Elementos en torno a la construcción del comunismo durante el Ciclo de Octubre – Colectivo Conciencia e Transformación

Para leer el texto completo (en gallego y castellano) en la página del Colectivo Conciencia e Transformación: concienciatransformacion.wordpress.com

I. Introducción

Hoy en día, cuando toda una generación de comunistas nacida tras el fin del Ciclo de Octubre se suman a nuestro movimiento, el populismo, tanto de corte socialdemócrata como de corte fascista, el nacionalismo y el oscurantismo religioso, entre otras corrientes burguesas, continuan, revitalizados, ocupando el lugar de referencia ideológico-política para las masas, ese lugar que dejó vacío el marxismo tras la derrota de la ofensiva del proletariado revolucionario. Pero el primer factor que mencionamos tiene por fuerza que hacernos sentir optimistas acerca de las posibilidades que se abren para el comunismo en el objetivo de volver a ocupar la referencialidad para nuestra clase. Así, en efecto, la crisis económica, aunque desgraciadamente para las aspiraciones de los economicistas de diverso pelaje que habitan en el movimiento comunista, no haga bajar de los cielos la redentora revolución, sí sirvió de poderoso acicate para el desplazamiento hacia el ala izquierda de importantes sectores del movimiento comunista en el Estado español. Fenómeno que, por supuesto, sería imposible sin el concurso de aquellos que, tras el arriamiento de la bandera roja del proletariado, allá por los finales de los años 80, tomaron como propósito la noble y revolucionaria tarea de guardarla a buen recaudo, para, permitir, en el futuro, volver a colocarla en el lugar que la historia demanda. Pero más allá de estas, cuando menos, esperanzadoras perspectivas, aún tenemos como labor esencial, en el camino hacia la construcción de la vanguardia marxista-leninista, preguntarnos y, a la vez, contestarnos, por qué fuimos derrotados. Y es como humilde contribución a esta tarea que publicamos este trabajo, con el cual aprovechamos para presentarnos ante la vanguardia comunista de Galicia y del Estado español. Además, no es intrascendente la fecha escogida. Efectivamente, en este año, se cumple el 50 aniversario del inicio de lo que constituyó la cumbre más alta alcanzada por el movimiento comunista en el sendero hacia la emancipación de la humanidad, la Gran Revolución Cultural Proletaria. Y, en coherencia con esto, el análisis de la experiencia revolucionaria china y de la propia Revolución Cultural ocupan un lugar destacado en el texto que sigue.1

Remitiéndonos concisamente a la historia revolucionaria de nuestra clase, el Ciclo revolucionario de Octubre (1917-1991) supuso la aparición por todo el globo del proletariado como sujeto transformador de la realidad social, como clase revolucionaria e independiente (realmente se puede considerar que esto sucede a mediados del siglo XIX, pero en el movimiento socialdemócrata nunca dejó de estar bajo la influencia de la pequeña burguesía y de la naciente aristocracia obrera), en lucha contra el sistema capitalista vigente y la clase social que lo preserva, la burguesía. Hasta ese período histórico, el proletariado nunca había tomado el poder político en una sociedad2 y había dado comienzo a la intensa labor de ir sentando las bases, en ardua confrontación con su enemigo de clase, de la futura sociedad de la humanidad emancipada, el comunismo.

Esto situaba al incipiente movimiento comunista en una situación difícil, al carecer de experiencias previas en este terreno de las que extraer las pertinentes lecciones, o, dicho de otro modo, de hacer balance, para afrontar la enorme y grandiosa tarea que tenía por delante con mayores garantías de éxito, lo cual explica en parte ─junto con una serie de limitaciones ideológicas y políticas heredadas del período de conformación del proletariado como clase en si─ el final que tuvieron estos procesos de edificación comunista. Y esto nos impone a nosotros, comunistas del siglo XXI, la imperiosa obligación de hacer lo que por imposibilidad material los comunistas del siglo XX no pudieron hacer: analizar las experiencias socialistas y extraer conclusiones de ellas para incrementar y pulir el acervo que constituye la concepción comunista del mundo y, a su vez, sentar los cimientos para terminar con esta etapa de interregno en la que nos encontramos, poniendo en marcha el segundo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial que pueda, esta vez sí, salir victorioso del largo enfrentamiento de clases, que es la transición socialista, construyendo la sociedad comunista.

En este período de grandes y profundos cambios revolucionarios que se inicia con la Revolución bolchevique en Rusia y termina con la caída del Muro de Berlín ─más simbólica que realmente, puesto que las grandes derrotas del proletariado revolucionario ya habían sido infringidas antes─ destacan, en un lugar central, los procesos de edificación de la sociedad comunista, transcurridos en varias partes del mundo. Los de mayor significación fueron, incuestionablemente, los que tuvieron lugar en la Unión Soviética y en la China maoísta, tanto por duración en el tiempo como, principal y fundamentalmente, por los elementos ideológico-políticos aportados al marxismo-leninismo en esta trascendental materia. A la Unión Soviética, al ser la primera experiencia socialista, le correspondió la función de sentar las bases de los paradigmas comunistas acerca de esta nuclear cuestión, tanto en los elementos correctos como en las limitaciones; por tanto, ocupa un papel destacado en el balance. En el caso chino, que tomó el testigo de la URSS como faro para el movimiento revolucionario cuando en esta se produce la definitiva victoria de la contrarrevolución en el año 1956, tuvo lugar la realización de un balance parcial de la experiencia anterior, por lo que aporta elementos novedosos que rompen con las tesis limitadas sostenidas por los comunistas soviéticos en su proceso, aunque solo sea en cierto grado. Pero, aun con las limitaciones, sin lugar a dudas, la experiencia china posee una trascendencia fundamental para el futuro Ciclo revolucionario.

Dejamos conscientemente a un lado los casos de las democracias populares del Este europeo, donde los procesos ya nacieron constreñidos por causa del peculiar modo en el que los comunistas accedieron al poder: más por la fuerza militar del Ejército Rojo que por la existencia de movimientos revolucionarios en esos países (que, dicho sea de paso, eran inexistentes en la mayor parte de ellos). Hay, sin embargo, otra experiencia de edificación del comunismo digna de atención: la albanesa. Pero no entraremos en ella debido a que comparte los elementos centrales con la experiencia soviética, sin olvidar que la albanesa es posterior y, por tanto, tenía la posibilidad material de extraer lecciones y hacer balance sobre la anterior, cosa que no hicieron, limitándose, en cambio, a realizar en lo esencial un calco del proceso soviético añadiéndole elementos menores de carácter maoísta, lo que nos muestra de antemano la debilidad del hoxhismo.3

Por tanto, en este trabajo, nos centraremos en el estudio de los elementos fundamentales que nos aportan las dos cruciales experiencias revolucionarias de edificación del comunismo realizadas durante el siglo pasado4, ahondado en las diferencias entre ellas y en los fundamentos centrales que es necesario extraer para los venideros procesos de construcción de la sociedad sin clases. Y, por supuesto, también en las limitaciones que las atravesaban y que, finalmente, las hicieron fracasar, llevándolas a la derrota a manos de la burguesía.

También haremos un breve recorrido por lo que consideramos que fue la gran limitación del marxismo del Ciclo de Octubre, a su vez, hijo del marxismo decimonónico, esto es, el déficit dialéctico, la sustitución de la dialéctica materialista como base filosófica de la Weltanschauung comunista por el materialismo burgués, o lo que es lo mismo, por el materialismo mecanicista, determinista… vulgar, en definitiva. De esta gran limitación se derivan el resto de manifestaciones concretizadas de la estrechez del paradigma marxiano tal y como se presentó en el pasado revolucionario de la última clase de la historia, y aún sigue, actualmente, copando el movimiento comunista, ya sea a nivel estatal o internacional. En dicho sentido, la lucha de dos líneas en torno a la reconstitución de la dialéctica materialista, cobra una capital importancia para los comunistas revolucionarios.

Es necesario aprender de los errores para no repetirlos en el futuro. Y más aun cuando ese futuro depende de cómo ajustemos las cuentas con el pasado. También nos corresponde señalar que con este trabajo no pretendemos, de ningún modo, agotar la inmensa materia de estudio en este ámbito; tan solo pretendemos comenzar a abrir un poco, y brevemente, el sendero del mismo, sendero que le corresponderá recorrer ya en el futuro, no a un colectivo particular de nuestra Línea, sino al conjunto del Movimiento por la Reconstitución.

1. En este sentido, tenemos como objetivo continuar en el ámbito al que nos referimos, el camino iniciado por los camaradas del Movimiento Anti-Imperialista hace una década, con la publicación de dos textos acerca de este movimiento en el número 19 de su órgano de expresión, El Martinete.

2. Con la excepción de la pequeña experiencia de la Comuna de París, la cual por ser tan breve en espacio y tiempo no pudo dar lugar al primer caso de transformación de la realidad hacia el comunismo.

3. Sobre la misma recomendamos el trabajo de los camaradas de Nueva Praxis titulado El Partido del Trabajo de Albania y la revolución: una mirada retrospectiva.

4. No somos desconocedores de que desde la Línea de Reconstitución ya se tiene tratado en buena medida diversos aspectos relacionados con la construcción del comunismo, principalmente en el caso soviético. Por lo tanto en este trabajo no nos extenderemos en cuestiones ya tratadas y procuraremos poner la atención sobre factores menos atendidos hasta el momento. Para el resto recomendamos los trabajos de los camaradas del PCR: Un solo día de frío no basta para congelar el río a tres pies de profundidad, del Colectivo Fénix: Stalin. Del marxismo al revisionismo y de Revolución o Barbarie: Stalin, clases sociales y restauración del capitalismo.

Ante las elecciones al Parlament de Catalunya: ¡Boicot!

En castellano:

27-S, o cuando la voluntad popular deja paso al vil mercadeo

Tras varios meses de pugna inter-burguesa, la fracción de la clase dominante catalana que encabeza a día de hoy el procés, ha decidido llamar a las urnas al pueblo catalán, en una descarada muestra de que entre democracia y mercadeo parlamentario, ha optado de manera prístina por lo segundo. El Movimiento por la Reconstitución, ante esta nueva convocatoria, y en línea con lo que se ha expresado en anteriores ocasiones, llama al boicot ante esta nueva farsa electoral burguesa, como no podía ser de otra manera. Sin embargo, nuestro posicionamiento al respecto es, por fuerza, cualitativamente distinto al que mostramos ante las pasadas elecciones de mayo, en parte porque viene precedido por la audaz postura que esgrimimos ante el referéndum del pasado 9 de noviembre. Así pues, se antoja necesario que nos retrotraigamos un poco y comencemos con una breve retrospectiva, en busca de que se observe mejor la coherencia de nuestras argumentaciones, tanto pasadas como presentes.

9-N: dos caminos, un mismo objetivo

Como decíamos, nuestro posicionamiento ante el referéndum del 9 de noviembre se pudo considerar audaz, máxime considerando el estado del movimiento “comunista” en el Estado español. Este, que yace como un lánguido cuerpo a la espera de que la historia vuelva simplemente hacia atrás en busca de glorias pasadas, se halla además ensimismado en su particular escolástica; dado que no comprende la relación entre los términos que utiliza y el espíritu que hace ya tiempo los creó, sus posicionamientos van siempre a remolque de una u otra fracción de la burguesía. Uno de los muchos, muchísimos términos que nuestros revisionistas repiten cual cacatúa, intentando que su mera pronunciación haga que broten por arte de magia los posicionamientos políticos que lo encumbraron, es el del derecho a la autodeterminación. Mentado casi siempre, en el mejor de los casos, como la solución al problema nacional presente en el Estado español, dicho término ha ido anquilosándose, convirtiéndose en una manida frase hecha que nada por sí sola puede resolver. Lógico, pues, que en ese vacío ideológico campen a sus anchas tanto el nacionalismo de la nación opresora como el de la nación oprimida, ambos cerrando el paso al genuino espíritu internacionalista en la cuestión.

Desde el Movimiento por la Reconstitución, sin embargo, siempre hemos interpretado el derecho a la autodeterminación como parte indisoluble de una unidad dialéctica, donde operan tanto la cuestión democrática y la lucha contra toda opresión, como el espíritu universal de la clase de los explotados. Al igual que sucede con la propia constitución del Partido Comunista, donde vanguardia y masas se aúnan de manera dialéctica para desplegar el potencial revolucionario de la humanidad explotada, solo la síntesis de la democracia con el internacionalismo permite acometer con garantías el correcto tratamiento de la cuestión nacional. El resultado de la ausencia de uno de los dos elementos salta a la vista no solo hoy en día, sino también a nivel histórico, pues las posturas de los distintos destacamentos revisionistas sobre la cuestión nacional no son en absoluto novedosas: cada una de ellas no es más que la expresión actual de dos esquemas presentes hace ya más de un siglo, y contra las que el naciente partido bolchevique desarrolló su lucha de dos líneas. Por aquel entonces, una parte de la socialdemocracia dictó la imposibilidad de la independencia factual de cualquier nueva nación devenida en Estado, dada su inclusión en el amplio organigrama imperialista global; es decir, basándose en la división internacional del trabajo a escala mundial, se negó de antemano la independencia política de cualquier nuevo Estado, y por tanto se denigró la posibilidad de acción del proletariado revolucionario en pos de eliminar la opresión nacional: en una especie de reverso oscuro de la inevitabilidad del socialismo, se aducía que, debido a que la tendencia intrínseca del imperialismo era, supuestamente, conformar Estados cada vez más grandes y por tanto se caminaba hacia la disolución de las naciones, resultaba inútil dedicar esfuerzos a una cuestión cuya solución vendría dada a través del propio desenvolvimiento del sistema capitalista. Así, no solo se desdeñaba la utilización del elemento democrático para intentar aliviar la cuestión nacional, sino que se negaba la posibilidad de separación política, lo que evidentemente alimentaba el nacionalismo de nación opresora. Frente a esta visión se encontraba su contraria, representada principalmente por la escuela austríaca (Bauer y cía.): aquí, la nación dejaba de ser un elemento de la propia época burguesa y pasaba a convertirse en verdadero adagio de la humanidad universal, presente en toda época y lugar; de esta manera, se eternizaba dicha conformación social también bajo el socialismo, donde el proletariado cogería las riendas de una formación aún imperfecta para desarrollarla en toda su potencialidad, perpetuando sine die la segregación del ser humano a través de fronteras y trabas auto-impuestas.

Frente a ambas idealizaciones, tanto la del imperialismo como simple trituradora de cuerpos nacionales de menor entidad, como la de la nación como única muestra posible de socialización humana, la línea internacionalista defendida por el partido bolchevique mostró que el proletariado, a través de la defensa del derecho a la autodeterminación e igualdad de todas las naciones, puede minimizar y atenuar los choques y desconfianzas nacionales, permitiendo así la implementación práctica de la unidad internacionalista del proletariado en su lucha revolucionaria, la cual ha de allanar el camino hacia la fusión y disolución de las naciones en humanidad emancipada en el Comunismo. Esa es la postura que intentó explicitar el Movimiento por la Reconstitución ante el 9-N, aunque quizás sea necesario que insistamos algo más: tal y como propugnaba Lenin, el derecho a la autodeterminación necesita además, para desplegarse en toda su potencialidad, de una división funcional del trabajo internacionalista entre los proletarios de la nación opresora y los de la nación oprimida. Así, mientras que desde las organizaciones procedentes de la nación opresora se ha de realizar agitación a favor de la libertad de separación, desde la nación oprimida se ha de hacer hincapié en la libertad de unión. Solo desde esta perspectiva se puede entender que se pidiese el voto para el Sí-Sí desde las organizaciones radicadas principalmente en la nación opresora, pero se declarase libertad de voto desde la organización presente en tierras catalanas, Balanç i Revolució. Ambos caminos eran diferentes, pero el objetivo seguía siendo el mismo: poner en pie de nuevo el internacionalismo proletario genuino con el objetivo de posicionarse contra toda opresión y aliviar las tensiones nacionalistas entre la clase obrera de las diferentes naciones, cuya tarea histórica concreta sigue siendo a día de hoy la de reconstituir el Partido Comunista en todo el Estado español, para destruir el mismo mediante la Guerra Popular, estrategia militar de esa clase universal que es el proletariado.

¡Contexto, más contexto, siempre contexto!

Sin embargo, dicha lucha contra la opresión y las desconfianzas nacionales no se produce nunca en un vacío, entendido este por partida doble: ni en cuanto al momento histórico en que puede tener lugar, ni en cuanto a las formas que esa lucha puede revestir. Ya se expusieron en su momento ambos condicionantes, pero no está de más
volver a incidir en ellos, para contar con una perspectiva más completa. En cuanto al momento histórico en que nos encontramos, entendemos que nos hallamos inmersos en un período de interregno entre dos ciclos revolucionarios, con todo lo que ello conlleva: ante la ausencia de horizonte emancipatorio, su lugar ha sido ocupado por todo tipo de opciones burguesas, entre las que se incluye muy poderosamente el nacionalismo. Por esa razón, y mientras el incipiente movimiento por la reconstitución del Partido Comunista no sea capaz de erigirse como actor político de primer orden y pueda generar sus propias dinámicas que contraponer a este nuevo auge de los movimientos nacionalistas, consideramos que lo prioritario es incidir en el aspecto democrático como atenuante de la cuestión nacional. En cuanto al Estado español en particular, era evidente que la opción que más en contra se posicionaba del statu quo actual, y por tanto la que más potencial disgregador tenía respecto de los mecanismos de encuadramiento burgués, era sin duda alguna la del voto afirmativo respecto a la independencia de Catalunya, no sólo porque el mismo implicaba educar a nuestra clase en el desprecio a las fronteras estatales establecidas por la burguesía; sino porque además la participación en la consulta favorecía imbuir de odio en la legalidad vigente al proletariado, dado el carácter ilegal de la consulta del 9 de Noviembre: una doble educación (contra las fronteras y contra el orden legal) necesaria para el proletariado catalán… y para el proletariado español. Pues partiendo de que un pueblo que oprime a otro no puede ser libre, éste último necesita sacudirse de su insensibilidad, cuando no complacencia (apuntalada en la fría hegemonía del revisionismo), respecto de la opresión nacional, para fundirse con los proletarios del resto de naciones. Por otra parte, y respecto las formas políticas que pueda adoptar un movimiento nacionalista (y por tanto burgués por naturaleza) en pos de una posible independencia nacional, es necesario realizar una distinción fundamental: la existencia o no de un mandato imperativo por parte de las masas. Así, un referéndum directo, cuyas mecánicas no se vean insertas de manera directa en las propias mediaciones que establece la burguesía entre representados y representantes, propia de su parlamento, supone la forma más democrática a través de la cual el pueblo catalán se puede expresar sobre la potencial necesidad de crear un Estado propio. Y aunque el referéndum del pasado año sólo puede comprenderse como parte del procés de encuadramiento nacional de las masas en Catalunya, el que el mismo se desarrollase contra la legalidad, lejos de favorecer la táctica de Mas y los suyos, permitía la diferenciación entre los dos aspectos contradictorios de un referéndum (su aspecto reaccionario como momento reproductor de las inercias parlamentarias del régimen burgués; y su aspecto democrático como fugaz momento de implicación directa de las masas en los asuntos públicos), pudiendo en esta ocasión el pueblo catalán actuar como soberano de su destino. Por ese motivo, desde el Movimiento por la Reconstitución entendimos que en el 9-N debíamos animar a nuestra clase a participar en el referéndum.

Es decir, y a modo de resumen: nuestro posicionamiento partía de unas condiciones concretas, tanto a nivel de las circunstancias históricas en las que nos movemos como por las formas a través de las cuales el pueblo catalán podía expresarse sobre su destino. Dicho posicionamiento, por tanto, se inscribe en la línea y espíritu marcado por el internacionalismo proletario, y supone una decisión táctica en base al contexto en que nos movemos.

Y quizás en esa palabra, táctica, se halle al menos parte de la enjundia de nuestra posición respecto al 9-N. A diferencia de las numerosas organizaciones nacionalistas teñidas de rojo, cuyo programa incluye de manera explícita la lucha por la independencia de una u otra nación, nuestro movimiento a favor del Sí-Sí desde el resto del Estado español se circunscribía a esas condiciones que acabamos de establecer; de no haber sido así, de haber realizado cierta genuflexión frente a las proclamas siempre independentistas de ciertos sectores de la burguesía, estaríamos incurriendo en un delito por partida doble en cuanto a principios: por un lado, estaríamos socavando la siempre necesaria independencia política del proletariado, mientras que, por el otro, estaríamos otorgando labores positivas a nuestra clase respecto a la nación. Como ya hemos mencionado en algún otro momento, al proletariado no le compete ninguna tarea de construcción nacional, aquellas que Lenin denominaba positivas respecto a la nación (esto es, de nacionalización de masas), sino que, justamente al contrario, su labor consiste en atenuar por todos los medios posibles los roces y desconfianzas nacionales, con la vista siempre puesta en la articulación internacionalista de su proyecto político revolucionario. Al mismo tiempo, y entroncando con la necesidad de evitar las tareas de orden positivo por parte del proletariado en su agenda respecto a la nación, desde el Movimiento por la Reconstitución entendemos que es el Estado español el marco político a través del cual se ha de enmarcar la lucha de clases del proletariado en la actualidad, y será así mientras no se produzca la independencia de una u otra nación. Esto, evidentemente, marca claramente nuestra posición respecto a aquellas organizaciones que, haciendo el juego a sus respectivas burguesías nacionales, plantean el encuadramiento del proletariado siguiendo un principio nacional, el cual lleva a la segregación de este y por tanto a su pérdida de independencia política frente a una burguesía que es, de facto, internacional. Es decir, y ya a modo de síntesis: nuestro movimiento táctico preservó nuestros principios, y por tanto confirmó la estrategia general: incidimos en la cuestión nacional para intentar atenuarla de manera concreta, al mismo tiempo que preservamos la independencia política del proletariado y explicitamos, a través de nuestro trabajo político, la necesidad de la reconstitución del Partido Comunista en el marco de todo el Estado bajo las circunstancias actuales.

Así pues, podríamos decir que nuestra postura respecto al 9-N podría presentarse como ejemplo de aplicación correcta y creativa de otra de esas manoseadas frases que siempre tiene a bien repetir el revisionismo patrio: “firmeza en los principios, flexibilidad en la táctica”. Creemos que el modo adecuado de proceder, como hemos visto, consiste en la asimilación del espíritu que dio luz a las consignas, con el objetivo de poder implementar la táctica adecuada en cada momento. Por el contrario, lo que nos ofrece el revisionismo, desde su eterna escolástica, es la utilización de toda consigna como subterfugio desde el que justificar su abandono de unos principios y un espíritu que ya no quiere ni puede aprehender, pues su inmediatismo pragmatista se lo impide por completo: al plegarse a lo espontáneo, su actuar no supone más que una monótona repetición de conciencia en sí, donde el espíritu ha ido muriendo día tras día.

Una diferencia cualitativa

Pero volvamos a las formas políticas de encauzar el movimiento nacionalista, pues aún hay asuntos que tratar al respecto. Tal y como dijimos en la víspera del 9-N, la fracción de la burguesía catalana a cuya cabeza marcha el president, no mostraba signo alguno de querer implementar el mandato popular y democrático expresado en las urnas, sino más bien todo lo contrario: los movimientos tras bambalinas de todos los actores, independientemente de que estos se mostrasen más o menos aguerridos o contestatarios frente al Estado español, eran evidentes antes de la celebración de la votación, y no han hecho más que incrementarse durante todo el período posterior. Tanto es así, tan intensas han sido las negociaciones inter-burguesas, que hasta el propio procés dio en repetidas ocasiones síntomas de detenerse, de frenarse en seco. Únicamente tras la cesión por parte de ERC a sumarse a una lista unitaria dominada por CDC tanto en números como en candidato a president, la candidatura denominada Junts pel Sí, el procés ha vuelto a coger aire, tras varios meses en los que estuvo a buen recaudo de Artur Mas y sus correligionarios.

Esta fracción del capital catalán, (el cual en conjunto poco tiene de homogéneo respecto a este asunto: ahí están las materializaciones partidarias del cómodo encaje de otras fracciones en el crisol de la hispanidad: de los inveterados constitucionalistas de Duran-Espadaler a la moderna caspa de Ciutadans), ha preferido y prefiere, por tanto, intentar regatear al Estado español antes que materializar al instante el mandato imperativo que surgió de la voluntad popular; ha optado por adaptarse a las reglas del juego del Estado español, o dicho de otro modo: ha preferido astucias frente a valentía, mercadeo frente a democracia. Y es que la burguesía teme lo que considera el horror vacui: la posibilidad de verse desbordada por las masas.

Sin embargo, hasta la propia burguesía es consciente de la diferencia cualitativa que existe entre un referéndum y unas elecciones parlamentarias, por mucho que estas tengan el epíteto de plebiscitarias; por esta razón, intenta constantemente ocultar, limar dicha diferencia: solo desde esta perspectiva se entiende la puesta en marcha de distintas maniobras para otorgar la impresión de que la enésima pantomima parlamentaria cuenta con un mayor carácter participativo. Medidas como el programa tots som candidats (en el que ya hay 70.000 candidatos inscritos) o la inclusión de diversas personalidades públicas alejadas en un principio del adusto mundo de la política, como pueden ser Lluís Llach o Pep Guardiola, muestran que la propia burguesía advierte que necesita dar la imagen de que se trata de un proceso popular y no uno dedicado únicamente al reparto de sillones y aspiraciones (y también muestra, por otra parte, hasta qué punto el sistema parlamentario tiene carácter de clase, hasta qué punto fondo y forma están indisolublemente unidos: más allá de que Artur Mas pusiese el grito en el cielo por la intención de conformar una lista sin políticos, lo que pone de manifiesto la mera intención de intentarlo es que ni siquiera es necesario que los políticos profesionales gestionen la res publica: el sistema proporciona los mimbres a través de los cuales solo es posible gestionarla a favor del capital).

Las diferencias entre un referéndum y unas elecciones parlamentarias al uso, por tanto, deberían estar claras: en síntesis, en un referéndum puede abrirse la posibilidad de que las masas se impliquen de manera directa en los asuntos públicos y, al mismo tiempo, de desbordar el orden jurídico establecido y los innumerables arreglos burgueses sobre los que se sostiene la vida política diaria, siempre y cuando se den circunstancias como las provocadas por la cerrazón del gobierno español, que situó fuera de la legalidad la expresión democrática del pueblo catalán. En cambio, unas elecciones parlamentarias suponen irremediablemente el encauzamiento y adocenamiento de las masas, la vuelta al redil mediatizado por la burguesía de manera permanente, donde predominan los pactos con la nación opresora y los arreglos en pos de conquistar una u otra parcela de poder.

Así las cosas, y con una nueva fiesta de la democracia en ciernes, el proletariado catalán no tiene nada que ganar con las próximas elecciones del 27 de septiembre, ni siquiera en el ámbito de la liberación nacional. A diferencia de un referéndum directo a través del que poder corporizar la voluntar popular, la mediación parlamentaria que se avecina solo puede otorgar a las masas el triste papel de último firmante del enésimo mercadeo político en el Parlament. La misión histórica del proletariado, sin embargo, es realizar la revolución a escala mundial, y no la de ser un simple y gris testaferro de sus viles explotadores, sea en una u otra nación. Por ese motivo, y porque nuestra misión va mucho más allá de elegir una u otra papeleta gris con la que seguir sancionando el despreciable régimen de explotación del capital, la única respuesta coherente frente a la enésima farsa electoral de la burguesía es el boicot.

¡Ante la farsa electoral, boicot!
¡Ni un voto obrero en las urnas!
¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
¡Guerra popular hasta el Comunismo!

Balanç i Revolució
Cèl·lula Roja
Juventud Comunista de Almería/Juventud Comunista de Zamora
Movimiento Anti-Imperialista
Nueva Dirección Revolucionaria
Nueva Praxis
Revolución o Barbarie

Septiembre de 2015
Estado español

En català:

Davant les eleccions al Parlament de Catalunya: Boicot!

27-S, o quan la voluntat popular deixa pas al vil mercadeig

Després de mesos de pugna inter-burgesa, la fracció de la classe dominant catalana que encapçala a dia d’avui el procés, ha decidit cridar a les urnes al poble català, en una descarada mostra que entre democràcia i mercadeig parlamentari, ha optat de manera pristina pel segon. El Moviment per la Reconstitució, davant aquesta nova convocatòria, i en línia amb el que s’ha expressat en anteriors ocasions, crida al boicot davant aquesta nova farsa electoral burgesa, com no podia ser d’altra manera. Però el nostre posicionament respecte a aquesta és, per força, qualitativament diferent del que vam mostrar davant les passades eleccions de maig, en part perquè està precedit per l’audaç posició que vam esgrimir davant el referèndum del passat 9 de novembre. Així doncs, sembla necessari que ens retrotraguem una mica i comencem amb una breu retrospectiva, en cerca que s’observi millor la coherència de les nostres argumentacions, tant passades com presents.

9-N: dos camins, un mateix objectiu

Com dèiem, el nostre posicionament davant el referèndum del 9 de novembre es va poder considerar audaç, sobretot considerant l’estat del moviment «comunista» a l’Estat espanyol. Aquest, que jeu com un lànguid cos a l’espera que la història torni simplement cap enrere en cerca de glòries passades, es troba a més embadalit amb la seva particular escolàstica; atès que no comprèn la relació entre els termes que utilitza i l’esperit que fa ja temps els va crear, els seus posicionaments van sempre a remolc d’una o altra fracció de la burgesia. Un dels molts, moltíssims termes que els nostres revisionistes repeteixen com a cacatues, intentant que la seva mera pronunciació faci que brollin per art de màgia els posicionaments polítics que el van enaltir, és el del dret a l’autodeterminació. Esmentat gairebé sempre, en el millor dels casos, com la solució al problema nacional present a l’Estat espanyol, aquest terme ha anat anquilosant-se, convertint-se en una rebregada frase feta que per si sola no pot resoldre res. És lògic, doncs, que en aquest buit ideològic facin el que vulguin tant el nacionalisme de la nació opressora com el de la nació oprimida, tots dos barrant el pas al genuí esperit internacionalista en la qüestió.

Des del Moviment per la Reconstitució, però, sempre hem interpretat el dret a l’autodeterminació com a part indissoluble d’una unitat dialèctica, en què operen tant la qüestió democràtica i la lluita contra tota opressió, com l’esperit universal de la classe dels explotats. Igual que succeeix amb la mateixa constitució del Partit Comunista, en què avantguarda i masses s’uneixen de manera dialèctica per a desplegar el potencial revolucionari de la humanitat explotada, només la síntesi de la democràcia amb l’internacionalisme permet d’emprendre amb garanties el tractament correcte de la qüestió nacional. El resultat de l’absència d’un dels dos elements salta a la vista no només avui en dia, sinó també a nivell històric, ja que les posicions dels diferents destacaments revisionistes sobre la qüestió nacional no són en absolut noves: cadascuna d’elles no és més que l’expressió actual de dos esquemes presents fa ja més d’un segle, i contra les quals el naixent partit bolxevic va desenvolupar la seva lluita de dues línies. En aquell temps, una part de la socialdemocràcia va dictar la impossibilitat de la independència factual de qualsevol nova nació convertida en Estat, donada la seva inclusió en l’ampli organigrama imperialista global; és a dir, basant-se en la divisió internacional del treball a escala mundial, es va negar per endavant la independència política de qualsevol nou Estat, i, per tant, es va denigrar la possibilitat d’acció del proletariat revolucionari per eliminar l’opressió nacional: en una mena de revers obscur de la inevitabilitat del socialisme, s’adduïa que, a causa que la tendència intrínseca de l’imperialisme era, suposadament, conformar Estats cada vegada més grans i per tant es caminava cap a la dissolució de les nacions, resultava inútil dedicar esforços a una qüestió la solució de la qual es faria a través del mateix desenvolupament del sistema capitalista. Així, no només es menyspreava la utilització de l’element democràtic per intentar alleujar la qüestió nacional, sinó que es negava la possibilitat de separació política, la qual cosa evidentment alimentava el nacionalisme de nació opressora. Davant aquesta visió es trobava la seva contrària, representada principalment per l’escola austríaca (Bauer i companyia): aquí, la nació deixava de ser un element de la mateixa època burgesa i passava a convertir-se en veritable adagi de la humanitat universal, present en tota època i lloc; d’aquesta manera, s’eternitzava aquesta conformació social també sota el socialisme, en què el proletariat agafaria les regnes d’una formació encara imperfecta per desenvolupar-la en tota la seva potencialitat, perpetuant sine die la segregació de l’ésser humà a través de fronteres i traves autoimposades.

Davant ambdues idealitzacions, tant la de l’imperialisme com a simple trituradora de cossos nacionals amb entitat menor, com la de la nació com a única mostra possible de socialització humana, la línia internacionalista que defensava el partit bolxevic va mostrar que el proletariat, a través de la defensa del dret a l’autodeterminació i igualtat de totes les nacions, pot minimitzar i atenuar els xocs i desconfiances nacionals, i així permet la implementació pràctica de la unitat internacionalista del proletariat en la seua lluita revolucionària, la qual ha d’aplanar el camí cap a la fusió i dissolució de les nacions en humanitat emancipada en el Comunisme. Aquesta és la posició que va intentar explicitar el Moviment per la Reconstitució davant el 9-N, encara que potser és necessari que hi insistim una mica més: tal com propugnava Lenin, el dret a l’autodeterminació necessita, a més, per a desplegar-se en tota la seva potencialitat, una divisió funcional del treball internacionalista entre els proletaris de la nació opressora i els de la nació oprimida. Així, mentre que des de les organitzacions procedents de la nació opressora s’ha de realitzar agitació a favor de la llibertat de separació, des de la nació oprimida s’ha de posar l’accent en la llibertat d’unió. Només des d’aquesta perspectiva es pot entendre que es demanés el vot pel Sí-Sí des de les organitzacions radicades principalment a la nació opressora, però es declarés llibertat de vot des de l’organització present en terres catalanes, Balanç i Revolució. Tots dos camins eren diferents, però l’objectiu continuava sent el mateix: posar dempeus de nou l’internacionalisme proletari genuí amb l’objectiu de posicionar-se contra tota opressió i alleujar les tensions nacionalistes entre la classe obrera de les diferents nacions, la tasca històrica concreta continua sent avui dia la de reconstituir el Partit Comunista a tot l’Estat espanyol, per destruir-lo mitjançant la Guerra Popular, l’estratègia militar d’aquesta classe universal que és el proletariat.

Context, més context, sempre context!

No obstant això, aquesta lluita contra l’opressió i les desconfiances nacionals no es produeix mai en un buit, entenent-lo doblement: ni pel que fa al moment històric en què pot tenir lloc, ni pel que fa a les formes que aquesta lluita pot revestir. Ja es van exposar en el seu moment aquests termes, però no està de massa tornar a incidir-hi, per tenir una perspectiva més completa. Pel que fa al moment històric en què ens trobem, entenem que ens trobem immersos en un període d’interregne entre dos cicles revolucionaris, amb tot el que això comporta: davant l’absència d’horitzó emancipador, el seu lloc ha estat ocupat per tota mena d’opcions burgeses, entre les quals s’inclou en bona mesura el nacionalisme. Per aquesta raó, i mentre l’incipient moviment per la reconstitució del Partit Comunista no sigui capaç d’erigir-se com a actor polític de primer ordre i pugui generar les seves pròpies dinàmiques que contraposi a aquest nou auge dels moviments nacionalistes, considerem que la prioritat és incidir en l’aspecte democràtic com a atenuant de la qüestió nacional. Quant a l’Estat espanyol en particular, era evident que l’opció que més en contra es posicionava de l’statu quo actual, i, per tant, la que més potencial disgregador tenia respecte dels mecanismes d’enquadrament burgès, era sens dubte la del vot afirmatiu respecte a la independència de Catalunya, no només perquè implicava educar la nostra classe en el menyspreu de les fronteres estatals establertes per la burgesia; sinó perquè, a més, la participació en la consulta afavoria imbuir d’odi a la legalitat vigent al proletariat, atès el caràcter il·legal de la consulta del 9 de novembre: una doble educació (contra les fronteres i contra l’ordre legal) necessària per al proletariat català… i per al proletariat espanyol. Ja que, partint de la veritat que un poble que n’oprimeix un altre no pot ser lliure, aquest últim necessita desempallegar-se de la seva insensibilitat, quan no complaença (apuntalada en la freda hegemonia del revisionisme), respecte de l’opressió nacional, per fondre’s amb els proletaris de la resta de nacions. D’altra banda, i respecte de les formes polítiques que pugui adoptar un moviment nacionalista (i, per tant, burgès per naturalesa) a favor d’una possible independència nacional, és necessari realitzar una distinció fonamental: l’existència o no d’un mandat imperatiu per part de les masses. Així, un referèndum directe, les mecàniques del qual no s’insereixin de manera directa en les mateixes mediacions que estableix la burgesia entre representats i representants, pròpia del seu parlament, suposa la forma més democràtica a través de la qual el poble català es pot expressar sobre la necessitat potencial de crear un Estat propi. I encara que el referèndum de l’any passat només es pot comprendre com a part del procés d’enquadrament nacional de les masses a Catalunya, el fet que es desenvolupés contra la legalitat, lluny d’afavorir la tàctica de Mas i els seus, permetia la diferenciació entre els dos aspectes contradictoris d’un referèndum (el seu aspecte reaccionari com a moment reproductor de les inèrcies parlamentàries del règim burgès; i el seu aspecte democràtic com a fugaç moment d’implicació directa de les masses en els assumptes públics), així que en aquesta ocasió el poble català va poder actuar com a sobirà del seu destí. Per aquest motiu, des del Moviment per la Reconstitució vam entendre que en el 9-N havíem d’encoratjar la nostra classe a participar en el referèndum.

És a dir, en resum: el nostre posicionament partia d’unes condicions concretes, tant a nivell de les circumstàncies històriques en què ens movem com per les formes a través de les quals el poble català podia expressar-se sobre el seu destí. El dit posicionament, per tant, s’inscriu en la línia i l’esperit marcat per l’internacionalisme proletari, i suposa una decisió tàctica sobre la base del context en què ens movem.

I potser en aquesta paraula, tàctica, es trobi almenys part de la substància de la nostra posició respecte al 9-N. A diferència de les nombroses organitzacions nacionalistes tenyides de roig, el programa inclou de manera explícita la lluita per la independència d’una o altra nació, el nostre moviment a favor del Sí-Sí des de la resta de l’Estat espanyol es circumscrivia a aquestes condicions que acabem d’establir; si no hagués estat així, si s’hi hagués realitzat una certa genuflexió davant de les proclames sempre independentistes de certs sectors de la burgesia, estaríem incorrent en un delicte doble pel que fa als principis: d’una banda, estaríem soscavant la sempre necessària independència política del proletariat, mentre que, de l’altra, estaríem atorgant tasques positives a la nostra classe respecte a la nació. Com ja hem esmentat en algun altre moment, al proletariat no li competeix cap tasca de construcció nacional, aquelles que Lenin anomenava positives respecte a la nació (és a dir, de nacionalització de masses), sinó que, justament al contrari, la seva tasca consisteix a atenuar per tots els mitjans possibles els frecs i les desconfiances nacionals, amb la vista sempre posada sobre l’articulació internacionalista del seu projecte polític revolucionari. Alhora, i entroncant amb la necessitat d’evitar les tasques d’ordre positiu per part del proletariat en la seva agenda respecte a la nació, des del Moviment per la Reconstitució entenem que és l’Estat espanyol el marc polític a través del qual s’ha d’emmarcar la lluita de classes del proletariat en l’actualitat, i serà així mentre no es produeixi la independència d’una o altra nació. Això, evidentment, marca clarament la nostra posició respecte a aquelles organitzacions que, fent el joc a les seves respectives burgesies nacionals, plantegen l’enquadrament del proletariat seguint un principi nacional, el qual el mena a la segregació i per tant a la seva pèrdua d’independència política davant una burgesia que és, de facto, internacional. És a dir, i ja en síntesi: el nostre moviment tàctic va preservar els nostres principis, i per tant va confirmar l’estratègia general: incidim en la qüestió nacional per intentar atenuar-la de manera concreta, al mateix temps que preservem la independència política del proletariat i explicitem, a través del nostre treball polític, la necessitat de la reconstitució del Partit Comunista en el marc de tot l’Estat sota les circumstàncies actuals.

Així doncs, podríem dir que la nostra posició respecte al 9-N es podria presentar com a exemple d’aplicació correcta i creativa d’una altra d’aquelles grapejades frases que sempre li ve de gust repetir al revisionisme patri: «fermesa en els principis, flexibilitat en la tàctica «. Creiem que la manera adequada de procedir, com hem vist, consisteix en l’assimilació de l’esperit que va donar llum a les consignes, amb l’objectiu de poder implementar la tàctica adequada en cada moment. Al contrari, el que ens ofereix el revisionisme, des de la seva eterna escolàstica, és la utilització de tota consigna com a subterfugi des del qual justifica el seu abandonament d’uns principis i un esperit que ja no vol ni pot aprehendre, ja que el seu immediatisme pragmatista li ho impedeix completament: en plegar-se a l’espontaneïtat, la seva actuació no suposa més que una monòtona repetició de consciència en si, en què l’esperit ha anat morint dia rere dia.

Una diferència qualitativa

Però tornem a les formes polítiques de canalitzar el moviment nacionalista, ja que encara hi ha assumptes a tractar. Tal com vam dir en la vigília del 9-N, la fracció de la burgesia catalana al capdavant de la qual marxa el president, no mostrava cap signe de voler implementar el mandat popular i democràtic que es va expressar a les urnes, sinó més aviat tot el contrari: els moviments entre bastidors de tots els actors, independentment que aquests es mostressin més o menys aguerrits o contestataris davant l’Estat espanyol, eren evidents abans de la celebració de la votació, i no han fet més que incrementar-se durant tot el període posterior. Tant és així, tan intenses han estat les negociacions inter-burgeses, que fins i tot el mateix procés va tenir en repetides ocasions símptomes de detenir-se, de frenar en sec. Únicament després de la cessió per part d’ERC a sumar-se a una llista unitària dominada per CDC tant en nombres com en candidat a president, la candidatura anomenada Junts pel Sí, el procés ha tornat a agafar aire, després de diversos mesos en què va estar ben custodiat per Artur Mas i els seus coreligionaris.

Aquesta fracció del capital català (el qual en conjunt té poc d’homogeni respecte a aquest assumpte: aquí hi ha les materialitzacions partidàries del còmode encaix d’altres fraccions en el gresol de la hispanitat: dels inveterats constitucionalistes de Duran-Espadaler a la moderna caspa de Ciutadans) ha preferit i prefereix, per tant, intentar regatejar a l’Estat espanyol abans que materialitzar a l’instant el mandat imperatiu que va sorgir de la voluntat popular; ha optat per adaptar-se a les regles del joc de l’Estat espanyol, o dient-ho d’una altra manera: ha preferit astúcies davant valentia, mercadeig enfront de democràcia. I és que la burgesia tem el que considera l’horror vacui: la possibilitat de veure’s desbordada per les masses.

No obstant això, fins i tot la mateixa burgesia és conscient de la diferència qualitativa que hi ha entre un referèndum i unes eleccions parlamentàries, per més que aquestes tinguin l’epítet de plebiscitàries; per aquesta raó, intenta constantment amagar, llimar aquesta diferència: només des d’aquesta perspectiva s’entén l’engegada de diferents maniobres per atorgar la impressió que l’enèsima pantomima parlamentària tingui un major caràcter participatiu. Mesures com el programa Tots som candidats (en el qual ja hi ha 70.000 candidats inscrits) o la inclusió de diverses personalitats públiques allunyades al principi de l’adust món de la política, com poden ser Lluís Llach o Pep Guardiola, mostren que la mateixa burgesia adverteix que necessita donar la imatge que es tracta d’un procés popular i no d’un de dedicat únicament al repartiment de butaques i aspiracions (i també mostra, d’altra banda, fins a quin punt el sistema parlamentari té caràcter de classe, fins a quin punt fons i forma estan indissolublement units: més enllà que Artur Mas posés el crit al cel per la intenció de conformar una llista sense polítics, el que posa de manifest la mera intenció d’intentar-ho és que ni tan sols cal que els polítics professionals gestionin la Res publica: el sistema proporciona els canals a través dels quals només és possible gestionar-la a favor del capital).

