Elementos en torno a la construcción del comunismo durante el Ciclo de Octubre – Colectivo Conciencia e Transformación

Para leer el texto completo (en gallego y castellano) en la página del Colectivo Conciencia e Transformación: concienciatransformacion.wordpress.com

I. Introducción

Hoy en día, cuando toda una generación de comunistas nacida tras el fin del Ciclo de Octubre se suman a nuestro movimiento, el populismo, tanto de corte socialdemócrata como de corte fascista, el nacionalismo y el oscurantismo religioso, entre otras corrientes burguesas, continuan, revitalizados, ocupando el lugar de referencia ideológico-política para las masas, ese lugar que dejó vacío el marxismo tras la derrota de la ofensiva del proletariado revolucionario. Pero el primer factor que mencionamos tiene por fuerza que hacernos sentir optimistas acerca de las posibilidades que se abren para el comunismo en el objetivo de volver a ocupar la referencialidad para nuestra clase. Así, en efecto, la crisis económica, aunque desgraciadamente para las aspiraciones de los economicistas de diverso pelaje que habitan en el movimiento comunista, no haga bajar de los cielos la redentora revolución, sí sirvió de poderoso acicate para el desplazamiento hacia el ala izquierda de importantes sectores del movimiento comunista en el Estado español. Fenómeno que, por supuesto, sería imposible sin el concurso de aquellos que, tras el arriamiento de la bandera roja del proletariado, allá por los finales de los años 80, tomaron como propósito la noble y revolucionaria tarea de guardarla a buen recaudo, para, permitir, en el futuro, volver a colocarla en el lugar que la historia demanda. Pero más allá de estas, cuando menos, esperanzadoras perspectivas, aún tenemos como labor esencial, en el camino hacia la construcción de la vanguardia marxista-leninista, preguntarnos y, a la vez, contestarnos, por qué fuimos derrotados. Y es como humilde contribución a esta tarea que publicamos este trabajo, con el cual aprovechamos para presentarnos ante la vanguardia comunista de Galicia y del Estado español. Además, no es intrascendente la fecha escogida. Efectivamente, en este año, se cumple el 50 aniversario del inicio de lo que constituyó la cumbre más alta alcanzada por el movimiento comunista en el sendero hacia la emancipación de la humanidad, la Gran Revolución Cultural Proletaria. Y, en coherencia con esto, el análisis de la experiencia revolucionaria china y de la propia Revolución Cultural ocupan un lugar destacado en el texto que sigue.1

Remitiéndonos concisamente a la historia revolucionaria de nuestra clase, el Ciclo revolucionario de Octubre (1917-1991) supuso la aparición por todo el globo del proletariado como sujeto transformador de la realidad social, como clase revolucionaria e independiente (realmente se puede considerar que esto sucede a mediados del siglo XIX, pero en el movimiento socialdemócrata nunca dejó de estar bajo la influencia de la pequeña burguesía y de la naciente aristocracia obrera), en lucha contra el sistema capitalista vigente y la clase social que lo preserva, la burguesía. Hasta ese período histórico, el proletariado nunca había tomado el poder político en una sociedad2 y había dado comienzo a la intensa labor de ir sentando las bases, en ardua confrontación con su enemigo de clase, de la futura sociedad de la humanidad emancipada, el comunismo.

Esto situaba al incipiente movimiento comunista en una situación difícil, al carecer de experiencias previas en este terreno de las que extraer las pertinentes lecciones, o, dicho de otro modo, de hacer balance, para afrontar la enorme y grandiosa tarea que tenía por delante con mayores garantías de éxito, lo cual explica en parte ─junto con una serie de limitaciones ideológicas y políticas heredadas del período de conformación del proletariado como clase en si─ el final que tuvieron estos procesos de edificación comunista. Y esto nos impone a nosotros, comunistas del siglo XXI, la imperiosa obligación de hacer lo que por imposibilidad material los comunistas del siglo XX no pudieron hacer: analizar las experiencias socialistas y extraer conclusiones de ellas para incrementar y pulir el acervo que constituye la concepción comunista del mundo y, a su vez, sentar los cimientos para terminar con esta etapa de interregno en la que nos encontramos, poniendo en marcha el segundo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial que pueda, esta vez sí, salir victorioso del largo enfrentamiento de clases, que es la transición socialista, construyendo la sociedad comunista.

En este período de grandes y profundos cambios revolucionarios que se inicia con la Revolución bolchevique en Rusia y termina con la caída del Muro de Berlín ─más simbólica que realmente, puesto que las grandes derrotas del proletariado revolucionario ya habían sido infringidas antes─ destacan, en un lugar central, los procesos de edificación de la sociedad comunista, transcurridos en varias partes del mundo. Los de mayor significación fueron, incuestionablemente, los que tuvieron lugar en la Unión Soviética y en la China maoísta, tanto por duración en el tiempo como, principal y fundamentalmente, por los elementos ideológico-políticos aportados al marxismo-leninismo en esta trascendental materia. A la Unión Soviética, al ser la primera experiencia socialista, le correspondió la función de sentar las bases de los paradigmas comunistas acerca de esta nuclear cuestión, tanto en los elementos correctos como en las limitaciones; por tanto, ocupa un papel destacado en el balance. En el caso chino, que tomó el testigo de la URSS como faro para el movimiento revolucionario cuando en esta se produce la definitiva victoria de la contrarrevolución en el año 1956, tuvo lugar la realización de un balance parcial de la experiencia anterior, por lo que aporta elementos novedosos que rompen con las tesis limitadas sostenidas por los comunistas soviéticos en su proceso, aunque solo sea en cierto grado. Pero, aun con las limitaciones, sin lugar a dudas, la experiencia china posee una trascendencia fundamental para el futuro Ciclo revolucionario.

Dejamos conscientemente a un lado los casos de las democracias populares del Este europeo, donde los procesos ya nacieron constreñidos por causa del peculiar modo en el que los comunistas accedieron al poder: más por la fuerza militar del Ejército Rojo que por la existencia de movimientos revolucionarios en esos países (que, dicho sea de paso, eran inexistentes en la mayor parte de ellos). Hay, sin embargo, otra experiencia de edificación del comunismo digna de atención: la albanesa. Pero no entraremos en ella debido a que comparte los elementos centrales con la experiencia soviética, sin olvidar que la albanesa es posterior y, por tanto, tenía la posibilidad material de extraer lecciones y hacer balance sobre la anterior, cosa que no hicieron, limitándose, en cambio, a realizar en lo esencial un calco del proceso soviético añadiéndole elementos menores de carácter maoísta, lo que nos muestra de antemano la debilidad del hoxhismo.3

Por tanto, en este trabajo, nos centraremos en el estudio de los elementos fundamentales que nos aportan las dos cruciales experiencias revolucionarias de edificación del comunismo realizadas durante el siglo pasado4, ahondado en las diferencias entre ellas y en los fundamentos centrales que es necesario extraer para los venideros procesos de construcción de la sociedad sin clases. Y, por supuesto, también en las limitaciones que las atravesaban y que, finalmente, las hicieron fracasar, llevándolas a la derrota a manos de la burguesía.

También haremos un breve recorrido por lo que consideramos que fue la gran limitación del marxismo del Ciclo de Octubre, a su vez, hijo del marxismo decimonónico, esto es, el déficit dialéctico, la sustitución de la dialéctica materialista como base filosófica de la Weltanschauung comunista por el materialismo burgués, o lo que es lo mismo, por el materialismo mecanicista, determinista… vulgar, en definitiva. De esta gran limitación se derivan el resto de manifestaciones concretizadas de la estrechez del paradigma marxiano tal y como se presentó en el pasado revolucionario de la última clase de la historia, y aún sigue, actualmente, copando el movimiento comunista, ya sea a nivel estatal o internacional. En dicho sentido, la lucha de dos líneas en torno a la reconstitución de la dialéctica materialista, cobra una capital importancia para los comunistas revolucionarios.

Es necesario aprender de los errores para no repetirlos en el futuro. Y más aun cuando ese futuro depende de cómo ajustemos las cuentas con el pasado. También nos corresponde señalar que con este trabajo no pretendemos, de ningún modo, agotar la inmensa materia de estudio en este ámbito; tan solo pretendemos comenzar a abrir un poco, y brevemente, el sendero del mismo, sendero que le corresponderá recorrer ya en el futuro, no a un colectivo particular de nuestra Línea, sino al conjunto del Movimiento por la Reconstitución.

1. En este sentido, tenemos como objetivo continuar en el ámbito al que nos referimos, el camino iniciado por los camaradas del Movimiento Anti-Imperialista hace una década, con la publicación de dos textos acerca de este movimiento en el número 19 de su órgano de expresión, El Martinete.

2. Con la excepción de la pequeña experiencia de la Comuna de París, la cual por ser tan breve en espacio y tiempo no pudo dar lugar al primer caso de transformación de la realidad hacia el comunismo.

3. Sobre la misma recomendamos el trabajo de los camaradas de Nueva Praxis titulado El Partido del Trabajo de Albania y la revolución: una mirada retrospectiva.

4. No somos desconocedores de que desde la Línea de Reconstitución ya se tiene tratado en buena medida diversos aspectos relacionados con la construcción del comunismo, principalmente en el caso soviético. Por lo tanto en este trabajo no nos extenderemos en cuestiones ya tratadas y procuraremos poner la atención sobre factores menos atendidos hasta el momento. Para el resto recomendamos los trabajos de los camaradas del PCR: Un solo día de frío no basta para congelar el río a tres pies de profundidad, del Colectivo Fénix: Stalin. Del marxismo al revisionismo y de Revolución o Barbarie: Stalin, clases sociales y restauración del capitalismo.

La encrucijada del nacionalismo – Balanç i Revolució

CASTELLANO:

La encrucijada del nacionalismo

Documento sobre la cuestión nacional catalana y las tareas de los comunistas

I.  INTRODUCCIÓN

Balanç i Revolució (BiR) se presenta como grupo o destacamento de vanguardia en territorio catalán para la reconstitución ideológico-política del comunismo, con el objetivo de formar un Partido Comunista de Nuevo Tipo en el Estado español para la Revolución Proletaria Mundial. Debido al carácter del momento actual —derrota y repliegue del comunismo, expresado con el fin del último Ciclo Revolucionario (1917-1989)—, nuestra tarea se centra elementalmente en la formación polifacética de cuadros revolucionarios, mediante el balance o síntesis del pasado Ciclo Revolucionario, la lucha de dos líneas y el trabajo teórico-ideológico general, en dirección consciente hacia la formación y organización de la vanguardia teórica marxista (reconstitución ideológica) como una premisa básica para la formación del Partido Comunista (reconstitución política).

Actualmente, la línea revolucionaria se encuentra en plena derrota y repliegue, incapaz de tratar las tareas y contradicciones del momento actual y, por consiguiente, el revisionismo es la línea dominante en el Movimiento Comunista Internacional, en todo el abanico de corrientes que lo conforman. En el Estado español en concreto se reproduce, en líneas generales, esta situación en la amplia multiplicidad de organizaciones “comunistas”; la revolución proletaria ya no está en el horizonte del movimiento comunista ni de las masas. En este panorama, la Línea de Reconstitución plantea encarar la rearticulación del movimiento revolucionario por el comunismo no desde la reproducción mecánica de arquetipos asimilados, sino desde la reconstitución ideológico-política del comunismo para situar la teoría revolucionaria en un punto más elevado, superando así dialécticamente las limitaciones y errores de la praxis acumulada. El Movimiento por la Reconstitución, en la línea de masas y tareas de la actualidad, ha experimentado un crecimiento significativo en los últimos años. En este contexto general, Balanç i Revolució (BiR) se presenta como destacamento por la Reconstitución en territorio catalán, aspirando a agrupar y formar la vanguardia teórico-ideológica catalana en el proceso general por la reconstitución del Partido Comunista.

Debido a la singular intersección de diversas contradicciones inmediatas en el Estado español, como son, entre otras, la reorganización del Poder con la ofensiva característica del gran capital en el contexto de crisis sistémica, la correspondiente respuesta de la mediana-pequeña burguesía y la aristocracia obrera, y la cuestión nacional catalana —estrechamente relacionada con el punto anterior—, desde Balanç i Revolució (BiR) creemos conveniente presentarnos mediante un documento donde se exponen nuestras líneas generales de forma vinculada a nuestro posicionamiento sobre el “proceso soberanista”. Es decir, creemos que la inmediatez del 9-N nos ofrece una gran oportunidad para presentarnos y abordar la cuestión, siendo éste un tema realmente polémico, amplio, pendiente de un profundo debate y copado por los análisis revisionistas dominantes.

La cuestión nacional catalana, o general en el Estado español, es algo que exige un escrupuloso estudio histórico, un balance crítico y un posicionamiento claro que rompa con la línea revisionista dominante. Así, para poder entrar de lleno en las tareas actuales respecto a esta cuestión, hace falta profundizar previamente en ella mediante el análisis concreto e histórico de la situación concreta. Esto equivale, en términos marxistas, al análisis histórico de la configuración del Estado español y el encaje de las diversas naciones en él según la organización de la producción e intercambio mercantil capitalistas y la lucha y correlación de clases. Se esbozarán aquí unas líneas generales orientativas; nuestra aportación pretende ser un grano de arena que contribuya al debate profundo y conjunto de la vanguardia comunista sobre el tema.

II. ANÁLISIS GENERAL DEL ESTADO ESPAÑOL

El Estado español es un Estado plurinacional desarrollado sobre la alianza de las grandes burguesías monopolistas de las diversas naciones, que constituyen la columna vertebral del Poder burgués. En el Estado español existe una nación privilegiada-dominante —nación castellana— y un conjunto de naciones oprimidas a las cuales no se les reconoce su carácter nacional, su igualdad de derechos respecto a la nación opresora ni su derecho a la autodeterminación. Así, los rasgos nacionales de la nación opresora tienen un carácter predominante sobre las diversas naciones oprimidas, hecho derivado tanto de la situación pre-jurídica del Estado burgués de sumisión violenta de los territorios, como de las exigencias idiomáticas del modo de producción y del intercambio capitalista, en favor de la lengua mayoritaria, y del carácter general del Estado español. No obstante, las diversas naciones oprimidas presentan cierta «autonomía nacional», reflejo de la forma de desarrollo capitalista en el Estado español y de la alianza interburguesa de su configuración.

Como se puede comprender, entonces, el Estado español es un caso realmente particular de configuración estatal en el proceso de desarrollo capitalista, ya que rompe el esquema dominante de Estado-nación. Esta particularidad histórica en la formación del Estado español moderno está íntimamente relacionada con la articulación e interrelación de las naciones periféricas del Estado —Catalunya y Euskadi, principalmente— en su desarrollo capitalista. Las premisas y formas para la organización social capitalista —masas de campesinos separados de la tierra y trabajadores de los instrumentos de trabajo, producción de mercancías y mercado correspondiente y acumulación originaria de capital— se manifestaron con especial preponderancia en territorio catalán y vasco; su situación geográfica de cara al mercado mediterráneo y atlántico, la fuertemente desarrollada producción manufacturera y, en el caso catalán, un peso considerablemente importante en el mercado colonial y una abundante mano de obra ofrecieron las bases para un desarrollo capitalista más rápido que en otras partes del Estado. Así lo prueban, por ejemplo, la introducción inicial de la máquina de vapor en estos territorios —año 1833, fábrica textil Bonaplata—, la alta tasa de industrialización respecto al resto del Estado y las primeras formas primitivas de movimiento obrero económico —Societat de Protecció Mútua dels Teixidors del Cotó de Barcelona; quema de maquinaria de la fabrica Bonaplata el año 1835, etc.—.

Esta contradicción aparente, este choque de intereses, entre unas regiones periféricas relativamente avanzadas y una mayoría del Estado relativamente atrasada y sometida profundamente a las convulsiones feudales y semi-feudales, llevó a las burguesías nacionales nacientes a abrazar opciones federalistas de organización estatal y la forma de república democrática. Los primeros pasos del catalanismo político o política nacional burguesa catalana, con la figura de Valentí Almirall y la celebración de los Congressos Catalanistes de 1880 y 1883 (fundación del Centre Català, la primera organización política catalanista), se inclinaban en este sentido de denuncia de la sujeción y dependencia de las estructuras dinásticas españolas y a favor de una organización regionalista-federalista del Estado. Es decir, se intentaba arrancar concesiones a un Estado centralista y comparativamente atrasado en favor del desarrollo propio de Catalunya —mediante participaciones puntuales, como en las Cortes de Cádiz, la I República, etc.—. Así, el primer nacionalismo catalán tomaba forma de la mano de una fuerte burguesía naciente en contradicción aparente con el estado de cosas en el resto del Estado español.

Sin embargo, el dominio y agresividad del imperialismo inglés, holandés, etc., y la debilidad y estrechez del mercado colonial español, y posteriormente su pérdida a raíz del Desastre de 1898, sumado todo a los problemas de comunicación del Estado con el exterior y su fuerte dependencia económica, llevó a les naciones periféricas a adoptar un fuerte proteccionismo y a centrarse en el mercado interno español. Esto significaba, entonces, la necesidad para las burguesías periféricas del desarrollo capitalista en todo el Estado, de la forja del mercado interno y del crecimiento de la demanda, y un interés vital por su parte en la participación para la organización de los asuntos del Estado. De estas fechas, de finales del siglo XIX y principios del XX, en la segunda etapa de la Restauración, son las consignas «catalanitzar Espanya» o «fer política a Madrid». En el año 1901 se formó la Lliga Regionalista, partido político de la gran burguesía catalana con importante presencia en Madrid, y, poco antes, en 1895, el homólogo para la gran burguesía vasca, el Partido Nacionalista Vasco. Con todo esto, entonces, las líneas generales del Poder burgués en España se definieron como un amplio y fuerte bloque de grandes burguesías de diversas naciones, de modo que la adecuación del desarrollo capitalista se apartaba del esquema Estado-nación. En otras palabras, de concesiones y exigencias puntuales por unos proyectos propios, la gran burguesía catalana y de otras naciones pasó a integrarse en la estructuración moderna del Estado español como bloque articulado de grandes burguesías. Dentro de este bloque, orgánicamente unido en torno a la nación poderosa, la nación asimilista y conveniente para el desarrollo socio-económico, las grandes burguesías nacionales —a menudo acompañadas, crítica o acríticamente, por las medianas-pequeñas burguesías— han tendido a desarrollar o exigir instrumentos propios de Poder en sus regiones, por medio de Estatutos de Autonomía, etc.; unos instrumentos que, en su conjunto articulado, constituyen un arraigado Estado burgués, un verdadero ideal capitalista o gran capitalista colectivo, como diría Friedrich Engels. Hay que apuntar, además, que la opresión nacional en el Estado español no es una opresión de naciones imperialistas sobre naciones saqueadas —de tipo colonial o semi-colonial—, porque precisamente la alianza de sus grandes burguesías configura un Estado imperialista y el capitalismo está plenamente desarrollado, sino una opresión o sujeción de tipo político, una sumisión política según la estructura configurativa del Estado burgués.

Por tanto, en general, en los últimos dos siglos la gran burguesía catalana ha sido una facción vitalmente interesada en el pactismo para integrarse en el bloque dominante del Estado español. Esto conduce a una primera conclusión importante, a saber: las pretensiones independentistas, no predominantes históricamente en las reclamaciones nacionales catalanas, han provenido y provienen generalmente de sectores de la mediana y pequeña burguesía. En su afán de «lucha» contra el gran capital, la mediana-pequeña burguesía catalana tiende históricamente a integrarse o combatir la alianza de la gran burguesía catalana con la gran burguesía del resto del Estado español [1]; excluida del bloque dominante, especialmente en períodos de crisis, la mediana-pequeña burguesía catalana arremete contra el statu quo del pactismo entre grandes burguesías, ya sea reivindicando formar parte de este como en sentido rupturista-independentista —franca expresión de lucha e identidad de contrarios—. La contradicción interburguesa entre gran burguesía y mediana-pequeña burguesía, entre gran y mediano-pequeño capital, es la contradicción principal que impulsa la orientación del nacionalismo catalán entre dos polos.  Tal contradicción ha tenido y tiene especial fuerza en la situación nacional catalana; la fuerza y arraigo de la mediana-pequeña burguesía en Catalunya aviva el fuego de la cuestión nacional.

Con perspectiva histórica, esta contradicción interburguesa se ha desplegado continua e incansablemente bajo diversas formas. Claros ejemplos son la separación de Solidaritat Catalana —amplia plataforma unitaria de opciones catalanistas variadas— en el año 1907 por el choque irremediable de intereses; y el conflicto rabassaire de los años 30, entre rabassaires —campesinos arrendatarios no-propietarios— y grandes propietarios, traducido en las exigencias de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y de organizaciones campesinas como Unió de Rabassaires, referentes históricos de la mediana burguesía catalana,  respecto a una legislación a favor del acceso a la propiedad de los rabassaires, y la férrea oposición de la Lliga Regionalista (en general, gran burguesía y terratenientes). La Llei de Contractes de Conreu, aprobada el año 1934, fue recurrida dos veces por la Lliga Regionalista ante el Tribunal de Garantías Constitucionales. La reproducción de esta contradicción llevó incluso al abandono del Parlamento catalán por parte de la Lliga Regionalista.

Todo esto, si se emplea para estudiar la situación concreta del momento actual, permite explicar que el «proceso soberanista» se caracteriza por la intensificación de la contradicción interburguesa principal entre la mediana-pequeña burguesía catalana, con ciertos sectores radicalizados y arrastrando a amplios sectores de la aristocracia obrera, y la gran burguesía pactista catalana, debido a la reacción-ofensiva del bloque dominante del gran capital del Estado español contra otras facciones burguesas (mediana-pequeña burguesía, aristocracia obrera, etc.) para ganar cuota de mercado, fortalecer monopolios, etc [2]. En respuesta a esta ofensiva, la mediana-pequeña burguesía catalana (con mucha fuerza en Catalunya, como se ha comentado), arrastrando a amplios sectores de la aristocracia obrera catalana, entra en contradicción con el bloque dominante del gran capital en que está incluida la gran burguesía catalana adoptando la línea rupturista-independentista.

Después de haber ofrecido algunas pinceladas generales e históricas sobre el transcurso de la contradicción interburguesa principal mencionada, pasaremos ahora a analizar los choques e intereses de tal contradicción en la actualidad. La gran burguesía catalana, así como el resto de grandes burguesías nacionales, no tiene un carácter secesionista; puede dividirse en fracciones más catalanistas o españolistas, pero no cae, en líneas generales, en el saco de la línea rupturista-independentista. Importantes representantes de la gran burguesía monopolista catalana, integrada como parte elemental del bloque dominante del Estado español, como Isidre Fainé (CaixaBank) o Javier Godó (Grupo Godó), claman abiertamente por un «gran pacto» y se han reunido varias veces con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para abordar la cuestión nacional [3] (lúcido ejercicio para probar la posición de la gran burguesía catalana es leer las editoriales del diario La Vanguardia). La gran patronal catalana, Foment del Treball Nacional, ante el «proceso soberanista» comparte posición, en líneas generales, con la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) —claro ejemplo, de nuevo, del bloque entre grandes burguesías nacionales—; se mantiene «al margen», rechaza el camino independentista —incluso el pacto fiscal—, a la vez que urge a realizar «grandes pactos» [4]. La precipitación de los acontecimientos les ha llevado a aceptar, en septiembre de 2014, un posible marco legal y acordado por el bloque dominante para el «proceso soberanista» y algún tipo de «pacto fiscal» para solucionar el problema [5]. Sería un clamoroso error, como lo hacen la mayoría de organizaciones «comunistas», identificar el «proceso soberanista» como una orientación política de la gran burguesía monopolista catalana; esto lleva a una posición realmente incómoda, impotente para comprender la fuerza y ​​el papel de la mediana-pequeña burguesía y su contradicción con la gran burguesía y, a la vez, ambigua en torno a unos propósitos imaginarios de la gran burguesía catalana.

La mediana-pequeña burguesía catalana ha sido la principal fuerza de clase impulsora del camino independentista, proceso emanado de las contradicciones y correlaciones explicadas anteriormente. Su posición e intereses, en «oposición» al bloque dominante de grandes burguesías para integrarse o combatir la alianza de la gran burguesía catalana con la gran burguesía del resto del Estado español, dependen en gran medida de la postura del Gobierno y de las fuerzas políticas del bloque dominante. Si el transcurso de los acontecimientos permiten mejorar su posición en la negociación y estructuración político-económica del Estado español, amplias capas de la mediana-pequeña burguesía —en especial, la mediana burguesía— renunciarán al camino independentista; pero, si la inflexibilidad de la ofensiva del gran capital del bloque dominante permanece férrea, la mediana-pequeña burguesía catalana, excluida y enfrentada vivamente contra el gran capital del bloque dominante, aspirará como proyecto político a romper con el Estado español para configurar la República Catalana [6]. El desarrollo progresivo del «proceso soberanista», ya en un lapso de tiempo reciente, así lo prueba; desde un Estatuto de Autonomía recortado hasta un pacto fiscal negado, esto es, con la continua postura rígida del bloque dominante del gran capital, la mediana-pequeña burguesía ha ido basculando a favor de la independencia política de Catalunya. Así, toda la patronal y varias organizaciones de la mediana-pequeña burguesía catalana se han unido al Pacto Nacional por el Derecho a Decidir—PIMEC, Fepime, Círculo Catalán de Negocios, CECOT, etc.—, a pesar de las iniciales reticencias y vacilaciones explicadas —el Círculo Catalán de Negocios abandonó PIMEC por su negación inicial a tratar la línea independentista [7]—.

Por otra parte, en la actual coyuntura política de polarización, es decir, de intensificación de la contradicción entre gran burguesía catalana y bloque dominante del gran capital en España, y la mediana-pequeña burguesía catalana, el papel de la burguesía catalana no-monopolista, o de segunda línea, es realmente difícil de trazar. Se puede advertir cierto distanciamiento respecto a la gran burguesía monopolista, pero la «capa de transición» entre ellas es fina y característicamente permeable. En cuanto a la aristocracia obrera catalana, la proporcionalidad de intereses con la mediana-pequeña burguesía —sobre todo con los sectores más radicalizados— la ha arrastrado tras la basculación independentista de esta. Así, los sindicatos monopolistas de CCOO y UGT en Catalunya se han alineado a favor del «proceso soberanista», adhiriéndose al Pacto Nacional por el Derecho a Decidir. Sin embargo, esta posición entra en contradicción con el posicionamiento de CCOO y UGT en el ámbito estatal —manifestación de la contradicción secundaria entre mediana-pequeña burguesía y aristocracia obrera de Catalunya y el resto del Estado español—. Además, el seguidismo al bloque independentista ha suscitado discrepancias en sus propias organizaciones [8]. Cabe señalar, sin embargo, que no hay ninguna muralla china entre clases y que, por tanto, sería erróneo concebir una absolutización de sus posiciones —así, por ejemplo, la gran burguesía catalana puede aprovechar la deriva de la mediana-pequeña burguesía catalana para mejorar su articulación en el bloque dominante, puede haber fracciones claramente españolistas de la media burguesía catalana (representadas por Ciutadans (C ‘s), Unión Progreso y Democracia (UPyD) …), etc.—.

Si se echa un vistazo a la correlación política adyacente se puede ver cómo, desde el periodo de los años 80 hasta bien entrado el siglo XXI, Convergència i Unió (CiU) ha representado a la gran burguesía monopolista —junto a otras fuerzas parlamentarias como el partido Socialista de Catalunya (PSC)—, pactista e integrada en el bloque dominante del Estado español —Jordi Pujol era visto como «hombre de Estado» y dicha formación política jugó un papel importante en la configuración y desarrollo vigentes en el Estado español—. En el actual escenario, ante la intensificación de la contradicción entre la gran burguesía y otras capas burguesas inferiores catalanas, CiU ha manifestado claras vacilaciones respecto a su papel histórico. Así, una contradicción secundaria latente en esta organización política, como es la existente entre la línea «conservadora-pactista» de la gran burguesía que históricamente ha representado y la línea «independentista» cercana a la mediana burguesía, ha pasado a primer plano. Actualmente, de la mano de Convergencia Democrática de Catalunya (CDC), parece que en lucha de contrarios con la línea de Unión Democrática de Catalunya (UDC) de los intereses de la burguesía catalana monopolista puede tomar preponderancia la segunda línea —la práctica del futuro inmediato dirá mucho—. Por lo tanto, podría decirse que CiU representa el ala conservadora del «bloque soberanista», correspondiente a la mediana burguesía acomodada y a sectores de la burguesía no monopolista (gran burguesía de segunda línea); hecho que junto con la intersección con la gran burguesía pactista define a CiU y sus contradicciones internas actuales.

Por otra parte, la fuerza política parlamentaria directriz de la línea independentista es ERC, representante histórica de amplias capas de la mediana burguesía principalmente —lo que no excluye vacilaciones hacia otras facciones de clase—. La evolución interna y de su línea política sigue un camino similar a la basculación de la mediana burguesía catalana anteriormente explicada. Además, ERC invitó a numerosas organizaciones de la mediana burguesía a incorporarse al Pacto Nacional, una muestra clara del fortalecimiento y el tejido político-económico que está construyendo. En cuanto a Iniciativa per Catalunya Verds (ICV), la indecisión y vacilaciones internas muestran la contradicción entre una línea más cercana a la mediana burguesía y otra a la pequeña —e incluso a la aristocracia obrera—;  esto se ha acentuado en la actual coyuntura de crisis y ofensiva del gran capital del bloque dominante y los movimientos, entre otros, de CiU. Por tanto, no hay una posición común respecto a la independencia de Catalunya, sino un conglomerado por sectores.

Como fuerzas políticas extra-parlamentarias, cabe señalar el papel que realizan la Asamblea Nacional de Catalunya y Òmnium Cultural, actuando como mecanismo de equilibrio entre los partidos políticos en el movimiento soberanista. Su carácter del bloque de mediana-pequeña burguesía, aunque heterogéneo —Òmnium es más cercano a capas altas de la media burguesía y, ANC se encuentra más próxima o vinculada a sectores de la pequeña burguesía—, se evidencia a través de su importancia en la respuesta independentista de la mediana-pequeña burguesía a la ofensiva del gran capital.

En el ala radicalizada o de izquierda del «bloque soberanista» se encuentran las fuerzas correspondientes a la aristocracia obrera y sectores radicalizados de la pequeña-burguesía. En el primer caso, hay que mencionar a Esquerra Unida i Alternativa (EUiA); en el segundo, aunque con un amplio abanico de relaciones con otros sectores, se encuentra la izquierda independentista. En ella, de la misma forma que en otras organizaciones, se pueden discernir varias contradicciones definitorias. En este caso, según el grado de subordinación a otros sectores del «bloque soberanista» se pueden identificar el ala derechista, representada por Moviment de Defensa de la Terra (MDT) y que confía en la capacidad del «proceso soberanista» para generar una desestabilización aprovechable por la enigmática «revolución» o «transformación social» [9]; el ala izquierdista, representada principalmente por Endavant i Arran [10], críticos y escépticos con el seguidismo a CiU y ERC y la deriva rupturista del «proceso soberanista»; y el ala centrista, basculante y catalizadora entre las dos tendencias anteriores, que ocupa la Candidatura d’Unitat Popular (CUP).

No sería imprudente afirmar, pues, que el resultado del «proceso soberanista» dependerá en gran parte del desarrollo de las contradicciones entre las facciones políticas protagonistas y de las contradicciones en su seno; todo ello en el tablero general de la contradicción principal entre el bloque dominante de las grandes burguesías del Estado español y la mediana-pequeña burguesía catalana y otros sectores inferiores.

En todo este entramado de contradicciones, de intereses y correlaciones de fuerzas de clase, hay que destacar con especial énfasis la situación del proletariado de todo el Estado español, tanto de la nación opresora como de las naciones oprimidas. Esta clase social, la clase social de los desposeídos, no dispone de independencia político-ideológica. En otras palabras, el proletariado es carne de cañón para los intereses de las facciones de clase y los nacionalismos burgueses, tanto de la nación opresora como de la nación oprimida; es aprovechado, manejado y entregado como arma de poder por las respectivas burguesías. La división y enfrentamiento del proletariado de las diferentes naciones del Estado español es una carta jugada por los nacionalismos. Así pues, el proletariado no tiene una línea ni una organización revolucionaria para oponerse a las clases reaccionarias; en ello radica la falta de independencia del proletariado, esposado a los intereses de la burguesía y a la inmediatez de las condiciones actuales. Esto es un hecho. Cabe preguntarse, pues, a qué se debe. En líneas generales, a la derrota actual de la línea revolucionaria, del marxismo —hecho que culmina el último Ciclo revolucionario—. Y, yendo más allá, la derrota o crisis de la línea revolucionaria no debe atribuirse exclusiva o primariamente a factores externos, sino a su propia dinámica dialéctica, al transcurso de sus contradicciones teórico-prácticas, sobre las que pueden actuar e influenciar los factores externos. Es decir, la derrota de la línea revolucionaria en el último Ciclo es una consecuencia de su debilidad, de sus limitaciones y errores; de la incapacidad para resolver y superar (dialécticamente) las contradicciones que surgían y se desarrollaban. El marxismo o teoría revolucionaria no es algo compacto, hermético en sí mismo, acabado y ahistórico, preexistente de la práctica concreta, sino que se encuentra dialécticamente unido a ella (unidad de teoría y práctica); por tanto, se enriquece con ella, se desarrolla de acuerdo a las conclusiones que la práctica puede ofrecer y las necesidades que presenta. De aquí se desprende, ante las condiciones objetivas de innegable derrota y repliegue y para poder rearticular el movimiento práctico-revolucionario, la imperiosa exigencia de sintetizar la praxis acumulada para situar la teoría revolucionaria en un punto más alto, con mayor capacidad para afrontar las tareas prácticas actuales y superar las limitaciones de la práctica revolucionaria anterior [11]. O, dicho de otra forma, la imperiosa exigencia de reconstitución ideológica del marxismo como teoría revolucionaria de vanguardia para las exigencias prácticas de reconstitución del comunismo como movimiento revolucionario de masas.

Hasta aquí se ha ofrecido un análisis general, muy general, sobre la configuración histórica del Estado español, el encaje de las naciones en él y las correlaciones de fuerzas de clase en el «proceso soberanista», y también se ha tratado la necesidad de reconstitución del comunismo ante el panorama de profunda crisis de la línea revolucionaria y la consecuente falta de independencia del proletariado. A continuación se tratarán nuestro posicionamiento y las tareas respecto a la cuestión nacional en general y el derecho a la autodeterminación de Catalunya.

III. CUESTIÓN NACIONAL DESDE EL MARXISMO

Nuestro trabajo, y entendemos que así debe ser para todos los comunistas, se encamina hacia la Revolución Comunista Mundial, hacia la revolución internacional de la clase trabajadora contra el orden social existente. Tal es el objetivo que está a la orden del día, por el que debemos trabajar decididamente todos los comunistas a partir de las tareas del momento actual de reconstitución ideológico-política. El contenido de esta revolución es la lucha internacional del proletariado revolucionario contra el yugo del capital y las clases poseedoras, mediante la guerra revolucionaria de masas o Guerra Popular a partir del Partido Comunista de Nuevo Tipo. El contenido de esta revolución puede tomar forma únicamente si se basa en el internacionalismo proletario, es decir, en la más estrecha colaboración, acción y fusión del proletariado revolucionario de todas las naciones. Sólo una fuerza revolucionaria que fusione al proletariado de todas las naciones contra las clases dominantes puede hacer añicos el poder burgués. Así, nuestro trabajo en la etapa actual se encamina hacia la organización única de la vanguardia teórica marxista de todo el Estado español para la reconstitución política del Partido Comunista de todo el Estado español, por la reconstitución política de la organización revolucionaria de Nuevo Tipo única y central de toda la clase trabajadora del Estado español, que fusione en un mismo cuerpo articulado tanto al proletariado de las naciones oprimidas como de la nación opresora (es preciso señalar que, en caso de independencia de Catalunya, se debería estudiar la opción de forjar el Partido Comunista en la República Catalana, por exigencias del marco político objetivo de lucha, o poder articular un Partido para dos Estados diferentes según la situación que se diera). A su vez, la forma política más adecuada para el Estado-Comuna de transición revolucionaria, por el que nos inclinamos, es un Estado-Comuna unitario y lo más grande posible, que centralice y fusione el esfuerzo del proletariado revolucionario del máximo número de naciones posible [12].

Estas consignas son únicamente factibles con el reconocimiento, defensa y respeto del derecho a la autodeterminación de todas las naciones, de su derecho de libre separación política para convertirse en Estado propio o libre adhesión para unirse a otro Estado. Un movimiento revolucionario internacional basado en la fusión del proletariado revolucionario de naciones opresoras y oprimidas, y la configuración de los Estado-Comuna de transición lo más grandes posibles, son pura fraseología barata si no se basan en la libre unión de los diferentes elementos. No hay libre y fuerte alianza o fusión válidas si es mediante la coacción; sólo bajo el reconocimiento y defensa de la igualdad de derechos de todas las naciones y de su derecho a la autodeterminación puede una fuerza revolucionaria internacionalista tomar forma. Difícilmente es concebible un movimiento revolucionario unitario del proletariado de naciones opresoras y naciones oprimidas si la vanguardia comunista y el proletariado revolucionario de las naciones opresoras no reconocen y luchan decididamente por el derecho a la autodeterminación y la igualdad de derechos de las naciones oprimidas; y un Estado-Comuna revolucionario centralista es difícilmente concebible también si no se basa en la libre adhesión e igualdad de derechos de las naciones que lo conforman. Por tanto, entendemos la necesidad de defender la plena igualdad de derechos y el derecho a la autodeterminación de todas las naciones y el principio internacionalista incondicional de acercamiento y fusión del proletariado internacional —en sentido revolucionario, una cosa no se entiende sin la otra—. Todo ello, la defensa del derecho a la autodeterminación y la plena igualdad entre naciones, implica aceptar el resultado del mandato imperativo de las masas en referendos efectivos; implica un programa y unos hechos concretos y no sólo proclamarlo alegremente de palabra y negarlo en la práctica, como es habitual en los análisis revisionistas.

La defensa de la igualdad de derechos y del derecho a la autodeterminación de todas las naciones, esto es, la reivindicación democrática respecto a las naciones, debe tratarse desde la línea y los objetivos revolucionarios, es decir, desde la lucha revolucionaria totalizadora contra la organización social existente. Las reivindicaciones de tipo democrático, sean del tipo que sean, deben subordinarse por completo al trabajo por la Revolución Comunista, a la lucha revolucionaria y sus tareas y objetivos, y no a la inversa. Si así fuera, si se diera un carácter absoluto y primario a las reivindicaciones democráticas burguesas e inmediatas, el trabajo revolucionario se convertiría en un trabajo basado en un conjunto de luchas parciales cuantitativas, con una orientación espontaneísta e inmediata enmarcada y reproducida en las condiciones dadas. De esa manera se postergarían indefinidamente la línea y el trabajo por la Revolución y se subordinarían los objetivos, formas y tareas a la lucha democrático-burguesa nacional, o a cualquier otra lucha democrática parcial [13]. Grandes ejemplos de todo ello son los lemas «independència per canviar-ho tot», «independència i socialisme», etc.

Por otra parte, la reivindicación democrática por la igualdad de derechos de todas las naciones y su derecho a la autodeterminación debe entenderse en su marco base correspondiente, esto es, en el desarrollo histórico de las naciones y de los Estados en general. Así, la aplicación de estas reivindicaciones, la solución para la cuestión nacional —que no superación del problema nacional, factible únicamente en la fusión de todas las naciones en el comunismo—, puede darse efectivamente dentro del capitalismo e imperialismo. La separación de una u otra nación para convertirse en Estado propio, así como cualquier modificación formal de las fronteras entre Estados capitalistas, es una acción factible y que se ha repetido ampliamente en el marco capitalista internacional. Dicho de otra forma, Catalunya —y Escocia, etc.— puede convertirse en un Estado propio dentro del marco imperialista, puede separarse políticamente de España (en sentido de viabilidad de la aplicación del derecho a la autodeterminación). Tal es el significado del derecho a la autodeterminación, tal es su orientación y amplitud: relación entre Estados, entre naciones. Postergar su aplicación hasta que llegue el socialismo, es decir, admitir su inviabilidad en el marco capitalista, o peor aún, negarlo incluso en el socialismo, denota una clara incomprensión de la naturaleza democrático-burguesa y del marco político de la reivindicación del derecho a la autodeterminación. Es más, esta postura, tal y como se ha explicado antes, obstaculiza la libre unión del proletariado internacional y divide sus esfuerzos, potencia los nacionalismos burgueses y perpetúa la opresión nacional. Y aún hay más: condicionar la defensa del derecho a la autodeterminación, esto es, someter la reivindicación democrática de libre separación de las naciones a criterios unilaterales, equivale a potenciar y defender de facto el nacionalismo burgués de la nación opresora y la opresión nacional ejercida. Todo ello, a pesar de llenarse la boca de internacionalismo y defensa del derecho a la autodeterminación, significa renunciar de facto al derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas en el Estado español —parece que el luxemburguismo aún no ha sido suficientemente combatido—.

Como se ve, el punto cardinal, definitivo, del trato del derecho a la autodeterminación de las naciones gira en torno a la lucha incansable entre nacionalismo e internacionalismo, entre el enfoque burgués y el enfoque revolucionario de la cuestión. Como ya dijera Lenin, «Nacionalismo burgués e internacionalismo proletario: tales son las dos consignas antagónicas irreconciliables, que corresponden a los dos grandes campos de clase del mundo capitalista y expresan dos políticas (es más, dos concepciones) en el problema nacional» [14]. El nacionalismo propugna un enfoque estrictamente exclusivista y circunscrito a la propia nación, tanto en objetivos como en formas, de la cuestión nacional; el internacionalismo propugna un enfoque desde la amplia visión de la necesidad de unidad incondicional del proletariado de naciones opresoras y naciones oprimidas en la línea revolucionaria por el comunismo (sin embargo, aun con apariencia internacionalista y práctica nacionalista, hay organizaciones autodenominadas «revolucionarias», «marxista-leninistas» e «internacionalistas» que proclaman abiertamente que «el nostre objectiu final: la unificació total dels Països Catalans» [15] o que «el nostre treball serà de base dels Països Catalans, de Salses a Guardamar i de Fraga a Maó, en el que treballarem per comarques» [16] ¡Brillante y honesta expresión de internacionalismo!). En general, el nacionalismo se centra en el «correcto», «justo», «libre», etc., desarrollo de la nación en cuestión, mientras que el internacionalismo postula la necesidad de acercamiento y fusión de todas las naciones y del proletariado de todas las naciones en el marco de lucha revolucionaria internacional contra el poder burgués. El nacionalismo se inclina por la «cultura nacional», mientras que el internacionalismo lo hace por la fusión internacional de la cultura proletaria y universal. En definitiva, el nacionalismo es la consigna burguesa y practicista de enfocar la cuestión nacional y el trabajo político en general; el internacionalismo es la consigna proletaria y de principios de tratar la cuestión nacional y el trabajo político en general desde la lucha revolucionaria por el comunismo.

