico”, podríamos decir que la diferencia esencial estriba en que, mientras el modelo de Partido expuesto en los Fundamentos comprende la unidad vanguardia-masas desde fuera, como unión de dos elementos en principio externos entre sí (“dos hacen uno”; o sea, materialismo mecanicista), el modelo leninista ve aquella unidad como unidad interna de los dos aspectos de una misma cosas, la clase proletaria (“uno se divide en dos”, que es el verdadero punto de vista del materialismo dialéctico).

4 Es muy probable que un proceso degenerativo similar tuviera lugar en el interior del partido bolchevique ya desde principios de los años 20, y que comenzara en el momento que van ganando espacio los elementos fundamentales del concepto de Partido que formula Stalin. También es muy probable que este proceso comenzase antes de la propia formulación (incluso con Lenin vivo). Lo cierto es que ésta ya aparece completamente perfilada en la resolución aprobada al respecto por el V Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en la primavera de 1924, sólo pocas semanas después de la publicación de los Fundamentos –demasiado poco tiempo para poder creer que la visión organicista pasó a ser hegemónica sólo por el trabajo de Stalin-, lo cual nos inclina a pensar que la concepción de Stalin sobre el Partido no es más que la expresión de la que era comúnmente aceptada en el partido bolchevique, y que después asumiría todo el movimiento comunista internacional. En cualquier caso, la respuesta y su investigación deben enmarcarse dentro de la tarea urgente de extraer el balance general de la experiencia del Ciclo de Octubre.

5 Indudablemente, la solución del problema ideológico, del aspecto teórico, desligado de la práctica, de las labores de organización del movimiento comunista, es el terreno abonado ideal para la tesis organicista del Partido. Resolver la teoría como teoría y la práctica dentro de los estrechos límites de la labor organizativa, de manera separada, sin la necesaria interrelación dialéctica entre ambas esferas, permite a Stalin “independizar” la tarea de construcción orgánica del Partido de la ideología que guía su política y reducir, así, la concepción leninista del Partido a lo que puede contener de sólido “aparato” político.

6 En la actualidad, ha ganado adeptos la fórmula “reconstrucción del Partido Comunista”, sin que ofrezca nada original ni diferente del plan que persigue reconstituir el Partido desde “unidad de los comunistas”. Igual que ésta, la “tesis de reconstrucción” ve al Partido como suma de individuos formalmente comprometidos con el marxismo-leninismo y con la Revolución Proletaria.

7 “Sólo un Partido firme ideológicamente, fuerte orgánicamente y con una política clara, puede cumplir el papel de dirección del movimiento popular”. Esta cita, extraída de la prensa de uno de los grupos pretenden hoy “reconstruir” el Partido en el Estado español, muestra, de manera paradigmática, la forma como se concibe la constitución política del Partido Comunista y el modo de relación con las masas.

8 Esta visión oportunista del papel de la vanguardia es común para izquierdistas y derechistas. Los primeros pretenden que las masas se levanten, como cuando “la chispa incendia la pradera”, motivadas por acciones audaces y aisladas de la vanguardia (terrorismo); los segundos pretenden que, estando a la cabeza de las luchas espontáneas y de resistencia de las masas, la vanguardia ocupará la posición política idónea, estará “en el lugar oportuno en el momento adecuado”, cuando esas luchas adquieran con su propio desarrollo –vana esperanza- carácter revolucionario (sindicalismo y parlamentarismo).

9 Por ejemplo, en 1928, con la descripción del llamado “tercer periodo” de desarrollo del capitalismo por parte del VI Congreso de la Internacional Comunista. En realidad, esta tesis no supuso otra cosa, después de todo, que la continuidad con la visión oportunista del movimiento revolucionario que profesaba la II Internacional.

10 Es decir, ese momento que Lenin describe como aquel en el que ni “los de arriba” ni “los de abajo” pueden ni quieren vivir “a la antigua”. Éste es el momento de la revolución en sentido estrecho; pero jamás llegará por sí solo –sobre todo por lo que atañe a “los de abajo”- si la revolución no se ha iniciado ya en el sentido más amplio del término, bajo la forma de movimiento político con influencia creciente entre las masas. De hecho, la “crisis revolucionaria” será, en gran parte, estará “provocada” por él. La revolución, de esta manera, sólo puede comprenderse y sólo puede ser una realidad desde la unidad dialéctica del “factor objetivo” y del “factor subjetivo” de la revolución.

11 No debemos perder de vista que el “viejo modelo” de Partido “funcionó” en una época caracterizada por la ofensiva de la Revolución Proletaria Mundial, en cuya vanguardia se encontraban una prestigiosa Internacional Comunista y una exitosa edificación socialista en la Unión Soviética. Esto fue suficiente, durante cierto tiempo, para recavar el apoyo o la simpatía de amplios sectores del proletariado internacional para las secciones nacionales de la Komintern. Nada de esto existe ahora; lo cual implica hablar necesariamente de diferentes premisas históricas, de distintas condiciones ideológicas y de incomparables requisitos políticos que cumplir de cara a la Reconstitución de verdaderos partidos comunistas.

Partido Comunista Revolucionario del Estado español

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