Les diferències entre un referèndum i unes eleccions parlamentàries a l’ús, per tant, haurien d’estar clares: en síntesi, en un referèndum pot obrir-se la possibilitat que les masses s’impliquin de manera directa en els assumptes públics i, al mateix temps, de desbordar l’ordre jurídic establert i els innombrables arranjaments burgesos sobre els quals se sosté la vida política diària, sempre que hi hagi circumstàncies com les provocades per l’entossudiment del govern espanyol, que ha situat fora de la legalitat l’expressió democràtica del poble català. En canvi, unes eleccions parlamentàries suposen irremeiablement la canalització i l’embrutiment de les masses, la tornada a la cleda mediatitzada per la burgesia de manera permanent, on predominen els pactes amb la nació opressora i els arranjaments per conquerir una o altra parcel·la de poder.

Així les coses, i amb una nova festa de la democràcia als seus inicis, el proletariat català no té res a guanyar amb les pròximes eleccions del 27 de setembre, ni tan sols en l’àmbit de l’alliberament nacional. A diferència d’un referèndum directe a través del qual pugui corporificar la voluntat popular, la mediació parlamentària que s’acosta només pot atorgar a les masses el trist paper de darrer signatari de l’enèsim mercadeig polític al Parlament. La missió històrica del proletariat, però, és realitzar la revolució a escala mundial, i no la de ser un simple i gris testaferro dels seus vils explotadors, sigui en una o altra nació. Per aquest motiu, i perquè la nostra missió va molt més enllà d’escollir una o altra papereta grisa, amb què continuaríem sancionant el menyspreable règim d’explotació del capital, l’única resposta coherent davant l’enèsima farsa electoral de la burgesia és el boicot.

Davant la farsa electoral, boicot!

Ni un vot obrer a les urnes!

Per la reconstitució ideològica i política del comunisme!

Guerra popular fins al Comunisme!

Setembre del 2015

Estat espanyol

En galego:

Ante as eleccións ao Parlament de Catalunya: Boicot!

27-S, ou cando a vontade popular deixa paso ao vil mercadeo

Tras varios meses de pugna inter-burguesa, a fracción da clase dominante catalá que encabeza a día de hoxe o procés, decidiu chamar ás urnas ao pobo catalán, nunha descarada mostra de que entre democracia e mercadeo parlamentario, optou de maneira clara polo segundo. O Movemento pola Reconstitución, ante esta nova convocatoria, e na liña co que se expresou en anteriores ocasións, chama ao boicot ante esta nova farsa electoral burguesa, como non podía ser doutra maneira. Porén, o noso posicionamento ao respecto é, por forza, cualitativamente distinto ao que mostramos ante as pasadas eleccións de maio, en parte porque ven precedido pola audaz postura que esgrimimos ante o referendo do pasado 9 de novembro. Así pois, antóllase necesario que nos retrotraiamos un pouco e comecemos cunha breve retrospectiva, na busca de que se observe mellor a coherencia das nosas argumentacións, tanto pasadas como presentes.

9-N: dous camiños, un mesmo obxectivo

Como dicíamos, o noso posicionamento ante o referendo do 9 de novembro púidose considerar audaz, máxime considerando o estado do movemento «comunista» no Estado español. Este, que xace morto como un lánguido corpo á espera de que a historia volva simplemente cara atrás na busca de glorias pasadas, encóntrase ademais absorto na súa particular escolástica; dado que non comprende a relación entre os termos que utiliza e o espírito que fai xa tempo os creou, os seus posicionamentos van sempre ao remolque dunha ou doutra fracción da burguesía. Un dos moitos, moitísimos termos que os nosos revisionistas repiten cal cacatúa, intentando que a súa mera pronunciación faga que broten por arte de maxia os posicionamentos políticos que os elevaron, é o do dereito á autodeterminación. Amentado case sempre, no mellor dos casos, como a solución ao problema nacional presente no Estado español, dito termo foi anquilosándose, converténdose nunha sobada frase feita que nada por si soa pode resolver. Lóxico, pois, que nese baleiro ideolóxico teñan vía libre tanto o nacionalismo de nación opresora como o de nación oprimida, ambos pechando o paso ao xenuíno espírito internacionalista na cuestión.

Desde o Movemento pola Reconstitución, non obstante, sempre interpretamos o dereito á autodeterminación como parte indisolúbel da unidade dialéctica, onde operan tanto a cuestión democrática e a loita contra toda opresión, como o espírito universal da clase dos explotados. Ao igual que sucede coa propia constitución do Partido Comunista, onde vangarda e masas se fusionan de xeito dialéctico para despregar o potencial revolucionario da humanidade explotada, só a síntese da democracia co internacionalismo permite afrontar con garantías o correcto tratamento da cuestión nacional. O resultado da ausencia dun dos dous elementos salta á vista non só hoxe en día, senón tamén a nivel histórico, pois as posturas dos distintos destacamentos revisionistas sobre a cuestión nacional non son en absoluto novidosas: cada unha delas non é máis que a expresión actual dos esquemas presentes fai máis dun século, e contra as que o nacente partido bolxevique desenvolveu a súa loita de dúas liñas. Por aquel entón, unha parte da socialdemocracia ditou a imposibilidade da independencia de feito de calquera nova nación devida en Estado, dada a súa inclusión no amplo organigrama imperialista global; é dicir, baseándose na división internacional do traballo a escala mundial, negouse de antemán a independencia política de calquera novo Estado, e por tanto denigrouse a posibilidade de acción do proletariado revolucionario en pos de eliminar a opresión nacional: nunha especie de reverso escuro da inevitabilidade do socialismo, aducíase que, debida a que a tendencia intrínseca do imperialismo era, supostamente, conformar Estados cada vez máis grandes e polo tanto camiñábase cara a disolución das nacións, resultaba inútil dedicar esforzos a unha cuestión cuxa solución viría dada a través do propio desenvolvemento do sistema capitalista. Así, non só se desprezaba a utilización do elemento democrático para intentar aliviar a cuestión nacional, senón que se negaba a posibilidade de separación política, o que evidentemente alimentaba o nacionalismo de nación opresora. Fronte a esta visión encontrábase a súa contraria, representada principalmente pola escola austríaca (Bauer e cía.): aquí, a nación deixaba de ser un elemento da propia época burguesa e pasaba a converterse en verdadeira adagio da humanidade universal, presente en toda época e lugar; desta maneira, eternizábase dita conformación social tamén baixo o socialismo, onde o proletariado collería as rendas dunha formación aínda imperfecta para desenvolvela en toda a súa potencialidade, perpetuando sine die a segregación do ser humano a través de fronteiras e trabas auto-impostas.

Fronte a ambas idealizacións, tanto a do imperialismo como simple trituradora de corpos nacionais de menor entidade, como a da nación como única mostra posíbel de socialización humana, a liña internacionalista defendida polo partido bolxevique mostrou que o proletariado, a través da defensa do dereito á autodeterminación e igualdade de todas as nacións, pode minimizar e atenuar os choques e desconfianzas nacionais, permitindo así a implementación práctica da unidade internacionalista do proletariado na súa loita revolucionaria, a cal alisará o camiño cara a fusión e a disolución das nacións na humanidade emancipada no Comunismo. Esa é a postura que intentou explicitar o Movemento pola Reconstitución ante o 9-N, aínda que quizais sexa necesario que insistamos nalgo máis: tal e como propugnaba Lenin, o dereito á autodeterminación necesita ademais, para despregarse en toda a súa potencialidade, dunha división funcional do traballo internacionalista entre os proletarios da nación opresora e os da nación oprimida. Así, mentres que desde as organizacións procedentes da nación opresora ten que realizarse axitación a favor da liberdade de separación, desde a nación oprimida ten que insistirse na liberdade de unión. Só desde esta perspectiva pódese entender que se pedise o voto para o Si-Si desde as organizacións radicadas principalmente na nación opresora, pero se declarase liberdade de voto desde a organización presente en terras catalás, Balanç i Revolució. Ambos camiños eran diferentes, pero o obxectivo seguía sendo o mesmo: pór en pé de novo o internacionalismo proletario xenuíno co obxectivo de posicionarse contra toda opresión e aliviar as tensións nacionalistas entre a clase obreira das distintas nacións, cuxa tarefa histórica concreta segue sendo a día de hoxe a de reconstituír o Partido Comunista en todo o Estado español, para destruír ao mesmo mediante a Guerra Popular, estratexia militar desa clase universal que é o proletariado.

Contexto, máis contexto, sempre contexto!

Porén, dita loita contra a opresión e as desconfianzas nacionais non se produce nunca nun baleiro, entendido este por partida dobre: nin en canto ao momento histórico no que pode ter lugar, nin en canto ás formas que esa loita pode revestir. Xa se expuxeron no seu momento ambos condicionantes, pero non está de máis volver a incidir neles, para contar cunha perspectiva máis completa. En canto ao momento histórico no que nos encontramos, entendemos que nos atopamos inmersos nun período de interregno entre dous ciclos revolucionarios, con todo o que iso conleva: ante a ausencia de horizonte emancipatorio, o seu lugar foi ocupado por todo tipo de opcións burguesas, entre as que se inclúe moi poderosamente o nacionalismo. Por esa razón, e mentres o incipiente Movemento pola Reconstitución do Partido Comunista non sexa capaz de erixirse como actor político de primeira orde e poida xerar as súas propias dinámicas que contrapor a este novo auxe dos movementos nacionalistas, consideramos que o prioritario é incidir no aspecto democrático como atenuante da cuestión nacional. En canto ao Estado español en particular, era evidente que a opción que máis en contra se posicionaba do statu quo actual, e por tanto a que máis potencial disgregador tiña ao respecto dos mecanismos de encadramento burgués, era sen dúbida algunha a do voto afirmativo respecto a independencia de Catalunya, non só porque o mesmo implicaba educar a nosa clase no desprezo ás fronteiras estatais estabelecidas pola burguesía; senón porque ademais a participación na consulta favorecía imbuír de odio na legalidade vixente ao proletariado, dado o carácter ilegal da consulta do 9 de Novembro: unha dobre educación (contra as fronteiras e contra a orde legal) necesaria para o proletariado catalán… e para o proletariado español. Pois partindo de que un pobo que oprime a outro non pode ser libre, este último precisa sacudirse da súa insensibilidade, cando non compracencia (apuntalada na fría hexemonía do revisionismo) respecto da opresión nacional, para fundirse con proletarios do resto de nacións. Por outra parte, e respecto as formas políticas que poida adoptar un movemento nacionalista (e por tanto burgués por natureza) en pos dunha posíbel independencia nacional, é necesario realizar unha distinción fundamental: a existencia ou non dun mandato imperativo por parte das masas. Así, un referendo directo, cuxas mecánicas non se vexan inseridas de maneira directa nas propias mediacións que estabelece a burguesía entre representados e representantes, propia do seu parlamento, supón a forma máis democrática a través da cal o pobo catalán se pode expresar sobre a potencial necesidade de crear un Estado propio. E aínda que o referendo do pasado ano só pode comprenderse como parte do procés de encadramento nacional das masas en Catalunya, o que o mesmo se desenvolvese contra a legalidade, lonxe de favorecer a táctica de Mas e os seus, permitía a diferenciación entre os dous aspectos contraditorios dun referendo (o seu aspecto reaccionario como momento reprodutor das inercias parlamentarias do réxime burgués; e o seu aspecto democrático como fugaz momento de implicación directa das masas en asuntos públicos), podendo nesta ocasión o pobo catalán actuar como soberano do seu destino. Por ese motivo, desde o Movemento pola Reconstitución entendemos que no 9-N debiamos animar a nosa clase a participar no referendo.

É dicir, e a modo de resumo: o noso posicionamento partía dunhas condicións concretas, tanto a nivel das circunstancias históricas nas que nos movemos como polas formas a través das cales o pobo catalán podía expresarse sobre o seu destino. Dito posicionamento, por tanto, inscríbese na liña e espírito marcado polo internacionalismo proletario, e supón unha decisión táctica en base ao contexto no que nos movemos.

E quizais nesta palabra, táctica, encóntrese polo menos parte do elemento central da nosa posición respecto ao 9-N. A diferenza das numerosas organizacións nacionalistas tinguidas de vermello, cuxo programa inclúe de forma explícita a loita pola independencia dunha ou doutra nación, o noso movemento a favor do Si-Si desde o resto do Estado español circunscribíase a esas condicións que acabamos de estabelecer; de non ser así, de non realizar certa xenuflexión fronte as proclamas sempre independentistas de certos sectores da burguesía, estariamos incorrendo nun delito por partida dobre en canto a principios: por un lado, estariamos socavando a sempre necesaria independencia política do proletariado, mentres que, polo outro, estariamos outorgando labores positivas a nosa clase respecto á nación. Como xa mencionamos nalgún outro momento, ao proletariado non lle compete ningunha tarefa de construción nacional, aquelas que Lenin denominaba positivas respecto á nación (isto é, de nacionalización de masas), senón que, xustamente ao contrario, a súa labor consiste en atenuar por todos os medios posíbeis os roces e as desconfianzas nacionais, coa vista sempre posta na articulación internacionalista do seu proxecto político revolucionario. Ao mesmo tempo, e entroncando coa necesidade de evitar as tarefas de orde positiva por parte do proletariado na súa axenda respecto á nación, desde o Movemento pola Reconstitución entendemos que é o Estado español o marco político a través do cal se ten que enmarcar a loita de clases do proletariado na actualidade, e será así mentres non se produza a independencia dunha ou doutra nación. Isto, evidentemente, marca claramente a nosa posición respecto a aquelas organizacións que, facendo o xogo as súas respectivas burguesías nacionais, defenden o encadramento do proletariado seguindo un principio nacional, o cal leva a segregación deste e por tanto a súa perda de independencia política fronte a unha burguesía que é, de feito, internacional. É dicir, e xa a modo de síntese: o noso movemento táctico preservou os nosos principios, e por tanto confirmou a estratexia xeral: incidimos na cuestión nacional para intentar atenuala de maneira concreta, ao mesmo tempo que preservamos a independencia política do proletariado e explicitamos, a través do noso traballo político, a necesidade da reconstitución do Partido Comunista no marco de todo o Estado baixo as circunstancias actuais.

Así pois, poderiamos dicir que a nosa postura respecto ao 9-N podería presentarse como exemplo de aplicación correcta e creativa doutra desas sobadas frases que sempre ten a ben repetir o revisionismo patrio: «firmeza nos principios, flexibilidade na táctica». Cremos que o modo adecuado de proceder, como vimos, consiste na asimilación do espírito que deu luz as consignas, co obxectivo de poder implementar a táctica adecuada en cada momento. Polo contrario, o que nos ofrece a revisionismo, desde a súa eterna escolástica, é a utilización de toda consigna como subterfuxio desde o que xustificar o seu abandono duns principios e un espírito que xa non quere nin pode aprehender, pois o seu inmediatismo pragmatista impídello por completo: ao pregarse ao espontáneo, o seu actuar non supón máis que unha monótona repetición da conciencia en si, onde o espírito foi morrendo día tras día.

Unha diferenza cualitativa

Mais volvamos ás formas políticas de encarrilar o movemento nacionalista, pois aínda hai asuntos que tratar ao respecto. Tal e como dixemos na véspera do 9-N, a fracción da burguesía catalá a cuxa cabeza marcha o president, non mostraba signo algún de querer implementar o mandato popular e democrático expresado nas urnas, senón máis ben todo o contrario: os movementos entre bambolinas de todos os actores, independentemente de que estes se mostrasen máis ou menos aguerridos ou contestarios fronte ao Estado español, eran evidentes antes da celebración da votación, e non fixeron máis que incrementarse durante todo o período posterior. Tanto é así, tan intensas foron as negociacións inter-burguesas, que até o propio procés deu en repetidas ocasións síntomas de deterse, de frearse en seco.

Unicamente tras a cesión por parte de ERC a sumarse a unha lista unitaria dominada por CDC tanto en números como en candidato a president, a candidatura denominada Junts pel Sí, o procés volveu a coller aire, tras varios meses nos que estivo ben custodiado por Artur Mas e os seus correlixionarios.

Esta fracción do capital catalán, (o cal en conxunto pouco ten de homoxéneo respecto a este asunto: aí están as materializacións partidarias do cómodo encaixe doutras fraccións no crisol da hispanidade: desde os inveterados constitucionalistas de Duran-Espadaler á moderna caspa de Ciutadans), preferiu e prefire, por tanto, intentar regatear ao Estado español antes que materializar ao instante o mandato imperativo que xurdiu da vontade popular; optou por adaptarse ás regras de xogo do Estado español, ou dito doutro modo: preferiu astucias fronte a valentía, mercadeo fronte a democracia. E é que a burguesía teme o que considera o horror vacui: a posibilidade de verse desbordada polas masas.

Non obstante, até a propia burguesía é consciente da diferenza cualitativa que existe entre un referendo e unhas eleccións parlamentarias, por moito que estas teñan o epíteto de plebiscitarias; por esta razón, intenta constantemente ocultar, limar dita diferenza: só desde esta perspectiva se entende a posta en marcha de distintas manobras para outorgar a impresión de que a enésima pantomima parlamentaria conta con un maior carácter participativo. Medidas como o programa tots som candidats (na que hai xa máis de 70.000 candidatos inscritos) ou a inclusión de diversas personalidades públicas alonxadas nun principio do adusto mundo da política, como poden ser Lluís Llach ou Pep Guardiola, mostran que a propia burguesía advirte que necesita dar a imaxe de que se trata dun proceso popular e non un dedicado unicamente ao reparto de cadeiras e aspiracións (e tamén mostra, por outra parte, até que punto o sistema parlamentario ten carácter de clase, até que punto fondo e forma están indisolubelmente unidos: máis alá de que Artur Mas puxése o grito no ceo pola intención de conformar unha lista sen políticos, o que pon de manifesto a mera intención de intentalo é que nin sequera é necesario que os políticos profesionais xestionen a res publica: o sistema proporciona os elementos a través dos cales só é posíbel xestionala a favor do capital).

As diferenzas entre un referendo e unhas eleccións parlamentarias ao uso, por tanto, deberían estar claras: en síntese, nun referendo pode abrirse a posibilidade de que as masas se impliquen de maneira directa nos asuntos públicos e, ao mesmo tempo, de desbordar a orde xurídica estabelecida e os innumerábeis arranxos burgueses sobre os que se sostén a vida política diaria, sempre e cando se dean circunstancias como as provocadas pola cerrazón do goberno español, que situou fora da legalidade a expresión democrática do pobo catalán. A diferenza disto, unhas eleccións parlamentarias supoñen irremediabelmente o encarrilamento e adormecemento das masas, a volta ao campo mediatizado pola burguesía de xeito permanente, onde predominan os pactos coa nación opresora e os arranxos en pos de conquistar unha ou outra parcela de poder.

Así as cousas, e cunha nova festa da democracia á volta da esquina, o proletariado catalán non ten nada que gañar coas próximas eleccións do 27 de setembro, nin sequera no ámbito da liberación nacional. A diferenza dun referendo directo a través do que poder corporizar a vontade popular, a mediación parlamentaria que se aveciña só pode outorgar ás masas o triste papel de último asinante do enésimo mercadeo político no Parlament. A misión histórica do proletariado, porén, é realizar a revolución a escala mundial, e non a de ser un simple e gris representante dos seus viles explotadores, sexa nunha ou noutra nación. Por ese motivo, e porque a nosa misión vai moito máis alá de elixir unha ou outra papeleta gris coa que seguir sancionando o desprezábel réxime de explotación do capital, a única resposta coherente fronte a enésima farsa electoral da burguesía é o boicot.

Ante a farsa electoral, boicot!

Nin un voto obreiro nas urnas!

Pola reconstitución ideolóxica e política do comunismo!

Guerra Popular até o Comunismo!

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Setembro do 2015

Estado español

Ante el ciclo electoral de 2015: ¡Boicot!

“Sólo los canallas o los bobos pueden creer que el proletariado debe primero conquistar la mayoría en las votaciones realizadas bajo el yugo de la burguesía, bajo el yugo de la esclavitud asalariada, y que sólo después debe conquistar el poder. Esto es el colmo de la estulticia o de la hipocresía, esto es sustituir la lucha de clases y la revolución por votaciones bajo el viejo régimen, bajo el viejo poder”

V.I. LENIN

El presente curso ha sido señalado por los representantes de la burguesía como el año del cambio, pues en él coinciden elecciones municipales, autonómicas y generales. Todos los partidos toman posiciones, ya que nadie quiere perder su papel en esta perversa farsa tantas veces representada y en donde siempre pierde el proletariado. No tanto porque nuestra clase se juegue algo durante esas jornadas en que se escenifica la fiesta de la dictadura parlamentaria, sino porque el mero desarrollo de las mismas no es más que un medio para que las variadas estratificaciones del capital colaboren entre sí en la ardua tarea de acumular fuerzas para la reacción, encuadrando a las masas en su órgano político predilecto, el Estado burgués y su pléyade de organismos de representación: desde el ayuntamiento, venerado por los feligreses sin aspiraciones de la pequeña burguesía, al parlamento central, a donde tradicionalmente han peregrinado, sin mucha suerte hasta ahora, los que saben que para mendigar limosnas han de tratar con el capital de alta alcurnia.

La caducidad histórica de las instituciones burguesas se demuestra en que desde éstas sólo es posible desarrollar una política que va en contra de la mayoría de la sociedad. El reformismo es reaccionario, pues reproduce la base socioeconómica del capitalismo. Los más piadosos deseos del sindicalista, las éticas proposiciones del pequeño propietario, se traducen siempre en más explotación y miseria para el proletariado, así como para las masas de los pueblos oprimidos.

 Pero tal agotamiento de los instrumentos que la burguesía sostiene para representar su mundo, no sólo se inscribe para la clase obrera en términos negativos. La experiencia acumulada durante todo un periodo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), el Ciclo de Octubre, nos enseña que la clase proletaria, lejos de tener que tomar los instrumentos de dominación de la burguesía, a través del concurso pacífico en las elecciones o violento mediante una insurrección formal, ha de romper violentamente la máquina estatal de la burguesía a través de sus propios medios de lucha: el Partido Comunista representa la organización del proletariado como clase revolucionaria y comporta la existencia de todo un sistema único de organismos de todo tipo, que la vanguardia en fusión con las masas constituye para enfrentarse a la dominación de clase de la burguesía. Este enfrentamiento ha de encauzarse a través de la organización del proletariado revolucionario como clase dominante, siendo así que la tarea del Partido Comunista, una vez está reconstituido, es la de construir los órganos de Nuevo Poder, la dictadura del proletariado, organizando masas a través de la estrategia de Guerra Popular, es decir, mediante la línea militar proletaria como concreción de la línea de masas en ese estadio de desarrollo del proceso revolucionario.

Los medios parlamentarios, sin embargo, no permiten a la vanguardia elevar la conciencia política de las masas de la clase para que comprendan la necesidad inmediata de la revolución socialista, pues tan sólo permiten reproducir el régimen de dominación existente. Esos medios, como recurso táctico de la revolución, se circunscriben al período de acumulación de fuerzas pacífico, o político, en contraposición a la fase militar de la revolución. Más en concreto, sólo pueden servir en la fase inmediatamente anterior a la existencia del Partido Comunista, cuando se trata de que el movimiento de vanguardia comunista se vincule políticamente a la vanguardia práctica de la clase obrera. Es sólo en este período, en función de múltiples contingencias a tener en cuenta en cada momento, cuando la vanguardia marxista-leninista podrá utilizar las viejas instituciones como tribuna y siempre en función de las necesidades concretas del proceso de reconstitución del comunismo.

En la actualidad, en el Estado español multitud de organizaciones que dicen defender los intereses de la mayoría, se afanan por mostrar la validez de las instituciones burguesas como medio central para el desarrollo del movimiento obrero o popular, pues por más vueltas que le den, la estructura parlamentaria siempre aparece como centro desde el que han de aplicarse las demandas de los movimientos de resistencia que ellos dirigen o pretenden dirigir.

Un lugar privilegiado entre quienes defienden la estrategia parlamentaria lo ocupa hoy Podemos. Esta organización se ha destacado como socialdemocracia rediviva durante el último año, desde su sorprendente resultado en las pasadas elecciones europeas. Por los intereses de clase que representa y por la procedencia de sus cuadros políticos, Podemos es fiel reflejo del partido obrero liberal legado por el Ciclo de Octubre, cuya definición pasaría por una contraposición formal a los efectos del capitalismo tardío (proletarización de capas medias, pauperización de las masas, internacionalización de las relaciones capitalistas…), combinada con una defensa a ultranza del Estado Benefactor (cuyos pilares son la sobreexplotación de las masas proletarias y la opresión de otros pueblos). Aunque todo esto cristaliza en Podemos sin el peso social y cultural de ser una organización oportunista nacida al calor de ese ciclo: para defender la reforma del capital, Podemos se agarra a la democracia en general, sin necesidad de referirse complementariamente a Enver Hoxha, a Pyongyang o a la URSS del señor Breznev, como hacen los diversos gremios de la ortodoxia revisionista. De hecho, Podemos ni siquiera pretende hacer suyo el bagaje político y cultural del movimiento obrero, como ha mostrado este último Primero de mayo, suponiendo este deslinde con la tradición obrera la verdadera diferencia entre la nueva socialdemocracia y la vieja socialdemocracia “comunista”, y que hace permisible introducir en el discurso revolucionario esa distinción de matiz entre el oportunismo a lo Podemos y el revisionismo que aún hegemoniza el movimiento comunista existente.

En lo concreto, Podemos se presentó en sociedad para disputar la hegemonía, en nombre del pueblo, a las élites económicas, con el objeto de reimpulsar dentro del sistema democrático-burgués el papel de las llamadas clases medias (aristocracia obrera y pequeña burguesía). Tras un año de pre-campaña electoral, la propuesta de Iglesias y cía. se ha desfondado, mostrando que la reforma desde abajo, si no se presenta como alternativa reaccionaria a un verdadero movimiento revolucionario, como ocurriera durante el Ciclo de Octubre, no tiene recorrido. Y eso que, al contrario que su organización hermana Syriza, Podemos aún no ha gestionado el viejo poder. Lo cómico es que los Iglesias y cía. se han mostrado oportunistas incluso con sus principios burgueses, pues lo que están traicionando con sus patéticas peticiones en las “negociaciones” con la lideresa socialista en Andalucía, es la gradación de las reformas del régimen del 78, es esa fatua lucha contra la corrupción que se ha convertido en leitmotiv de esta nueva vieja socialdemocracia. Del republicanismo tradicional han transitado hacia aquella conservadora concepción de la política que tiene por centro la accidentabilidad de las formas de gobierno. Del ramplón internacionalismo pequeño burgués valedor de la Venezuela bolivariana, han pasado a la primera línea de defensa de la unión monetaria europea, el infranqueable muro defensivo de la Troika. En suma, nuestros nuevos oportunistas, los que hace un año se dieron un bautismo de masas en que se autoproclamaron como ingenieros de la nueva política, son los primeros que acuden a comulgar cuando el capital monopolista dispensa sus ruedas de molino.

Pero lo más importante en relación a los límites del parlamentarismo como política proletaria, es que incluso hoy Podemos plantea su concurso electoral como una combinación entre movimientos sociales e instituciones, poniendo siempre en valor que el parlamento no es el eje central de su acción política, sino sólo un paso más hacia la realización de sus lineamientos programáticos. Más allá de lo absurdo que resulta plantear esto por quienes han utilizado su capacidad de movilización social para servir de válvula de escape a la crisis de las instituciones maquillando a éstas (sólo así puede percibirse la participación en las elecciones al ¡parlamento europeo! ¡la institución más despreciada por las masas!), lo que este discurso demuestra es: en primer lugar que Podemos y lo que representa son un eco de esa concepción política que acabó dominando a los partidos proletarios durante el Ciclo de Octubre, tomados por el inmediatismo político al carecer de una estrategia revolucionaria. Y segundo, que aquella concepción empirista y economicista que se somete al devenir de la democracia burguesa, con los ritmos que el parlamentarismo le impone, lejos de ser la plasmación de la flexibilidad táctica que ha de nutrir el desarrollo de la táctica-plan de la vanguardia revolucionaria, no es más que la muestra del cerril dogmatismo y la estrechez de miras de quienes no conciben más mundo posible que el que el mercado capitalista en su incesante reproducción pone ante sus narices.

La ligazón entre este oportunismo y el revisionismo queda clara en los paralelismos presentes en su quehacer político. Ahí tenemos al Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), como si tres décadas después de “práctica de masas” con nulos resultados, le hubiesen llevado a despertar, una vez más, en 1984. Análisis tras análisis, nuestros revisionistas han llegado invariablemente a la misma conclusión, con independencia del estado concreto de la lucha de clases: siempre que la burguesía convoca elecciones, allí está el PCPE para presentar un “programa mínimo”, concienzudamente preparado para combatir el “izquierdismo” de las masas y presto a ser realizado de urgencia dentro de los márgenes del Estado burgués. Pero qué mejor ejemplo de esa interpenetración entre los postulados de las diversas facciones de la aristocracia obrera radicalizada que la dramática posición del Partido del Trabajo Democrático, atravesado por sus dos eternas pasiones: la de la ortodoxia revisionista que sigue acogiendo en su seno, y la del bravo oportunismo consecuente que se abre camino, como señala el mismo nombre de la organización, como mostró su petición de voto a Podemos en las pasadas europeas y como evidencia su vocación a conquistar las concejalías obreras para desde las instituciones burguesas crear… ¡conciencia sindical!, que al parecer es la nueva tarea de los “comunistas”. ¡El imperialismo los cría y ellos se juntan!

La firmeza de oportunistas y revisionistas para defender dogmáticamente su estrategia parlamentaria contrasta con su eclecticismo generalizado ante el referéndum del 9 de Noviembre en Cataluña. Podemos, exponiendo los límites del nuevo reformismo, nadó en la charca de la ambivalencia respecto al derecho democrático a la autodeterminación, sin ocultar su actitud chovinista-españolista. Y el resto de socialdemócratas “comunistas” reptaron entre la ambigüedad y la férrea defensa del statu quo, el que garantiza el sometimiento nacional de Cataluña. El revisionismo, instalado en la quietud y el obrerismo más estrecho, fue además incapaz de comprender la significación del referéndum y sus diferencias con una convocatoria convencional: el 9-N tenía un carácter imperativo, en el que el pueblo catalán podía expresar sin mediaciones su posición ante la relación entre Cataluña y el Estado español. El 9-N podía, pues, servir para dar solución a la opresión nacional que sufre Cataluña. Además, aquel referéndum significó una brillante ocasión para la educación en el internacionalismo proletario de nuestra clase. Elementos todos estos que permitían la incursión de la vanguardia marxista-leninista en la gran política, sin menoscabo del mantenimiento de la independencia política de nuestra clase, en cuyo horizonte más cercano sigue estando la resolución de los problemas ligados a la reconstitución ideológica y política del comunismo.

Pero frente a la estulticia de los representantes de la aristocracia obrera, las posiciones del proletariado revolucionario empiezan a avanzar. Aunque la Línea de Reconstitución (LR) sigue siendo a día de hoy una corriente ideológica en el seno de la vanguardia de la clase proletaria, lo que exige priorizar la reconstitución ideológica del comunismo, el avance del marxismo-leninismo entre los sectores más avezados de la clase obrera es una realidad. Derivada de esta situación, la LR tiene hoy entre sus principales tareas la de articularse como movimiento político de vanguardia, construyendo un referente de la vanguardia marxista-leninista que pueda acometer el Plan de Reconstitución a través del Balance del Ciclo revolucionario y del desarrollo de la lucha de dos líneas. Medios que garantizan esa construcción del movimiento proletario revolucionario sobre bases independientes y ajenas a los parámetros que la inercia del capital impone al oportunismo en sus diversas formas, desde las más neonatas hasta las que siguen parapetándose en los hábitos liquidadores del pasado siglo.

Por ello, ante las sucesivas convocatorias electorales que la clase obrera va a padecer a lo largo de este año, en donde el único cambio posible se sitúa sobre el nombre de quiénes van a gestionar la dictadura del capital durante los próximos años, la consigna a defender desde el comunismo revolucionario es la del boicot: ¡Porque las elecciones no sirven para defender los intereses de las masas proletarias! ¡Porque las elecciones no sirven a la vanguardia revolucionaria para reconstituir comunismo!

 

¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!

¡Guerra popular hasta el comunismo!

¡Ante la farsa electoral, boicot!

¡Ni un voto obrero en las urnas!

 

 

Balanç i Revolució

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Revolución o Barbarie

Mayo de 2015

Estado español

El Partido Comunista Portugués y el oportunismo: una crítica necesaria en el movimiento comunista internacional

El trabajo que os presentamos a continuación no pretende ser un análisis que agote o apure por completo el estudio crítico-­revolucionario de una organización importante del campo del oportunismo internacional como es el Partido Comunista Portugués. En un sentido general y enmarcado en la lucha de dos líneas en el seno del movimiento comunista internacional, este breve documento tiene como objetivo seguir profundizando en el esclarecimiento ideológico mediante el desmenuzamiento de las premisas y las prácticas defendidas por el revisionismo, que hoy sigue siendo hegemónico entre la vanguardia, pese a los notables —pero modestos aún— avances cuantitativos y cualitativos de la Línea de Reconstitución en el Estado español.

No obstante, debido a las particularidades del PCP (que seguidamente pasaremos a detallar), consideramos de enorme interés demostrar, más allá de la aureola que rodea a esta organización entre muchas organizaciones revisionistas, el profundo sedimento oportunista de la organización portuguesa. Para exponer con mayor eficacia y claridad nuestra crítica a las tesis y prácticas revisionistas y oportunistas del Partido Comunista Portugués, hemos decidido dividir el trabajo en diversos puntos relacionados con el Balance del Ciclo de Octubre, el espontaneísmo, el electoralismo y la concepción que tiene el Partido Comunista Portugués de la dictadura del proletariado y del proceso de construcción del movimiento revolucionario organizado.

Enlace para lectura y descarga del documento completo «El Partido Comunista Portugués y el oportunismo: una crítica necesaria en el movimiento comunista internacional»

Para un balance del maoísmo en el Estado español

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Seguidamente os presentamos un documento que consideramos de gran relevancia para profundizar en el Balance del Ciclo del Octubre y, en concreto, en el estudio del maoísmo a nivel internacional y en el marco del Estado español. La experiencia revolucionaria china y las aportaciones de Mao Tse-tung —que podemos resumir en la teoría y la práctica de la Guerra Popular Prolongada, en la concepción revolucionaria sobre la continuación de la lucha de clases ininterrumpida hasta la construcción de la fase superior del comunismo, que toma cuerpo en la categoría de la Revolución Cultural, y en la noción de la lucha entre dos líneas como expresión de la contienda revolucionaria entre el proletariado y la burguesía en el seno del Partido Comunista y del Estado-comuna— llevaron a las cotas más altas el paradigma revolucionario de Octubre con la eclosión de la Gran Revolución Cultural Proletaria. No obstante, pese a los focos que el maoísmo hoy mantiene en India o Filipinas, este tampoco ha sido capaz en última instancia de superar las limitaciones y los errores de dicho paradigma.

En esta breve presentación solo deseamos dejar claras algunas cuestiones que nos parecen de sumo interés. En primer lugar, hemos de reseñar que el movimiento maoísta o con simpatías hacia el maoísmo fue entre finales de los años 60 y principios de los años 70 un movimiento de considerable importancia ideológica y política en el seno del autodenominado movimiento comunista del Estado español. A nivel electoral, por ejemplo, las principales organizaciones adscritas al maoísmo del Estado español (PTE, ORT, MC, y OCE-BR) llegaron a obtener más de 450 000 votos. Sin duda, dentro del movimiento comunista del Estado español, el maoísmo se convirtió, después del oportunista PCE, en el movimiento que mayores desafíos generó al Estado español, como lo muestran las 16 sentencias dictadas por el Tribunal de Orden Público (TOP) contra las organizaciones con mayor o menor influencia del maoísmo desde 1972: 14 contra el PCE (m-l)-FRAP, 1 contra el PCE (i) (denominado PTE a partir de 1975) y 1 más contra el Partido Comunista Proletario (PCP), siendo esta última la de mayor pena.

Aunque el Estado franquista no fue el único que hizo uso de una brutal represión y de la guerra sucia contra la vanguardia proletaria (la gran democracia burguesa francesa —a la que nunca le han dolido prendas para mostrar que, como toda democracia burguesa, es una dictadura encubierta del capital contra el proletariado— proscribió en esa época histórica tanto al Parti Communiste Marxiste-Léniniste de France como a la Union de Jeunesses Communistes y la Gauche Prolétarienne), es innegable que este fue indudablemente más reaccionario que otros Estados capitalistas europeos, más aún, aunque pueda sorprender a quienes desconozcan la historia reciente de España, durante la transición a la democracia burguesa, momento en que se aprobó el decreto-ley de 26 de agosto de 1975 que permitía un periodo de detención de hasta 10 días, además de registros domiciliarios sin autorización judicial. En total, el TOP (recordemos que los delitos de terrorismo fueron competencia exclusiva de los Consejos de Guerra hasta 1971) llegó a dictar 3894 sentencias desde el 23 de marzo de 1964 hasta el 20 de diciembre de 1976, siendo, tras el PCE, las más afectadas las organizaciones maoístas del Estado español (sobre todo el PCE (m-l) y su brazo armado, y, en menor medida, el PCE (i)). Pese a todos los errores y limitaciones de estas organizaciones que referiremos en esta introducción al documento que os ofrecemos, lo cierto es que el maoísmo en España se convirtió en un auténtico problema de Estado a principios de los años 70. Y es que el aparato represivo español ya tenía constancia, a mediados de los años 60, incluso de la pugna sino-soviética y de las primeras iniciativas “prochinas” en España, detectando los primeros brotes maoístas en 1964, cuando se incautó de ejemplares de la revista La Chispa en la Universidad madrileña y en algunos barrios obreros de la capital española.

Haciendo un repaso breve de la línea y el programa de las organizaciones de vanguardia más destacadas en este sector del movimiento comunista del Estado español, la primera organización que más destacó fue el PCE (m-l), que, además de disponer de su propio brazo armado (el FRAP), levantó toda una estructura con organismos como la Juventud Comunista de España (marxista-leninista) (JCE (m-l), la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE), la  Federación de Estudiantes de Enseñanza Media (FEDEM), la Unión Popular del Campo (UPC), la Unión Popular de Mujeres (UPM) o la Unión Popular de Artistas (UPA). Sus órganos de prensa fueron Vanguardia Obrera (con una tirada de 5000 ejemplares por número) y Revolución española. La estrategia del PCE (m-l) no difirió en esencia de la del resto de organizaciones más o menos influenciadas por el maoísmo en el Estado español, teniendo como base el insurreccionalismo y el economicismo (a pesar de que nominalmente hablasen de Guerra Popular). Según la errónea concepción del PCE (m-l) sobre la revolución, esta debía materializarse en una República Popular y Federativa (programa que expresaba una línea abiertamente derechista), en cuya articulación debían participar tanto la pequeña burguesía como algunos estratos de la burguesía media. El sumum de la revolución llegaría con la “huelga general revolucionaria”, que permitiría, con la acción del “Partido” y su brazo armado —el cual llegaría a sufrir una escisión por su flanco izquierdo con Acción Revolucionaria Unida (ARU), que tampoco fue capaz de superar el paradigma espontaneísta del terrorismo pequeñoburgués—, la toma de las armas y la sublevación popular. Todas las organizaciones armadas surgidas en los 60 y 70, más o menos influenciadas por el maoísmo, al partir de una visión economicista y espontaneísta del marxismo fueron incapaces de superar una actividad armada sin vinculación con las masas proletarias. En definitiva, como ya hemos comentado en otras ocasiones, el economicismo (electoralista o no) y el terrorismo pequeñoburgués fueron y son las dos caras de la misma moneda revisionista.

El PCE (i) (PTE desde 1975), por su parte, fue otro de los destacamentos de vanguardia más importantes del arco maoísta en el Estado español. Esta organización, que rechazó el terrorismo individual y que se extendió sobre todo por Andalucía, Aragón, Galicia y Madrid, se gestó a partir de una escisión del PSUC en 1967 y derivó en una línea profundamente derechista, llegando a integrarse en Assemblea en noviembre de 1972 (un conglomerado que en Cataluña agrupó al PSOE, a UDC y al PCE (i)), gracias a la hegemonía lograda por el ala más derechista del destacamento (posteriormente, el PCE (i) no llegó a descartar siquiera concertar alianzas temporales con sectores “moderados” y “aperturistas” del régimen franquista). A pesar de que el PCE (i) defendió nominalmente que la revolución pendiente en el Estado español solo podía ser la proletaria, la socialista, en el fondo su esquema era tan derechista como el del PCE (m-l), dado que también suscribió la idea de que la pequeña burguesía y una parte de la mediana burguesía debían participar en la revolución. Asimismo, la defensa entusiasta de la aristocracia obrera por parte del PCE (i) fue clarísima, dándole a CCOO un papel preponderante en su concepción de la revolución. Como colofón a su carrera marcadamente oportunista, el PTE llegó a concurrir con el Frente Democrático de Izquierdas a nivel estatal, y en Cataluña con ERC. Por último, llegó a pedir el “Sí” en el referéndum constitucional, lo cual por sí solo es un buen botón de muestra del carácter ultraderechista que llegó a tener este destacamento en el seno del movimiento comunista del Estado español. Tras fusionarse con la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) (destacamento proveniente del mundo cristiano de base, de la HOAC y la JOC, así como de la AST, del País Vasco, que, además de aceptar tácitamente la monarquía parlamentaria y de participar en la Plataforma de Convergencia Democrática, defendió la consigna derechista de democracia popular para el Estado español), muchos de sus militantes harían bueno aquel dicho que reza “Para este viaje no hacían falta estas alforjas”, pues terminarían en el PSOE y en el PSC.

Otras organizaciones destacadas fueron el Movimiento Comunista de España (Movimiento Comunista, desde 1976), que llegaría a participar en la Plataforma de Convergencia Democrática junto a la ORT y que se presentaría a las elecciones generales de 1979 en coalición con la trotsquista Liga Comunista Revolucionaria (LCR); la OMLE, creada en 1968 y transformada en el PCE(r) en junio de 1975, destacamento que, como demostramos en las páginas 18-20 de nuestro documento El revisionismo y la revolución espontánea, fue igualmente incapaz de superar su estrecha visión espontaneísta de la revolución proletaria; la Organización Comunista de España-Bandera Roja (OCE-BR), surgida también de una escisión del PSUC, formada casi en su totalidad por elementos pertenecientes a la pequeña burguesía y a la aristocracia obrera; el Partido Comunista Proletario (PCP), posiblemente el destacamento de vanguardia más influenciado por el maoísmo y por el tsunami revolucionario generado por la Gran Revolución Cultural Proletaria en China, pero incapacitado asimismo para constituir un movimiento de masas revolucionario; o la Organización de Izquierda Comunista de España (OICE), grupo a caballo entre el comunismo “de izquierda” y el maoísmo, que llegó a jugar un papel relativamente destacado en Andalucía, formando coalición electoral con el MC en 1979, aherrojada también por la cosmovisión revisionista, hegemónica igualmente en esa época.