Cabe destacar, por tanto, que la consigna de la plena igualdad entre todas las naciones y de su derecho a la autodeterminación no equivale, ni mucho menos, a identificarse o apoyar los movimientos y aspiraciones nacionalistas de las distintas capas de la burguesía. Por un lado, puede apoyarse esta consigna, elemento básico y elemental como se ha explicado anteriormente, sin posicionarse a favor de la separación política de tal o cual nación por los intereses concretos del movimiento revolucionario y el proletariado (más adelante trataremos nuestro posicionamiento concreto ante el ejercicio del derecho a la autodeterminación de Catalunya). Por otra parte, puede aplicarse tal consigna –y así hemos de aplicarla– de forma totalmente opuesta, desde la línea revolucionaria e internacionalista, como se ha visto. Es más, en la época actual de capitalismo maduro, el imperialismo, cuando la organización mercantil-capitalista de la sociedad se ha impuesto y desarrollado por encima de viejas formas de producción y la fusión internacional del capital en estructuras comunes, el borrado de las barreras nacionales y la múltiple asimilación entre naciones son ya una tendencia histórica universal del capitalismo [17], la actitud del proletariado hacia los movimientos nacionalistas burgueses —la mayoría de los cuales carecen ya de contenido revolucionario— debe ser claramente diferente respecto a la primera época del capitalismo. En la etapa de intensas luchas revolucionarias entre las formas capitalistas y formas feudales y semi-feudales, en la etapa de configuración y consolidación del sistema político-económico capitalista, los múltiples movimientos nacionales de la burguesía tenían un carácter revolucionario para destruir lo «viejo» y desarrollar lo «nuevo», para crear Estados nacionales frente los vestigios aristocráticos. En esta etapa de capitalismo naciente, centrado en el desarrollo interior de las naciones y los Estados, de los mercados nacionales y primarios, el proletariado luchó a menudo junto a capas de la burguesía nacional contra las viejas formas de organización social —las revoluciones de 1848 en toda Europa son un claro ejemplo—. Con el asentamiento del sistema capitalista y el desarrollo de sus formas y contradicciones, con la superación del estrecho marco del mercado nacional y la configuración monopolista, los movimientos nacionalistas han perdido, en la mayoría de casos, su vertiente revolucionaria para el proletariado. Por lo tanto, para tratar la cuestión nacional, la distinción entre la línea burguesa y la línea proletaria, entre el nacionalismo y el internacionalismo, es extremadamente necesaria, así como también potenciar la lucha de líneas entre ellas. Así, en la consigna del derecho a la autodeterminación e igualdad de todas las naciones el proletariado puede y debe oponer y aplicar la política internacionalista, su política independiente de clase.

Adentrémonos más, sin embargo, en la anterior concepción unilateral de identificar el pleno reconocimiento de los derechos y libertades de todas las naciones con apoyar movimientos nacionalistas burgueses. Y es que si se rechaza la consigna democrática de plena igualdad entre todas las naciones y de su derecho a la autodeterminación bajo el argumento de que es una consigna apoyada o impulsada por sectores de la burguesía nacional —o cualquier otro motivo—, se acepta de facto la consigna nacionalista-reaccionaria de las burguesías de las naciones opresoras y la opresión nacional —vuelve a aparecer el fantasma del luxemburguismo—. En lugar de hacer de la cuestión nacional una cuestión proletaria, de subordinarla a los objetivos revolucionarios y tratarla desde el internacionalismo, se encasilla en el campo de la burguesía, se renuncia a ella, se entiende como algo nocivoextrañoajeno. A su vez, intentar implantar o adecuar en el orden de cosas actual los ideales de organización política revolucionaria de los Estados y las naciones, esto es, negar el derecho a la autodeterminación en tanto los comunistas aspiramos a la fusión de las naciones, denota un estrecho punto de vista sobre las tareas revolucionarias, todo obstaculizando la articulación de la libre unión del proletariado de varias naciones, y legitima de nuevo la opresión nacional.

Por tanto, en definitiva, desde Balanç i Revolució (BiR) reconocemos, aceptamos y defendemos con todas las consecuencias resultantes la aplicación del derecho a la autodeterminación para Catalunya y el resto de naciones del Estado español —es decir, su derecho a la libre separación política del Estado español—, en base y a partir de la política internacionalista de fusión del proletariado catalán con el resto del proletariado del Estado español en una organización revolucionaria única y central para la lucha por el comunismo. Las tareas que se nos presentan al conjunto de la vanguardia teórica marxista del Estado español respecto a la cuestión nacional pueden enfocarse —y deben enfocarse— desde dos puntos diferentes, pero de denominador común (unidad dialéctica). Por un lado, en la nación opresora la vanguardia teórica marxista debe poner énfasis en la necesidad de reconocer, aceptar y luchar por el derecho a la autodeterminación de todas las naciones del Estado oprimidas por su nación, sin olvidar las tareas por la organización central y única de todo el proletariado. Por otra parte, en las naciones oprimidas la vanguardia teórica marxista debe poner énfasis en la necesidad de la organización única y central de la clase trabajadora de todo el Estado, en la fuerza y conveniencia de la fusión del proletariado de las diversas naciones para la lucha revolucionaria, sin olvidar la defensa y lucha por el derecho a la autodeterminación de la propia nación. En ambos casos, esto se debe realizar en una constante lucha de dos líneas contra los nacionalismos respectivos que recluyen, dividen y enfrentan al proletariado y contra las formas revisionistas de enfocar la cuestión nacional —que, al fin y al cabo, como se ha visto, terminan en el campo de los nacionalismos—. Estas tareas concretas de la vanguardia teórica marxista en formación se adecuan al momento actual de reconstitución ideológico-política del comunismo y a sus tareas y objetivos generales.

IV. POSICIONAMIENTO

Una hipotética separación política de Catalunya en Estado independiente forzaría —si no lo está consiguiendo ya el «proceso soberanista»— una clara agudización de las contradicciones en el bloque dominante del Estado español, principalmente, y en las estructuras monopolistas europeas, secundariamente, en virtud de la reestructuración político-económica adyacente y las nuevas correlaciones de fuerzas que surgirían. Es importante resaltar esto, no en el sentido mecanicista y vulgar compartido por sectores revisionistas según el cual la agudización objetiva podría propiciar automática y mecánicamente algún tipo de movimiento revolucionario —es necesario el salto cualitativo de la conciencia social proletaria a partir de la fusión en las masas de la teoría revolucionaria, por medio de la acción y mediación del Partido Comunista de Nuevo tipo—, sino en el sentido de debilidad del enemigo de clase y contexto de politización, de caldo de cultivo para trabajar la conciencia revolucionaria. En el mismo sentido, probablemente la independencia política como Estado de Catalunya aliviaría las tensiones nacionalistas entre el proletariado de las diferentes naciones y pondría a la orden del día otras cuestiones. Dicho de otra forma, con la resolución de la opresión nacional respecto a Catalunya y la separación en Estado independiente, los objetivos y las tareas para la acción conjunta del proletariado de Catalunya y las demás naciones del Estado español encontrarían probablemente un mejor escenario, más distendido en términos nacionalistas.

Por otra parte, entendemos que únicamente la franca y directa expresión democrática de las masas por mandato imperativo en referéndum puede aplicar el derecho a la autodeterminación. Otros caminos o formas de intentar «conducir» la aplicación del derecho a la autodeterminación, otros caminos o formas que releguen el protagonismo directo de las masas, son herramientas útiles para la mediana-pequeña burguesía catalana y otros sectores en la negociación por sus intereses frente al bloque del gran capital. Así, la pseudo-consulta del nuevo 9-N se presenta como mecanismo para utilizar el movimiento y la participación de masas como carne de cañón ante el Estado español en tal negociación. Por lo tanto, rechazamos esta forma o camino estratégico de las facciones burguesas independentistas como ejercicio del derecho a la autodeterminación; no obstante, en tanto ejercicio participativo, entendemos que la libertad de voto es la consigna adecuada. En la misma línea, la celebración de elecciones plebiscitarias como mecanismo parlamentario sustitutivo del mandato imperativo de las masas en referéndum efectivo es una expresión aún más lúcida del uso y maniobras consecuentes por parte de la mediana-pequeña burguesía catalana en su relación contractual con el bloque dominante. En el momento actual de redacción del documento, parece claro que el Estado español impugnará y suspenderá también la pseudo-consulta, en la línea general de la ofensiva-respuesta del bloque dominante contra las reivindicaciones de la mediana-pequeña burguesía (hay que dejar claro que el Estado también utiliza todo este tira y afloja para tapar sus propias corruptelas). Además, dada la falta de voluntad, el legalismo burgués y la debilidad de las fuerzas políticas consecuentemente independentistas para poder convocar un referéndum efectivo, se puede llegar a la conclusión de que el referéndum efectivo no se celebrará.

Así, desde Balanç i Revolució (BiR) instamos al boicot ante unas elecciones plebiscitarias y a la libre participación y voto en cualquier ejercicio participativo, desde los objetivos y tareas internacionalistas de trabajo para la Revolución Comunista desarrollados anteriormente. Del mismo modo, instamos a las masas a cuestionarse, enfrentarse y desobedecer el marco legal burgués para poder aplicar debidamente el derecho a la autodeterminación de Catalunya.

La nación, como formación histórica burguesa, es uno de los grandes Minotauros en el inmenso laberinto del sistema capitalista. Muchos son los que, mansos, se postran ante él, mientras que otros tantos tratan de esquivarlo. Confrontarlo forma parte de las tareas históricas e ineludibles de los comunistas, y no hay mejor manera que enarbolando de manera efectiva el derecho a la autodeterminación. Eso hacemos nosotros, plenamente conscientes de que al mismo tiempo retomamos la senda que nos marca ese hilo rojo de Ariadna, con el objetivo de salir del odioso laberinto y llegar a nuestra meta: la humanidad plenamente emancipada, donde las naciones y la explotación del hombre por el hombre no serán más que polvo, reliquias antediluvianas procedentes de la noche de los tiempos.

COMPLETA IGUALDAD DE DERECHOS DE LAS NACIONES; DERECHO DE AUTODETERMINACIÓN DE LAS NACIONES; FUSIÓN DE LOS OBREROS DE TODAS LAS NACIONES; TAL ES EL PROGRAMA NACIONAL QUE ENSEÑA A LOS OBREROS EL MARXISMO, QUE ENSEÑA LA EXPERIENCIA DEL MUNDO ENTERO
V. I. LENIN
¡PROLETARIOS DEL MUNDO, UNÍOS!

3 de noviembre de 2014, Catalunya.

[1]

Las razones materiales de la contradicción interburguesa entre la gran burguesía y la mediana-pequeña burguesía radican en el hecho de que la segunda requiere para su desarrollo un marco económico de acción más local, más autónomo, y unos mecanismos anti-monopolistas que garanticen la protección respecto al gran capital, en contraposición a los intereses y mecanismos internacionales de la burguesía financiera.

[2]

En el contexto de crisis actual, la ofensiva del gran capital, manifestada en una aceleración de la concentración del capital, se acentúa y presenta un escenario de proletarización de capas bajas de la mediana-pequeña burguesía y radicalización de la aristocracia obrera. Esto significa la intensificación en diferentes ámbitos de la oposición de intereses entre el bloque monopolista y la mediana-pequeña burguesía y sectores inferiores.

[3]

http://www.directe.cat/noticia/291788/reunio-secreta-de-rajoy-amb-faine-i-godo-per-aturar-el-proces-sobiranista

[4]

http://www.elsingular.cat/cat/notices/2013/02/foment_del_treball_plega_veles_eludeix_el_sobiranisme_i_el_pacte_fiscal_92829.php

[5]

http://www.diaridegirona.cat/catalunya/2014/09/16/gay-montella-reitera-foment-treball/687879.html

[6]

La República Catalana como objetivo del proyecto político de amplias capas de la mediana-pequeña burguesía catalana y otras facciones inferiores es la homóloga de la III República anhelada por la mediana-pequeña burguesía de la nación opresora. Las divergencias entre la mediana-pequeña burguesía catalana y su contraparte en la nación opresora, en su oposición al gran capital, se manifiestan también en la actitud de sus respectivos partidos políticos hacia el proceso soberanista.

[7]

http://www.324.cat/noticia/2419380/economia/El-Cercle-Catala-de-Negocis-abandona-la-PIMEC-per-haver-impedit-la-votacio-sobre-lestat-propi

[8]

http://www.eltriangle.eu/cat/notices/2014/03/crisi-a-ugt-i-ccoo-pel-sobiranisme-38697.php

[9]

http://www.llibertat.cat/2014/09/que-cal-fer-27821

[10]

Esta dualidad de líneas puede situarse fuera de la provincia de Girona, del Alt Maresme, zonas como Badalona, ​​etc., para que en estos lugares la hegemonía del MDT no es cuestionada por las organizaciones de raíz, SEPC o CUP.

[11]

La reconstitución ideológica del comunismo, por tanto, no es un ejercicio académico, y por eso mismo es algo que no se realiza desde la teoría para la teoría, es decir, en función del ensamblaje completo de un supuesto corpus teórico preestablecido y que permaneciera como entelequia teórica oculta que fuera necesario desvelar y recuperar del limbo del pensamiento puro. Al contrario, la reconstitución ideológica se realiza desde la teoría para la práctica, es decir, en función de los intereses concretos y reales del movimiento de Reconstitución política, en función de los problemas reales que la vanguardia necesita resolver para dar continuidad a ese movimiento y para ampliarlo en su base. Nueva Orientación en el camino de la reconstitución del partido comunista (I) – El Martinete, nº 19, pág. 126. Año de publicación: 2006.

[12]

La centralización política, desde el punto de vista del marxismo, corresponde al sistema de organización económica comunista de propiedad social de todo el pueblo sobre los medios de producción, así como a los intereses inmediatos de la Revolución Comunista mencionados en el texto.

[13]

Otras luchas parciales que amplios sectores del revisionismo presentan como ámbito de lucha o camino para la acumulación de fuerzas hasta el momento en que tenga lugar una crisis revolucionaria son el republicanismo, el feminismo, las mareas de colores, etc.

[14]

V. I. Lenin, «Notas críticas sobre el problema nacional», 1913; pág. 18, Volumen VI, Obras Escogidas; Edición Progreso, Moscú, 1973.

[15]

Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Comunicat davant el referèndum del 9N al Principat», julio de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/07/28/comunicat-davant-el-referendum-del-9n-al-principat/

[16]

Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Manifest fundacional del FRPC», abril de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/04/

[17]

La gran burguesía lo explica así: «el objetivo de asegurar el adecuado funcionamiento del mercado único y profundizar en su desarrollo exige el establecimiento de normas homogéneas y la coordinación de un cierto número de instrumentos de política económica, lo que reduce la capacidad de las autoridades nacionales para influir de forma autónoma sobre sus economías. […]. Las vertientes de la política económica más relevantes para el funcionamiento de un mercado único son las que han sido objeto de un mayor grado de centralización. […]. El mercado único exige eliminar las restricciones que limitan la concurrencia y, en particular, las prácticas proteccionistas que, de un modo u otro, las autoridades nacionales pueden intentar introducir o mantener para reforzar la posición en el mercado de las empresas autóctonas ». («El análisis de la economía española», Servicios de Estudios del Banco de España; pàg. 67, Alianza Editorial, Madrid, 2005).

CATALÀ:

El parany del nacionalisme

Document sobre la qüestió nacional catalana i les tasques dels comunistes

I.  INTRODUCCIÓ

Balanç i Revolució (BiR) es presenta com a grup o destacament d’avantguarda en territori català per la reconstitució ideològico-política del comunisme, en objectiu del Partit Comunista de Nou Tipus a l’Estat espanyol per la Revolució Proletària Mundial. Degut al caràcter del moment actual —derrota i replegament del comunisme, expressat amb la fi de l’últim Cicle Revolucionari (1917-1989)—, la nostra tasca s’enfoca elementalment en la formació polifacètica de quadres revolucionaris, per mitjà del balanç o síntesi del passat Cicle Revolucionari, la lluita de dues línies i el treball teòrico-ideològic general, en camí conscient de la formació i organització de l’avantguarda teòrica marxista (reconstitució ideològica) com una premissa bàsica per la formació del Partit Comunista (reconstitució política).

Actualment, la línia revolucionària es troba en plena derrota i replegament, incapaç de tractar les tasques i contradiccions del moment actual i, per consegüent, el revisionisme és la línia dominant en el Moviment Comunista Internacional, en tot el ventall de línies que el conformen. A l’Estat espanyol en concret es reprodueix, en línies generals, aquesta situació en l’àmplia multiplicitat d’organitzacions “comunistes”; la revolució proletària ja no està en l’horitzó del moviment comunista ni de les masses. En aquest panorama, la Línia de Reconstitució planteja encarar  la rearticulació del moviment revolucionari pel comunisme no des de la reproducció mecànica d’arquetips assimilats, sinó des de la reconstitució ideològico-política del comunisme per situar la teoria revolucionària en un punt més alt tot superant dialècticament les limitacions i errors de la praxis acumulada. El Moviment per a la Reconstitució, en la línia de masses i tasques de l’actualitat, experimenta un creixement significatiu en els darrers anys. En aquest context general, Balanç i Revolució (BiR) es presenta com a destacament per la Reconstitució en territori català, aspirant a agrupar i formar l’avantguarda teòrico-ideològica catalana en el procés general per la reconstitució del Partit Comunista.

Degut a la singular intersecció de diverses contradiccions immediates en l’Estat espanyol, com són, entre altres, la reorganització del Poder amb l’ofensiva característica del gran capital en el context de crisis sistèmica, i la corresponent resposta de la mitjana-petita burgesia i l’aristocràcia obrera, i la qüestió nacional catalana —estretament relacionada amb el punt anterior—, des de Balanç i Revolució (BiR) trobem convenient presentar-nos mitjançant un document on s’exposen les nostres línies generals de forma vinculada al nostre posicionament sobre el “procés sobiranista”.  És a dir, creiem que la immediatesa del 9-N ens ofereix una gran oportunitat per presentar-nos i abordar la qüestió, en el sentit de ser un tema certament polèmic, ampli, pendent d’un profund debat i amb anàlisis revisionistes dominants.

La qüestió nacional catalana, o general en l’Estat espanyol, és quelcom que exigeix un escrupolós estudi històric, un balanç crític i un posicionament clar que trenqui amb la línia revisionista dominant. Així, per poder entrar de ple en les tasques actuals respecte aquesta qüestió, cal aprofundir prèviament en ella mitjançant l’anàlisi concreta i històrica de la situació concreta. Això equival, en termes marxistes, a l’anàlisi històrica de la configuració de l’Estat espanyol i l’encaix de les diverses nacions en ell segons l’organització de la producció i intercanvi mercantil-capitalistes i la lluita i correlació de classes. S’esbossaran aquí unes línies generals orientatives; la nostra aportació pretén ser un gra de sorra més per contribuir a un debat més profund i conjunt de l’avantguarda comunista sobre el tema.

II. ANÀLISI GENERAL DE L’ESTAT ESPANYOL

L’Estat espanyol és un Estat plurinacional desenvolupat sobre l’aliança de les grans burgesies monopolistes de les diverses nacions, que constitueixen la columna vertebral del Poder burgès. A l’Estat espanyol, existeix una nació privilegiada-dominant —nació castellana— i un conjunt de nacions oprimides a les quals no se’ls reconeix el seu caràcter nacional, la seva igualtat de drets respecte la nació opressora i el seu dret a l’autodeterminació. Així, els trets nacionals  de la nació opressora tenen un caràcter predominant sobre les diverses nacions oprimides, fet que es desprèn tant de la situació pre-jurídica de l’Estat burgès de submissió violenta dels territoris, com de les exigències idiomàtiques del mode de producció i d’intercanvi capitalista, en favor de la llengua majoritària, i del caràcter general de l’Estat espanyol. No obstant això, les diverses nacions oprimides presenten certa «autonomia nacional», reflex de la forma de desenvolupament capitalista a l’Estat espanyol i de l’aliança interburgesa de la seva configuració.

Com es pot comprendre, doncs, l’Estat espanyol és un cas realment particular de configuració estatal en el procés de desenvolupament capitalista, ja que trenca l’esquema dominant d’Estat-nació. Aquesta particularitat històrica en la formació de l’Estat espanyol modern està íntimament relacionada amb l’articulació i interrelació de les nacions perifèriques de l’Estat —Catalunya i País Basc, principalment— en el seu desenvolupament capitalista. Les premisses i formes per l’organització social capitalista —masses de camperols separats de la terra i treballadors separats dels instruments de treball, producció de mercaderies i mercat corresponent i acumulació originària de capital— van manifestar-se amb especial preponderància en territori català i basc; la seva situació geogràfica de cara al mercat mediterrani i atlàntic, la fortament desenvolupada producció manufacturera en ells i, en el cas català, un pes considerablement important en el mercat colonial i una abundant mà d’obra van oferir les bases per un desenvolupament capitalista més ràpid que en altres parts de l’Estat. Així ho proven, per exemple, la introducció inicial de la màquina de vapor en aquests territoris —any 1833, fàbrica tèxtil Bonaplata—, l’alta taxa d’industrialització respecte la resta de l’Estat i les primeres formes primitives de moviment obrer econòmic —Societat de Protecció Mútua dels Teixidors del Cotó de Barcelona; crema de maquinària de la fàbrica Bonaplata l’any 1835, etc.—.

Aquesta contradicció aparent, aquest xoc d’interessos, entre unes relativament avançades regions perifèriques i una majoria de l’Estat relativament endarrerida sotmesa profundament a les convulsions feudals i semi-feudals, portà a les burgesies nacionals naixents a abraçar opcions federalistes d’organització estatal i la forma de república democràtica. Els primers passos del catalanisme polític o política nacional burgesa catalana, amb la figura de Valentí Almirall i la celebració dels Congressos Catalanistes de 1880 i 1883 (fundació de Centre Català, la primera organització política catalanista), s’inclinaven en aquest sentit de denúncia de la subjecció i dependència de les estructures dinàstiques espanyoles i en favor d’una organització regionalista-federalista de l’Estat. És a dir, s’intentaven arrencar concessions a un Estat centralista i comparativament endarrerit en favor del desenvolupament propi de Catalunya        —mitjançant participacions puntuals, com a les Corts de Cadis, a la I República, etc.—. Així, el primer nacionalisme català prenia forma de la mà d’una forta burgesia naixent en contradicció aparent amb l’estat de coses a la resta de l’Estat espanyol.

Però, el domini i agressivitat dels imperialismes anglès, holandès, etc., i la feblesa i estretor del mercat colonial espanyol, i posteriorment la seva pèrdua arran del Desastre de 1898, sumat tot als problemes de comunicació de l’Estat amb l’exterior i la seva forta dependència econòmica, portà a les nacions perifèriques a adoptar un fort proteccionisme i a centrar-se en el mercat intern espanyol. Això significava, doncs, la necessitat per les burgesies perifèriques del desenvolupament capitalista arreu de l’Estat, de la forja del mercat intern i el creixement de la demanda, i un interès vital per part seva en la participació per l’organització dels afers de l’Estat. D’aquestes dates, de la darreria del segle XIX i els inicis del XX, en la segona etapa de la Restauració, són les consignes «catalanitzar Espanya» o «fer política a Madrid». L’any 1901 es va formar la Lliga Regionalista, partit polític de la gran burgesia catalana amb important presència a Madrid, i, poc abans, el 1895, l’homòleg per la gran burgesia basca, el Partit Nacionalista Basc. Amb tot això, doncs, les línies generals del Poder burgès a Espanya es van definir com un ampli i fort bloc de grans burgesies de diverses nacions, de forma que l’adequació del desenvolupament capitalista s’allunyava de l’esquema Estat-nació. En altres paraules, de concessions i exigències puntuals per uns projectes propis, la gran burgesia catalana i d’altres nacions van passar a integrar-se en l’estructuració moderna de l’Estat espanyol com a bloc articulat de grans burgesies. Dins d’aquest bloc, orgànicament unit entorn la nació poderosa, la nació assimilista i convenient pel desenvolupament socio-econòmic, les grans burgesies nacionals —sovint acompanyades, crítica o acríticament, per les mitjanes-petites burgesies— han tendit a desenvolupar o exigir instruments propis de Poder en les seves regions, per mitjà d’Estatuts d’Autonomia, etc.; uns instruments que, en el seu conjunt articulat, constitueixen un arrelat Estat burgès, un veritable ideal capitalista o gran capitalista col·lectiu, com diria Friedrich Engels. Cal fer notar, a més, que l’opressió nacional a l’Estat espanyol no és una opressió de nacions imperialistes envers nacions saquejades —de tipus colonial o semi-colonial—, perquè precisament l’aliança de les seves grans burgesies configura un Estat imperialista i el capitalisme està plenament desenvolupat, sinó una opressió o subjecció de tipus polític, una submissió política segons l’estructura configurativa de l’Estat burgès.

Per tant, en general, en els últims dos segles la gran burgesia catalana ha estat una facció vitalment interessada en el pactisme per integrar-se en el bloc dominant de l’Estat espanyol. Això condueix a una primera conclusió important, a saber: les pretensions independentistes, no predominants històricament en les reclames nacionals catalanes, han provingut i provenen generalment de sectors de la mitjana i petita burgesia. En l’afany de «lluita» contra el gran capital, la mitjana-petita burgesia catalana s’orienta històricament a integrar-se o combatre l’aliança de la gran burgesia catalana amb la gran burgesia de la resta de l’Estat espanyol [1]; exclosa del bloc dominant, especialment en períodes de crisi, la mitjana-petita burgesia catalana arremet contra l’status quo del pactisme entre grans burgesies, ja sigui en sentit reivindicatiu de formar-hi part com en sentit rupturista-independentista —franca expressió de lluita i identitat de contraris—. La contradicció interburgesa entre gran burgesia i mitjana-petita burgesia, entre gran i mitjà-petit capital, és la contradicció principal que impulsa l’orientació del nacionalisme català entre dos pols.  Tal contradicció ha tingut i té especial força en la situació nacional catalana; la força i arrelament de la mitjana-petita burgesia a Catalunya aviva el foc de la qüestió nacional.

Amb perspectiva històrica, aquesta contradicció interburgesa s’ha desplegat contínua i incansablement sota diverses formes. Clars exemples són el trencament de Solidaritat Catalana —àmplia plataforma unitària d’opcions variades catalanistes— l’any 1907 pel xoc irremeiable d’interessos; i el conflicte rabassaire dels anys 30, entre rabassaires —pagesos arrendataris no-propietaris— i grans propietaris, traduït en les exigències d’Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) i d’organitzacions pageses com Unió de Rabassaires, referents històrics de la mitjana burgesia catalana,  per una legislació a favor de l’accés a la propietat dels rabassaires, i la fèrria oposició de la Lliga Regionalista (en general, gran burgesia i terratinents). La Llei de Contractes de Conreu, aprovada l’any 1934, fou recorreguda dues vegades per la Lliga Regionalista davant el Tribunal de Garanties Constitucionals. La reproducció d’aquesta contradicció portà fins i tot a l’abandonament del Parlament català de la Lliga Regionalista.

Tot això, si s’empra per a estudiar la situació concreta del moment actual, permet explicar que el «procés sobiranista» es caracteritzi per la intensificació de la contradicció interburgesa principal entre la mitjana-petita burgesia catalana, amb certs sectors radicalitzats i arrossegant a amplis sectors de l’aristocràcia obrera, i la gran burgesia pactista catalana, deguda a la reacció-ofensiva del bloc dominant del gran capital de l’Estat espanyol contra altres faccions burgeses (mitjana-petita burgesia, aristocràcia obrera, etc.) per guanyar quota de mercat, enfortir monopolis, etc [2]. En resposta a aquesta ofensiva, la mitjana-petita burgesia catalana (amb molta força a Catalunya, com s’ha comentat), arrossegant a amplis sectors de l’aristocràcia obrera catalana, entra en contradicció amb el bloc dominant del gran capital en què està inclosa la gran burgesia catalana adoptant la línia rupturista-independentista.

Després d’haver ofert algunes pinzellades generals i històriques sobre el transcurs de la contradicció interburgesa principal esmentada, ara s’analitzaran els xocs i interessos de tal contradicció en l’actualitat. La gran burgesia catalana, així com la resta de grans burgesies nacionals, no té un caràcter secessionista; pot dividir-se en fraccions més catalanistes o espanyolistes, però no cau, en línies generals, en el sac de la línia rupturista-independentista. Importants representants de la gran burgesia monopolista catalana, integrada com a part elemental del bloc dominant de l’Estat espanyol, com Isidre Fainé (CaixaBank) o Javier Godó (Grup Godó), clamen obertament per un «gran pacte» i s’han reunit vàries vegades amb el president del Govern espanyol, Mariano Rajoy, per abordar la qüestió nacional [3]. (Lúcid exercici per provar la posició de la gran burgesia catalana és llegir les editorials del diari La Vanguardia). La gran patronal catalana, Foment del Treball Nacional, davant el «procés sobiranista» comparteix posició, en línies generals, amb la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) —clar exemple, de nou, del bloc entre grans burgesies nacionals—; es manté «al marge», rebutja el camí independentista —fins i tot el pacte fiscal—, a la vegada que urgeix «grans pactes» [4]. La precipitació dels esdeveniments l’ha portat a acceptar, el setembre de 2014, un possible marc legal i acordat pel bloc dominant pel «procés sobiranista» i algun tipus de «pacte fiscal» per solucionar el problema [5]. Seria un clamorós error, com ho fan la majoria d’organitzacions «comunistes», identificar el «procés sobiranista» com una orientació política de la gran burgesia monopolista catalana; això porta a una posició realment incòmoda, impotent per comprendre la força i el paper de la mitjana-petita burgesia i la seva contradicció amb la gran burgesia i, a la vegada, ambigua entorn uns propòsits imaginaris de la gran burgesia catalana.

La mitjana-petita burgesia catalana ha estat la principal força de classe impulsora del camí independentista, procés emanat de les contradiccions i correlacions explicades anteriorment. La seva posició i interessos, en «oposició» al bloc dominant de grans burgesies per integrar-se o combatre l’aliança de la gran burgesia catalana amb la gran burgesia de la resta de l’Estat espanyol, depenen en gran mesura del posat del Govern espanyol i de les forces polítiques del bloc dominant. Si el transcurs dels esdeveniments permeten millorar la seva posició en la negociació i estructuració político-econòmica de l’Estat espanyol, àmplies capes de la mitjana-petita burgesia —en especial, la mitjana burgesia— renunciaran al camí independentista; però, si la inflexibilitat de l’ofensiva del gran capital del bloc dominant roman fèrria, la mitjana-petita burgesia catalana, exclosa i enfrontada vivament contra el gran capital del bloc dominant, aspirarà com a projecte polític a trencar amb l’Estat espanyol per configurar la República Catalana [6]. El desenvolupament progressiu del «procés sobiranista», ja en un lapse de temps recent, així ho prova; des d’un Estatut d’Autonomia retallat fins a un pacte fiscal negat, això és, amb la contínua postura rígida del bloc dominant del gran capital, la mitjana-petita burgesia ha anat basculant a favor de la independència política de Catalunya. Així, tota la patronal i diverses organitzacions de la mitjana-petita burgesia catalana s’han unit al Pacte Nacional pel Dret a Decidir —PIMEC, Fepime, Cercle Català de Negocis, CECOT, etc.—, malgrat les inicials  reticències i vacil·lacions explicades —el Cercle Català de Negocis abandonà PIMEC per la seva negació inicial a tractar la línia independentista [7]—.

Per altra banda, en l’actual conjuntura política de polarització, és a dir, d’intensificació de la contradicció entre gran burgesia catalana, i bloc dominant del gran capital a l’Estat espanyol, i la mitjana-petita burgesia catalana, el paper de la burgesia catalana no-monopolista, o de segona línia, és realment difícil de traçar. Es pot dilucidar cert distanciament respecte la gran burgesia monopolista, però la «capa de transició» entre elles és fina i característicament permeable. Pel que fa a l’aristocràcia obrera catalana, la proporcionalitat d’interessos amb la mitjana-petita burgesia —sobretot amb els sectors més radicalitzats— l’ha arrossegat darrere la basculació independentista d’aquesta. Així, els sindicats monopolistes de CCOO i UGT a Catalunya s’han alineat a favor del «procés sobiranista», adherint-se al Pacte Nacional pel Dret a Decidir. No obstant això, aquesta posició entra en contradicció amb el posicionament de CCOO i UGT  d’àmbit estatal —manifestació de la contradicció secundària entre mitjana-petita burgesia i aristocràcia obrera de Catalunya i la resta de l’Estat espanyol—. A més, el seguidisme al bloc independentista ha suscitat discrepàncies en les seves pròpies organitzacions [8]. Cal assenyalar, amb tot, que no hi ha cap muralla xinesa entre classes i que, per tant, seria erroni concebre una absolutització de les seves posicions —així, per exemple, la gran burgesia catalana pot aprofitar la deriva de la mitjana-petita burgesia catalana per millorar la seva articulació en el bloc dominant, pot haver fraccions clarament espanyolistes de la mitjana burgesia catalana (representades per Ciutadans (C’s), Unión Progreso y Democracia (UPyD)…), etc.—.

Si es fa una ullada a la correlació política adjacent, es pot veure com, des del període dels anys 80 fins ben entrat el segle XXI, Convergència i Unió (CiU) ha representat a la gran burgesia monopolista —junt a altres forces parlamentàries com el Partit Socialista de Catalunya (PSC)—, pactista i integrada en el bloc dominant de l’Estat espanyol —Jordi Pujol era vist com «home d’Estat» i tal formació política va jugar un paper important en la configuració i desenvolupament vigents de l’Estat espanyol—. En l’actual escenari, davant la intensificació de la contradicció entre la gran burgesia i altres capes burgeses inferiors catalanes, CiU ha manifestat clares vacil·lacions respecte el seu paper històric. Així, una contradicció secundària latent en aquesta organització política, com és l’existent entre la línia «conservadora-pactista» de la gran burgesia que històricament ha representat i la línia «independentista» propera a la mitjana burgesia, ha passat a primer pla. Actualment, de la mà de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), sembla que en tal lluita de contraris amb la línia d’Unió Democràtica de Catalunya (UDC) dels interessos de la burgesia catalana monopolista pot prendre preponderància la segona línia —la pràctica del futur immediat dirà molt—. Per tant, podria dir-se que CiU representa l’ala conservadora del «bloc sobiranista», corresponent a la mitjana burgesia acomodada i a sectors de la burgesia no-monopolista (gran burgesia de segona línia); fet que junt amb la intersecció amb la gran burgesia pactista defineix a CiU i les seves contradiccions internes actuals.

Per altra banda, la força política parlamentària directriu de la línia independentista és ERC, representant històrica d’àmplies capes de la mitjana burgesia principalment —fet que no exclou vacil·lacions envers altres faccions de classe—. L’evolució interna i de la seva línia política segueix un camí similar a la basculació de la mitjana burgesia catalana anteriorment explicada. A més, ERC invità a nombroses organitzacions de la mitjana burgesia a incorporar-se al Pacte Nacional, una mostra clara de l’enfortiment i teixit político-econòmic que està construint. Pel que fa a Iniciativa per Catalunya Verds (ICV), la indecisió i vacil·lacions internes mostren la contradicció entre una línia més propera a la mitjana burgesia i una altra a la petita —fins i tot amb l’aristocràcia obrera—;  això s’ha accentuat en l’actual conjuntura de crisi i ofensiva del gran capital del bloc dominant i els moviments, entre d’altres, de CiU. Per tant, no hi ha una posició comuna respecte la independència de Catalunya, sinó un conglomerat per sectors.

Com a forces polítiques extra-parlamentàries, cal assenyalar el paper que realitzen l’Assemblea Nacional de Catalunya i Òmnium Cultural, actuant com a mecanisme d’equilibri entre els partits polítics en el moviment sobiranista. El seu caràcter del bloc de mitjana-petita burgesia, tot i que heterogeni —Òmnium és més proper a capes altes de la mitjana burgesia i, l’ANC, més propera o vinculada a sectors de la petita burgesia—, s’evidencia amb la seva importància en la resposta independentista de la mitjana-petita burgesia a l’ofensiva del gran capital.

l’ala radicalitzada o d’esquerra del «bloc sobiranista» s’hi troben les forces corresponents a l’aristocràcia obrera i sectors radicalitzats de la petita-burgesia. En el primer cas, cal esmentar a Esquerra Unida i Alternativa (EUiA); en el segon cas, tot i que amb un ampli ventall de relacions amb altres sectors, hi ha l’Esquerra Independentista. En ella, de la mateixa forma que en altres organitzacions, s’hi poden discernir vàries contradiccions definitòries. En aquest cas, segons el grau de subordinació a altres sectors del «bloc sobiranista» es poden identificar l’ala dretana, representada per Moviment de Defensa de la Terra (MDT) i confiant en la capacitat del «procés sobiranista» per generar desestabilització aprofitable per l’enigmàtica «revolució» o «transformació social» [9]; l’ala esquerrana, representada principalment per Endavant i Arran [10], crítics i escèptics amb el seguidisme a CiU i ERC i la deriva rupturista del «procés sobiranista»; i l’ala de centre, basculant i catalitzadora entre les dues tendències anteriors, ocupada per la Candidatura d’Unitat Popular (CUP).

No seria imprudent afirmar, doncs, que el resultat del «procés sobiranista» dependrà en gran part del desenvolupament  de les contradiccions entre les faccions polítiques protagonistes i de les contradiccions en el seu sí; tot en el tauler general de la contradicció principal entre el bloc dominant de grans burgesies de l’Estat espanyol i la mitjana-petita burgesia catalana i altres sectors inferiors.

En tot aquest entramat de contradiccions, d’interessos i correlacions de forces de classe, cal destacar amb especial èmfasi la situació del proletariat d’arreu de l’Estat espanyol, tant de la nació opressora com de les nacions oprimides. Aquesta classe social, la classe social dels desposseïts, no disposa d’independència político-ideològica. En altres paraules, el proletariat és carn de canyó pels interessos de les faccions de classe i pels nacionalismes burgesos, tant de la nació opressora com de la nació oprimida; és aprofitat, manejat i llençat com a arma de Poder per les respectives burgesies. La divisió i enfrontament del proletariat de les diferents nacions de l’Estat espanyol és una carta jugada pels nacionalismes. Així doncs, el proletariat no té una línia ni una organització revolucionària per oposar a les classes reaccionàries; en això rau la falta d’independència del proletariat, emmanillat en els interessos de la burgesia i en la immediatesa de les condicions actuals. Això és un fet. Cal preguntar-se, doncs, a què es degut. En línies generals, a la derrota actual de la línia revolucionària, del marxisme —fet que culmina l’últim Cicle Revolucionari—. I, anant més enllà, la derrota o crisi de la línia revolucionària no s’ha d’atribuir exclusiva o primàriament a factors externs, sinó a la seva pròpia dinàmica dialèctica, al transcurs de les seves contradiccions teòrico-pràctiques, sobre les quals poden actuar i influenciar els factors externs.  És a dir, la derrota de la línia revolucionària en l’últim Cicle és una conseqüència de la seva feblesa, de les seves limitacions i errors; de la incapacitat per resoldre i superar (dialècticament) les contradiccions que sorgien i es desenvolupaven. El marxisme o teoria revolucionària no és quelcom compacte, hermètic en si mateix, acabat i ahistòric, preexistent de la pràctica concreta, sinó que es troba dialècticament unit a ella (unitat de teoria i pràctica); per tant, s’enriqueix amb ella, es desenvolupa d’acord a les conclusions que la pràctica pot oferir i les necessitats que presenta. D’aquí es desprèn, davant les condicions objectives d’innegable derrota i replegament i per poder rearticular el moviment pràctic-revolucionari, l’imperiosa exigència de sintetitzar la praxis acumulada per situar la teoria revolucionària a un punt més alt, més capaç per afrontar les tasques pràctiques actuals i superar les limitacions de la pràctica revolucionària anterior [11]. O, dit d’una altra forma, l’imperiosa exigència de reconstitució ideològica del marxisme com a teoria revolucionària d’avantguarda per les exigències pràctiques de reconstitució del comunisme com a moviment revolucionari de masses. Fins aquí s’ha ofert una anàlisi general, molt general, sobre la configuració històrica de l’Estat espanyol, l’encaix de les nacions en ell i les correlacions de forces de classe en el «procés sobiranista», i també s’ha tractat la necessitat de reconstitució del comunisme davant el panorama de profunda crisi de la línia revolucionària i la conseqüent falta d’independència del proletariat. A continuació, es tractaran el nostre posicionament i les tasques respecte la qüestió nacional en general i el dret a l’autodeterminació de Catalunya.