En suma, al igual que el conjunto de destacamentos que conformaron y conforman el movimiento comunista internacional, el maoísmo en el Estado español fue incapaz de diseñar, articular y desarrollar una estrategia revolucionaria, dado que concibió —y concibe a día de hoy, a excepción de su ala izquierda— la revolución proletaria desde un enfoque determinista, espontaneísta y economicista, sin comprender que las condiciones subjetivo-conscientes para desarrollar la revolución proletaria deben ser preparadas a través de una táctica-plan dirigida a constituir los instrumentos revolucionarios (Partido, Ejército, Frente/Nuevo Poder). Esta concepción provocó que las organizaciones maoístas en el Estado español, y aquellas con más o menos influencias del maoísmo, no lograran superar sus concepciones de raigambre revisionista, que cristalizaron tanto en su política de masas tradeunionista o abiertamente reformista y capitulacionista como en el terrorismo individual o pequeñoburgués, siendo incapaces de constituir un Partido de Nuevo Tipo y sus correspondientes órganos generados de lucha revolucionaria de masas, y ello pese a su enorme heroicidad a la hora de enfrentarse con un Estado como el español de los años 60 y 70 (de hecho, fueron numerosos los camaradas torturados y caídos en combate por la acción represiva del Estado burgués español).

Si bien la tarea del balance completo del maoísmo aún está pendiente entre quienes formamos parte del Movimiento por la Reconstitución del comunismo, no queremos dejar pasar esta oportunidad para recomendar, además del estudio atento de este libro, el documento de los camaradas del MAI Consideraciones sobre el maoísmo, que consideramos un muy buen punto de partida para esta tarea ineludible de cara a la conformación de un polo de vanguardia marxista-leninista que esté en condiciones de completar con éxito el plan de reconstitución ideológica y política del comunismo.

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Revolución o Barbarie

Enero de 2015

El marxismo-leninismo y la dictadura del proletariado

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Este breve documento ha sido preparado por nuestro colectivo para contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, al esclarecimiento ideológico en el seno de la vanguardia teórica de nuestra clase. Esta lucha ideológica entre la línea proletaria y la línea burguesa se produce en un contexto de crecimiento cualitativo y cuantitativo de la Línea de Reconstitución en el Estado español. Como todos los textos que elaboramos desde Revolución o Barbarie, el artículo El marxismo-leninismo y la dictadura del proletariado está directamente vinculado con las necesidades y las problemáticas del movimiento por la reconstitución ideológica y política del comunismo. En este caso, de una forma sencilla y concisa nos dedicamos a analizar la cuestión de la dictadura del proletariado, del socialismo, desde el punto de vista del marxismo-leninismo; una cuestión que ha sido tradicionalmente distorsionada por el oportunismo y que, además, consideramos que aún no ha sido comprendida en toda su profundidad dialéctica por la mayoría de la vanguardia.

Hemos organizado los contenidos de este documento en cuatro epígrafes. El primero de ellos se centra en el análisis dialéctico de la dictadura del proletariado, del socialismo, paralelamente a la crítica revolucionaria de los postulados del revisionismo sobre la necesidad y la naturaleza histórica y política de la dictadura proletaria, indagando también de forma introductoria en la concepción espontaneísta, evolucionista y mecanicista del marxismo revisionista en torno a la lucha por el comunismo. En segundo lugar, estudiamos desde la perspectiva de Marx, Engels y Lenin la naturaleza de la dictadura del proletariado, introduciendo algunos elementos críticos en base al Balance del Ciclo de Octubre (1) y a la lucha entre dos líneas en pos de la superación de las limitaciones teóricas, en relación con el socialismo, de las grandes figuras ideológicas del proletariado revolucionario. El tercer epígrafe, por su parte, focaliza la atención sobre los errores y limitaciones de índole ideológica por parte de la dirección soviética (y concretamente de Stalin), en torno a la construcción del socialismo, demostrando en dicho epígrafe cómo la dirección bolchevique fue incapaz de superar los elementos evolucionistas y mecanicistas, heredados del kautskismo de la II Internacional (con los cuales jamás rompió de forma completa el movimiento comunista internacional); elementos presentes en su visión sobre las clases sociales en el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo. Para finalizar, sintetizamos todo lo planteado en los tres epígrafes y conectamos las enseñanzas fundamentales sobre la cuestión de la dictadura del proletariado, del Nuevo Poder, con el proyecto de reconstitución del Partido Comunista del Estado español y del movimiento comunista internacional.

Dictadura del proletariado, ¿por qué?

Mientras exista una base clasista, la dictadura del proletariado será indispensable para profundizar las tendencias revolucionarias del proletariado, la lucha por implantar el comunismo a escala planetaria. Pero, al contrario de lo que defiende el revisionismo, la noción de la dictadura proletaria va mucho más allá del episodio de la “toma del poder” (que es a lo que el oportunismo reduce, a tenor de su visión espontaneísta-insurreccionalista, el proceso revolucionario). Es inseparable de la cuestión de la construcción, detentación, extensión y profundización del Nuevo Poder, uno de los tres instrumentos revolucionarios junto con el Partido Comunista y el Ejército Rojo.

Si, siguiendo a Lenin, la dictadura es el poder absoluto, por encima de toda ley, de la burguesía o bien del proletariado (2), el Nuevo Poder, el poder revolucionario de las masas proletarias guiadas por su Partido, es un poder absoluto de nuevo tipo que pretende la confrontación con el poder de la burguesía hasta la liquidación revolucionaria de esta clase, hecho que en realidad se prolonga hasta la fase superior del comunismo.

Hay una cuestión muy relacionada con el poder, que es el derecho. Pues bien, hemos de precisar que este no es nunca el fundamento de un determinado poder históricamente constituido, sino que tal fundamento es la correlación de fuerzas entre clases. Lo único que hacen el derecho y las leyes es sancionar las relaciones —fundamentalmente violentas— entre las clases. Por un lado, ningún dominio clasista puede ser mantenido sin la institucionalización de la represión contra la/s clase/s enemiga/s. Por otro lado, ninguna clase dominante puede mantener su dominación solo sobre dicha represión.

Sobre el Estado imperialista, hay que advertir que no es solamente el producto del antagonismo de clases (que también); es, además y sobre todo, la máxima expresión orgánica de los intereses de la burguesía, el conjunto de aparatos organizados permanentemente para tratar de conjurar por todos los medios el peligro de la Revolución proletaria (3). Un elemento más avanzado del Estado burgués en relación con los Estados feudal o esclavista tiene que ver con el hecho de que el primero integra y fusiona mucho mejor y de forma más plena las funciones de organización de la clase dominante y del conjunto de las clases sociales que el resto de formas estatales.

Por otra parte, el movimiento comunista, a la hora de encarar el problema de la dictadura, no puede atenerse a la diferenciación abstracta de las “mayorías” y las “minorías”, pues, como estableció Lenin, ese esquematismo es propio de liberales y demócratas burgueses. Como siempre, el criterio debe ser el de distinguir entre clases con intereses enfrentados, con antagonismos —valga la redundancia— irreconciliables.

Para comprender bien la problemática de la dictadura del proletariado, del socialismo o del Nuevo Poder, y su relación con el mecanicismo y el espontaneísmo del marxismo revisionista, lo primero que cabe recordar es que el comunismo revolucionario debe estar siempre claramente en contra de todo planteamiento evolucionista y en favor de la dialéctica revolucionaria, elemento este último antagónico a la visión tradeunionista del marxismo. Dicho lo cual, tengamos en cuenta que la caricaturización mecanicista del marxismo en la cuestión que tratamos se manifiesta, básicamente, en la separación rígida y antidialéctica del Estado y de las relaciones de producción; es decir, en la dependencia mecanicista de lo político-ideológico con respecto a la infraestructura económica. En el fondo, esto implica supeditar el comunismo a las categorías abstractas de la política burguesa, la teoría revolucionaria a la cosmovisión capitalista.

Marx, Engels, Lenin y la significación histórica de la dictadura del proletariado

“El problema de la dictadura del proletariado es el fundamental del movimiento obrero contemporáneo… Sin preparar la dictadura, no es posible ser revolucionario en la práctica” (Lenin, Contribución a la historia del problema de la dictadura [1920]).

Marx (4), al descubrir la necesidad histórica de la dictadura del proletariado, no se refirió al socialismo como etapa o fase entendida de manera mecánica, sino al proceso cuyo sendero termina, desde el seno mismo de la lucha de clases durante el periodo de transición, en el comunismo, en la sociedad sin clases, sin opresión de unos seres sobre otros.

Para Lenin, son tres las proposiciones más importantes sobre el poder político.

En primer lugar, la idea del poder estatal, que es siempre el poder político de una clase social dominante (5), de modo que la democracia es inseparable de la dictadura, y viceversa: la democracia burguesa es una dictadura de clase contra el proletariado, así como la democracia proletaria es una dictadura de clase contra la burguesía (6).

En segundo lugar, la tesis del aparato estatal: el poder político de la clase dominante no puede ser históricamente tal sin disponer de una serie de aparatos estatales: represivos (ejército, policía, burocracia permanente, subaparato judicial, etc.), ideológicos (sistema de enseñanza, medios de comunicación de masas, subaparato religioso o sindical) y económicos (organismos que se encargan de planificar y gestionar la política económica capitalista). Lógicamente, no hay que establecer una diferenciación rígida entre estas tres clases de aparatos, pues hay una intersección (es decir, hay un conjunto de elementos que son comunes a varios conjuntos) de factores entre los tres aparatos; o, dicho de otra forma, en el aparato represivo se manifiestan indudablemente elementos del ideológico y el económico; en el ideológico se manifiestan elementos del represivo y el ideológico, etc., etc.

Este punto de los aparatos estatales es de vital importancia comprenderlo, tanto para estudiar la compleja naturaleza del Estado capitalista de la fase imperialista como para derrocarlo y sustituirlo por el Estado-comuna. Nunca hemos de cansarnos de repetir una gran verdad histórica: la Revolución socialista es irrealizable sin la destrucción del aparato estatal burgués. No hay “varias teorías” o “vías” para construir la dictadura proletaria, sino solamente la concepción revolucionaria, marxista-leninista.

Llegados a este punto, entendemos que es necesario realizar una crítica a lo que consideramos como limitaciones de las tesis de Lenin con respecto al análisis del Estado y sus aparatos. Creemos que en el conjunto de la obra del revolucionario ruso, muy especialmente en el gran opúsculo El Estado y la revolución, se infravalora la importancia del aparato ideológico como dispositivo de dominación de la burguesía. Es innegable que, en última instancia, el Estado burgués es un grupo de personas armadas para el sostenimiento del capitalismo, pero sobredimensionar este elemento, obviando la relevancia del aparato ideológico como conformador y difusor de ideas dominantes que tienden a perpetuar el modo de producción burgués hasta que el movimiento proletario revolucionario le ponga fin, es un error del que creemos que el movimiento comunista en general, y Lenin en particular, no se ha librado ni se libra en la actualidad.

En tercer y último lugar, Lenin rescató la tesis marxiana, presente con nitidez en la Crítica al programa de Gotha de Marx, según la cual el socialismo no es otra cosa que la dictadura del proletariado. Por tanto, la dictadura proletaria no es una forma de transición o vía de paso al socialismo, sino que es el propio socialismo que pugna por profundizarse y llevar a la sociedad humana mundial al comunismo. En consecuencia, solamente hay un objetivo final: el comunismo. Existe dictadura del proletariado solo cuando se construye el socialismo desde el punto de vista del comunismo; o, lo que es lo mismo, la realización efectiva de la dictadura proletaria solo es posible desde el punto de vista del comunismo, desde la práctica tendente a conformar la sociedad sin clases (7).

Para Marx, Engels y Lenin la cuestión esencial era: ¿qué clase detenta el poder? Esta es la pregunta determinante sobre la cual debe girar siempre toda la estrategia del proletariado revolucionario, incluso cuando, ya constituido el Partido Comunista y con la indispensable independencia ideológico-política, sea necesario trabar alianzas con capas o clases no proletarias.

Es falso que lo fundamental de la teoría marxista tenga que ver con la lucha de clases, puesto que, como argumentó Lenin, marxista “solo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”. Para el dirigente bolchevique, la esencia oportunista reside en la cuestión del aparato de Estado (8), en la interpretación de la “‘conquista’ [del poder] como una simple adquisición de la mayoría”. Por tanto, contrariamente a lo que se cree entre gran parte del movimiento autodenominado comunista, el revisionismo no se traduce en el hecho de ignorar o repudiar la conquista del poder estatal, sino en la carencia de la estrategia revolucionaria para la construcción del poder proletario, de los tres instrumentos revolucionarios (Partido, Ejército y Frente/Nuevo Poder). El oportunismo más derechista (el reformismo recalcitrante [9]) llega incluso a tildar de tesis “anarquista” o “izquierdista” la necesidad histórica de destruir el aparato de Estado capitalista.

Con respecto al Nuevo Poder y las tesis defendidas por Lenin, lo primero que hay que tomar en consideración es que en el dirigente revolucionario hubo, a nivel ideológico, una clara pugna entre lo viejo y lo nuevo, entre la vieja concepción masista-propagandista del revisionismo (es decir, aquella que postula que las grandes masas explotadas pueden ser ganadas para la Revolución socialista mediante la acción sindical y parlamentaria) y la concepción revolucionaria de las masas, según la cual están solo adquieren conciencia revolucionaria gracias a la instrumentación de órganos revolucionarios en los que dichas masas puedan participar y construir el poder revolucionario. Así, por un lado, Lenin defendió que

“La dictadura del proletariado es la forma más decisiva y revolucionaria de la lucha de clase del proletariado contra la burguesía. Sólo puede tener éxito cuando en la vanguardia más revolucionaria del proletariado es respaldada por la aplastante mayoría del proletariado” (Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, en Obras Completas, Akal, Madrid, 1978, t. XXXIII, p. 313),

junto a aseveraciones como esta:

“El abismo de la miseria humana y de la ignorancia es insondable. Todo sector que se yergue deja detrás suyo otro que apenas intenta levantarse. Pero la vanguardia no debe esperar a la masa compacta de la retaguardia para iniciar el combate. La clase obrera aprenderá la tarea de despertar, estimular y educar a su sectores más atrasados cuando llegue al poder” (Manifiesto del II Congreso de la Internacional Comunista. El mundo capitalista y la Internacional Comunista, en Los cuatro primeros congresos, vol. I, p. 206).

Por otro lado, Lenin fue de los pocos dirigentes revolucionarios que rechazó siempre la concepción obrerista sobre la dictadura del proletariado (10). La dictadura proletaria no puede existir si esta no consigue tejer con las masas pequeñoburguesas sólidos vínculos ideológicos, políticos y económicos. De hecho, no solamente la noción de dictadura proletaria no excluye la cuestión de las alianzas en el proceso revolucionario, sino que las plantea con urgencia (por supuesto, también hay que tener en cuenta las condiciones concretas de cada Estado, pues no es lo mismo la pequeña burguesía de un país oprimido que la de un país imperialista, como tampoco son idénticos todos los sectores de la pequeña burguesía en cuanto a su permeabilidad al mensaje revolucionario). Pero estas alianzas solo deben trabarse cuando el proletariado cuenta con independencia ideológica y política, cuando dispone de su Partido. Si no se dan estas condiciones, ocurre que el proletariado es llamado a ser carne de cañón para unos sectores burgueses y otros, como ocurre hoy en el este de Ucrania.

A vueltas sobre la concepción en torno a la dictadura del proletariado

en la URSS de la época de Stalin

Durante la época de la URSS estaliniana, la noción marxista de la dictadura del proletariado fue progresivamente abandonada. Ya en la Constitución soviética de 1936 se consagró el fin de la lucha entre clases antagónicas (defendiendo la existencia de la lucha de clases solo contra los residuos de las clases enemigas), dado que, de acuerdo con lo dicho por el propio Stalin, en la URSS ya no existían clases enemigas, sino solo clases aliadas: el proletariado, el campesinado sovjosiano y koljosiano y los intelectuales y cuadros del Estado. Por lo tanto, desde el punto de vista interno, el Estado no tenía razón de ser en tanto que herramienta de la lucha de clases. Solo a nivel externo se justificaba la existencia del aparato estatal (11).

Entendemos que aquí se produjo una clara desviación teórica de carácter evolucionista, dado que los distintos elementos revolucionarios fueron aislados unos de otros, mostrándose como fases históricas diferentes e infravalorando el rol que concede el materialismo dialéctico a las rupturas de la continuidad, a los saltos (¡también y sobre todo en el socialismo!); en definitiva, a la consigna revolucionaria de la política al mando.

Como consecuencia de dicho planteamiento evolucionista (por supuesto, heredado del paradigma teórico-político de la II Internacional), el desarrollo de las fuerzas productivas se convirtió para la dirección soviética (12) en un elemento determinante de la historia. Así, la lucha de clases ya no era el motor de la historia, sino en todo caso un accidente o un elemento complementario de unas fuerzas productivas abstraídas de las relaciones de producción, que es como entiende el materialismo vulgar la relación dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción. De hecho, la concepción mecanicista y evolucionista del marxismo, que fue —y continúa siendo— hegemónica en el seno del movimiento comunista internacional, tiene como sedimento la primacía dada al desarrollo de las fuerzas productivas; una concepción cuyos presupuestos ontológicos más importantes tienen su origen en el tecnocratismo humanista de Saint-Simon.

Habida cuenta de que no existe el socialismo más que en la medida en que construye el comunismo, la postura estaliniana sobre la construcción del socialismo rechaza, en el fondo, la tesis leninista sobre el socialismo y el comunismo. Y es que como proceso histórico que es, el socialismo solo puede desarrollarse a través de una lucha profunda y radical contra la división del trabajo, de una transformación consciente de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, en favor de lo que Marx calificó como “politecnicismo”. En suma, el socialismo es un proceso dialéctico en el que la negación de la negación se materializa en la condición proletaria, que se generaliza y se hace fuerte al tiempo que debe transformarse y tender a desaparecer progresivamente.

En definitiva, bajo el paraguas de esta concepción evolucionista fue inevitable terminar entendiendo el socialismo como la transición mecánica a la sociedad sin clases, que se realiza tras el fin de la lucha de clases, bajo el efecto de una necesidad técnica, puramente económica y organizativa, tomada a su cargo por el Estado proletario.

El socialismo es la dictadura del proletariado, el sendero rojo del comunismo

Partamos de una premisa básica e indiscutible: el comunismo solamente puede ser construido a partir del material humano legado por el modo de producción capitalista (13). Como en toda sociedad históricamente constituida, las contradicciones sociales en la dictadura proletaria surgen en el interior del sistema, contrariamente a lo que postula el reduccionismo revisionista y su teoría de los agentes externos como únicos restauradores del capitalismo tras la eliminación formal de la propiedad privada de los medios de producción.

En relación con la implantación del poder obrero, de la dictadura del proletariado, hay que tener muy clara una cosa: las masas proletarias no se rebelan contra el estado de cosas impuesto por el capitalismo por simple convicción o gracias a la propaganda de la Buena Nueva comunista, sino exclusivamente mediante su experiencia política de construcción y participación en el Nuevo Poder (que constituye “brotes de comunismo”, por usar la expresión de Lenin), fase en la cual están en condiciones de comprobar el antagonismo entre las relaciones sociales dominantes y sus intereses vitales e históricos.

En el momento en que el movimiento revolucionario de masas pierde fuerza, se extingue o es desviado de sus objetivos revolucionarios en el seno del Estado-comuna, las tendencias contrarrevolucionarias del revisionismo se desarrollan y se hacen fuertes hasta restaurar el capitalismo si no lo impide el Partido Comunista, el amplio y masivo movimiento revolucionario organizado.

En torno a los órganos de Nuevo Poder, soviets o consejos de obreros armados, debemos reparar en que la dialéctica complejidad ontológica y organizativa de los soviets se demuestra por su doble naturaleza: por un lado, los soviets o consejos de obreros armados son un nuevo poder proletario, un nuevo tipo de Estado, el embrión del Estado-comuna; por otro lado, los soviets constituyen la organización directa y propia de las masas proletarias, diferente de todo Estado y, desde el punto de vista histórico-tendencial, antagónica con la organización estatal en general. Con los soviets sucede lo que ocurre con las contradicciones insoslayables del Estado proletario: debe fortalecerse para combatir al revisionismo, a la burguesía más o menos latente durante el socialismo, pero ese fortalecimiento ha de ir encaminado a hacer desaparecer toda forma de Estado, de poder político, incluyendo por supuesto la democracia socialista. El Estado burgués se destruye, el Estado proletario se debilita hasta su total extinción. Pero no se debilita de forma natural (que es una idea subyacente total o parcialmente en el grueso de la vanguardia actual, y también en parte en el pensamiento de Lenin), sino tras un proceso de revolución ininterrumpida hasta el fin de toda forma de opresión de unos seres sobre otros.

El revisionismo, tan dado a desnaturalizar el marxismo para adecuarlo a su visión antidialéctica (propia de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía radicalizadas), obvia que sin poder revolucionario de masas, es decir, sin Nuevo Poder armado y construido bajo la dirección del Partido Comunista, no hay posibilidad de generar Revolución, dado que

“(…) el nuevo poder no cae del cielo, sino que surge, crece a la par del viejo, en oposición al viejo poder, en lucha contra él. Sin la violencia contra los opresores, que tienen en sus manos instrumentos y órganos de poder, es imposible liberar al pueblo de los opresores (…) En tiempos de guerra civil, todo poder que haya resultado vencedor solo puede ser una dictadura (…) La noción científica de dictadura no significa otra cosa que un poder ilimitado no sujeto a ninguna clase de leyes ni absolutamente a ninguna clase de reglas y directamente apoyado en la violencia” (Lenin, El triunfo de los kadetes y las tareas del partido obrero, 1906).

Los consejos de obreros armados y las bases de apoyo de estos, que constituyen la médula espinal de la guerra civil revolucionaria (o Guerra Popular Prolongada), son de hecho el embrión de la dictadura proletaria. Y decimos embrión porque, pese a las diferencias que existen entre los primeros soviets creados por el Partido de Nuevo Tipo y los soviets que se desarrollan cuando el poder proletario ha destruido completamente el Estado capitalista en un territorio dado, los órganos de Nuevo Poder que constituye, potencia y extiende el Partido para confrontar la dictadura proletaria con la dictadura burguesa durante la defensiva estratégica, el equilibrio estratégico y la ofensiva estratégica son ya de hecho la dictadura del proletariado, aunque en un estado aún poco desarrollado. Veamos qué decía Lenin al respecto, ya en 1906:

“Los órganos descritos por nosotros eran, en germen, una dictadura, pues este poder no reconocía ningún otro poder, ninguna ley, ninguna norma, proviniera de quien proviniere. Un poder ilimitado, al margen de toda ley, que se apoya en la fuerza en el sentido más directo de esa palabra, es precisamente lo que se entiende por dictadura” (El triunfo de los kadetes y las tareas del partido obrero).

Continuando con el mismo escrito de Lenin, podemos preguntarnos en estos momentos: ¿en qué se apoyan los órganos del poder revolucionario, los órganos del Nuevo Poder?:

“(…) los nuevos órganos del nuevo poder (…) se apoyaba[n] en la masa popular (…) Este es un poder abierto para todos que lo hace todo a la vista de las masas, órgano directo de la masa popular y ejecutor de su voluntad. Tal era el nuevo poder popular” (14).

En contraste con estas posiciones, el revisionismo reniega en la teoría y en la práctica de la constitución de órganos de Nuevo Poder. A lo sumo, llega a la impostura de vender sus órganos sindicalistas como órganos de Nuevo Poder, cuando estos solo pueden considerarse tales a condición de que sean generados por el Partido (como parte de la tríada Partido-Ejército-Nuevo Poder/Frente) y de que constituyan la expresión del poder revolucionario, político-militar, de las masas proletarias. Dado que la concepción oportunista sobre la Revolución socialista es espontaneísta e insurreccionalista, al proletariado solo le queda, si continúa maniatado por esta visión, resignarse a generar un movimiento “de masas” desde lo sindical y económico, a la espera de que las condiciones “objetivas” sean propicias para “organizar la revolución” mediante una huelga general política y una insurrección. Es decir, para el revisionismo, el movimiento revolucionario no se genera fuera del movimiento espontáneo, sino dentro; además —como corolario lógico de esta premisa—, el proletariado tampoco debe constituir su propio Ejército Rojo para ir ampliando y consolidando, mediante la práctica de la Guerra Popular Prolongada, el poder revolucionario de la clase obrera. Esta posición demuestra el carácter antimarxista del revisionismo, que se niega a aprender de las lecciones históricas que nos ha legado la experiencia del movimiento comunista internacional, lo que lleva aparejado el desprecio hacia las aportaciones de Mao en torno a la teoría de la Guerra Popular o hacia la riquísima experiencia del PCP y su paradigma de construcción de un movimiento genuinamente revolucionario. Pero lo más llamativo no es que rechacen estos aportes (algo esperable del revisionismo, que es mecanicista y dogmático por naturaleza), sino que demuestren una ignorancia supina o un desinterés abierto hacia los mismos postulados de Marx, Engels o Lenin en torno a la guerra civil revolucionaria y al poder revolucionario. Veamos otro ejemplo que demuestra cómo Lenin entendió, aunque con las limitaciones referidas con anterioridad, la naturaleza del Nuevo Poder:

“¿Está bien que el pueblo aplique métodos de lucha ilegales, no reglamentarios, no regulares ni sistemáticos, tales como apoderarse de la libertad, crear un nuevo poder formalmente no reconocido por nadie y revolucionario, aplicar la violencia contra los opresores del pueblo? Sí, está muy bien” (El triunfo de los kadetes y las tareas del partido obrero).

En otro orden de cosas, podemos plantear que entre la burguesía y el proletariado, por una parte, y el Estado en general, por otra parte, hay una similitud y una disimilitud que deben ser comprendidas bien: la similitud consiste en que ambas clases necesitan un tipo determinado de poder estatal; la disimilitud tiene que ver con el hecho de que el proletariado, al ser la primera clase dominante que tiene como fin histórico acabar con las clases sociales, necesita destruir toda forma de poder político, estatal.

Por otro lado, hay que ser conscientes de que la deformación burocrática de la que hablaba Lenin al analizar el recién creado Estado soviético es consustancial a todo Estado, a la división del trabajo que lo sustenta. Por tanto, es en el propio Estado obrero donde se inserta la contradicción principal. La contradicción entre el socialismo y el imperialismo no es de hecho externa, sino interna (primeramente porque es una forma bajo la cual se desarrolla el antagonismo entre capital y fuerza de trabajo, y en segundo lugar porque no se pueden comprender ambas categorías, si es que se pretende ser marxista, como si fueran entidades separables, como si pudieran manifestarse de forma pura). Y, dado que es a través de las contradicciones internas como se manifiestan las contradicciones externas, es una desviación revisionista y mecanicista plantear que los enemigos del socialismo no provienen principalmente del Estado proletario, del aparato productivo-administrativo socialista y de la dirección del propio Partido Comunista.

Otro aspecto que consideramos que debe ser clarificado es el de relación entre la dictadura del proletariado y las instituciones representativas. Es falso decir que el marxismo-leninismo se opone a la democracia representativa en abstracto. A lo que se opone es a las instituciones representativas propias de la democracia burguesa, pero, como Lenin apuntó correctamente:

“Sin instituciones representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse, si la crítica de la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacía” (Lenin, El Estado y la revolución).

Dicho lo cual, recordemos que la dictadura proletaria no es el “tránsito” del capitalismo al comunismo sin más (esta es una visión metafísica, revisionista y mecanicista del socialismo). Sí, el Estado de dictadura proletaria es el periodo de transición del capitalismo al comunismo, pero es también el socialismo como periodo histórico de revolución que necesariamente debe ser ininterrumpida y que debe profundizar la lucha de clases hacia la sociedad comunista. La dictadura proletaria es la realidad de la tendencia histórica que empieza desarrollándose dentro del capitalismo con la creación y la extensión del Nuevo Poder (un poder que no cae del cielo), con el desarrollo del movimiento revolucionario desde la fase de defensiva estratégica hasta la fase de ofensiva estratégica.

Una definición claramente unilateral, errónea y oportunista del socialismo es aquella que lo concibe como una ecuación en la que solamente habría que sumar la propiedad estatal de los medios de producción y el poder político del proletariado, haciendo abstracción de la necesaria lucha de clases en el socialismo con el objetivo de eliminar las bases materiales de la sociedad de clases. Atendiendo al punto de vista revolucionario, el socialismo no es ni puede ser en ningún caso una sociedad sin clases (o con clases aliadas, “no antagónicas”, como planteaba erróneamente Stalin). En el socialismo está en proceso de desaparición la estructura clasista de la sociedad, pero, puesto que perduran las bases materiales de las clases sociales, solamente existe tal proceso de desaparición de las clases a condición de una aguda lucha de clases contra los intereses y la línea de la burguesía que sigue persistiendo en el nuevo Estado, en el aparato económico y administrativo, etc. (15)

Por tanto, el socialismo no es, como planteaban los oportunistas Kautsky y Plejanov (o como postula el revisionismo actual), un modo de producción histórico propio o una forma socioeconómica independiente del capitalismo. Porque, en palabras de Marx, de lo que aquí se trata “no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (Crítica al programa de Gotha) (16).

Veamos la forma dialéctica en que Lenin concibió el Estado proletario, socialista, durante el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo:

«Resulta, pues, que bajo el comunismo (17) no solo subsiste durante cierto tiempo el derecho burgués, sino que subsiste incluso el Estado burgués ¡sin burguesía!» (El Estado y la revolución).

Esta última idea es especialmente interesante, puesto que demuestra que para Lenin la instauración definitiva de la dictadura del proletariado en un territorio determinado no podía suponer por sí misma la erradicación de las relaciones sociales burguesas. Sin embargo, según la lectura evolucionista y mecanicista de la teoría revolucionaria (lectura que demuestra que el revisionismo es incapaz de pensar la materia social en términos de movimiento, contradicción y tendencias), el socialismo y el comunismo son solo dos fases sucesivas en las que el desarrollo socialista de las fuerzas productivas, la tecnificación masiva y la “firmeza” ideológica bastan para llevar al proletariado a la victoria. Los hechos históricos relacionados con el triunfo del revisionismo en los Estados de dictadura del proletariado han impugnado claramente esta tesis mecanicista y antimarxista. Otra cuestión es que el oportunismo, que se niega a hacer un balance marxista del marxismo, tenga intención de comprender cabalmente esto.

Sobre la relación entre el capitalismo de Estado proletario y el socialismo, recordemos lo que dijo Lenin al respecto:

El socialismo no es más que el monopolio capitalista de Estado puesto al servicio de todo el pueblo y que, por ello, ha dejado de ser monopolio capitalista” (Lenin, La catástrofe que nos amenaza…, Cartago, t. XXV, p. 389 [348-349]).

Por consecuencia, para acabar con las contradicciones del capitalismo monopolista de Estado no hay alternativa que no pase por la Revolución socialista. Y, para acabar con el capitalismo de Estado existente durante la dictadura del proletariado, no hay otra solución que no pase por profundizar la Revolución socialista mediante la lucha ideológica y política del Partido Comunista contra el revisionismo, contra esa burguesía burocrática que permanece siempre en estado más o menos latente durante el desarrollo del socialismo. Como sostuvo Lenin:

“El desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo, pasa por la dictadura del proletariado, y solo puede ser así, ya que no hay otra fuerza ni otro camino para romper la resistencia de los explotadores capitalistas” (El Estado y la revolución).

En conclusión, la propiedad estatal de los medios de producción es condición necesaria pero no suficiente en el socialismo. Y esto es así porque hasta que no se llega plenamente a la fase superior del comunismo no hay una apropiación integral de los medios de producción por parte de la clase obrera, sino que tal apropiación continúa siendo formal y no permite aún suprimir completamente la separación de la fuerza de trabajo y del control real de los medios de producción. La dictadura del proletariado, entonces, tiene como fin supremo la revolución ininterrumpida hasta la autoemancipación total de toda la Humanidad explotada.

Notas

(1). El oportunismo ortodoxo actual, que suele hacer ascos a todo lo que tenga que ver con la teoría de vanguardia como rectora del proceso de construcción concéntrica del movimiento revolucionario, olvida a esos clásicos a los que tanto apela cuando se desentiende de la perentoria necesidad de acometer con éxito el Balance del Ciclo de Octubre. Reparemos en lo que, según Lenin, hicieron los marxistas rusos tras la experiencia revolucionaria de 1905: “En Rusia, tanto los bolcheviques como los mencheviques, inmediatamente después de la derrota de la insurrección armada de 1905, realizaron el balance de esta experiencia” (Lenin, Contribución a la historia del problema de la dictadura [1920]).

(2) Precisemos que el proletariado no es en absoluto una clase totalmente homogénea. Tampoco es inmutable ni tiene ningún porvenir revolucionario escrito en su ADN, como defiende el revisionismo obrerista. Por el contrario, para que sea una clase revolucionaria debe poner en marcha su propio poder, lo que se consigue con la unión de los elementos que portan la ideología revolucionaria (vanguardia teórica) y de los elementos que encabezan los movimientos espontáneos de las masas obreras (vanguardia práctica).

(3) Un peligro que —conviene aclarar esto las veces que hagan falta— no se activa cual resorte de una determinada pieza, sino que solo puede ser generado por un movimiento revolucionario organizado.

(4) “La instauración inmediata de la dictadura como único medio de realización de la democracia” (Marx, Nachlass (Herencia [literaria]). Esta afirmación expresa con gran nitidez el carácter de clase de la democracia y la dictadura, algo que niega el reformismo, para el cual la democracia sería una forma social neutra y pura, cuyo carácter de clase moderno (burgués o proletario) puede ser moldeado en función de la acción de partidos políticos y fuerzas sociales que operen desde dentro del Estado burgués para su reforma gradual.

(5) En cuyo seno, evidentemente, pueden tejerse distintas alianzas entre fracciones dominantes. De hecho, la configuración del Estado imperialista no sería tal sin la participación política conjunta (y variable en función de la correlación de fuerzas y de la coyuntura política) del gran capital, la burguesía media, la pequeña burguesía y la aristocracia obrera en el aparato estatal capitalista. Otra cuestión es la evolución que este bloque de clases dominantes está sufriendo en los últimos tiempos, evolución espoleada sin duda por la gran crisis económica capitalista que aún padecemos, que ha traído aparejada una ofensiva considerable de la oligarquía financiera.

(6) “Mientras existe el Estado no existe libertad. Cuando haya libertad no habrá Estado” (Lenin, El Estado y la revolución). Por otro lado, no debemos olvidar que el mismo Lenin, en la obra precitada, señaló que “Engels aconseja a Bebel (…) borrar completamente del programa la palabra Estado, sustituyéndola por la de ‘comunidad’”. También Marx optó por denominar “Estado-comuna” al Estado proletario, así como Engels llegó a hablar de semiestado para diferenciar el nuevo Estado revolucionario del Estado capitalista, todo lo cual demuestra el carácter dialéctico del Estado para el marxismo.

(7) En Una gran iniciativa, Lenin defendió que la dictadura proletaria no implicaba solo ejercer violencia sobre los explotadores, sino algo de mucho mayor calado transformador: “La dictadura del proletariado (…) no es solo el ejercicio de la violencia sobre los explotadores, ni siquiera es principalmente violencia la base económica de esta violencia revolucionaria. La garantía de su vitalidad y éxito está en que el proletariado representa y pone en práctica un tipo más elevado de organización social del trabajo que el capitalismo. Esto es lo esencial”.

(8) Podemos definir el aparato de Estado como su organización material, el resultado histórico de la división social del trabajo, base de la existencia de las clases sociales. Sin esta organización material no cabe concebir la existencia de ningún tipo de Estado.

(9) El campo del oportunismo es hoy amplio y variado, y en él confluyen tanto elementos que forman parte integrante del Estado burgués, que incluso reniegan abiertamente de la dictadura del proletariado (el eurocomunismo o el reformismo pequeñoburgués en sus distintas variantes son sus grandes paradigmas), como el revisionismo, que es de hecho el más nocivo del campo oportunista por seguir compartiendo formalmente y de boquilla algunos preceptos básicos del marxismo tales como la necesidad del Partido o del derrocamiento violento del poder burgués. Para nosotros, distinguir pertinentemente una categoría oportunista de otra es imprescindible para conocer a nuestro enemigo, para completar con éxito el proceso de reconstitución del comunismo (aunque, por supuesto, no existe una frontera inexpugnable entre el reformismo y el revisionismo). Por otro lado, esta posición ya estuvo muy presente en Lenin, quien, en su Contribución a la historia del problema de la dictadura (1920), planteó lo siguiente:  “(…) no solo todos los oportunistas y reformistas, sino también todos los ‘kautskianos’ (gentes que vacilan entre el reformismo y el marxismo)”. Dentro del movimiento comunista internacional en general y del Estado español en particular, la hegemonía la siguen ostentando aún los kautskianos, las “gentes que vacilan entre el reformismo y el marxismo”. De ahí la importancia crucial de esta diferenciación ideológica y política.

(10) Véanse estas dos reflexiones de Lenin (sobre todo la segunda): “(…) sólo en el curso de una larga y terrible lucha, la dura experiencia de la vacilante pequeña burguesía la llevará, después de comparar la dictadura del proletariado con la dictadura de los capitalistas, a la conclusión de que la primera es mejor que la segunda (Obras completas, Akal, tomo XXXII, pp. 253 y 259); “Imaginar que la revolución social es concebible sin las revueltas de las naciones pequeñas en las colonias y en Europa, sin los estallidos revolucionarios de una parte de la pequeña burguesía con todos sus prejuicios, sin el movimiento de las masas proletarias y semiproletarias sin consciencia de clase contra la opresión de los terratenientes, la iglesia, la monarquía, las naciones extranjeras, etc. —imaginar eso significa repudiar la revolución social—. Sólo aquellos que se imaginan que en un lado se alineará un ejército y dirá: ‘Estamos por el socialismo’, y en el otro lado otro ejército dirá: ‘Estamos por el imperialismo’, y que así será la revolución social… Quien espere una revolución social ‘pura’ nunca vivirá para verla. Tal persona pregona la revolución sin entender lo que es la revolución” (Obras escogidas, tomo V).

(11) Sobre este particular, remitimos a nuestro estudio monográfico sobre Stalin, las clases sociales y la restauración del capitalismo.

(12) En este sentido, llama la atención comprobar cómo el hilo del evolucionismo-productivismo revisionista conecta tanto al marxismo “ortodoxo” como al trotskismo o a la “izquierda comunista”. Esto demuestra que el derechismo, el centrismo y el “izquierdismo”, pese a la fraseología que puedan emplear, no asumen ni comprenden la cosmovisión revolucionaria, proletaria.

(13) “Esto es solo la mitad del trabajo; es poco vencer a la burguesía, terminar con ella; hay que obligarla a que trabaje para nosotros” (Lenin, XXXIII, 295 [265], Cartago); “[de lo que se trata es de] construir el comunismo con manos no comunistas” (Lenin, XXXIII, 296 [266], Cartago).

(14) Además, Lenin siempre dejó meridianamente claro el potencial revolucionario de las masas guiadas por su Partido. Así lo hizo en El Estado y la revolución: “(…) los obreros armados son gente práctica y no intelectualillos sentimentales, y será muy difícil que permitan que nadie juegue con ellos”.

(15) Es erróneo pensar que solo la pequeña producción engendra tendencialmente relaciones capitalistas, puesto que estas también se reproducen y se hacen fuertes en el seno del aparato estatal (con una ideología burguesa, revisionista, que sigue estando presente, y a la que hay que combatir sin cuartel desde la lucha entre dos líneas, por mucho “cierre de filas” que pregone el revisionismo ortodoxo con su típica visión estrecha y metafísica de lo que este entiende por “revisionismo” u “oportunismo”) y en la división social entre trabajo manual y trabajo intelectual que se reproduce dentro del aparato productivo estatal, una división que genera unas relaciones sociales determinadas que no pueden ser abolidas por decreto. Si bien en Lenin ya encontramos limitaciones en este sentido, es en el revisionismo “ortodoxo” donde observamos cómo se contempla de forma totalmente lineal la restauración capitalista en un Estado proletario, a nivel interno, solamente desde la vía de la pequeña producción o de la producción no ligada directamente a las unidades productivas del Estado socialista.

(16) “Cuando lo nuevo acaba de nacer, tanto en la naturaleza como en la vida social, lo viejo siempre sigue siendo más fuerte durante cierto tiempo” (Lenin, Una gran iniciativa).

(17) Comunismo referido al socialismo (considerada por Marx la fase inferior de la sociedad comunista), no a la fase superior, no al comunismo propiamente dicho, es decir, al periodo histórico de la Humanidad en que ya no existe opresión de clase, de género, etc.

Revolución o Barbarie

Diciembre de 2014

La encrucijada del nacionalismo – Balanç i Revolució

CASTELLANO:

La encrucijada del nacionalismo

Documento sobre la cuestión nacional catalana y las tareas de los comunistas

I.  INTRODUCCIÓN

Balanç i Revolució (BiR) se presenta como grupo o destacamento de vanguardia en territorio catalán para la reconstitución ideológico-política del comunismo, con el objetivo de formar un Partido Comunista de Nuevo Tipo en el Estado español para la Revolución Proletaria Mundial. Debido al carácter del momento actual —derrota y repliegue del comunismo, expresado con el fin del último Ciclo Revolucionario (1917-1989)—, nuestra tarea se centra elementalmente en la formación polifacética de cuadros revolucionarios, mediante el balance o síntesis del pasado Ciclo Revolucionario, la lucha de dos líneas y el trabajo teórico-ideológico general, en dirección consciente hacia la formación y organización de la vanguardia teórica marxista (reconstitución ideológica) como una premisa básica para la formación del Partido Comunista (reconstitución política).

Actualmente, la línea revolucionaria se encuentra en plena derrota y repliegue, incapaz de tratar las tareas y contradicciones del momento actual y, por consiguiente, el revisionismo es la línea dominante en el Movimiento Comunista Internacional, en todo el abanico de corrientes que lo conforman. En el Estado español en concreto se reproduce, en líneas generales, esta situación en la amplia multiplicidad de organizaciones “comunistas”; la revolución proletaria ya no está en el horizonte del movimiento comunista ni de las masas. En este panorama, la Línea de Reconstitución plantea encarar la rearticulación del movimiento revolucionario por el comunismo no desde la reproducción mecánica de arquetipos asimilados, sino desde la reconstitución ideológico-política del comunismo para situar la teoría revolucionaria en un punto más elevado, superando así dialécticamente las limitaciones y errores de la praxis acumulada. El Movimiento por la Reconstitución, en la línea de masas y tareas de la actualidad, ha experimentado un crecimiento significativo en los últimos años. En este contexto general, Balanç i Revolució (BiR) se presenta como destacamento por la Reconstitución en territorio catalán, aspirando a agrupar y formar la vanguardia teórico-ideológica catalana en el proceso general por la reconstitución del Partido Comunista.

Debido a la singular intersección de diversas contradicciones inmediatas en el Estado español, como son, entre otras, la reorganización del Poder con la ofensiva característica del gran capital en el contexto de crisis sistémica, la correspondiente respuesta de la mediana-pequeña burguesía y la aristocracia obrera, y la cuestión nacional catalana —estrechamente relacionada con el punto anterior—, desde Balanç i Revolució (BiR) creemos conveniente presentarnos mediante un documento donde se exponen nuestras líneas generales de forma vinculada a nuestro posicionamiento sobre el “proceso soberanista”. Es decir, creemos que la inmediatez del 9-N nos ofrece una gran oportunidad para presentarnos y abordar la cuestión, siendo éste un tema realmente polémico, amplio, pendiente de un profundo debate y copado por los análisis revisionistas dominantes.