III. LA QÜESTIÓ NACIONAL DES DEL MARXISME

El nostre treball, i entenem que així ha de ser per tots els comunistes, s’encamina cap a la Revolució Comunista Mundial, cap a la revolució internacional de la classe treballadora contra l’ordre social existent. Tal és l’objectiu que està a l’ordre del dia, pel qual hem de treballar decididament tots els comunistes des de, i a partir de, les tasques del moment actual de reconstitució político-ideològica. El contingut d’aquesta revolució és la lluita internacional del proletariat revolucionari contra el jou del capital i les classes posseïdores, mitjançant la guerra revolucionària de masses o Guerra Popular a partir del Partit Comunista de Nou Tipus. El contingut d’aquesta revolució pot prendre forma únicament si es basa en l’internacionalisme proletari, és a dir, en la més estreta col·laboració, acció i fusió del proletariat revolucionari de totes les nacions. Només una força revolucionària que fongui el proletariat de totes les nacions contra les classes dominants pot fer miques el Poder burgès. Així, el nostre treball en l’etapa actual s’encamina cap a la organització única de l’avantguarda teòrica marxista de tot l’Estat espanyol per la reconstitució política del Partit Comunista de tot l’Estat espanyol, per la reconstitució política de l’organització revolucionària de Nou Tipus única i central de tota la classe treballadora de l’Estat espanyol, que fusioni en un mateix cos articulat tant al proletariat de les nacions oprimides com de la nació opressora. (És precís assenyalar que, en cas d’independència de Catalunya, s’hauria d’estudiar l’opció de forjar el Partit Comunista en la República Catalana, per exigències del marc polític objectiu de lluita, o poder articular un Partit per a dos Estats diferents segons la situació que es donés). Al seu torn, la forma política més adient per l’Estat-Comuna de transició revolucionària, per la qual ens inclinem, és un Estat-Comuna unitari i el més gran possible, que centralitzi i fusioni l’esforç del proletariat revolucionari del màxim nombre de nacions possible [12].

Aquestes consignes són únicament factibles amb el reconeixement, defensa i respecte del dret a l’autodeterminació de totes les nacions, del seu dret de lliure separació política per esdevenir Estat propi o lliure adhesió per unir-se a un altre Estat. Un moviment revolucionari internacional basat en la fusió del proletariat revolucionari de nacions opressores i oprimides, i la configuració dels Estat-Comuna de transició el més grans possible, són pura fraseologia barata si no es basen en la lliure unió dels diferents elements. No hi ha lliure i forta aliança o fusió vàlides si és per coacció; només sota el reconeixement i defensa de la igualtat de drets de totes les nacions i del seu dret a l’autodeterminació pot una força revolucionària internacionalista prendre forma. Difícilment és concebible un moviment revolucionari unitari del proletariat de nacions opressores i nacions oprimides si l’avantguarda comunista i el proletariat revolucionari de les nacions opressores no reconeixen i lluiten decididament pel dret a l’autodeterminació i la igualtat de drets les nacions oprimides; i un Estat-Comuna revolucionari centralista és difícilment concebible també si no es basa en la lliure adhesió i igualtat de drets de les nacions que el conformen. Per tant, entenem la necessitat de defensar la plena igualtat de drets i el dret a l’autodeterminació de totes les nacions i el principi internacionalista incondicional d’apropament i fusió del proletariat internacional —en sentit revolucionari, una cosa no s’entén sense l’altra—. Tot això, la defensa del dret a l’autodeterminació i la plena igualtat entre nacions, implica acceptar el resultat del mandat imperatiu de les masses en referèndums efectiusimplica un programa i uns fets concrets i, no només proclamar-ho alegrement de paraula i negar-ho en la pràctica, com és habitual en els anàlisis revisionistes.

La defensa de la igualtat de drets i del dret a l’autodeterminació de totes les nacions, això és, la reivindicació democràtica respecte les nacions, s’ha de tractar des de la línia i els objectius revolucionaris, és a dir, des de la lluita revolucionària totalitzadora contra l’organització social existent. Les reivindicacions de tipus democràtic, siguin del tipus que siguin, s’han de subordinar per complet al treball per la Revolució Comunista, a la lluita revolucionària i les seves tasques i objectius, i no a la inversa. Si així fos, si es donés un caràcter absolut i primari a les reivindicacions democràtiques burgeses i immediates, el treball revolucionari esdevindria treball per un conjunt de lluites parcials quantitatives, per una orientació espontaneïsta i immediata emmarcada i reproduïda en les condicions donades. Si fos així, es posterga indefinidament la línia i treball per la Revolució i es subordinen els objectius, formes i tasques a la lluita democràtico-burgesa nacional, o a qualsevol altra lluita democràtica parcial [13]. Grans exemples de tot això són els lemes «independència per canviar-ho tot», «independència i socialisme».

Per altra banda, la reivindicació democràtica per la igualtat de drets de totes les nacions i el seu dret a l’autodeterminació s’ha d’entendre en el seu marc base corresponent, això és, en el desenvolupament històric de les nacions i dels Estats en general. Així, l’aplicació d’aquestes reivindicacions, la solució per a la qüestió nacional —que no superació del problema nacional, factible únicament en la fusió de totes les nacions en el comunisme—, pot donar-se efectivament dins del capitalisme i imperialisme. La separació d’una o altra nació per esdevenir Estat propi, així com qualsevol modificació formal de les fronteres entre Estats capitalistes, és una acció factible i àmpliament repetida en el marc capitalista internacional. Dit d’una altra forma, Catalunya —i Escòcia, etc.— pot esdevenir un Estat propi dins del marc imperialista, pot separar-se políticament de l’Estat espanyol. (En sentit de viabilitat de l’aplicació del dret a l’autodeterminació). Tal és el significat del dret a l’autodeterminació, tal és la seva orientació i amplitud: relació entre Estats, entre nacions. Postergar la seva aplicació fins que arribi el socialisme, és a dir, admetre la seva inviabilitat en el marc capitalista, o pitjor encara, negar-lo fins i tot en el socialisme, denota una clara incomprensió de la naturalesa democràtico-burgesa i del marc polític de la reivindicació del dret a l’autodeterminació. És més, aquesta postura, tal i com s’ha explicat abans, obstaculitza la lliure unió del proletariat internacional i divideix els seus esforços, potencia els nacionalismes burgesos i perpetua l’opressió nacional. Més enllà, condicionar la defensa del dret a l’autodeterminació, això és, sotmetre la reivindicació democràtica de lliure separació de les nacions a criteris unilaterals, equival a potenciar i defensar de facto el nacionalisme burgès de la nació opressora i l’opressió nacional exercida. Tot això, malgrat omplir-se la boca d’internacionalisme i defensa del dret a l’autodeterminació, significa renunciar de facto el dret a l’autodeterminació de les nacions oprimides a l’Estat espanyol —sembla que el luxemburguisme encara no ha estat prou combatut—.

Com es veu, el punt cardinal, definitiu, del tracte del dret a l’autodeterminació de les nacions gira entorn a la lluita incansable entre nacionalisme i internacionalisme, entre l’enfocament burgès i l’enfocament revolucionari de la qüestió. Com digué Lenin, «nacionalisme burgès i internacionalisme proletari: aquestes són les dues consignes antagòniques i irreconciliables que corresponen als dos grans blocs que divideixen a les classes del món capitalista i expressen dues polítiques (és més, dues concepcions) sobre el problema nacional» [14]. El nacionalisme propugna un enfocament estrictament exclusivista i circumscrit a la pròpia nació, tant en objectius com en formes, de la qüestió nacional; l’internacionalisme propugna un enfocament des de l’àmplia visió de la necessitat d’unitat incondicional del proletariat de nacions opressores i nacions oprimides en la línia revolucionària pel comunisme. (Però, en cas d’aparença internacionalista i pràctica nacionalista, hi ha organitzacions autodenominades «revolucionàries», «marxista-leninistes» i «internacionalistes» que proclamen obertament que «el nostre objectiu final: la unificació total dels Països Catalans» [15] i que «el nostre treball serà de base dels Països Catalans, de Salses a Guardamar i de Fraga a Maó, en el que treballarem per comarques» [16]. Brillant i franca honesta expressió d’internacionalisme!). En general, el nacionalisme es centra en el «correcte», «just», «lliure», etc., desenvolupament de la nació en qüestió, mentre que l’internacionalisme postula la necessitat d’apropament i fusió de totes les nacions i del proletariat de totes les nacions en el marc de lluita revolucionària internacional contra el Poder burgès. El nacionalisme s’inclina per la «cultura nacional», mentre que l’internacionalisme ho fa per la fusió internacional de la cultura proletària i universal. En definitiva, el nacionalisme és la consigna burgesa i practicista d’enfocar la qüestió nacional i el treball polític en general; l’internacionalisme és la consigna proletària de principis de tractar la qüestió nacional i el treball polític en general des de la lluita revolucionària pel comunisme.

Cal destacar, per tant, que la consigna de la plena igualtat entre totes les nacions i del seu dret a l’autodeterminació no equival, ni molt menys, a identificar-se o recolzar els moviments i aspiracions nacionalistes de capes de la burgesia. Per una banda, pot recolzar-se aquesta consigna, element bàsic i elemental com s’ha explicat anteriorment, sense posicionar-se a favor de la separació política de tal o qual nació pels interessos concrets del moviment revolucionari i proletariat (més endavant tractarem el nostre posicionament concret davant l’exercici del dret a l’autodeterminació de Catalunya). Per altra banda, pot aplicar-se tal consigna —i hem d’aplicar-la— de forma totalment oposada, des de la línia revolucionària i internacionalista, com s’ha vist. És més, en l’època actual de capitalisme madur, d’imperialisme, quan l’organització mercantil-capitalista de la societat s’ha imposat i desenvolupat per sobre de velles formes de producció i la fusió internacional del capital en estructures comunes, l’esborrament de les barreres nacionals i la múltiple assimilació entre nacions són ja una tendència històrica universal del capitalisme [17], l’actitud del proletariat envers els moviments nacionalistes burgesos —la majoria dels quals manquen ja de contingut revolucionari— ha de ser clarament diferent que en la primera època del capitalisme. En l’etapa d’intenses lluites revolucionàries entre les formes capitalistes i formes feudals i semi-feudals, en l’etapa de configuració i consolidació del sistema político-econòmic capitalista, els múltiples moviments nacionals de la burgesia tenien un caràcter revolucionari per destruir lo «vell» i desenvolupar lo «nou», per crear Estats nacionals enfront les restes aristocràtiques. En aquesta etapa de capitalisme naixent, centrat en el desenvolupament interior de les nacions i els Estats, dels mercats nacionals i primaris, el proletariat lluità sovint al costat de capes de la burgesia nacional contra les velles formes d’organització social —les revolucions de 1848 arreu d’Europa són un clar exemple—. Amb l’assentament del sistema capitalista i el desenvolupament de les seves formes i contradiccions, amb la superació de l’estret marc del mercat nacional i la configuració monopolista, els moviments nacionalistes han perdut, en la majoria de casos, la seva vessant revolucionària pel proletariat. Per tant, per tractar la qüestió nacional, la distinció entre la línia burgesa i la línia proletària, entre el nacionalisme i l’internacionalisme, és extremadament necessària, així com també potenciar la lluita de línies entre elles. Així, en la consigna del dret a l’autodeterminació i igualtat de totes les nacions el proletariat pot i ha d’oposar i aplicar la política internacionalista, la seva política independent de classe.

Endinsem-nos més, però, en l’anterior concepció unilateral d’identificar el ple reconeixement dels drets i llibertats de totes les nacions amb recolzar moviments nacionalistes burgesos. I és que si es rebutja la consigna democràtica de plena igualtat entre totes les nacions i del seu dret a l’autodeterminació sota l’argument que és una consigna recolzada o impulsada per sectors de la burgesia nacional —o qualsevol altre motiu—, s’accepta de facto la consigna nacionalista-reaccionària de les burgesies de les nacions opressores i l’opressió nacional —torna a aparèixer el fantasma del luxemburguisme—.  Enlloc de fer de la qüestió nacional una qüestió proletària, de subordinar-la als objectius revolucionaris i tractar-la des de l’internacionalisme, s’encasella en el camp de la burgesia, es renuncia a ella, es desentén com quelcom nociuestranyaliè. Al seu torn, intentar implantar o adequar en l’ordre actual de coses els ideals d’organització política revolucionària dels Estats i les nacions, això és, negar el dret a l’autodeterminació en tant els comunistes aspirem a la fusió de les nacions, denota un estret punt de vista sobre les tasques revolucionàries, tot obstaculitzant l’articulació de la lliure unió del proletariat de diverses nacions, i legitima de nou l’opressió nacional.

Per tant, en definitiva, des de Balanç i Revolució (BiR) reconeixem, acceptem i defensem en totes les conseqüències resultants l’aplicació del dret a l’autodeterminació per Catalunya i totes les altres nacions de l’Estat espanyol —és a dir, el seu dret a la lliure separació política de l’Estat espanyol—, en base i a partir de la política internacionalista de fusió del proletariat català amb la resta del proletariat de l’Estat espanyol en una organització revolucionària única i central per a la lluita pel comunisme. Les tasques que se’ns presenten al conjunt de l’avantguarda teòrica marxista de l’Estat espanyol respecte la qüestió nacional poden enfocar-se —i s’han d’enfocar— des de dos punts diferents, però de denominador comú (unitat dialèctica). Per una banda, en la nació opressora l’avantguarda teòrica marxista ha de posar èmfasis en la necessitat de reconèixer, acceptar i lluitar pel dret a l’autodeterminació de totes les nacions de l’Estat oprimides per la seva nació, sense oblidar les tasques per l’organització central i única de tot el proletariat. Per altra banda, en les nacions oprimides l’avantguarda teòrica marxista ha de posar èmfasis en la necessitat de l’organització única i central de la classe treballadora de tot l’Estat, en la força i conveniència de la fusió del proletariat de les diverses nacions per la lluita revolucionària, sense oblidar la defensa i lluita pel dret a l’autodeterminació de la pròpia nació. En ambdós casos, això s’ha de realitzar en una constant lluita de dues línies contra els nacionalismes respectius que reclouen, divideixen i enfronten al proletariat i contra les formes revisionistes d’enfocar la qüestió nacional —que, al cap i a la fi, com s’ha vist, acaben al camp dels nacionalismes—. Aquestes tasques concretes de l’avantguarda teòrica marxista en formació s’adeqüen al moment actual de reconstitució ideològico-política del comunisme i a les seves tasques i objectius generals.

IV. POSICIONAMENT

Una hipotètica separació política de Catalunya en Estat independent forçaria —si no està forçant ja el «procés sobiranista»— una clara agudització de les contradiccions en el bloc dominant de l’Estat espanyol, principalment, i en les estructures monopolistes europees, secundàriament, en virtut de la reestructuració político-econòmica adjacent i les noves correlacions de forces que sorgirien. És important ressaltar això, no en el sentit mecanicista i vulgar compartit per sectors revisionistes segons el qual l’agudització objectiva podria propiciar automàtica i mecànicament algun tipus de moviment revolucionari —és necessari el salt qualitatiu de la consciència social proletària a partir de la fusió en les masses de la teoria revolucionària, per mitjà de l’acció i mediació del Partit Comunista de Nou Tipus—, sinó en el sentit de feblesa de l’enemic de classe i context de politització, de caldo de cultiu per treballar la consciència revolucionària. En el mateix sentit, probablement la independència política com a Estat de Catalunya alleujaria les tensions nacionalistes entre el proletariat de les diferents nacions, posaria a l’ordre del dia altres qüestions. Dit d’una altra forma, amb la resolució de l’opressió nacional respecte Catalunya i la separació en Estat independent, els objectius i les tasques per l’acció conjunta del proletariat de Catalunya i les altres nacions de l’Estat espanyol trobarien probablement un millor escenari, més distès en termes nacionalistes.

Per altra banda, entenem que únicament la franca i directa expressió democràtica de les masses per mandat imperatiu en referèndum pot aplicar el dret a l’autodeterminació. Altres camins o formes d’intentar «conduir» l’aplicació del dret a l’autodeterminació, altres camins o formes que releguen del protagonisme directe de les masses, són eines útils per la mitjana-petita burgesia catalana i altres sectors en la negociació pels seus interessos enfront el bloc del gran capital. Així, la pseudo-consulta del nou 9-N es presenta com a mecanisme per a utilitzar el moviment i la participació de masses com a carn de canó davant l’Estat espanyol en tal negociació. Per tant, rebutgem aquesta forma o camí estratègic de les faccions burgeses independentistes com a exercici del dret a l’autodeterminació; no obstant, en tant exercici participatiu, entenem que la llibertat de vot és la consigna adequada. En la mateixa línia, la celebració d’eleccions plebiscitàries en tant mecanisme parlamentari substituent del mandat imperatiu de les masses en referèndum efectiu és una expressió encara més lúcida de l’ús i maniobres conseqüents per part de mitjana-petita burgesia catalana en la seva relació contractual amb el bloc dominant. En el moment actual de redacció del document, sembla clar que l’Estat espanyol impugnarà i suspendrà també la pseudo-consulta, en la línia general de l’ofensiva-resposta del bloc dominant contra les reivindicacions de la mitjana-petita burgesia (l’Estat també utilitza tot aquest estira i arronsa per tapar les seves pròpies corrupteles).  A més, donada la falta de voluntat, el legalisme burgès i la debilitat de les forces polítiques conseqüentment independentistes per poder convocar un referèndum efectiu, arribem a la conclusió que el referèndum efectiu no es celebrarà.

Així, des de Balanç i Revolució (BiR) instem al boicot davant unes eleccions plebiscitàries i a la lliure participació i vot en qualsevol exercici participatiu, des dels objectius i tasques internacionalistes de treball per la Revolució Comunista desenvolupats anteriorment. També instem a les masses a qüestionar-se, enfrontar-se i desobeïr el marc legal burgès per tal de poder aplicar degudament el dret a l’autodeterminació de Catalunya.

La nació, com a formació històrica burgesa, és un dels grans Minotaures de l’immens laberint del sistema capitalista. Són molts els que, mansos, s’agenollen davant d’ell, mentre que altres tracten d’esquivar-lo. Confrontar-lo forma part de les tasques històriques i ineludibles dels comunistes, i no hi ha millor manera efectiva de fer-ho que enarborant de forma efectiva el dret a l’autodeterminació. Això fem nosaltres, plenament conscients de que al mateix temps reprenem el sender que ens marca aquell fil roig d’Ariadna, amb l’objectiu de sortir de l’indesitjable laberint i arribar al nostre objectiu: la humanitat plenament emancipada, on les nacions i l’explotació de l’home per l’home no siguin més que pols, restes antediluvianes procedents de la nit dels temps.

COMPLETA IGUALTAT DE DRETS DE LES NACIONS; DRET A L’AUTODETERMINACIÓ DE LES NACIONS; FUSIÓ DELS OBRERS DE TOTES LES NACIONS: TAL ÉS EL PROGRAMA NACIONAL QUE ENSENYA ALS OBRERS EL MARXISME, QUE ENSENYA L’EXPERIÈNCIA DEL MÓN SENCER. 
V. I. LENIN
PROLETARIS DEL MÓN, UNIU-VOS!

3 de novembre de 2014, Catalunya.

[1] 

Les raons materials de la contradicció interburgesa entre la gran burgesia i la mitjana-petita burgesia rauen en el fet que la segona requereix per al seu desenvolupament un marc econòmic d’acció més local, més autònom, i uns mecanismes anti-monopolistes que garanteixin la protecció respecte el gran capital, en contraposició als interessos i mecanismes internacionals de la burgesia financera.

[2] 

En el context de crisi actual, l’ofensiva del gran capital, manifestada en una acceleració de la concentració del capital, s’accentua i presenta un escenari de proletarització de capes baixes de la mitjana-petita burgesia i radicalització de l’aristocràcia obrera. Això significa la intensificació en diferents àmbits de l’oposició d’interessos entre el bloc monopolista i la mitjana-petita burgesia i sectors inferiors.

[3] 

http://www.directe.cat/noticia/291788/reunio-secreta-de-rajoy-amb-faine-i-godo-per-aturar-el-proces-sobiranista

[4] 

http://www.elsingular.cat/cat/notices/2013/02/foment_del_treball_plega_veles_eludeix_el_sobiranisme_i_el_pacte_fiscal_92829.php

[5]

http://www.diaridegirona.cat/catalunya/2014/09/16/gay-montella-reitera-foment-treball/687879.html

[6]

La República Catalana com a objectiu del projecte polític d’àmplies capes de la mitjana-petita burgesia catalana i altres faccions inferiors és l’homòloga de la III República anhelada per la mitjana-petita burgesia de la nació opressora. Les divergències entre la mitjana-petita burgesia catalana i la mitajana-petita burgesia de la nació opressora, en la seva oposició al gran capital, es manifesten també en l’actitud dels seus respectius partits polítics envers el procés sobiranista.

[7]

http://www.324.cat/noticia/2419380/economia/El-Cercle-Catala-de-Negocis-abandona-la-PIMEC-per-haver-impedit-la-votacio-sobre-lestat-propi

[8]

http://www.eltriangle.eu/cat/notices/2014/03/crisi-a-ugt-i-ccoo-pel-sobiranisme-38697.php

[9]

http://www.llibertat.cat/2014/09/que-cal-fer-27821

[10]

Aquesta dualitat de línies pot situar-se fora de comarques gironines, de l’Alt Maresme, zones com Badalona, etc., perquè en aquests indrets l’hegemonia del MDT no és qüestionada per les organitzacions d’Arran, SEPC o CUP.

[11]

«La reconstitució ideològica del comunisme no és un exercici acadèmic, i per això mateix és quelcom que no es realitza des de la teoria per la teoria, és a dir, en funció de l’acoblament complet d’un suposat corpus teòric preestablert i que romangués com entelèquia teòrica oculta que fora necessari desvetllar i recuperar dels llimbs del pensament pur. Al contrari, la reconstitució ideològica es realitza des de la teoria per la pràctica, és a dir, en funció dels interessos concrets i reals del moviment de Reconstitució política, en funció dels problemes reals que l’avantguarda necessita resoldre per donar continuïtat a aquest moviment i per ampliar-lo en la seva base». (Nueva Orientación; El Martinete, pàg. 126, nº19, 2006 — Traducció pròpia).

[12]

La centralizació política, des del punt de vista del marxisme, correspon al sistema d’organització econòmica comunista de propietat social de tot el poble sobre els mitjans de producció, així com als interessos immediats de la Revolució Comunista esmentats al text.

[13]

Altres lluites parcials que amplis sectors del revisionisme presenten com a àmbit de lluita o camí per l’acumulació de forces per quan es doni una crisi revolucionària són el republicanisme, el feminisme, les marees de colors, etc.

[14]

V. I. Lenin, «Notes crítiques sobre el problema nacional», 1913; pàg. 18, Volum VI, Obres Escollides; Edició Progreso, Moscou, 1973. (Traducció pròpia)

[15]

Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Comunicat davant el referèndum del 9N al Principat», juliol de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/07/28/comunicat-davant-el-referendum-del-9n-al-principat/

[16]

Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Manifest fundacional del FRPC», abril de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/04/

[17]

La gran burgesia ho explica així: «l’objectiu d’assegurar l’adequat funcionament del mercat únic i profunditzar en el seu desenvolupament exigeix l’establiment de normes homogènies i la coordinació d’un cert nombre d’instruments de política econòmica, fet que redueix la capacitat de les autoritats nacionals per influir de forma autònoma sobre les seves economies. […]. Les vessants de la política econòmica més rellevants pel funcionament d’un mercat únic són les que han estat objecte d’un major grau de centralització. […]. El mercat únic exigeix eliminar les restriccions que limiten la concurrència i, en particular, les pràctiques proteccionistes que, d’un mode o altre, les autoritats nacionals poden intentar introduir o mantenir per reforçar la posició en el mercat de les empreses autòctones». («L’anàlisi de l’economia espanyola», Servicios de Estudios del Banco de España; pàg. 67, Alianza Editorial, Madrid, 2005 —Traducció pròpia).

El revisionismo y la revolución espontánea

1

“Es, pues, completamente natural e inevitable que en una época semejante, en una época de huelgas políticas en escala nacional, la insurrección no pueda adoptar la antigua forma de actos aislados, limitados a un lapso de tiempo muy breve y a una zona muy reducida. Es completamente natural e inevitable que la insurrección tome formas más elevadas y complejas de una guerra civil prolongada y que abarca a todo el país, es decir, de una lucha armada entre dos partes del pueblo. Semejante guerra no puede concebirse más que como una serie de pocas grandes batallas, separadas unas de otras por intervalos relativamente considerables y una gran cantidad de pequeños encuentros librados durante estos intervalos”.

(Lenin, La guerra de guerrillas).

La totalidad de los destacamentos que componen el Movimiento Comunista Internacional, exceptuando el ala izquierda del maoísmo, conciben la revolución proletaria como un suceso espontáneo que tendrá lugar cuando se produzca una situación revolucionaria, la cual también se dará, según su concepción, de forma espontánea. Partiendo de esta premisa determinista-espontaneísta defienden que la tarea inmediata de los comunistas pasa por dirigirse al movimiento espontáneo de masas, participar en sus luchas de resistencia, para “acumular fuerzas” (algunos sectores minoritarios defienden que también es necesario estimular a las masas mediante acciones armadas desvinculadas de las propias masas, es decir, mediante el terrorismo individual), esperando a que llegue ese momento revolucionario para ponerse al frente del movimiento de masas y dirigir a la clase obrera a la conquista del poder político. La tarea de los comunistas no es, de esta forma, preparar las condiciones para desarrollar la revolución proletaria, sino realizar una actividad economicista, esperando a que llegue ese momento que nadie sabe cómo llegará.

Tal concepción está evidentemente alejada por completo de la experiencia histórica de la Revolución Proletaria Mundial. El proletariado no desarrolla conciencia de clase revolucionaria por sí solo ni por su participación en las luchas de resistencia, lo cual impide la posibilidad de una revolución espontánea y hace necesario la existencia del sujeto revolucionario, del Partido Comunista como fusión de vanguardia y masas, para poder desarrollar la revolución proletaria de la única forma posible, es decir, de forma consciente. Sin embargo, el hecho de que la práctica, la cual constituye el criterio de la verdad, muestre que semejante concepción espontaneísta-insurreccionalista defendida por el revisionismo no se ajusta a la realidad no impide que, como hemos dicho al principio, la práctica totalidad de las organizaciones autodenominadas comunistas (“marxistas-leninistas”, trotskistas, comunistas de izquierda, etc.) compartan dicha visión. Esto hace necesario que tengamos que remitirnos a los orígenes de esta tesis para buscar las razones de su hegemonía en el seno del Movimiento Comunista.

Origen del paradigma insurreccional espontáneo: desarrollo de la revolución desde 1789

Las bases de la concepción proletaria del mundo, del marxismo, se elaboran a finales de la década de los años 40 del siglo XIX, en plena época de desarrollo del ciclo revolucionario burgués en Europa occidental, que transcurre de 1789 a 1871, esto es, desde el inicio de la Revolución Francesa hasta la insurrección de la Comuna de París. Esto tuvo como consecuencia que determinadas concepciones vigentes en el movimiento revolucionario de esta etapa histórica influyesen en la configuración del socialismo científico. Una de estas concepciones que pasaron a formar parte del acervo de la concepción proletaria del mundo fue el concebir la revolución social como una insurrección producida de forma espontánea, idea que posteriormente, en la época ya de la revolución proletaria, se afianzaría tras una mala asimilación de las experiencias revolucionarias en Rusia por parte del Movimiento Comunista.

El origen de esta visión se halla en el modelo de revolución imperante en esta etapa histórica, que es el de la Revolución Francesa de 1789, el de la revolución burguesa, que da inicio al ciclo revolucionario de la burguesía. Esta no fue la primera revolución liberal de la historia. Más de un siglo antes ya había tenido lugar en las Provincias Unidas (actual Holanda) y en Inglaterra, y una década antes en Norteamérica. Pero precisamente es lo que distingue la revolución en Francia de las anteriores, junto con la cercanía de esta con respecto al surgimiento del movimiento obrero, lo que hace que su paradigma penetrase en el movimiento revolucionario del proletariado.

En junio de 1789, el tercer Estado (que agrupaba a burguesía, pequeña burguesía, campesinado y proletariado, dirigidos todos ellos por la primera clase social) se autoproclama Asamblea Nacional, que a principios de julio adopta el nombre de Asamblea Nacional Constituyente. A continuación se produce la toma de la Bastilla por las masas parisinas y en el campo francés se produce un levantamiento de las masas campesinas contra el feudalismo (periodo denominado como el Gran Miedo), que llevará a la supresión de los derechos feudales en agosto del mismo año, aunque con muchas limitaciones que hacían que en la práctica aquellos continuasen existiendo en gran medida. Con estos acontecimientos daba comienzo la Revolución.

Desde este año hasta 1792 la característica principal del proceso es el intento de alcanzar un compromiso por parte de la gran burguesía con la aristocracia, siguiendo el ejemplo de la Revolución inglesa. Pero la oposición al mismo por parte de la mayoría de la aristocracia y del rey, Luis XVI, que representaba los intereses de esta clase, sumándole a esto el empuje ejercido desde abajo por parte de las masas populares, que rechazaban la política de compromiso y buscaban llevar la revolución hasta el final, hicieron imposible el pacto.

Cuando la nobleza y el monarca recurren al exterior, a las potencias absolutistas, para acabar con la revolución y se desata la guerra contrarrevolucionaria contra Francia, las masas cobran un mayor protagonismo en el desarrollo de la revolución. En agosto de 1792 el pueblo asalta el Palacio de las Tullerías, acabando con la monarquía, y la revolución entra en una nueva fase. Las posibilidades de pacto entre burguesía y aristocracia desaparecen por completo. En este periodo, un sector de la burguesía, representado por los jacobinos, consciente de que no era posible vencer a la aristocracia sin la alianza con las masas populares, establece dicha coalición. Esto posibilitará la toma del poder por esta fracción burguesa, que se corresponde con la mediana burguesía, frente a la gran burguesía, representada por los girondinos, que eran los que poseían el poder político desde 1792 y se oponían a una participación activa del pueblo en la revolución, temerosos de que esto perjudicase sus intereses de clase, lo cual les llevaba a adoptar una postura vacilante frente a la reacción.

Y de esta forma, mediante la coalición formada entre la burguesía revolucionaria y el pueblo, nace en 1793 la República del año II. Durante este periodo los jacobinos, bajo la presión de los sans-culottes -las masas populares de las ciudades formadas por tenderos, artesanos y obreros- y el campesinado, llevaron a cabo una serie de medidas tales como la aplicación del terror revolucionario dirigido contra las fuerzas reaccionarias, la dirección planificada de la economía, la eliminación completa del feudalismo, la movilización de las masas contra la reacción, etc.

Finalmente, se produjeron disensiones entre la burguesía revolucionaria y los sans-culottes, y en el seno de los propios sans-culottes, fruto de las contradicciones existentes entre burguesía y masas populares, en el primer caso, y dentro de las propias masas populares, en el segundo, al constituir estas un grupo heterogéneo. Esto llevó a los jacobinos a eliminar a los sectores políticos más próximos a los sans-culottes, como los hébertistes y los enragés, lo que tuvo como consecuencia la ruptura de la alianza entre la mediana burguesía revolucionaria y el pueblo, dejando vía libre para que la reacción termidoriana triunfase y pusiese fin a este periodo revolucionario.

Esta etapa, la del gobierno revolucionario de los jacobinos apoyados por la sans-culotterie, que acabamos de exponer resumidamente, es lo que distingue la Revolución Francesa del resto de revoluciones burguesas y tiene como consecuencia el influjo de la misma sobre el movimiento proletario revolucionario. Aunque este período revolucionario fue breve en el tiempo -poco más de un año-, las medidas revolucionarias de la República del año II, medidas que en ciertos aspectos fueron más allá de la revolución burguesa, habían sido ya suficientes para que su experiencia, y con ella el paradigma insurreccional de la Revolución Francesa, influyese y marcase a los intelectuales y movimientos revolucionarios del proletariado durante todo el siglo XIX. Así, la insurrección como forma de conquistar el poder político pasaría a ser asumido por todos estos dirigentes y movimientos revolucionarios.

En 1796, dos años después del triunfo de la reacción, se organiza la Conspiración de los Iguales dirigida, entre otros, por Babeuf y Buonarroti. Este movimiento buscaba la implantación de una comunidad de bienes y trabajos, mediante una insurrección, siendo así el primer movimiento comunista de la Edad Contemporánea. Ese mismo año fue desmantelado por el Directorio, y sus líderes fueron condenados a muerte o a la deportación (en el caso de Babeuf, este fue ejecutado, mientras que Buonarroti fue deportado). Este último se encargaría de difundir el babuvismo, la corriente del comunismo utópico formada por las aportaciones teóricas de los Iguales, que influiría en importantes organizaciones y dirigentes del movimiento revolucionario del siglo XIX como la Liga de los Justos y Blanqui. De esta forma el babuvismo constituye un enlace directo entre la experiencia de la Revolución Francesa y el movimiento obrero del siglo siguiente.

Pero la Revolución de 1789 también inauguró todo un ciclo de la revolución burguesa en el Occidente europeo que produjo oleadas revolucionarias espontáneas en los años 1820, 1830 y, la más importante de ellas, en 1848. En 1820 se produce un pronunciamiento militar en España que daría lugar a la instauración del Trienio Liberal. Con el influjo de este hecho se producen sublevaciones en la Península Itálica, concretamente en Nápoles y en el Piamonte, y en Portugal. Al año siguiente, en 1821, se produce otra insurrección en Grecia, que estaba bajo dominio del Imperio Otomano, que iniciaría el camino hacia su independencia. En 1830 se produce otro periodo revolucionario, cuya intensidad es superior a la de 1820. En este año se produce una insurrección en Francia que daría lugar a la creación de la monarquía de Julio y la revolución se expande a Bélgica, Polonia, Península Itálica, etc.

En esta década de los años 30 se crean las primeras organizaciones revolucionarias de la clase obrera, como la Sociedad de las Estaciones en Francia o la Liga de los Justos en Alemania. A finales del mismo decenio aparece el cartismo en Inglaterra, que constituye el primer movimiento de masas proletario. A la vez, durante esta misma época también se producen los primeros levantamientos obreros espontáneos en ciudades y regiones de estos países, como los de París, Lyon, Silesia, etc. Todo esto supone un desarrollo del proletariado en el sendero hacia su independencia política en pleno ciclo revolucionario de la burguesía.

En 1848 tiene lugar la última oleada revolucionaria liberal en Europa occidental y la de mayor envergadura de todas ellas. Al igual que en el año 1830, la revolución comienza en Francia con la caída de la monarquía y la instauración de la II República. Rápidamente las revoluciones se expanden por gran parte de Europa: Austria, Italia, Hungría, Alemania, etc. En este contexto se produce la insurrección obrera de junio en París, que es reprimida brutalmente por la burguesía. Este período revolucionario llegaría a su final en 1849, al ser aplastadas las últimas llamas de la revolución por la reacción.

Durante todos estos acontecimientos que se producen en Europa de 1789 a 1848 existe un entrelazamiento entre las revoluciones burguesas y el movimiento obrero. Este se manifiesta en el surgimiento del babuvismo en el seno de la Revolución Francesa, que influye en las primeras organizaciones revolucionarias proletarias que se crean en el siglo XIX y en la participación de la clase obrera y de los revolucionarios proletarios en las revoluciones burguesas que se producen durante la primera mitad de dicho siglo. Los propios fundadores del socialismo científico, Marx y Engels, comienzan su actividad política en la década de los 40 y, durante la revolución de 1848, darán apoyo crítico a la revolución burguesa (ya que ese es el carácter de la revolución pendiente) en Alemania a través de la Nueva Gaceta Renana.

Esta es una época donde la revolución está a la orden del día, donde la revolución es algo real que se materializa cada cierto tiempo de forma espontánea. Como consecuencia de esto el movimiento obrero asume para sí mismo que la revolución es algo que se produce espontáneamente. Pero lo que es válido para la revolución burguesa no lo es para la revolución proletaria. El modo de producción capitalista se desarrolla en el seno del modo de producción anterior, el feudal, por ello la burguesía acaba tomando el poder político tarde o temprano. No sucede, en cambio, lo mismo con el modo de producción comunista, el cual no se desarrolla dentro del sistema capitalista. Su implantación tiene que ser un proceso consciente desde un principio y contra de la sociedad burguesa: comenzando con la creación de los instrumentos revolucionarios de la clase explotada, pasando por el periodo de transición que es la dictadura revolucionaria del proletariado, hasta finalmente alcanzar la sociedad comunista. Por este motivo no es posible una revolución socialista espontánea a diferencia de las revoluciones liberales.

Continuando con la historia del desarrollo de la revolución durante el siglo XIX, llegamos al año 1871. En este año culmina el ciclo revolucionario burgués en Europa occidental. Y termina tras la unificación nacional de Italia y Alemania y el hecho que nos interesa en la conformación del paradigma insurreccional de la revolución: la insurrección de la Comuna de París.

Con la Comuna el proletariado parisiense tomó el poder político, instaurando la primera dictadura proletaria de la historia. Lo excepcional es que esta conquista del poder se hizo mediante el modelo de la revolución burguesa: la insurrección espontánea.

Durante el desarrollo de la Guerra Franco-Prusiana, que transcurre durante 1870-1871, se crea un vacío de poder en París cuando las autoridades francesas y el ejército abandonan la capital y firman un armisticio con Prusia. Las masas obreras parisienses se oponen a esta política de capitulación y a la Asamblea Legislativa compuesta por una mayoría de monárquicos que amenazaba la pervivencia de la República. Ante esta situación, cuando el gobierno intenta desarmar a la Guardia Nacional, formada en su inmensa mayoría por los proletarios de París y encargada de la defensa de la ciudad, esta responde con la insurrección y la clase obrera se hace con el poder. A partir de este momento existe un doble poder: la Comuna de París, como poder proletario, y el gobierno establecido en Versalles, como poder burgués. La Comuna consigue resistir durante algo más de 2 meses hasta ser finalmente aplastada por la reacción burguesa a sangre y fuego, dejando un saldo de decenas de miles de comuneros asesinados.

El hecho de que los obreros parisinos pudiesen conquistar el poder político en 1871 mediante el modelo revolucionario de la burguesía, la insurrección espontánea, se debe a una excepcionalidad causada por la conjugación de dos circunstancias. La primera es la existencia de un vacío de poder en la capital francesa, que se hallaba sitiada por el ejército prusiano, tras el derrumbamiento del II Imperio de Napoleón III y el abandono de la ciudad por parte del gobierno de defensa nacional que se forma tras la caída del Imperio. Esto posibilita que el proletariado pueda llenar ese vacío con su propio poder político. La otra circunstancia que permite el triunfo de la insurrección espontánea es la existencia de un destacamento armado de la clase obrera, que es la Guardia Nacional. Ninguna de estas dos circunstancias fueron creadas conscientemente por la clase explotada, sino que se produjeron en el desarrollo de una guerra entre potencias burguesas. El vacío de poder es fruto de los continuos reveses militares de Francia frente a Prusia y la creación de la Guardia Nacional es obra de la burguesía con el objetivo de disponer de una organización armada que contribuya a la defensa de la ciudad frente a las tropas prusianas. De esta forma, no fue el proletariado el que se dotó de su propia organización armada ni el que con su práctica creó el vacío de poder previo, sino que los obreros fueron maniobrando con los elementos que le venían dados durante el desarrollo de la guerra entre Francia y Prusia. Esto, que fue lo que permitió el triunfo de la insurrección, constituía al mismo tiempo sus límites, puesto que las masas proletarias iban a la zaga de los acontecimientos, lo cual no posibilitó la iniciativa de las mismas una vez se hicieron con el poder y al final llevó a la derrota de la experiencia de la Comuna.

La Comuna de París contribuyó a forjar el paradigma insurreccional que adoptaría el Movimiento Comunista, pero la experiencia de la Revolución Proletaria Mundial más determinante en ello aún estaba por llegar.

Como ya mencionamos anteriormente, en Europa occidental el ciclo revolucionario de la burguesía, iniciado con la Revolución Francesa, llegó a su final en el año 1871. Pero en Europa oriental y en Asia, que habían permanecido ajenas a este ciclo burgués, el periodo de la revolución burguesa comenzó en 1905 con la revolución en Rusia, continuando con la revolución en Persia en 1905-1911, en Turquía en 1908, en China en 1911 y con la segunda revolución democrático-burguesa en Rusia en febrero de 1917 [1]. Y será en este ciclo revolucionario de la burguesía cuando se produzcan las experiencias revolucionarias rusas, incluida la Revolución Socialista de Octubre de 1917, que acabaron configurando el modelo de revolución espontánea asumido por el movimiento revolucionario del proletariado.

A finales de 1904 y principios de 1905 la agitación de las masas en Rusia estaba en crecimiento debido a la duras condiciones de existencia, empeoradas por la guerra ruso-japonesa. En enero de 1905, una manifestación obrera congregada de forma pacífica frente al Palacio de Invierno, residencia del Zar, fue reprimida a tiros por el ejército, causando centenares de muertos y miles de heridos. Era el Domingo Sangriento y este daba comienzo a la revolución en el territorio del Imperio zarista. Desde este año hasta 1907 se sucederían de forma intermitente las huelgas, las manifestaciones, los enfrentamientos armados, las insurrecciones, las ocupaciones de tierras, los motines en el ejército -como el del acorazado Potemkin-, etc. Este movimiento tendría su punto álgido a finales de 1905 con la huelga política de Octubre y la insurrección de diciembre en Moscú.

Aunque dicha revolución tuvo un carácter democrático-burgués por los objetivos que se proponía, la fuerza dirigente de la misma fue el proletariado, no obstante fuese una dirección espontánea no liderada por ninguna organización política, a pesar del papel no desdeñable jugado por los bolcheviques. Que la fuerza principal fuese la clase obrera posibilitó que en el desarrollo de esta revolución contra la autocracia zarista y el semifeudalismo apareciesen los primeros soviets de la historia. El primero de ellos se creó en mayo, en Ivanovo-Voznesensk, durante el transcurso de una huelga. Pero no será hasta la huelga política de Octubre y la creación del Soviet de Petersburgo en el desarrollo de la misma cuando el modelo soviético se extenderá por las ciudades, incluida Moscú, y zonas mineras del Imperio Ruso, creándose también soviets de soldados y campesinos, aunque en una cantidad e importancia muchísimo inferior que la de los soviets de obreros. Los soviets, cuyos embriones fueron los comités de huelga, rápidamente se convirtieron en órganos de poder político, legislando y asumiendo funciones de dirección.

Finalmente, tras el punto más alto alcanzado por la revolución a finales de 1905, la represión zarista se ciñó sobre los soviets, acabando con ellos entre diciembre de ese mismo año y enero de 1906. A partir de aquí comenzó el largo declive de la oleada revolucionaria iniciada con los hechos del Domingo sangriento. A lo largo del año 1906 se producirían algunos levantamientos aislados hasta que en 1907 la revolución llegaría completamente a su final.