La cuestión nacional catalana, o general en el Estado español, es algo que exige un escrupuloso estudio histórico, un balance crítico y un posicionamiento claro que rompa con la línea revisionista dominante. Así, para poder entrar de lleno en las tareas actuales respecto a esta cuestión, hace falta profundizar previamente en ella mediante el análisis concreto e histórico de la situación concreta. Esto equivale, en términos marxistas, al análisis histórico de la configuración del Estado español y el encaje de las diversas naciones en él según la organización de la producción e intercambio mercantil capitalistas y la lucha y correlación de clases. Se esbozarán aquí unas líneas generales orientativas; nuestra aportación pretende ser un grano de arena que contribuya al debate profundo y conjunto de la vanguardia comunista sobre el tema.

II. ANÁLISIS GENERAL DEL ESTADO ESPAÑOL

El Estado español es un Estado plurinacional desarrollado sobre la alianza de las grandes burguesías monopolistas de las diversas naciones, que constituyen la columna vertebral del Poder burgués. En el Estado español existe una nación privilegiada-dominante —nación castellana— y un conjunto de naciones oprimidas a las cuales no se les reconoce su carácter nacional, su igualdad de derechos respecto a la nación opresora ni su derecho a la autodeterminación. Así, los rasgos nacionales de la nación opresora tienen un carácter predominante sobre las diversas naciones oprimidas, hecho derivado tanto de la situación pre-jurídica del Estado burgués de sumisión violenta de los territorios, como de las exigencias idiomáticas del modo de producción y del intercambio capitalista, en favor de la lengua mayoritaria, y del carácter general del Estado español. No obstante, las diversas naciones oprimidas presentan cierta «autonomía nacional», reflejo de la forma de desarrollo capitalista en el Estado español y de la alianza interburguesa de su configuración.

Como se puede comprender, entonces, el Estado español es un caso realmente particular de configuración estatal en el proceso de desarrollo capitalista, ya que rompe el esquema dominante de Estado-nación. Esta particularidad histórica en la formación del Estado español moderno está íntimamente relacionada con la articulación e interrelación de las naciones periféricas del Estado —Catalunya y Euskadi, principalmente— en su desarrollo capitalista. Las premisas y formas para la organización social capitalista —masas de campesinos separados de la tierra y trabajadores de los instrumentos de trabajo, producción de mercancías y mercado correspondiente y acumulación originaria de capital— se manifestaron con especial preponderancia en territorio catalán y vasco; su situación geográfica de cara al mercado mediterráneo y atlántico, la fuertemente desarrollada producción manufacturera y, en el caso catalán, un peso considerablemente importante en el mercado colonial y una abundante mano de obra ofrecieron las bases para un desarrollo capitalista más rápido que en otras partes del Estado. Así lo prueban, por ejemplo, la introducción inicial de la máquina de vapor en estos territorios —año 1833, fábrica textil Bonaplata—, la alta tasa de industrialización respecto al resto del Estado y las primeras formas primitivas de movimiento obrero económico —Societat de Protecció Mútua dels Teixidors del Cotó de Barcelona; quema de maquinaria de la fabrica Bonaplata el año 1835, etc.—.

Esta contradicción aparente, este choque de intereses, entre unas regiones periféricas relativamente avanzadas y una mayoría del Estado relativamente atrasada y sometida profundamente a las convulsiones feudales y semi-feudales, llevó a las burguesías nacionales nacientes a abrazar opciones federalistas de organización estatal y la forma de república democrática. Los primeros pasos del catalanismo político o política nacional burguesa catalana, con la figura de Valentí Almirall y la celebración de los Congressos Catalanistes de 1880 y 1883 (fundación del Centre Català, la primera organización política catalanista), se inclinaban en este sentido de denuncia de la sujeción y dependencia de las estructuras dinásticas españolas y a favor de una organización regionalista-federalista del Estado. Es decir, se intentaba arrancar concesiones a un Estado centralista y comparativamente atrasado en favor del desarrollo propio de Catalunya —mediante participaciones puntuales, como en las Cortes de Cádiz, la I República, etc.—. Así, el primer nacionalismo catalán tomaba forma de la mano de una fuerte burguesía naciente en contradicción aparente con el estado de cosas en el resto del Estado español.

Sin embargo, el dominio y agresividad del imperialismo inglés, holandés, etc., y la debilidad y estrechez del mercado colonial español, y posteriormente su pérdida a raíz del Desastre de 1898, sumado todo a los problemas de comunicación del Estado con el exterior y su fuerte dependencia económica, llevó a les naciones periféricas a adoptar un fuerte proteccionismo y a centrarse en el mercado interno español. Esto significaba, entonces, la necesidad para las burguesías periféricas del desarrollo capitalista en todo el Estado, de la forja del mercado interno y del crecimiento de la demanda, y un interés vital por su parte en la participación para la organización de los asuntos del Estado. De estas fechas, de finales del siglo XIX y principios del XX, en la segunda etapa de la Restauración, son las consignas «catalanitzar Espanya» o «fer política a Madrid». En el año 1901 se formó la Lliga Regionalista, partido político de la gran burguesía catalana con importante presencia en Madrid, y, poco antes, en 1895, el homólogo para la gran burguesía vasca, el Partido Nacionalista Vasco. Con todo esto, entonces, las líneas generales del Poder burgués en España se definieron como un amplio y fuerte bloque de grandes burguesías de diversas naciones, de modo que la adecuación del desarrollo capitalista se apartaba del esquema Estado-nación. En otras palabras, de concesiones y exigencias puntuales por unos proyectos propios, la gran burguesía catalana y de otras naciones pasó a integrarse en la estructuración moderna del Estado español como bloque articulado de grandes burguesías. Dentro de este bloque, orgánicamente unido en torno a la nación poderosa, la nación asimilista y conveniente para el desarrollo socio-económico, las grandes burguesías nacionales —a menudo acompañadas, crítica o acríticamente, por las medianas-pequeñas burguesías— han tendido a desarrollar o exigir instrumentos propios de Poder en sus regiones, por medio de Estatutos de Autonomía, etc.; unos instrumentos que, en su conjunto articulado, constituyen un arraigado Estado burgués, un verdadero ideal capitalista o gran capitalista colectivo, como diría Friedrich Engels. Hay que apuntar, además, que la opresión nacional en el Estado español no es una opresión de naciones imperialistas sobre naciones saqueadas —de tipo colonial o semi-colonial—, porque precisamente la alianza de sus grandes burguesías configura un Estado imperialista y el capitalismo está plenamente desarrollado, sino una opresión o sujeción de tipo político, una sumisión política según la estructura configurativa del Estado burgués.

Por tanto, en general, en los últimos dos siglos la gran burguesía catalana ha sido una facción vitalmente interesada en el pactismo para integrarse en el bloque dominante del Estado español. Esto conduce a una primera conclusión importante, a saber: las pretensiones independentistas, no predominantes históricamente en las reclamaciones nacionales catalanas, han provenido y provienen generalmente de sectores de la mediana y pequeña burguesía. En su afán de «lucha» contra el gran capital, la mediana-pequeña burguesía catalana tiende históricamente a integrarse o combatir la alianza de la gran burguesía catalana con la gran burguesía del resto del Estado español [1]; excluida del bloque dominante, especialmente en períodos de crisis, la mediana-pequeña burguesía catalana arremete contra el statu quo del pactismo entre grandes burguesías, ya sea reivindicando formar parte de este como en sentido rupturista-independentista —franca expresión de lucha e identidad de contrarios—. La contradicción interburguesa entre gran burguesía y mediana-pequeña burguesía, entre gran y mediano-pequeño capital, es la contradicción principal que impulsa la orientación del nacionalismo catalán entre dos polos.  Tal contradicción ha tenido y tiene especial fuerza en la situación nacional catalana; la fuerza y arraigo de la mediana-pequeña burguesía en Catalunya aviva el fuego de la cuestión nacional.

Con perspectiva histórica, esta contradicción interburguesa se ha desplegado continua e incansablemente bajo diversas formas. Claros ejemplos son la separación de Solidaritat Catalana —amplia plataforma unitaria de opciones catalanistas variadas— en el año 1907 por el choque irremediable de intereses; y el conflicto rabassaire de los años 30, entre rabassaires —campesinos arrendatarios no-propietarios— y grandes propietarios, traducido en las exigencias de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y de organizaciones campesinas como Unió de Rabassaires, referentes históricos de la mediana burguesía catalana,  respecto a una legislación a favor del acceso a la propiedad de los rabassaires, y la férrea oposición de la Lliga Regionalista (en general, gran burguesía y terratenientes). La Llei de Contractes de Conreu, aprobada el año 1934, fue recurrida dos veces por la Lliga Regionalista ante el Tribunal de Garantías Constitucionales. La reproducción de esta contradicción llevó incluso al abandono del Parlamento catalán por parte de la Lliga Regionalista.

Todo esto, si se emplea para estudiar la situación concreta del momento actual, permite explicar que el «proceso soberanista» se caracteriza por la intensificación de la contradicción interburguesa principal entre la mediana-pequeña burguesía catalana, con ciertos sectores radicalizados y arrastrando a amplios sectores de la aristocracia obrera, y la gran burguesía pactista catalana, debido a la reacción-ofensiva del bloque dominante del gran capital del Estado español contra otras facciones burguesas (mediana-pequeña burguesía, aristocracia obrera, etc.) para ganar cuota de mercado, fortalecer monopolios, etc [2]. En respuesta a esta ofensiva, la mediana-pequeña burguesía catalana (con mucha fuerza en Catalunya, como se ha comentado), arrastrando a amplios sectores de la aristocracia obrera catalana, entra en contradicción con el bloque dominante del gran capital en que está incluida la gran burguesía catalana adoptando la línea rupturista-independentista.

Después de haber ofrecido algunas pinceladas generales e históricas sobre el transcurso de la contradicción interburguesa principal mencionada, pasaremos ahora a analizar los choques e intereses de tal contradicción en la actualidad. La gran burguesía catalana, así como el resto de grandes burguesías nacionales, no tiene un carácter secesionista; puede dividirse en fracciones más catalanistas o españolistas, pero no cae, en líneas generales, en el saco de la línea rupturista-independentista. Importantes representantes de la gran burguesía monopolista catalana, integrada como parte elemental del bloque dominante del Estado español, como Isidre Fainé (CaixaBank) o Javier Godó (Grupo Godó), claman abiertamente por un «gran pacto» y se han reunido varias veces con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para abordar la cuestión nacional [3] (lúcido ejercicio para probar la posición de la gran burguesía catalana es leer las editoriales del diario La Vanguardia). La gran patronal catalana, Foment del Treball Nacional, ante el «proceso soberanista» comparte posición, en líneas generales, con la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) —claro ejemplo, de nuevo, del bloque entre grandes burguesías nacionales—; se mantiene «al margen», rechaza el camino independentista —incluso el pacto fiscal—, a la vez que urge a realizar «grandes pactos» [4]. La precipitación de los acontecimientos les ha llevado a aceptar, en septiembre de 2014, un posible marco legal y acordado por el bloque dominante para el «proceso soberanista» y algún tipo de «pacto fiscal» para solucionar el problema [5]. Sería un clamoroso error, como lo hacen la mayoría de organizaciones «comunistas», identificar el «proceso soberanista» como una orientación política de la gran burguesía monopolista catalana; esto lleva a una posición realmente incómoda, impotente para comprender la fuerza y ​​el papel de la mediana-pequeña burguesía y su contradicción con la gran burguesía y, a la vez, ambigua en torno a unos propósitos imaginarios de la gran burguesía catalana.

La mediana-pequeña burguesía catalana ha sido la principal fuerza de clase impulsora del camino independentista, proceso emanado de las contradicciones y correlaciones explicadas anteriormente. Su posición e intereses, en «oposición» al bloque dominante de grandes burguesías para integrarse o combatir la alianza de la gran burguesía catalana con la gran burguesía del resto del Estado español, dependen en gran medida de la postura del Gobierno y de las fuerzas políticas del bloque dominante. Si el transcurso de los acontecimientos permiten mejorar su posición en la negociación y estructuración político-económica del Estado español, amplias capas de la mediana-pequeña burguesía —en especial, la mediana burguesía— renunciarán al camino independentista; pero, si la inflexibilidad de la ofensiva del gran capital del bloque dominante permanece férrea, la mediana-pequeña burguesía catalana, excluida y enfrentada vivamente contra el gran capital del bloque dominante, aspirará como proyecto político a romper con el Estado español para configurar la República Catalana [6]. El desarrollo progresivo del «proceso soberanista», ya en un lapso de tiempo reciente, así lo prueba; desde un Estatuto de Autonomía recortado hasta un pacto fiscal negado, esto es, con la continua postura rígida del bloque dominante del gran capital, la mediana-pequeña burguesía ha ido basculando a favor de la independencia política de Catalunya. Así, toda la patronal y varias organizaciones de la mediana-pequeña burguesía catalana se han unido al Pacto Nacional por el Derecho a Decidir—PIMEC, Fepime, Círculo Catalán de Negocios, CECOT, etc.—, a pesar de las iniciales reticencias y vacilaciones explicadas —el Círculo Catalán de Negocios abandonó PIMEC por su negación inicial a tratar la línea independentista [7]—.

Por otra parte, en la actual coyuntura política de polarización, es decir, de intensificación de la contradicción entre gran burguesía catalana y bloque dominante del gran capital en España, y la mediana-pequeña burguesía catalana, el papel de la burguesía catalana no-monopolista, o de segunda línea, es realmente difícil de trazar. Se puede advertir cierto distanciamiento respecto a la gran burguesía monopolista, pero la «capa de transición» entre ellas es fina y característicamente permeable. En cuanto a la aristocracia obrera catalana, la proporcionalidad de intereses con la mediana-pequeña burguesía —sobre todo con los sectores más radicalizados— la ha arrastrado tras la basculación independentista de esta. Así, los sindicatos monopolistas de CCOO y UGT en Catalunya se han alineado a favor del «proceso soberanista», adhiriéndose al Pacto Nacional por el Derecho a Decidir. Sin embargo, esta posición entra en contradicción con el posicionamiento de CCOO y UGT en el ámbito estatal —manifestación de la contradicción secundaria entre mediana-pequeña burguesía y aristocracia obrera de Catalunya y el resto del Estado español—. Además, el seguidismo al bloque independentista ha suscitado discrepancias en sus propias organizaciones [8]. Cabe señalar, sin embargo, que no hay ninguna muralla china entre clases y que, por tanto, sería erróneo concebir una absolutización de sus posiciones —así, por ejemplo, la gran burguesía catalana puede aprovechar la deriva de la mediana-pequeña burguesía catalana para mejorar su articulación en el bloque dominante, puede haber fracciones claramente españolistas de la media burguesía catalana (representadas por Ciutadans (C ‘s), Unión Progreso y Democracia (UPyD) …), etc.—.

Si se echa un vistazo a la correlación política adyacente se puede ver cómo, desde el periodo de los años 80 hasta bien entrado el siglo XXI, Convergència i Unió (CiU) ha representado a la gran burguesía monopolista —junto a otras fuerzas parlamentarias como el partido Socialista de Catalunya (PSC)—, pactista e integrada en el bloque dominante del Estado español —Jordi Pujol era visto como «hombre de Estado» y dicha formación política jugó un papel importante en la configuración y desarrollo vigentes en el Estado español—. En el actual escenario, ante la intensificación de la contradicción entre la gran burguesía y otras capas burguesas inferiores catalanas, CiU ha manifestado claras vacilaciones respecto a su papel histórico. Así, una contradicción secundaria latente en esta organización política, como es la existente entre la línea «conservadora-pactista» de la gran burguesía que históricamente ha representado y la línea «independentista» cercana a la mediana burguesía, ha pasado a primer plano. Actualmente, de la mano de Convergencia Democrática de Catalunya (CDC), parece que en lucha de contrarios con la línea de Unión Democrática de Catalunya (UDC) de los intereses de la burguesía catalana monopolista puede tomar preponderancia la segunda línea —la práctica del futuro inmediato dirá mucho—. Por lo tanto, podría decirse que CiU representa el ala conservadora del «bloque soberanista», correspondiente a la mediana burguesía acomodada y a sectores de la burguesía no monopolista (gran burguesía de segunda línea); hecho que junto con la intersección con la gran burguesía pactista define a CiU y sus contradicciones internas actuales.

Por otra parte, la fuerza política parlamentaria directriz de la línea independentista es ERC, representante histórica de amplias capas de la mediana burguesía principalmente —lo que no excluye vacilaciones hacia otras facciones de clase—. La evolución interna y de su línea política sigue un camino similar a la basculación de la mediana burguesía catalana anteriormente explicada. Además, ERC invitó a numerosas organizaciones de la mediana burguesía a incorporarse al Pacto Nacional, una muestra clara del fortalecimiento y el tejido político-económico que está construyendo. En cuanto a Iniciativa per Catalunya Verds (ICV), la indecisión y vacilaciones internas muestran la contradicción entre una línea más cercana a la mediana burguesía y otra a la pequeña —e incluso a la aristocracia obrera—;  esto se ha acentuado en la actual coyuntura de crisis y ofensiva del gran capital del bloque dominante y los movimientos, entre otros, de CiU. Por tanto, no hay una posición común respecto a la independencia de Catalunya, sino un conglomerado por sectores.

Como fuerzas políticas extra-parlamentarias, cabe señalar el papel que realizan la Asamblea Nacional de Catalunya y Òmnium Cultural, actuando como mecanismo de equilibrio entre los partidos políticos en el movimiento soberanista. Su carácter del bloque de mediana-pequeña burguesía, aunque heterogéneo —Òmnium es más cercano a capas altas de la media burguesía y, ANC se encuentra más próxima o vinculada a sectores de la pequeña burguesía—, se evidencia a través de su importancia en la respuesta independentista de la mediana-pequeña burguesía a la ofensiva del gran capital.

En el ala radicalizada o de izquierda del «bloque soberanista» se encuentran las fuerzas correspondientes a la aristocracia obrera y sectores radicalizados de la pequeña-burguesía. En el primer caso, hay que mencionar a Esquerra Unida i Alternativa (EUiA); en el segundo, aunque con un amplio abanico de relaciones con otros sectores, se encuentra la izquierda independentista. En ella, de la misma forma que en otras organizaciones, se pueden discernir varias contradicciones definitorias. En este caso, según el grado de subordinación a otros sectores del «bloque soberanista» se pueden identificar el ala derechista, representada por Moviment de Defensa de la Terra (MDT) y que confía en la capacidad del «proceso soberanista» para generar una desestabilización aprovechable por la enigmática «revolución» o «transformación social» [9]; el ala izquierdista, representada principalmente por Endavant i Arran [10], críticos y escépticos con el seguidismo a CiU y ERC y la deriva rupturista del «proceso soberanista»; y el ala centrista, basculante y catalizadora entre las dos tendencias anteriores, que ocupa la Candidatura d’Unitat Popular (CUP).

No sería imprudente afirmar, pues, que el resultado del «proceso soberanista» dependerá en gran parte del desarrollo de las contradicciones entre las facciones políticas protagonistas y de las contradicciones en su seno; todo ello en el tablero general de la contradicción principal entre el bloque dominante de las grandes burguesías del Estado español y la mediana-pequeña burguesía catalana y otros sectores inferiores.

En todo este entramado de contradicciones, de intereses y correlaciones de fuerzas de clase, hay que destacar con especial énfasis la situación del proletariado de todo el Estado español, tanto de la nación opresora como de las naciones oprimidas. Esta clase social, la clase social de los desposeídos, no dispone de independencia político-ideológica. En otras palabras, el proletariado es carne de cañón para los intereses de las facciones de clase y los nacionalismos burgueses, tanto de la nación opresora como de la nación oprimida; es aprovechado, manejado y entregado como arma de poder por las respectivas burguesías. La división y enfrentamiento del proletariado de las diferentes naciones del Estado español es una carta jugada por los nacionalismos. Así pues, el proletariado no tiene una línea ni una organización revolucionaria para oponerse a las clases reaccionarias; en ello radica la falta de independencia del proletariado, esposado a los intereses de la burguesía y a la inmediatez de las condiciones actuales. Esto es un hecho. Cabe preguntarse, pues, a qué se debe. En líneas generales, a la derrota actual de la línea revolucionaria, del marxismo —hecho que culmina el último Ciclo revolucionario—. Y, yendo más allá, la derrota o crisis de la línea revolucionaria no debe atribuirse exclusiva o primariamente a factores externos, sino a su propia dinámica dialéctica, al transcurso de sus contradicciones teórico-prácticas, sobre las que pueden actuar e influenciar los factores externos. Es decir, la derrota de la línea revolucionaria en el último Ciclo es una consecuencia de su debilidad, de sus limitaciones y errores; de la incapacidad para resolver y superar (dialécticamente) las contradicciones que surgían y se desarrollaban. El marxismo o teoría revolucionaria no es algo compacto, hermético en sí mismo, acabado y ahistórico, preexistente de la práctica concreta, sino que se encuentra dialécticamente unido a ella (unidad de teoría y práctica); por tanto, se enriquece con ella, se desarrolla de acuerdo a las conclusiones que la práctica puede ofrecer y las necesidades que presenta. De aquí se desprende, ante las condiciones objetivas de innegable derrota y repliegue y para poder rearticular el movimiento práctico-revolucionario, la imperiosa exigencia de sintetizar la praxis acumulada para situar la teoría revolucionaria en un punto más alto, con mayor capacidad para afrontar las tareas prácticas actuales y superar las limitaciones de la práctica revolucionaria anterior [11]. O, dicho de otra forma, la imperiosa exigencia de reconstitución ideológica del marxismo como teoría revolucionaria de vanguardia para las exigencias prácticas de reconstitución del comunismo como movimiento revolucionario de masas.

Hasta aquí se ha ofrecido un análisis general, muy general, sobre la configuración histórica del Estado español, el encaje de las naciones en él y las correlaciones de fuerzas de clase en el «proceso soberanista», y también se ha tratado la necesidad de reconstitución del comunismo ante el panorama de profunda crisis de la línea revolucionaria y la consecuente falta de independencia del proletariado. A continuación se tratarán nuestro posicionamiento y las tareas respecto a la cuestión nacional en general y el derecho a la autodeterminación de Catalunya.

III. CUESTIÓN NACIONAL DESDE EL MARXISMO

Nuestro trabajo, y entendemos que así debe ser para todos los comunistas, se encamina hacia la Revolución Comunista Mundial, hacia la revolución internacional de la clase trabajadora contra el orden social existente. Tal es el objetivo que está a la orden del día, por el que debemos trabajar decididamente todos los comunistas a partir de las tareas del momento actual de reconstitución ideológico-política. El contenido de esta revolución es la lucha internacional del proletariado revolucionario contra el yugo del capital y las clases poseedoras, mediante la guerra revolucionaria de masas o Guerra Popular a partir del Partido Comunista de Nuevo Tipo. El contenido de esta revolución puede tomar forma únicamente si se basa en el internacionalismo proletario, es decir, en la más estrecha colaboración, acción y fusión del proletariado revolucionario de todas las naciones. Sólo una fuerza revolucionaria que fusione al proletariado de todas las naciones contra las clases dominantes puede hacer añicos el poder burgués. Así, nuestro trabajo en la etapa actual se encamina hacia la organización única de la vanguardia teórica marxista de todo el Estado español para la reconstitución política del Partido Comunista de todo el Estado español, por la reconstitución política de la organización revolucionaria de Nuevo Tipo única y central de toda la clase trabajadora del Estado español, que fusione en un mismo cuerpo articulado tanto al proletariado de las naciones oprimidas como de la nación opresora (es preciso señalar que, en caso de independencia de Catalunya, se debería estudiar la opción de forjar el Partido Comunista en la República Catalana, por exigencias del marco político objetivo de lucha, o poder articular un Partido para dos Estados diferentes según la situación que se diera). A su vez, la forma política más adecuada para el Estado-Comuna de transición revolucionaria, por el que nos inclinamos, es un Estado-Comuna unitario y lo más grande posible, que centralice y fusione el esfuerzo del proletariado revolucionario del máximo número de naciones posible [12].

Estas consignas son únicamente factibles con el reconocimiento, defensa y respeto del derecho a la autodeterminación de todas las naciones, de su derecho de libre separación política para convertirse en Estado propio o libre adhesión para unirse a otro Estado. Un movimiento revolucionario internacional basado en la fusión del proletariado revolucionario de naciones opresoras y oprimidas, y la configuración de los Estado-Comuna de transición lo más grandes posibles, son pura fraseología barata si no se basan en la libre unión de los diferentes elementos. No hay libre y fuerte alianza o fusión válidas si es mediante la coacción; sólo bajo el reconocimiento y defensa de la igualdad de derechos de todas las naciones y de su derecho a la autodeterminación puede una fuerza revolucionaria internacionalista tomar forma. Difícilmente es concebible un movimiento revolucionario unitario del proletariado de naciones opresoras y naciones oprimidas si la vanguardia comunista y el proletariado revolucionario de las naciones opresoras no reconocen y luchan decididamente por el derecho a la autodeterminación y la igualdad de derechos de las naciones oprimidas; y un Estado-Comuna revolucionario centralista es difícilmente concebible también si no se basa en la libre adhesión e igualdad de derechos de las naciones que lo conforman. Por tanto, entendemos la necesidad de defender la plena igualdad de derechos y el derecho a la autodeterminación de todas las naciones y el principio internacionalista incondicional de acercamiento y fusión del proletariado internacional —en sentido revolucionario, una cosa no se entiende sin la otra—. Todo ello, la defensa del derecho a la autodeterminación y la plena igualdad entre naciones, implica aceptar el resultado del mandato imperativo de las masas en referendos efectivos; implica un programa y unos hechos concretos y no sólo proclamarlo alegremente de palabra y negarlo en la práctica, como es habitual en los análisis revisionistas.

La defensa de la igualdad de derechos y del derecho a la autodeterminación de todas las naciones, esto es, la reivindicación democrática respecto a las naciones, debe tratarse desde la línea y los objetivos revolucionarios, es decir, desde la lucha revolucionaria totalizadora contra la organización social existente. Las reivindicaciones de tipo democrático, sean del tipo que sean, deben subordinarse por completo al trabajo por la Revolución Comunista, a la lucha revolucionaria y sus tareas y objetivos, y no a la inversa. Si así fuera, si se diera un carácter absoluto y primario a las reivindicaciones democráticas burguesas e inmediatas, el trabajo revolucionario se convertiría en un trabajo basado en un conjunto de luchas parciales cuantitativas, con una orientación espontaneísta e inmediata enmarcada y reproducida en las condiciones dadas. De esa manera se postergarían indefinidamente la línea y el trabajo por la Revolución y se subordinarían los objetivos, formas y tareas a la lucha democrático-burguesa nacional, o a cualquier otra lucha democrática parcial [13]. Grandes ejemplos de todo ello son los lemas «independència per canviar-ho tot», «independència i socialisme», etc.

Por otra parte, la reivindicación democrática por la igualdad de derechos de todas las naciones y su derecho a la autodeterminación debe entenderse en su marco base correspondiente, esto es, en el desarrollo histórico de las naciones y de los Estados en general. Así, la aplicación de estas reivindicaciones, la solución para la cuestión nacional —que no superación del problema nacional, factible únicamente en la fusión de todas las naciones en el comunismo—, puede darse efectivamente dentro del capitalismo e imperialismo. La separación de una u otra nación para convertirse en Estado propio, así como cualquier modificación formal de las fronteras entre Estados capitalistas, es una acción factible y que se ha repetido ampliamente en el marco capitalista internacional. Dicho de otra forma, Catalunya —y Escocia, etc.— puede convertirse en un Estado propio dentro del marco imperialista, puede separarse políticamente de España (en sentido de viabilidad de la aplicación del derecho a la autodeterminación). Tal es el significado del derecho a la autodeterminación, tal es su orientación y amplitud: relación entre Estados, entre naciones. Postergar su aplicación hasta que llegue el socialismo, es decir, admitir su inviabilidad en el marco capitalista, o peor aún, negarlo incluso en el socialismo, denota una clara incomprensión de la naturaleza democrático-burguesa y del marco político de la reivindicación del derecho a la autodeterminación. Es más, esta postura, tal y como se ha explicado antes, obstaculiza la libre unión del proletariado internacional y divide sus esfuerzos, potencia los nacionalismos burgueses y perpetúa la opresión nacional. Y aún hay más: condicionar la defensa del derecho a la autodeterminación, esto es, someter la reivindicación democrática de libre separación de las naciones a criterios unilaterales, equivale a potenciar y defender de facto el nacionalismo burgués de la nación opresora y la opresión nacional ejercida. Todo ello, a pesar de llenarse la boca de internacionalismo y defensa del derecho a la autodeterminación, significa renunciar de facto al derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas en el Estado español —parece que el luxemburguismo aún no ha sido suficientemente combatido—.

Como se ve, el punto cardinal, definitivo, del trato del derecho a la autodeterminación de las naciones gira en torno a la lucha incansable entre nacionalismo e internacionalismo, entre el enfoque burgués y el enfoque revolucionario de la cuestión. Como ya dijera Lenin, «Nacionalismo burgués e internacionalismo proletario: tales son las dos consignas antagónicas irreconciliables, que corresponden a los dos grandes campos de clase del mundo capitalista y expresan dos políticas (es más, dos concepciones) en el problema nacional» [14]. El nacionalismo propugna un enfoque estrictamente exclusivista y circunscrito a la propia nación, tanto en objetivos como en formas, de la cuestión nacional; el internacionalismo propugna un enfoque desde la amplia visión de la necesidad de unidad incondicional del proletariado de naciones opresoras y naciones oprimidas en la línea revolucionaria por el comunismo (sin embargo, aun con apariencia internacionalista y práctica nacionalista, hay organizaciones autodenominadas «revolucionarias», «marxista-leninistas» e «internacionalistas» que proclaman abiertamente que «el nostre objectiu final: la unificació total dels Països Catalans» [15] o que «el nostre treball serà de base dels Països Catalans, de Salses a Guardamar i de Fraga a Maó, en el que treballarem per comarques» [16] ¡Brillante y honesta expresión de internacionalismo!). En general, el nacionalismo se centra en el «correcto», «justo», «libre», etc., desarrollo de la nación en cuestión, mientras que el internacionalismo postula la necesidad de acercamiento y fusión de todas las naciones y del proletariado de todas las naciones en el marco de lucha revolucionaria internacional contra el poder burgués. El nacionalismo se inclina por la «cultura nacional», mientras que el internacionalismo lo hace por la fusión internacional de la cultura proletaria y universal. En definitiva, el nacionalismo es la consigna burguesa y practicista de enfocar la cuestión nacional y el trabajo político en general; el internacionalismo es la consigna proletaria y de principios de tratar la cuestión nacional y el trabajo político en general desde la lucha revolucionaria por el comunismo.

Cabe destacar, por tanto, que la consigna de la plena igualdad entre todas las naciones y de su derecho a la autodeterminación no equivale, ni mucho menos, a identificarse o apoyar los movimientos y aspiraciones nacionalistas de las distintas capas de la burguesía. Por un lado, puede apoyarse esta consigna, elemento básico y elemental como se ha explicado anteriormente, sin posicionarse a favor de la separación política de tal o cual nación por los intereses concretos del movimiento revolucionario y el proletariado (más adelante trataremos nuestro posicionamiento concreto ante el ejercicio del derecho a la autodeterminación de Catalunya). Por otra parte, puede aplicarse tal consigna –y así hemos de aplicarla– de forma totalmente opuesta, desde la línea revolucionaria e internacionalista, como se ha visto. Es más, en la época actual de capitalismo maduro, el imperialismo, cuando la organización mercantil-capitalista de la sociedad se ha impuesto y desarrollado por encima de viejas formas de producción y la fusión internacional del capital en estructuras comunes, el borrado de las barreras nacionales y la múltiple asimilación entre naciones son ya una tendencia histórica universal del capitalismo [17], la actitud del proletariado hacia los movimientos nacionalistas burgueses —la mayoría de los cuales carecen ya de contenido revolucionario— debe ser claramente diferente respecto a la primera época del capitalismo. En la etapa de intensas luchas revolucionarias entre las formas capitalistas y formas feudales y semi-feudales, en la etapa de configuración y consolidación del sistema político-económico capitalista, los múltiples movimientos nacionales de la burguesía tenían un carácter revolucionario para destruir lo «viejo» y desarrollar lo «nuevo», para crear Estados nacionales frente los vestigios aristocráticos. En esta etapa de capitalismo naciente, centrado en el desarrollo interior de las naciones y los Estados, de los mercados nacionales y primarios, el proletariado luchó a menudo junto a capas de la burguesía nacional contra las viejas formas de organización social —las revoluciones de 1848 en toda Europa son un claro ejemplo—. Con el asentamiento del sistema capitalista y el desarrollo de sus formas y contradicciones, con la superación del estrecho marco del mercado nacional y la configuración monopolista, los movimientos nacionalistas han perdido, en la mayoría de casos, su vertiente revolucionaria para el proletariado. Por lo tanto, para tratar la cuestión nacional, la distinción entre la línea burguesa y la línea proletaria, entre el nacionalismo y el internacionalismo, es extremadamente necesaria, así como también potenciar la lucha de líneas entre ellas. Así, en la consigna del derecho a la autodeterminación e igualdad de todas las naciones el proletariado puede y debe oponer y aplicar la política internacionalista, su política independiente de clase.

Adentrémonos más, sin embargo, en la anterior concepción unilateral de identificar el pleno reconocimiento de los derechos y libertades de todas las naciones con apoyar movimientos nacionalistas burgueses. Y es que si se rechaza la consigna democrática de plena igualdad entre todas las naciones y de su derecho a la autodeterminación bajo el argumento de que es una consigna apoyada o impulsada por sectores de la burguesía nacional —o cualquier otro motivo—, se acepta de facto la consigna nacionalista-reaccionaria de las burguesías de las naciones opresoras y la opresión nacional —vuelve a aparecer el fantasma del luxemburguismo—. En lugar de hacer de la cuestión nacional una cuestión proletaria, de subordinarla a los objetivos revolucionarios y tratarla desde el internacionalismo, se encasilla en el campo de la burguesía, se renuncia a ella, se entiende como algo nocivoextrañoajeno. A su vez, intentar implantar o adecuar en el orden de cosas actual los ideales de organización política revolucionaria de los Estados y las naciones, esto es, negar el derecho a la autodeterminación en tanto los comunistas aspiramos a la fusión de las naciones, denota un estrecho punto de vista sobre las tareas revolucionarias, todo obstaculizando la articulación de la libre unión del proletariado de varias naciones, y legitima de nuevo la opresión nacional.

Por tanto, en definitiva, desde Balanç i Revolució (BiR) reconocemos, aceptamos y defendemos con todas las consecuencias resultantes la aplicación del derecho a la autodeterminación para Catalunya y el resto de naciones del Estado español —es decir, su derecho a la libre separación política del Estado español—, en base y a partir de la política internacionalista de fusión del proletariado catalán con el resto del proletariado del Estado español en una organización revolucionaria única y central para la lucha por el comunismo. Las tareas que se nos presentan al conjunto de la vanguardia teórica marxista del Estado español respecto a la cuestión nacional pueden enfocarse —y deben enfocarse— desde dos puntos diferentes, pero de denominador común (unidad dialéctica). Por un lado, en la nación opresora la vanguardia teórica marxista debe poner énfasis en la necesidad de reconocer, aceptar y luchar por el derecho a la autodeterminación de todas las naciones del Estado oprimidas por su nación, sin olvidar las tareas por la organización central y única de todo el proletariado. Por otra parte, en las naciones oprimidas la vanguardia teórica marxista debe poner énfasis en la necesidad de la organización única y central de la clase trabajadora de todo el Estado, en la fuerza y conveniencia de la fusión del proletariado de las diversas naciones para la lucha revolucionaria, sin olvidar la defensa y lucha por el derecho a la autodeterminación de la propia nación. En ambos casos, esto se debe realizar en una constante lucha de dos líneas contra los nacionalismos respectivos que recluyen, dividen y enfrentan al proletariado y contra las formas revisionistas de enfocar la cuestión nacional —que, al fin y al cabo, como se ha visto, terminan en el campo de los nacionalismos—. Estas tareas concretas de la vanguardia teórica marxista en formación se adecuan al momento actual de reconstitución ideológico-política del comunismo y a sus tareas y objetivos generales.

IV. POSICIONAMIENTO

Una hipotética separación política de Catalunya en Estado independiente forzaría —si no lo está consiguiendo ya el «proceso soberanista»— una clara agudización de las contradicciones en el bloque dominante del Estado español, principalmente, y en las estructuras monopolistas europeas, secundariamente, en virtud de la reestructuración político-económica adyacente y las nuevas correlaciones de fuerzas que surgirían. Es importante resaltar esto, no en el sentido mecanicista y vulgar compartido por sectores revisionistas según el cual la agudización objetiva podría propiciar automática y mecánicamente algún tipo de movimiento revolucionario —es necesario el salto cualitativo de la conciencia social proletaria a partir de la fusión en las masas de la teoría revolucionaria, por medio de la acción y mediación del Partido Comunista de Nuevo tipo—, sino en el sentido de debilidad del enemigo de clase y contexto de politización, de caldo de cultivo para trabajar la conciencia revolucionaria. En el mismo sentido, probablemente la independencia política como Estado de Catalunya aliviaría las tensiones nacionalistas entre el proletariado de las diferentes naciones y pondría a la orden del día otras cuestiones. Dicho de otra forma, con la resolución de la opresión nacional respecto a Catalunya y la separación en Estado independiente, los objetivos y las tareas para la acción conjunta del proletariado de Catalunya y las demás naciones del Estado español encontrarían probablemente un mejor escenario, más distendido en términos nacionalistas.

Por otra parte, entendemos que únicamente la franca y directa expresión democrática de las masas por mandato imperativo en referéndum puede aplicar el derecho a la autodeterminación. Otros caminos o formas de intentar «conducir» la aplicación del derecho a la autodeterminación, otros caminos o formas que releguen el protagonismo directo de las masas, son herramientas útiles para la mediana-pequeña burguesía catalana y otros sectores en la negociación por sus intereses frente al bloque del gran capital. Así, la pseudo-consulta del nuevo 9-N se presenta como mecanismo para utilizar el movimiento y la participación de masas como carne de cañón ante el Estado español en tal negociación. Por lo tanto, rechazamos esta forma o camino estratégico de las facciones burguesas independentistas como ejercicio del derecho a la autodeterminación; no obstante, en tanto ejercicio participativo, entendemos que la libertad de voto es la consigna adecuada. En la misma línea, la celebración de elecciones plebiscitarias como mecanismo parlamentario sustitutivo del mandato imperativo de las masas en referéndum efectivo es una expresión aún más lúcida del uso y maniobras consecuentes por parte de la mediana-pequeña burguesía catalana en su relación contractual con el bloque dominante. En el momento actual de redacción del documento, parece claro que el Estado español impugnará y suspenderá también la pseudo-consulta, en la línea general de la ofensiva-respuesta del bloque dominante contra las reivindicaciones de la mediana-pequeña burguesía (hay que dejar claro que el Estado también utiliza todo este tira y afloja para tapar sus propias corruptelas). Además, dada la falta de voluntad, el legalismo burgués y la debilidad de las fuerzas políticas consecuentemente independentistas para poder convocar un referéndum efectivo, se puede llegar a la conclusión de que el referéndum efectivo no se celebrará.

Así, desde Balanç i Revolució (BiR) instamos al boicot ante unas elecciones plebiscitarias y a la libre participación y voto en cualquier ejercicio participativo, desde los objetivos y tareas internacionalistas de trabajo para la Revolución Comunista desarrollados anteriormente. Del mismo modo, instamos a las masas a cuestionarse, enfrentarse y desobedecer el marco legal burgués para poder aplicar debidamente el derecho a la autodeterminación de Catalunya.

La nación, como formación histórica burguesa, es uno de los grandes Minotauros en el inmenso laberinto del sistema capitalista. Muchos son los que, mansos, se postran ante él, mientras que otros tantos tratan de esquivarlo. Confrontarlo forma parte de las tareas históricas e ineludibles de los comunistas, y no hay mejor manera que enarbolando de manera efectiva el derecho a la autodeterminación. Eso hacemos nosotros, plenamente conscientes de que al mismo tiempo retomamos la senda que nos marca ese hilo rojo de Ariadna, con el objetivo de salir del odioso laberinto y llegar a nuestra meta: la humanidad plenamente emancipada, donde las naciones y la explotación del hombre por el hombre no serán más que polvo, reliquias antediluvianas procedentes de la noche de los tiempos.

COMPLETA IGUALDAD DE DERECHOS DE LAS NACIONES; DERECHO DE AUTODETERMINACIÓN DE LAS NACIONES; FUSIÓN DE LOS OBREROS DE TODAS LAS NACIONES; TAL ES EL PROGRAMA NACIONAL QUE ENSEÑA A LOS OBREROS EL MARXISMO, QUE ENSEÑA LA EXPERIENCIA DEL MUNDO ENTERO
V. I. LENIN
¡PROLETARIOS DEL MUNDO, UNÍOS!

3 de noviembre de 2014, Catalunya.

[1]

Las razones materiales de la contradicción interburguesa entre la gran burguesía y la mediana-pequeña burguesía radican en el hecho de que la segunda requiere para su desarrollo un marco económico de acción más local, más autónomo, y unos mecanismos anti-monopolistas que garanticen la protección respecto al gran capital, en contraposición a los intereses y mecanismos internacionales de la burguesía financiera.

[2]

En el contexto de crisis actual, la ofensiva del gran capital, manifestada en una aceleración de la concentración del capital, se acentúa y presenta un escenario de proletarización de capas bajas de la mediana-pequeña burguesía y radicalización de la aristocracia obrera. Esto significa la intensificación en diferentes ámbitos de la oposición de intereses entre el bloque monopolista y la mediana-pequeña burguesía y sectores inferiores.

[3]

http://www.directe.cat/noticia/291788/reunio-secreta-de-rajoy-amb-faine-i-godo-per-aturar-el-proces-sobiranista

[4]

http://www.elsingular.cat/cat/notices/2013/02/foment_del_treball_plega_veles_eludeix_el_sobiranisme_i_el_pacte_fiscal_92829.php

[5]

http://www.diaridegirona.cat/catalunya/2014/09/16/gay-montella-reitera-foment-treball/687879.html

[6]

La República Catalana como objetivo del proyecto político de amplias capas de la mediana-pequeña burguesía catalana y otras facciones inferiores es la homóloga de la III República anhelada por la mediana-pequeña burguesía de la nación opresora. Las divergencias entre la mediana-pequeña burguesía catalana y su contraparte en la nación opresora, en su oposición al gran capital, se manifiestan también en la actitud de sus respectivos partidos políticos hacia el proceso soberanista.

[7]

http://www.324.cat/noticia/2419380/economia/El-Cercle-Catala-de-Negocis-abandona-la-PIMEC-per-haver-impedit-la-votacio-sobre-lestat-propi

[8]

http://www.eltriangle.eu/cat/notices/2014/03/crisi-a-ugt-i-ccoo-pel-sobiranisme-38697.php

[9]

http://www.llibertat.cat/2014/09/que-cal-fer-27821

[10]

Esta dualidad de líneas puede situarse fuera de la provincia de Girona, del Alt Maresme, zonas como Badalona, ​​etc., para que en estos lugares la hegemonía del MDT no es cuestionada por las organizaciones de raíz, SEPC o CUP.

[11]

La reconstitución ideológica del comunismo, por tanto, no es un ejercicio académico, y por eso mismo es algo que no se realiza desde la teoría para la teoría, es decir, en función del ensamblaje completo de un supuesto corpus teórico preestablecido y que permaneciera como entelequia teórica oculta que fuera necesario desvelar y recuperar del limbo del pensamiento puro. Al contrario, la reconstitución ideológica se realiza desde la teoría para la práctica, es decir, en función de los intereses concretos y reales del movimiento de Reconstitución política, en función de los problemas reales que la vanguardia necesita resolver para dar continuidad a ese movimiento y para ampliarlo en su base. Nueva Orientación en el camino de la reconstitución del partido comunista (I) – El Martinete, nº 19, pág. 126. Año de publicación: 2006.