De este modo, el régimen zarista logró mantenerse en el poder capeando la revolución mediante la combinación de la concesión de una serie de reformas (el establecimiento de la Duma, la legalización de partidos políticos, el sufragio universal masculino, etc.) con la represión violenta sobre el movimiento revolucionario de masas.

Sin embargo, el impacto producido por la revolución de 1905 dejó huella en las masas oprimidas del Imperio Ruso y fue determinante para que se produjese la segunda revolución democrático-burguesa rusa en 1917. Lo más importante de la revolución de 1905 desde el punto de vista de la revolución proletaria fue que supuso la aparición del organismo mediante el cual el proletariado ejercería su poder político, el soviet, que reaparecería en Rusia con la revolución de 1917. Los soviets permitían al proletariado tomar sus decisiones tras una discusión abierta y elegir a sus representantes (los cuales tenían un mandato imperativo y podían ser revocados en cualquier momento por los obreros), además de aplicar en la práctica las decisiones previamente acordadas. Junto con todo esto, la revolución de 1905 también fue un momento determinante de la constitución del partido proletario de nuevo tipo, el POSDR(b), que sería el instrumento esencial que en 1917 permitiría conducir la revolución burguesa de febrero hacia la revolución socialista de octubre.

Doce años después de la primera revolución burguesa rusa, en febrero de 1917 las masas rusas volvieron a levantarse. Desde la finalización de la ola revolucionaria iniciada en 1905, el movimiento de masas había vivido en Rusia un periodo de reflujo que solo había conocido un periodo de auge entre 1912 y 1914, que fue abortado con el inicio de la I Guerra Mundial y el contagio del sentimiento patriótico entre la clase obrera. Pero poco después volvieron a comenzar las huelgas como consecuencia de la bajada del nivel de vida. Para 1917, tras tres años de guerra imperialista, las condiciones de vida del proletariado habían empeorado considerablemente -los alimentos escaseaban, el precio de los mismos había crecido, había carencia de viviendas, la jornada laboral había aumentado, etc.-, Rusia había sufrido varias derrotas militares y más de un millón y medio de soldados habían muerto en el frente. Ante esta situación, a principios de 1917 se produjeron una serie de huelgas y manifestaciones que se convirtieron en una insurrección de masas. Las tropas enviadas por el Estado zarista para reprimir el levantamiento, tras unos enfrentamientos en los primeros días con los huelguistas, se negaron a continuar con la represión y se unieron al movimiento revolucionario. Con la situación fuera de su control el Zar abdicó. Triunfaba así la segunda revolución burguesa rusa con la caída de la monarquía zarista. Para sustituir al Zar en el ejercicio del poder burgués se creó el comité de la Duma, que después establecería un gobierno provisional.

Pero, en el desarrollo de esta revolución democrático-burguesa y en el vacío de poder que se creó, también volvieron a aparecer los soviets. El primero de ellos se creó en la ciudad de Petersburgo, y la iniciativa de su constitución correspondió en parte a las propias masas proletarias, que conservaban el recuerdo de la experiencia de la gestión de su poder político en los soviets de 1905, y en parte a los dirigentes de los partidos obreros, principalmente los mencheviques. Y, rápidamente, desde Petersburgo los soviets se extendieron por todas las ciudades y zonas industriales del Imperio ruso, creados también por decisión de los dirigentes de los partidos socialistas en combinación con el movimiento de masas.

De esta forma, la revolución de febrero de 1917 se saldaba con la constitución de dos poderes: el poder burgués, representado por el gobierno provisional, y el poder obrero, representado por los soviets. Pero estos últimos, al estar la mayoría de ellos controlados por los oportunistas mencheviques y socialrevolucionarios (incluido el Soviet de Peterburgo, que era el más importante y el cual ejercía influencia sobre el resto de soviets), delegaban su poder en el gobierno provisional. A pesar de que los soviets disponían de los resortes del poder (el Soviet de Petersburgo controlaba a las tropas o los ferrocarriles, legislaba en el ámbito laboral, etc.), los mencheviques y eseristas hacían de ellos simples órganos de control sobre el gobierno burgués (en el caso del Soviet de Petersburgo) y sobre las Dumas de las ciudades (en el caso de los soviets locales), ya que, en base a la tesis de mencheviques y socialrevolucionarios (según la cual, el carácter de la revolución era y debía seguir siendo burgués), era al gobierno provisional al que le correspondía ejercer el poder político. Es decir, convertían a los soviets en los órganos a través de los cuales la pequeña burguesía y la aristocracia obrera, a las cuales representaban estos partidos, defendían sus intereses de clase presionando e influyendo a los gobiernos de la burguesía (a partir del mes de mayo entrarán ellos mismos en el gobierno burgués).

Aun así, no todos los soviets tenían este carácter. Desde la formación de los soviets algunos ejercían el poder político efectivo en exclusiva, es decir, eran verdaderos órganos de poder (sobre todo en aquellos donde los bolcheviques tenían la mayoría desde un primer momento). Estos dirigían el abastecimiento de alimentos, expropiaban fábricas, expropiaban a los terratenientes, creaban las guardias rojas, etc. También se crearon en las empresas los consejos de fábrica, en los cuales los bolcheviques tuvieron una influencia importante desde un principio, a diferencia de lo que ocurrió en los soviets. En muchos casos, estos consejos  también se hicieron con el control y dirección de las fábricas.

La historia de la Revolución Rusa desde febrero a octubre de 1917 es la historia de la lucha de los bolcheviques por conquistar a las masas obreras que se organizaban en los soviets, eliminando la influencia que los oportunistas mencheviques y socialrevolucionarios ejercían sobre ellas y transformando la conciencia de estas a conciencia revolucionaria (y como consecuencia de esto, convertir a los soviets en verdaderos órganos de poder político efectivo). Las especiales condiciones existentes en Rusia permitieron que el desarrollo de este proceso pudiese realizarse en líneas generales de forma pacífica, con la excepciones de las jornadas de julio (las cuales demostraron la imposibilidad del triunfo de la insurrección proletaria sin la existencia de verdaderos órganos de Nuevo Poder y la dirección de un Partido Comunista, ya que el POSDR(b) fue a la zaga de los acontecimientos) y el golpe de Estado del general Kornilov en septiembre. Aun así, los soviets estaban armados desde un principio tanto por la participación de soldados en ellos como por la creación de milicias obreras propias, los guardias rojos.

La experiencia de las masas en la gestión de su poder y el compromiso de los oportunistas con el poder burgués -que por ello vaciaban de contenido a los soviets- hicieron que los bolcheviques fueran ganando progresivamente más influencia. Cuando los bolcheviques se hicieron con la mayoría en los soviets (lo cual ocurrió en septiembre), la situación estaba lista para lanzar la insurrección, que se produjo finalmente en octubre. De este modo se inició la guerra civil revolucionaria, en la cual se produjo el enfrentamiento militar entre el poder proletario defendido por los bolcheviques y el poder burgués defendido por el movimiento blanco; una guerra civil revolucionaria que finalizaría con el triunfo de la dictadura revolucionaria del proletariado sobre la dictadura de la burguesía.

La insurrección de Octubre no fue una insurrección espontánea, sino que fue una insurrección preparada, dirigida e iniciada por el POSDR(b). Pero los órganos del nuevo poder proletario, los soviets, cuya existencia permitieron realizar la insurrección, habían sido creados de forma externa a los bolcheviques. Es decir, no habían sido creados por el Partido Comunista sino que habían sido creados en el desarrollo de una revolución burguesa espontánea, revolución que aún estaba pendiente en la Rusia de 1917 tras el fracaso de la revolución de 1905. Este surgimiento de los soviets en la revolución burguesa de febrero a través de la iniciativa de las masas y de los dirigentes socialistas es lo que posibilitó que, al existir un partido proletario de nuevo tipo en Rusia, este último pudiera transformarlos en un poder político efectivo de la clase obrera y que, una vez conseguido esto, se pudiera lanzar la insurrección para eliminar el poder burgués y conquistar el poder político para la clase obrera en todo el país, lo cual se lleva a cabo mediante la guerra civil revolucionaria contra la burguesía.

En las revoluciones en Rusia se vuelve a presentar de forma nítida el mismo paradigma que durante el ciclo revolucionario burgués en Europa occidental [2], que no es otro que el entrelazamiento entre las revoluciones burguesas (las cuales son espontáneas) con la revolución proletaria (la cual es consciente). Así, la primera aparición de los soviets en la historia se produce en la revolución burguesa de 1905 y los crean los propios obreros en el desarrollo de su movimiento espontáneo. Esto permite que en la segunda revolución burguesa, en febrero de 1917, se vuelvan a crear los soviets, esta vez ya con participación de los partidos obreros en su generación. A su vez, esto permite que el POSDR(b) conquiste a las amplias masas proletarias mediante la experiencia de estas en la gestión de su poder y pueda dirigir la insurrección para el establecimiento de la dictadura proletaria en el territorio del antiguo Imperio zarista.

La circunstancia de que los órganos de poder de las masas proletarias surgieran en el desarrollo de una revolución burguesa, y por tanto espontánea, y sin la intervención del Partido Comunista, hará que el modelo revolucionario espontaneísta-insurreccional, que ya estaba arraigado en el movimiento obrero por el desarrollo de este durante el ciclo de la revolución burguesa en Europa occidental, tal como ya hemos explicado, se extienda y se afiance en el movimiento comunista. Movimiento que nace además con la Revolución de Octubre y que por ello recoge los presupuestos de la misma. Aunque de forma limitada, poniendo el acento en los elementos espontáneos y no en los conscientes.

Pero la inviabilidad de la insurrección para conquistar el poder sin el previo establecimiento de los órganos del Nuevo Poder quedará rápidamente demostrada en Europa y en China en los años siguientes a la Revolución de 1917. Durante la oleada revolucionaria que sigue a la revolución en Rusia se producirán insurrecciones en Alemania, Bulgaria y en otros países.

En Alemania, en noviembre de 1918, se produce un levantamiento que se salda con la abdicación del emperador Wilhelm II y la creación de consejos (llamados räte) de obreros, de soldados y de campesinos por parte del movimiento espontáneo de masas, bajo el influjo de la Revolución de Octubre. La mayoría de los consejos estaban controlados por el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que, al igual que hicieron los mencheviques y eseristas en Rusia con los soviets, los utilizaban para defender los intereses de clase de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía y, a la vez, ejercían el poder desde el gobierno provisional, formado por el SPD y el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD), escisión del anterior que adoptaba una posición intermedia conciliadora y centrista entre el SPD y las organizaciones obreras revolucionarias. Estos consejos no eran, por tanto, órganos de poder político de la clase obrera. Solo en un número pequeño de consejos tenían el control los revolucionarios vinculados a la Liga Espartaquista y otros grupos revolucionarios y actuaban, consiguientemente, como efectivo poder político del proletariado. Ante esta situación, cuando en enero de 1919 los obreros de Berlín se lanzan a la insurrección sin la previa existencia del poder político obrero, esta es aplastada rápidamente por la reacción. En estos acontecimientos el Partido Comunista de Alemania (KPD), que acaba de constituirse, fue a la zaga de los acontecimientos y acabó pagando con el asesinato de cientos de sus miembros, entre ellos sus dirigentes Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Solo en las regiones donde los consejos no estaban bajo control del SPD pudieron crearse Repúblicas de Consejos, como fue el caso de Baviera, cuya duración en el tiempo fue muy breve. Esto se debió en muy gran medida a la inmadurez del KPD, que no contaba con la experiencia del POSDR(b) (constituido en un proceso de lucha de dos líneas contra el revisionismo a lo largo del tiempo), y no pudo transformar los consejos en órganos de Nuevo Poder e infundir conciencia revolucionaria en las amplias masas de la clase obrera.

En Hungría, en 1918, también llegarán los ecos de la Revolución soviética y se crearán consejos de obreros, campesinos y soldados de forma espontánea. Estos estaban controlados también por socialdemócratas, lo que impedía su constitución como verdaderos organismos de poder político. A la vez, el Partido Socialdemócrata también formaba parte del gobierno, junto con otros partidos burgueses. Ante el aumento de la influencia de los comunistas en los consejos y la imposibilidad del gobierno para controlar la situación, este cede el poder a una coalición formada entre el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista. Dicha alianza lleva a cabo la transformación de estos consejos en verdaderos organismos de poder político del proletariado y crea la República de Consejos de Hungría. Esta experiencia durará unos meses, desde marzo a agosto de 1919, cuando tras las derrotas militares frente a Rumanía y los errores cometidos por los revolucionarios el gobierno caería y se suprimirían los consejos. (En este episodio histórico, como en la Comuna de París, la burguesía -en este caso la húngara- fue socorrida por otras burguesías, sobre todo la rumana, que envió tropas de ocupación a Budapest para aplastar la revolución. Y es que, a la hora de la verdad, las distintas burguesías nacionales forjan cuantas alianzas sean necesarias para machacar al proletariado.)

En las experiencias alemana y húngara los soviets también surgen por la acción espontánea del movimiento obrero de masas, pero este se debe a la influencia que la Revolución de Octubre ejerció sobre el proletariado europeo y mundial. Las masas a las que les habían llegado las noticias de la formación de soviets en Rusia imitaron el ejemplo ruso y crearon sus propios órganos. Aunque, como ya hemos mencionado, en su mayoría estaban controlados por la socialdemocracia, que también ejercía el poder burgués desde el gobierno, y por lo tanto no eran verdaderos órganos de Nuevo Poder de la clase proletaria. Solo en los casos donde los soviets no estaban controlados por la socialdemocracia -Baviera- o donde los comunistas pudieron imponer a la socialdemocracia un pacto -Hungría-, pudo la clase obrera tomar el poder momentáneamente. Pero, debido a la debilidad de los Partidos Comunistas recién creados en estos países, la existencia de estas Repúblicas socialistas fue muy breve (apenas unos meses de existencia).

En los años siguientes se producirán otros levantamientos insurreccionales en Alemania, como el de la región del Ruhr en marzo-abril de 1920, las tentativas insurreccionales del KPD en marzo de 1921 y la insurrección en Hamburgo en octubre de 1923. Estas insurrecciones, al no existir Nuevo Poder proletario y, por consiguiente, no poseer conciencia revolucionaria las amplias masas del proletariado, fracasarán. En otros países europeos (como Bulgaria en 1923 y Estonia en 1924) y en China (durante los años 1925-1927), también tendrán lugar insurrecciones partiendo de las mismas condiciones, las cuales, por dicho motivo, también fracasarán.

A pesar de estos numerosos y continuos fracasos, el movimiento comunista internacional asumiría el paradigma espontaneísta de la revolución debido a lo explicado en este epígrafe, es decir, el surgimiento del marxismo y del movimiento obrero durante el desarrollo del ciclo revolucionario burgués que transcurre de 1789 a 1871, al entrelazamiento de las experiencias revolucionarias del proletariado con las revoluciones burguesas (tanto en Europa occidental como en Rusia) y a una asimilación deficitaria de la experiencia de la Revolución de 1917. Sin embargo, habría dentro del MCI una excepción que veremos en el tercer epígrafe y que abriría el camino hacia la conformación de la estrategia revolucionaria del proletariado para la conquista del poder. Pero antes trataremos la concepción de la revolución vigente hoy en día en la casi totalidad del movimiento comunista internacional a través del ejemplo de varios destacamentos que lo integran; una concepción fundada en esta visión espontánea del proceso revolucionario.

El MCI y la revolución espontánea en la actualidad

El ala más derechista del Movimiento Comunista Internacional hace mucho tiempo que abandonó tanto práctica como teóricamente cualquiera pretensión de llevar a cabo la revolución, de destruir el Estado de la burguesía y sustituirlo por un Estado del proletariado organizado en base a los órganos del Nuevo Poder. En vez de este objetivo, tienen como pretensión la gestión del aparato estatal de la burguesía, de la dictadura del capital, para desde esa posición introducir ciertas reformas en el sistema. Reformas que cuando llegan al poder ni siquiera realizan.

En este sector derechista se encuadran, por ejemplo, a nivel europeo las organizaciones que forman el Partido de la Izquierda Europea (a las que, en su inmensa mayoría, podría catalogárseles como los restos del eurocomunismo -PCE, PCF, etc.- y de los partidos del bloque “socialista” del Este de Europa -PCRM, KSCM, etc.-). Pero también hay organizaciones coaligadas con organizaciones del PIE que proceden de otras corrientes, como es el caso del PCOF, que proviene de la corriente pro-albanesa y forma parte del Front de gauche, o el KOE, que proviene del ala derecha del maoísmo e integra la coalición griega Syriza. Algunas de estas organizaciones que forman el PIE han gobernado incluso sus respectivos países, como es el caso del PCRM en Moldavia y del AKEL en Chipre. A nivel extra-europeo hay otros ejemplos de partidos “comunistas” que gobiernan o han gobernado estados burgueses, como el SACP en Sudáfrica, que gobierna ese país en alianza con el Congreso Nacional Africano y la central sindical COSATU desde hace 20 años, o el PCI y el PCI(marxista) en la India, que han gobernado Estados de ese país como Bengala Occidental y Kerala durante años hasta su reciente debacle electoral. El número de partidos que han abandonado el objetivo de la revolución por completo es muy amplio. A los ya mencionados anteriormente se les podrían sumar como ejemplos el CPUSA en los EE UU, el Partido Comunista Japonés, el Partido Comunista de Brasil, el Partido Comunista de la Federación Rusa, etc.

En este texto no entraremos en el análisis de la línea de estas organizaciones, ya que no contemplan la revolución de ninguna de las maneras. Aquí trataremos la posición de aquellos destacamentos que, defendiendo en el plano teórico la revolución para el establecimiento del Estado obrero, tienen una concepción espontaneísta de la misma y por tanto están incapacitados para dirigir a la clase obrera a la toma del poder; es decir, de organizaciones que están a la izquierda de este sector ultraderechista mayoritario en el MCI.

En el ámbito internacional, el destacamento que en los últimos tiempos ha conseguido agrupar tras de sí a las organizaciones procedentes del revisionismo pro-soviético que en el ámbito teórico aún defienden la revolución socialista a la vez que desarrollan una práctica sindicalista, es el Partido Comunista de Grecia (KKE). Esta organización se ha erigido en una especie de guía ideológica para un sector del MCI donde se encuentran partidos tales como el PCPE, el TKP turco, el Partido Comunista de México, etc. Esto tiene sus causas en que el KKE, tras el derrumbe de la URSS y del “campo socialista” del Este de Europa, mantuvo su retórica formalmente “marxista-leninista”, rompiendo con los elementos más degenerados del revisionismo pro-soviético (realizando una crítica limitada y oportunista al PCUS y a la URSS revisionista, ya que, por ejemplo, la consideran socialista hasta 1989-1991) y no deslizándose hacia el eurocomunismo-socialdemocracia, como hicieron otros partidos pro-soviéticos. A la vez, conservó su base social, manteniendo su influencia en el movimiento obrero y sus resultados electorales y su presencia en las instituciones del Estado burgués griego [3]. Además, adoptó una posición activa en el seno del MCI, promoviendo los Encuentros Internacionales de Partidos Comunistas y Obreros (EIPCO) a partir de 1998.

Este partido, el KKE, en su último congreso, el 19.º, celebrado en abril de 2013, aprobó su Programa que, como dicen al principio del mismo, “desarrolla la estrategia general del KKE por el socialismo”. En él muestran sus concepciones acerca del proceso revolucionario, concepciones que beben directamente del paradigma espontaneísta vigente durante el finiquitado Ciclo de Octubre.

Para este partido la crisis revolucionaria se produce de forma objetiva sin intervención del movimiento revolucionario proletario en su gestación, sin intervención del factor subjetivo. Así, dicen lo siguiente:

“La situación revolucionaria es un factor creado objetivamente. (…) No es posible predecir de antemano los factores que conducirán a la situación revolucionaria. La profundización de la crisis económica, la agudización de las contradicciones interimperialistas que incluso pueden convertirse en conflictos militares, pueden crear tales condiciones en Grecia”.

Son factores externos a la iniciativa del proletariado organizado en movimiento revolucionario, como la crisis económica o la guerra inter-imperialista, los que ponen como ejemplos para la creación de esta situación. Para ellos, el factor subjetivo únicamente se puede manifestar cuando se produce la crisis revolucionaria:

“El KKE trabaja en la dirección de la preparación del factor subjetivo en la perspectiva de la revolución socialista, aunque el período de su manifestación está determinado por las condiciones objetivas, la situación revolucionaria”.

Por tanto, el movimiento comunista, en época no revolucionaria, apenas se diferenciaría de un sindicato a la espera de que llegase la época revolucionaria por causas ajenas al propio movimiento comunista.

Partiendo de esta concepción, su actividad, la cual definen en el Programa como “preparación del factor subjetivo”, solamente se puede basar en la acumulación de fuerzas de las masas obreras mediante las luchas de resistencia hasta que llegue la crisis revolucionaria (que reconocen que no saben ni cómo, ni por qué, ni cuándo se producirá) para ponerse al frente de la clase obrera con el objetivo de la conquista del poder por parte de esta. Así, el KKE lucha para la el fortalecimiento de lo que denomina “Alianza Popular”, que se corresponde con el movimiento de masas de carácter resistencial, con conciencia de clase en sí. En la Resolución Política, aprobada en el 19.º Congreso, afirman:

“La Alianza Popular responde a la cuestión de la organización de la lucha para rechazar las medidas antilaborales antipopulares bárbaras, reuniendo fuerzas y lanzando una lucha de contraataque para tener algunos logros, en el camino de la lucha por el derrocamiento del poder de los monopolios. (…) En estas condiciones se organiza y se coordina para la resistencia, la solidaridad, la supervivencia”.

Es decir, conciben la Alianza Popular como el movimiento organizado para llevar a cabo las luchas de resistencia de las masas frente a las medidas del Estado burgués y para la consecución de reformas. Pese a que encuadren estas luchas en el camino hacia la conquista del poder, esta actividad tradeunionista imposibilita la consecución de dicho objetivo.

Esta estrategia del proceso de toma del poder (conformada por una práctica sindicalista y conjugada con una concepción espontaneísta de la revolución) que defiende el KKE, fue la que se asentó en el movimiento comunista desde prácticamente su fundación (por las causas expuestas en el primer epígrafe de este texto). Este fue y es uno de los factores principales que ha llevado al movimiento revolucionario de la clase obrera a su situación actual de postración y derrota. La casi totalidad de las organizaciones comunistas se dedican a participar en las luchas de resistencia de la clase obrera y obvian por completo la preparación del factor subjetivo, del Partido de Nuevo Tipo entendido como movimiento proletario revolucionario de masas, para que una vez constituido sea este el que comience la lucha revolucionaria por el establecimiento del poder político de la clase obrera. El KKE, aunque concibe la preparación del factor subjetivo -si bien simplemente como acumulación de masas con conciencia de clase no revolucionaria, con conciencia de clase en sí-, defiende que este solo se puede manifestar cuando se produzca la crisis revolucionaria de forma espontánea. Por ello, se deja a la pura espontaneídad la posibilidad de organizar la revolución.

La práctica sindical, es decir, la participación/dirección por parte de los comunistas en las luchas de resistencia económica de la clase obrera como base de su accionar político, no puede generar movimiento revolucionario. Esto se debe a que la clase obrera no adquiere conciencia de clase revolucionaria mediante las luchas de resistencia, esto es, las luchas contra las medidas del gobierno burgués, por mejoras de las condiciones de vida, contra despidos, etc. Tampoco adquiere la clase proletaria conciencia de clase para sí mediante la agitación realizada por los comunistas. Lo primero porque esas luchas no van a la raíz, no se producen contra el sistema socio-económico capitalista, sino que solamente se dirigen contra algunas de sus consecuencias y, por tanto, no rebasan el propio marco de las relaciones capitalistas. Como consecuencia de ello, las masas que participan en dichas luchas se conforman con pelear por las reivindicaciones parciales e inmediatas y no se cuestionan la existencia del modo de producción capitalista. La agitación como la presentación a las masas de programas donde se recogen en ellos una serie de medidas a realizar, a su vez, no genera conciencia revolucionaria, puesto que las masas precisan la materialización de las transformaciones sociales para convencerse de la necesidad de la conquista del poder y no las simples promesas de un futuro mejor realizadas por la vanguardia. Frente a esto, las amplias masas proletarias solo adquieren conciencia revolucionaria mediante su experiencia en la gestión de su poder, tal y como lo demuestra la experiencia de la Revolución Proletaria Mundial y como veremos y analizaremos en el tercer y último epígrafe del texto.

En el caso del KKE, en el año 1999 impulsó la creación del Frente Militante de Todos los Trabajadores, más conocido por sus siglas: PAME. Esta organización sindical, la segunda más importante de Grecia, cuenta con una gran influencia entre las masas, contando con centenares de miles de afiliados, y ha convocado decenas de huelgas generales en el país heleno desde el comienzo de la crisis económica de 2008. Sin embargo, por los propios límites del sindicalismo, este frente sindical no puede ir más allá de la lucha de resistencia y no constituye, evidentemente, ningún embrión de movimiento revolucionario. El KKE, a lo máximo que puede aspirar (como todas las organizaciones economicistas), es a traducir la influencia que ejercen en el movimiento de resistencia de las masas en votos en las elecciones a las instituciones parlamentarias del Estado burgués. Aunque ni siquiera a eso alcanza la actividad de estas organizaciones en el ámbito sindical. En el supuesto concreto del KKE, los votos que obtiene son considerablemente inferiores al número de militantes del PAME.

También hay que recordar que en las elecciones generales del año 2012 se produjo un trasvase de votos considerable desde el KKE a Syriza, debido a la posibilidad de esta última formación de alcanzar el gobierno (de las elecciones de mayo a las de junio el KKE perdió algo más de 250 000 votos). Syriza es una organización abiertamente reformista cuyo objetivo es gestionar el Estado de la burguesía para implementar alguna que otra reforma dentro del propio marco burgués. Que una parte importante del electorado del KKE votase a esta coalición evidencia el hecho de que las masas sobre las que el KKE ejerce influencia poseen, como no podía ser de otra forma, solamente conciencia de clase en sí.

De esta forma, toda la actividad del KKE, tanto la sindical como la parlamentaria, se halla dentro del marco de las relaciones burguesas. Sus acciones no van más allá de lo que permite la legislación del Estado burgués y, pese a su influencia sobre las masas, en ningún momento se plantea el KKE realizar acciones que supongan la creación del poder obrero y la confrontación de poderes entre este y el poder burgués. Toda su práctica se queda en el movimiento obrero con conciencia de clase en sí, al estilo del movimiento proletario de viejo tipo. En los últimos años han planteado la creación de “comités populares” en los barrios, pero estos no serían otra cosa que organismos sindicales organizados en los barrios de las ciudades. En la Resolución Política del 19.º Congreso, dicen:

“Los Comités Populares, la Alianza Popular en los sectores y en los barrios deben garantizar la solidaridad, hasta incluso el pan que les falta a los pobres, proteger a los pobres de los embargos de casas. Participarán, apoyarán la lucha de los trabajadores contra las medidas bárbaras. Protegerán el barrio de los ataques de las fuerzas de represión estatal y de los criminales de Amanecer Dorado. La clase obrera, la alianza popular en el centro de trabajo y en el barrio organizará el pueblo en los levantamientos populares”.

Sin entrar en la puesta en práctica de los mismos, las medidas que enumeran no van más allá de la resistencia, no suponen la aplicación de poder político. En el caso de lo último que mencionan (los “levantamientos populares”), no lo desarrollan, pero, teniendo en cuenta el resto de sus tesis y la práctica que llevan a cabo, eso no supondrá nada más que la realización de huelgas. De hecho, en su Programa, en coherencia con su concepción espontaneísta de la revolución, la creación de los “gérmenes de los órganos del poder obrero” lo contemplan únicamente en el proceso revolucionario que se dé cuando espontáneamente se produzca la situación revolucionaria y no antes. Y esto lo ratifica uno de los miembros del CC del KKE, quien plantea lo siguiente:

“Esta alianza social, en condiciones de situación revolucionaria, se convertirá en un frente obrero-popular revolucionario, que creará los órganos del poder obrero-popular…” [4].

Como corolario lógico de la práctica tradeunionista del KKE, al no poder con esta sentar las bases de un movimiento revolucionario ni gestarlo, este partido se ve obligado a plantear un salto en el vacío entre su actividad y la revolución. Así, la realización de esta última se deja a los designios del devenir histórico (sin comprender que la lucha revolucionaria del proletariado debe ser dirigida conscientemente), en un acto de fe en el surgimiento de la situación revolucionaria. Ellos mismos reconocen que no saben cómo se producirá, pero aun así confían en que se produzca, haciendo caso omiso a la inexistencia de precedentes históricos que puedan sostener dicha tesis, al menos desde que caducó la época revolucionaria de la burguesía. Según su concepción, no es el factor subjetivo al que le corresponde desatar la guerra revolucionaria y provocar la crisis revolucionaria, sino que los comunistas deben aguardar a una situación revolucionaria espontánea. Esto tiene sus raíces en la concepción determinista y fatalista de que el capitalismo tarde o temprano tendrá que caer y en el paradigma revolucionario espontaneísta heredado por el movimiento comunista de la época revolucionaria de la burguesía, que ya hemos explicado en el primer epígrafe. Sin embargo, el capitalismo ha demostrado a lo largo del siglo XX su capacidad para reestructurarse tanto tras las crisis económicas como tras la crisis política que supuso para este sistema socio-económico el triunfo de la Revolución de Octubre y el consiguiente inicio del Ciclo revolucionario del proletariado y la construcción del socialismo. Por ello, la creencia de que el capitalismo está predestinado a su fin no deja de ser eso, una creencia idealista alejada de la realidad material e histórica.

Sin embargo, a pesar de las consideraciones del KKE acerca de las situaciones revolucionarias espontáneas, su actuación, cuando en diciembre de 2008 se produjo una tesitura similar en Grecia, nada tuvo que ver con organizar la revolución, con la “manifestación del factor subjetivo”, como argumentan ellos. En ese mes, tras el asesinato de un joven anarquista a manos de la policía en el barrio ateniense de Exarchia, se desató una revuelta y movilización de masas por todo el país heleno, creándose vacíos de poder en numerosas zonas. Ante este movimiento de masas, el KKE se limitó a continuar con su actividad pacífica y legal, convocando algunas manifestaciones y mítines contra la “represión y violencia estatal”. En un comunicado del Comité Central del KKE sobre estos acontecimientos [5], se decía:

“La situación exige estar muy alerta en vista de la posibilidad de adelanto electoral, para que los partidos del sistema bipartidista sufran un gran golpe”.

Al igual que en su participación en el frente sindical, en las movilizaciones de masas espontáneas, el KKE, por los propios límites de su práctica, solo puede derivar estos movimientos como votos a las elecciones burguesas, haciendo gala de su cretinismo parlamentario. Y es que, pese a que en su Programa y en el resto de documentos contemplen la revolución (cuando llegue ese día de la situación revolucionaria espontánea, claro), al carecer de línea militar, de aparato clandestino y, en suma, de estrategia revolucionaria para la conquista del poder político, aun en el caso de que se produzcan revueltas de masas y vacíos de poder, como fue el caso de diciembre de 2008, están incapacitados dirigir ningún proceso revolucionario. [6]

Como reverso del economicismo se halla el terrorismo individual, formando ambos las dos caras de la misma moneda revisionista. La época dorada de este movimiento se vivió en las décadas de los años 70-80 del siglo pasado. En ese tiempo hubo varias organizaciones activas tales como las Brigadas Rojas en Italia, la RAF en la Alemania Occidental, las Células Comunistas Combatientes en Bélgica, los GRAPO en el Estado español, etc. Su existencia se enmarca en una época de auge revolucionario dentro del Ciclo de Octubre con las luchas de liberación nacional a lo largo y ancho del mundo (como la de Vietnam), los movimientos espontáneos de masas en Europa (como el mayo francés del 68 o el otoño caliente italiano del 69), y, especialmente, la Gran Revolución Cultural Proletaria en China (no es casualidad que la mayoría de estas organizaciones estuviesen influenciadas o tuviesen simpatías por el maoísmo). Su apuesta por la lucha armada, desligada de las masas obreras, reflejaba el rechazo frente al economicismo legalista (ya que estas organizaciones que practicaban el terrorismo pequeño-burgués no dejaban de ser economicistas también), mayoritario en el movimiento comunista. Pero, al partir de los mismos principios que los de las organizaciones economicistas (principalmente la incapacidad para fusionarse con las masas proletarias mediante órganos de Nuevo Poder para conformar un movimiento revolucionario y, enlazado con esto, la concepción espontaneísta de la revolución) y, al estar expuestos a la represión del Estado burgués por la realización de acciones armadas (sin estar enraizados en las masas), prácticamente todas estas organizaciones, después de varias reapariciones de corto recorrido, terminaron desapareciendo.

Tomando como ejemplo de esta corriente el caso del Estado español, el PCE(r) concibe la lucha armada de la guerrilla como un medio para conquistar a las masas, como un medio de apoyo al movimiento de masas, a la espera de la insurrección espontánea. Así, en su Manifiesto-Programa sostienen lo siguiente:

“En España la guerrilla no va a poder acumular la fuerza necesaria, capaz de derrotar y aniquilar por sí sola al ejército fascista. Tendrá que ser la insurrección general de las masas, combinada con la lucha del ejército guerrillero, la que en su momento habrá de derrocar al Estado capitalista. De ahí que las principales funciones que deberá cumplir la guerrilla en esta etapa de la lucha político-militar sean las de seguir ayudando al movimiento de masas y a sus organizaciones, contribuir a crear todas las condiciones (políticas, económicas, orgánicas, militares, etc.) para la incorporación de las grandes masas a la lucha por el poder y procurar, a la vez, su propio fortalecimiento”.

Pero la lucha armada practicada por la vanguardia desligada de las masas -al igual que la práctica sindical- tampoco genera conciencia revolucionaria en las masas de la clase obrera. Este método de lucha ajeno al marxismo (y propio, históricamente, de corrientes pequeñoburguesas como el anarquismo o el populismo ruso) solo puede traer efectos contraproducentes para el movimiento comunista. Y es que para el objetivo de ganarse a las masas proletarias es ineficaz, puesto que estas solo se convencen por su propia experiencia y no porque determinados individuos realicen acciones armadas que no suponen ningún cambio ni ninguna transformación en la vida de las masas. En cambio, este tipo de acciones sí producen que los militantes que las realicen queden expuestos a la represión abierta del aparato estatal burgués. Lo cual, al no haberse previamente fundido con las masas, lleva a que las organizaciones que practican el terrorismo individual o que lo apoyan sean destruidas por los aparatos represivos de la burguesía.

Al encontrarse con esta situación objetiva (la imposibilidad de generar movimiento revolucionario proletario de masas a través de las acciones armadas de la vanguardia divorciada de las masas), el PCE(r) solo puede plantear la “resistencia” hasta que se produzca esa insurrección. De esta forma, exponen en su Manifiesto-Programa:

“Por este motivo, aquí solo cabe la resistencia política y la lucha armada, de modo que cuando se produzca la insurrección deberá estar preparada por largos años de resistencia del movimiento popular (…)”.

Pero ni el terrorismo individual, ni las luchas de resistencia [7], ni la resistencia en general pueden preparar a las masas para la revolución. Entre la resistencia y la revolución no hay continuidad: son luchas contrapuestas y la primera no sirve para desarrollar un movimiento revolucionario, al no adquirir el proletariado conciencia de clase para sí con ese tipo de luchas. Por ello, el PCE(r), al igual que los economicistas con su actividad, se ve obligado a plantear otro salto en el vacío entre su práctica, incluidos los métodos de lucha que defienden, y la revolución, que ellos defienden mediante una insurrección. Así, la realización de está última se dejaría a la espontaneidad de una “insurrección general de masas”. Aunque, eso sí, “preparada” con una práctica que en absoluto puede preparar la conquista del poder político al no basarse en la participación de las masas desde sus propios organismos armados. Todo esto lleva al PCE(r), pese a defender la Guerra Popular Prolongada en el plano teórico, a tergiversarla sustituyendo sus tres fases por dos: defensiva e insurrección. Así, la primera se correspondería con la lucha sindical y el terrorismo individual hasta que llegue el momento de la insurrección. Ahora bien, esta no es la única tergiversación de la GPP que realizan. Entre otras, también la vacían de su contenido fundamental, que es la creación consciente del Nuevo Poder, amparándose para ello en una supuesta imposibilidad (que en realidad esconde su incapacidad) de su creación en los países de capitalismo desarrollado. Pero pospongamos esto al tercer epígrafe, en el que trataremos más detenidamente estas cuestiones.

La práctica -la cual constituye el criterio de la verdad- ya se ha encargado de demostrar que la concepción sobre la revolución, tanto de los economicistas como de los defensores del terrorismo individual, es errónea. Las organizaciones que defienden y practican estas desviaciones no han sido capaces, puesto que su práctica choca con impedimentos objetivos para ello, no ya de tomar el poder político, sino tan siquiera de poner en marcha ningún proceso revolucionario de masas.

Frente a estas prácticas y la concepción de la revolución como un hecho espontáneo (cuya realización se hace depender de factores externos al proletariado revolucionario, como las crisis económicas, las guerras inter-imperialistas, etc.), se debe abrir paso la única estrategia de la revolución proletaria que puede ponerla en marcha. Esto es, la concepción de la revolución como un proceso consciente dirigido y desarrollado por el Partido Comunista desde un principio o, lo que es lo mismo, mediante la estrategia revolucionaria de la Guerra Popular.

La estrategia del proletariado: la Guerra Popular

“El abismo de la miseria humana y de la ignorancia es insondable. Todo sector que se yergue deja detrás de sí otro que apenas intenta levantarse. Pero la vanguardia no debe esperar a la masa compacta de la retaguardia para iniciar el combate. La clase obrera aprenderá la tarea de despertar, estimular y educar a sus sectores más atrasados cuando llegue el poder”.

(Lenin, Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, en Obras completas, Akal, Madrid, 1978; tomo XXXIII, p. 313)

Como consecuencia de lo explicado en el primer epígrafe de este texto, el Movimiento Comunista Internacional hizo suya desde su constitución la tesis que concebía la revolución como una insurrección organizada durante crisis revolucionarias surgidas de modo espontáneo. Esta tesis fue fomentada también por el propio contexto existente en Europa, cuando se produjo la escisión del ala revolucionaria de la socialdemocracia para formar la III Internacional. En dicho periodo, tras la Revolución de Octubre y bajo la influencia de esta, en los países europeos se vivía un estado de efervescencia revolucionaria (surgieron consejos obreros en Alemania, Hungría, Austria o Irlanda; se produjo el biennio rosso en Italia, tuvieron lugar movimientos huelguísticos en numerosos países, etc.) que llevó a creer a los comunistas que la revolución internacional, al menos en Europa, estaba cerca de triunfar [8]. Todos estos fueron movimientos de masas en los que el factor espontáneo (debido al ejemplo de la Revolución socialista en Rusia y a la existencia previa de movimientos obreros organizados de masas en toda Europa) jugó un papel fundamental, lo que tuvo como consecuencia que se reafirmase y consolidase la concepción de que para desarrollar la revolución era necesario que se produjesen situaciones revolucionarias espontáneas, tomando como modelos a estas [9].

Al mismo tiempo que se asentaba la visión espontaneísta-insurreccionalista de la revolución se manifestaban concepciones economicistas en el seno del MCI. La causa de esto se halla en que, aunque el movimiento comunista rompió con las tesis revisionistas más degeneradas de la II Internacional, dicha ruptura no fue total, no fue absoluta, y el movimiento comunista recibió la herencia del marxismo del movimiento obrero de viejo tipo. Tales concepciones  comenzaron a manifestarse, sobre todo, cuando el impulso revolucionario que siguió a la Revolución de 1917 empezó a declinar (con el transcurso del tiempo, las concepciones revisionistas legadas por el marxismo socialdemócrata fueron aumentando su peso en el movimiento comunista hasta provocar la destrucción del propio movimiento revolucionario). De esta forma, en lo que respecta al economicismo, por ejemplo, en el III Congreso de la Internacional Comunista (IC), en 1921, se decía en las Tesis sobre la táctica:

“La naturaleza revolucionaria de la época actual consiste precisamente en que las condiciones de existencia más modestas de las masas obreras son incompatibles con la existencia de la sociedad capitalista, y que por esta razón la propia lucha por las reivindicaciones más modestas adquiere las proporciones de una lucha por el comunismo”.

Esta afirmación realizada por la IC (la cual sería repetida en los sucesivos Congresos de esta organización), que establecía un nexo directo entre la lucha por reivindicaciones inmediatas y la lucha revolucionaria, se contraponía a las enseñanzas de Lenin. Por ejemplo en su obra maestra ¿Qué hacer?, el marxista ruso exponía, en su crítica a la desviación economista en el movimiento socialdemócrata, la imposibilidad del desarrollo de la conciencia revolucionaria del proletariado en su lucha por mejoras económicas, en su lucha por reformas. Establecía la necesidad de que la conciencia de clase para sí debía ser introducida por la vanguardia en el movimiento obrero desde fuera de sus luchas de resistencia. Sin embargo, como vemos, a pesar de las enseñanzas del líder bolchevique, la Komintern en los años 20 adoptaría una tesis en sentido contrario a la estrategia revolucionaria defendida por Lenin. El establecimiento por parte de la III Internacional de una continuidad entre la lucha por reivindicaciones inmediatas y la lucha revolucionaria (cuestión que la práctica se había encargado ya de desmentir a esas alturas) era un síntoma de que el economicismo resurgía con fuerza (en realidad, en mayor o menor medida, nunca se había ido) en el movimiento revolucionario.

Con estos mimbres (economicismo y espontaneísmo), el movimiento comunista organizado en la Komintern fue incapaz de desarrollar ningún proceso revolucionario al chocar con límites objetivos para ello. En sus más de veinte años de existencia su línea sufriría varios bandazos de derecha a izquierda y viceversa. Como muestra de ello, la IC pasaría de plantear gobiernos obreros en alianza con la socialdemocracia en el IV Congreso de 1924 a considerar a esta, la socialdemocracia, el enemigo principal en el VI Congreso de 1928 para, posteriormente, volver a plantear en el VII Congreso de 1935 la alianza con ella para la lucha contra el fascismo (e incluso la fusión entre los Partidos Comunistas y los Partidos Socialdemócratas). Pero, independientemente de dichos cambios, las concepciones economicistas y espontaneístas-insurreccionalistas siempre estarían presentes en dichas tácticas y en el sustrato ideológico-político del MCI.