[12]

La centralización política, desde el punto de vista del marxismo, corresponde al sistema de organización económica comunista de propiedad social de todo el pueblo sobre los medios de producción, así como a los intereses inmediatos de la Revolución Comunista mencionados en el texto.

[13]

Otras luchas parciales que amplios sectores del revisionismo presentan como ámbito de lucha o camino para la acumulación de fuerzas hasta el momento en que tenga lugar una crisis revolucionaria son el republicanismo, el feminismo, las mareas de colores, etc.

[14]

V. I. Lenin, «Notas críticas sobre el problema nacional», 1913; pág. 18, Volumen VI, Obras Escogidas; Edición Progreso, Moscú, 1973.

[15]

Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Comunicat davant el referèndum del 9N al Principat», julio de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/07/28/comunicat-davant-el-referendum-del-9n-al-principat/

[16]

Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Manifest fundacional del FRPC», abril de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/04/

[17]

La gran burguesía lo explica así: «el objetivo de asegurar el adecuado funcionamiento del mercado único y profundizar en su desarrollo exige el establecimiento de normas homogéneas y la coordinación de un cierto número de instrumentos de política económica, lo que reduce la capacidad de las autoridades nacionales para influir de forma autónoma sobre sus economías. […]. Las vertientes de la política económica más relevantes para el funcionamiento de un mercado único son las que han sido objeto de un mayor grado de centralización. […]. El mercado único exige eliminar las restricciones que limitan la concurrencia y, en particular, las prácticas proteccionistas que, de un modo u otro, las autoridades nacionales pueden intentar introducir o mantener para reforzar la posición en el mercado de las empresas autóctonas ». («El análisis de la economía española», Servicios de Estudios del Banco de España; pàg. 67, Alianza Editorial, Madrid, 2005).

CATALÀ:

El parany del nacionalisme

Document sobre la qüestió nacional catalana i les tasques dels comunistes

I.  INTRODUCCIÓ

Balanç i Revolució (BiR) es presenta com a grup o destacament d’avantguarda en territori català per la reconstitució ideològico-política del comunisme, en objectiu del Partit Comunista de Nou Tipus a l’Estat espanyol per la Revolució Proletària Mundial. Degut al caràcter del moment actual —derrota i replegament del comunisme, expressat amb la fi de l’últim Cicle Revolucionari (1917-1989)—, la nostra tasca s’enfoca elementalment en la formació polifacètica de quadres revolucionaris, per mitjà del balanç o síntesi del passat Cicle Revolucionari, la lluita de dues línies i el treball teòrico-ideològic general, en camí conscient de la formació i organització de l’avantguarda teòrica marxista (reconstitució ideològica) com una premissa bàsica per la formació del Partit Comunista (reconstitució política).

Actualment, la línia revolucionària es troba en plena derrota i replegament, incapaç de tractar les tasques i contradiccions del moment actual i, per consegüent, el revisionisme és la línia dominant en el Moviment Comunista Internacional, en tot el ventall de línies que el conformen. A l’Estat espanyol en concret es reprodueix, en línies generals, aquesta situació en l’àmplia multiplicitat d’organitzacions “comunistes”; la revolució proletària ja no està en l’horitzó del moviment comunista ni de les masses. En aquest panorama, la Línia de Reconstitució planteja encarar  la rearticulació del moviment revolucionari pel comunisme no des de la reproducció mecànica d’arquetips assimilats, sinó des de la reconstitució ideològico-política del comunisme per situar la teoria revolucionària en un punt més alt tot superant dialècticament les limitacions i errors de la praxis acumulada. El Moviment per a la Reconstitució, en la línia de masses i tasques de l’actualitat, experimenta un creixement significatiu en els darrers anys. En aquest context general, Balanç i Revolució (BiR) es presenta com a destacament per la Reconstitució en territori català, aspirant a agrupar i formar l’avantguarda teòrico-ideològica catalana en el procés general per la reconstitució del Partit Comunista.

Degut a la singular intersecció de diverses contradiccions immediates en l’Estat espanyol, com són, entre altres, la reorganització del Poder amb l’ofensiva característica del gran capital en el context de crisis sistèmica, i la corresponent resposta de la mitjana-petita burgesia i l’aristocràcia obrera, i la qüestió nacional catalana —estretament relacionada amb el punt anterior—, des de Balanç i Revolució (BiR) trobem convenient presentar-nos mitjançant un document on s’exposen les nostres línies generals de forma vinculada al nostre posicionament sobre el “procés sobiranista”.  És a dir, creiem que la immediatesa del 9-N ens ofereix una gran oportunitat per presentar-nos i abordar la qüestió, en el sentit de ser un tema certament polèmic, ampli, pendent d’un profund debat i amb anàlisis revisionistes dominants.

La qüestió nacional catalana, o general en l’Estat espanyol, és quelcom que exigeix un escrupolós estudi històric, un balanç crític i un posicionament clar que trenqui amb la línia revisionista dominant. Així, per poder entrar de ple en les tasques actuals respecte aquesta qüestió, cal aprofundir prèviament en ella mitjançant l’anàlisi concreta i històrica de la situació concreta. Això equival, en termes marxistes, a l’anàlisi històrica de la configuració de l’Estat espanyol i l’encaix de les diverses nacions en ell segons l’organització de la producció i intercanvi mercantil-capitalistes i la lluita i correlació de classes. S’esbossaran aquí unes línies generals orientatives; la nostra aportació pretén ser un gra de sorra més per contribuir a un debat més profund i conjunt de l’avantguarda comunista sobre el tema.

II. ANÀLISI GENERAL DE L’ESTAT ESPANYOL

L’Estat espanyol és un Estat plurinacional desenvolupat sobre l’aliança de les grans burgesies monopolistes de les diverses nacions, que constitueixen la columna vertebral del Poder burgès. A l’Estat espanyol, existeix una nació privilegiada-dominant —nació castellana— i un conjunt de nacions oprimides a les quals no se’ls reconeix el seu caràcter nacional, la seva igualtat de drets respecte la nació opressora i el seu dret a l’autodeterminació. Així, els trets nacionals  de la nació opressora tenen un caràcter predominant sobre les diverses nacions oprimides, fet que es desprèn tant de la situació pre-jurídica de l’Estat burgès de submissió violenta dels territoris, com de les exigències idiomàtiques del mode de producció i d’intercanvi capitalista, en favor de la llengua majoritària, i del caràcter general de l’Estat espanyol. No obstant això, les diverses nacions oprimides presenten certa «autonomia nacional», reflex de la forma de desenvolupament capitalista a l’Estat espanyol i de l’aliança interburgesa de la seva configuració.

Com es pot comprendre, doncs, l’Estat espanyol és un cas realment particular de configuració estatal en el procés de desenvolupament capitalista, ja que trenca l’esquema dominant d’Estat-nació. Aquesta particularitat històrica en la formació de l’Estat espanyol modern està íntimament relacionada amb l’articulació i interrelació de les nacions perifèriques de l’Estat —Catalunya i País Basc, principalment— en el seu desenvolupament capitalista. Les premisses i formes per l’organització social capitalista —masses de camperols separats de la terra i treballadors separats dels instruments de treball, producció de mercaderies i mercat corresponent i acumulació originària de capital— van manifestar-se amb especial preponderància en territori català i basc; la seva situació geogràfica de cara al mercat mediterrani i atlàntic, la fortament desenvolupada producció manufacturera en ells i, en el cas català, un pes considerablement important en el mercat colonial i una abundant mà d’obra van oferir les bases per un desenvolupament capitalista més ràpid que en altres parts de l’Estat. Així ho proven, per exemple, la introducció inicial de la màquina de vapor en aquests territoris —any 1833, fàbrica tèxtil Bonaplata—, l’alta taxa d’industrialització respecte la resta de l’Estat i les primeres formes primitives de moviment obrer econòmic —Societat de Protecció Mútua dels Teixidors del Cotó de Barcelona; crema de maquinària de la fàbrica Bonaplata l’any 1835, etc.—.

Aquesta contradicció aparent, aquest xoc d’interessos, entre unes relativament avançades regions perifèriques i una majoria de l’Estat relativament endarrerida sotmesa profundament a les convulsions feudals i semi-feudals, portà a les burgesies nacionals naixents a abraçar opcions federalistes d’organització estatal i la forma de república democràtica. Els primers passos del catalanisme polític o política nacional burgesa catalana, amb la figura de Valentí Almirall i la celebració dels Congressos Catalanistes de 1880 i 1883 (fundació de Centre Català, la primera organització política catalanista), s’inclinaven en aquest sentit de denúncia de la subjecció i dependència de les estructures dinàstiques espanyoles i en favor d’una organització regionalista-federalista de l’Estat. És a dir, s’intentaven arrencar concessions a un Estat centralista i comparativament endarrerit en favor del desenvolupament propi de Catalunya        —mitjançant participacions puntuals, com a les Corts de Cadis, a la I República, etc.—. Així, el primer nacionalisme català prenia forma de la mà d’una forta burgesia naixent en contradicció aparent amb l’estat de coses a la resta de l’Estat espanyol.

Però, el domini i agressivitat dels imperialismes anglès, holandès, etc., i la feblesa i estretor del mercat colonial espanyol, i posteriorment la seva pèrdua arran del Desastre de 1898, sumat tot als problemes de comunicació de l’Estat amb l’exterior i la seva forta dependència econòmica, portà a les nacions perifèriques a adoptar un fort proteccionisme i a centrar-se en el mercat intern espanyol. Això significava, doncs, la necessitat per les burgesies perifèriques del desenvolupament capitalista arreu de l’Estat, de la forja del mercat intern i el creixement de la demanda, i un interès vital per part seva en la participació per l’organització dels afers de l’Estat. D’aquestes dates, de la darreria del segle XIX i els inicis del XX, en la segona etapa de la Restauració, són les consignes «catalanitzar Espanya» o «fer política a Madrid». L’any 1901 es va formar la Lliga Regionalista, partit polític de la gran burgesia catalana amb important presència a Madrid, i, poc abans, el 1895, l’homòleg per la gran burgesia basca, el Partit Nacionalista Basc. Amb tot això, doncs, les línies generals del Poder burgès a Espanya es van definir com un ampli i fort bloc de grans burgesies de diverses nacions, de forma que l’adequació del desenvolupament capitalista s’allunyava de l’esquema Estat-nació. En altres paraules, de concessions i exigències puntuals per uns projectes propis, la gran burgesia catalana i d’altres nacions van passar a integrar-se en l’estructuració moderna de l’Estat espanyol com a bloc articulat de grans burgesies. Dins d’aquest bloc, orgànicament unit entorn la nació poderosa, la nació assimilista i convenient pel desenvolupament socio-econòmic, les grans burgesies nacionals —sovint acompanyades, crítica o acríticament, per les mitjanes-petites burgesies— han tendit a desenvolupar o exigir instruments propis de Poder en les seves regions, per mitjà d’Estatuts d’Autonomia, etc.; uns instruments que, en el seu conjunt articulat, constitueixen un arrelat Estat burgès, un veritable ideal capitalista o gran capitalista col·lectiu, com diria Friedrich Engels. Cal fer notar, a més, que l’opressió nacional a l’Estat espanyol no és una opressió de nacions imperialistes envers nacions saquejades —de tipus colonial o semi-colonial—, perquè precisament l’aliança de les seves grans burgesies configura un Estat imperialista i el capitalisme està plenament desenvolupat, sinó una opressió o subjecció de tipus polític, una submissió política segons l’estructura configurativa de l’Estat burgès.

Per tant, en general, en els últims dos segles la gran burgesia catalana ha estat una facció vitalment interessada en el pactisme per integrar-se en el bloc dominant de l’Estat espanyol. Això condueix a una primera conclusió important, a saber: les pretensions independentistes, no predominants històricament en les reclames nacionals catalanes, han provingut i provenen generalment de sectors de la mitjana i petita burgesia. En l’afany de «lluita» contra el gran capital, la mitjana-petita burgesia catalana s’orienta històricament a integrar-se o combatre l’aliança de la gran burgesia catalana amb la gran burgesia de la resta de l’Estat espanyol [1]; exclosa del bloc dominant, especialment en períodes de crisi, la mitjana-petita burgesia catalana arremet contra l’status quo del pactisme entre grans burgesies, ja sigui en sentit reivindicatiu de formar-hi part com en sentit rupturista-independentista —franca expressió de lluita i identitat de contraris—. La contradicció interburgesa entre gran burgesia i mitjana-petita burgesia, entre gran i mitjà-petit capital, és la contradicció principal que impulsa l’orientació del nacionalisme català entre dos pols.  Tal contradicció ha tingut i té especial força en la situació nacional catalana; la força i arrelament de la mitjana-petita burgesia a Catalunya aviva el foc de la qüestió nacional.

Amb perspectiva històrica, aquesta contradicció interburgesa s’ha desplegat contínua i incansablement sota diverses formes. Clars exemples són el trencament de Solidaritat Catalana —àmplia plataforma unitària d’opcions variades catalanistes— l’any 1907 pel xoc irremeiable d’interessos; i el conflicte rabassaire dels anys 30, entre rabassaires —pagesos arrendataris no-propietaris— i grans propietaris, traduït en les exigències d’Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) i d’organitzacions pageses com Unió de Rabassaires, referents històrics de la mitjana burgesia catalana,  per una legislació a favor de l’accés a la propietat dels rabassaires, i la fèrria oposició de la Lliga Regionalista (en general, gran burgesia i terratinents). La Llei de Contractes de Conreu, aprovada l’any 1934, fou recorreguda dues vegades per la Lliga Regionalista davant el Tribunal de Garanties Constitucionals. La reproducció d’aquesta contradicció portà fins i tot a l’abandonament del Parlament català de la Lliga Regionalista.

Tot això, si s’empra per a estudiar la situació concreta del moment actual, permet explicar que el «procés sobiranista» es caracteritzi per la intensificació de la contradicció interburgesa principal entre la mitjana-petita burgesia catalana, amb certs sectors radicalitzats i arrossegant a amplis sectors de l’aristocràcia obrera, i la gran burgesia pactista catalana, deguda a la reacció-ofensiva del bloc dominant del gran capital de l’Estat espanyol contra altres faccions burgeses (mitjana-petita burgesia, aristocràcia obrera, etc.) per guanyar quota de mercat, enfortir monopolis, etc [2]. En resposta a aquesta ofensiva, la mitjana-petita burgesia catalana (amb molta força a Catalunya, com s’ha comentat), arrossegant a amplis sectors de l’aristocràcia obrera catalana, entra en contradicció amb el bloc dominant del gran capital en què està inclosa la gran burgesia catalana adoptant la línia rupturista-independentista.

Després d’haver ofert algunes pinzellades generals i històriques sobre el transcurs de la contradicció interburgesa principal esmentada, ara s’analitzaran els xocs i interessos de tal contradicció en l’actualitat. La gran burgesia catalana, així com la resta de grans burgesies nacionals, no té un caràcter secessionista; pot dividir-se en fraccions més catalanistes o espanyolistes, però no cau, en línies generals, en el sac de la línia rupturista-independentista. Importants representants de la gran burgesia monopolista catalana, integrada com a part elemental del bloc dominant de l’Estat espanyol, com Isidre Fainé (CaixaBank) o Javier Godó (Grup Godó), clamen obertament per un «gran pacte» i s’han reunit vàries vegades amb el president del Govern espanyol, Mariano Rajoy, per abordar la qüestió nacional [3]. (Lúcid exercici per provar la posició de la gran burgesia catalana és llegir les editorials del diari La Vanguardia). La gran patronal catalana, Foment del Treball Nacional, davant el «procés sobiranista» comparteix posició, en línies generals, amb la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) —clar exemple, de nou, del bloc entre grans burgesies nacionals—; es manté «al marge», rebutja el camí independentista —fins i tot el pacte fiscal—, a la vegada que urgeix «grans pactes» [4]. La precipitació dels esdeveniments l’ha portat a acceptar, el setembre de 2014, un possible marc legal i acordat pel bloc dominant pel «procés sobiranista» i algun tipus de «pacte fiscal» per solucionar el problema [5]. Seria un clamorós error, com ho fan la majoria d’organitzacions «comunistes», identificar el «procés sobiranista» com una orientació política de la gran burgesia monopolista catalana; això porta a una posició realment incòmoda, impotent per comprendre la força i el paper de la mitjana-petita burgesia i la seva contradicció amb la gran burgesia i, a la vegada, ambigua entorn uns propòsits imaginaris de la gran burgesia catalana.

La mitjana-petita burgesia catalana ha estat la principal força de classe impulsora del camí independentista, procés emanat de les contradiccions i correlacions explicades anteriorment. La seva posició i interessos, en «oposició» al bloc dominant de grans burgesies per integrar-se o combatre l’aliança de la gran burgesia catalana amb la gran burgesia de la resta de l’Estat espanyol, depenen en gran mesura del posat del Govern espanyol i de les forces polítiques del bloc dominant. Si el transcurs dels esdeveniments permeten millorar la seva posició en la negociació i estructuració político-econòmica de l’Estat espanyol, àmplies capes de la mitjana-petita burgesia —en especial, la mitjana burgesia— renunciaran al camí independentista; però, si la inflexibilitat de l’ofensiva del gran capital del bloc dominant roman fèrria, la mitjana-petita burgesia catalana, exclosa i enfrontada vivament contra el gran capital del bloc dominant, aspirarà com a projecte polític a trencar amb l’Estat espanyol per configurar la República Catalana [6]. El desenvolupament progressiu del «procés sobiranista», ja en un lapse de temps recent, així ho prova; des d’un Estatut d’Autonomia retallat fins a un pacte fiscal negat, això és, amb la contínua postura rígida del bloc dominant del gran capital, la mitjana-petita burgesia ha anat basculant a favor de la independència política de Catalunya. Així, tota la patronal i diverses organitzacions de la mitjana-petita burgesia catalana s’han unit al Pacte Nacional pel Dret a Decidir —PIMEC, Fepime, Cercle Català de Negocis, CECOT, etc.—, malgrat les inicials  reticències i vacil·lacions explicades —el Cercle Català de Negocis abandonà PIMEC per la seva negació inicial a tractar la línia independentista [7]—.

Per altra banda, en l’actual conjuntura política de polarització, és a dir, d’intensificació de la contradicció entre gran burgesia catalana, i bloc dominant del gran capital a l’Estat espanyol, i la mitjana-petita burgesia catalana, el paper de la burgesia catalana no-monopolista, o de segona línia, és realment difícil de traçar. Es pot dilucidar cert distanciament respecte la gran burgesia monopolista, però la «capa de transició» entre elles és fina i característicament permeable. Pel que fa a l’aristocràcia obrera catalana, la proporcionalitat d’interessos amb la mitjana-petita burgesia —sobretot amb els sectors més radicalitzats— l’ha arrossegat darrere la basculació independentista d’aquesta. Així, els sindicats monopolistes de CCOO i UGT a Catalunya s’han alineat a favor del «procés sobiranista», adherint-se al Pacte Nacional pel Dret a Decidir. No obstant això, aquesta posició entra en contradicció amb el posicionament de CCOO i UGT  d’àmbit estatal —manifestació de la contradicció secundària entre mitjana-petita burgesia i aristocràcia obrera de Catalunya i la resta de l’Estat espanyol—. A més, el seguidisme al bloc independentista ha suscitat discrepàncies en les seves pròpies organitzacions [8]. Cal assenyalar, amb tot, que no hi ha cap muralla xinesa entre classes i que, per tant, seria erroni concebre una absolutització de les seves posicions —així, per exemple, la gran burgesia catalana pot aprofitar la deriva de la mitjana-petita burgesia catalana per millorar la seva articulació en el bloc dominant, pot haver fraccions clarament espanyolistes de la mitjana burgesia catalana (representades per Ciutadans (C’s), Unión Progreso y Democracia (UPyD)…), etc.—.

Si es fa una ullada a la correlació política adjacent, es pot veure com, des del període dels anys 80 fins ben entrat el segle XXI, Convergència i Unió (CiU) ha representat a la gran burgesia monopolista —junt a altres forces parlamentàries com el Partit Socialista de Catalunya (PSC)—, pactista i integrada en el bloc dominant de l’Estat espanyol —Jordi Pujol era vist com «home d’Estat» i tal formació política va jugar un paper important en la configuració i desenvolupament vigents de l’Estat espanyol—. En l’actual escenari, davant la intensificació de la contradicció entre la gran burgesia i altres capes burgeses inferiors catalanes, CiU ha manifestat clares vacil·lacions respecte el seu paper històric. Així, una contradicció secundària latent en aquesta organització política, com és l’existent entre la línia «conservadora-pactista» de la gran burgesia que històricament ha representat i la línia «independentista» propera a la mitjana burgesia, ha passat a primer pla. Actualment, de la mà de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), sembla que en tal lluita de contraris amb la línia d’Unió Democràtica de Catalunya (UDC) dels interessos de la burgesia catalana monopolista pot prendre preponderància la segona línia —la pràctica del futur immediat dirà molt—. Per tant, podria dir-se que CiU representa l’ala conservadora del «bloc sobiranista», corresponent a la mitjana burgesia acomodada i a sectors de la burgesia no-monopolista (gran burgesia de segona línia); fet que junt amb la intersecció amb la gran burgesia pactista defineix a CiU i les seves contradiccions internes actuals.

Per altra banda, la força política parlamentària directriu de la línia independentista és ERC, representant històrica d’àmplies capes de la mitjana burgesia principalment —fet que no exclou vacil·lacions envers altres faccions de classe—. L’evolució interna i de la seva línia política segueix un camí similar a la basculació de la mitjana burgesia catalana anteriorment explicada. A més, ERC invità a nombroses organitzacions de la mitjana burgesia a incorporar-se al Pacte Nacional, una mostra clara de l’enfortiment i teixit político-econòmic que està construint. Pel que fa a Iniciativa per Catalunya Verds (ICV), la indecisió i vacil·lacions internes mostren la contradicció entre una línia més propera a la mitjana burgesia i una altra a la petita —fins i tot amb l’aristocràcia obrera—;  això s’ha accentuat en l’actual conjuntura de crisi i ofensiva del gran capital del bloc dominant i els moviments, entre d’altres, de CiU. Per tant, no hi ha una posició comuna respecte la independència de Catalunya, sinó un conglomerat per sectors.

Com a forces polítiques extra-parlamentàries, cal assenyalar el paper que realitzen l’Assemblea Nacional de Catalunya i Òmnium Cultural, actuant com a mecanisme d’equilibri entre els partits polítics en el moviment sobiranista. El seu caràcter del bloc de mitjana-petita burgesia, tot i que heterogeni —Òmnium és més proper a capes altes de la mitjana burgesia i, l’ANC, més propera o vinculada a sectors de la petita burgesia—, s’evidencia amb la seva importància en la resposta independentista de la mitjana-petita burgesia a l’ofensiva del gran capital.

l’ala radicalitzada o d’esquerra del «bloc sobiranista» s’hi troben les forces corresponents a l’aristocràcia obrera i sectors radicalitzats de la petita-burgesia. En el primer cas, cal esmentar a Esquerra Unida i Alternativa (EUiA); en el segon cas, tot i que amb un ampli ventall de relacions amb altres sectors, hi ha l’Esquerra Independentista. En ella, de la mateixa forma que en altres organitzacions, s’hi poden discernir vàries contradiccions definitòries. En aquest cas, segons el grau de subordinació a altres sectors del «bloc sobiranista» es poden identificar l’ala dretana, representada per Moviment de Defensa de la Terra (MDT) i confiant en la capacitat del «procés sobiranista» per generar desestabilització aprofitable per l’enigmàtica «revolució» o «transformació social» [9]; l’ala esquerrana, representada principalment per Endavant i Arran [10], crítics i escèptics amb el seguidisme a CiU i ERC i la deriva rupturista del «procés sobiranista»; i l’ala de centre, basculant i catalitzadora entre les dues tendències anteriors, ocupada per la Candidatura d’Unitat Popular (CUP).

No seria imprudent afirmar, doncs, que el resultat del «procés sobiranista» dependrà en gran part del desenvolupament  de les contradiccions entre les faccions polítiques protagonistes i de les contradiccions en el seu sí; tot en el tauler general de la contradicció principal entre el bloc dominant de grans burgesies de l’Estat espanyol i la mitjana-petita burgesia catalana i altres sectors inferiors.

En tot aquest entramat de contradiccions, d’interessos i correlacions de forces de classe, cal destacar amb especial èmfasi la situació del proletariat d’arreu de l’Estat espanyol, tant de la nació opressora com de les nacions oprimides. Aquesta classe social, la classe social dels desposseïts, no disposa d’independència político-ideològica. En altres paraules, el proletariat és carn de canyó pels interessos de les faccions de classe i pels nacionalismes burgesos, tant de la nació opressora com de la nació oprimida; és aprofitat, manejat i llençat com a arma de Poder per les respectives burgesies. La divisió i enfrontament del proletariat de les diferents nacions de l’Estat espanyol és una carta jugada pels nacionalismes. Així doncs, el proletariat no té una línia ni una organització revolucionària per oposar a les classes reaccionàries; en això rau la falta d’independència del proletariat, emmanillat en els interessos de la burgesia i en la immediatesa de les condicions actuals. Això és un fet. Cal preguntar-se, doncs, a què es degut. En línies generals, a la derrota actual de la línia revolucionària, del marxisme —fet que culmina l’últim Cicle Revolucionari—. I, anant més enllà, la derrota o crisi de la línia revolucionària no s’ha d’atribuir exclusiva o primàriament a factors externs, sinó a la seva pròpia dinàmica dialèctica, al transcurs de les seves contradiccions teòrico-pràctiques, sobre les quals poden actuar i influenciar els factors externs.  És a dir, la derrota de la línia revolucionària en l’últim Cicle és una conseqüència de la seva feblesa, de les seves limitacions i errors; de la incapacitat per resoldre i superar (dialècticament) les contradiccions que sorgien i es desenvolupaven. El marxisme o teoria revolucionària no és quelcom compacte, hermètic en si mateix, acabat i ahistòric, preexistent de la pràctica concreta, sinó que es troba dialècticament unit a ella (unitat de teoria i pràctica); per tant, s’enriqueix amb ella, es desenvolupa d’acord a les conclusions que la pràctica pot oferir i les necessitats que presenta. D’aquí es desprèn, davant les condicions objectives d’innegable derrota i replegament i per poder rearticular el moviment pràctic-revolucionari, l’imperiosa exigència de sintetitzar la praxis acumulada per situar la teoria revolucionària a un punt més alt, més capaç per afrontar les tasques pràctiques actuals i superar les limitacions de la pràctica revolucionària anterior [11]. O, dit d’una altra forma, l’imperiosa exigència de reconstitució ideològica del marxisme com a teoria revolucionària d’avantguarda per les exigències pràctiques de reconstitució del comunisme com a moviment revolucionari de masses. Fins aquí s’ha ofert una anàlisi general, molt general, sobre la configuració històrica de l’Estat espanyol, l’encaix de les nacions en ell i les correlacions de forces de classe en el «procés sobiranista», i també s’ha tractat la necessitat de reconstitució del comunisme davant el panorama de profunda crisi de la línia revolucionària i la conseqüent falta d’independència del proletariat. A continuació, es tractaran el nostre posicionament i les tasques respecte la qüestió nacional en general i el dret a l’autodeterminació de Catalunya.

III. LA QÜESTIÓ NACIONAL DES DEL MARXISME

El nostre treball, i entenem que així ha de ser per tots els comunistes, s’encamina cap a la Revolució Comunista Mundial, cap a la revolució internacional de la classe treballadora contra l’ordre social existent. Tal és l’objectiu que està a l’ordre del dia, pel qual hem de treballar decididament tots els comunistes des de, i a partir de, les tasques del moment actual de reconstitució político-ideològica. El contingut d’aquesta revolució és la lluita internacional del proletariat revolucionari contra el jou del capital i les classes posseïdores, mitjançant la guerra revolucionària de masses o Guerra Popular a partir del Partit Comunista de Nou Tipus. El contingut d’aquesta revolució pot prendre forma únicament si es basa en l’internacionalisme proletari, és a dir, en la més estreta col·laboració, acció i fusió del proletariat revolucionari de totes les nacions. Només una força revolucionària que fongui el proletariat de totes les nacions contra les classes dominants pot fer miques el Poder burgès. Així, el nostre treball en l’etapa actual s’encamina cap a la organització única de l’avantguarda teòrica marxista de tot l’Estat espanyol per la reconstitució política del Partit Comunista de tot l’Estat espanyol, per la reconstitució política de l’organització revolucionària de Nou Tipus única i central de tota la classe treballadora de l’Estat espanyol, que fusioni en un mateix cos articulat tant al proletariat de les nacions oprimides com de la nació opressora. (És precís assenyalar que, en cas d’independència de Catalunya, s’hauria d’estudiar l’opció de forjar el Partit Comunista en la República Catalana, per exigències del marc polític objectiu de lluita, o poder articular un Partit per a dos Estats diferents segons la situació que es donés). Al seu torn, la forma política més adient per l’Estat-Comuna de transició revolucionària, per la qual ens inclinem, és un Estat-Comuna unitari i el més gran possible, que centralitzi i fusioni l’esforç del proletariat revolucionari del màxim nombre de nacions possible [12].

Aquestes consignes són únicament factibles amb el reconeixement, defensa i respecte del dret a l’autodeterminació de totes les nacions, del seu dret de lliure separació política per esdevenir Estat propi o lliure adhesió per unir-se a un altre Estat. Un moviment revolucionari internacional basat en la fusió del proletariat revolucionari de nacions opressores i oprimides, i la configuració dels Estat-Comuna de transició el més grans possible, són pura fraseologia barata si no es basen en la lliure unió dels diferents elements. No hi ha lliure i forta aliança o fusió vàlides si és per coacció; només sota el reconeixement i defensa de la igualtat de drets de totes les nacions i del seu dret a l’autodeterminació pot una força revolucionària internacionalista prendre forma. Difícilment és concebible un moviment revolucionari unitari del proletariat de nacions opressores i nacions oprimides si l’avantguarda comunista i el proletariat revolucionari de les nacions opressores no reconeixen i lluiten decididament pel dret a l’autodeterminació i la igualtat de drets les nacions oprimides; i un Estat-Comuna revolucionari centralista és difícilment concebible també si no es basa en la lliure adhesió i igualtat de drets de les nacions que el conformen. Per tant, entenem la necessitat de defensar la plena igualtat de drets i el dret a l’autodeterminació de totes les nacions i el principi internacionalista incondicional d’apropament i fusió del proletariat internacional —en sentit revolucionari, una cosa no s’entén sense l’altra—. Tot això, la defensa del dret a l’autodeterminació i la plena igualtat entre nacions, implica acceptar el resultat del mandat imperatiu de les masses en referèndums efectiusimplica un programa i uns fets concrets i, no només proclamar-ho alegrement de paraula i negar-ho en la pràctica, com és habitual en els anàlisis revisionistes.

La defensa de la igualtat de drets i del dret a l’autodeterminació de totes les nacions, això és, la reivindicació democràtica respecte les nacions, s’ha de tractar des de la línia i els objectius revolucionaris, és a dir, des de la lluita revolucionària totalitzadora contra l’organització social existent. Les reivindicacions de tipus democràtic, siguin del tipus que siguin, s’han de subordinar per complet al treball per la Revolució Comunista, a la lluita revolucionària i les seves tasques i objectius, i no a la inversa. Si així fos, si es donés un caràcter absolut i primari a les reivindicacions democràtiques burgeses i immediates, el treball revolucionari esdevindria treball per un conjunt de lluites parcials quantitatives, per una orientació espontaneïsta i immediata emmarcada i reproduïda en les condicions donades. Si fos així, es posterga indefinidament la línia i treball per la Revolució i es subordinen els objectius, formes i tasques a la lluita democràtico-burgesa nacional, o a qualsevol altra lluita democràtica parcial [13]. Grans exemples de tot això són els lemes «independència per canviar-ho tot», «independència i socialisme».

Per altra banda, la reivindicació democràtica per la igualtat de drets de totes les nacions i el seu dret a l’autodeterminació s’ha d’entendre en el seu marc base corresponent, això és, en el desenvolupament històric de les nacions i dels Estats en general. Així, l’aplicació d’aquestes reivindicacions, la solució per a la qüestió nacional —que no superació del problema nacional, factible únicament en la fusió de totes les nacions en el comunisme—, pot donar-se efectivament dins del capitalisme i imperialisme. La separació d’una o altra nació per esdevenir Estat propi, així com qualsevol modificació formal de les fronteres entre Estats capitalistes, és una acció factible i àmpliament repetida en el marc capitalista internacional. Dit d’una altra forma, Catalunya —i Escòcia, etc.— pot esdevenir un Estat propi dins del marc imperialista, pot separar-se políticament de l’Estat espanyol. (En sentit de viabilitat de l’aplicació del dret a l’autodeterminació). Tal és el significat del dret a l’autodeterminació, tal és la seva orientació i amplitud: relació entre Estats, entre nacions. Postergar la seva aplicació fins que arribi el socialisme, és a dir, admetre la seva inviabilitat en el marc capitalista, o pitjor encara, negar-lo fins i tot en el socialisme, denota una clara incomprensió de la naturalesa democràtico-burgesa i del marc polític de la reivindicació del dret a l’autodeterminació. És més, aquesta postura, tal i com s’ha explicat abans, obstaculitza la lliure unió del proletariat internacional i divideix els seus esforços, potencia els nacionalismes burgesos i perpetua l’opressió nacional. Més enllà, condicionar la defensa del dret a l’autodeterminació, això és, sotmetre la reivindicació democràtica de lliure separació de les nacions a criteris unilaterals, equival a potenciar i defensar de facto el nacionalisme burgès de la nació opressora i l’opressió nacional exercida. Tot això, malgrat omplir-se la boca d’internacionalisme i defensa del dret a l’autodeterminació, significa renunciar de facto el dret a l’autodeterminació de les nacions oprimides a l’Estat espanyol —sembla que el luxemburguisme encara no ha estat prou combatut—.

Com es veu, el punt cardinal, definitiu, del tracte del dret a l’autodeterminació de les nacions gira entorn a la lluita incansable entre nacionalisme i internacionalisme, entre l’enfocament burgès i l’enfocament revolucionari de la qüestió. Com digué Lenin, «nacionalisme burgès i internacionalisme proletari: aquestes són les dues consignes antagòniques i irreconciliables que corresponen als dos grans blocs que divideixen a les classes del món capitalista i expressen dues polítiques (és més, dues concepcions) sobre el problema nacional» [14]. El nacionalisme propugna un enfocament estrictament exclusivista i circumscrit a la pròpia nació, tant en objectius com en formes, de la qüestió nacional; l’internacionalisme propugna un enfocament des de l’àmplia visió de la necessitat d’unitat incondicional del proletariat de nacions opressores i nacions oprimides en la línia revolucionària pel comunisme. (Però, en cas d’aparença internacionalista i pràctica nacionalista, hi ha organitzacions autodenominades «revolucionàries», «marxista-leninistes» i «internacionalistes» que proclamen obertament que «el nostre objectiu final: la unificació total dels Països Catalans» [15] i que «el nostre treball serà de base dels Països Catalans, de Salses a Guardamar i de Fraga a Maó, en el que treballarem per comarques» [16]. Brillant i franca honesta expressió d’internacionalisme!). En general, el nacionalisme es centra en el «correcte», «just», «lliure», etc., desenvolupament de la nació en qüestió, mentre que l’internacionalisme postula la necessitat d’apropament i fusió de totes les nacions i del proletariat de totes les nacions en el marc de lluita revolucionària internacional contra el Poder burgès. El nacionalisme s’inclina per la «cultura nacional», mentre que l’internacionalisme ho fa per la fusió internacional de la cultura proletària i universal. En definitiva, el nacionalisme és la consigna burgesa i practicista d’enfocar la qüestió nacional i el treball polític en general; l’internacionalisme és la consigna proletària de principis de tractar la qüestió nacional i el treball polític en general des de la lluita revolucionària pel comunisme.

Cal destacar, per tant, que la consigna de la plena igualtat entre totes les nacions i del seu dret a l’autodeterminació no equival, ni molt menys, a identificar-se o recolzar els moviments i aspiracions nacionalistes de capes de la burgesia. Per una banda, pot recolzar-se aquesta consigna, element bàsic i elemental com s’ha explicat anteriorment, sense posicionar-se a favor de la separació política de tal o qual nació pels interessos concrets del moviment revolucionari i proletariat (més endavant tractarem el nostre posicionament concret davant l’exercici del dret a l’autodeterminació de Catalunya). Per altra banda, pot aplicar-se tal consigna —i hem d’aplicar-la— de forma totalment oposada, des de la línia revolucionària i internacionalista, com s’ha vist. És més, en l’època actual de capitalisme madur, d’imperialisme, quan l’organització mercantil-capitalista de la societat s’ha imposat i desenvolupat per sobre de velles formes de producció i la fusió internacional del capital en estructures comunes, l’esborrament de les barreres nacionals i la múltiple assimilació entre nacions són ja una tendència històrica universal del capitalisme [17], l’actitud del proletariat envers els moviments nacionalistes burgesos —la majoria dels quals manquen ja de contingut revolucionari— ha de ser clarament diferent que en la primera època del capitalisme. En l’etapa d’intenses lluites revolucionàries entre les formes capitalistes i formes feudals i semi-feudals, en l’etapa de configuració i consolidació del sistema político-econòmic capitalista, els múltiples moviments nacionals de la burgesia tenien un caràcter revolucionari per destruir lo «vell» i desenvolupar lo «nou», per crear Estats nacionals enfront les restes aristocràtiques. En aquesta etapa de capitalisme naixent, centrat en el desenvolupament interior de les nacions i els Estats, dels mercats nacionals i primaris, el proletariat lluità sovint al costat de capes de la burgesia nacional contra les velles formes d’organització social —les revolucions de 1848 arreu d’Europa són un clar exemple—. Amb l’assentament del sistema capitalista i el desenvolupament de les seves formes i contradiccions, amb la superació de l’estret marc del mercat nacional i la configuració monopolista, els moviments nacionalistes han perdut, en la majoria de casos, la seva vessant revolucionària pel proletariat. Per tant, per tractar la qüestió nacional, la distinció entre la línia burgesa i la línia proletària, entre el nacionalisme i l’internacionalisme, és extremadament necessària, així com també potenciar la lluita de línies entre elles. Així, en la consigna del dret a l’autodeterminació i igualtat de totes les nacions el proletariat pot i ha d’oposar i aplicar la política internacionalista, la seva política independent de classe.

Endinsem-nos més, però, en l’anterior concepció unilateral d’identificar el ple reconeixement dels drets i llibertats de totes les nacions amb recolzar moviments nacionalistes burgesos. I és que si es rebutja la consigna democràtica de plena igualtat entre totes les nacions i del seu dret a l’autodeterminació sota l’argument que és una consigna recolzada o impulsada per sectors de la burgesia nacional —o qualsevol altre motiu—, s’accepta de facto la consigna nacionalista-reaccionària de les burgesies de les nacions opressores i l’opressió nacional —torna a aparèixer el fantasma del luxemburguisme—.  Enlloc de fer de la qüestió nacional una qüestió proletària, de subordinar-la als objectius revolucionaris i tractar-la des de l’internacionalisme, s’encasella en el camp de la burgesia, es renuncia a ella, es desentén com quelcom nociuestranyaliè. Al seu torn, intentar implantar o adequar en l’ordre actual de coses els ideals d’organització política revolucionària dels Estats i les nacions, això és, negar el dret a l’autodeterminació en tant els comunistes aspirem a la fusió de les nacions, denota un estret punt de vista sobre les tasques revolucionàries, tot obstaculitzant l’articulació de la lliure unió del proletariat de diverses nacions, i legitima de nou l’opressió nacional.

Per tant, en definitiva, des de Balanç i Revolució (BiR) reconeixem, acceptem i defensem en totes les conseqüències resultants l’aplicació del dret a l’autodeterminació per Catalunya i totes les altres nacions de l’Estat espanyol —és a dir, el seu dret a la lliure separació política de l’Estat espanyol—, en base i a partir de la política internacionalista de fusió del proletariat català amb la resta del proletariat de l’Estat espanyol en una organització revolucionària única i central per a la lluita pel comunisme. Les tasques que se’ns presenten al conjunt de l’avantguarda teòrica marxista de l’Estat espanyol respecte la qüestió nacional poden enfocar-se —i s’han d’enfocar— des de dos punts diferents, però de denominador comú (unitat dialèctica). Per una banda, en la nació opressora l’avantguarda teòrica marxista ha de posar èmfasis en la necessitat de reconèixer, acceptar i lluitar pel dret a l’autodeterminació de totes les nacions de l’Estat oprimides per la seva nació, sense oblidar les tasques per l’organització central i única de tot el proletariat. Per altra banda, en les nacions oprimides l’avantguarda teòrica marxista ha de posar èmfasis en la necessitat de l’organització única i central de la classe treballadora de tot l’Estat, en la força i conveniència de la fusió del proletariat de les diverses nacions per la lluita revolucionària, sense oblidar la defensa i lluita pel dret a l’autodeterminació de la pròpia nació. En ambdós casos, això s’ha de realitzar en una constant lluita de dues línies contra els nacionalismes respectius que reclouen, divideixen i enfronten al proletariat i contra les formes revisionistes d’enfocar la qüestió nacional —que, al cap i a la fi, com s’ha vist, acaben al camp dels nacionalismes—. Aquestes tasques concretes de l’avantguarda teòrica marxista en formació s’adeqüen al moment actual de reconstitució ideològico-política del comunisme i a les seves tasques i objectius generals.

IV. POSICIONAMENT

Una hipotètica separació política de Catalunya en Estat independent forçaria —si no està forçant ja el «procés sobiranista»— una clara agudització de les contradiccions en el bloc dominant de l’Estat espanyol, principalment, i en les estructures monopolistes europees, secundàriament, en virtut de la reestructuració político-econòmica adjacent i les noves correlacions de forces que sorgirien. És important ressaltar això, no en el sentit mecanicista i vulgar compartit per sectors revisionistes segons el qual l’agudització objectiva podria propiciar automàtica i mecànicament algun tipus de moviment revolucionari —és necessari el salt qualitatiu de la consciència social proletària a partir de la fusió en les masses de la teoria revolucionària, per mitjà de l’acció i mediació del Partit Comunista de Nou Tipus—, sinó en el sentit de feblesa de l’enemic de classe i context de politització, de caldo de cultiu per treballar la consciència revolucionària. En el mateix sentit, probablement la independència política com a Estat de Catalunya alleujaria les tensions nacionalistes entre el proletariat de les diferents nacions, posaria a l’ordre del dia altres qüestions. Dit d’una altra forma, amb la resolució de l’opressió nacional respecte Catalunya i la separació en Estat independent, els objectius i les tasques per l’acció conjunta del proletariat de Catalunya i les altres nacions de l’Estat espanyol trobarien probablement un millor escenari, més distès en termes nacionalistes.