Sin embargo, entre todos los Partidos Comunistas que formaban la Internacional Comunista habría uno que rompería, más en la práctica que en el plano teórico, con la línea imperante en ella y sentaría las bases de la estrategia proletaria para la conquista del poder: el Partido Comunista de China.

En este país, tras el fracaso de las insurrecciones en las ciudades y la ruptura de la alianza establecida entre los comunistas y el Kuomintang (el partido que dirigía la revolución burguesa en la China semifeudal y semicolonial), el PCCh se retiraría al campo alrededor del año 1927. A partir de esta fecha es cuando la estrategia de la Guerra Popular Prolongada defendida por Mao comienza a abrirse paso —no sin grandes dificultades y obstáculos— en el Partido frente a las líneas oportunistas de derecha (la cual proponía ir a la zaga del Kuomintang en la revolución democrática) y de izquierda (la cual defendía centrarse exclusivamente en el proletariado urbano y continuar con las intentonas insurreccionales en las ciudades). Estas líneas oportunistas coincidían en subestimar u olvidarse completamente del campesinado, el cual constituía la inmensa mayoría de población china: la de los oportunistas de derecha por la razón de que la actividad revolucionaria de los campesinos lesionaría la alianza con el Kuomintang, al representar este último los intereses de determinadas fracciones de los terratenientes, y los oportunistas de izquierda porque solo contemplaban al proletariado de las ciudades como clase revolucionaria, olvidando la tesis de Lenin sobre la alianza obrero-campesina. Ambas concepciones impedían el desarrollo de la revolución china al convertir unos, los oportunistas de derecha, a los comunistas en un simple apoyo de la burguesía en su revolución democrática de viejo tipo y los otros, los oportunistas de izquierda, por centrarse exclusivamente en la clase obrera de las ciudades, clase ultraminoritaria en la China de la época, y por defender la estrategia insurreccional que ya había demostrado su fracaso en los años precedentes.

Frente a ellas, como decíamos, empezó a ser aplicada en 1927, tras la ruptura de la alianza con el Kuomintang y el consiguiente repliegue del PCCh al campo e inicio de la segunda revolución china, la Guerra Popular [10]. La consolidación de la línea revolucionaria no se produciría hasta el año 1935, con ocasión de la celebración de la Conferencia de Zunyi. En ella se apartó de la dirección a la línea oportunista de izquierda que controlaba el PCCh desde finales de los años 20, tras la destitución del grupo oportunista de derecha encabezado por Chen Duxiu. Por lo tanto, la Guerra Popular se desarrolló desde 1927 a 1935 en lucha de líneas contra la dirección del PCCh (apoyada por la Internacional Comunista, que continuaba defendiendo la estrategia insurreccional y ponía trabas a la aplicación de la GPP). Esta postura de la dirección oportunista desembocaría en la situación crítica de 1934, que solo pudo ser salvada mediante la realización de la Larga Marcha.

La nueva estrategia, la Guerra Popular, suponía la creación consciente por parte del Partido Comunista de China de los órganos del Nuevo Poder del pueblo, de los soviets de obreros y campesinos en el campo chino, conformando así las bases de apoyo revolucionarias [11]. En dichas bases, tras la expulsión del poder político burgués-terrateniente, eran las masas populares del campo las que ejercían el poder político, tomaban las decisiones y resolvían los problemas concernientes a su propia vida cotidiana. Eran las masas las que tomaban en sus manos la gestión del poder y, mediante la confrontación entre la dictadura democrática-popular y la dictadura burguesa-terrateniente, se decantaban por la primera y pasaban a las filas de la revolución social. La estrategia de la construcción del Poder popular era acorde con la máxima de que las grandes masas solo adquieren conciencia revolucionaria mediante su experimentación del poder político y las transformaciones sociales a él vinculadas. La GPP también conllevaba la creación de los destacamentos armados de las masas populares, que conformaban el Ejército Rojo. Era el ejército del pueblo, dirigido por el Partido, el encargado de combatir a las fuerzas armadas del enemigo y de defender el Nuevo Poder. Era además un instrumento de la línea de masas del PCCh. Allí donde actuaban los destacamentos armados estos hacían labor de propaganda entre las masas, las organizaban, les ayudaban a establecer el poder político revolucionario y les entregaban armas para formar unidades guerrilleras.

Mediante esta estrategia, el PCCh se iría extendiendo por el territorio chino, conquistando cada vez más sectores de las masas para la revolución. La acumulación de fuerzas de las amplias masas y la propia revolución se hacían a la vez, a diferencia de lo que defiende la estrategia economicista-insurreccional de la casi totalidad del MCI que suponía (y supone) la separación de ambas tareas: primero, una acumulación de fuerzas de carácter no revolucionaria, y luego, un salto en el vacío a la revolución depositando las esperanzas en el estallido de una crisis revolucionaria espontánea. Rompiendo con este paradigma, en la GPP en China las masas se conquistaban a la vez que se establecía en el Nuevo Poder, a la vez que se hacía la revolución.

Exceptuando el periodo del grupo oportunista de izquierdas, denominado los “28 bolcheviques”, en la dirección del PCCh (que sustituiría la guerra de movimientos por la guerra de posiciones, llevando a su casi total desaparición a la República Soviética de Jiangxi), el Partido no variaría su estrategia en torno a la GPP durante todos los años que duró la lucha por la conquista del poder político en China, incluida la etapa de la alianza con el Kuomintang frente a los invasores japoneses (1937-1945). Durante esta época, aunque el Nuevo poder popular y el Ejército Rojo estaban integrados formalmente en la República de China y en el Ejército Nacional Revolucionario del Kuomintang, respectivamente, eran en la práctica independientes de él. Esto permitió que durante este periodo, a la vez que combatían a los imperialistas nipones, el PCCh continuase estableciendo el Poder popular en el territorio chino y acumulando fuerzas de las grandes masas populares para la revolución. Y de este modo, tras el fin de la guerra contra el Imperio del Japón, los comunistas chinos pudieron emprender la inevitable guerra civil contra la gran burguesía y los terratenientes, representados por el Kuomintang, desde una posición de garantía al no haber renunciado previamente a la independencia ideológica, política y militar del proletariado (a diferencia del PCE en la guerra civil española) y haber continuado con el establecimiento del Nuevo Poder, lo cual permitió la conquista del poder político en toda la China continental en 1949.

Esta estrategia [12] también fue implementada por algunos Partidos Comunistas en las guerras de liberación nacional y las revoluciones democrático-populares en sus respectivos países durante la II Guerra Mundial. Tal fue el caso, por ejemplo, de Grecia, Albania o Yugoslavia. En estos países, sus correspondientes Partidos Comunistas —KKE, PCA, PCY— crearon los destacamentos armados —ELAS, ELN, EPLDPY— y el Frente —EAM, FLN, FPY—, y desarrollaron la lucha contra las fuerzas ocupantes y sus Estados títeres. Durante la guerra, partiendo de una situación de total inferioridad respecto del enemigo, consiguieron hacer partícipes a las grandes masas populares de estos países en la lucha por la liberación nacional implementando los órganos del Nuevo Poder que ejercían la dictadura democrático-popular. Estas fuerzas fueron capaces de liberar la mayoría del territorio de sus países por sus propias fuerzas. Así, cuando las tropas del Ejército Rojo soviético, en su ofensiva contra la Alemania nazi, se adentraron en estos países, las fuerzas ocupantes y sus lacayos en estos Estados estaban prácticamente derrotados. El mismo paradigma se produjo en Vietnam en la revolución democrática y la lucha de liberación nacional contra el Imperio del Japón y los colonialistas franceses.

También es la Guerra Popular la estrategia que ha permitido el desarrollo de los más recientes procesos revolucionarios dirigidos por Partidos Comunistas: las ya finiquitadas guerras civiles revolucionarias en Perú y Nepal y las que aún continúan en pie en India y Filipinas.

La propia Revolución de Octubre, sin desarrollarse mediante la estrategia de la Guerra Popular, encajaría dentro del esquema de la misma y compartiría sus principios [13]. En el proceso revolucionario ruso estaban presenten los tres instrumentos de la revolución: el Partido Comunista —el POSDR(b)—, los destacamentos armados —la Guardia Roja, que después daría lugar al Ejército Rojo— y el Frente-Nuevo Poder —los Soviets de obreros, soldados y campesinos—. Fue mediante la propia experiencia de la clase obrera en la gestión de su poder político, a través de los órganos del Nuevo Poder, como estas adquirieron conciencia de clase para sí y se sumaron a la revolución. Y, partiendo el proletariado revolucionario —como no puede ser de otra forma— de un estado de desventaja frente a la burguesía y su aparato estatal, consiguió acumular fuerzas pasando por las tres fases del proceso revolucionario —defensiva, equilibrio y ofensiva estratégica— hasta la total conquista del poder en el territorio del antiguo Imperio zarista. La diferencia principal con la estrategia de la GPP de la Revolución rusa fue el hecho de que en ella la creación de los órganos de poder de la clase obrera no fue obra del Partido Comunista, sino que estos órganos fueron creados en el transcurrir de una revolución democrático-burguesa todavía pendiente en la Rusia de 1917, como ya explicamos antes. Pero eso constituye una particularidad, una excepción, del proceso revolucionario ruso, no aplicable al resto de revoluciones proletarias, en las cuales dicha labor, la creación de los órganos de poder, corresponde al movimiento revolucionario del proletariado, al Partido Comunista.

Esta coincidencia de las líneas generales de la Revolución de 1917 y la Guerra Popular no es fruto de la casualidad, sino que se debe a que la Guerra Popular constituye la estrategia para la conquista del poder coherente con los principios y características de la revolución proletaria. Por ello, consideramos que la GPP es la estrategia de aplicación universal para la implantación de la dictadura del proletariado. A continuación trataremos los principios generales de la Guerra Popular.

La Guerra Popular requiere para su desarrollo la constitución de los tres instrumentos revolucionarios: Partido Comunista, Ejército proletario y Frente-Nuevo Poder.

El Partido Comunista es el organismo social que plasma la fusión entre la vanguardia revolucionaria (portadora de la cosmovisión proletaria) y las masas obreras, constituyendo así el movimiento revolucionario del proletariado. La necesidad del Partido de Nuevo Tipo tiene su causa en el hecho de que las grandes masas del proletariado no desarrollan conciencia revolucionaria por sí mismas, de forma espontánea. Esto implica que tiene que ser la vanguardia comunista, la cual sí posee esa conciencia de clase para sí, la encargada de dotar al proletariado de la conciencia sobre la necesidad de la superación revolucionaria del modo de producción capitalista, lo cual convierte todo el proceso encaminado hacia la sociedad comunista en un proceso guiado por el factor consciente, por la vanguardia comunista, en el cual esta va elevando a cada vez más sectores del proletariado a su posición (empezando por los sectores más cercanos a su nivel de conciencia hasta alcanzar a los más alejados). En el momento en que la vanguardia conquista a los elementos más avanzados del movimiento obrero de resistencia (vanguardia práctica) y la cosmovisión proletaria penetra, a través de los mecanismos de mediación, en las masas de la clase, es cuando tiene lugar la constitución del movimiento revolucionario del proletariado hacia el comunismo. Esto, este movimiento obrero de nuevo tipo que fusiona al socialismo científico con las masas, y no otra cosa (destacamento de vanguardia o partido de masas), es el Partido Comunista. Como tal, al Partido le corresponde la función principal en el desarrollo de la revolución, tanto en la fase de conquista del poder mediante su construcción como después de conquistado el poder definitivamente, es decir, durante la etapa de la dictadura del proletariado hasta la sociedad comunista. En correspondencia con esto, los otros dos instrumentos revolucionarios, el Ejército proletario y el Frente-Nuevo Poder, son creados de forma concéntrica y dirigidos por el Partido.

El Ejército proletario, que, como acabamos de decir, es un organismo creado por el Partido y dirigido por este último —aplicando la máxima de que la política dirige el fusil—, cumple varias funciones en el desarrollo de la guerra civil revolucionaria, de la GPP. Su función es enfrentarse con las fuerzas armadas del Estado burgués para generar vacíos de poder, limitando la capacidad de intervención de las organismos del aparato estatal capitalista y de este modo poder establecer los órganos del Nuevo Poder proletario. Como tal, tiene como misión defender y sostener la dictadura proletaria en su enfrentamiento armado con la dictadura de la burguesía durante la existencia del doble poder. El poder político, sea de la clase social que sea, no puede existir sin cuerpos armados para defenderlo e imponérselo a quien se le oponga. Pero su papel no se queda aquí, sino que el Ejército es durante la Guerra Popular un instrumento de la línea de masas del PC (como vemos, la línea general revolucionaria delimita claramente el papel del Ejército proletario, lo que de hecho previene una concepción de tipo “militarista” sobre el movimiento proletario revolucionario que es una clara desviación que contraviene el principio elemental de que el partido debe dirigir siempre el fusil). El Ejército, bajo la dirección del Partido de Nuevo Tipo, organiza y moviliza a las masas de la clase obrera, interviene en la construcción de los órganos del poder proletario y les proporciona armamento. En un primer momento, para el inicio de la GPP, el Partido Comunista organiza los destacamentos armados que en contacto con las masas forman las milicias proletarias y en conjunto, tanto estos destacamentos como las milicias, conforman el Ejército rojo.

En tercer lugar, el Frente se construye y se plasma en la práctica en el Nuevo Poder (ya se denomine Soviets, Consejos, Comités, etc.) de las masas proletarias. La dirección de su construcción le corresponde al Partido, en ella interviene el Ejército y participan las grandes masas del proletariado. Los órganos de Nuevo Poder son los que permiten a la clase obrera experimentar su propio poder de clase frente a la dictadura de la burguesía, y llevar a cabo las transformaciones sociales necesarias tomando sus propias decisiones y aplicándolas de forma conjunta en cuestiones como la vivienda, el abastecimiento, en la imposición de condiciones a sujetos pertenecientes a otras clases, las sanciones a quienes cometen acciones contrarrevolucionarias, etc. En definitiva, en todo lo que afecta a la vida cotidiana de las masas de nuestra clase. También son las masas quienes eligen a sus representantes, los cuales tienen un mandato imperativo y pueden ser revocados en cualquier momento. Este poder político es la única forma de que la clase obrera adquiera conciencia revolucionaria y se implique en la revolución socialista (y no la lucha por reformas o el terror individual como promulgan los economicistas y los partidarios del terrorismo pequeñoburgués, respectivamente). Mediante esta confrontación de dictaduras —la burguesa, encarnada en el Estado burgués, y la obrera, en el Nuevo Poder— es como el proletariado se decanta por la revolución social y el Partido acumula fuerzas de las amplias masas de la clase en su camino hacia la conquista total del poder político. Es decir, la revolución y la conquista de las grandes masas obreras se realiza al mismo tiempo. Este Nuevo Poder proletario no está vinculado a un determinado territorio, sino que se corresponde con las masas en armas. [14] Como tal, no tiene un carácter fijo en el espacio físico, puede aparecer en un sitio y desaparecer para volver a aparecer en el mismo lugar o en uno distinto. Así es como se va destruyendo el viejo poder de la burguesía, el viejo Estado burgués, y va siendo sustituido por el poder de las masas proletarias, del Estado de dictadura del proletariado en formación.

En lo que respecta al desarrollo de la Guerra Popular, esta transcurre por tres fases: la defensiva, el equilibrio y la ofensiva estratégica. La primera etapa hace referencia al periodo de inicio de la guerra civil revolucionaria donde las fuerzas revolucionarias se encuentran en franca inferioridad respecto de las fuerzas con las que cuenta la burguesía. En ella prima la guerra de guerrillas y mediante la incorporación de las masas amplias del proletariado con la construcción de las instituciones del Nuevo Poder obrero se transcurre a la siguiente etapa: el equilibrio. En ella las fuerzas revolucionarias alcanzan un punto de relativa igualdad con las fuerzas reaccionarias y se comienza a aplicar, junto con la guerra de guerrillas, la guerra de movimientos. Finalmente, en la tercera fase, el movimiento revolucionario se halla en una posición óptima para lanzarse a la conquista total del poder político en todo el Estado y transcurre mediante la guerra de posiciones, además de las dos formas de guerra anteriormente mencionadas [15]. Todo este proceso se realiza mediante la acumulación de fuerzas por y para el movimiento revolucionario proletario con la construcción y ampliación del Nuevo Poder obrero.

Lo que acabamos de exponer constituyen los principios de la revolución proletaria y, en coherencia con ella, los de la estrategia revolucionaria de la Guerra Popular Prolongada. Y estos principios es posible desarrollarlos en cualquier país con las adaptaciones oportunas en función de las condiciones concretas de cada Estado.

El revisionismo, para intentar negar la posibilidad de aplicación de esta estrategia en países de capitalismo desarrollado, en países imperialistas, es decir, su universalidad, suele entremezclar los principios de la GPP con su aplicación concreta en países semifeudales y semicoloniales. En dicha labor se ven ayudados por el hecho de que en ningún país imperialista se ha aplicado la GPP, básicamente porque ningún destacamento comunista se lo ha planteado tan siquiera hasta los últimos tiempos, al ser hegemónica en el MCI la línea economicista-insurreccional. Como decimos, el revisionismo suele confundir, ya sea de manera consciente o inconsciente, la estrategia de la revolución —la Guerra Popular— con el carácter de las revoluciones desarrolladas mediante la anterior —revolución democrático-popular—. De este modo, alegan, para defender la inaplicabilidad de la GPP en los países capitalistas desarrollados, que el campesinado no puede ser la fuerza motriz de la revolución o que no se puede cercar las ciudades desde el campo. Este tipo de argumentos se desacreditan por sí mismos: el carácter de la revolución pendiente en los Estados imperialistas es socialista y, por tanto, tanto la fuerza dirigente como la fuerza motriz de la misma solo puede ser el proletariado, y su centro, las áreas urbanas de estos países. Que en los países donde se aplicó (y aplica) la Guerra Popular el campesinado fuese (sea) la fuerza motriz de la revolución (que no la dirigente) y el centro de la misma lo fuese el campo, no fue por causa de la estrategia revolucionaria, de la propia GPP, sino de las condiciones de estos países (semifeudales y semicoloniales) y, por consiguiente, del carácter de la revolución pendiente en ellos.

Sin embargo, el principal argumento que suele exponer el revisionismo en su defensa de que la Guerra Popular no es aplicable en los centros imperialistas es que, según ellos, no es posible la generación de vacíos de poder del Estado burgués que puedan ser ocupados por el poder de las masas proletarias en armas. La falsedad de dicho argumento es fácilmente demostrable, pero antes mencionaremos a qué se debe en gran parte este argumento. Y es que el revisionismo alberga una concepción errónea del Nuevo Poder, considerando que este está conformado por territorios liberados e inexpugnables para los cuerpos armados de la burguesía que solo podrían ser creados, en consecuencia, en países donde existe un Estado débil con poca presencia y fuerza en las zonas rurales habitadas por las grandes masas campesinas, esto es, que solo podrían crearse en los países del denominado Tercer Mundo. Lejos de esto, el Nuevo Poder no se corresponde con dicha concepción, sino que se corresponde con las masas revolucionarias y, por tanto, tiene un carácter móvil y no vinculado de forma fija a un determinado territorio. En los propios países semifeudales y semicoloniales donde se ha desarrollado la Guerra Popular, el Nuevo Poder no tenía estas características que le atribuye el revisionismo hegemónico en el Movimiento Comunista, sino que tenía un carácter flexible y se expandía o contraía en función de las circunstancias. Basta recordar que en la propia revolución china los comunistas abandonaron hasta en dos ocasiones incluso el territorio donde se hallaba la capital de la China roja para volver a tomarla posteriormente: primero, en la segunda guerra civil revolucionaria, cuando abandonaron Jiangxi para emprender la Larga Marcha; y luego, cuando, en la tercera guerra civil, abandonaron Yenán, que era la capital revolucionaria desde la guerra de liberación nacional contra Japón. Además, los Partidos Comunistas que desarrollaron Guerra Popular en estos países no se limitaron solamente a las zonas rurales (aunque estas fuesen las áreas principales de actuación), sino que también actuaron en las ciudades.

En lo que respecta a la existencia de vacíos de poder en Estados imperialistas, existen numerosos ejemplos, tanto creados por movimientos políticos que levantaron un contrapoder como generados por las propias masas profundas del proletariado en sus rebeliones espontáneas.

Entre los primeros casos se puede citar el Movimiento Republicano Irlandés, formado por el Sinn Fein y el IRA, que, en los barrios de la comunidad nacionalista irlandesa de las ciudades norirlandesas de Belfast y Derry, así como en zonas rurales como South Armagh, fue capaz de crear un vacío de poder dentro del Estado británico y lo ocupó con un contrapoder nacionalista enfrentado al anterior desde finales de los años 60 hasta los años 90 del siglo pasado. Y, desde luego, el Reino Unido no es precisamente un país dependiente y semifeudal, sino que es una de las mayores potencias imperialistas. También en Estambul, la ciudad más importante de Turquía y con una población que supera los 10 millones de habitantes, el DHKP-C (Partido Revolucionario de Liberación Nacional-Frente) ha levantado en la actualidad una estructuras políticas enfrentadas al Estado burgués turco en distritos como Besiktas (un poder que ha provocado que la policía turca no pueda entrar con normalidad en algunos de sus barrios y que ha permitido que haya una verdadera lucha contra las inmobiliarias, los narcotraficantes y el Estado, los cuales intentan expulsar a las capas proletarias y populares de la zona). ¡Incluso el movimiento anarquista griego ha sido capaz de ello en el barrio ateniense de Exarchia! (lo cual constituye una triste muestra de la deplorable situación en la que se encuentra el movimiento comunista hegemonizado por el revisionismo, que no solo no es capaz de generar contrapoder alguno, sino que, en un ejercicio de ruptura con la realidad, niega hasta la posibilidad de que eso pueda ocurrir cuando existen varios ejemplos de ello actualmente).

En cuanto a los segundos (nos referimos a los vacíos de poder generados por explosiones espontáneas de las masas), cada cierto tiempo, en los barrios obreros de ciudades de los países imperialistas, estallan rebeliones espontáneas de masas que convierten a estos barrios de forma temporal en un territorio donde el control del aparato estatal de la burguesía queda seriamente limitado. Como ejemplos: los disturbios de Los Ángeles de 1992, las revueltas en las banlieues francesas de 2005, el agosto inglés de 2011, las rebeliones en las barriadas de Estocolmo en 2013, etc.

Lo que revelan todas las críticas del revisionismo a la universalidad de la Guerra Popular es la incapacidad de la mayoría del Movimiento Comunista para abandonar —y romper con— las limitaciones vigentes durante el Ciclo de Octubre (entre las cuales juega un papel fundamental y central la que hemos tratado en este texto, es decir, la concepción espontaneísta-economicista de la revolución), que nos han llevado a la situación de derrota en la cual nos encontramos actualmente. Frente a ello solo cabe desarrollar por parte de los marxistas-leninistas el Balance del Ciclo de Octubre y la lucha de dos líneas contra el revisionismo imperante en el movimiento para extraer la Línea General de la revolución proletaria y proseguir en el camino de la reconstitución ideológica y política del comunismo que permita poner en práctica la Guerra Popular en un país imperialista y abrir un nuevo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial.

                                                                                                          Revolución o Barbarie                                                                                               Octubre de 2014

Notas

[1] Sobre esto reflexionaba Lenin en un pasaje de su escrito Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática: “(…) todos nosotros contraponemos la revolución burguesa y la socialista, todos nosotros insistimos incondicionalmente en la necesidad de establecer una distinción rigurosa entre las mismas, pero ¿se puede negar que en la historia elementos aislados, particulares de una y otra revolución se entrelazan?¿Acaso la época de las revoluciones democráticas en Europa no registra una serie de movimientos y de tentativas socialistas?”.

[2] Decía Lenin en su obra El derecho de las naciones a la autodeterminación: “En la Europa continental, de Occidente, la época de las revoluciones democráticas burguesas abarcan un lapso bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. (…) En Europa Oriental y en Asia, la época de las revoluciones democráticas burguesas no comenzó hasta 1905”.

[3] Otra organización proveniente del campo pro-soviético que ha conservado cierta retórica “ortodoxa” e influencia entre las masas es el Partido Comunista Portugués. A este partido se le podría clasificar en una posición intermedia entre el sector del PIE y el sector encabezado por el KKE, aunque sus posiciones están más cerca del PIE que del KKE. El PCP, a diferencia del KKE y del sector encabezado por este, defiende una fase intermedia entre la democracia burguesa y el socialismo que denominan “democracia avanzada”. Asimismo, el PCP defiende la participación en el gobierno, cuestión que el KKE rechaza.

[4] http://es.kke.gr/es/articles/Los-comunistas-en-los-parlamentos-y-la-lucha-de-clases/

[5] Se puede leer aquí: http://esold.kke.gr/news/2008news/2008-12-resoution-cc/index.html

En ella también repiten un mantra común de las organizaciones derechistas: acusar a lo que está a su izquierda de trabajar para el Estado. Así refiriéndose a las “personas enmascaradas y encapuchadas” que participaban en los disturbios decían: “El núcleo de tales grupos se ha formado en las entrañas del estado, dentro y fuera de las fronteras de Grecia, en los gobiernos tanto de ND como del PASOK.”

[6] El TKP, partido vinculado al KKE, aunque con mucha menos fuerza que este, cuando el año pasado en Turquía estallaron también revueltas de masas por todo el país, se limitó a decir que aquello tampoco era una situación revolucionaria. Un miembro de su Comité Central decía en una entrevista a la pregunta de si existía una crisis revolucionaria: “No. Claramente es una explosión de una gran energía social. Es poderoso en amplitud y efecto, pero hay algunos criterios marxistas que definen una situación como revolucionaria, y estamos muy lejos de ella. Al menos por ahora…” http://lamanchaobrera.es/entrevista-a-kemal-okuyan-miembro-del-comite-central-del-partido-comunista-de-turquia-tkp/

[7] Como decíamos antes, estas organizaciones son también economicistas, cosa que queda clara en el Manifiesto-Programa del PCE(r): “Las luchas económicas o por mejoras inmediatas de los trabajadores son una de las formas más importantes que reviste la lucha de clases en la sociedad burguesa. El Partido tiene la misión de organizar, encabezar y dirigir estas luchas, por cuanto, además de contrarrestar la progresiva depauperación de las masas, contribuyen a elevar su conciencia y organizarlas para acabar con la explotación capitalista”.

[8] Lenin, en su discurso de clausura del I Congreso de la Komintern, en 1919, terminaba su intervención diciendo:

“La victoria de la revolución proletaria está asegurada. Ya se divisa la formación de la República Soviética Internacional”.

[9] En la obra La insurrección armada, de la Internacional Comunista, donde se exponen las concepciones vigentes en el MCI sobre el proceso revolucionario, se afirma:

“No son las acciones militares de una vanguardia lo que puede y debe suscitar la lucha activa de las masas por el poder; es el poderoso impulso revolucionario de las masas laboriosas lo que debe provocar las acciones militares de los destacamentos de vanguardia; éstos deben entrar en la acción (según un plan previamente bien estudiado en todos sus aspectos) impulsados por el aliento revolucionario de las masas”.

Como se puede comprobar, se deja al impulso espontáneo de las masas la posibilidad de realizar la revolución. Es a ellas (y no a su vanguardia fusionada con ellas) a quienes se les otorga la iniciativa en la realización de la revolución, lo que es una clara desviación espontaneísta. Es decir, según esta tesis, la vanguardia queda relegada a ir a la zaga del movimiento espontáneo de masas.

[10] Al mismo tiempo comienza a aplicarse también la Revolución de Nueva Democracia. Esto es, una revolución democrática de nuevo tipo dirigida por el proletariado en alianza con otras clases sociales (campesinado, pequeña burguesía y mediana burguesía o burguesía nacional) para la instauración de un Estado democrático popular en transición al socialismo. Este carácter de la revolución se debe al carácter de clase de la China de la época: semifeudal y semicolonial.

[11] Stalin y la IC, contrariamente a lo que preconizaba la línea revolucionaria del PCCh, dejaban la posibilidad de la creación de los soviets en China al desarrollo espontáneo de un auge revolucionario. Véase el artículo del revolucionario georgiano titulado Notas sobre temas de actualidad, escrito en julio de 1927.

[12] Si bien es cierto que el apelativo “popular” puede llevar a equívocos en los Estados en los que la única revolución pendiente es la proletaria (lo que no sucede, en general, en los países semicoloniales, en los cuales los Partidos Comunistas deben ponerse a la vanguardia de procesos revolucionarios que comiencen por la fase democrático-popular o de Nueva Democracia en transición al socialismo), la categoría de “Guerra Popular” es una fórmula de validez y estrategia universales para todo el proletariado revolucionario internacional, tal como venimos demostrando en este texto. Por ello, carece de sentido desechar la línea política y militar revolucionaria que postula la teoría de la Guerra Popular Prolongada con el argumento absurdo y reduccionista de que, por el hecho de que se denomina popular, sería una estrategia exclusivamente válida para los países oprimidos o semicoloniales, no así para los imperialistas o de mayoría obrera. En suma, la estrategia de la Guerra Popular Prolongada es la estrategia del proletariado revolucionario internacional, la única posible para derrotar a la burguesía.

[13] Esta cuestión se trata en el texto del Movimiento Anti-Imperialista (MAI) Octubre: lo viejo y lo nuevo: http://movimientoantiimperialista.net/Martinete/EM-20/Octubre.htm

[14] Tesis presente en la magistral obra de Lenin El Estado y la Revolución y confirmada en la práctica en todas las experiencias de dictadura del proletariado que han existido desde la primera de ellas: la Comuna de París.

[15] En la guerra de guerrillas no existe vinculación entre las fuerzas guerrilleras y una posición física determinada, sino que estas tienen un carácter completamente móvil. En la guerra de movimientos ya existe un cierto lazo entre los destacamentos armados y determinados espacios físicos, aunque continúa primando el carácter móvil de las fuerzas revolucionarias, mientras que ya en la guerra de posiciones existe una defensa de territorios fijos al darse esta cuando las bases revolucionarias están consolidadas.

Enlace para descargar el texto en varios formatos.

Texto de Nueva Praxis acerca de las elecciones europeas del 25 de mayo

 

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CONTRA LAS FALSAS ILUSIONES PARLAMENTARIAS DEL REVISIONISMO

¡BOICOT A LAS ELECCIONES EUROPEAS DEL 25 DE MAYO!

          La mitología griega cuenta entre sus historias más asombrosas con aquélla que reza acerca de Dédalo y su sobrino Perdix. Dédalo era un afamado arquitecto e inventor ateniense, que se veía continuamente superado por los logros que su genial sobrino, tutelado por él mismo, alcanzaba día tras día. Un buen día, y presto a poner a prueba a un nivel superior al confiado Perdix, Dédalo lo mandó subir con él a la torre del templo de Atenea, conminándole allí la resolución de un complejo problema matemático. Asombrado con la rapidez con la que su joven alumno dio con la correcta resolución del mismo, Dédalo, atenazado por la envidia, arrojó a su sobrino desde lo alto de aquella imponente torre, enviándolo a una muerte que parecía segura. Por fortuna para Perdix –fortuna en nombre de diosa, valga la redundancia–, Atenea, apiadándose de aquel ingenioso zagal, lo salvó durante la caída otorgándole un par de alas y convirtiéndolo así en una conocida ave: la perdiz, que, como muchos sabrán –más allá incluso del estrecho círculo de aficionados o expertos en ornitología– se trata de una especie incapaz por sí misma de asentarse o, siquiera, proliferar lugares elevados por temor a su previsible caída desde los mismos.

          Volviendo al mundo real, pero teniendo en mente el sencillo aunque impactante relato que acabamos de referir, nos enfrentamos a una nueva cita electoral por parte de aquéllos que someten a nuestra clase a una institucionalizada esclavitud asalariada. El proletariado, sabedor, pese a todo, de que nadie le ha dado vela en este entierro, se muestra meridianamente alejado de estas patéticas representaciones con las que la burguesía y sus distintas fracciones nos deleitan con frecuencia más deseada de lo normal –así lo consideramos los firmantes de esta misiva–. A la espera de la rearticulación de un movimiento revolucionario independiente, de nuestra clase propiamente dicho –el Partido Comunista– , ésta trata de defenderse de los envites del capital con lo poco que posee: a saber, con una conciencia en sí que, por su propia naturaleza, no puede ser sino burguesa, en cuanto que reproduce de forma continua las actuales relaciones de dominio capitalista a todos los niveles y sólo alcanza a discernir, debido a su primigenio desarrollo histórico, la contradicción puramente económica entre el obrero y el patrón en el amplio y complejo tablero en el que se desarrolla la lucha de clases, relegando el factor político –¡y ya no hablemos del ideológico-consciente!– al más lamentable de los ostracismos. Como el ave al que Perdix da nombre, nuestra clase se muestra, por sí sola, incapaz de ocupar cotas demasiado eminentes, nunca más altas que las que marcan las estrechas paredes de la fábrica;cotas éstas que, por otra parte, se encuentran dominadas por aquella fracción de la clase obrera que participa del reparto del pastel imperialista y que posee –en virtud de múltiples órganos de representación y negociación, como los sindicatos; instrumentos que, por otra parte y como cabe reseñar, siguen siendo considerados por revisionistas patrios y foráneos como las “formas naturales” de organización de la clase, supuestamente válidas para erigir, a partir de ellas, la ofensiva revolucionaria– una evidente posición de poder como una clase burguesa más en el aparato político del Estado capitalista. Son, precisamente, aquellos sectores de la aristocracia obrera los que, inevitablemente desplazados de la privilegiada posición que tenían anteriormente a la última, y, a su vez, sempiterna crisis del capital, buscan una base social suficiente –normalmente, en visible o velada alianza con la pequeña burguesía y el capital medio– para ejercer presión sobre aquellas fracciones situadas en la cúspide del dominio capitalista y que exclusivizan cada vez más la acumulación de la plusvalía. Las elecciones burguesas no dejan de ser, así, uno de los múltiples terrenos donde esta clase se juega los cuartos –y su posición política, no lo olvidemos–.

          El revisionismo, expresión ideológica por excelencia de la fracción radicalizada de la aristocracia obrera, gusta de otorgar à gogo epítetos descalificativos de lo más variado a los que luchamos por la Reconstitución del Partido Comunista, por la completa independencia de nuestra clase en los terrenos político e ideológico. Y, para justificar ante el conjunto de la vanguardia y ante sus exiguas masas sus ya conocidas –por recurrentes– boutades oportunistas y electoralistas, coronan la disertación haciendo uso de ese oscuro objeto suyo de deseo titulado “La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo”,–oscuro en cuanto a la forma en la que esta pléyade de vocingleros descontextualiza el proceso de constitución del Partido por parte de los bolcheviques, no por la indiscutible importancia teórica de la obra de Lenin–. Así, a los ojos de nuestros guardianes del dogma, lógicamente renuentes a constatar la manifiesta contraproducencia de la estrategia parlamentaria en la época actual, bien merecemos el calificativo de izquierdistas. Quizá vaya siendo hora de adentrarnos en la postura leninista sobre el parlamentarismo, con el objeto de diferenciar entre la necesaria flexibilidad táctica durante el desenvolvimiento de las tareas que el Plan revolucionario exige, y las posturas oportunistas –ergo, contrarrevolucionarias– que abanderan los que se refieren a nuestra línea en los términos anteriormente mencionados.

          Si algo caracterizó a la época en la que se constituyó el Partido Bolchevique –constitución cuyos dos principales hitos a nivel histórico-temporal fueron las revoluciones de 1905 y, fundamentalmente, la de 1917– fue la existencia de un movimiento de masas ascendente, en natural consonancia con los últimos vestigios que la ola de revoluciones burguesas iniciada en 1789 mantenía aún con reseñable fulgor. Así, la conformación del bisoño movimiento obrero entronizaba por aquel entonces a la socialdemocracia como una fuerza en franco ascenso y con enorme influencia entre las masas obreras de Rusia, fuerza con la que los dirigentes de la fracción bolchevique del POSDR tuvieron que confrontar durante todo un proceso de lucha de dos líneas en aras del progresivo avance de las posiciones revolucionarias, el cual incluso se llevó a cabo, en momentos muy puntuales, siguiendo los cauces que marcaba la Duma rusa. En la actualidad, y tras la escisión de la clase obrera en dos y la transformación de la socialdemocracia –otrora mecanismo y, a su vez, expresión ideológica de la conformación de la clase en base a sus luchas económicas contra el capital– en su contrario dialéctico, es decir, en una ideología que no puede ofrecer nada progresivo a nuestra clase, sino el encuadramiento de un sector burgués de la misma en la estructura política imperialista y la postración ad eternum del otro sector a las dinámicas que impone la división del trabajo en su fase capitalista, es este sector de la clase, el proletariado, el que, en la actualidad, y con toda lógica ante las expresiones ojipláticas del revisionismo, se muestra totalmente desinteresado del devenir de las luchas intestinas que las fracciones de la burguesía, en su indisimulada rapiña, dirimen en el cuadrilátero parlamentario. Nuestros electoralistas hacen gala de una obvia incomprensión de las tareas más acuciantes a día de hoy, cuando la liquidación del marxismo como ideología revolucionaria de vanguardia nos debe inducir, por necesidad, a otorgar la primacía a la resolución de las contradicciones ideológicas en el seno de la vanguardia, en base a la lucha de dos líneas en torno al Balance del Ciclo de Octubre, colocando la teoría revolucionaria a la altura de las circunstancias históricas y de la posición cualitativamente más elevada que ha alcanzado a nivel político-ideológico el proletariado revolucionario tras el ejercicio de su lucha de clases. La hegemonización de la ideología revolucionaria en el seno de la vanguardia teórica en base a la lucha de dos líneas contra el revisionismo en particular, y contra toda expresión de ideología burguesa en general, cristaliza en forma de Línea General, de Plan que guiará el devenir práctico de la Revolución Proletaria Mundial –con sus consiguientes vicisitudes tácticas–, colocándose la vanguardia marxista-leninista, auténtico núcleo embrionario del Partido Comunista, en una posición cualitativamente más elevada para abordar el acercamiento y la conquista y transformación revolucionarias de aquellos elementos que lideran las luchas parciales y resistenciales de las masas: la vanguardia práctica. En esta fase de la reconstitución del Partido, la última contemplada por dicho proceso previo a la Guerra Popular, sí empieza a ser factible la participación parlamentaria, no como medio de llevar a cabo una pretendida “política –burguesa, en tal situación– de construcción del socialismo dirigida a las grandes masas”, sino como formato plausible de agitación para con aquellos intermediarios entre dichas masas y la vanguardia teórica –los también llamados intérpretes de las masas–, los cuales, a día de hoy, continúan en no despreciable medida imbricados en dinámicas tendentes a azuzar las ilusiones parlamentarias de la clase obrera –o más bien, de cierto sector de la misma–. A medida que avanza la Reconstitución del Partido y éste va generando de forma consciente los organismos necesarios para dar inicio a la Guerra Popular, va tomando forma y, a su vez y en consecuencia, siendo efectiva la relación orgánica de fusión entre vanguardia y masas. Cabe decir, una vez llegados a este punto, y habiendo ahondado en la cuestión de cómo se dará inicio a la guerra abierta contra toda expresión de la ideología y dominación burguesas, que la flexibilidad táctica deja abierta la posibilidad, siempre y cuando se supedite a la correcta puesta en marcha y resolución del Plan revolucionario –y ya se ha mencionado previamente en el texto cómo logra cristalizar dicho Plan–, del empleo efectivo de una táctica parlamentaria, entendida ésta necesariamente no sólo como referente al Parlamento u otros órganos subsidiarios o a menor escala del gobierno burgués, sino como utilización de cualquier espacio controlado o generado por la burguesía y sometido ab origene a las dinámicas de ésta, véase una Universidad, una Biblioteca, etc., así como ciertos mecanismos legales del capital, incluso en estadios incipientes de la Guerra Popular misma, siendo la utilización táctica de estos resortes un paso más –si así lo requieriese el propio Plan– para la acumulación de fuerzas en cada etapa del proceso, teniendo en cuenta que las masas que vayamos incorporando progresivamente tendrán un carácter cualitativamente distinto dependiendo de la fase político-militar en la que se encuentre el movimiento revolucionario. A gran escala, las masas –y, he aquí una lección universal que nos ha legado el anterior ciclo revolucionario– únicamente podrán ser transformadas ideológicamente y, en consecuencia, elevadas hacia la posición política de la vanguardia mediante el ejercicio consciente de su propio poder: la dictadura revolucionaria del proletariado hacia el Comunismo, confrontando a todos los niveles con el viejo poder burgués. Las ilusiones parlamentarias de estas grandes masas –ilusiones contra las cuales en su día la fracción bolchevique sí estimó conveniente dirimir la lucha en el terreno parlamentario si la situación así lo requería– hace mucho que se diluyeron. Basta, a tal respecto, con comprobar las cifras de abstención constatadas en todas y cada una de las citas electorales de la burguesía, así como las más que previsibles para la inminente fiesta de la democracia europea que tratamos aquí (en torno a un 60%). Ante este revelador panorama –que ha permitido, por otra parte, superar en buena medida el trabajo sucio parlamentario que la vanguardia tuvo que abordar a mayor escala en tiempos pretéritos–, nuestros electoralistas pretenden acabar con las ilusiones parlamentarias del proletariado… ¡llamando al voto en las urnas! Y lo que es peor: su desentendimiento de las tareas que nos deben ocupar actualmente, así como su preocupante incomprensión del contexto en el que Lenin escribió la obra con la que aducen, no sin denuedo, las más fantasmagóricas razones para justificar su cretinismo parlamentario –etapa aquella en la que el Partido Comunista ya estaba constituido, a diferencia de hoy, y la dirección bolchevique ya controlaba los órganos de nuevo poder (sóviets) con los que confrontar política, ergo, militarmente, al gobierno provisional burgués–. ¿Qué Nuevo Poder han generado –o pretenden generar– estas organizaciones, las cuales no tienen otra cosa que vendernos que repetidos cantos de sirena en todas y cada una de las llamadas a las urnas que la burguesía lleva a cabo? Pues, para ellos todo vale, ya sean elecciones europeas, generales, autonómicas, municipales, etc, para tratar de llevar su conciencia sindicalista hacia nuevas cotas y espacios. ¿Acaso se puede denominar uso revolucionario del parlamento a las llamadas reformistas –por la “Europa social”, en general; por “un futuro sin Troika, sin Deuda y sin Bipartidismo”, como corea el PCE-UJCE; o, por otra parte, aunque, bien mirado, en el mismo lado que estas dos organizaciones, por la educación pública (burguesa) y unas condiciones ligeramente mejores de explotación asalariada bajo la mesa del “trabajo con derechos”,tal cual blande el PCPE,así como las vergonzantes llamadas al voto para IU o Podemos por parte del PTD – que realizan estos señores?

          Llegados a este punto, no es baladí un análisis más profuso acerca de las posturas –e implicaciones ideológicas de las mismas– que defienden, ante este y otros tantos encuentros electorales, varias de las mayores organizaciones del revisionismo español. Por un lado, aquéllas que apuestan por una abstención activa o consciente –principalmente, PCOE y R*C– utilizan dicha táctica como acicate en sus fatalistas pretensiones de agudizar la crisis política [1] que, supuestamente, padece la burguesía –según ellos, ayudados, cómo no, del advenimiento de la pertinente fluctuación económica del capital–. Ciertamente, estos señores –exactamente igual que el PCPE–, no han comprendido que el único mecanismo que puede generar conscientemente la crisis política del capitalismo es el Partido Comunista, resolviendo la misma a favor de los intereses revolucionarios a través de la Guerra Popular. Para nuestros abstencionistas, la revolución se encuentra a tan sólo un empujón –más flojo que el que Perdix sufrió a manos de Dédalo, parece ser–; en consecuencia, sus llamadas a la abstención, con todos los imponentes ropajes con que quieran vestir a ésta, van encaminadas a la acumulación de fuerzas en torno a órganos de lucha económica, auténticos baluartes del Viejo Poder burgués –bien sea el FUP, en el caso del PCOE, o la hegemonización del llamado sindicalismo de clase y combativo, en el caso de R*C–, instrumentos a partir de los cuales estas organizaciones pretenden dar el golpe definitivo a esa –supuestamente existente– crisis política del capital. ¡Los preceptos de la insurrección decimonónica extrapolados al siglo XXI! A todas luces, carecen de plan político independiente de construcción del movimiento revolucionario, confinando a la mínima expresión el problema –de crucial relevancia– de los intermediarios entre el núcleo de vanguardia y las masas no militantes –y su correspondiente cadena de mediaciones en forma de organismos generados por el Partido a distintos niveles ideológico-políticos–, lo cual les lleva, en todo momento, a tener presente la posibilidad de llamar al voto con todas las de la ley en el momento en que dispongan de una base social –y electoral– suficiente, y, por consiguiente, cultivar, de la misma manera que llevan haciendo durante décadas organizaciones más respaldadas a pie de calle, como el PCPE, las ilusiones parlamentarias y los objetivos reformistas [2] que, aparentemente, nuestros abstencionistas critican en la actualidad a dichas organizaciones. Por otra parte encontramos al propio PCPE, que, como principal destacamento del revisionismo español, se alimenta de los mismos presupuestos ideológicos que los denominados abstencionistas; si bien esta organización, debido a que goza de la posesión de una mayor base social a pie de calle, sí se ve en condiciones efectivas de saltar al terreno de juego con su propia plataforma electoral–que no parlamentaria, ya que el PCPE no puede aspirar, a día de hoy, a conseguir un solo escaño [3] –. A tal respecto, nos ofrecen un sinfín de proclamas cuya finalidad no es otra que el embellecimiento ante las amplias masas de la fachada de la explotación capitalista [4], la cual, esta organización, como fiel representante de cierta fracción radicalizada de aristocracia obrera, considera, al igual que las otras dos anteriormente referidas, como relación puramente económica y remanente de la dictadura exclusiva de los monopolios [5]. Como es lógico, su lucha va dirigida contra la oligarquía financiera que ha logrado relegar, dentro del aparato de poder estatal pero hacia una posición menos ventajosa en el reparto de la plusvalía imperialista, a su clase y a otras aquiescentes con ella en mayor o menor medida, tales como la pequeña burguesía y el capital medio, en virtud de la enésima crisis de reproducción del capital. Además, para colmo de males –pensará el PCPE, y de ahí que lo tomen en consideración como un blanco principal de sus críticas ideológicas–, estas dos últimas clases han logrado articular un “nuevo” proyecto político de cierta relevancia –nos referimos a Podemos–, el cual se encuentra, hoy, en perfecta disposición de dar al traste en poco tiempo con el grueso del trabajo de masas que la organización en la que centramos esta parte de nuestra crítica lleva, ardua y pacientemente, desarrollando durante casi treinta años. C’est la vie !

          Frente a las ilusiones parlamentarias del revisionismo, se hace necesario articular una lucha ideológica desde posiciones auténticamente revolucionarias, que no subsuman las tareas necesariamente actuales del proletariado revolucionario a los intereses de unas u otras fracciones de la clase en el poder. Es por eso que, para este 25 de mayo, nosotros consideramos la consigna del boicot como imprescindible –y acorde con la flexibilidad táctica que mostraron los bolcheviques, quienes difundieron ese mismo lema cuando se hizo necesario– para dejar claro que ni en ésta, ni en ninguna de las subsiguientes citas electorales, los comunistas vamos a ofrecernos comocarne de cañón ni pretender que aquellos sectores más oprimidos y, por consiguiente, apartados de los juegos de la burguesía, emprendan el camino de vuelta a un redil incapaz desde hace mucho de ofrecerles cobijo, y que, por el contrario, hacemos ver a nuestra clase, desde el estudio de la rica experiencia acumulada por el proletariado tras cerca de un siglo de movimiento revolucionario, que el parlamento, aparte de una conquista histórica superada por el devenir de los acontecimientos, supone una conquista política definitivamente relegada por la contradicción principal manifiesta sobre el presente terreno en el que se desenvuelve la lucha de clases: la contradicción existente en el propio seno de la vanguardia teórica, entre el marxismo revolucionario y el revisionismo, en primer nivel, y, de forma subsidiaria, entre el primero y cualesquiera expresiones de ideología burguesa. Si queremos colocarnos en posición y dotar a nuestra clase de los mecanismos con los que pueda ser elevada hasta la posición de tomar el cielo por asalto, debemos ser conscientes de que nuestra clase únicamente se encuentra en disposición de contar con sus propias fuerzas; de que, a diferencia del joven protagonista del mito con el que hemos dado inicio a esta exposición, ningún atisbo de fortuna podrá salvarles del peor de los finales –¿o deberíamos decir de la más cruda de las realidades? – y de que, para dotar a nuestro Perdix de alas suficientes con las que alcanzar tamaña empresa, la vanguardia debe conscientemente escindirse del movimiento obrero en cuanto espontáneo y económico de la clase, del mar de la conciencia en sí, reconstituir y poner a punto, a la altura de las circunstancias históricas actuales, la ideología revolucionaria, basándose en la síntesis de la práctica social –revolucionaria– anterior, así como también la superación cualitativa de ciertas premisas teóricas que iniciaron el pasado ciclo revolucionario [6], articulando en torno a ellas un movimiento político más elevado. Tales aspectos son recogidos en la concepción leninista del Partido de Nuevo Tipo, el cual constituye una unidad dialéctica entre socialismo científico y movimiento obrero, una fusión de ambos en una totalidad distinta y superior a sus dos partes constitutivas, englobando esta totalidad, así, todo un movimiento en progresiva conformación a un nivel superior e independiente por parte del proletariado revolucionario, a medida que se logra avanzar en las tareas que marca la resolución del Plan. Si se nos permite continuar con las metáforas, la vanguardia, al elevarse en su proceso de escisión-fusión, deberá mejorar lo hecho en vuelo por el malogrado Ícaro –primo de Perdix, por cierto–, habiéndose de construir unas alas harto más resistentes que aquéllas endebles de cera con las que el hijo de Dédalo firmase su trágico final al tratar de acercarse al Sol. El empujón que el revisionismo, ataviado aquí con los ropajes del pérfido Dédalo, ha infligido a nuestro inocente protagonista, no debe impedir que éste se despoje definitivamente de su ancestral “vértigo”, para que, con la ayuda de sus nuevas –en cuanto superiores–, y, a la vez, propias fuerzas bajo renovado potencial, emprenda un vuelo definitivamente más excelso que el que ninguno de los demás genios que anteriormente poblaron Atenas lograse siquiera esbozar.

¡POR LA RECONSTITUCIÓN IDEOLÓGICO-POLÍTICA DEL COMUNISMO!

CONTRA LAS FALSAS ILUSIONES PARLAMENTARIAS DEL REVISIONISMO, ¡NI UN VOTO OBRERO EN LAS URNAS!

ANTE LA FARSA ELECTORAL DEL 25 DE MAYO, ¡BOICOT!

                                             2

Nueva Praxis

Mayo de 2014

NOTAS:

[1] A tal respecto, nos parece ilustrativo incluir este extracto del texto referente a la cita electoral del 25 de mayo, elaborado por el PCOE:«La crisis económica está alimentando a la crisis política y, con ella, la deslegitimación de su forma de gobierno y de su instrumento de dominación, que tantos réditos y tanta fortaleza le ha dado y otorga a la burguesía». La concepción fatalista del capitalismo en su fase imperialista está plenamente enquistada en esta organización, algo que se observa con inusitada frecuencia en no pocos de sus textos. El capitalismo nunca puede generar per se su propia crisis política a nivel general y, mucho menos, ésta sobrevendrá a partir de las crisis cíclicas de sobreproducción del capital. El único instrumento que puede generar dicha crisis política es el Partido Comunista, guiado en todo momento por el factor consciente, que pasa a ser el aspecto principal de la contradicción a resolver y que supone en sí mismo el auténtico factor diferencial entre la revolución proletaria, capaz de articular a nivel histórico una respuesta auténtica y cualitativamente superadora de todas las formas procedentes de las sociedades de clases, y el resto de revoluciones precedentes, como la burguesa, de cuya cosmovisión procede el sustrato insurreccional con que estos abstencionistas pretenden abonar inútilmente el campo de la lucha de clases. (El texto completo del PCOE se puede encontrar aquí http://www.pcoe.net/actualidad1/actualidad-nacional/566-elecciones-europeas-piden-el-voto-para-legitimar-la-represion-y-la-explotacion-para-fortalecer-a-los-imperialistas-y-enganar-al-pueblo). La segunda organización en la que centramos aquí nuestra crítica –R*C– también adolece de similares desviaciones ideológicas: El imperialismo en general y el europeo en particular está sumido en una brutal y superior crisis, manifestada ésta en una crisis económica que no encuentra salida alguna y que año tras año impulsa una mayor oleada de explotación y miseria (…) a las trabajadoras y trabajadores (…) La crisis económica ha provocado, como no puede ser de otra forma, una notoria crisis política…” Distintas tapas pero, en definitiva, los mismos libros. ¿Desde cuándo el capitalismo no encuentra salida alguna a sus crisis económicas y políticas? ¿No comprenden que, sumada a la tendencia “natural” hacia el Comunismo –natural con su correspondiente y necesario matiz, puesto que para que esa tendencia se materialice, se requiere la (re)constitución del propio movimiento revolucionario constituido en Partido Comunista–, el capitalismo genera la contratendencia a la reacción y al reforzamiento de todas sus estructuras de clase –y no sólo a nivel económico–? (El texto completo de R*C se puede encontrar aquí http://blog.reconstruccioncomunista.org/2014/05/campana-por-la-abstencion-activa.html )

[2] Con vistas a reforzar su campaña “antielectoral” y ganar adeptos para la misma –cuantos más mejor: la cantidad prima aquí sobre la calidad revolucionaria–, estas organizaciones –no son las únicas, pero sí las dos más relevantes en el florido campo de la abstención activa o consciente– no dudan en esgrimir vistosas consignas, tales como “Contra la Europa del capital y la guerra” o “Extender la propaganda comunista y fortalecer la organización revolucionaria”, en el caso de R*C, y “Abajo la Unión Europea criminal y miserable” o “Por la Unión de Repúblicas Socialistas de Europa”, en el caso del PCOE (todos estos lemas pueden encontrarse en los correspondientes textos referidos con anterioridad, así como en este otro artículo del PCOE http://www.pcoe.net/actualidad1/actualidad-internacional/564-las-supuestas-opciones-de-las-elecciones-europeas ). Si nos centrarnos en las frases que dedican a la “Europa socialista” o “anticapitalista”, cabe preguntarse: ¿qué queda en el discurso de estos oportunistas, pues, de la concepción leninista acerca de la Revolución en el marco nacional como base de apoyo para la Revolución Proletaria Mundial? Es únicamente este ámbito, el mundial –como mundial es, a su vez y como clase, el proletariado–, el que debe ocupar en exclusiva todos nuestros objetivos, sin circunscribir las distintas tareas revolucionarias a los estrictos espacios geográficos y/o nacionales de explotación y de organización del mercado interno y externo, en los cuales la burguesía confina a nuestra clase.

[3] En las últimas elecciones al Parlamento Europeo, celebradas en junio de 2009, el PCPE obtuvo el 0,10% de los votos (15.221 votos), mientras que en las más recientes al Congreso de los Diputados, en noviembre de 2011, dicha organización fue refrendada por el 0,11% del electorado (26.254 votos) (pueden consultarse todos los datos electorales al respecto aquí http://www.infoelectoral.mir.es/min/busquedaAvanzadaAction.html?vuelta=1&codTipoEleccion=7&codPeriodo=200906&codEstado=99&codComunidad=0&codProvincia=0&codMunicipio=0&codDistrito=0&codSeccion=0&codMesa=0 y aquí http://www.infoelectoral.mir.es/min/busquedaAvanzadaAction.html?vuelta=1&codTipoEleccion=2&codPeriodo=201111&codEstado=99&codComunidad=0&codProvincia=0&codMunicipio=0&codDistrito=0&codSeccion=0&codMesa=0 ) Ya que, como acaba de quedar puesto de manifiesto, esta organización no cuenta con la base socioelectoral suficiente como para hacer su entrada en el Parlamento burgués y poder realizar –en el supuesto caso de que tuviesen la más mínima intención de ello, que no es así debido a que su proceder electoralista no guarda, ni puede guardar relación alguna con la acción de denuncia de las instituciones burguesas– un trabajo genuinamente revolucionario en dichos espacios.

[4] El PCPE, en mayor medida que ninguna otra organización revisionista, distorsiona con no casual frecuencia el concepto de uso revolucionario de las instituciones, y, en un infructuoso intento de justificar teóricamente sus posturas políticas, aluden a citas descontextualizadas de Lenin, como la siguiente: “… mientras no tengáis fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquier otra institución reaccionaria, estáis obligados a actuar en el seno de dichas instituciones precisamente porque hay todavía en ellas obreros idiotizados …” El empleo sistemático de este tipo de aseveraciones les sirve, en parte, para presentarse ante las masas y hacer pasar por izquierdistas a todos aquellos sectores del Movimiento Comunista que cuestionan sus dinámicas electoralistas, pese a que el PCPE identifica de forma sistemática la participación revolucionaria en el Parlamento –que era lo que razonablemente Lenin defendía en el contexto en que expresó tal aseveración– con la presentación sistemática de un destacamento de vanguardia a toda cita electoral burguesa, aun discerniendo, ellos tan bien como nosotros, la imposibilidad de acceder a un sillón parlamentario a corto y medio plazo. En diversos textos de campaña electoral –adjuntos al término de esta nota– hacen alusión a términos tan socorridos por el oportunismo como “la toma del poder de la clase obrera” –el nuevo poder proletario se construye en contraposición al poder burgués, no se toma de este último–, “la nacionalización de la banca y otros sectores estratégicos” –sin la construcción coetánea del Nuevo Poder, la nacionalización constituye una indisimulable concesión a todos aquellos sectores sociales encuadrados en el aparato estatal imperialista, como son la pequeña burguesía funcionarial y la aristocracia obrera–, una lluvia de demandas encaminadas a mejorar ligeramente las condiciones de esclavitud asalariada –algunas de las cuales han sido previamente mencionadas en esta misiva–, la archiconocida “salida del euro, la UE y la OTAN” y otras tantas diatribas de raigambre antimonopolista y economista similar a las que muestran las organizaciones abstencionistas en sus discursos, y sobre las cuales huelga extenderse en mayor medida. Y, por supuesto, y como guinda del pastel, la teoría de la acumulación de fuerzas a la espera de la entrada en escena de la crisis política definitiva o terminal del capitalismo–similar pretensión que aquélla que ansía una aparición mariana; no en vano, en ambos casos se manejan los mismos niveles de probabilidad–, momento clave en el que nuestros revisionistas se encontrarían prestos y dispuestos para asestar el golpe definitivo –y único– al capitalismo –véase aquí, la oligarquía financiera y aquellos sectores sociales situados por encima de la aristocracia obrera–. Dicha teoría constituye, pues, el auténtico tour de force de la cosmovisión insurreccionalista y fatalista del capitalismo instalada en las cabezas de los dirigentes de esta organización: “…debemos aprovechar las elecciones como medio de propaganda en el proceso de acumulación de fuerzas…” (Algunos de los textos elaborados por el PCPE para la cita electoral del 25 de mayo pueden encontrarse aquí http://www.tintaroja.es/opinion/462-las-elecciones-al-parlamento-europeo-si-que-sirven-al-partido-comunista y aquí http://pcpe.es/comunicados/item/3435-la-lucha-contra-la-ue.html )

[5] Las organizaciones abstencionistas arrastran, al igual que el PCPE –al que, curiosamente, critican por ello– esas mismas desviaciones antimonopolistas y economistas. A tal respecto, nos remitiremos a los escritos elaborados por ellos mismos. R*C, sin andar más lejos, declara lo siguiente: “La salida a esta crisis no viene de la mano de la papeleta oportunista, la superación de la crisis corresponde a la propia superación del capitalismo, a su destrucción y a la modificación profunda de las relaciones económicas” –¿Se requiere superar únicamente las relaciones económicas capitalistas? Nuestros “antirrevisionistas” abrazando la revisionista teoría de las fuerzas productivas, ¡qué ironía! – Y, en el siguiente extracto, el correlativo trasfondo antimonopolista: “Poco a poco se acerca la fecha en la que el deslucido y viejo Poder, el Poder de la oligarquía financiera, de las élites económicas, del imperialismo rapaz y de los intereses monopolistas reclaman la repercusión de un acto que tiende a convertirse en un día de victoria para la clase dominante y de pérdida y frustración para la clase obrera y las capas populares”. Nuevamente, observando con detenimiento afirmaciones como ésta, reiteramos nuestra pregunta acerca de si el Estado imperialista pone de manifiesto el poder exclusivo de la oligarquía financiera o, por el contrario, supone la institucionalización del reparto de la gestión política capitalista por parte de diversas clases burguesas en litigio, con sus correspondientes intereses particulares y –esto no lo negamos, ya que es evidente– con sus cualitativamente diferentes fuerzas de clase. El PCOE también nos deja perlas de similar brillo: “…la envoltura del bloque imperialista europeo (UE), es despreciada por los Pueblos, evidenciándonos la profundización de la crisis política, de la insatisfacción de los Pueblos con el Sistema como consecuencia del efecto de las políticas económicas realizadas por los imperialistas que agravan los problemas de la mayoría para beneficiar a la oligarquía” –de nuevo aquí, el manido recurso de la confrontación entre “la mayoría” y la oligarquía– (hemos usado nuevamente los textos referidos en anteriores notas).

[6] A tal respecto, no está de más aclarar que, en efecto, la teoría es ya síntesis de toda la práctica social anterior –y no únicamente aquélla relacionada con el proletariado como clase en sí, económica–. Los clásicos del marxismo incorporaron como habitual esta práctica de síntesis teórica con respecto a etapas anteriores y, en su tarea de resituar la teoría revolucionaria a la altura de las nuevas necesidades históricas que impuso en su día la irrupción del imperialismo, así como el estado subjetivo alcanzado por la incipiente –e independiente– lucha de clases del proletariado, se vieron naturalmente influidos, durante el desarrollo de la lucha ideológica contra el kautskismo, en particular, y contra los añejos vestigios de la teoría marxista adaptados por la II Internacional, por estas mismas corrientes teóricas; muchas de las cuales se incorporaron de forma natural al paradigma revolucionario que dominó todo proceder durante el ciclo de Octubre. El marxismo, como teoría en necesario proceso de autorrevolucionarización continua, requiere a su vez de la incorporación a la misma del conjunto de saberes y conocimientos alcanzados por la humanidad –por ejemplo, el científico– en su conjunto, negándolos e integrándolos en la cosmovisión proletaria, la cual se encuentra, así, en disposición de superarlos.

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Otro Primero de Mayo… sin el proletariado revolucionario (octavilla de Nueva Praxis)

Otro Primero de Mayo…

sin el proletariado revolucionario

Otro año más en el que el proletariado revolucionario nada tiene que celebrar. Y van ya no sabemos cuántos. Tal es, sin duda, el precio que nuestra clase ha pagado, paga y pagará -no sabemos durante cuánto tiempo más- como consecuencia directa de la crisis del Movimiento Comunista Internacional, que no hacía sino anunciar el ya más que obvio -a pesar del escepticismo de algunos comunistas anclados en el culto moral e icónico, así como también, y esto es lo verdaderamente dramático, ideológico, a un glorioso pasado- fin del Ciclo revolucionario de Octubre (1917-1989).

Pero por mucho que ese lapso de tiempo -que comprendió hitos tales como la Revolución de Octubre y la Revolución china, por citar sólo dos ejemplos- haya acabado con una dolorosa derrota del proletariado internacional, demostró inequívocamente, al menos, tres cosas: por un lado, que la revolución era enteramente posible; seguidamente, que tal transformación consciente de la realidad era, contrariamente a lo que proclaman convencidos y al unísono burgueses y revisionistas -perdónesenos la redundancia- la única opción realista -por ser necesaria subjetivamente– que tiene la humanidad bajo el modo de producción capitalista; por último, y no por ello menos importante, el pasado Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) también abofeteó sin piedad alguna la mayoría de los apriorismos que sostenían, consciente o inconscientemente, los revolucionarios. Y es que eso que llamamos paradigma de octubre -en otras palabras, la formulación de los requisitos, mecanismos y procedimientos de la revolución-, aunque permitió la apertura de ese período de experiencias revolucionarias, también llevaba impreso, en sus acotaciones, las limitaciones y límites históricos de ese modelo de articulación del sujeto revolucionario (el Partido Comunista) y su praxis revolucionaria. Pero tales acotaciones no pudieron ser aprehendidas, precisamente porque habían sido aprendidas para la representación de esa grandiosa obra que fue el Ciclo de Octubre.

Nos referimos, en este sentido, al necesario entrelazamiento histórico de los últimos ecos de la revolución burguesa con los albores de la revolución proletaria. Esto se manifiesta, por ejemplo, en cómo la última clase de la historia hereda mecanismos revolucionarios de la burguesía -por ejemplo el insurreccionalismo- ante la falta de experiencia revolucionaria propia. Del mismo modo, integra en su cosmovisión (el Socialismo Científico) elementos ideológicos burgueses -por ejemplo, ciertas concepciones positivistas que merman su capacidad de transformación autoconsciente. Pero a medida que se desarrollaba la lucha de clase del proletariado revolucionario, éste elevaba su propia praxis. A este respecto es notable la diferencia del papel que jugó la conciencia revolucionaria entre la Comuna de París -prefacio del Ciclo de Octubre- y la Guerra Popular en el Perú, último hito de aquél.

El comunismo dominante (el revisionismo), anclado en tal caduco paradigma, que ni quiere ni puede sacar las lecciones pertinentes de todo este riquísimo bagaje histórico -y para el que la crisis ha sido siempre el leitmotiv de la revolución-, se ha visto impotente e incapaz de construir no ya una alternativa real al régimen capitalista, sino siquiera un movimiento de masas relativamente potente. ¡Y van ya 7 años de tal esperadísima crisis!

En su sempiterna acumulación de fuerzas en la lucha sindical en particular, o reformista en general, subsumen y, en última instancia niegan, al desnaturalizarla convirtiéndola en parodia de lo que fue, la ideología revolucionaria del proletariado: el marxismo.

Por todo esto, nuestra opinión es clara. La vía revolucionaria pasa hoy por la asimilación crítica (o Balance) de toda la experiencia revolucionaria legada por el Ciclo que abrió la revolución de Octubre y la rearticulación política que lleve al proletariado a reconstituirse como clase para sí, es decir, como genuino Partido Comunista. Dicho en otras palabras, hemos de resituar la revolución socialista como horizonte plausible; y esto sólo es verosímil si dotamos a la RPM de un punto de partida más alto, nuevo, tomando como eje la ideología revolucionaria desarrollada a partir de la práctica social pasada. Pues, ¿qué clase de comunismo es ese que nos quiere encerrar en la reivindicación económica, parcial y reformista que nunca trasciende -porque no puede- el orden social capitalista, forma actual de la sociedad clasista?

Las condiciones objetivas para la revolución llevan dadas cerca de un siglo. La tarea imperiosa es, pues, la creación de las condiciones subjetivas que permitan a la humanidad, con el proletariado como avanzadilla, su total e incondicional emancipación.

Nueva Praxis

 

Stalin, clases sociales y restauración del capitalismo

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Introducción

La Revolución de Octubre, realizada por las masas proletarias y campesinas del Imperio Ruso dirigidas por el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique), dio lugar a la implantación de la primera dictadura revolucionaria del proletariado en la historia de la humanidad, exceptuando la breve -tanto espacial como temporalmente- experiencia anterior de la Comuna de París. Además, significó el inicio de la edificación socialista en los antiguos territorios del Imperio de los Zares. Pero la Revolución de 1917 no solo supuso la creación de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, y posteriormente de la URSS, sino que también provocó la escisión del ala revolucionaria de la socialdemocracia internacional que constituiría la Komintern en el año 1919; también marcó el inicio de una serie de revoluciones –en países como Alemania, Hungría, Finlandia, China, Albania, Grecia, Vietnam, etc.- que se alargarían durante todo el siglo XX y que en algunos casos darían lugar a la formación de Estados de dictadura democrático-popular y de Estados de dictadura del proletariado. Durante este período histórico se desarrolló la construcción del socialismo en países como la URSS y China, alcanzando logros tales como la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción, la colectivización del campo, la elevación del nivel de vida de las masas trabajadoras, etc.

Con la Revolución Socialista de Octubre nació todo un ciclo de la Revolución Proletaria Mundial que se extendería durante la mayor parte del siglo pasado. El desarrollo de este ciclo revolucionario no fue lineal, sino que tuvo sus altibajos, sus momentos de ofensiva revolucionaria (que se centran en los periodos posteriores a las dos Guerras Mundiales y en menor medida durante la segunda mitad de la década de los 60) y sus momentos de retroceso, con la toma del poder en los Estados socialistas por parte de los revisionistas, primero en la URSS en el año 1956 y como consecuencia de ello en las democracias populares del Este de Europa, y después en China en 1976, hasta que en 1989-1991 se vendrían abajo los restos de lo que en el pasado fuera el campo socialista. Esto, el derrumbe de lo que antaño fueran Estados socialistas o democrático-populares, sería contemplado por la inmensa mayoría de la vanguardia revolucionaria y de las masas explotadas, con la inestimable colaboración de la burguesía y sus plumíferos, como el final del comunismo, del movimiento político que durante el siglo XX constituía una alternativa real al capitalismo, a la explotación a la cual somete a las masas de trabajadores este sistema, y pondría término al Ciclo revolucionario de Octubre.

Esto enlaza directamente con la situación en la cual nos encontramos los comunistas actualmente, situación en la que el movimiento comunista, salvo excepciones representadas por unos pocos partidos maoístas que han sabido recoger lo mejor de la experiencia del pasado ciclo (aunque también con las limitaciones de esta) y poner en marcha procesos revolucionarios, no es capaz de situarse como faro para los oprimidos del mundo y llevarlos a la toma del poder político en el sendero hacia su emancipación. En este contexto, la tarea de los marxistas-leninistas debe ser la reconstitución del movimiento revolucionario para que el proletariado pueda erigirse en clase dominante (instaurando así su dictadura de clase sobre los explotadores) e iniciar un nuevo ciclo revolucionario, que esta vez sí suponga la liquidación completa del último modo de producción clasista de la historia, que es el capitalismo, y su sustitución por una sociedad que no esté basada en la explotación del ser humano por el ser humano, la sociedad comunista.

Para este objetivo, la reconstitución del movimiento revolucionario del proletariado, es necesario realizar el análisis de la experiencia del movimiento comunista que nos lega la oleada revolucionaria que comenzó en 1917. Una de las cuestiones objeto de análisis cuya importancia es esencial son los factores, causas y condiciones que permitieron que en Estados de dictadura proletaria los representantes de los intereses de clase de la burguesía, los revisionistas, se pudieran hacer con el poder político, acabando con el proceso de edificación de la sociedad comunista y transformando la esencia de clase de estos Estados en su contrario, en Estados de dictadura de la burguesía burocrática.

Para dicha empresa, este texto se centra en el periodo de construcción del socialismo en la URSS y en las concepciones ideológicas imperantes en el Partido Comunista (bolchevique) respecto del significado de la eliminación de la propiedad privada individual sobre los medios de producción y lo que ello suponía, según los dirigentes bolcheviques, para la existencia de clases sociales en la Unión Soviética y las posibilidades de que el proceso hacia la sociedad comunista se revirtiera y el socialismo, la dictadura del proletariado, fuese sustituido por la dictadura burguesa y el modo de producción capitalista.

Stalin y los límites del Ciclo de Octubre

Antes de meternos directamente en la cuestión que motiva este texto, creemos necesario hacer unas aclaraciones respecto a Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin, y el origen de una serie de concepciones ideológicas existentes, no solo en el bolchevismo “staliniano”, sino también en todas las corrientes que rompieron orgánica y políticamente con la socialdemocracia en el período del fin de la I.ª Guerra Mundial y la Revolución de Octubre.

En este artículo emplearemos fundamentalmente artículos, conferencias e informes de Stalin para mostrar las concepciones que defendía el PC(b), pero ello no implica que achaquemos la responsabilidad exclusiva -ni siquiera mayoritaria o determinante- de estas formulaciones a su secretario general. Desde el materialismo histórico no se puede sostener lo que hacen los académicos burgueses y algunas corrientes comunistas que surgieron durante el Ciclo de Octubre, como el trotskismo o el eurocomunismo: achacar el devenir de la historia, el desarrollo político, social o  económico de un país a una sola persona, en este caso concreto a Stalin. Esta posición historiográfica es por completo opuesta al estudio científico de la historia, puesto que sustituye las condiciones materiales que determinan la existencia de clases sociales y la lucha entre estas como el motor del desarrollo histórico por la voluntad de un individuo o una camarilla.

Stalin, que ya poseía una dilatada trayectoria como militante comunista (siendo miembro del POSDR desde el año de su fundación, 1898, y de la fracción bolchevique, también desde su constitución, en 1903), tras la enfermedad y pronto fallecimiento de Lenin asumió la defensa y sistematización del leninismo frente a las desviaciones oportunistas existentes en el seno de los bolcheviques. De este modo supo darle salida a una problemática nueva con la que se encontró la Revolución de Octubre, como fue el hecho de que la revolución no triunfara en ningún otro país y la Unión Soviética quedara aislada a nivel internacional. Este era un problema nuevo al que se tenían que enfrentar los marxistas revolucionarios, ya que hasta ese momento, aunque Lenin ya había esbozado la posibilidad de la construcción del socialismo en un solo país antes de la revolución de 1917 (1), formaba parte de las concepciones teóricas de los marxistas que la revolución triunfaría en varios países. Pero la experiencia práctica demostró, tras el fracaso de las revoluciones que se produjeron en Europa de 1918 a 1923, que esta tesis ya no era válida para la etapa imperialista del modo de producción capitalista. En este contexto, Stalin desarrolló la teoría del socialismo en un solo país, conjugando la posibilidad de construcción del socialismo en un Estado rodeado de países capitalistas con el internacionalismo proletario y estableciendo que el país de dictadura del proletariado debería actuar como base de la Revolución Proletaria Mundial, lo cual supuso una aportación al socialismo científico de importancia fundamental.

En la lucha de líneas que se produjo en los años 20 contra las líneas oportunistas de izquierda y derecha, Stalin defendió la línea marxista-leninista frente a estas desviaciones, lo cual permitió que el proceso de edificación del socialismo continuase adelante en el Estado soviético.

La oposición de izquierda encabezada por Trotski, que se manifestó en el seno del Partido a partir de 1923, y a la que luego se sumarían Zinoviev y Kamenev entre otros, consideraba que en la URSS no era posible la construcción del socialismo por tratarse de un país aislado y atrasado económicamente, llevando la teoría de las fuerzas productivas legada de la socialdemocracia a sus últimas consecuencias. Además, se oponían a la Nueva Política Económica (NEP). Frente a esto, como ya dijimos anteriormente, Stalin desarrolló la teoría del socialismo en un solo país (ya enunciada por Lenin), la cual demostró en la práctica que efectivamente la edificación del socialismo en un solo país, en la Unión Soviética, era posible asegurando la alianza en el marco de la NEP del proletariado soviético con los campesinos, que constituían la mayoría de la población del País de los Soviets.

En los años 1927-1928, con el agotamiento de la NEP se manifestó otra línea oportunista, en este caso de derechas, encabezada por Bujarin. Esta oposición derechista defendía el prolongamiento de la NEP, es decir, la explotación privada por parte de los campesinos sobre la tierra, y propugnaba la construcción del socialismo “a paso de tortuga”, a pesar de la situación a la cual se había llegado a finales de los años 20 en la que existía una gran diferenciación entre clases sociales en el campo y los campesinos ricos estaban especulando con el grano, provocando el desabastecimiento de las zonas urbanas. Ante esta fracción oportunista, la mayoría del PC(b), con Stalin al frente, elaboraron la línea de industrialización y colectivización del campo que permitió eliminar la propiedad privada individual sobre los medios de producción y un desarrollo gigantesco de las fuerzas productivas. Esta política también tuvo una importancia esencial para que la URSS saliese vencedora de la agresión militar más potente de la historia, la que sufriría una década después por parte de la Alemania nazi y sus aliados fascistas.

En lo que atañe a la herencia ideológica del marxismo de la socialdemocracia, como señalábamos al principio de este epígrafe, no solo influenció a Stalin y a sus colaboradores, sino también a todas las organizaciones y tendencias que surgieron mediante la escisión del ala izquierda de la II Internacional. Efectivamente, las corrientes que, como el bolchevismo, terminaron rompiendo con el movimiento socialdemócrata surgieron dentro de la propia socialdemocracia y, aunque se desarrollaron en lucha contra los paradigmas teóricos más degenerados de esta, recibieron inevitablemente su influencia. El partido guía del movimiento marxista era el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que se había constituido mediante la unión de dos corrientes políticas, el lassallismo, ajeno al marxismo, y la corriente eisenachiana, que, aunque influidos por el marxismo, profesaban una  ideología que mezclaba diversas tendencias teóricas. Además, su creación se produjo cuando aún Marx y Engels no habían desarrollado completamente su concepción científica del mundo y parte de sus obras aún no habían salido a la luz. Todo ello contribuyó a que el marxismo del SPD, que a través de este partido se expandiría por el resto de organizaciones socialdemócratas del orbe, y del que fue su principal líder político, Karl Kautski, contuviese en su seno determinados paradigmas ideológicos extraños al socialismo científico y que inevitablemente se reprodujeron en las organizaciones que rompieron con la II Internacional.

Así, una serie de premisas ideológicas cuyos orígenes se remontan a la socialdemocracia y que eran compartidas por la práctica totalidad del movimiento comunista tendrán una influencia negativa para el proceso de edificación del socialismo y facilitarán el camino al revisionismo. Una de estas premisas es la identificación de la propiedad jurídica de los medios de producción con las relaciones sociales de producción, que se plasmaba en la consideración de que, una vez los medios de producción fueran estatalizados, estos pasarían a ser de propiedad de toda la sociedad, obviando las contradicciones existentes en ella y las prácticas burguesas (tales como la división social del trabajo) que se seguían reproduciendo en las unidades de producción. Esto llevaba aparejado que, tras la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción, se considerase que desaparecerían las clases sociales antagónicas y la tarea primordial pasaría a ser la del desarrollo de las fuerzas productivas para alcanzar el comunismo.

Así, por ejemplo, Trotski, que nos es presentado por los intelectuales burgueses y por los propios trotskistas como el personaje antagónico de Stalin, defendía estas mismas premisas ideológicas, y en el caso de la teoría de las fuerzas productivas incluso la llevaba a sus límites extremos, como ya hemos mencionado antes respecto a las posibilidades de construcción del socialismo en un solo país. Trotski, al igual que el PC(b) de Stalin (como tendremos ocasión de ver en el siguiente epígrafe), consideraba que la eliminación de la propiedad privada individual sobre los medios de producción llevaba aparejada la inexistencia de burguesía y de clases antagónicas en la sociedad soviética (2). En su famosa obra titulada La revolución traicionada, el ucraniano, mencionando las clases y capas sociales existentes en la URSS a mediados de los años 30, afirmaba: “el proletariado soviético existe aún como clase, profundamente distinto al campesinado, a los técnicos intelectuales y a la burocracia;”. Como se ve en la cita, Trotski no menciona la existencia de burguesía –en otros fragmentos de la obra afirma directamente su inexistencia-, de lo que habla es de una burocracia que según él era el “grupo dirigente” en la URSS, pero a este grupo (la burocracia) no lo consideraba una clase social, sino una capa social. A pesar de que afirmaba que la burocracia dirigía a la Unión Soviética, al mismo tiempo defendía que esta seguía siendo un Estado obrero por “la nacionalización del suelo, de los medios de producción, de los transportes y de los cambios, así como el monopolio del comercio exterior”. Aquí se observa la plena identificación de Trotski con la tesis que equipara las relaciones jurídicas de propiedad con las relaciones de producción, ya que en base a su visión, pese a que el poder en la URSS no estaba en manos del proletariado sino de una burocracia usurpadora, el país soviético mantenía su esencia de clase proletaria por el hecho de que los medios de producción eran de propiedad estatal (por cierto, tesis muy similar a la que defienden hoy en día los revisionistas que provienen del campo prosoviético para el periodo post-XX Congreso).

Por último, para contextualizar las concepciones teóricas dominantes en el Partido Comunista (bolchevique) de la URSS hay que sumarle a las limitaciones ideológicas heredadas por el marxismo de la II Internacional que acabamos de mencionar, el hecho de que el proceso soviético fue la primera experiencia de construcción del socialismo en la historia. Los bolcheviques, tras la conquista del poder político por la clase obrera y el establecimiento de su dictadura revolucionaria de clase, se enfrentaban a problemas enteramente nuevos, a cuestiones que nunca antes les fueron planteadas a ningún grupo de personas en la historia de la humanidad, temas sobre los que no existía práctica anterior de la que poder extraer lecciones para desarrollar el proceso con mayores garantías de éxito. Y tampoco se pueden olvidar los límites materiales a los que se enfrentaban los comunistas soviéticos al producirse la revolución en un país atrasado económicamente, donde la mayoría de la población era aún campesina, es decir, pequeñoburguesa, donde todavía existían relaciones de producción feudales en zonas rurales; un país que había acabado destruido tras tres años de guerra imperialista y tres años de guerra civil e intervención imperialista, etc. Por todos estos motivos, el desenlace del primer proceso de edificación del comunismo fue, en gran medida, lógico.

Sin embargo, en la actualidad los marxistas-leninistas, a diferencia de los bolcheviques, poseemos un rico bagaje histórico de construcción del socialismo en la URSS y en otros países como China. Por eso, el balance de estas experiencias es una tarea esencial para que los comunistas podamos emprender en el futuro el camino liberador de la humanidad en una posición cualitativamente superior a la de nuestros camaradas durante el primer ciclo revolucionario.

Clases sociales en el socialismo y posibilidades de restauración del capitalismo

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A finales de los años 20 se inició la ofensiva en la Unión Soviética contra los kulaks (los campesinos ricos), desarrollándose en este periodo una enconada lucha de clases en el campo que se podría calificar prácticamente de guerra civil. Ante las medidas tomadas por el Estado soviético contra los kulaks para evitar la especulación que llevaban a cabo y el desabastecimiento de las ciudades que producía esta actividad, estos reaccionaron con la quema de las cosechas, el sacrificio de los animales y el asesinato de dirigentes políticos. A la vez, comenzaron a crearse las primeras granjas de propiedad colectiva (los koljóses) y de propiedad estatal (los sovjóses). Ambas formas de propiedad se irían extendiendo durante los primeros años de la década de los 30, de forma no equilibrada ya que los koljóses constituirían una inmensa mayoría frente a los sovjóses, hasta eliminar por completo el usufructo privado individual sobre la tierra (la propiedad de la misma correspondía al Estado desde 1917) y la propiedad privada individual sobre los instrumentos de trabajo, terminando con el último reducto de la propiedad jurídica individual que existía en la URSS.

Basándose en la identificación entre las relaciones de producción y las formas jurídicas de propiedad (o lo que es lo mismo, entre estatalización y socialización de los medios de producción en el marco de un Estado obrero), los comunistas soviéticos declararían, una vez colectivizado el campo y liquidado el kulak como clase, que en la URSS ya no existían clases sociales antagónicas, lo que suponía que ya no existía posibilidad de restauración del capitalismo desde el interior del país (solo se reconocía la posibilidad mediante una agresión imperialista). Además, considerarían que la tarea fundamental pasaba a ser el desarrollo de las fuerzas productivas para alcanzar la sociedad comunista. (3)

Durante el periodo en el que se inició la colectivización del campo, Stalin manifestaba que con esta ofensiva contra la propiedad individual en la agricultura se ponía fin a la última posibilidad de restauración del capitalismo en el País de los Soviets. Así, a principios del año 1928 declaraba en una serie de intervenciones que fueron recogidas en el artículo Los acopios de cereales y las perspectivas de desarrollo de la agricultura:

“Lenin dice que, mientras en el país predomine la hacienda campesina individual, que engendra capitalistas y capitalismo, existirá el peligro de restauración del capitalismo. Se comprende que, mientras exista dicho peligro, no se puede hablar en serio de la victoria de la edificación socialista en nuestro país.