Per altra banda, entenem que únicament la franca i directa expressió democràtica de les masses per mandat imperatiu en referèndum pot aplicar el dret a l’autodeterminació. Altres camins o formes d’intentar «conduir» l’aplicació del dret a l’autodeterminació, altres camins o formes que releguen del protagonisme directe de les masses, són eines útils per la mitjana-petita burgesia catalana i altres sectors en la negociació pels seus interessos enfront el bloc del gran capital. Així, la pseudo-consulta del nou 9-N es presenta com a mecanisme per a utilitzar el moviment i la participació de masses com a carn de canó davant l’Estat espanyol en tal negociació. Per tant, rebutgem aquesta forma o camí estratègic de les faccions burgeses independentistes com a exercici del dret a l’autodeterminació; no obstant, en tant exercici participatiu, entenem que la llibertat de vot és la consigna adequada. En la mateixa línia, la celebració d’eleccions plebiscitàries en tant mecanisme parlamentari substituent del mandat imperatiu de les masses en referèndum efectiu és una expressió encara més lúcida de l’ús i maniobres conseqüents per part de mitjana-petita burgesia catalana en la seva relació contractual amb el bloc dominant. En el moment actual de redacció del document, sembla clar que l’Estat espanyol impugnarà i suspendrà també la pseudo-consulta, en la línia general de l’ofensiva-resposta del bloc dominant contra les reivindicacions de la mitjana-petita burgesia (l’Estat també utilitza tot aquest estira i arronsa per tapar les seves pròpies corrupteles).  A més, donada la falta de voluntat, el legalisme burgès i la debilitat de les forces polítiques conseqüentment independentistes per poder convocar un referèndum efectiu, arribem a la conclusió que el referèndum efectiu no es celebrarà.

Així, des de Balanç i Revolució (BiR) instem al boicot davant unes eleccions plebiscitàries i a la lliure participació i vot en qualsevol exercici participatiu, des dels objectius i tasques internacionalistes de treball per la Revolució Comunista desenvolupats anteriorment. També instem a les masses a qüestionar-se, enfrontar-se i desobeïr el marc legal burgès per tal de poder aplicar degudament el dret a l’autodeterminació de Catalunya.

La nació, com a formació històrica burgesa, és un dels grans Minotaures de l’immens laberint del sistema capitalista. Són molts els que, mansos, s’agenollen davant d’ell, mentre que altres tracten d’esquivar-lo. Confrontar-lo forma part de les tasques històriques i ineludibles dels comunistes, i no hi ha millor manera efectiva de fer-ho que enarborant de forma efectiva el dret a l’autodeterminació. Això fem nosaltres, plenament conscients de que al mateix temps reprenem el sender que ens marca aquell fil roig d’Ariadna, amb l’objectiu de sortir de l’indesitjable laberint i arribar al nostre objectiu: la humanitat plenament emancipada, on les nacions i l’explotació de l’home per l’home no siguin més que pols, restes antediluvianes procedents de la nit dels temps.

COMPLETA IGUALTAT DE DRETS DE LES NACIONS; DRET A L’AUTODETERMINACIÓ DE LES NACIONS; FUSIÓ DELS OBRERS DE TOTES LES NACIONS: TAL ÉS EL PROGRAMA NACIONAL QUE ENSENYA ALS OBRERS EL MARXISME, QUE ENSENYA L’EXPERIÈNCIA DEL MÓN SENCER. 
V. I. LENIN
PROLETARIS DEL MÓN, UNIU-VOS!

3 de novembre de 2014, Catalunya.

[1] 

Les raons materials de la contradicció interburgesa entre la gran burgesia i la mitjana-petita burgesia rauen en el fet que la segona requereix per al seu desenvolupament un marc econòmic d’acció més local, més autònom, i uns mecanismes anti-monopolistes que garanteixin la protecció respecte el gran capital, en contraposició als interessos i mecanismes internacionals de la burgesia financera.

[2] 

En el context de crisi actual, l’ofensiva del gran capital, manifestada en una acceleració de la concentració del capital, s’accentua i presenta un escenari de proletarització de capes baixes de la mitjana-petita burgesia i radicalització de l’aristocràcia obrera. Això significa la intensificació en diferents àmbits de l’oposició d’interessos entre el bloc monopolista i la mitjana-petita burgesia i sectors inferiors.

[3] 

http://www.directe.cat/noticia/291788/reunio-secreta-de-rajoy-amb-faine-i-godo-per-aturar-el-proces-sobiranista

[4] 

http://www.elsingular.cat/cat/notices/2013/02/foment_del_treball_plega_veles_eludeix_el_sobiranisme_i_el_pacte_fiscal_92829.php

[5]

http://www.diaridegirona.cat/catalunya/2014/09/16/gay-montella-reitera-foment-treball/687879.html

[6]

La República Catalana com a objectiu del projecte polític d’àmplies capes de la mitjana-petita burgesia catalana i altres faccions inferiors és l’homòloga de la III República anhelada per la mitjana-petita burgesia de la nació opressora. Les divergències entre la mitjana-petita burgesia catalana i la mitajana-petita burgesia de la nació opressora, en la seva oposició al gran capital, es manifesten també en l’actitud dels seus respectius partits polítics envers el procés sobiranista.

[7]

http://www.324.cat/noticia/2419380/economia/El-Cercle-Catala-de-Negocis-abandona-la-PIMEC-per-haver-impedit-la-votacio-sobre-lestat-propi

[8]

http://www.eltriangle.eu/cat/notices/2014/03/crisi-a-ugt-i-ccoo-pel-sobiranisme-38697.php

[9]

http://www.llibertat.cat/2014/09/que-cal-fer-27821

[10]

Aquesta dualitat de línies pot situar-se fora de comarques gironines, de l’Alt Maresme, zones com Badalona, etc., perquè en aquests indrets l’hegemonia del MDT no és qüestionada per les organitzacions d’Arran, SEPC o CUP.

[11]

«La reconstitució ideològica del comunisme no és un exercici acadèmic, i per això mateix és quelcom que no es realitza des de la teoria per la teoria, és a dir, en funció de l’acoblament complet d’un suposat corpus teòric preestablert i que romangués com entelèquia teòrica oculta que fora necessari desvetllar i recuperar dels llimbs del pensament pur. Al contrari, la reconstitució ideològica es realitza des de la teoria per la pràctica, és a dir, en funció dels interessos concrets i reals del moviment de Reconstitució política, en funció dels problemes reals que l’avantguarda necessita resoldre per donar continuïtat a aquest moviment i per ampliar-lo en la seva base». (Nueva Orientación; El Martinete, pàg. 126, nº19, 2006 — Traducció pròpia).

[12]

La centralizació política, des del punt de vista del marxisme, correspon al sistema d’organització econòmica comunista de propietat social de tot el poble sobre els mitjans de producció, així com als interessos immediats de la Revolució Comunista esmentats al text.

[13]

Altres lluites parcials que amplis sectors del revisionisme presenten com a àmbit de lluita o camí per l’acumulació de forces per quan es doni una crisi revolucionària són el republicanisme, el feminisme, les marees de colors, etc.

[14]

V. I. Lenin, «Notes crítiques sobre el problema nacional», 1913; pàg. 18, Volum VI, Obres Escollides; Edició Progreso, Moscou, 1973. (Traducció pròpia)

[15]

Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Comunicat davant el referèndum del 9N al Principat», juliol de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/07/28/comunicat-davant-el-referendum-del-9n-al-principat/

[16]

Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Manifest fundacional del FRPC», abril de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/04/

[17]

La gran burgesia ho explica així: «l’objectiu d’assegurar l’adequat funcionament del mercat únic i profunditzar en el seu desenvolupament exigeix l’establiment de normes homogènies i la coordinació d’un cert nombre d’instruments de política econòmica, fet que redueix la capacitat de les autoritats nacionals per influir de forma autònoma sobre les seves economies. […]. Les vessants de la política econòmica més rellevants pel funcionament d’un mercat únic són les que han estat objecte d’un major grau de centralització. […]. El mercat únic exigeix eliminar les restriccions que limiten la concurrència i, en particular, les pràctiques proteccionistes que, d’un mode o altre, les autoritats nacionals poden intentar introduir o mantenir per reforçar la posició en el mercat de les empreses autòctones». («L’anàlisi de l’economia espanyola», Servicios de Estudios del Banco de España; pàg. 67, Alianza Editorial, Madrid, 2005 —Traducció pròpia).

El revisionismo y la revolución espontánea

1

“Es, pues, completamente natural e inevitable que en una época semejante, en una época de huelgas políticas en escala nacional, la insurrección no pueda adoptar la antigua forma de actos aislados, limitados a un lapso de tiempo muy breve y a una zona muy reducida. Es completamente natural e inevitable que la insurrección tome formas más elevadas y complejas de una guerra civil prolongada y que abarca a todo el país, es decir, de una lucha armada entre dos partes del pueblo. Semejante guerra no puede concebirse más que como una serie de pocas grandes batallas, separadas unas de otras por intervalos relativamente considerables y una gran cantidad de pequeños encuentros librados durante estos intervalos”.

(Lenin, La guerra de guerrillas).

La totalidad de los destacamentos que componen el Movimiento Comunista Internacional, exceptuando el ala izquierda del maoísmo, conciben la revolución proletaria como un suceso espontáneo que tendrá lugar cuando se produzca una situación revolucionaria, la cual también se dará, según su concepción, de forma espontánea. Partiendo de esta premisa determinista-espontaneísta defienden que la tarea inmediata de los comunistas pasa por dirigirse al movimiento espontáneo de masas, participar en sus luchas de resistencia, para “acumular fuerzas” (algunos sectores minoritarios defienden que también es necesario estimular a las masas mediante acciones armadas desvinculadas de las propias masas, es decir, mediante el terrorismo individual), esperando a que llegue ese momento revolucionario para ponerse al frente del movimiento de masas y dirigir a la clase obrera a la conquista del poder político. La tarea de los comunistas no es, de esta forma, preparar las condiciones para desarrollar la revolución proletaria, sino realizar una actividad economicista, esperando a que llegue ese momento que nadie sabe cómo llegará.

Tal concepción está evidentemente alejada por completo de la experiencia histórica de la Revolución Proletaria Mundial. El proletariado no desarrolla conciencia de clase revolucionaria por sí solo ni por su participación en las luchas de resistencia, lo cual impide la posibilidad de una revolución espontánea y hace necesario la existencia del sujeto revolucionario, del Partido Comunista como fusión de vanguardia y masas, para poder desarrollar la revolución proletaria de la única forma posible, es decir, de forma consciente. Sin embargo, el hecho de que la práctica, la cual constituye el criterio de la verdad, muestre que semejante concepción espontaneísta-insurreccionalista defendida por el revisionismo no se ajusta a la realidad no impide que, como hemos dicho al principio, la práctica totalidad de las organizaciones autodenominadas comunistas (“marxistas-leninistas”, trotskistas, comunistas de izquierda, etc.) compartan dicha visión. Esto hace necesario que tengamos que remitirnos a los orígenes de esta tesis para buscar las razones de su hegemonía en el seno del Movimiento Comunista.

Origen del paradigma insurreccional espontáneo: desarrollo de la revolución desde 1789

Las bases de la concepción proletaria del mundo, del marxismo, se elaboran a finales de la década de los años 40 del siglo XIX, en plena época de desarrollo del ciclo revolucionario burgués en Europa occidental, que transcurre de 1789 a 1871, esto es, desde el inicio de la Revolución Francesa hasta la insurrección de la Comuna de París. Esto tuvo como consecuencia que determinadas concepciones vigentes en el movimiento revolucionario de esta etapa histórica influyesen en la configuración del socialismo científico. Una de estas concepciones que pasaron a formar parte del acervo de la concepción proletaria del mundo fue el concebir la revolución social como una insurrección producida de forma espontánea, idea que posteriormente, en la época ya de la revolución proletaria, se afianzaría tras una mala asimilación de las experiencias revolucionarias en Rusia por parte del Movimiento Comunista.

El origen de esta visión se halla en el modelo de revolución imperante en esta etapa histórica, que es el de la Revolución Francesa de 1789, el de la revolución burguesa, que da inicio al ciclo revolucionario de la burguesía. Esta no fue la primera revolución liberal de la historia. Más de un siglo antes ya había tenido lugar en las Provincias Unidas (actual Holanda) y en Inglaterra, y una década antes en Norteamérica. Pero precisamente es lo que distingue la revolución en Francia de las anteriores, junto con la cercanía de esta con respecto al surgimiento del movimiento obrero, lo que hace que su paradigma penetrase en el movimiento revolucionario del proletariado.

En junio de 1789, el tercer Estado (que agrupaba a burguesía, pequeña burguesía, campesinado y proletariado, dirigidos todos ellos por la primera clase social) se autoproclama Asamblea Nacional, que a principios de julio adopta el nombre de Asamblea Nacional Constituyente. A continuación se produce la toma de la Bastilla por las masas parisinas y en el campo francés se produce un levantamiento de las masas campesinas contra el feudalismo (periodo denominado como el Gran Miedo), que llevará a la supresión de los derechos feudales en agosto del mismo año, aunque con muchas limitaciones que hacían que en la práctica aquellos continuasen existiendo en gran medida. Con estos acontecimientos daba comienzo la Revolución.

Desde este año hasta 1792 la característica principal del proceso es el intento de alcanzar un compromiso por parte de la gran burguesía con la aristocracia, siguiendo el ejemplo de la Revolución inglesa. Pero la oposición al mismo por parte de la mayoría de la aristocracia y del rey, Luis XVI, que representaba los intereses de esta clase, sumándole a esto el empuje ejercido desde abajo por parte de las masas populares, que rechazaban la política de compromiso y buscaban llevar la revolución hasta el final, hicieron imposible el pacto.

Cuando la nobleza y el monarca recurren al exterior, a las potencias absolutistas, para acabar con la revolución y se desata la guerra contrarrevolucionaria contra Francia, las masas cobran un mayor protagonismo en el desarrollo de la revolución. En agosto de 1792 el pueblo asalta el Palacio de las Tullerías, acabando con la monarquía, y la revolución entra en una nueva fase. Las posibilidades de pacto entre burguesía y aristocracia desaparecen por completo. En este periodo, un sector de la burguesía, representado por los jacobinos, consciente de que no era posible vencer a la aristocracia sin la alianza con las masas populares, establece dicha coalición. Esto posibilitará la toma del poder por esta fracción burguesa, que se corresponde con la mediana burguesía, frente a la gran burguesía, representada por los girondinos, que eran los que poseían el poder político desde 1792 y se oponían a una participación activa del pueblo en la revolución, temerosos de que esto perjudicase sus intereses de clase, lo cual les llevaba a adoptar una postura vacilante frente a la reacción.

Y de esta forma, mediante la coalición formada entre la burguesía revolucionaria y el pueblo, nace en 1793 la República del año II. Durante este periodo los jacobinos, bajo la presión de los sans-culottes -las masas populares de las ciudades formadas por tenderos, artesanos y obreros- y el campesinado, llevaron a cabo una serie de medidas tales como la aplicación del terror revolucionario dirigido contra las fuerzas reaccionarias, la dirección planificada de la economía, la eliminación completa del feudalismo, la movilización de las masas contra la reacción, etc.

Finalmente, se produjeron disensiones entre la burguesía revolucionaria y los sans-culottes, y en el seno de los propios sans-culottes, fruto de las contradicciones existentes entre burguesía y masas populares, en el primer caso, y dentro de las propias masas populares, en el segundo, al constituir estas un grupo heterogéneo. Esto llevó a los jacobinos a eliminar a los sectores políticos más próximos a los sans-culottes, como los hébertistes y los enragés, lo que tuvo como consecuencia la ruptura de la alianza entre la mediana burguesía revolucionaria y el pueblo, dejando vía libre para que la reacción termidoriana triunfase y pusiese fin a este periodo revolucionario.

Esta etapa, la del gobierno revolucionario de los jacobinos apoyados por la sans-culotterie, que acabamos de exponer resumidamente, es lo que distingue la Revolución Francesa del resto de revoluciones burguesas y tiene como consecuencia el influjo de la misma sobre el movimiento proletario revolucionario. Aunque este período revolucionario fue breve en el tiempo -poco más de un año-, las medidas revolucionarias de la República del año II, medidas que en ciertos aspectos fueron más allá de la revolución burguesa, habían sido ya suficientes para que su experiencia, y con ella el paradigma insurreccional de la Revolución Francesa, influyese y marcase a los intelectuales y movimientos revolucionarios del proletariado durante todo el siglo XIX. Así, la insurrección como forma de conquistar el poder político pasaría a ser asumido por todos estos dirigentes y movimientos revolucionarios.

En 1796, dos años después del triunfo de la reacción, se organiza la Conspiración de los Iguales dirigida, entre otros, por Babeuf y Buonarroti. Este movimiento buscaba la implantación de una comunidad de bienes y trabajos, mediante una insurrección, siendo así el primer movimiento comunista de la Edad Contemporánea. Ese mismo año fue desmantelado por el Directorio, y sus líderes fueron condenados a muerte o a la deportación (en el caso de Babeuf, este fue ejecutado, mientras que Buonarroti fue deportado). Este último se encargaría de difundir el babuvismo, la corriente del comunismo utópico formada por las aportaciones teóricas de los Iguales, que influiría en importantes organizaciones y dirigentes del movimiento revolucionario del siglo XIX como la Liga de los Justos y Blanqui. De esta forma el babuvismo constituye un enlace directo entre la experiencia de la Revolución Francesa y el movimiento obrero del siglo siguiente.

Pero la Revolución de 1789 también inauguró todo un ciclo de la revolución burguesa en el Occidente europeo que produjo oleadas revolucionarias espontáneas en los años 1820, 1830 y, la más importante de ellas, en 1848. En 1820 se produce un pronunciamiento militar en España que daría lugar a la instauración del Trienio Liberal. Con el influjo de este hecho se producen sublevaciones en la Península Itálica, concretamente en Nápoles y en el Piamonte, y en Portugal. Al año siguiente, en 1821, se produce otra insurrección en Grecia, que estaba bajo dominio del Imperio Otomano, que iniciaría el camino hacia su independencia. En 1830 se produce otro periodo revolucionario, cuya intensidad es superior a la de 1820. En este año se produce una insurrección en Francia que daría lugar a la creación de la monarquía de Julio y la revolución se expande a Bélgica, Polonia, Península Itálica, etc.

En esta década de los años 30 se crean las primeras organizaciones revolucionarias de la clase obrera, como la Sociedad de las Estaciones en Francia o la Liga de los Justos en Alemania. A finales del mismo decenio aparece el cartismo en Inglaterra, que constituye el primer movimiento de masas proletario. A la vez, durante esta misma época también se producen los primeros levantamientos obreros espontáneos en ciudades y regiones de estos países, como los de París, Lyon, Silesia, etc. Todo esto supone un desarrollo del proletariado en el sendero hacia su independencia política en pleno ciclo revolucionario de la burguesía.

En 1848 tiene lugar la última oleada revolucionaria liberal en Europa occidental y la de mayor envergadura de todas ellas. Al igual que en el año 1830, la revolución comienza en Francia con la caída de la monarquía y la instauración de la II República. Rápidamente las revoluciones se expanden por gran parte de Europa: Austria, Italia, Hungría, Alemania, etc. En este contexto se produce la insurrección obrera de junio en París, que es reprimida brutalmente por la burguesía. Este período revolucionario llegaría a su final en 1849, al ser aplastadas las últimas llamas de la revolución por la reacción.

Durante todos estos acontecimientos que se producen en Europa de 1789 a 1848 existe un entrelazamiento entre las revoluciones burguesas y el movimiento obrero. Este se manifiesta en el surgimiento del babuvismo en el seno de la Revolución Francesa, que influye en las primeras organizaciones revolucionarias proletarias que se crean en el siglo XIX y en la participación de la clase obrera y de los revolucionarios proletarios en las revoluciones burguesas que se producen durante la primera mitad de dicho siglo. Los propios fundadores del socialismo científico, Marx y Engels, comienzan su actividad política en la década de los 40 y, durante la revolución de 1848, darán apoyo crítico a la revolución burguesa (ya que ese es el carácter de la revolución pendiente) en Alemania a través de la Nueva Gaceta Renana.

Esta es una época donde la revolución está a la orden del día, donde la revolución es algo real que se materializa cada cierto tiempo de forma espontánea. Como consecuencia de esto el movimiento obrero asume para sí mismo que la revolución es algo que se produce espontáneamente. Pero lo que es válido para la revolución burguesa no lo es para la revolución proletaria. El modo de producción capitalista se desarrolla en el seno del modo de producción anterior, el feudal, por ello la burguesía acaba tomando el poder político tarde o temprano. No sucede, en cambio, lo mismo con el modo de producción comunista, el cual no se desarrolla dentro del sistema capitalista. Su implantación tiene que ser un proceso consciente desde un principio y contra de la sociedad burguesa: comenzando con la creación de los instrumentos revolucionarios de la clase explotada, pasando por el periodo de transición que es la dictadura revolucionaria del proletariado, hasta finalmente alcanzar la sociedad comunista. Por este motivo no es posible una revolución socialista espontánea a diferencia de las revoluciones liberales.

Continuando con la historia del desarrollo de la revolución durante el siglo XIX, llegamos al año 1871. En este año culmina el ciclo revolucionario burgués en Europa occidental. Y termina tras la unificación nacional de Italia y Alemania y el hecho que nos interesa en la conformación del paradigma insurreccional de la revolución: la insurrección de la Comuna de París.

Con la Comuna el proletariado parisiense tomó el poder político, instaurando la primera dictadura proletaria de la historia. Lo excepcional es que esta conquista del poder se hizo mediante el modelo de la revolución burguesa: la insurrección espontánea.

Durante el desarrollo de la Guerra Franco-Prusiana, que transcurre durante 1870-1871, se crea un vacío de poder en París cuando las autoridades francesas y el ejército abandonan la capital y firman un armisticio con Prusia. Las masas obreras parisienses se oponen a esta política de capitulación y a la Asamblea Legislativa compuesta por una mayoría de monárquicos que amenazaba la pervivencia de la República. Ante esta situación, cuando el gobierno intenta desarmar a la Guardia Nacional, formada en su inmensa mayoría por los proletarios de París y encargada de la defensa de la ciudad, esta responde con la insurrección y la clase obrera se hace con el poder. A partir de este momento existe un doble poder: la Comuna de París, como poder proletario, y el gobierno establecido en Versalles, como poder burgués. La Comuna consigue resistir durante algo más de 2 meses hasta ser finalmente aplastada por la reacción burguesa a sangre y fuego, dejando un saldo de decenas de miles de comuneros asesinados.

El hecho de que los obreros parisinos pudiesen conquistar el poder político en 1871 mediante el modelo revolucionario de la burguesía, la insurrección espontánea, se debe a una excepcionalidad causada por la conjugación de dos circunstancias. La primera es la existencia de un vacío de poder en la capital francesa, que se hallaba sitiada por el ejército prusiano, tras el derrumbamiento del II Imperio de Napoleón III y el abandono de la ciudad por parte del gobierno de defensa nacional que se forma tras la caída del Imperio. Esto posibilita que el proletariado pueda llenar ese vacío con su propio poder político. La otra circunstancia que permite el triunfo de la insurrección espontánea es la existencia de un destacamento armado de la clase obrera, que es la Guardia Nacional. Ninguna de estas dos circunstancias fueron creadas conscientemente por la clase explotada, sino que se produjeron en el desarrollo de una guerra entre potencias burguesas. El vacío de poder es fruto de los continuos reveses militares de Francia frente a Prusia y la creación de la Guardia Nacional es obra de la burguesía con el objetivo de disponer de una organización armada que contribuya a la defensa de la ciudad frente a las tropas prusianas. De esta forma, no fue el proletariado el que se dotó de su propia organización armada ni el que con su práctica creó el vacío de poder previo, sino que los obreros fueron maniobrando con los elementos que le venían dados durante el desarrollo de la guerra entre Francia y Prusia. Esto, que fue lo que permitió el triunfo de la insurrección, constituía al mismo tiempo sus límites, puesto que las masas proletarias iban a la zaga de los acontecimientos, lo cual no posibilitó la iniciativa de las mismas una vez se hicieron con el poder y al final llevó a la derrota de la experiencia de la Comuna.

La Comuna de París contribuyó a forjar el paradigma insurreccional que adoptaría el Movimiento Comunista, pero la experiencia de la Revolución Proletaria Mundial más determinante en ello aún estaba por llegar.

Como ya mencionamos anteriormente, en Europa occidental el ciclo revolucionario de la burguesía, iniciado con la Revolución Francesa, llegó a su final en el año 1871. Pero en Europa oriental y en Asia, que habían permanecido ajenas a este ciclo burgués, el periodo de la revolución burguesa comenzó en 1905 con la revolución en Rusia, continuando con la revolución en Persia en 1905-1911, en Turquía en 1908, en China en 1911 y con la segunda revolución democrático-burguesa en Rusia en febrero de 1917 [1]. Y será en este ciclo revolucionario de la burguesía cuando se produzcan las experiencias revolucionarias rusas, incluida la Revolución Socialista de Octubre de 1917, que acabaron configurando el modelo de revolución espontánea asumido por el movimiento revolucionario del proletariado.

A finales de 1904 y principios de 1905 la agitación de las masas en Rusia estaba en crecimiento debido a la duras condiciones de existencia, empeoradas por la guerra ruso-japonesa. En enero de 1905, una manifestación obrera congregada de forma pacífica frente al Palacio de Invierno, residencia del Zar, fue reprimida a tiros por el ejército, causando centenares de muertos y miles de heridos. Era el Domingo Sangriento y este daba comienzo a la revolución en el territorio del Imperio zarista. Desde este año hasta 1907 se sucederían de forma intermitente las huelgas, las manifestaciones, los enfrentamientos armados, las insurrecciones, las ocupaciones de tierras, los motines en el ejército -como el del acorazado Potemkin-, etc. Este movimiento tendría su punto álgido a finales de 1905 con la huelga política de Octubre y la insurrección de diciembre en Moscú.

Aunque dicha revolución tuvo un carácter democrático-burgués por los objetivos que se proponía, la fuerza dirigente de la misma fue el proletariado, no obstante fuese una dirección espontánea no liderada por ninguna organización política, a pesar del papel no desdeñable jugado por los bolcheviques. Que la fuerza principal fuese la clase obrera posibilitó que en el desarrollo de esta revolución contra la autocracia zarista y el semifeudalismo apareciesen los primeros soviets de la historia. El primero de ellos se creó en mayo, en Ivanovo-Voznesensk, durante el transcurso de una huelga. Pero no será hasta la huelga política de Octubre y la creación del Soviet de Petersburgo en el desarrollo de la misma cuando el modelo soviético se extenderá por las ciudades, incluida Moscú, y zonas mineras del Imperio Ruso, creándose también soviets de soldados y campesinos, aunque en una cantidad e importancia muchísimo inferior que la de los soviets de obreros. Los soviets, cuyos embriones fueron los comités de huelga, rápidamente se convirtieron en órganos de poder político, legislando y asumiendo funciones de dirección.

Finalmente, tras el punto más alto alcanzado por la revolución a finales de 1905, la represión zarista se ciñó sobre los soviets, acabando con ellos entre diciembre de ese mismo año y enero de 1906. A partir de aquí comenzó el largo declive de la oleada revolucionaria iniciada con los hechos del Domingo sangriento. A lo largo del año 1906 se producirían algunos levantamientos aislados hasta que en 1907 la revolución llegaría completamente a su final.

De este modo, el régimen zarista logró mantenerse en el poder capeando la revolución mediante la combinación de la concesión de una serie de reformas (el establecimiento de la Duma, la legalización de partidos políticos, el sufragio universal masculino, etc.) con la represión violenta sobre el movimiento revolucionario de masas.

Sin embargo, el impacto producido por la revolución de 1905 dejó huella en las masas oprimidas del Imperio Ruso y fue determinante para que se produjese la segunda revolución democrático-burguesa rusa en 1917. Lo más importante de la revolución de 1905 desde el punto de vista de la revolución proletaria fue que supuso la aparición del organismo mediante el cual el proletariado ejercería su poder político, el soviet, que reaparecería en Rusia con la revolución de 1917. Los soviets permitían al proletariado tomar sus decisiones tras una discusión abierta y elegir a sus representantes (los cuales tenían un mandato imperativo y podían ser revocados en cualquier momento por los obreros), además de aplicar en la práctica las decisiones previamente acordadas. Junto con todo esto, la revolución de 1905 también fue un momento determinante de la constitución del partido proletario de nuevo tipo, el POSDR(b), que sería el instrumento esencial que en 1917 permitiría conducir la revolución burguesa de febrero hacia la revolución socialista de octubre.

Doce años después de la primera revolución burguesa rusa, en febrero de 1917 las masas rusas volvieron a levantarse. Desde la finalización de la ola revolucionaria iniciada en 1905, el movimiento de masas había vivido en Rusia un periodo de reflujo que solo había conocido un periodo de auge entre 1912 y 1914, que fue abortado con el inicio de la I Guerra Mundial y el contagio del sentimiento patriótico entre la clase obrera. Pero poco después volvieron a comenzar las huelgas como consecuencia de la bajada del nivel de vida. Para 1917, tras tres años de guerra imperialista, las condiciones de vida del proletariado habían empeorado considerablemente -los alimentos escaseaban, el precio de los mismos había crecido, había carencia de viviendas, la jornada laboral había aumentado, etc.-, Rusia había sufrido varias derrotas militares y más de un millón y medio de soldados habían muerto en el frente. Ante esta situación, a principios de 1917 se produjeron una serie de huelgas y manifestaciones que se convirtieron en una insurrección de masas. Las tropas enviadas por el Estado zarista para reprimir el levantamiento, tras unos enfrentamientos en los primeros días con los huelguistas, se negaron a continuar con la represión y se unieron al movimiento revolucionario. Con la situación fuera de su control el Zar abdicó. Triunfaba así la segunda revolución burguesa rusa con la caída de la monarquía zarista. Para sustituir al Zar en el ejercicio del poder burgués se creó el comité de la Duma, que después establecería un gobierno provisional.

Pero, en el desarrollo de esta revolución democrático-burguesa y en el vacío de poder que se creó, también volvieron a aparecer los soviets. El primero de ellos se creó en la ciudad de Petersburgo, y la iniciativa de su constitución correspondió en parte a las propias masas proletarias, que conservaban el recuerdo de la experiencia de la gestión de su poder político en los soviets de 1905, y en parte a los dirigentes de los partidos obreros, principalmente los mencheviques. Y, rápidamente, desde Petersburgo los soviets se extendieron por todas las ciudades y zonas industriales del Imperio ruso, creados también por decisión de los dirigentes de los partidos socialistas en combinación con el movimiento de masas.

De esta forma, la revolución de febrero de 1917 se saldaba con la constitución de dos poderes: el poder burgués, representado por el gobierno provisional, y el poder obrero, representado por los soviets. Pero estos últimos, al estar la mayoría de ellos controlados por los oportunistas mencheviques y socialrevolucionarios (incluido el Soviet de Peterburgo, que era el más importante y el cual ejercía influencia sobre el resto de soviets), delegaban su poder en el gobierno provisional. A pesar de que los soviets disponían de los resortes del poder (el Soviet de Petersburgo controlaba a las tropas o los ferrocarriles, legislaba en el ámbito laboral, etc.), los mencheviques y eseristas hacían de ellos simples órganos de control sobre el gobierno burgués (en el caso del Soviet de Petersburgo) y sobre las Dumas de las ciudades (en el caso de los soviets locales), ya que, en base a la tesis de mencheviques y socialrevolucionarios (según la cual, el carácter de la revolución era y debía seguir siendo burgués), era al gobierno provisional al que le correspondía ejercer el poder político. Es decir, convertían a los soviets en los órganos a través de los cuales la pequeña burguesía y la aristocracia obrera, a las cuales representaban estos partidos, defendían sus intereses de clase presionando e influyendo a los gobiernos de la burguesía (a partir del mes de mayo entrarán ellos mismos en el gobierno burgués).

Aun así, no todos los soviets tenían este carácter. Desde la formación de los soviets algunos ejercían el poder político efectivo en exclusiva, es decir, eran verdaderos órganos de poder (sobre todo en aquellos donde los bolcheviques tenían la mayoría desde un primer momento). Estos dirigían el abastecimiento de alimentos, expropiaban fábricas, expropiaban a los terratenientes, creaban las guardias rojas, etc. También se crearon en las empresas los consejos de fábrica, en los cuales los bolcheviques tuvieron una influencia importante desde un principio, a diferencia de lo que ocurrió en los soviets. En muchos casos, estos consejos  también se hicieron con el control y dirección de las fábricas.

La historia de la Revolución Rusa desde febrero a octubre de 1917 es la historia de la lucha de los bolcheviques por conquistar a las masas obreras que se organizaban en los soviets, eliminando la influencia que los oportunistas mencheviques y socialrevolucionarios ejercían sobre ellas y transformando la conciencia de estas a conciencia revolucionaria (y como consecuencia de esto, convertir a los soviets en verdaderos órganos de poder político efectivo). Las especiales condiciones existentes en Rusia permitieron que el desarrollo de este proceso pudiese realizarse en líneas generales de forma pacífica, con la excepciones de las jornadas de julio (las cuales demostraron la imposibilidad del triunfo de la insurrección proletaria sin la existencia de verdaderos órganos de Nuevo Poder y la dirección de un Partido Comunista, ya que el POSDR(b) fue a la zaga de los acontecimientos) y el golpe de Estado del general Kornilov en septiembre. Aun así, los soviets estaban armados desde un principio tanto por la participación de soldados en ellos como por la creación de milicias obreras propias, los guardias rojos.

La experiencia de las masas en la gestión de su poder y el compromiso de los oportunistas con el poder burgués -que por ello vaciaban de contenido a los soviets- hicieron que los bolcheviques fueran ganando progresivamente más influencia. Cuando los bolcheviques se hicieron con la mayoría en los soviets (lo cual ocurrió en septiembre), la situación estaba lista para lanzar la insurrección, que se produjo finalmente en octubre. De este modo se inició la guerra civil revolucionaria, en la cual se produjo el enfrentamiento militar entre el poder proletario defendido por los bolcheviques y el poder burgués defendido por el movimiento blanco; una guerra civil revolucionaria que finalizaría con el triunfo de la dictadura revolucionaria del proletariado sobre la dictadura de la burguesía.

La insurrección de Octubre no fue una insurrección espontánea, sino que fue una insurrección preparada, dirigida e iniciada por el POSDR(b). Pero los órganos del nuevo poder proletario, los soviets, cuya existencia permitieron realizar la insurrección, habían sido creados de forma externa a los bolcheviques. Es decir, no habían sido creados por el Partido Comunista sino que habían sido creados en el desarrollo de una revolución burguesa espontánea, revolución que aún estaba pendiente en la Rusia de 1917 tras el fracaso de la revolución de 1905. Este surgimiento de los soviets en la revolución burguesa de febrero a través de la iniciativa de las masas y de los dirigentes socialistas es lo que posibilitó que, al existir un partido proletario de nuevo tipo en Rusia, este último pudiera transformarlos en un poder político efectivo de la clase obrera y que, una vez conseguido esto, se pudiera lanzar la insurrección para eliminar el poder burgués y conquistar el poder político para la clase obrera en todo el país, lo cual se lleva a cabo mediante la guerra civil revolucionaria contra la burguesía.

En las revoluciones en Rusia se vuelve a presentar de forma nítida el mismo paradigma que durante el ciclo revolucionario burgués en Europa occidental [2], que no es otro que el entrelazamiento entre las revoluciones burguesas (las cuales son espontáneas) con la revolución proletaria (la cual es consciente). Así, la primera aparición de los soviets en la historia se produce en la revolución burguesa de 1905 y los crean los propios obreros en el desarrollo de su movimiento espontáneo. Esto permite que en la segunda revolución burguesa, en febrero de 1917, se vuelvan a crear los soviets, esta vez ya con participación de los partidos obreros en su generación. A su vez, esto permite que el POSDR(b) conquiste a las amplias masas proletarias mediante la experiencia de estas en la gestión de su poder y pueda dirigir la insurrección para el establecimiento de la dictadura proletaria en el territorio del antiguo Imperio zarista.

La circunstancia de que los órganos de poder de las masas proletarias surgieran en el desarrollo de una revolución burguesa, y por tanto espontánea, y sin la intervención del Partido Comunista, hará que el modelo revolucionario espontaneísta-insurreccional, que ya estaba arraigado en el movimiento obrero por el desarrollo de este durante el ciclo de la revolución burguesa en Europa occidental, tal como ya hemos explicado, se extienda y se afiance en el movimiento comunista. Movimiento que nace además con la Revolución de Octubre y que por ello recoge los presupuestos de la misma. Aunque de forma limitada, poniendo el acento en los elementos espontáneos y no en los conscientes.

Pero la inviabilidad de la insurrección para conquistar el poder sin el previo establecimiento de los órganos del Nuevo Poder quedará rápidamente demostrada en Europa y en China en los años siguientes a la Revolución de 1917. Durante la oleada revolucionaria que sigue a la revolución en Rusia se producirán insurrecciones en Alemania, Bulgaria y en otros países.

En Alemania, en noviembre de 1918, se produce un levantamiento que se salda con la abdicación del emperador Wilhelm II y la creación de consejos (llamados räte) de obreros, de soldados y de campesinos por parte del movimiento espontáneo de masas, bajo el influjo de la Revolución de Octubre. La mayoría de los consejos estaban controlados por el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que, al igual que hicieron los mencheviques y eseristas en Rusia con los soviets, los utilizaban para defender los intereses de clase de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía y, a la vez, ejercían el poder desde el gobierno provisional, formado por el SPD y el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD), escisión del anterior que adoptaba una posición intermedia conciliadora y centrista entre el SPD y las organizaciones obreras revolucionarias. Estos consejos no eran, por tanto, órganos de poder político de la clase obrera. Solo en un número pequeño de consejos tenían el control los revolucionarios vinculados a la Liga Espartaquista y otros grupos revolucionarios y actuaban, consiguientemente, como efectivo poder político del proletariado. Ante esta situación, cuando en enero de 1919 los obreros de Berlín se lanzan a la insurrección sin la previa existencia del poder político obrero, esta es aplastada rápidamente por la reacción. En estos acontecimientos el Partido Comunista de Alemania (KPD), que acaba de constituirse, fue a la zaga de los acontecimientos y acabó pagando con el asesinato de cientos de sus miembros, entre ellos sus dirigentes Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Solo en las regiones donde los consejos no estaban bajo control del SPD pudieron crearse Repúblicas de Consejos, como fue el caso de Baviera, cuya duración en el tiempo fue muy breve. Esto se debió en muy gran medida a la inmadurez del KPD, que no contaba con la experiencia del POSDR(b) (constituido en un proceso de lucha de dos líneas contra el revisionismo a lo largo del tiempo), y no pudo transformar los consejos en órganos de Nuevo Poder e infundir conciencia revolucionaria en las amplias masas de la clase obrera.

En Hungría, en 1918, también llegarán los ecos de la Revolución soviética y se crearán consejos de obreros, campesinos y soldados de forma espontánea. Estos estaban controlados también por socialdemócratas, lo que impedía su constitución como verdaderos organismos de poder político. A la vez, el Partido Socialdemócrata también formaba parte del gobierno, junto con otros partidos burgueses. Ante el aumento de la influencia de los comunistas en los consejos y la imposibilidad del gobierno para controlar la situación, este cede el poder a una coalición formada entre el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista. Dicha alianza lleva a cabo la transformación de estos consejos en verdaderos organismos de poder político del proletariado y crea la República de Consejos de Hungría. Esta experiencia durará unos meses, desde marzo a agosto de 1919, cuando tras las derrotas militares frente a Rumanía y los errores cometidos por los revolucionarios el gobierno caería y se suprimirían los consejos. (En este episodio histórico, como en la Comuna de París, la burguesía -en este caso la húngara- fue socorrida por otras burguesías, sobre todo la rumana, que envió tropas de ocupación a Budapest para aplastar la revolución. Y es que, a la hora de la verdad, las distintas burguesías nacionales forjan cuantas alianzas sean necesarias para machacar al proletariado.)

En las experiencias alemana y húngara los soviets también surgen por la acción espontánea del movimiento obrero de masas, pero este se debe a la influencia que la Revolución de Octubre ejerció sobre el proletariado europeo y mundial. Las masas a las que les habían llegado las noticias de la formación de soviets en Rusia imitaron el ejemplo ruso y crearon sus propios órganos. Aunque, como ya hemos mencionado, en su mayoría estaban controlados por la socialdemocracia, que también ejercía el poder burgués desde el gobierno, y por lo tanto no eran verdaderos órganos de Nuevo Poder de la clase proletaria. Solo en los casos donde los soviets no estaban controlados por la socialdemocracia -Baviera- o donde los comunistas pudieron imponer a la socialdemocracia un pacto -Hungría-, pudo la clase obrera tomar el poder momentáneamente. Pero, debido a la debilidad de los Partidos Comunistas recién creados en estos países, la existencia de estas Repúblicas socialistas fue muy breve (apenas unos meses de existencia).

En los años siguientes se producirán otros levantamientos insurreccionales en Alemania, como el de la región del Ruhr en marzo-abril de 1920, las tentativas insurreccionales del KPD en marzo de 1921 y la insurrección en Hamburgo en octubre de 1923. Estas insurrecciones, al no existir Nuevo Poder proletario y, por consiguiente, no poseer conciencia revolucionaria las amplias masas del proletariado, fracasarán. En otros países europeos (como Bulgaria en 1923 y Estonia en 1924) y en China (durante los años 1925-1927), también tendrán lugar insurrecciones partiendo de las mismas condiciones, las cuales, por dicho motivo, también fracasarán.

A pesar de estos numerosos y continuos fracasos, el movimiento comunista internacional asumiría el paradigma espontaneísta de la revolución debido a lo explicado en este epígrafe, es decir, el surgimiento del marxismo y del movimiento obrero durante el desarrollo del ciclo revolucionario burgués que transcurre de 1789 a 1871, al entrelazamiento de las experiencias revolucionarias del proletariado con las revoluciones burguesas (tanto en Europa occidental como en Rusia) y a una asimilación deficitaria de la experiencia de la Revolución de 1917. Sin embargo, habría dentro del MCI una excepción que veremos en el tercer epígrafe y que abriría el camino hacia la conformación de la estrategia revolucionaria del proletariado para la conquista del poder. Pero antes trataremos la concepción de la revolución vigente hoy en día en la casi totalidad del movimiento comunista internacional a través del ejemplo de varios destacamentos que lo integran; una concepción fundada en esta visión espontánea del proceso revolucionario.

El MCI y la revolución espontánea en la actualidad

El ala más derechista del Movimiento Comunista Internacional hace mucho tiempo que abandonó tanto práctica como teóricamente cualquiera pretensión de llevar a cabo la revolución, de destruir el Estado de la burguesía y sustituirlo por un Estado del proletariado organizado en base a los órganos del Nuevo Poder. En vez de este objetivo, tienen como pretensión la gestión del aparato estatal de la burguesía, de la dictadura del capital, para desde esa posición introducir ciertas reformas en el sistema. Reformas que cuando llegan al poder ni siquiera realizan.

En este sector derechista se encuadran, por ejemplo, a nivel europeo las organizaciones que forman el Partido de la Izquierda Europea (a las que, en su inmensa mayoría, podría catalogárseles como los restos del eurocomunismo -PCE, PCF, etc.- y de los partidos del bloque “socialista” del Este de Europa -PCRM, KSCM, etc.-). Pero también hay organizaciones coaligadas con organizaciones del PIE que proceden de otras corrientes, como es el caso del PCOF, que proviene de la corriente pro-albanesa y forma parte del Front de gauche, o el KOE, que proviene del ala derecha del maoísmo e integra la coalición griega Syriza. Algunas de estas organizaciones que forman el PIE han gobernado incluso sus respectivos países, como es el caso del PCRM en Moldavia y del AKEL en Chipre. A nivel extra-europeo hay otros ejemplos de partidos “comunistas” que gobiernan o han gobernado estados burgueses, como el SACP en Sudáfrica, que gobierna ese país en alianza con el Congreso Nacional Africano y la central sindical COSATU desde hace 20 años, o el PCI y el PCI(marxista) en la India, que han gobernado Estados de ese país como Bengala Occidental y Kerala durante años hasta su reciente debacle electoral. El número de partidos que han abandonado el objetivo de la revolución por completo es muy amplio. A los ya mencionados anteriormente se les podrían sumar como ejemplos el CPUSA en los EE UU, el Partido Comunista Japonés, el Partido Comunista de Brasil, el Partido Comunista de la Federación Rusa, etc.