Por tanto, para la consolidación del régimen soviético y la victoria de la edificación socialista en nuestro país no basta, ni mucho menos, con la socialización de la industria y nada más. Para ello es necesario pasar de la socialización de la industria a la socialización de toda la agricultura.

¿Y qué significa esto?

[…]

Esto significa, en tercer lugar, suprimir las fuentes que dan origen a los capitalistas y al capitalismo y acabar con la posibilidad de restauración del capitalismo”.

Pero fue en esta época cuando se manifestó en el seno del Partido la línea oportunista de derechas, encabezada por Bujarin, Rykov y Tomski, quienes se oponían a la línea de colectivización en la agricultura. En la lucha contra esta línea, Stalin declaró en varias ocasiones que el triunfo de la misma en el PC(b) supondría aumentar las posibilidades de restauración del capitalismo en la Unión Soviética, puesto que los partidarios de esta oposición derechista defendían el mantenimiento de la propiedad privada individual en el campo. Es decir, en esta época aún se tenía en cuenta la posibilidad de la restauración capitalista desde el interior. Así, en el artículo Sobre el peligro de derecha en el PC(b) de la URSS, Stalin sostenía:

“El triunfo de la desviación de derecha en nuestro Partido supondría un fortalecimiento enorme de los elementos capitalistas en nuestro país. ¿Y qué significa fortalecer los elementos capitalistas en nuestro país? Significa debilitar la dictadura del proletariado y acrecer las posibilidades de restauración del capitalismo.

Por tanto, el triunfo de la desviación de derecha en nuestro partido significaría el desarrollo de las condiciones necesarias para la restauración del capitalismo en nuestro país.

¿Existen en nuestro país, en el País Soviético, condiciones que hagan posible la restauración del capitalismo? Sí, existen. Tal vez eso parezca extraño, pero es un hecho, camaradas. Hemos derrocado el capitalismo, hemos implantado la dictadura del proletariado y desarrollamos a ritmo acelerado nuestra industria socialista, ligando a ella la economía campesina. Pero aún no hemos extirpado las raíces del capitalismo. ¿Dónde anidan estas raíces? Anidan en la producción mercantil, en la pequeña producción de la ciudad y, sobre todo, del campo”.

Ambas concepciones (que la colectivización ponía fin a las últimas posibilidades de regresar al capitalismo y que la victoria de la línea derechista aumentaría las posibilidades de que esto ocurriera), las seguiría expresando en el futuro en varios artículos, como por ejemplo en El año del gran viraje (1929):

“Se hunde y se hace añicos la última esperanza de los capitalistas de todos los países, que sueñan con restaurar en la URSS el capitalismo, el ‘sacrosanto principio de la propiedad privada’. Los campesinos, en quienes ven un material que abona el terreno para el capitalismo, abandonan en masa la tan ensalzada bandera de la ‘propiedad privada’ y pasan al cauce del colectivismo, al cauce del socialismo. Se hunde la última esperanza de restauración del capitalismo”.

O en el Informe político del Comité Central ante el XVI Congreso del PC(b) de la URSS de 1930:

“No cabe duda de que la victoria de la desviación de derecha en nuestra Partido significaría desarmar por completo a la clase obrera, armar a los elementos capitalistas en el campo y aumentar las posibilidades de restauración del capitalismo en la URSS”.

De esta forma, para Stalin y el PC(b) la única base material existente en la URSS de finales de la década de los 20 para la restauración interna del capitalismo era la existencia de la pequeña propiedad en el campo, que aún pervivía. A su vez, la manifestación en el seno del PC(b) de la línea derechista liderada por Bujarin aumentaría las posibilidades de que se restaurase el capitalismo en caso de que esta fracción oportunista triunfase en el Partido.

Pero esta concepción comenzará a cambiar en los años 1933-1934, cuando se ha realizado ya lo fundamental de la colectivización y la oposición de derechas ha sido ya derrotada. Así, a principios de 1933, Stalin, haciendo balance de la aplicación del primer plan quinquenal (1928-1932) en el Pleno conjunto del CC y de la CCC del PC(b) de la URSS, dirá respecto de la cuestión kulak: “el Partido ha conseguido que los kulaks hayan sido derrotados como clase, aunque no estén aún del todo rematados”.

A partir de esta época, al liquidarse las últimas supervivencias de la propiedad privada individual y como consecuencia de la reducción del problema de la propiedad de los medios de producción a una cuestión puramente formal, es decir, quedándose en la superficie, en la forma jurídica, sin entrar en la práctica real de las relaciones sociales en el proceso de producción, se consideran eliminadas las clases sociales antagónicas del proletariado y de los campesinos koljosianos en el sistema de producción y distribución de la Unión Soviética. De aquí en adelante solo se contempla la existencia de restos, residuos de las clases sociales ya derrotadas y, por este motivo, el PC(b) considera que aún pervive la lucha de clases en el interior de la sociedad soviética y que incluso se incrementa a medida que las clases explotadoras van llegando a su fin mediante la realización por estas de actos de sabotaje, robo, etc., contra la propiedad estatal. (4)

Un año después, en enero de 1934, en el Informe ante el XVII Congreso del partido acerca de la actividad del CC del PC(b) de la URSS, Stalin reafirma lo expuesto el año anterior:

“En resumen, tenemos:

a) Un poderoso ascenso de la producción, tanto en la industria como en las ramas principales de la agricultura.

b) La victoria definitiva, basada en este ascenso, del sistema económico socialista sobre el sistema capitalista, tanto en la industria como en la agricultura; la transformación del sistema socialista en sistema único de toda la economía nacional; el desplazamiento de los elementos capitalistas de todas las esferas de la economía nacional.

[…]

Con la liquidación de las clases parasitarias ha desaparecido la explotación del hombre por el hombre”.

Para 1936, con motivo de la elaboración de la nueva Constitución de la URSS (que sustituye a la de 1924), en el Informe sobre el proyecto de Constitución de la URSS presentado por Stalin ante el VIII Congreso Extraordinario de los Soviets, el georgiano afirma que ya no existen clases antagónicas y solo perviven la clase obrera, el campesinado y los intelectuales:

“La clase de los terratenientes, como es sabido, fue ya suprimida gracias a la victoria obtenida en la guerra civil. En lo que respecta a las demás clases explotadoras, han compartido la suerte de la clase de los terratenientes. Ya no existe la clase de los capitalistas en la esfera de la industria. Ya no existe la clase de los kulaks en la esfera de la agricultura. Ya no hay comerciantes y especuladores en la esfera de la circulación de mercancías. Todas las clases explotadoras han sido, pues, suprimidas.

Queda la clase obrera.

Queda la clase campesina.

Quedan los intelectuales”.

Más adelante, tras mencionar los cambios sufridos por las dos clases sociales que se reconoce que existen en la URSS (clase obrera y campesinado), y por la capa social de los intelectuales, Stalin sostiene que las diferencias entre ellas se están diluyendo:

“¿Qué evidencian estos cambios?

Evidencian, en primer lugar, que las líneas divisorias entre la clase obrera y los campesinos, así como entre estas clases y los intelectuales, se están borrando, y que está desapareciendo el viejo exclusivismo de clase. Esto significa que la distancia entre estos grupos sociales se acorta cada vez más.

Evidencian, en segundo lugar, que las contradicciones económicas entre estos grupos sociales desaparecen, se borran.

Evidencian, por último, que desaparecen y se borran, igualmente, sus contradicciones políticas”.

Y reafirmando lo anteriormente expuesto:

“A diferencia de las constituciones burguesas, el proyecto de la nueva Constitución de la URSS parte de la premisa de que en la sociedad no hay ya clases antagónicas; de que la sociedad se compone de dos clases amigas: la de los obreros y la de los campesinos; de que precisamente estas clases trabajadoras son las que están en el Poder; de que la dirección estatal de la sociedad (dictadura) se halla en manos de la clase obrera, la clase de vanguardia de la sociedad; de que la Constitución es necesaria para consolidar el orden social deseable y beneficioso para los trabajadores”.

De esta forma, en 1936 se sostiene de modo tajante que en la Unión Soviética ya no existen clases sociales antagónicas. Se considera que solo existen dos clases sociales amigas formadas por los obreros y los campesinos y por una capa social, los intelectuales, que sirve a los intereses de los obreros y campesinos y cuyo origen social, en su inmensa mayoría, se encuentra en la clase obrera y el campesinado. Además, se sostiene que las diferencias entre todas ellas están desapareciendo.

Esta tesis (la de la inexistencia de clases antagónicas) se deriva de la consideración de que la expropiación de la burguesía conlleva aparejada su inexistencia (solo quedan, según la concepción bolchevique en los años 30, restos, elementos que lo fueron en el pasado cuando aún existía la propiedad privada individual) y que ya no existen en la base material de la URSS de esa época elementos que puedan permitir la reproducción de la clase burguesa, puesto que la única condición que concebían para ello era la existencia de propiedad privada individual sobre los medios de producción, que ya había sido eliminada con el proceso de colectivización agraria y de industrialización.

Esto, en última instancia, suponía una negación de la teoría marxista del Estado al defender la existencia del mismo cuando se sostenía que ya no había clases antagonistas, clases sociales a las que reprimir. El Estado surge como consecuencia de la división de la sociedad en clases, clases que tienen intereses enfrentados, y por eso la clase dominante necesita dotarse de una maquinaria estatal, con sus aparatos ideológicos y represivos, para garantizar su posición dominante en la sociedad. Cuando las clases antagónicas desaparecen, cuando ya no hay nadie a quien reprimir en la sociedad, el Estado no tiene razón de ser y se extingue; se llega, por tanto, a la sociedad comunista, la sociedad sin clases y sin Estado. En esta época aún existía a quien reprimir según el PC(b), porque, como veremos a continuación, se habla de restos de las clases explotadoras pero, cuando se afirme que estas están eliminadas por completo en 1939 tras el periodo de las purgas, se seguirá defendiendo la necesidad del  Estado solamente por los factores externos, revisando así la dialéctica, que muestra que lo externo solo se puede manifestar a través de lo interno. Así se abjura de la tesis marxista del Estado y se sostiene que solo existen dos clases sociales y una capa social amigas, que colaboran entre ellas, que desaparecen las diferencias que existen entre las mismas y que no hay nadie a quien reprimir en el interior de la sociedad soviética, pero aun así se mantiene el aparato estatal, no estando este en proceso gradual de extinción.

A pesar de que se defiende por parte de Stalin y el PC(b) que ya no existen clases sociales antagónicas en el país soviético desde mediados de la década de los 30, se sigue afirmando la existencia de lucha de clases contra los residuos de las antiguas clases opresoras en el periodo inmediatamente posterior a esta fecha. Esto se debe a que en el propio año 1936 comienza el periodo de las grandes purgas que se extenderá hasta 1939. De esta forma vuelve a aparecer la teoría de la agudización de las lucha de clases en el conflicto contra los restos de las clases sociales ya derrotadas, que en este caso se dice que cuentan con  el apoyo de las potencias imperialistas –no en vano los acusados durante las purgas lo serán, entre otras cosas, de ser agentes al servicio de estas potencias-. Esto se produce en un contexto de agudización del conflicto interimperialista y del asedio contra la URSS por parte del imperialismo en los años 30 debido a la política exterior de la Alemania nazi y de sus aliados italianos y japoneses. Por eso la purga se concibe como una limpieza de la retaguardia en previsión de una futura agresión exterior, que, como veremos un poco más adelante, se plantea como la única fuente de las posibilidades de restauración capitalista. Así lo explica Stalin en su informe presentado en el pleno del CC del PC(b) de febrero de 1937, titulado Sobre los defectos del trabajo del partido y las medidas para la liquidación de los trotskistas:

“Hay que demoler y tirar por la borda, la teoría podrida según la cual la lucha de clases se extinguiría a medida de nuestros pasos hacia adelante, que el enemigo de clase se domesticará a medida de nuestros éxitos.

No es solamente una teoría podrida sino también una teoría peligrosa, pues ella adormece a nuestros hombres, los hace caer en la trampa y permite al enemigo restablecerse, para la lucha contra el poder de los soviets.

Por el contrario, cuanto más avancemos, cuantos más éxitos realicemos, tanto más grande será el furor de los restos de las clases explotadoras en derrota, tanto más recurrirán a formas de lucha más agudas, más dañarán al Estado soviético, más se aferrarán a los procedimientos de lucha más desesperados, como último recurso de hombres condenados al fracaso”.

Y acto seguido Stalin recuerda el apoyo exterior directo de los Estados capitalistas que tienen estos restos de las clases explotadoras (en otros fragmentos del informe los califica de espías que trabajan para los servicios secretos de los Estados imperialistas):

“No hay que olvidarse que los restos de las clases derrotadas en la URSS no están solas. Ellas gozan del apoyo directo de nuestros enemigos, más allá de las fronteras de la Unión Soviética”.

En 1938, Stalin responde a una carta que le envió un militante de las juventudes del Partido (Komsomol), llamado Ivanov (se conoce como la Carta a Ivanov), quien le había planteado la cuestión de si el triunfo del socialismo era definitivo en la URSS o no debido a la posibilidad de agresión exterior por parte de los Estados capitalistas. En la respuesta, Stalin comenta lo siguiente:

“Esta es la situación con respecto a la cuestión de la victoria del socialismo en un solo país.

Se deduce que esta cuestión contiene dos problemas diferentes:

a) el problema de las relaciones internas de nuestro país, o sea, el problema de la victoria sobre nuestra burguesía y la edificación del socialismo integral;

b) el problema de las relaciones externas de nuestro país, o sea, el problema de la plena garantía de nuestro país contra los peligros de una intervención militar y de restauración.

El primer problema ya ha sido resuelto, ya que nuestra burguesía se ha liquidado y el socialismo se ha ya edificado esencialmente. A esto lo llamamos victoria del socialismo o, más exactamente, victoria de la edificación socialista en un solo país. Nosotros podríamos decir que nuestra victoria es definitiva si nuestro país estuviera en una isla y si alrededor de él no hubiera numerosos países, países capitalistas. Y debido a que no vivimos en una isla sino en un “sistema de estados” del cual una parte considerable es hostil al país del socialismo, creando así el peligro de una intervención y una restauración, nosotros decimos abiertamente y honestamente que la victoria del socialismo en nuestro país no es todavía definitiva. De aquí se deduce que el segundo problema no está todavía resuelto y que hará falta resolverlo”.

De esta forma Stalin excluye la posibilidad de una restauración interna del capitalismo, arguyendo que la victoria sería definitiva si no existiese el cerco capitalista que mantiene el peligro de intervención extranjera. Por ello, solo contempla la posibilidad de que dicha restauración se produzca a través de una agresión militar por parte de las potencias burguesas contra el País de los Soviets. Desde luego en esa época este era un peligro muy latente. De hecho, tan solo tres años después la URSS sufriría la agresión imperialista de la Alemania nazi. Sin embargo, la restauración del capitalismo en el Estado soviético no provendrá del exterior, sino que procederá del interior.

Para 1939, cuando el periodo de la grandes purgas ha llegado a su final, en el Informe ante el XVIII Congreso del partido sobre la labor del CC del PC(b) de la URSS, Stalin, haciendo referencia a los cambios producidos en las Unión Soviética en el periodo que va desde el anterior Congreso (el XVII, celebrado en 1934) hasta la fecha, defiende que los restos de las clases explotadoras ya han sido eliminados por completo, como consecuencia de las purgas producidas entre los años 1936-1939, e insiste en la idea de la unión entre las clases existentes en el País Soviético:

“En el terreno del desarrollo social y político del país, debe ser considerada como la conquista más importante lograda durante el período que abarca el informe, la liquidación completa de los residuos de las clases explotadoras, la cohesión de los obreros, campesinos e intelectuales en un solo frente común de trabajo […]”.

En concordancia con esto, con el hecho de la eliminación completa de los restos de las clases explotadoras y como consecuencia de ello, más adelante el revolucionario postula la inexistencia de lucha entre clases sociales en el interior de la sociedad soviética. Asimismo, insiste en que las clases que aún existen colaboran entre ellas:

“La peculiaridad de la sociedad soviética del período actual, a diferencia de cualquier sociedad capitalista, estriba en que en ella no existen ya clases antagónicas, hostiles; las clases explotadoras han sido liquidadas, y los obreros, campesinos e intelectuales, que constituyen la sociedad soviética, viven y trabajan sobre la base de los principios de colaboración fraternal […] la sociedad soviética, liberada del yugo de la explotación, no conoce estas contradicciones, está libre de choques de clases […]”.

En el mismo informe, Stalin plantea que algunas tesis marxianas sobre el Estado son insuficientes e incompletas, y así justifica la existencia del aparato estatal en la URSS, ante las dudas de militantes del Partido que consideran que el Estado debería ir debilitándose al no existir ya, según las concepciones dominantes en la formación ideológica bolchevique de la época, nadie a quien reprimir en el interior de la sociedad soviética, basándose para ello en la existencia de Estados capitalistas que envían espías y saboteadores al país soviético y que pueden lanzar una ofensiva militar contra el mismo:

“Estas preguntas revelan, no sólo que se da menos importancia de la debida al hecho del cerco imperialista; revelan también que se desconoce el papel y la importancia de los Estados burgueses y de sus órganos, que envían a nuestro país espías, asesinos y saboteadores y que aguardan la ocasión para atacarlo militarmente; asimismo, revelan que se menosprecia el papel y la importancia de nuestro Estado socialista y de sus órganos militares, de sanción y de contraespionaje, necesarios para defender el país del socialismo contra un ataque del exterior”.

Posteriormente explica las funciones del Estado soviético, que ya no son las de represión interna sino solamente externa, contra las potencias imperialistas y sus agentes:

“Ha desaparecido, se ha extinguido la función de aplastamiento militar dentro del país, porque la explotación ha sido suprimida, ya no existen explotadores y no hay ya a quién aplastar. En el lugar de la función de represión, surgió la función, para el Estado, de salvaguardar la propiedad socialista contra los ladrones y dilapidadores de los bienes del pueblo. Se ha mantenido plenamente la función de defensa militar del país contra ataques del exterior; por consiguiente, se ha mantenido también el Ejército Rojo, la Marina Roja de Guerra, lo mismo que los organismos de sanción y de contraespionaje, necesarios para capturar y castigar a los espías, asesinos, saboteadores, que los servicios de espionaje extranjeros envían a nuestro país. Ahora, la tarea fundamental de nuestro Estado, dentro del país, consiste en desplegar el trabajo pacífico de organización económica y de educación cultural. En lo que se refiere a nuestro Ejército, a los organismos de sanción y contraespionaje, éstos van dirigidos, no ya contra el interior del país, sino contra el exterior, contra los enemigos exteriores”.

Se comprueba cómo Stalin y el PC(b) acaban rechazando las causas internas como causa principal para la existencia del Estado. Tanto es así, que Stalin incluso termina por plantear la posibilidad de existencia del Estado en la sociedad comunista si pervive el cerco capitalista, profundizando en la revisión de la tesis marxista del Estado:

“Seguimos avanzando, hacia el comunismo. ¿Se mantendrá en nuestro país el Estado también durante el período del comunismo?

Sí, se mantendrá, si no se liquida el cerco capitalista, si no se suprime el peligro de un ataque armado del exterior. Claro está que, en este caso, las formas de nuestro Estado volverán a modificarse, con arreglo al cambio de la situación interior y exterior.

No, no se mantendrá y se extinguirá, si el cerco capitalista se liquida, si lo sustituye un cerco socialista”.

Consecuencias para la edificación del comunismo

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Cuando aún existía propiedad privada individual sobre los medios de producción en la URSS, es decir, en la década de los 20, los comunistas no se encontraban desarmados para librar y desarrollar la lucha de clases en el camino hacia el comunismo. Durante esta época la lucha de clases se realizó de forma correcta en lo esencial, pues lo principal era acabar con la propiedad privada individual. Pero cuando esto se alcanza a principios de los años 30 tras la industrialización y la colectivización, con la consiguiente eliminación como clase de los nepman y los kulaks, y como consecuencia de la equiparación de forma de propiedad con relaciones de producción, los bolcheviques consideraron que ya no existían clases sociales antagónicas en la sociedad soviética y que el peligro de restauración únicamente provenía del exterior la situación cambió. Todo ello provocó que el PC(b) no estuviese preparado para luchar contra la nueva clase burguesa que emergió y se desarrolló al calor de la edificación socialista.

Efectivamente, en el socialismo continúan existiendo las condiciones que permiten la reproducción de las clases sociales, puesto que siguen existiendo la división social del trabajo (5) y el trabajo asalariado. Como consecuencia de la pervivencia de la división del trabajo, los productores directos en cada unidad de producción siguen inmersos en la misma división entre trabajo manual y trabajo intelectual, ente funciones de dirección del proceso productivo y funciones de ejecución del mismo, que bajo el modo de producción capitalista (hay que tener presente que el socialismo no es un modo de producción, sino una etapa de transición entre dos modos de producción, el capitalista y el comunista, que conjuga características y elementos de ambos). Esto da lugar a que entre la capa dirigente, entre los trabajadores intelectuales, que se encuentran en el aparato estatal realizando tareas de dirección y organización (cuadros vinculados tanto al Partido como al Estado, directores de unidades de producción, ingenieros, técnicos, etc.) y que perciben unos salarios considerablemente más altos que los que obtienen los obreros manuales, apropiándose de una fracción del plustrabajo creada por estos últimos, surjan individuos que componen una nueva burguesía, que en este caso adopta una forma burocrática, al hallarse sus miembros en los puestos de dirección del aparato administrativo, productivo y distributivo del Estado.

La agravación de la diferencia entre estos estratos sociales, los trabajadores intelectuales y los trabajadores manuales, se profundizó en el Estado soviético porque desde un principio se tuvo que recurrir a los especialistas burgueses (ingenieros, administradores y técnicos) para poner en marcha el proceso de producción y distribución, al ser estos los únicos que dominaban la técnica y poseían los conocimientos necesarios para ello. Es decir, los puestos de trabajadores intelectuales fueron ocupados por miembros de la antigua burguesía y, para conseguir que aceptasen trabajar para el Estado proletario, fue necesario retribuirles de una forma elevada, estableciéndose como consecuencia de ello una escala salarial bastante abierta (un decreto de febrero de 1919 fijaba un salario mínimo de 600 rublos y uno máximo de 3000), transfiriendo así parte de la plusvalía creada por los obreros manuales a los trabajadores intelectuales. Lenin y los bolcheviques concebían dicha medida como algo impuesto por las condiciones y como un paso atrás necesario contrario a los principios del Estado-comuna, enunciados por él mismo en las Tesis de Abril y El Estado y la Revolución (6), aunque existió una importante oposición a estas medidas en el seno del PC(b) representadas por los “comunistas de izquierda”, primero, y por la “oposición obrera”, después.

Además, a la par que se recurría a los especialistas burgueses para desempeñar los puestos de trabajo intelectual, se empezaba a dibujar el sistema de dirección en las unidades de producción que prevalecería en el futuro en la Unión Soviética. Por un decreto de marzo de 1918 –hasta ese momento se empleaba la dirección colegiada- se establecía un sistema de dirección única en las empresas elegida por arriba, es decir, por los órganos superiores de administración económica, los Glavk, que eran los órganos que dirigían las distintas ramas de la industria y formaban parte del VNSJ (Consejo Superior de Economía Nacional), sin ninguna participación de las masas obreras en la elección. Este sistema consistía en el nombramiento por estos órganos superiores de dos directores, uno administrativo y otro técnico. Solo en el caso del primer director, el administrativo, podía ser su actividad controlada en parte por los consejos de fábrica; el director técnico dependía en sus tareas de forma exclusiva de los órganos superiores de dirección económica. Estos directores también eran nombrados de entre los especialistas burgueses, en muchos casos entre los antiguos patronos.

De 1918 a 1920 el sistema de gestión de las unidades productivas se convertirá en una dirección unipersonal progresivamente (7). De esta forma, estos directores adquirirán más poderes y, como consecuencia de ello, los consejos de fábrica verán reducidas sus funciones de control cada vez más (en el IX Congreso de 1920 se establece que estos deben dedicarse exclusivamente a la disciplina del trabajo, propaganda y educación de los obreros), por lo que los proletarios quedan excluidos de cualquier participación en la dirección del proceso productivo.

Pero estas medidas, que en un primer momento se adoptaron de forma provisional y reconociendo abiertamente que suponían un retroceso necesario, acabarían consolidándose con el paso del tiempo. Aunque el origen social de los trabajadores intelectuales cambiaría en el transcurso del proceso de construcción del socialismo (dejarían de ser antiguos especialistas burgueses para pasar a ser mayoritariamente de procedencia obrera), las medidas adoptadas en los primeros años de la Rusia soviética se mantendrían, tanto la dirección única de las unidades de producción como los salarios elevados para los que desempeñaban trabajo intelectual.

Durante los años 20 existieron tentativas que buscaron la participación de las masas de trabajadores en la dirección de las empresas y en el control de la actividad de sus directores. En 1924,  el PC(b) aprobó la celebración de conferencias de producción en las que los obreros examinarían lo relativo al proceso de producción y sus resultados. Pero en la práctica su aplicación se encontró con la oposición de los dirigentes de las empresas, que provocó que casi no se llevaran a cabo estas reuniones en los años siguientes. En 1928 se produjo desde la dirección del PC(b), encabezada por Stalin, una crítica contra la burocratización de los cuadros, no solo contra los de procedencia burguesa sino también contra los de origen obrero, y una llamada a la crítica desde la base contra estos. Esto daría lugar a la lucha y la crítica de masas en las conferencias de producción por parte de los obreros contra los dirigentes de las unidades de producción y el resto de trabajadores intelectuales, pero, al no estar dirigida correctamente por el Partido, el movimiento se iría diluyendo sin llevar aparejado ninguna transformación en las relaciones de dirección y gestión en las unidades productivas.

Al contrario, el fracaso de estos intentos tendría como consecuencia el reforzamiento de la posición de los directores de las empresas que verían incrementados sus poderes de dirección y organización del proceso productivo, todo ello sin la intervención de ningún organismo externo (sindicatos o comités del Partido). Esta fue una situación ligada al contexto en que tuvo lugar, puesto que a fines de los años 20 la URSS estaba inmersa en el proceso de industrialización, lo que provocó que los intereses de esta acabaran prevaleciendo frente a la transformación de las relaciones de producción, cuestión que quedó relegada.

Estos hechos acaecidos durante los años 20 muestran el conflicto existente entre los trabajadores manuales, los productores directos, frente a los trabajadores intelectuales, entre los cuales surgían los elementos que formaban la naciente burguesía burocrática. Conflicto que se manifestaba también en el seno del Partido Comunista (bolchevique) y que explica los cambios contradictorios que sufría la política directiva de los bolcheviques sobre esta cuestión: a la vez que se defendía la participación y control por parte de los obreros en el proceso de producción, se tomaban medidas que fortalecían la posición de los directores de unidades de producción y del resto del personal dedicado a funciones de dirección del proceso.

Con la industrialización se reforzó el rol asignado al desarrollo de las fuerzas productivas y, junto a  ello, el papel de los cuadros. Así, en 1931, Stalin, en su discurso en la primera conferencia de trabajadores de la industria socialista titulado Las tareas de los dirigentes de la economía, expone el principio de que “la técnica, en el período de reestructuración, lo decide todo”, que suponía en la práctica que quienes lo decidían todo eran los que dominaban la técnica, es decir, los trabajadores intelectuales. En coherencia con esto, a mediados de la misma década la consigna se transforma en “los cuadros lo deciden todo”, que enuncia en su Discurso pronunciado en el Palacio del Kremlin ante la promoción de mandos salidos de las academias del Ejército Rojo. Estos principios acentuaban  la división social del trabajo existente en la sociedad soviética e impedían la transformación de las relaciones sociales necesaria para acabar con la división entre trabajo manual e intelectual. Y, como consecuencia de lo anterior, los elementos que constituían la burguesía burocrática embrionaria adquirían más poder e iban asentando progresivamente su posición en el aparato estatal de la URSS.

Por esa época se consideraba que la supresión de la división social del trabajo se produciría por el ascenso cultural y técnico de la clase obrera, por su instrucción. Con este motivo los incentivos materiales se concebían como una forma de promover la instrucción técnica de los obreros (8), lo cual significaba dividir a la clase obrera, crear diferenciaciones en su seno que objetivamente beneficiaban a la burguesía burocrática. En la práctica, la defensa del ascenso cultural y técnico de los obreros no suponía ninguna participación de las masas obreras en la gestión y dirección del proceso de producción ni la realización de trabajo manual por parte de los directores, ingenieros y técnicos, de los trabajadores intelectuales, cuestiones necesarias para la transformación real de las relaciones sociales de producción que permita la eliminación de la división entre trabajo intelectual y trabajo manual. (9)

En este contexto, los elementos que conformaban la burguesía burocrática iban escalando posiciones en el Estado soviético, y lo mismo hacían sus representantes en el Partido, los revisionistas. Dicha labor era facilitada por las concepciones ideológicas dominantes en el PC(b) al considerar que ya no existían clases sociales antagónicas en la Unión Soviética, que la sociedad soviética estaba formada por dos clases (obreros y campesinos) y una capa (intelectuales) social amigas y que, por ende, tampoco existía posibilidad alguna de restauración del capitalismo desde el interior, sino solo desde el exterior. (10)

Al no ser comprendidas las contradicciones existentes en la realidad social de la Unión Soviética por parte de los bolcheviques (y, por tanto, no poder luchar contra sus causas), la burguesía burocrática no hallaba obstáculos para desarrollarse en dicho contexto. Aunque no podía hacerse de momento con el poder político en el Estado soviético, al encontrarse aún comunistas en su dirección encabezados por Stalin, sí tenía la capacidad para ir haciéndose con parcelas de poder. Las purgas de los años 30, que eran concebidas como una lucha contra restos de las clases explotadoras que actuaban como agentes del imperialismo, afectaron a elementos que formaban parte de la burguesía estatal, junto con otros que nada tenían que ver con ella. Pero dicha represión no atacaba ni se dirigía en absoluto contra los factores que permitían la existencia de esta clase social, que permitían su reproducción en las condiciones materiales de la URSS, por lo cual no fue ningún impedimento para su existencia y su progresiva conquista de posiciones en el aparato estatal soviético.

Como ya hemos señalado en el epígrafe anterior, para estas fechas la única posibilidad de restauración del capitalismo en la Unión Soviética era concebida mediante una agresión militar proveniente del exterior. Y, por supuesto, esta era una posibilidad real y un peligro latente en la década de los 30 que se materializó con la Operación Barbarroja emprendida por la Alemania nazi, en colaboración con sus aliados, en el año 1941. La URSS, aunque sufrió unas pérdidas humanas y materiales tremendas, salió vencedora de este enfrentamiento militar. Sin embargo, el proceso de restauración capitalista se realizaría desde el interior del Partido y del Estado por parte de la burguesía estatal y de sus representantes en el seno del PC(b), y no a través de ninguna agresión externa.

Por esa misma época, cuando se consideraba por parte de la dirección soviética que ya no había clases sociales antagónicas en la URSS, así como tampoco posibilidad de restauración interna del capitalismo, y que comenzaba el periodo de transición gradual del socialismo al comunismo (11), individuos como Kruschev, Mikoyan o Shvernik ya ocupaban su puesto en el Politburó, y otros como Kosygin, Suslov -considerado el teórico del PCUS revisionista- o Kuusinen en el Comité Central del PC(b). Todos ellos tendrían un papel fundamental en el proceso de restauración capitalista en la Unión Soviética. Lo cual muestra cómo en el interior de los aparatos dirigentes del Partido y del Estado durante el socialismo ya se encuentran los revisionistas que sirven a los intereses de clase de la nueva burguesía, quienes esperan el momento oportuno para tomar el control del aparato partidario y estatal y liquidar la dictadura proletaria y el proceso de construcción de la sociedad comunista.

Todo lo anteriormente expuesto les facilitó a los revisionistas, representantes de los intereses de clase de la burguesía burocrática, la toma del poder político en la URSS, que se produjo con el XX Congreso del PCUS en 1956. (12) De esta forma, la toma del poder se realizó de forma incruenta (con excepción de los hechos aislados del fusilamiento de Beria y sus colaboradores, los sucesos de Tbilisi de 1956 y el asesinato de Mir Jafar Baghirov), ante la pasividad de los militantes de base del Partido y de la población soviética que se encontraban totalmente desarmados ideológica y políticamente para hacer frente a un restablecimiento de modo interno y pacífico del capitalismo en el primer Estado socialista del mundo. Y ello debido a que dicha posibilidad no entraba en los esquemas ideológicos del PC(b) por la herencia ideológica que había recibido de la socialdemocracia, como ya hemos explicado, y que constituyó una de las limitaciones con las que se encontraron los comunistas durante el Ciclo revolucionario de Octubre y que finalmente condujeron a la derrota del mismo.

Notas

(1)  Lenin, en 1915, en el artículo La consigna de los Estados Unidos de Europa ya sentaba las bases de la tesis del socialismo en solo país:

“La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que el socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país de forma aislada.

El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y de organizar dentro de él la producción socialista, se alzaría contra el resto del mundo capitalista, atrayendo a su lado a las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus estados”.

(2) En 1934, Trotski, en un alarde de futurología respecto a la posibilidad de restauración del capitalismo en el Estado soviético, incluso llegaba a afirmar que:

“Solo un imbécil total puede creerse que las relaciones capitalistas, es decir la propiedad privada de los medios de producción incluida la tierra, pueden restablecerse pacíficamente en la URSS y llevar a un régimen de democracia burguesa. De hecho, aunque fuera posible en general, el capitalismo no podría restablecerse en Rusia salvo como consecuencia de un salvaje golpe de estado contrarrevolucionario que costaría diez veces más víctimas que la Revolución de Octubre y la Guerra Civil” (La burocracia stalinista y el asesinato de Kirov).

(3) El propio Lenin, que falleció una década antes de que en la URSS se alcanzase la eliminación de la propiedad jurídica individual sobre los medios de producción, ya había diferenciado en el proceso de construcción del comunismo entre un periodo de estatalización de los medios de producción (transición al socialismo) y otro inmediatamente posterior de desarrollo de las fuerzas productivas que permitiría acabar con la división del trabajo y por tanto alcanzar el comunismo (transición al comunismo), poniendo en la primera fase el acento en la política, en la lucha de clases, y en la segunda en el desarrollo económico. Esta concepción determinó la visión del socialismo que el PC(b) defendería a partir de los años 30. Sobre esto, véase el trabajo del Colectivo Fénix: Stalin. Del marxismo al revisionismo, en especial el capítulo cuatro, titulado “Los límites del bolchevismo”.

(4) Esto lo manifiesta en el mismo pleno en el apartado de El balance del plan quinquenal en cuatro años en la lucha contra los restos de las clases enemigas.

(5) Engels señaló que la división del trabajo era lo que producía la división clasista de la sociedad. Así lo sostuvo en el Anti-Dhüring: “Lo que subyace a la división en clases es la ley de la división del trabajo”.

(6) Así, afirmaba Lenin en la primavera de 1918 en Las tareas inmediatas del poder soviético:

“Hemos tenido que recurrir ahora al viejo método burgués y aceptar los “servicios” de los especialistas burgueses más respetados a cambio de una remuneración muy elevada. Quienes conocen la situación lo comprenden; pero no todos se detienen a meditar sobre el significado de semejante medida tomada por un Estado proletario. Es evidente que tal medida constituye un compromiso, una desviación de los principios sustentados por la Comuna de París y por todo poder proletario, que exige la reducción de los sueldos al nivel del salario del obrero medio, que exige que se combata al arribismo con hechos y no con palabras.

Pero esto no es todo. Es evidente que semejante medida no es sólo una interrupción –en cierto terreno y en cierto grado- de la ofensiva contra el capital (ya que el capital no es una simple suma de dinero, sino determinadas relaciones sociales), sino también un paso atrás de nuestro poder estatal socialista, soviético, que desde el primer momento proclamó y comenzó a poner en práctica la política de reducción en los sueldos elevados hasta el nivel del salario del obrero medio”.

(7) Según las estadísticas disponibles a finales de 1920, de 2051 grandes unidades de producción censadas, 1783 funcionaban bajo la dirección unipersonal.

(8) A finales de 1934, en una conversación con directores, ingenieros y obreros metalúrgicos, Stalin decía:

“Organizar los salarios de manera que fortalezcan los eslabones decisivos de la producción e inciten a los hombres a una cualificación superior”.

(9) Stalin, en su obra de 1952 titulada Los problemas económicos del socialismo en la URSS, afirmaba que no existía ninguna contradicción en el país soviético entre trabajadores manuales e intelectuales (dicha afirmación se producía tan solo cuatro años antes de que los revisionistas y la burguesía estatal soviética tomaran el poder en la URSS):

“Se comprende que, al ser destruidos el capitalismo y el sistema de explotación, debía desaparecer también la oposición de intereses entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Y en nuestro actual régimen socialista ha desaparecido, efectivamente. Ahora los hombres dedicados al trabajo manual y el personal dirigente no son enemigos, sino camaradas y amigos, miembros de una misma comunidad de producción, interesados vitalmente en la prosperidad y en el mejoramiento de la producción. De su vieja enemistad no queda ni rastro”.

Y en la misma obra incluso llegaba a afirmar que ciertas diferencias entre trabajo intelectual y manual, aunque de carácter no esencial, seguirían existiendo a lo largo del tiempo, perpetuando así para siempre la diferencia entre personal dirigente y productores directos:

“Lo mismo hay que decir respecto a la diferencia entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. La diferencia esencial entre ellos, es decir, la diferencia en cuanto al nivel cultural y técnico, desaparecerá, sin duda alguna. Pero, con eso y con todo eso, seguirá existiendo alguna diferencia, si bien no esencial, aunque sólo sea porque las condiciones de trabajo del personal dirigente de las empresas no son las mismas que las condiciones de trabajo de los obreros”.

(10) Estas cuestiones también tendrían una esencial importancia para la variación de la política exterior de la URSS y de la Internacional Comunista a mitad de la década de los años 30. En 1935 se celebra el VII Congreso de la Internacional que aprueba la táctica de los Frentes Populares, que consistía en una alianza interclasista para la defensa de la democracia burguesa frente al auge del fascismo, relegando el objetivo de la revolución socialista. En esa época el Movimiento Comunista Internacional organizado en la III Internacional fue instrumentalizado como un aparato defensivo de la Unión Soviética frente a las posibles agresiones del imperialismo (concretamente frente al bloque imperialista encabezado por la Alemania nazi) que en la concepción ideológica del PC(b) de los años 30 suponían la única posibilidad de restauración del capitalismo en el País de los Soviets.

(11) En la Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS de 1938 se afirma lo siguiente:

“La Constitución (1936) vino a consagrar el hecho de alcance histórico-universal de que la URSS ha entrado en una nueva etapa de desarrollo, en la etapa de coronamiento de la edificación de la sociedad socialista y de transición gradual hacia la sociedad comunista”.

(12) En el ámbito ideológico, tesis que desarrollarían los revisionistas kruschevistas, como el Estado de todo el pueblo, eran una continuación de la consideración de inexistencia de clases sociales antagónicas y de la única existencia de clases amigas en la URSS imperante en el Partido bolchevique desde mediados de los años 30. De esta forma, las teorizaciones precedentes -como la anterior- que beneficiaban a los intereses de los revisionistas serían recogidas por estos, al igual que la defensa de la imposibilidad de restauración del capitalismo en la URSS que Kruschev llevaría aún más  allá en el XXI Congreso del PCUS, en 1959, estableciendo que también resultaba imposible la restauración del capitalismo por una agresión imperialista, por lo que, según él, el socialismo había triunfado definitivamente en la Unión Soviética.

Intervención de Mao Tse-tung en la conferencia de Chengtú

A continuación publicamos el discurso pronunciado por Mao en la conferencia de Chengtú, en marzo de 1958. Dicha conferencia se produce en vísperas y en la época de preparacion del Gran Salto Adelante, que supone una ruptura con el modelo soviético de construcción del socialismo seguido por China durante el I Plan Quinquenal (1952-1957). En su intervención Mao hace un repaso de la historia del PCCh y de la RPCh.

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Los códigos y las convenciones siempre son un problema, y quisiera tomar este ejemplo para discutir sobre la cuestión del método ideológico: ser fiel a los principios y al mismo tiempo dar pruebas de espíritu creativo.

En el plano internacional, deberíamos mantener nuestras relaciones de amistad con la Unión Soviética, con todas las democracias populares, con los partidos comunistas y con las clases obreras de todas las naciones; no deberíamos descuidar el internacionalismo, y aprender de todo lo que tiene de positivo la Unión Soviética y los otros países extranjeros. Esto es un principio. Pero hay dos maneras de aprender: una, limitándose a imitar, y otra, aplicando el espíritu creativo. Se debería saber combinar el estudio del ejemplo de los países extranjeros y la creatividad. Importar las convenciones y los códigos soviéticos adaptándose a los mismos, quiere decir que se carece de espíritu creativo.

Nuestro partido, desde su fundación hasta la Expedición del Norte (desde 1921 hasta 1927) ha estado relativamente vivo, incluso si tenemos en cuenta la ideología burguesa de Ch´en Tu-hsiu disfrazada de marxismo [1]. Fundamos nuestro partido cuatro años después de la Revolución de Octubre. Los que lo fundaron eran todos muy jóvenes: todos ellos habían participado en el Movimiento del 4 de Mayo y habían padecido su influencia. Después de la Revolución de Octubre, cuando Lenin todavía vivía, cuando la lucha de clases era muy intensa y Stalin todavía no había llegado al poder, estos jóvenes seguían estando llenos de vida. La línea de Ch´en Tu-hsiu tenía su origen en la socialdemocracia extranjera y en nuestra burguesía nacional. Durante este período, a pesar de los errores de la línea de Ch´en Tu-hsiu, puede decirse que en general no hubo dogmatismo.