En este texto no entraremos en el análisis de la línea de estas organizaciones, ya que no contemplan la revolución de ninguna de las maneras. Aquí trataremos la posición de aquellos destacamentos que, defendiendo en el plano teórico la revolución para el establecimiento del Estado obrero, tienen una concepción espontaneísta de la misma y por tanto están incapacitados para dirigir a la clase obrera a la toma del poder; es decir, de organizaciones que están a la izquierda de este sector ultraderechista mayoritario en el MCI.

En el ámbito internacional, el destacamento que en los últimos tiempos ha conseguido agrupar tras de sí a las organizaciones procedentes del revisionismo pro-soviético que en el ámbito teórico aún defienden la revolución socialista a la vez que desarrollan una práctica sindicalista, es el Partido Comunista de Grecia (KKE). Esta organización se ha erigido en una especie de guía ideológica para un sector del MCI donde se encuentran partidos tales como el PCPE, el TKP turco, el Partido Comunista de México, etc. Esto tiene sus causas en que el KKE, tras el derrumbe de la URSS y del “campo socialista” del Este de Europa, mantuvo su retórica formalmente “marxista-leninista”, rompiendo con los elementos más degenerados del revisionismo pro-soviético (realizando una crítica limitada y oportunista al PCUS y a la URSS revisionista, ya que, por ejemplo, la consideran socialista hasta 1989-1991) y no deslizándose hacia el eurocomunismo-socialdemocracia, como hicieron otros partidos pro-soviéticos. A la vez, conservó su base social, manteniendo su influencia en el movimiento obrero y sus resultados electorales y su presencia en las instituciones del Estado burgués griego [3]. Además, adoptó una posición activa en el seno del MCI, promoviendo los Encuentros Internacionales de Partidos Comunistas y Obreros (EIPCO) a partir de 1998.

Este partido, el KKE, en su último congreso, el 19.º, celebrado en abril de 2013, aprobó su Programa que, como dicen al principio del mismo, “desarrolla la estrategia general del KKE por el socialismo”. En él muestran sus concepciones acerca del proceso revolucionario, concepciones que beben directamente del paradigma espontaneísta vigente durante el finiquitado Ciclo de Octubre.

Para este partido la crisis revolucionaria se produce de forma objetiva sin intervención del movimiento revolucionario proletario en su gestación, sin intervención del factor subjetivo. Así, dicen lo siguiente:

“La situación revolucionaria es un factor creado objetivamente. (…) No es posible predecir de antemano los factores que conducirán a la situación revolucionaria. La profundización de la crisis económica, la agudización de las contradicciones interimperialistas que incluso pueden convertirse en conflictos militares, pueden crear tales condiciones en Grecia”.

Son factores externos a la iniciativa del proletariado organizado en movimiento revolucionario, como la crisis económica o la guerra inter-imperialista, los que ponen como ejemplos para la creación de esta situación. Para ellos, el factor subjetivo únicamente se puede manifestar cuando se produce la crisis revolucionaria:

“El KKE trabaja en la dirección de la preparación del factor subjetivo en la perspectiva de la revolución socialista, aunque el período de su manifestación está determinado por las condiciones objetivas, la situación revolucionaria”.

Por tanto, el movimiento comunista, en época no revolucionaria, apenas se diferenciaría de un sindicato a la espera de que llegase la época revolucionaria por causas ajenas al propio movimiento comunista.

Partiendo de esta concepción, su actividad, la cual definen en el Programa como “preparación del factor subjetivo”, solamente se puede basar en la acumulación de fuerzas de las masas obreras mediante las luchas de resistencia hasta que llegue la crisis revolucionaria (que reconocen que no saben ni cómo, ni por qué, ni cuándo se producirá) para ponerse al frente de la clase obrera con el objetivo de la conquista del poder por parte de esta. Así, el KKE lucha para la el fortalecimiento de lo que denomina “Alianza Popular”, que se corresponde con el movimiento de masas de carácter resistencial, con conciencia de clase en sí. En la Resolución Política, aprobada en el 19.º Congreso, afirman:

“La Alianza Popular responde a la cuestión de la organización de la lucha para rechazar las medidas antilaborales antipopulares bárbaras, reuniendo fuerzas y lanzando una lucha de contraataque para tener algunos logros, en el camino de la lucha por el derrocamiento del poder de los monopolios. (…) En estas condiciones se organiza y se coordina para la resistencia, la solidaridad, la supervivencia”.

Es decir, conciben la Alianza Popular como el movimiento organizado para llevar a cabo las luchas de resistencia de las masas frente a las medidas del Estado burgués y para la consecución de reformas. Pese a que encuadren estas luchas en el camino hacia la conquista del poder, esta actividad tradeunionista imposibilita la consecución de dicho objetivo.

Esta estrategia del proceso de toma del poder (conformada por una práctica sindicalista y conjugada con una concepción espontaneísta de la revolución) que defiende el KKE, fue la que se asentó en el movimiento comunista desde prácticamente su fundación (por las causas expuestas en el primer epígrafe de este texto). Este fue y es uno de los factores principales que ha llevado al movimiento revolucionario de la clase obrera a su situación actual de postración y derrota. La casi totalidad de las organizaciones comunistas se dedican a participar en las luchas de resistencia de la clase obrera y obvian por completo la preparación del factor subjetivo, del Partido de Nuevo Tipo entendido como movimiento proletario revolucionario de masas, para que una vez constituido sea este el que comience la lucha revolucionaria por el establecimiento del poder político de la clase obrera. El KKE, aunque concibe la preparación del factor subjetivo -si bien simplemente como acumulación de masas con conciencia de clase no revolucionaria, con conciencia de clase en sí-, defiende que este solo se puede manifestar cuando se produzca la crisis revolucionaria de forma espontánea. Por ello, se deja a la pura espontaneídad la posibilidad de organizar la revolución.

La práctica sindical, es decir, la participación/dirección por parte de los comunistas en las luchas de resistencia económica de la clase obrera como base de su accionar político, no puede generar movimiento revolucionario. Esto se debe a que la clase obrera no adquiere conciencia de clase revolucionaria mediante las luchas de resistencia, esto es, las luchas contra las medidas del gobierno burgués, por mejoras de las condiciones de vida, contra despidos, etc. Tampoco adquiere la clase proletaria conciencia de clase para sí mediante la agitación realizada por los comunistas. Lo primero porque esas luchas no van a la raíz, no se producen contra el sistema socio-económico capitalista, sino que solamente se dirigen contra algunas de sus consecuencias y, por tanto, no rebasan el propio marco de las relaciones capitalistas. Como consecuencia de ello, las masas que participan en dichas luchas se conforman con pelear por las reivindicaciones parciales e inmediatas y no se cuestionan la existencia del modo de producción capitalista. La agitación como la presentación a las masas de programas donde se recogen en ellos una serie de medidas a realizar, a su vez, no genera conciencia revolucionaria, puesto que las masas precisan la materialización de las transformaciones sociales para convencerse de la necesidad de la conquista del poder y no las simples promesas de un futuro mejor realizadas por la vanguardia. Frente a esto, las amplias masas proletarias solo adquieren conciencia revolucionaria mediante su experiencia en la gestión de su poder, tal y como lo demuestra la experiencia de la Revolución Proletaria Mundial y como veremos y analizaremos en el tercer y último epígrafe del texto.

En el caso del KKE, en el año 1999 impulsó la creación del Frente Militante de Todos los Trabajadores, más conocido por sus siglas: PAME. Esta organización sindical, la segunda más importante de Grecia, cuenta con una gran influencia entre las masas, contando con centenares de miles de afiliados, y ha convocado decenas de huelgas generales en el país heleno desde el comienzo de la crisis económica de 2008. Sin embargo, por los propios límites del sindicalismo, este frente sindical no puede ir más allá de la lucha de resistencia y no constituye, evidentemente, ningún embrión de movimiento revolucionario. El KKE, a lo máximo que puede aspirar (como todas las organizaciones economicistas), es a traducir la influencia que ejercen en el movimiento de resistencia de las masas en votos en las elecciones a las instituciones parlamentarias del Estado burgués. Aunque ni siquiera a eso alcanza la actividad de estas organizaciones en el ámbito sindical. En el supuesto concreto del KKE, los votos que obtiene son considerablemente inferiores al número de militantes del PAME.

También hay que recordar que en las elecciones generales del año 2012 se produjo un trasvase de votos considerable desde el KKE a Syriza, debido a la posibilidad de esta última formación de alcanzar el gobierno (de las elecciones de mayo a las de junio el KKE perdió algo más de 250 000 votos). Syriza es una organización abiertamente reformista cuyo objetivo es gestionar el Estado de la burguesía para implementar alguna que otra reforma dentro del propio marco burgués. Que una parte importante del electorado del KKE votase a esta coalición evidencia el hecho de que las masas sobre las que el KKE ejerce influencia poseen, como no podía ser de otra forma, solamente conciencia de clase en sí.

De esta forma, toda la actividad del KKE, tanto la sindical como la parlamentaria, se halla dentro del marco de las relaciones burguesas. Sus acciones no van más allá de lo que permite la legislación del Estado burgués y, pese a su influencia sobre las masas, en ningún momento se plantea el KKE realizar acciones que supongan la creación del poder obrero y la confrontación de poderes entre este y el poder burgués. Toda su práctica se queda en el movimiento obrero con conciencia de clase en sí, al estilo del movimiento proletario de viejo tipo. En los últimos años han planteado la creación de “comités populares” en los barrios, pero estos no serían otra cosa que organismos sindicales organizados en los barrios de las ciudades. En la Resolución Política del 19.º Congreso, dicen:

“Los Comités Populares, la Alianza Popular en los sectores y en los barrios deben garantizar la solidaridad, hasta incluso el pan que les falta a los pobres, proteger a los pobres de los embargos de casas. Participarán, apoyarán la lucha de los trabajadores contra las medidas bárbaras. Protegerán el barrio de los ataques de las fuerzas de represión estatal y de los criminales de Amanecer Dorado. La clase obrera, la alianza popular en el centro de trabajo y en el barrio organizará el pueblo en los levantamientos populares”.

Sin entrar en la puesta en práctica de los mismos, las medidas que enumeran no van más allá de la resistencia, no suponen la aplicación de poder político. En el caso de lo último que mencionan (los “levantamientos populares”), no lo desarrollan, pero, teniendo en cuenta el resto de sus tesis y la práctica que llevan a cabo, eso no supondrá nada más que la realización de huelgas. De hecho, en su Programa, en coherencia con su concepción espontaneísta de la revolución, la creación de los “gérmenes de los órganos del poder obrero” lo contemplan únicamente en el proceso revolucionario que se dé cuando espontáneamente se produzca la situación revolucionaria y no antes. Y esto lo ratifica uno de los miembros del CC del KKE, quien plantea lo siguiente:

“Esta alianza social, en condiciones de situación revolucionaria, se convertirá en un frente obrero-popular revolucionario, que creará los órganos del poder obrero-popular…” [4].

Como corolario lógico de la práctica tradeunionista del KKE, al no poder con esta sentar las bases de un movimiento revolucionario ni gestarlo, este partido se ve obligado a plantear un salto en el vacío entre su actividad y la revolución. Así, la realización de esta última se deja a los designios del devenir histórico (sin comprender que la lucha revolucionaria del proletariado debe ser dirigida conscientemente), en un acto de fe en el surgimiento de la situación revolucionaria. Ellos mismos reconocen que no saben cómo se producirá, pero aun así confían en que se produzca, haciendo caso omiso a la inexistencia de precedentes históricos que puedan sostener dicha tesis, al menos desde que caducó la época revolucionaria de la burguesía. Según su concepción, no es el factor subjetivo al que le corresponde desatar la guerra revolucionaria y provocar la crisis revolucionaria, sino que los comunistas deben aguardar a una situación revolucionaria espontánea. Esto tiene sus raíces en la concepción determinista y fatalista de que el capitalismo tarde o temprano tendrá que caer y en el paradigma revolucionario espontaneísta heredado por el movimiento comunista de la época revolucionaria de la burguesía, que ya hemos explicado en el primer epígrafe. Sin embargo, el capitalismo ha demostrado a lo largo del siglo XX su capacidad para reestructurarse tanto tras las crisis económicas como tras la crisis política que supuso para este sistema socio-económico el triunfo de la Revolución de Octubre y el consiguiente inicio del Ciclo revolucionario del proletariado y la construcción del socialismo. Por ello, la creencia de que el capitalismo está predestinado a su fin no deja de ser eso, una creencia idealista alejada de la realidad material e histórica.

Sin embargo, a pesar de las consideraciones del KKE acerca de las situaciones revolucionarias espontáneas, su actuación, cuando en diciembre de 2008 se produjo una tesitura similar en Grecia, nada tuvo que ver con organizar la revolución, con la “manifestación del factor subjetivo”, como argumentan ellos. En ese mes, tras el asesinato de un joven anarquista a manos de la policía en el barrio ateniense de Exarchia, se desató una revuelta y movilización de masas por todo el país heleno, creándose vacíos de poder en numerosas zonas. Ante este movimiento de masas, el KKE se limitó a continuar con su actividad pacífica y legal, convocando algunas manifestaciones y mítines contra la “represión y violencia estatal”. En un comunicado del Comité Central del KKE sobre estos acontecimientos [5], se decía:

“La situación exige estar muy alerta en vista de la posibilidad de adelanto electoral, para que los partidos del sistema bipartidista sufran un gran golpe”.

Al igual que en su participación en el frente sindical, en las movilizaciones de masas espontáneas, el KKE, por los propios límites de su práctica, solo puede derivar estos movimientos como votos a las elecciones burguesas, haciendo gala de su cretinismo parlamentario. Y es que, pese a que en su Programa y en el resto de documentos contemplen la revolución (cuando llegue ese día de la situación revolucionaria espontánea, claro), al carecer de línea militar, de aparato clandestino y, en suma, de estrategia revolucionaria para la conquista del poder político, aun en el caso de que se produzcan revueltas de masas y vacíos de poder, como fue el caso de diciembre de 2008, están incapacitados dirigir ningún proceso revolucionario. [6]

Como reverso del economicismo se halla el terrorismo individual, formando ambos las dos caras de la misma moneda revisionista. La época dorada de este movimiento se vivió en las décadas de los años 70-80 del siglo pasado. En ese tiempo hubo varias organizaciones activas tales como las Brigadas Rojas en Italia, la RAF en la Alemania Occidental, las Células Comunistas Combatientes en Bélgica, los GRAPO en el Estado español, etc. Su existencia se enmarca en una época de auge revolucionario dentro del Ciclo de Octubre con las luchas de liberación nacional a lo largo y ancho del mundo (como la de Vietnam), los movimientos espontáneos de masas en Europa (como el mayo francés del 68 o el otoño caliente italiano del 69), y, especialmente, la Gran Revolución Cultural Proletaria en China (no es casualidad que la mayoría de estas organizaciones estuviesen influenciadas o tuviesen simpatías por el maoísmo). Su apuesta por la lucha armada, desligada de las masas obreras, reflejaba el rechazo frente al economicismo legalista (ya que estas organizaciones que practicaban el terrorismo pequeño-burgués no dejaban de ser economicistas también), mayoritario en el movimiento comunista. Pero, al partir de los mismos principios que los de las organizaciones economicistas (principalmente la incapacidad para fusionarse con las masas proletarias mediante órganos de Nuevo Poder para conformar un movimiento revolucionario y, enlazado con esto, la concepción espontaneísta de la revolución) y, al estar expuestos a la represión del Estado burgués por la realización de acciones armadas (sin estar enraizados en las masas), prácticamente todas estas organizaciones, después de varias reapariciones de corto recorrido, terminaron desapareciendo.

Tomando como ejemplo de esta corriente el caso del Estado español, el PCE(r) concibe la lucha armada de la guerrilla como un medio para conquistar a las masas, como un medio de apoyo al movimiento de masas, a la espera de la insurrección espontánea. Así, en su Manifiesto-Programa sostienen lo siguiente:

“En España la guerrilla no va a poder acumular la fuerza necesaria, capaz de derrotar y aniquilar por sí sola al ejército fascista. Tendrá que ser la insurrección general de las masas, combinada con la lucha del ejército guerrillero, la que en su momento habrá de derrocar al Estado capitalista. De ahí que las principales funciones que deberá cumplir la guerrilla en esta etapa de la lucha político-militar sean las de seguir ayudando al movimiento de masas y a sus organizaciones, contribuir a crear todas las condiciones (políticas, económicas, orgánicas, militares, etc.) para la incorporación de las grandes masas a la lucha por el poder y procurar, a la vez, su propio fortalecimiento”.

Pero la lucha armada practicada por la vanguardia desligada de las masas -al igual que la práctica sindical- tampoco genera conciencia revolucionaria en las masas de la clase obrera. Este método de lucha ajeno al marxismo (y propio, históricamente, de corrientes pequeñoburguesas como el anarquismo o el populismo ruso) solo puede traer efectos contraproducentes para el movimiento comunista. Y es que para el objetivo de ganarse a las masas proletarias es ineficaz, puesto que estas solo se convencen por su propia experiencia y no porque determinados individuos realicen acciones armadas que no suponen ningún cambio ni ninguna transformación en la vida de las masas. En cambio, este tipo de acciones sí producen que los militantes que las realicen queden expuestos a la represión abierta del aparato estatal burgués. Lo cual, al no haberse previamente fundido con las masas, lleva a que las organizaciones que practican el terrorismo individual o que lo apoyan sean destruidas por los aparatos represivos de la burguesía.

Al encontrarse con esta situación objetiva (la imposibilidad de generar movimiento revolucionario proletario de masas a través de las acciones armadas de la vanguardia divorciada de las masas), el PCE(r) solo puede plantear la “resistencia” hasta que se produzca esa insurrección. De esta forma, exponen en su Manifiesto-Programa:

“Por este motivo, aquí solo cabe la resistencia política y la lucha armada, de modo que cuando se produzca la insurrección deberá estar preparada por largos años de resistencia del movimiento popular (…)”.

Pero ni el terrorismo individual, ni las luchas de resistencia [7], ni la resistencia en general pueden preparar a las masas para la revolución. Entre la resistencia y la revolución no hay continuidad: son luchas contrapuestas y la primera no sirve para desarrollar un movimiento revolucionario, al no adquirir el proletariado conciencia de clase para sí con ese tipo de luchas. Por ello, el PCE(r), al igual que los economicistas con su actividad, se ve obligado a plantear otro salto en el vacío entre su práctica, incluidos los métodos de lucha que defienden, y la revolución, que ellos defienden mediante una insurrección. Así, la realización de está última se dejaría a la espontaneidad de una “insurrección general de masas”. Aunque, eso sí, “preparada” con una práctica que en absoluto puede preparar la conquista del poder político al no basarse en la participación de las masas desde sus propios organismos armados. Todo esto lleva al PCE(r), pese a defender la Guerra Popular Prolongada en el plano teórico, a tergiversarla sustituyendo sus tres fases por dos: defensiva e insurrección. Así, la primera se correspondería con la lucha sindical y el terrorismo individual hasta que llegue el momento de la insurrección. Ahora bien, esta no es la única tergiversación de la GPP que realizan. Entre otras, también la vacían de su contenido fundamental, que es la creación consciente del Nuevo Poder, amparándose para ello en una supuesta imposibilidad (que en realidad esconde su incapacidad) de su creación en los países de capitalismo desarrollado. Pero pospongamos esto al tercer epígrafe, en el que trataremos más detenidamente estas cuestiones.

La práctica -la cual constituye el criterio de la verdad- ya se ha encargado de demostrar que la concepción sobre la revolución, tanto de los economicistas como de los defensores del terrorismo individual, es errónea. Las organizaciones que defienden y practican estas desviaciones no han sido capaces, puesto que su práctica choca con impedimentos objetivos para ello, no ya de tomar el poder político, sino tan siquiera de poner en marcha ningún proceso revolucionario de masas.

Frente a estas prácticas y la concepción de la revolución como un hecho espontáneo (cuya realización se hace depender de factores externos al proletariado revolucionario, como las crisis económicas, las guerras inter-imperialistas, etc.), se debe abrir paso la única estrategia de la revolución proletaria que puede ponerla en marcha. Esto es, la concepción de la revolución como un proceso consciente dirigido y desarrollado por el Partido Comunista desde un principio o, lo que es lo mismo, mediante la estrategia revolucionaria de la Guerra Popular.

La estrategia del proletariado: la Guerra Popular

“El abismo de la miseria humana y de la ignorancia es insondable. Todo sector que se yergue deja detrás de sí otro que apenas intenta levantarse. Pero la vanguardia no debe esperar a la masa compacta de la retaguardia para iniciar el combate. La clase obrera aprenderá la tarea de despertar, estimular y educar a sus sectores más atrasados cuando llegue el poder”.

(Lenin, Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, en Obras completas, Akal, Madrid, 1978; tomo XXXIII, p. 313)

Como consecuencia de lo explicado en el primer epígrafe de este texto, el Movimiento Comunista Internacional hizo suya desde su constitución la tesis que concebía la revolución como una insurrección organizada durante crisis revolucionarias surgidas de modo espontáneo. Esta tesis fue fomentada también por el propio contexto existente en Europa, cuando se produjo la escisión del ala revolucionaria de la socialdemocracia para formar la III Internacional. En dicho periodo, tras la Revolución de Octubre y bajo la influencia de esta, en los países europeos se vivía un estado de efervescencia revolucionaria (surgieron consejos obreros en Alemania, Hungría, Austria o Irlanda; se produjo el biennio rosso en Italia, tuvieron lugar movimientos huelguísticos en numerosos países, etc.) que llevó a creer a los comunistas que la revolución internacional, al menos en Europa, estaba cerca de triunfar [8]. Todos estos fueron movimientos de masas en los que el factor espontáneo (debido al ejemplo de la Revolución socialista en Rusia y a la existencia previa de movimientos obreros organizados de masas en toda Europa) jugó un papel fundamental, lo que tuvo como consecuencia que se reafirmase y consolidase la concepción de que para desarrollar la revolución era necesario que se produjesen situaciones revolucionarias espontáneas, tomando como modelos a estas [9].

Al mismo tiempo que se asentaba la visión espontaneísta-insurreccionalista de la revolución se manifestaban concepciones economicistas en el seno del MCI. La causa de esto se halla en que, aunque el movimiento comunista rompió con las tesis revisionistas más degeneradas de la II Internacional, dicha ruptura no fue total, no fue absoluta, y el movimiento comunista recibió la herencia del marxismo del movimiento obrero de viejo tipo. Tales concepciones  comenzaron a manifestarse, sobre todo, cuando el impulso revolucionario que siguió a la Revolución de 1917 empezó a declinar (con el transcurso del tiempo, las concepciones revisionistas legadas por el marxismo socialdemócrata fueron aumentando su peso en el movimiento comunista hasta provocar la destrucción del propio movimiento revolucionario). De esta forma, en lo que respecta al economicismo, por ejemplo, en el III Congreso de la Internacional Comunista (IC), en 1921, se decía en las Tesis sobre la táctica:

“La naturaleza revolucionaria de la época actual consiste precisamente en que las condiciones de existencia más modestas de las masas obreras son incompatibles con la existencia de la sociedad capitalista, y que por esta razón la propia lucha por las reivindicaciones más modestas adquiere las proporciones de una lucha por el comunismo”.

Esta afirmación realizada por la IC (la cual sería repetida en los sucesivos Congresos de esta organización), que establecía un nexo directo entre la lucha por reivindicaciones inmediatas y la lucha revolucionaria, se contraponía a las enseñanzas de Lenin. Por ejemplo en su obra maestra ¿Qué hacer?, el marxista ruso exponía, en su crítica a la desviación economista en el movimiento socialdemócrata, la imposibilidad del desarrollo de la conciencia revolucionaria del proletariado en su lucha por mejoras económicas, en su lucha por reformas. Establecía la necesidad de que la conciencia de clase para sí debía ser introducida por la vanguardia en el movimiento obrero desde fuera de sus luchas de resistencia. Sin embargo, como vemos, a pesar de las enseñanzas del líder bolchevique, la Komintern en los años 20 adoptaría una tesis en sentido contrario a la estrategia revolucionaria defendida por Lenin. El establecimiento por parte de la III Internacional de una continuidad entre la lucha por reivindicaciones inmediatas y la lucha revolucionaria (cuestión que la práctica se había encargado ya de desmentir a esas alturas) era un síntoma de que el economicismo resurgía con fuerza (en realidad, en mayor o menor medida, nunca se había ido) en el movimiento revolucionario.

Con estos mimbres (economicismo y espontaneísmo), el movimiento comunista organizado en la Komintern fue incapaz de desarrollar ningún proceso revolucionario al chocar con límites objetivos para ello. En sus más de veinte años de existencia su línea sufriría varios bandazos de derecha a izquierda y viceversa. Como muestra de ello, la IC pasaría de plantear gobiernos obreros en alianza con la socialdemocracia en el IV Congreso de 1924 a considerar a esta, la socialdemocracia, el enemigo principal en el VI Congreso de 1928 para, posteriormente, volver a plantear en el VII Congreso de 1935 la alianza con ella para la lucha contra el fascismo (e incluso la fusión entre los Partidos Comunistas y los Partidos Socialdemócratas). Pero, independientemente de dichos cambios, las concepciones economicistas y espontaneístas-insurreccionalistas siempre estarían presentes en dichas tácticas y en el sustrato ideológico-político del MCI.

Sin embargo, entre todos los Partidos Comunistas que formaban la Internacional Comunista habría uno que rompería, más en la práctica que en el plano teórico, con la línea imperante en ella y sentaría las bases de la estrategia proletaria para la conquista del poder: el Partido Comunista de China.

En este país, tras el fracaso de las insurrecciones en las ciudades y la ruptura de la alianza establecida entre los comunistas y el Kuomintang (el partido que dirigía la revolución burguesa en la China semifeudal y semicolonial), el PCCh se retiraría al campo alrededor del año 1927. A partir de esta fecha es cuando la estrategia de la Guerra Popular Prolongada defendida por Mao comienza a abrirse paso —no sin grandes dificultades y obstáculos— en el Partido frente a las líneas oportunistas de derecha (la cual proponía ir a la zaga del Kuomintang en la revolución democrática) y de izquierda (la cual defendía centrarse exclusivamente en el proletariado urbano y continuar con las intentonas insurreccionales en las ciudades). Estas líneas oportunistas coincidían en subestimar u olvidarse completamente del campesinado, el cual constituía la inmensa mayoría de población china: la de los oportunistas de derecha por la razón de que la actividad revolucionaria de los campesinos lesionaría la alianza con el Kuomintang, al representar este último los intereses de determinadas fracciones de los terratenientes, y los oportunistas de izquierda porque solo contemplaban al proletariado de las ciudades como clase revolucionaria, olvidando la tesis de Lenin sobre la alianza obrero-campesina. Ambas concepciones impedían el desarrollo de la revolución china al convertir unos, los oportunistas de derecha, a los comunistas en un simple apoyo de la burguesía en su revolución democrática de viejo tipo y los otros, los oportunistas de izquierda, por centrarse exclusivamente en la clase obrera de las ciudades, clase ultraminoritaria en la China de la época, y por defender la estrategia insurreccional que ya había demostrado su fracaso en los años precedentes.

Frente a ellas, como decíamos, empezó a ser aplicada en 1927, tras la ruptura de la alianza con el Kuomintang y el consiguiente repliegue del PCCh al campo e inicio de la segunda revolución china, la Guerra Popular [10]. La consolidación de la línea revolucionaria no se produciría hasta el año 1935, con ocasión de la celebración de la Conferencia de Zunyi. En ella se apartó de la dirección a la línea oportunista de izquierda que controlaba el PCCh desde finales de los años 20, tras la destitución del grupo oportunista de derecha encabezado por Chen Duxiu. Por lo tanto, la Guerra Popular se desarrolló desde 1927 a 1935 en lucha de líneas contra la dirección del PCCh (apoyada por la Internacional Comunista, que continuaba defendiendo la estrategia insurreccional y ponía trabas a la aplicación de la GPP). Esta postura de la dirección oportunista desembocaría en la situación crítica de 1934, que solo pudo ser salvada mediante la realización de la Larga Marcha.

La nueva estrategia, la Guerra Popular, suponía la creación consciente por parte del Partido Comunista de China de los órganos del Nuevo Poder del pueblo, de los soviets de obreros y campesinos en el campo chino, conformando así las bases de apoyo revolucionarias [11]. En dichas bases, tras la expulsión del poder político burgués-terrateniente, eran las masas populares del campo las que ejercían el poder político, tomaban las decisiones y resolvían los problemas concernientes a su propia vida cotidiana. Eran las masas las que tomaban en sus manos la gestión del poder y, mediante la confrontación entre la dictadura democrática-popular y la dictadura burguesa-terrateniente, se decantaban por la primera y pasaban a las filas de la revolución social. La estrategia de la construcción del Poder popular era acorde con la máxima de que las grandes masas solo adquieren conciencia revolucionaria mediante su experimentación del poder político y las transformaciones sociales a él vinculadas. La GPP también conllevaba la creación de los destacamentos armados de las masas populares, que conformaban el Ejército Rojo. Era el ejército del pueblo, dirigido por el Partido, el encargado de combatir a las fuerzas armadas del enemigo y de defender el Nuevo Poder. Era además un instrumento de la línea de masas del PCCh. Allí donde actuaban los destacamentos armados estos hacían labor de propaganda entre las masas, las organizaban, les ayudaban a establecer el poder político revolucionario y les entregaban armas para formar unidades guerrilleras.

Mediante esta estrategia, el PCCh se iría extendiendo por el territorio chino, conquistando cada vez más sectores de las masas para la revolución. La acumulación de fuerzas de las amplias masas y la propia revolución se hacían a la vez, a diferencia de lo que defiende la estrategia economicista-insurreccional de la casi totalidad del MCI que suponía (y supone) la separación de ambas tareas: primero, una acumulación de fuerzas de carácter no revolucionaria, y luego, un salto en el vacío a la revolución depositando las esperanzas en el estallido de una crisis revolucionaria espontánea. Rompiendo con este paradigma, en la GPP en China las masas se conquistaban a la vez que se establecía en el Nuevo Poder, a la vez que se hacía la revolución.

Exceptuando el periodo del grupo oportunista de izquierdas, denominado los “28 bolcheviques”, en la dirección del PCCh (que sustituiría la guerra de movimientos por la guerra de posiciones, llevando a su casi total desaparición a la República Soviética de Jiangxi), el Partido no variaría su estrategia en torno a la GPP durante todos los años que duró la lucha por la conquista del poder político en China, incluida la etapa de la alianza con el Kuomintang frente a los invasores japoneses (1937-1945). Durante esta época, aunque el Nuevo poder popular y el Ejército Rojo estaban integrados formalmente en la República de China y en el Ejército Nacional Revolucionario del Kuomintang, respectivamente, eran en la práctica independientes de él. Esto permitió que durante este periodo, a la vez que combatían a los imperialistas nipones, el PCCh continuase estableciendo el Poder popular en el territorio chino y acumulando fuerzas de las grandes masas populares para la revolución. Y de este modo, tras el fin de la guerra contra el Imperio del Japón, los comunistas chinos pudieron emprender la inevitable guerra civil contra la gran burguesía y los terratenientes, representados por el Kuomintang, desde una posición de garantía al no haber renunciado previamente a la independencia ideológica, política y militar del proletariado (a diferencia del PCE en la guerra civil española) y haber continuado con el establecimiento del Nuevo Poder, lo cual permitió la conquista del poder político en toda la China continental en 1949.

Esta estrategia [12] también fue implementada por algunos Partidos Comunistas en las guerras de liberación nacional y las revoluciones democrático-populares en sus respectivos países durante la II Guerra Mundial. Tal fue el caso, por ejemplo, de Grecia, Albania o Yugoslavia. En estos países, sus correspondientes Partidos Comunistas —KKE, PCA, PCY— crearon los destacamentos armados —ELAS, ELN, EPLDPY— y el Frente —EAM, FLN, FPY—, y desarrollaron la lucha contra las fuerzas ocupantes y sus Estados títeres. Durante la guerra, partiendo de una situación de total inferioridad respecto del enemigo, consiguieron hacer partícipes a las grandes masas populares de estos países en la lucha por la liberación nacional implementando los órganos del Nuevo Poder que ejercían la dictadura democrático-popular. Estas fuerzas fueron capaces de liberar la mayoría del territorio de sus países por sus propias fuerzas. Así, cuando las tropas del Ejército Rojo soviético, en su ofensiva contra la Alemania nazi, se adentraron en estos países, las fuerzas ocupantes y sus lacayos en estos Estados estaban prácticamente derrotados. El mismo paradigma se produjo en Vietnam en la revolución democrática y la lucha de liberación nacional contra el Imperio del Japón y los colonialistas franceses.

También es la Guerra Popular la estrategia que ha permitido el desarrollo de los más recientes procesos revolucionarios dirigidos por Partidos Comunistas: las ya finiquitadas guerras civiles revolucionarias en Perú y Nepal y las que aún continúan en pie en India y Filipinas.

La propia Revolución de Octubre, sin desarrollarse mediante la estrategia de la Guerra Popular, encajaría dentro del esquema de la misma y compartiría sus principios [13]. En el proceso revolucionario ruso estaban presenten los tres instrumentos de la revolución: el Partido Comunista —el POSDR(b)—, los destacamentos armados —la Guardia Roja, que después daría lugar al Ejército Rojo— y el Frente-Nuevo Poder —los Soviets de obreros, soldados y campesinos—. Fue mediante la propia experiencia de la clase obrera en la gestión de su poder político, a través de los órganos del Nuevo Poder, como estas adquirieron conciencia de clase para sí y se sumaron a la revolución. Y, partiendo el proletariado revolucionario —como no puede ser de otra forma— de un estado de desventaja frente a la burguesía y su aparato estatal, consiguió acumular fuerzas pasando por las tres fases del proceso revolucionario —defensiva, equilibrio y ofensiva estratégica— hasta la total conquista del poder en el territorio del antiguo Imperio zarista. La diferencia principal con la estrategia de la GPP de la Revolución rusa fue el hecho de que en ella la creación de los órganos de poder de la clase obrera no fue obra del Partido Comunista, sino que estos órganos fueron creados en el transcurrir de una revolución democrático-burguesa todavía pendiente en la Rusia de 1917, como ya explicamos antes. Pero eso constituye una particularidad, una excepción, del proceso revolucionario ruso, no aplicable al resto de revoluciones proletarias, en las cuales dicha labor, la creación de los órganos de poder, corresponde al movimiento revolucionario del proletariado, al Partido Comunista.

Esta coincidencia de las líneas generales de la Revolución de 1917 y la Guerra Popular no es fruto de la casualidad, sino que se debe a que la Guerra Popular constituye la estrategia para la conquista del poder coherente con los principios y características de la revolución proletaria. Por ello, consideramos que la GPP es la estrategia de aplicación universal para la implantación de la dictadura del proletariado. A continuación trataremos los principios generales de la Guerra Popular.

La Guerra Popular requiere para su desarrollo la constitución de los tres instrumentos revolucionarios: Partido Comunista, Ejército proletario y Frente-Nuevo Poder.

El Partido Comunista es el organismo social que plasma la fusión entre la vanguardia revolucionaria (portadora de la cosmovisión proletaria) y las masas obreras, constituyendo así el movimiento revolucionario del proletariado. La necesidad del Partido de Nuevo Tipo tiene su causa en el hecho de que las grandes masas del proletariado no desarrollan conciencia revolucionaria por sí mismas, de forma espontánea. Esto implica que tiene que ser la vanguardia comunista, la cual sí posee esa conciencia de clase para sí, la encargada de dotar al proletariado de la conciencia sobre la necesidad de la superación revolucionaria del modo de producción capitalista, lo cual convierte todo el proceso encaminado hacia la sociedad comunista en un proceso guiado por el factor consciente, por la vanguardia comunista, en el cual esta va elevando a cada vez más sectores del proletariado a su posición (empezando por los sectores más cercanos a su nivel de conciencia hasta alcanzar a los más alejados). En el momento en que la vanguardia conquista a los elementos más avanzados del movimiento obrero de resistencia (vanguardia práctica) y la cosmovisión proletaria penetra, a través de los mecanismos de mediación, en las masas de la clase, es cuando tiene lugar la constitución del movimiento revolucionario del proletariado hacia el comunismo. Esto, este movimiento obrero de nuevo tipo que fusiona al socialismo científico con las masas, y no otra cosa (destacamento de vanguardia o partido de masas), es el Partido Comunista. Como tal, al Partido le corresponde la función principal en el desarrollo de la revolución, tanto en la fase de conquista del poder mediante su construcción como después de conquistado el poder definitivamente, es decir, durante la etapa de la dictadura del proletariado hasta la sociedad comunista. En correspondencia con esto, los otros dos instrumentos revolucionarios, el Ejército proletario y el Frente-Nuevo Poder, son creados de forma concéntrica y dirigidos por el Partido.

El Ejército proletario, que, como acabamos de decir, es un organismo creado por el Partido y dirigido por este último —aplicando la máxima de que la política dirige el fusil—, cumple varias funciones en el desarrollo de la guerra civil revolucionaria, de la GPP. Su función es enfrentarse con las fuerzas armadas del Estado burgués para generar vacíos de poder, limitando la capacidad de intervención de las organismos del aparato estatal capitalista y de este modo poder establecer los órganos del Nuevo Poder proletario. Como tal, tiene como misión defender y sostener la dictadura proletaria en su enfrentamiento armado con la dictadura de la burguesía durante la existencia del doble poder. El poder político, sea de la clase social que sea, no puede existir sin cuerpos armados para defenderlo e imponérselo a quien se le oponga. Pero su papel no se queda aquí, sino que el Ejército es durante la Guerra Popular un instrumento de la línea de masas del PC (como vemos, la línea general revolucionaria delimita claramente el papel del Ejército proletario, lo que de hecho previene una concepción de tipo “militarista” sobre el movimiento proletario revolucionario que es una clara desviación que contraviene el principio elemental de que el partido debe dirigir siempre el fusil). El Ejército, bajo la dirección del Partido de Nuevo Tipo, organiza y moviliza a las masas de la clase obrera, interviene en la construcción de los órganos del poder proletario y les proporciona armamento. En un primer momento, para el inicio de la GPP, el Partido Comunista organiza los destacamentos armados que en contacto con las masas forman las milicias proletarias y en conjunto, tanto estos destacamentos como las milicias, conforman el Ejército rojo.

En tercer lugar, el Frente se construye y se plasma en la práctica en el Nuevo Poder (ya se denomine Soviets, Consejos, Comités, etc.) de las masas proletarias. La dirección de su construcción le corresponde al Partido, en ella interviene el Ejército y participan las grandes masas del proletariado. Los órganos de Nuevo Poder son los que permiten a la clase obrera experimentar su propio poder de clase frente a la dictadura de la burguesía, y llevar a cabo las transformaciones sociales necesarias tomando sus propias decisiones y aplicándolas de forma conjunta en cuestiones como la vivienda, el abastecimiento, en la imposición de condiciones a sujetos pertenecientes a otras clases, las sanciones a quienes cometen acciones contrarrevolucionarias, etc. En definitiva, en todo lo que afecta a la vida cotidiana de las masas de nuestra clase. También son las masas quienes eligen a sus representantes, los cuales tienen un mandato imperativo y pueden ser revocados en cualquier momento. Este poder político es la única forma de que la clase obrera adquiera conciencia revolucionaria y se implique en la revolución socialista (y no la lucha por reformas o el terror individual como promulgan los economicistas y los partidarios del terrorismo pequeñoburgués, respectivamente). Mediante esta confrontación de dictaduras —la burguesa, encarnada en el Estado burgués, y la obrera, en el Nuevo Poder— es como el proletariado se decanta por la revolución social y el Partido acumula fuerzas de las amplias masas de la clase en su camino hacia la conquista total del poder político. Es decir, la revolución y la conquista de las grandes masas obreras se realiza al mismo tiempo. Este Nuevo Poder proletario no está vinculado a un determinado territorio, sino que se corresponde con las masas en armas. [14] Como tal, no tiene un carácter fijo en el espacio físico, puede aparecer en un sitio y desaparecer para volver a aparecer en el mismo lugar o en uno distinto. Así es como se va destruyendo el viejo poder de la burguesía, el viejo Estado burgués, y va siendo sustituido por el poder de las masas proletarias, del Estado de dictadura del proletariado en formación.

En lo que respecta al desarrollo de la Guerra Popular, esta transcurre por tres fases: la defensiva, el equilibrio y la ofensiva estratégica. La primera etapa hace referencia al periodo de inicio de la guerra civil revolucionaria donde las fuerzas revolucionarias se encuentran en franca inferioridad respecto de las fuerzas con las que cuenta la burguesía. En ella prima la guerra de guerrillas y mediante la incorporación de las masas amplias del proletariado con la construcción de las instituciones del Nuevo Poder obrero se transcurre a la siguiente etapa: el equilibrio. En ella las fuerzas revolucionarias alcanzan un punto de relativa igualdad con las fuerzas reaccionarias y se comienza a aplicar, junto con la guerra de guerrillas, la guerra de movimientos. Finalmente, en la tercera fase, el movimiento revolucionario se halla en una posición óptima para lanzarse a la conquista total del poder político en todo el Estado y transcurre mediante la guerra de posiciones, además de las dos formas de guerra anteriormente mencionadas [15]. Todo este proceso se realiza mediante la acumulación de fuerzas por y para el movimiento revolucionario proletario con la construcción y ampliación del Nuevo Poder obrero.

Lo que acabamos de exponer constituyen los principios de la revolución proletaria y, en coherencia con ella, los de la estrategia revolucionaria de la Guerra Popular Prolongada. Y estos principios es posible desarrollarlos en cualquier país con las adaptaciones oportunas en función de las condiciones concretas de cada Estado.

El revisionismo, para intentar negar la posibilidad de aplicación de esta estrategia en países de capitalismo desarrollado, en países imperialistas, es decir, su universalidad, suele entremezclar los principios de la GPP con su aplicación concreta en países semifeudales y semicoloniales. En dicha labor se ven ayudados por el hecho de que en ningún país imperialista se ha aplicado la GPP, básicamente porque ningún destacamento comunista se lo ha planteado tan siquiera hasta los últimos tiempos, al ser hegemónica en el MCI la línea economicista-insurreccional. Como decimos, el revisionismo suele confundir, ya sea de manera consciente o inconsciente, la estrategia de la revolución —la Guerra Popular— con el carácter de las revoluciones desarrolladas mediante la anterior —revolución democrático-popular—. De este modo, alegan, para defender la inaplicabilidad de la GPP en los países capitalistas desarrollados, que el campesinado no puede ser la fuerza motriz de la revolución o que no se puede cercar las ciudades desde el campo. Este tipo de argumentos se desacreditan por sí mismos: el carácter de la revolución pendiente en los Estados imperialistas es socialista y, por tanto, tanto la fuerza dirigente como la fuerza motriz de la misma solo puede ser el proletariado, y su centro, las áreas urbanas de estos países. Que en los países donde se aplicó (y aplica) la Guerra Popular el campesinado fuese (sea) la fuerza motriz de la revolución (que no la dirigente) y el centro de la misma lo fuese el campo, no fue por causa de la estrategia revolucionaria, de la propia GPP, sino de las condiciones de estos países (semifeudales y semicoloniales) y, por consiguiente, del carácter de la revolución pendiente en ellos.

Sin embargo, el principal argumento que suele exponer el revisionismo en su defensa de que la Guerra Popular no es aplicable en los centros imperialistas es que, según ellos, no es posible la generación de vacíos de poder del Estado burgués que puedan ser ocupados por el poder de las masas proletarias en armas. La falsedad de dicho argumento es fácilmente demostrable, pero antes mencionaremos a qué se debe en gran parte este argumento. Y es que el revisionismo alberga una concepción errónea del Nuevo Poder, considerando que este está conformado por territorios liberados e inexpugnables para los cuerpos armados de la burguesía que solo podrían ser creados, en consecuencia, en países donde existe un Estado débil con poca presencia y fuerza en las zonas rurales habitadas por las grandes masas campesinas, esto es, que solo podrían crearse en los países del denominado Tercer Mundo. Lejos de esto, el Nuevo Poder no se corresponde con dicha concepción, sino que se corresponde con las masas revolucionarias y, por tanto, tiene un carácter móvil y no vinculado de forma fija a un determinado territorio. En los propios países semifeudales y semicoloniales donde se ha desarrollado la Guerra Popular, el Nuevo Poder no tenía estas características que le atribuye el revisionismo hegemónico en el Movimiento Comunista, sino que tenía un carácter flexible y se expandía o contraía en función de las circunstancias. Basta recordar que en la propia revolución china los comunistas abandonaron hasta en dos ocasiones incluso el territorio donde se hallaba la capital de la China roja para volver a tomarla posteriormente: primero, en la segunda guerra civil revolucionaria, cuando abandonaron Jiangxi para emprender la Larga Marcha; y luego, cuando, en la tercera guerra civil, abandonaron Yenán, que era la capital revolucionaria desde la guerra de liberación nacional contra Japón. Además, los Partidos Comunistas que desarrollaron Guerra Popular en estos países no se limitaron solamente a las zonas rurales (aunque estas fuesen las áreas principales de actuación), sino que también actuaron en las ciudades.

En lo que respecta a la existencia de vacíos de poder en Estados imperialistas, existen numerosos ejemplos, tanto creados por movimientos políticos que levantaron un contrapoder como generados por las propias masas profundas del proletariado en sus rebeliones espontáneas.

Entre los primeros casos se puede citar el Movimiento Republicano Irlandés, formado por el Sinn Fein y el IRA, que, en los barrios de la comunidad nacionalista irlandesa de las ciudades norirlandesas de Belfast y Derry, así como en zonas rurales como South Armagh, fue capaz de crear un vacío de poder dentro del Estado británico y lo ocupó con un contrapoder nacionalista enfrentado al anterior desde finales de los años 60 hasta los años 90 del siglo pasado. Y, desde luego, el Reino Unido no es precisamente un país dependiente y semifeudal, sino que es una de las mayores potencias imperialistas. También en Estambul, la ciudad más importante de Turquía y con una población que supera los 10 millones de habitantes, el DHKP-C (Partido Revolucionario de Liberación Nacional-Frente) ha levantado en la actualidad una estructuras políticas enfrentadas al Estado burgués turco en distritos como Besiktas (un poder que ha provocado que la policía turca no pueda entrar con normalidad en algunos de sus barrios y que ha permitido que haya una verdadera lucha contra las inmobiliarias, los narcotraficantes y el Estado, los cuales intentan expulsar a las capas proletarias y populares de la zona). ¡Incluso el movimiento anarquista griego ha sido capaz de ello en el barrio ateniense de Exarchia! (lo cual constituye una triste muestra de la deplorable situación en la que se encuentra el movimiento comunista hegemonizado por el revisionismo, que no solo no es capaz de generar contrapoder alguno, sino que, en un ejercicio de ruptura con la realidad, niega hasta la posibilidad de que eso pueda ocurrir cuando existen varios ejemplos de ello actualmente).

En cuanto a los segundos (nos referimos a los vacíos de poder generados por explosiones espontáneas de las masas), cada cierto tiempo, en los barrios obreros de ciudades de los países imperialistas, estallan rebeliones espontáneas de masas que convierten a estos barrios de forma temporal en un territorio donde el control del aparato estatal de la burguesía queda seriamente limitado. Como ejemplos: los disturbios de Los Ángeles de 1992, las revueltas en las banlieues francesas de 2005, el agosto inglés de 2011, las rebeliones en las barriadas de Estocolmo en 2013, etc.

Lo que revelan todas las críticas del revisionismo a la universalidad de la Guerra Popular es la incapacidad de la mayoría del Movimiento Comunista para abandonar —y romper con— las limitaciones vigentes durante el Ciclo de Octubre (entre las cuales juega un papel fundamental y central la que hemos tratado en este texto, es decir, la concepción espontaneísta-economicista de la revolución), que nos han llevado a la situación de derrota en la cual nos encontramos actualmente. Frente a ello solo cabe desarrollar por parte de los marxistas-leninistas el Balance del Ciclo de Octubre y la lucha de dos líneas contra el revisionismo imperante en el movimiento para extraer la Línea General de la revolución proletaria y proseguir en el camino de la reconstitución ideológica y política del comunismo que permita poner en práctica la Guerra Popular en un país imperialista y abrir un nuevo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial.

                                                                                                          Revolución o Barbarie                                                                                               Octubre de 2014

Notas

[1] Sobre esto reflexionaba Lenin en un pasaje de su escrito Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática: “(…) todos nosotros contraponemos la revolución burguesa y la socialista, todos nosotros insistimos incondicionalmente en la necesidad de establecer una distinción rigurosa entre las mismas, pero ¿se puede negar que en la historia elementos aislados, particulares de una y otra revolución se entrelazan?¿Acaso la época de las revoluciones democráticas en Europa no registra una serie de movimientos y de tentativas socialistas?”.

[2] Decía Lenin en su obra El derecho de las naciones a la autodeterminación: “En la Europa continental, de Occidente, la época de las revoluciones democráticas burguesas abarcan un lapso bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. (…) En Europa Oriental y en Asia, la época de las revoluciones democráticas burguesas no comenzó hasta 1905”.

[3] Otra organización proveniente del campo pro-soviético que ha conservado cierta retórica “ortodoxa” e influencia entre las masas es el Partido Comunista Portugués. A este partido se le podría clasificar en una posición intermedia entre el sector del PIE y el sector encabezado por el KKE, aunque sus posiciones están más cerca del PIE que del KKE. El PCP, a diferencia del KKE y del sector encabezado por este, defiende una fase intermedia entre la democracia burguesa y el socialismo que denominan “democracia avanzada”. Asimismo, el PCP defiende la participación en el gobierno, cuestión que el KKE rechaza.

[4] http://es.kke.gr/es/articles/Los-comunistas-en-los-parlamentos-y-la-lucha-de-clases/

[5] Se puede leer aquí: http://esold.kke.gr/news/2008news/2008-12-resoution-cc/index.html

En ella también repiten un mantra común de las organizaciones derechistas: acusar a lo que está a su izquierda de trabajar para el Estado. Así refiriéndose a las “personas enmascaradas y encapuchadas” que participaban en los disturbios decían: “El núcleo de tales grupos se ha formado en las entrañas del estado, dentro y fuera de las fronteras de Grecia, en los gobiernos tanto de ND como del PASOK.”

[6] El TKP, partido vinculado al KKE, aunque con mucha menos fuerza que este, cuando el año pasado en Turquía estallaron también revueltas de masas por todo el país, se limitó a decir que aquello tampoco era una situación revolucionaria. Un miembro de su Comité Central decía en una entrevista a la pregunta de si existía una crisis revolucionaria: “No. Claramente es una explosión de una gran energía social. Es poderoso en amplitud y efecto, pero hay algunos criterios marxistas que definen una situación como revolucionaria, y estamos muy lejos de ella. Al menos por ahora…” http://lamanchaobrera.es/entrevista-a-kemal-okuyan-miembro-del-comite-central-del-partido-comunista-de-turquia-tkp/

[7] Como decíamos antes, estas organizaciones son también economicistas, cosa que queda clara en el Manifiesto-Programa del PCE(r): “Las luchas económicas o por mejoras inmediatas de los trabajadores son una de las formas más importantes que reviste la lucha de clases en la sociedad burguesa. El Partido tiene la misión de organizar, encabezar y dirigir estas luchas, por cuanto, además de contrarrestar la progresiva depauperación de las masas, contribuyen a elevar su conciencia y organizarlas para acabar con la explotación capitalista”.

[8] Lenin, en su discurso de clausura del I Congreso de la Komintern, en 1919, terminaba su intervención diciendo:

“La victoria de la revolución proletaria está asegurada. Ya se divisa la formación de la República Soviética Internacional”.

[9] En la obra La insurrección armada, de la Internacional Comunista, donde se exponen las concepciones vigentes en el MCI sobre el proceso revolucionario, se afirma:

“No son las acciones militares de una vanguardia lo que puede y debe suscitar la lucha activa de las masas por el poder; es el poderoso impulso revolucionario de las masas laboriosas lo que debe provocar las acciones militares de los destacamentos de vanguardia; éstos deben entrar en la acción (según un plan previamente bien estudiado en todos sus aspectos) impulsados por el aliento revolucionario de las masas”.

Como se puede comprobar, se deja al impulso espontáneo de las masas la posibilidad de realizar la revolución. Es a ellas (y no a su vanguardia fusionada con ellas) a quienes se les otorga la iniciativa en la realización de la revolución, lo que es una clara desviación espontaneísta. Es decir, según esta tesis, la vanguardia queda relegada a ir a la zaga del movimiento espontáneo de masas.

[10] Al mismo tiempo comienza a aplicarse también la Revolución de Nueva Democracia. Esto es, una revolución democrática de nuevo tipo dirigida por el proletariado en alianza con otras clases sociales (campesinado, pequeña burguesía y mediana burguesía o burguesía nacional) para la instauración de un Estado democrático popular en transición al socialismo. Este carácter de la revolución se debe al carácter de clase de la China de la época: semifeudal y semicolonial.

[11] Stalin y la IC, contrariamente a lo que preconizaba la línea revolucionaria del PCCh, dejaban la posibilidad de la creación de los soviets en China al desarrollo espontáneo de un auge revolucionario. Véase el artículo del revolucionario georgiano titulado Notas sobre temas de actualidad, escrito en julio de 1927.

[12] Si bien es cierto que el apelativo “popular” puede llevar a equívocos en los Estados en los que la única revolución pendiente es la proletaria (lo que no sucede, en general, en los países semicoloniales, en los cuales los Partidos Comunistas deben ponerse a la vanguardia de procesos revolucionarios que comiencen por la fase democrático-popular o de Nueva Democracia en transición al socialismo), la categoría de “Guerra Popular” es una fórmula de validez y estrategia universales para todo el proletariado revolucionario internacional, tal como venimos demostrando en este texto. Por ello, carece de sentido desechar la línea política y militar revolucionaria que postula la teoría de la Guerra Popular Prolongada con el argumento absurdo y reduccionista de que, por el hecho de que se denomina popular, sería una estrategia exclusivamente válida para los países oprimidos o semicoloniales, no así para los imperialistas o de mayoría obrera. En suma, la estrategia de la Guerra Popular Prolongada es la estrategia del proletariado revolucionario internacional, la única posible para derrotar a la burguesía.

[13] Esta cuestión se trata en el texto del Movimiento Anti-Imperialista (MAI) Octubre: lo viejo y lo nuevo: http://movimientoantiimperialista.net/Martinete/EM-20/Octubre.htm

[14] Tesis presente en la magistral obra de Lenin El Estado y la Revolución y confirmada en la práctica en todas las experiencias de dictadura del proletariado que han existido desde la primera de ellas: la Comuna de París.

[15] En la guerra de guerrillas no existe vinculación entre las fuerzas guerrilleras y una posición física determinada, sino que estas tienen un carácter completamente móvil. En la guerra de movimientos ya existe un cierto lazo entre los destacamentos armados y determinados espacios físicos, aunque continúa primando el carácter móvil de las fuerzas revolucionarias, mientras que ya en la guerra de posiciones existe una defensa de territorios fijos al darse esta cuando las bases revolucionarias están consolidadas.

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Crítica a FRPC

Publicamos a continuación una crítica a la joven organización Front Revolucionari del Països Catalans (FRPC) por parte del camarada Genís, que puede ser localizado en Twitter con el nombre de usuario @Genis_8 (https://twitter.com/Genis_8). En ella se examinan temáticas como la naturaleza ideológica de este destacamento, su estrategia, su visión sobre el fascismo o el tratamiento que realizan de la cuestión nacional, enlazándolo todo ello con su concepción respecto a la dialéctica. Consideramos, pues, que este documento es un aporte a la necesaria lucha de dos líneas que debe realizarse en el seno de la vanguardia teórica como vía para que el marxismo tome la posición hegemónica, la cual ocupa actualmente -y desde hace ya demasiado tiempo- el revisionismo.



“Lo único que hace falta es tener conciencia de los defectos, cosa que en la labor revolucionaria equivale a más de la mitad de la corrección de los mismos”

“Solo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia”

Lenin, ¿Qué hacer?

Recientemente, puede descubrir la existencia de una organización llamada Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC). Según me dijo uno de sus militantes (con el que he hablado muy poco aún y con quien espero tener la oportunidad de debatir más en profundidad) es una organización joven –de apenas un año–, y ese es el motivo, me dice, por el cual no se puede leer mucho sobre ellos, aunque sí existen un par de documentos que resultan de interés para abordar la tarea de conocer su línea política y su ideología; uno llamado “ideología” en el que resumen sus posiciones políticas y que también utilizaron a modo de manifiesto fundacional y otro con relación a la consulta independentista en Catalunya.

La tendencia de todas las organizaciones “dels Països Catalans” a supeditarse al modelo y a las estructuras de la Esquerra independentista (EI) puede suscitar la sospecha de que, como otras organizaciones, esta sea una más de entre todas que no difiera de su línea revisionista y oportunista. De primeras, parece que no haya ningún vínculo formal entre la primera organización y la segunda; pero debemos ser cautos e intentar averiguar si los métodos y la ideología de la EI han impregnado al FRPC, porque las malas costumbres se pegan y más cuando estas están muy arraigadas. Vayamos por partes.

En su perfil de twitter, los del FRPC se describen así: “Som el Front Revolucionari dels Països Catalans, l’organització juvenil Marxista-Leninista, internacionalista, feminista i antifeixista”. Si vemos cuál es la definición de Arran, la principal organización juvenil de la izquierda independentista catalana, en su perfil de twitter, vemos esto: “Organització juvenil de l’Esquerra Independentista. Independència, socialisme i feminisme”. Es sorprendente que aparezcan más –ismos en los que se autodenominan marxistas-leninistas, si tenemos en cuenta que el marxismo-leninismo no es un sector parcial de una lucha política o económica en el marco del capitalismo, sino el instrumento que nos permite construir una cosmovisión revolucionaria (a través de la incorporación y renovación ideológica constante) que sirva para urdir la revolución proletaria mundial.

Aunque no es el momento, si se repasan brevemente cuáles son las principales características de la EI se distinguen unos cuantos rasgos que comparten todas sus organizaciones en sus distintas formas: asamblearismo (horizontalidad), independentismo (que cae, muchas veces, en el nacionalismo más burdo y reaccionario), feminismo y una ambigua reivindicación del socialismo como meta (“Reivindiquem la necessitat d’acabar amb el sistema capitalista i la seva injustícia mundial; per això apostem per la construcció del socialisme [sic], el qual ens ha de conduir a una societat sense clases [sic] ni opressions de cap tipus [sic]” Arran), pero prescindiendo del marxismo-leninismo y del materialismo histórico y dialéctico como métodos para elaborar esta posible “construcción”, de la que no se dice, en ningún momento, ni cómo piensan construir ni mucho menos cómo piensan destruir lo anterior, evidentemente. Para la EI, el marxismo es una posibilidad más entre otras para elaborar sus análisis, reduciendo así el único elemento que nos brinda la única posibilidad teórica y práctica que existe para la emancipación no solo del proletariado, sino de la humanidad, al papel que le asignó el posmodernismo.

Creo que es conveniente hacer esta recapitulación de los elementos más característicos de la EI para discernir con más precisión si el FRPC está en el mismo camino que ellos o, por el contrario, no hay relación política entre ellos.

En el documento de su página donde explican cuál es su ideología y cuáles son los principios por los que se rigen, dejan bien claro, al principio, que no tienen nada que ver con otras organizaciones: “El FRPC (Front Revolucionari dels Països Catalans) naix com una alternativa a l’actual moviment anticapitalista del jovent arreu dels Països Catalans”. Se puede ver, pues, que su voluntad es desmarcarse políticamente de la EI. El texto sigue así: “creiem que la necessitat principal és la consciència de classe cap al nostre poble, on a través del nostre treball, la població estiga conscienciada sobre quins són els nostres opressors, de com alliberar-nos i quines vies d’alliberació tenim”.

Leyendo estas líneas, parece que no tienen muy clara la diferencia entre la conciencia de clase, que es la conciencia que tiene el obrero por el mero hecho de encontrarse en una situación antagónica a la del capitalista y que lo conduce a las luchas económicas y sindicales por las mejoras parciales, y la conciencia revolucionaria, que es la que se introduce desde el exterior, la que necesita una elaboración teórica previa hecha por la vanguardia y la que aspira, no a la mejora de las condiciones laborales, sino a destruir estas relaciones sociales antagónicas. Lenin, en su libro ¿Qué hacer? muestra por qué los revolucionarios debemos preocuparnos por introducir conciencia revolucionaria en las obreras: para no ceder terreno ideológico a la burguesía y porque no aspiramos a liderar ni a dirigir un movimiento sindical, sino uno revolucionario.

“Los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata [revolucionaria]. Esta solo podía ser introducida desde fuera. La historia de todos los países atestigua que la clase obrera […] solo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista [de clase, sindicalista], es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos…” [1]

Además, en la palabra “poble”, entre otras cosas, se puede ver un rastro de sus vestigios nacionalistas; no se han desembarazado aún de la noción incluyente e integradora de pueblo, que incluye, a veces, alianzas hasta con la mediana burguesía y que no diferencia entre clases sociales, entre explotadas y explotadores, dando así un carácter revolucionario al conjunto de la población dels Països Catalans, como si fuera mayor la opresión nacional por parte del estado español, que la propia opresión del sistema capitalista que da tanto rédito económico a muchos burgueses catalanes, y con el que se sienten muy a gusto.

Por otra parte, a pesar de que solo es un manifiesto fundacional de una organización joven, se agradecería que las frases ampulosas no fueran solo eso y que, cuando hablan de cuáles son las vías que tiene el proletariado para su liberación, no dejen el tema sin abordarlo. Así que, aprovecho la ocasión para lanzarles una pregunta: ¿cuál es la vía efectiva, según el criterio del FRPC, por la que el proletariado puede alcanzar su liberación? Uno de sus militantes me hizo saber que el fin de su organización era la Revolución proletaria y, al preguntarle cómo pensaban llevarla a cabo me contestó: “[a partir de introducir] consciència de classe i nació (sobretot al PV i Balears) primer que res. Seguida d’un enfortiment intel·lectual polític i una posterior prenguda d’armes contra la burgesia i l’espanyolisme.” Lo peor no es la tendencia a no distinguir entre la conciencia de clase y la conciencia revolucionaria (de lo que ya he hablado antes), sino la voluntad de hacer una defensa y propugnar los beneficios del nacionalismo, como si a través del nacionalismo se estimulara la capacidad revolucionaria de las masas. Es harto peligroso (además de reaccionario), y mucho más viendo a qué han conducido las aventuras nacionalistas en las exrepúblicas soviéticas, hacer esta apología del nacionalismo y que este sea utilizado por los revolucionarios. Por otro lado, es evidente que, dentro de la legalidad burguesa, los comunistas siempre tenemos que estar a favor de que la nación oprimida tenga derecho a la autodeterminación, pero los clásicos ya avisan:

Marx, sabedor de que solo la victoria de la clase obrera podrá traer la liberación completa de todas las naciones, no hace de los movimientos nacionales algo absoluto”. [2]

Después de esto, es preciso detenerse en el concepto “conciencia de nación”. ¿Qué es la “conciencia de nación”? ¿En qué aspectos materiales se manifiesta? Más allá de lo idealista que resulta este concepto, se sabe que los del FRPC manejan, en relación con la cuestión nacional, los mismos términos y las mismas concepciones que RC, por lo tanto, ellos entienden que els Països Catalans no son una nación sino un pueblo. La contradicción terminológica entre lo que proponen en su manifiesto y lo que luego manifiestan sus militantes conduce a la confusión, deja entrever, de nuevo, que hace falta un reforzamiento en el aspecto teórico de sus militantes y que, en realidad, el concepto “conciencia de nación” les sirve para salir del atolladero y barnizar con terminología seudomarxista un nacionalismo implícito, por lo que parece.

El marxismo-leninismo siempre ha hablado de autodeterminación nacional, y el apelativo de «pueblos» ha sido utilizado para designar realidades sociales y políticas de países coloniales y semicoloniales, así como para defender, a partir del VII Congreso de la Internacional Comunista, tácticas de alianzas entre el proletariado, la pequeña burguesía y la burguesía democrática en los Frentes Populares y los sistemas de democracias populares.” [3]

El significado que otorgan a la palabra pueblo y cómo la diferencian de nación no se sabe, porque rehúyen a contestar cuando se les pregunta; el parecido con RC, como digo, es sospechoso, aunque militantes de ambos bandos lo nieguen. Imagino que los del FRPC, cuando utilizan el concepto pueblo, no se refieren a ninguna de estas definiciones, porque no son aplicables, de ningún modo, a la realidad de els Països Catalans. Además, hay que añadir que, por mucho que se empeñen en aplicar el concepto de pueblo a els Països Catalans, los tratan como una nación, ya que no entienden ni aceptan que la consulta se pueda dar solo en el principado catalán (que sería una nación y que, por consiguiente, al no aceptar su autodeterminación, se ponen al lado de la reacción, porque la niegan), sino que solo admiten que la consulta englobe el marco entero de els Països Catalans, a los que queda claro que por mucho que les pongan otras etiquetas, en su fuero interno, los conciben como una nación, una práctica habitual de la EI.

Siguiendo con las premisas que proponen para llegar a la revolución proletaria, lo del “fortalecimiento intelectual y político” (¿de quién?, ¿sobre qué base?) y lo de “tomar las armas (¿qué armas? ¿de dónde salen?) contra la burguesía y el españolismo”, no hay por donde cogerlo de lo abstracto que es, además, entre un acto y el otro media un abismo de tan enormes dimensiones que no puede sino terminar en un fracaso estrepitoso. Pensar que porque ¿las masas? adquieran conciencia política, de repente, se van a lanzar a la lucha armada, no tiene otro resultado que, como ya hemos visto en otras organizaciones del estado, la formación de una organización terrorista, donde es la propia vanguardia del partido, totalmente aislada de las masas, la que lleva a cabo actos de terror. El problema de este planteamiento es que no se vincula el proceso de conquista de las masas con el proceso, y la necesidad, de construcción de poder revolucionario, cosa que solo se puede llevar a cabo mediante la línea militar proletaria, en el marco de la guerra popular.

Su manifiesto sigue por estos derroteros: “Apostem per l’alliberament del proletariat […] a través de l’extinció [sic] de l’estat capitalista i la implantació d’un estat socialista en la qual s’eliminin les desigualtats i classes socials a través de la dictadura del proletariat”.
Este enaltecimiento del socialismo, mejor dicho, del estado socialista y no del comunismo (¿hay algún problema con la palabra comunismo que yo no sepa? Porque Arran también la evita), evidencia una (otra) carencia teórica importante, pues es sabido que durante el socialismo, periodo previo al comunismo en el que el proletariado ejerce su dictadura de clase, las clases sociales siguen existiendo, y no es hasta llegar al comunismo cuando las clases, por fin, desaparecen. Además, el capitalismo no se extingue, lo que dice mucho de su idea de cómo superarlo (mecánicamente) sino que es el poder revolucionario del proletariado el que lo destruye. En el artículo “Stalin, clases sociales y restauración del capitalismo” del blog Revolución o Barbarie [4] se hace un análisis pormenorizado de cómo las clases siguieron existiendo en la URSS de Stalin y cómo su errónea lectura condujo, entre otras cosas, a una limitación en el desarrollo del socialismo y al triunfo de la línea derechista dentro del Partido (pues se pensaba que todo ataque contra el socialismo no podía sino venir desde el exterior).

Más abajo, enumeran sus bases ideológicas. En este punto, una retahíla interminable de –ismos, otra vez como en su descripción de twitter, redunda una y otra vez sobre aspectos que ya se incluyen de por sí en el marxismo-leninismo como expresión de la teoría revolucionaria y de vanguardia del proletariado (solo si esta misma teoría es un corpus vivo y dialéctico capaz de evolucionar, de superarse y negarse a sí mismo). Son solo los dogmáticos, que creen que el marxismo-leninismo es algo irrefutable e inamovible, quienes ven la necesidad de complementarlo, asumiendo el carácter parcial y oportunista de cada lucha e intentando imprimirle un carácter de clase [¿?].

Sus bases ideológicas son (por orden): el internacionalismo, el marxismo, el antifascismo, el republicanismo, el euroescepticismo (¿? Suena a PCPE, que relega la revolución a las calendas griegas para ponerse a la cola de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía radicalizada que, en su programa burgués, apuestan por recuperar la soberanía nacional –capitalista– huyendo del monopolismo imperialista), el laicismo, el ecologismo (¡de clase!), el centralismo democrático y el feminismo (de clase). Es curioso, cuando menos, que no aparezca entre todos los –ismos habidos y por haber el leninismo, ya que se declaran una organización marxista-leninista, y que sí aparezcan específicamente, por ejemplo, el internacionalismo o el centralismo democrático, que son elementos inherentes al marxismo-leninismo. Más allá de esta curiosidad, hay algunas particularidades que deben ser comentadas. Esta exposición ideológica compartimentada, dividida, diferenciada, que destaca por su unilateralidad, es un planteamiento que choca contra la concepción más elemental de la dialéctica:

Por oposición a la metafísica, la dialéctica no considera la naturaleza como un conglomerado casual de objetos y fenómenos, desligados y aislados unos de otros y sin ninguna relación de dependencia entre sí, sino como un todo articulado y único, en el que los objetos y los fenómenos se hallan orgánicamente vinculados unos a otros, dependen unos de otros y se condicionan los unos a los otros.” [5]

Por lo tanto, entender el marxismo-leninismo como un conglomerado de objetos y fenómenos desligados, y no como un todo articulado donde los objetos y fenómenos dependen unos de otros (lo que sería la ideología de vanguardia marxista-leninista a través de su avance dialéctico), significa dar al traste con cualquier posibilidad de formular una teoría revolucionaria sólida, cuya base sea el materialismo dialéctico (porque elucubraciones metafísicas sin ninguna ligazón con lo real hay a patadas), y la importancia de una teoría desarrollada y capaz de generar una organización revolucionaria es capital en el movimiento comunista.

En el párrafo donde plantean su marxismo, dicen esto: “Ens considerem marxistes perquè som materialistes, és a dir, ens adaptem a la realitat i emancipem tot tipus de consciència i espiritualitzat [sic]; tot això ho apliquem a la dialèctica, ja que això només fa que el poble no pugui veure tota la realitat de situacions i el que està passant al voltant d’ells.” Para empezar, que [se] emancipan todo tipo de conciencia es falso, porque antes ya se ha visto cómo hablan del concepto de “conciencia nacional” como algo que incluyen dentro de su imaginario, pero, además de esta contradicción dentro de su “corpus teórico”, su concepción del materialismo dialéctico (que parece que lo conciben como dos cosas distintas, primero el materialismo y, posteriormente, a este se le aplica la dialéctica) es totalmente vulgar y empirista, pues creen que “todo” se halla en lo material y que, por lo tanto, la identidad y la lucha de los contrarios, por ejemplo, no existe:

La dialéctica es la doctrina de cómo los contrarios pueden ser y cómo suelen ser (cómo devienen) idénticos, en qué condiciones suelen ser idénticos, convirtiéndose el uno en el otro, porque el entendimiento humano no debe considerar estos contrarios como muertos, sino como vivos, condicionales, móviles y que se convierten el uno en el otro” [6]

Tal como señala Mao, una contradicción siempre tendrá un aspecto principal y otro secundario: en la contradicción entre la práctica y la teoría, la práctica es el aspecto principal; de esto, pero, no se infiere que, en un momento concreto, fruto del desarrollo de esta contradicción, la teoría no pueda devenir el aspecto principal. Los del FRPC se olvidan del desarrollo dialéctico, ya que no plantean que el desarrollo provenga de una contradicción, de una evolución cualitativa, lo que los sitúa, indefectiblemente, en el campo de la metafísica. Al “emancipar la conciencia (¿será emanciparse de ella?)”, lo único que consiguen es no atender, por su concepción mecanicista y unilateral del materialismo, a una de las infinitas contradicciones que están en constante pugna en cualquier fenómeno de la naturaleza y la sociedad.

La identidad de los contrarios (¿no sería más justo decir su «unidad»?, aunque la diferencia de los términos identidad y unidad no tiene, en este caso, una importancia esencial. Ambos términos son justos en cierto sentido), constituye el reconocimiento (el descubrimiento) de la existencia de tendencias contradictorias, que se excluyen mutuamente y antagónicas en todos los fenómenos y procesos de la naturaleza (entre ellos también los del espíritu y los de la sociedad). La condición para conocer todos los procesos del mundo en su «auto-movimiento «, en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es conocerlos como una unidad de contrarios. El desarrollo es «la lucha» de los contrarios. Las dos concepciones fundamentales (¿o las dos posibles?, ¿o las dos que se observan en la historia?) del desarrollo (de la evolución) son: el desarrollo en el sentido de disminución y aumento, como repetición, y el desarrollo en el sentido de la unidad de los contrarios (el desdoblamiento de la unidad en dos polos que se excluyen mutuamente y la relación entre ambos).” [7]

Es necesario también atender a la concepción –equívoca– que tienen del fascismo, algo que no deja de ser habitual entre muchas de las organizaciones comunistas del estado. Ellos dicen que el fascismo es “la dictadura terrorista oberta que desencadenen els grans monopolistes i financers quan assumeixen definitivament les regnes de l’Estat en arribar el capitalisme a la seva última fase. Frena l’ascens del moviment obrer i tracta de superar la crisi que aquesta etapa engendra inevitablement”. Según esta definición de fascismo, lo que se suele denominar como “el mundo occidental” estaría bajo una férrea dictadura fascista. El fascismo, que se suele confundir con la dictadura de la burguesía (que no es otra cosa que la democracia burguesa) es una solución de emergencia de un sector de la burguesía monopolista que ve peligrar sus privilegios y que, ante el estallido de una –posible– situación revolucionaria, impone su régimen de explotación en el que otras fracciones de la burguesía –más débiles– quedan excluidas [8]. Concluir que las actividades típicas y normales de un estado capitalista en la fase imperialista del desarrollo del capitalismo no son propias de las democracias burguesas (es decir, de la dictadura de clase de la burguesía) conduce a dos posturas erróneas: la primera es que, debido a su materialismo mecanicista, intuyan que, mecánicamente, la superestructura que se desarrolla en la estructura imperialista es el fascismo; la segunda, la que lleva a la idealización de la democracia burguesa, porque se considera que las actividades que lleva a cabo un país imperialista exceden los límites de lo que se consideraría “normal” y “lógico” en democracia burguesa, como si la gran burguesía se viera alguna vez sujeta a restricciones, cuando, de hecho, no es así, sino que el imperialismo es la manifestación actual de la dictadura de clase de la burguesía. Esta confusión de la que se acaba de hablar, se manifiesta en este párrafo de su manifiesto: “El feixisme és el monopolisme en la política, el control del poder per un reduït nucli dels sectors financers més poderosos. És la súper estructura política que adopten els països imperialistes, de manera que, si la democràcia burgesa correspon al capitalisme premonopolista, el feixisme és la forma d’Estat del capitalisme monopolista.” La confusión y la dependencia directa que suponen que existe entre el imperialismo como estructura y el fascismo como superestructura es diáfana, pero, mientras el imperialismo es algo que deviene por el desarrollo del proceso económico histórico del capitalismo, totalmente ajeno a los procesos históricos subjetivos, es decir, es una etapa a la que llegará el capitalismo, tarde o temprano, allá donde exista y se desarrolle con normalidad, el fascismo no es algo “científico”, sino que depende de la situación política (y eso engloba también la economía) de cada país. Los E.E. U.U., por ejemplo, no han tenido la necesidad de implantar, de facto, una dictadura fascista, aunque sean el país imperialista por excelencia.

Lenin, en su brillante libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, donde teoriza y demuestra la tendencia del capitalismo a formar monopolios y a elidir cualquier atisbo de práctica democrática que pudiera darse en él, ya sanciona las actitudes idealistas de algunos, como, por ejemplo, la de Kautsky, que, ante este nuevo desarrollo del capitalismo, en lugar de dedicarse al estudio, como hizo Lenin, de esta nueva etapa, se dedicaron a proclamar las bondades del capitalismo premonopolista y librecambista, contra el que era mucha más sencillo luchar. Sin lugar a dudas, esta actitud es antidialéctica, pues pensar que se puede retroceder, volver a un estadio anterior del proceso histórico, es no entender, para nada, cómo funcionan los procesos dialécticos. Con esto, no pretendo atribuirles a los militantes del FRPC la voluntad de dar marcha atrás la historia, pero esta idealización de la democracia burguesa puede conducir a este tipo de desviaciones idealistas.

el viejo capitalismo, el capitalismo de la libre concurrencia, con su regulador absolutamente indispensable, la Bolsa, pasa a la historia. En su lugar, ha aparecido el nuevo capitalismo.” [9]

Para no demorarme en cuestiones en las que, aunque no se haya incidido específicamente, ya se ha hecho algún comentario y para no resultar repetitivo, me gustaría, en relación del republicanismo que dicen profesar, hacer mención a un artículo que trata sobre esta cuestión y que creo va a resultarles revelador [10]. Pero antes de dar por terminada esta crítica, no quisiera acabar sin hacer algunas menciones a otro documento del FRPC, “Comunicat davant el referéndum del 9N al principat”. En este comunicado manifiestan su postura ante el proceso de independencia que se está llevando a cabo en Catalunya liderado por organizaciones de masas de la pequeña burguesía radicalizada, de la aristocracia obrera y de la mediana burguesía, como ANC, Òmnium, i que se plasman en el parlamento en Convergència i ERC.

Como no podría ser de otra forma, en su comunicado aceptan que el proceso soberanista es de cariz burgués y que, si triunfase de la mano de Convergència i ERC, es decir de la pequeña y mediana burguesía y de la burguesía no monopolista catalana, la independencia no resultaría beneficiosa para el proletariado bajo ningún concepto. Si se examina el movimiento independentista desde el materialismo dialéctico, se pueden extraer cuáles son los dos aspectos contradictorios y antagónicos. Por un lado, están los que han visto la independencia no solo como un objetivo chovinista, sino que no entienden el proceso independentista sin un cambio político que vire hacia lo que ellos llaman socialismo. Estos son los que, hasta hace relativamente poco tiempo, tenían peso dentro del movimiento, aunque el movimiento en sí por aquel entonces fuera mucho más minoritario. Por el otro, están los que, recientemente y fruto de las profundas contradicciones que el desarrollo capitalista ha abierto en el seno de las burguesías nacionales catalana y española, se han apuntado al carro de la independencia por mero interés económico, ya que la burguesía no monopolista catalana (representada en CiU) y la burguesía monopolista española, mientras la plusvalía de los trabajadores a los que explotaban daba para todos, han sido muy amigas. Desde la posición de poder en la que se encuentra CiU, con todo un aparato de producción cultural disponible a su antojo (Tv3, Rac1, La Vanguardia, Catalunya Ràdio), el aspecto principal de la contradicción en el seno del independentismo, es decir el independentismo revolucionario (llamémosle así), ha quedado relegado y denostado hasta el punto de verse acusados, muchas veces, de españolistas o de ser contrarios al proceso de secesión, en cambio, el independentismo burgués ha pasado a ser hegemónico, por lo que, dentro del independentismo, desde el punto de vista marxista, ha habido un salto cuantitativo regresivo.

Como dice Lenin, el deber de todo comunista ante una situación como esta es reivindicar el derecho de la nación oprimida a la autodeterminación, pero dejarse arrastrar con los ojos vendados por las veleidades de un partido burgués seria la antítesis de la teoría leninista:

El proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así decir, de reconocer el derecho a la autodeterminación, sin garantizar nada a ninguna nación ni comprometerse a dar nada a expensas de otra nación” [11]

Además, no debemos perder de vista que, cuando Lenin escribe el citado libro, los países que cita (Polonia, por ejemplo) son países cuyos capitalismo y democracia burguesa acaban de nacer; por lo tanto, la independencia de estos países sería positiva en tanto que los ayudaría a desarrollar el capitalismo, nada que ver con el desarrollo del capitalismo en el estado español y en Catalunya hoy en día.

La teoría marxista exige de un modo absoluto que, para analizar cualquier problema social, se le encuadre en un marco histórico determinado, y después, si se trata de un solo país, que se tenga en cuenta las particularidades concretas que distinguen a este país de los otros en una misma época histórica” [12]

A pesar de todo esto, negarse a la autodeterminación de un país oprimido significa reforzar ideológicamente a la gran burguesía del país opresor, que, por definición, es más reaccionaria; pero era necesario hacer estas matizaciones, porque muchos se aprovechan de la teoría leninista utilizando, como dice el mismo Lenin, la letra del marxismo contra el espíritu del marxismo. En un conflicto nacional entre dos naciones capitalistas, cuya resolución solo responderá a los designios e intereses de una u otra burguesía, los comunistas debemos apoyar a la burguesía más débil (sin subordinarnos a ella, al contrario, extendiendo y propagando el marxismo-leninismo), la que permita crear condiciones revolucionarias con más facilidad, pero, sin embargo, si este proyecto de secesión se quiere hacer desde una perspectiva revolucionaria, protagonizada por un partido comunista (que NO existe), ¿tiene sentido que, habiendo de enfrentarse con un rival de semejante entidad, un país imperialista, los propios revolucionarios se tiren piedras sobre su propio tejado? ¿Es inteligente que un partido comunista de una región oprimida quiera enfrentarse contra el Estado privándose de la ayuda de los revolucionarios de las demás regiones del Estado? Evidentemente, no.

El proletariado, para poder convertirse en clase dominante en un determinado territorio, debe destruir la dominación de la burguesía que toma cuerpo en el conjunto del Estado. No puede fraccionar su lucha en compartimentos nacionales. De hecho, tampoco puede enmarcar su lucha exclusivamente al plano estatal, sino que esta debe estar inserta en el plano de la lucha de clases revolucionaria a escala internacional [13].

En el caso del Estado español, entendemos que sería contraproducente y hasta suicida proponer que el proletariado vasco, catalán, gallego, canario y español se unificaran formal e indirectamente en la futura Internacional Comunista (o en un estadio «más avanzado de la lucha de clases» en el Estado español), mientras luchan separados, sin su Partido unitario (como el bolchevique, que agrupaba a los proletarios ucranianos, rusos, bielorrusos, armenios, letones, lituanos, etc.) y cada uno por su cuenta contra la alianza conjunta de la burguesía vasca, catalana y española. Es decir, mientras la burguesía del Estado español sí tiene su aparato de dominación superior unificado, el proletariado estaría fragmentado y sin capacidad suficiente para demoler el aparato de dominación política de la burguesía del Estado español. [14]

La ideología comunista y el proletariado solo podrán ser independientes cuando dispongan de un Partido comunista que actúe como tal, cuando no tengan que andar a la zaga de la pequeña burguesía o de la burguesía no monopolista. En consecuencia, se nos plantea una cuestión de gran interés: la necesidad de la reconstitución del Partido como expresión y garante de los intereses y la ideología revolucionaria del proletariado.

Para ir terminando, el problema del que adolecen muchas organizaciones comunistas en el EE es que abusan de sus coartadas. El abuso de fraseología revolucionaria, de palabras grandilocuentes y actitudes férreas se escuda en la coartada de que, hoy en día, no hay procesos revolucionarios a los que acogerse, por lo tanto, todo queda en frases, en palabras y en pose. El materialismo dialéctico existe, entre otras cosas, para saber determinar qué hacer en cada momento según se presenten las condiciones históricas, sociales, etc. Al final, la emancipación, la toma de armas contra el españolismo, cuando se tiene que plasmar en la realidad queda en un mediocre: “rebutgem el referèndum de la burgesia i, alhora, afirmem amb contundència que el nostre referèndum és el que convoquen les classes populars, el que desobeeix la legalitat burgesa vigent i permet construir uns Països Catalans lliures i socialistes”.

De un referéndum (que acepta y reproduce las formas políticas burguesas), que las clases populares aún ni han convocado ni están por la labor, a la construcción de unos P.P. C.C. libres y socialistas, de nuevo, hay un abismo infranqueable y un idealismo revolucionario que raya lo infantil. Por otro lado, es curioso que nieguen la posibilidad de resolver el conflicto independentista dentro del marco del imperialismo, cuando, de hecho, el derecho a la autodeterminación es un derecho democrático-burgués.

Echando la vista atrás, se pueden sacar dos conclusiones generales, que también sirven para el conjunto del movimiento comunista del estado: la primera es la necesidad de fomentar y profundizar el conocimiento teórico del marxismo-leninismo y sus métodos de análisis así como estudiar, para superarlas, todas las experiencias revolucionarias que se han dado; la segunda es la necesidad imprescindible de reconstituir el Partido de vanguardia como única posibilidad de otorgar, de verdad, independencia política, ideológica… del proletariado.

Para concluir, ahora ya sí, debo añadir que lejos están de mí las intenciones de dañar, desprestigiar o atacar al FRPC, pues, para los comunistas, la aparición de organizaciones con aspiraciones revolucionarias es positiva. Mucho menos mi crítica se debe a una guerra entre siglas (porque no hay tales siglas, ni tiene sentido en el movimiento revolucionario pertrecharse detrás de ellas). Pero, por otro lado, nunca hemos de dejar abandonada la crítica feroz y contundente, el análisis esmerado y preciso que nos permita, entre todos, ser conscientes y poder solventar los muchísimos errores en los que caemos constantemente y en los que vamos a caer en el futuro. Por último, animo a todos los militantes del FRPC (así como a todos los comunistas consecuentes y a mí mismo también) a no desocuparse jamás de la formación teórica, porque “sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que la prédica en boga del oportunismo va unida a un apasionamiento por […] la actividad práctica” [15].

NOTAS:

[1]. V.I. Lenin, ¿Qué hacer? pág. 34.

[2]. V. I. Lenin, El derecho de las naciones a la autodeterminación, pág. 51.

[3] https://revolucionobarbarie.wordpress.com/lucha-de-dos-lineas/respuesta-a-redrum-notas-acerca-la-cuestion-nacional/nueva-respuesta-de-revolucion-o-barbarie-a-redrum/

[4]. https://revolucionobarbarie.wordpress.com/2014/01/05/stalin-clases-sociales-y-restauracion-del-capitalismo-2/

[5] I. Stalin, “Sobre el materialismo histórico y el materialismo dialéctico”.

[6]. V. I. Lenin, Resumen del libro de Hegel Ciencia de la lógica.

[7]. V. I. Lenin, “En torno a la cuestión de la dialéctica”.

[8]. Para una completa caracterización del fascismo, ver el artículo que trata la cuestión en el blog Revolución Proletaria: http://revolucionprolet.blogspot.com.es/2012/12/el-fascismo-y-el-estado-burgues.html

[9] V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 38.

[10]. “Arrepublicanados” del PCREE, http://pcree.net/LF35/Arrepublicanados.html

[11]. V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 21.

[12]. Ibid. pág. 17.

[13] https://revolucionobarbarie.wordpress.com/lucha-de-dos-lineas/respuesta-a-redrum-notas-acerca-la-cuestion-nacional/nueva-respuesta-de-revolucion-o-barbarie-a-redrum/

[14] Íbidem.

[15] V. I. Lenin, ¿Qué hacer? pág. 27.