Desde que se inició el período de la guerra civil hasta la conferencia de Tsunyi (desde 1927 hasta 1935) aparecieron tres distintas líneas “izquierdistas” en el seno del Partido Comunista de China, y la que corresponde al periodo 1934-1935 fue la peor de las tres [2]. En esta época la Unión Soviética ya había conseguido vencer a los trotskistas, aunque en el plano teórico sólo habían destruido la escuela de Deborin [3]. A casi todos los oportunistas chinos “de izquierda” les había influido su estancia en la Unión Soviética. Evidentemente, no quiero decir que todos los habían estado en Moscú fueran dogmáticos. Entre la mayoría de los que estaban por aquella época en la Unión Soviética, había algunos que eran dogmáticos y otros que no lo eran, había algunos que estaban en contacto con la realidad y otros que vivían sin tomar ningún contacto con la realidad y sólo conocían las condiciones del extranjero. Por aquel tiempo, la autoridad de Stalin empezaba a consolidarse (y fue firmemente consolidada después de la evicción* de los contrarrevolucionarios). En aquella época dirigían la Komintern, Bujarin, Pikov [4] y Zinoviev, mientras que al frente del Buró para Oriente se encontraba Kuusinen y al frente del Departamento para Extremo Oriente se encontraba Mif. XXX [5], que era un buen camarada, muy humano, creador, pero quizá demasiado moldeable. La influencia de Mif era la más importante, con lo que posibilitó que el dogmatismo se desarrollara, y algunos camaradas chinos padecieron también su influencia. También existían “desviaciones izquierdistas” entre los jóvenes intelectuales. Por aquella época, Wang Ming [6] y otros formaron un grupo, los llamados “28 bolcheviques y medio”. Si eran varios centenares los intelectuales que estaban estudiando en la Unión Soviética, ¿cómo podía ser que sólo hubiera 28 bolcheviques y medio? La respuesta es que eran tan “de izquierdas” que se habían convertido en sectarios y se mantenían aislados, reduciendo con ello los contactos con el partido.

El dogmatismo chino tenía unas características típicamente chinas, que podemos ver plasmadas en la política militar y en la cuestión de los campesinos ricos. Dado que el número de campesinos ricos era muy bajo, admitimos el principio de dejarlos en paz y hacerles concesiones. Pero los “izquierdistas” no estaban de acuerdo. Afirmaban que era necesario “dar las tierras malas a los campesinos ricos, y no dar tierras a los terratenientes”. El resultado fue que los terratenientes acabaron sin tener nada que comer, y algunos de ellos se escaparon a las montañas y formaron bandas de salteadores. Con respecto a la cuestión de la burguesía, afirmaban que había que derrotarla del todo, destruirla no sólo políticamente sino también económicamente, confundiendo por tanto revolución democrática con revolución socialista. No hacían ningún análisis sobre el imperialismo, ya que lo consideraban un bloque uniforme e invisible que el Kuomintang apoyaba.

Durante el período que siguió a la liberación de todo el país (desde 1950 hasta 1957) apareció el dogmatismo tanto en el campo de lo económico como en el terreno cultural y de la enseñanza. También se importó cierta cantidad de dogmatismo al terreno militar, pero se mantuvieron los principios de base, y no puede decirse que en el terreno militar fuéramos dogmáticos. Por lo que se refiere a la economía, el dogmatismo se manifestó principalmente en la industria pesada, la planificación, las finanzas y las estadísticas, aunque más particularmente en la industria pesada y en la planificación. Dado que nosotros no entendíamos nada de estos temas y no teníamos ninguna experiencia al respecto, todo lo que podíamos hacer, debido a nuestra ignorancia, era importar los métodos extranjeros. El trabajo que desarrollamos en lo que se refiere a estadística fue prácticamente una copia del trabajo soviético; en lo que se refiere a la enseñanza, puede decirse que nuestra imitación era más bien mala: por ejemplo, el sistema del cinco como nota máxima en las escuelas, los cinco años comunes de escuela primaria [7], etc. Ni siquiera estudiamos nuestra propia experiencia en enseñanza en las zonas liberadas. Sucedía lo mismo en el campo de la sanidad, lo que hizo que durante tres años tuviera que prescindir de huevos o de caldo de gallina porque un artículo que apareció en la Unión Soviética decía que no había que comerlos. Más tarde, dijeron que se podía. No cambiaba nada el hecho de que el artículo tuviera razón o no la tuviera: los chinos no discutían y obedecían con todo respeto. En resumen, los de la Unión Soviética eran los campeones. Por lo que se refiere al comercio no sucedía exactamente lo mismo, puesto que existían más contactos e intercambio de documentos con el Comité Central. También en la industria ligera había menos dogmatismo. La revolución socialista y la organización de la agricultura en cooperativas tampoco sufrieron la influencia del dogmatismo, puesto que ambas estaban estrechamente vinculadas y dependían del Comité Central. Durante los últimos años, el Comité Central se ha encargado personalmente de la revolución y de la agricultura, y en menor medida, del comercio.

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El dogmatismo apareció en diferentes condiciones, que debemos analizar y comparar, puesto que pretendemos descubrir las razones de su aparición:

 1. En China no podíamos llevar a buen término la realización de proyectos, la construcción y equipamiento de fábricas para la industria pesada, puesto que no teníamos ninguna experiencia, ni siquiera expertos. El mismo ministro era un profano en la materia, y por tanto nos vimos obligados a copiar a los países extranjeros; pero debido a nuestro desconocimiento, éramos incapaces de distinguir lo bueno de lo malo. Igualmente nos vimos forzados a utilizar la experiencia y los expertos soviéticos para romper la ideología burguesa de los viejos expertos de China. En conjunto podemos decir que el sistema de planificación soviético fue correctamente aplicado en China, pero no sucedió lo mismo con una parte del mismo. La planificación fue importada sin haber sido sometida a crítica.

2. Nuestros conocimientos sobre la situación económica general eran bastante malos, y todavía comprendíamos menos las diferencias de tipo económico que existían entre la Unión Soviética y China. Por tanto, lo único que podíamos hacer era dejarnos guiar ciegamente. En la actualidad, la situación es muy distinta. En líneas generales, ahora estamos capacitados para iniciar el estudio y la realización de grandes proyectos. Dentro de cinco años seremos capaces de asegurarnos la fabricación del equipo. También comprendemos ahora un poco más las condiciones soviéticas y chinas.

3. Al haber eliminado la fe ciega, hemos dejado de doblegarnos ante las pesadas cargas religiosas. Se hacen budas de una talla varias veces superior a la humana para atemorizar al pueblo. Cuando aparecen en escena los héroes y los guerreros, se procura que no parezcan gentes comunes. Stalin era un personaje de este tipo. Los chinos estaban tan habituados a ser esclavos que incluso se habría podido decir que querían continuar siéndolo. Cuando los artistas chinos pintaban mi retrato al lado del de Stalin, siempre me representaban un poco más pequeño, sometiéndose ciegamente a la presión moral que en aquel tiempo ejercían los soviéticos. Sin embargo, para el marxismo-leninismo todo el mundo está en un mismo plano de igualdad y se debe tratar a todo el mundo de la misma forma. La desmitificación total de Stalin que Kruschev hizo, de un plumazo, también fue una especie de presión, y la mayoría de los miembros del Partido Comunista de China no la aceptaron. Otros querían someterse a esta presión y acabar con el culto al individuo. Hay dos clases de culto del individuo. Uno es correcto, por ejemplo, el que se da a Marx y Engels, a Lenin y al lado positivo de Stalin. Nosotros debemos venerarlos y no olvidar nunca sus enseñanzas. Sería un error no hacerlo. Ya que ellos tenían en sus manos la verdad ¿por qué no venerarlos? Creemos en la verdad: la verdad es el reflejo de la existencia objetiva. Una escuadra debe reverenciar a su jefe; no hacerlo sería un error. Por otra parte está el erróneo culto del individuo en el que no hay análisis, sino simple obediencia ciega. Esto no es bueno. Hay que saber igualmente distinguir, en la oposición al culto del individuo, una de las dos razones siguientes: ya sea una oposición a un culto erróneo, ya una oposición al culto de otros individuos a causa del deseo de estos individuos de sentirse venerados. La cuestión que se plantea no es la de saber si debería de haber un culto del individuo, sino más bien la de saber si el individuo en cuestión representa la verdad. Si es que sí, entonces debemos reverenciarlo. En el caso contrario, ni siquiera una dirección colectiva podrá hacer nada bueno. A lo largo de toda su historia, nuestro partido ha dado gran importancia a la combinación del papel de individuo con la dirección colectiva. Cuando se desmitificó a Stalin, hubo personas que aplaudieron por razones estrictamente personales, es decir, porque deseaban ser venerados por los demás. Cuando hubo personas que se opusieron a Lenin, acusándolo de ser un dictador, la respuesta de Lenin fue muy clara: ¡más vale que sea yo el dictador, y no vosotros! Stalin quería mucho a Kao Kang [8] y le había hecho un regalo muy especial: un automóvil. Kao Kang enviaba a Stalin un telegrama de felicitación cada 15 de agosto. En todas las provincias podemos encontrar ahora ejemplos parecidos a éste. ¿Es Chiang Hua un dictador? ¿O lo es Sha Wen-han [9]? Este tipo de problemas aparecieron en Kwanstung, en la Mongolia interior, en Sinkiang, Chinghai, Kansu, Anhwei y Shantung. No se puede aceptar la idea de que el mundo está en paz. La situación es inestable. Quizás no podéis pensar que estáis sobre “tierra firme”, pero esto no durará demasiado tiempo. Un día, los continentes se hundirán, el Océano Pacífico se secará, y nos veremos obligados a cambiar de sitio. Con frecuencia se producen pequeños terremotos. El asunto de Kao-Jao [10] fue un seísmo de fuerza ocho…

4. Hemos olvidado las lecciones de la experiencia histórica, y no comprendemos el método de las comparaciones, ni sabemos distinguir los elementos contrarios. Como dije ayer, muchos de nuestros camaradas, cuando se ven frente a numerosos códigos y convenciones, no se preocupan de buscar otras soluciones, ni se preocupan de escoger las que mejor se adaptan a las condiciones chinas, rechazando las demás. No hacen ningún análisis, ni ponen su cerebro en funcionamiento. No hacen comparaciones. En el pasado, cuando luchábamos contra el dogmatismo, su periódico, El Bolchevique, daba rienda suelta a la autoadulación, diciendo que su línea era justa al cien por cien. Su método consistía en atacar uno o varios puntos, e ignorar los demás. Su periódico True Words denuncia cinco graves errores cometidos en la región defendida por el Soviet central, sin mencionar un solo punto positivo [11].

En abril de 1956 di a conocer las “Diez grandes relaciones” [12], que constituían la base de una línea específicamente china para la construcción del socialismo [13]. Esta línea se parecía en principio a la de la Unión Soviética, pero tenía un contenido específico. Entre las “Diez grandes relaciones” se encuentran cinco primordiales: industria y agricultura, las cosas y el interior; el centro y las regiones; el Estado, el colectivo y el individuo; la organización de la defensa y la construcción económica. Los gastos de defensa debían ser poco importantes en tiempo de paz. Los gastos administrativos debían ser poco importantes en cualquier coyuntura.

Cuando en 1956 se criticó a Stalin, por una parte nos alegramos, pero por otra fuimos presa de inquietud. Era necesario retirar el velo, destruir la fe ciega, aflojar la presión y emancipar el pensamiento. Pero no estábamos de acuerdo en que todo ello se hiciera de una sola vez. Ya no se ve su retrato en la Unión Soviética, mientras que en nuestro país no sucede lo mismo. En 1950 estuve conversando con Stalin a lo largo de dos meses, sobre la cuestiones del tratado de asistencia mutua, sobre el ferrocarril del Este, sobre las sociedades por acciones y sobre la frontera [14]. Adoptamos dos actitudes: la primera consistía en discutir cuando uno de nosotros hacía propuestas con las que el otro no estaba de acuerdo; la segunda consistía en aceptar la propuesta del otro si insistía en mantenerla. Estas actitudes no tenían en cuenta para nada los intereses del socialismo. Después hubo las dos “colonias”, es decir, el Nordeste y el Sinkiang, en el que emigrantes de un tercer país, cualquiera que éste fuera, no estaban autorizados a residir [15]. Ahora se ha puesto término a todo esto. La crítica de Stalin ha abierto un poco los ojos a las víctimas de la fe ciega. Del mismo que nuestros camaradas reconocen que el viejo ancestro [16] también había cometido errores, nosotros deberíamos hacer un análisis crítico de Stalin, y no tener una ciega confianza en él. Debemos aceptar todo lo que nos conviene de la experiencia soviética, y rechazar todo lo que es malo para nosotros. Ahora ya somos un poco más competentes, y comprendemos un poco mejor tanto a la Unión Soviética como a nosotros mismos.

En 1957, en “Acerca de las contradicciones en el seno del pueblo”, empecé a preguntarme sobre el desarrollo simultáneo de la industria y la agricultura, sobre el camino hacia la industrialización, sobre la organización de las cooperativas, sobre el control de nacimientos, etc. Aquel año se produjo un gran acontecimiento: quiero hablar ahora del Movimiento nacional de rectificación, del Movimiento antiderechista, de la crítica de masas a nuestro trabajo. Fue un gran estímulo a la reflexión para el pueblo chino.

En 1958 celebramos tres conferencias, en Hang-chow, en Nanning y en Chengtu [17]. Cada uno de nosotros expresó muchas opiniones a lo largo de estas conferencias; reflexionamos mucho e hicimos un balance de la experiencia de los ocho años anteriores. También esto sirvió de gran estímulo para el pensamiento. Apareció una cuestión en la conferencia de Nanning: la de los códigos y convenciones de los diferentes departamentos del Consejo de Estado. Se les pedía modificar, y se debía hacerlo de manera substancial. Se podía ir a discutir con las masas. También se podía lanzar una campaña de carteles de grandes caracteres. Se suscitó también la cuestión de la delegación de los poderes a las regiones. Empezamos a ponerlo en práctica. Ahora realidad tanto el poder centralizado como el poder descentralizado. En el Tercer Pleno del año pasado se decidió que el poder centralizado y el poder descentralizado debían existir simultáneamente, que el poder debería ser centralizado cuando fuera necesario y descentralizado cuando fuera necesario. La delegación de poderes, evidentemente, no debía imitar el ejemplo de la democracia burguesa. Antes de que se alcance el estadio socialista, la democracia burguesa es progresista, pero cuando se ha alcanzado ya el estadio socialista, es reaccionaria. En la Unión Soviética, la nacionalidad rusa representa el 50% de la población, y las minorías nacionales el otro 50%, mientras que en China la nacionalidad Han representa el 94%, y las minorías nacionales sólo el 6%. Por tanto, nosotros no tenemos que enfrentarnos con una unión de repúblicas.

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La revolución china triunfó porque se opuso a la voluntad de Stalin. El diablo extranjero camuflado “no permitía que el pueblo hiciera la revolución” [18]. Pero nuestro Séptimo Congreso preconizó que todos nosotros debíamos dirigirnos a las masas para movilizarlas y organizar todas las fuerzas revolucionarias disponibles para construir una China nueva [19]. Durante la lucha con Wang Ming, que duró desde 1937 hasta el agosto [sic] de 1938, avanzamos un programa de diez puntos, mientras que Wang Ming proponía sesenta puntos [20]. Si hubiéramos seguido a Wang Ming, es decir, a Stalin, la revolución china no hubiera podido triunfar. Cuando nuestra revolución tuvo éxito, Stalin declaró que era una ilusión. No discutimos con él, pero a partir del momento en que iniciamos la resistencia contra los Estados Unidos y empezamos a ayudar a Corea, nuestra revolución se convirtió en auténtica [21]. Pero cuando publiqué “Acerca de las contradicciones en el seno del pueblo”, nosotros debatimos este tema; ellos no. Y además, decían que nosotros nos inclinábamos hacia el liberalismo, y que por tanto parecía que habíamos dejado de ser auténticos revolucionarios. Cuando apareció este informe, el New York Times lo publicó íntegramente, acompañado de un artículo que defendía la tesis de que China estaba “liberalizándose”. Es perfectamente comprensible que la burguesía en su ocaso se agarre a fetos de paja. Pero no todos los políticos burgueses son estúpidos. Por ejemplo, cuando Dulles se enteró de nuestro informe, declaró que quería conocerlo. Quince días más tarde sacó la siguiente conclusión: todo, absolutamente todo en China era malo; la Unión Soviética era un poco mejor [22]. Pero en la Unión Soviética no habían podido enterarse a fondo, y nos enviaron una nota porque estaban temiendo un desplazamiento a la derecha. Cuando empezó a funcionar el Movimiento antiderechista, nuestra “liberalización”, evidentemente, desapareció.

En resumen, nuestra línea de base es la verdad universal, pero teniendo en cuenta las especificidades. Esto se aplica a cada país y a cada provincia. La unidad existe, pero también existen las contradicciones. La Unión Soviética pone el acento en la unidad y no habla de las contradicciones; en particular no habla para nada de las contradicciones entre los dirigentes y las masas.

 [1] Ch´en Tu-hsiu (1879-1942) fue el Secretario General del Partido Comunista de China desde su fundación, en 1921, hasta agosto de 1927, fecha en la que se le convirtió en un chivo expiatorio, haciéndole asumir el fracaso de la política de Stalin. Antes de su conversión al comunismo había sido un ardiente defensor del pensamiento científico y del pensamiento democrático occidentales, en los cuales veía el remedio para los males de China. En los últimos años, los autores comunistas chinos han reconocido su contribución a la revolución intelectual durante el periodo del Movimiento del 4 de Mayo, pero se han negado a reconocer que Ch´en Tu-hsiu aceptara o comprendiera nunca el marxismo. Es considerado como un pequeñoburgués radical que pudo infiltrarse en el partido a causa de la confusión ideológica que predominaba a principios de los años veinte. El mismo Mao, en una entrevista que concedió a Edgar Snow en 1956, calificó a Ch´en Tu-hsiu de burgués, no sólo por sus ideas sino también por sus reacciones instintivas. «Ch´en tenía un miedo cerval a los trabajadores y particularmente a los campesinos armados. Cuando finalmente se enfrentó con realidad perdió pie. No supo ver claramente lo que pasaba, y sus tendencias pequeñoburguesas lo traicionaron: perdió la cabeza, con lo cual precipitó su caída».

[2] La posición oficial sobre los errores cometidos por los rivales de Mao durante el período 1927-1935 ha sido definida en la “Resolución sobre ciertas cuestiones de la historia de nuestro Partido”, aprobada por el Comité Central del Partido Comunista de China en abril de 1945. Este texto fue incluido en el volumen II de las Obras Escogidas [sic] (Selected Works, Pekín, 1965, pp. 177-220). Desde el inicio de la Revolución Cultural, la resolución de 1945 no ha sido considerada como totalmente ortodoxa, y ha sido retirada de las Obras Escogidas. Por el contrario, en lo que respecta a las tres líneas “de izquierda”, el análisis que Mao hizo antes del mes de setiembre de 1971, continúa siendo fundamentalmente el mismo.

[3] Deborin (1881-1963), importante filósofo soviético. Subrayó la omnipresencia de las contradicciones y el vínculo existente entre las ciencias de la naturaleza y la dialéctica. En diciembre de 1930 Stalin lo condenó por su “idealismo menchevique”, y en consecuencia fue obligado a hacer su autocrítica.

* En el derecho burgués, la evicción es una situación jurídica que se caracteriza por la privación total o parcial de una cosa, sufrida por su adquirente, en virtud de una sentencia judicial o administrativa. Entendemos que Mao Tse-tung, al hablar de “la evicción de los contrarrevolucionarios”, se está refiriendo al convulso y exitoso proceso revolucionario que se vivió en la URSS en la década de los 20 y que concluyó con la derrota y la privación política del sector representado por los trotskistas en el seno del Partido y el Estado soviéticos [nota de Revolución o Barbarie].

[4] Este nombre está transcrito como “P’i-k’o-fu’”; ¿es un error? Podría ser muy bien Rykov, a pesar de que éste más bien ocupaba una importante posición en el aparato de Estado soviético  que en la Komintern. Se podría pensar también que se trata de Pieck o de Piatnitsky, que eran miembros del Secretariado del Comité Ejecutivo de la Internacional en los inicios de los años treinta. En todo caso, el cuadro que Mao esboza sobre la dirección de la Komintern sólo es muy aproximado, puesto que Bujarin no tuvo ninguna responsabilidad en el seno de la Internacional a partir de la primera mitad de 1929, y Zinoviev, desde mucho antes, había dejado de tener responsabilidades en la misma. Por lo que se refiere a los miembros cuyas funciones tenían una relación más directa con China, Mao está mejor informado. La influencia de Kuusinen, miembro del Comité Ejecutivo y del Secretariado fue muy grande en la redacción de numerosas directrices de la Komintern para China y, en general, para los países no europeos. El cargo de Pavel Mif era exactamente el de Secretario adjunto al Secretariado para el Este, lo que Mao llama “Buró para el Este” (tung-fang pu) pero sus funciones tenían que ver directamente con China. (No parece que haya existido un Departamento separado para Extremo Oriente, a pesar de que es muy difícil conseguir detalles sobre la organización de la Komintern. Sobre esta información que acabamos de dar con respecto a Mif, véase su biografía en “Vidny Sovietskie Kommunisty – Uchastniki Kitaskoi Revolyutsii”, Moscú: Nauka’, 1970, p. 92).

[5] Es difícil adivinar a qué “buen camarada” alude Mao en este caso. Mao habla de él como si lo conociera personalmente, y sin embargo, no salió al extranjero hasta 1949, y sólo mantuvo contactos directos con un número muy restringido de representantes de la Komintern con motivo de sus visitas a China en los años 1920 y 1930. Y el número de los que merecían una frase positiva todavía era más restringido. Debido a la manera como se opone “XXX” a Mif parece posible que se trate de Kuusinen, que había atacado a Mao y los chinos de forma extremadamente violenta en 1964 (ver Marxism and Asia, pp. 330-335), a pesar de que todo comentario favorable habría sido suprimido o dejado como anónimo por los redactores de Wansui (1969). También puede ser que cualquier otro miembro de la Komintern, incluso a pesar de que sólo le conocieran personas interpuestas, fuera, en el espíritu de Mao, más simpático que Pavel Mif. Mif visitó personalmente China a finales de 1930 e instaló personalmente en la dirección del Partido Comunista de China a los “dogmáticos” de los que Mao se lamenta en este párrafo.

[6] Wang Ming (seudónimo de Ch’en Shao-yü) (1940-1974) fue la figura preeminente del grupo de los “Antiguos Residentes” (“Returned Students”) formados en Moscú con los que Mao luchó por la dirección del Partido Comunista de China en los años 1930 y 1940. Vivió en la Unión Soviética desde 1957 hasta su muerte; durante la Revolución Cultural publicó dos corrosivos ataques contra Mao.

[7] Parecería como si Mao se lamenta más en este caso de la aplicación uniforme de un sistema de enseñanza mal adaptado a la realidad rural china que no de la duración de la enseñanza primaria, que no era necesariamente de cinco años en los cincuenta.

[8] Kao Kan [sic] (aprox. 1902-aprox. 1954) era uno de los que dirigieron la instalación de la base de Shensi en la que Mao y sus camaradas se replegaron después de la Larga Marcha. Al finalizar los años 50 pareció ser la figura dominante de la región del Nordeste, ya que en él se concentraban las más altas responsabilidades a nivel de partido, de gobierno y del ejército. En tanto que primer personaje de la región más industrializada de China, desempeñó al mismo tiempo un importante papel en Pekín, y en 1952 pasó a ser el Primer Presidente de la Comisión del Estado para la planificación. Fue objeto de una denuncia pública en 1955, y por aquel entonces se dijo que se había suicidado en febrero de 1954. Sobre lo que no existe ninguna duda es que su caída en desgracia se debió a la rivalidad de una serie de personas. Algo que también es comúnmente admitido es que se le consideraba como demasiado próximo a las posturas soviéticas.

[9] A mitad de los años 50, Chiang Hua era el Primer Secretario del Partido Comunista de China en Chekiang, y Sha Wen-han era el gobernador de la provincia. En diciembre de 1957, dentro de una campaña “antiderechista” que se había iniciado en el verano, Sha fue objeto de violentos ataques, acusándolo de corrupción, inmoralidad y actividades antipartido, tanto por sus puntos de vista sectarios como provinciales, y fue destituido de su cargo. Chiang Hau fue el autor del principal informe que se leyó en la reunión organizada para denunciar a Sha y a otros importantes funcionarios de Che-kiang; estaba igualmente a favor de un desarrollo más rápido de la industria y de la agricultura, y habló de un “salto” en la producción. Por lo tanto, su actitud en lo que concierne a las cuestiones de política, era sin lugar a dudas correcta para Mao. Esto se ve claramente en la frase que sigue: “En todas las provincias podemos encontrar ahora ejemplos parecidos”, lo cual establece un vínculo entre Chiang-Sha y el caso de Kao Kang. Mao habla por tanto de dos cosas: de una dirección justa o errónea, y de la lealtad hacia toda la nación antes que hacia su propia provincia o región, o hacia la Unión Soviética. Dos cuestiones, la del ritmo de desarrollo económico y la de la manera de descentralización fueron los puntos claves de los debates de política que tuvieron lugar en la primavera de 1958, en vísperas de la proclamación oficial del gran salto adelante en la Segunda Sesión del Octavo Congreso del partido, en el mes de mayo. Como dice Mao con toda claridad, era necesario luchar para que a nivel de cada provincia se aprobara la decisión, y formar por tanto un todo a nivel nacional.

[10] La eliminación de Kao Kang, Jao Shu-shih (aprox. 1901-), Primer Secretario del Partido Comunista de China para el Buró de la China del Este, así como otras siete personas, durante el año 1955 (que eran acusadas de haber formado un grupo antipartido con el fin de apoderarse del poder) fue un auténtico terremoto, y con gran diferencia, la sacudida más seria que se produjo en el seno del Partido Comunista de China después de la campaña de rectificación hasta la caída de P´eng Te-huai en 1959.

[11] El Bolchevique y el True Words (La verdad) eran órganos teóricos publicados al principio de los años 30 por los dirigentes del Partido Comunista de China formados por Moscú. Estos órganos criticaban con bastante frecuencia la táctica de guerrillas de Mao. Dado que no existe ninguna posibilidad de procurarse la colección completa de Shih Hua, es imposible decir cuáles son los cinco graves errores a los que se hace alusión en el texto.

[12] Se puede encontrar una traducción de este texto, hasta ahora inédito en francés, en el número 1 de la revista Communisme (nov.-dic. 1972). (Traducido en este cuaderno.)

[13] En 1962, Mao pronunció un análisis de la historia de la República Popular de China, en el que consideraba que en 1958 había surgido una línea independiente y creativa de la construcción del socialismo, es decir, a partir del gran salto adelante. En relación a las declaraciones de Mao, esto es más bien complementario que no contradictorio. Mao empezó a sentar las bases para una nueva política en 1956, que empezó a dar sus frutos en 1958.  

[14] Mao confirma en este párrafo que, dejando al margen los términos del Tratado de Amistad, de Alianza y de Asistencia Mutua, firmado el 14 de febrero de 1950, y la espinosa cuestión de la frontera chino-soviética, había dos cuestiones importantes sobre las cuales su opinión se oponía diametralmente a la de Stalin: los acuerdos sobre el control del ferrocarril de la China del Este y las sociedades por acciones chino-soviéticas en ciertos sectores clave de la industria. Ambos acuerdos daban a Moscú tanta ventaja en el plano económico y político que hacía recordar con demasiada fuerza los antiguos tiempos del período colonial.

[15] El acuerdo suplementario del 23 de marzo de 1950 entre China y la Unión Soviética establecía la creación de sociedades por acciones para la explotación del petróleo y de metales no férreos en Sinkiang. No existía la disposición de la que Mao nos habla, pero prácticamente no puede dudarse de que en aquella época existían cláusulas secretas.

[16] En este caso Mao aplica deliberadamente a Stalin el término de “viejo ancestro”, término que utilizó en su juventud para designar a la emperatriz Tz´u-hsi. Es evidente que desea sugerir que estas dos personas (Mao se había encontrado bajo la autoridad de ambas, en distintas épocas) le inspiraban el mismo desagrado, mezclado con un respeto que sentía muy a pesar suyo.

[17] La conferencia de Hangchow (a principios de enero de 1958) convocaron [sic], como también lo hizo la conferencia de Chengtú durante la cual Mao pronunció este discurso, a los secretarios del partido de las provincias y a ciertos miembros del Buró Político. Los sesenta artículos sobre métodos de trabajo, que constituyeron el anteproyecto del gran salto adelante, fueron redactados a lo largo de estas dos conferencias.

[18] Cf. Luxum, La Véritable Histoire de Ah Q.

[19] El Séptimo Congreso del Partido Comunista de China (abril de 1945) preconizó el establecimiento de un gobierno de coalición con el Kuomintang, como indica el título del informe que Mao presentó al efecto. Sin embargo, también fue el punto de partida de un esfuerzo de la mayoría de los comunistas, en el nuevo contexto político que se iba a producir a raíz de la derrota del Japón, para imponerse como fuerza política (y militar) con la cual habría que contar en adelante. En particular señaló la consagración oficial de la independencia ideológica y la madurez del Partido Comunista de China, elevando el pensamiento de Mao Tse-tung al estatuto de guía para todo el trabajo del partido.

[20] El Programa de Diez Puntos o las Diez Grandes Tesis Políticas del Partido Comunista de China para la Resistencia Antijaponesa y la Salvación Nacional, que se dio a conocer el 15 de agosto de 1937, marcaba una línea política que se encontraba a mitad de camino entre los dos extremos; por una parte, un excesivo sectarismo y por otra una sumisión total al Kuomintang. Wang Ming, que había demostrado ciertas tendencias izquierdistas a principios de los años 30, fue acusado a partir de 1945 de errores derechistas y de haber capitulado a partir de su regreso de Moscú, en 1938, pero no conozco ningún documento de sesenta puntos que sintetice su posición de aquella época.

[21] Auténtico según el criterio de Stalin.

[22] Se trata del discurso que Dulles pronunció el 28 de junio de 1957, dos semanas después de que apareciera el artículo del New York Times sobre el discurso que Mao había pronunciado en el mes de febrero.

Centenario de la publicación del folleto de Stalin «El marxismo y la cuestión nacional»

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Publicamos a continuación un texto que analiza el legado teórico de Stalin y el marxismo-leninismo en torno a la cuestión nacional que nos ha enviado un camarada. El artículo, que lleva por título «Centenario de la publicación del folleto de Stalin «El marxismo y la cuestión nacional»», presenta aspectos muy interesantes dignos de ser mencionados. En primer lugar, el camarada estudia de forma muy acertada esta cuestión desde el punto de vista del balance revolucionario del ciclo de Octubre, una necesidad fundamental para el movimiento comunista internacional en vistas a su reconstitución tanto ideológica como política. Además, otro aspecto a nuestro juicio muy positivo del artículo es que analiza de forma científica y sin apriorismos -como debe hacer siempre un comunista, por otro lado- las posiciones teóricas de Stalin, Lenin y el conjunto del movimiento comunista en relación a la compleja cuestión nacional. 

La única cuestión del texto que no compartimos de los planteamientos del camarada -lo que, por supuesto, no es óbice para que publiquemos un texto muy interesante- es la diferenciación negativa que establece entre la postura de Lenin y la de Stalin en torno al problema nacional. Nosotros, en todo caso, entendemos que Stalin teorizó y sistematizó de forma más contundente si cabe que Lenin el problema nacional y su relación con el movimiento del proletariado revolucionario. Pero no suscribimos la tesis según la cual Lenin manejaba la cuestión nacional de forma «defensiva» y «negativa». Tampoco nos parece cierto que Lenin subordinara el problema nacional al «interés táctico del proletariado» -entendida la táctica como un elemento separado de la estrategia revolucionaria, la cual es la que debe dictar el criterio a seguir en el tema nacional- o, peor aún, que dejara «la iniciativa nacional a corrientes nacionales no proletarias». En realidad, el revolucionario ruso, aunque quizá es cierto que no sistematizó la cuestión nacional de forma tan completa como Stalin, supo entender de forma correcta la relación entre el derecho a la autodeterminación y el principio del internacionalismo proletario como dos elementos constitutivos de una misma realidad, la lucha por la erradicación de toda forma de opresión de unos seres humanos sobre otros. 

Por último, agradecemos al compañero por el análisis realizado y le invitamos a profundizar más en la diferenciación que él establece entre el tratamiento de la cuestión dado por Lenin y Stalin, pues nosotros estamos abiertos a toda crítica revolucionaria y entendemos que la confrontación ideológica entre comunistas es prioritaria para avanzar en las tareas de la reconstitución del Partido Comunista.

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Hace cien años que este artículo fue publicado, con el título «La socialdemocracia y la cuestión nacional», en tres entregas, en los números de marzo, abril y mayo del 1913 de la revista bolchevique Prosveshxenie (Ilustración). Será a partir de esa primera publicación cuando pasará a ser conocido como «El marxismo y la cuestión nacional», uno de los libros de cabecera durante muchos años sobre el problema nacional dentro del movimiento comunista internacional y que tuvo gran influencia sobre la cuestión durante gran parte del siglo XX.

El contexto de la publicación

El libro se adentra en el debate en que en aquella época estaba inmersa la socialdemocracia internacional y, muy especialmente, el mismo Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. La iniciativa en la búsqueda de una teorización marxista sobre la cuestión nacional la habían llevado los llamados austromarxistas, encabezados por Otto Bauer y Karl Renner. Ante la influencia que sus reflexiones iban alcanzando en Rusia, tanto entre los mencheviques como en el Bund (la organización socialdemócrata que reunía la mayoría de los trabajadores judíos no sionistas), los bolcheviques decidieron tomar cartas en el asunto entrando firmemente en el debate. Por otro lado, dentro de la socialdemocracia, Rosa Luxemburgo defendía la irrelevancia que la cuestión nacional tenía por el proletariado, posición que Lenin se había encargado de combatir con firmeza.

Stalin será el encomendado por el partido para deshacer sus respectivas líneas. Con cuidado especial se entregó a la crítica de las posiciones que, bajo el nombre de autonomía nacional-cultural, el austromarxismo propuso como manera de resolver el problema nacional, sobre todo en la Europa central y oriental, caracterizada por la pervivencia de grandes imperios absolutistas multinacionales.

El objetivo de los austromarxistas era mantener el imperio multinacional permitiendo la expresión de unas diferencias nacionales reducidas. Stalin denunció la autonomía nacional-cultural porque negaba de hecho la autodeterminación de las naciones. Este modelo representaba una reducción folclórica del problema nacional por no sobrepasar el aspecto cultural y lingüístico, eliminando completamente el contenido político de la liberación nacional.

Para los austromarxistas, la cuestión nacional se enmarcaba en una idealista “unidad de carácter” de los miembros que compartían la misma lengua y en una mística “unidad de destino” como comunidad. Si bien el Partido Socialdemócrata Austriaco se declaraba marxista, esta teorización estaba bastante alejada del marxismo. Stalin establecerá algunos de los elementos para hacerle frente y evitar la idealización de la nación.

La nada despreciable aportación teórica de Stalin

Stalin es el primero que consigue introducir la cuestión nacional dentro de la estrategia de la revolución proletaria, procurando extraerla de la táctica dentro de la cual había quedado recluida por el marxismo desde su origen y de la que el movimiento socialista internacional no había osado sacarla.

En un artículo del año 1904, “Como entiende la socialdemocracia la cuestión nacional”, Stalin ya había apuntado que esta cuestión suscitaba intereses y matices diversos según la clase que la plantease. Analizó los diferentes nacionalismos en función de los intereses de clase opuestos, tal como hicieron Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista con las diferentes clases de socialismo de la época. El objetivo era hacer patente que la clase debe tener su propia opinión sobre qué nación le conviene para que sirva a la revolución.

En el artículo de 1913, Stalin empieza por definir la nación, el hecho nacional, como una categoría histórica, separando los conceptos de nación y de Estado, que tantas veces habían estado empleados indistintamente por Marx y Engels, cosa por otro lado muy común en la época. Así, Stalin realiza un esfuerzo de conceptualización, bastante necesaria cuando el marxismo no había sido capaz hasta entonces de elaborar una teoría general propia sobre la cuestión.

La nación descrita por Stalin es una comunidad históricamente constituida, formada por elementos con un grado de duración estables, el territorio, la lengua, la economía y la cultura como expresión de una psicología propia. A estos elementos se deben añadir otros que son fruto más de la coyuntura de una época, de más corta duración, dependientes de los avatares políticos de la lucha de clases. Eso diferencia la nación históricamente conformada del movimiento nacional insertado en el contexto del momento en que se desarrolla. Se establece así la dimensión histórica de la cuestión nacional, que no es sólo fruto de intereses temporales y concretos, sino que está lleno de elementos históricos subyacentes que se expresan en función del contexto y que contribuyen a su complicación analítica, favoreciendo la dispersión del pensamiento a la hora de referírsele. No hay pues un rasgo distintivo de nación, sino que es un puñado de rasgos diferentes y de incidencia variable tomados conjuntamente los que la conforman, y cuya expresión es una cuestión de grado.

Stalin establece una diferencia aclaratoria importante entre nación (concepto histórico) y movimiento nacional (concepto político), y por tanto entre el nacionalismo de la clase dominante y el interés nacional interclasista. Así pues, hecha la diferencia, y después de describir el hecho nacional, Stalin se adentra en el estudio de los movimientos nacionales de la Europa central y oriental donde intenta describir las relaciones concretas entre la lucha de clases y las luchas nacionales.

Como Stalin sitúa el origen de la nación en la época del capitalismo ascendente, o sea revolucionario, el movimiento nacional será progresista y, por tanto, susceptible de que el proletariado le dé su apoyo en la medida en que lucha contra un Estado reaccionario y opresor de naciones. El proletariado aún no puede dirigir la nación, aún no puede dirigir el movimiento nacional hasta que la burguesía una vez en el poder se vuelva reaccionaria, abrace el nacionalismo, el chauvinismo burgués, y haya llegado la hora de la revolución nacional del proletariado para hacerla caer. Sólo en Europa oriental y central, donde la burguesía es débil, el proletariado se encuentra en condiciones de ponerse en cabeza de la lucha por los derechos nacionales para derribar a los imperios.

Con su conceptualización del hecho nacional, Stalin inicia el intento de llevar la cuestión nacional más allá del mero acompañamiento táctico y de principios de la revolución proletaria, situación en la que Lenin se desenvolvía en el combate con Rosa Luxemburgo sobre Polonia.

Stalin insertará el movimiento nacional en el movimiento estratégico por los objetivos revolucionarios, inaugurando el camino hacia la unión política entre el movimiento obrero y el movimiento nacional. Cada clase tiene su conciencia de nación vinculada a sus intereses correspondientes. Según quien dirija el movimiento nacional asimismo servirá a la revolución. La diferencia fundamental reside en que el movimiento socialista es clasista y el movimiento nacional conjuga intereses de las diferentes clases de la nación oprimida. Afirmará que la cuestión nacional distrae al proletariado de las cuestiones sociales, con lo cual nos dirá que si no la integra en su estrategia y, por tanto, la deja en manos de la burguesía, esta la utilizará para desviar la atención de sus tareas y arrastrarlo tras los intereses burgueses.

Stalin coincide con los austromarxistas en que hay un componente psicológico, pero lo descarga de toda idealización mistificadora. Es en este sentido que afirma que el proletariado no puede aceptar cualquier cosa para erigir la propia nación, las tradiciones y peculiaridades reaccionarias, la religión, las costumbres anticuadas, las políticas opresoras. Una nación no tiene ningún derecho a volver a su pasado reaccionario y, por tanto, lucha contra los aspectos negativos que las naciones arrastran. También reconoce, con Rosa Luxemburgo, que la nación es una envoltura, pero este no es paso vacío como ella afirma, sino que es dentro donde se desarrolla la lucha de clases y es en esta estrecha relación donde recae la importancia por la lucha del movimiento obrero. La nación no es sólo Estado (forma política), ni nacionalismo (ideología política), sino que también hay que definirla como hecho sociohistórico.

Para Stalin, como asimismo para Lenin, la cuestión nacional tiene dos aspectos fundamentales que se interfieren dialécticamente. Por una parte, el derecho a la autodeterminación forma parte de los derechos democráticos nacionales a los que el movimiento obrero debe dar su apoyo luchando contra la opresión nacional y, por otro lado, se deben conjugar la reivindicación de estos derechos con los intereses revolucionarios del proletariado, que son los que deben prevalecer en el proceso de lucha de clases, rehuyendo el peligro de que las diferencias nacionales dividan al proletariado. Será el leninismo quien se encargará de extender, como principio revolucionario, la defensa del derecho a la autodeterminación como derecho a separación, lo cual no obligará en ningún caso a la separación, siempre dependiendo de las condiciones históricas concretas y en función de los intereses de clase.

Sin embargo, a pesar del acuerdo general de las posiciones de Stalin con el leninismo –no en vano Stalin fue escogido como comisario de las nacionalidades después del triunfo de la revolución–, sus referencias a una cultura nacional y a una psicología nacional como rasgos imprescindibles para ser considerada una nación como tal, hacían una aproximación más positiva, más favorable, a la comprensión y aceptación del hecho nacional desde el punto de vista estratégico y no sometido al principio economicista. En cambio Lenin, a pesar de haber otorgado legitimidad histórica a la cuestión nacional, la manejaba de forma defensiva y negativa, en contra de la opresión, y por tanto tácticamente.

Lenin, que siempre observó dudas sobre ambos conceptos (una cultura nacional y una psicología nacional) aportados por Stalin, mantuvo el problema nacional subordinado al interés táctico del proletariado. En última instancia, dejaba la iniciativa nacional a las corrientes nacionales no proletarias, continuando la posición marxista dominante en la segunda Internacional.

Del texto de Stalin se desprende que el movimiento obrero y el nacional están inseparablemente vinculados, al formar la clase parte del marco estructural que conforma la nación, lo cual relaciona internamente la lucha de clases y la lucha nacional. El proletariado no puede esforzarse por olvidar la cuestión nacional como algo que le es ajeno, debe asumir su incorporación en el programa revolucionario para evitar que la burguesía dominante la monopolice. No hay ninguna clase fuera de la nación, pero mientras el proletariado es nacional y como tal debe asumir el liderazgo de la nación oprimida, la burguesía, como clase reaccionaria, reduce el movimiento nacional a la estrechez de un nacionalismo que es la expresión de sus intereses de clase impuestos al resto de la sociedad.

Stalin, a pesar de haber iniciado el camino, no construye una teoría general y explícita sobre la cuestión nacional, un problema que aún hoy el marxismo, a pesar de haberle dedicado grandes esfuerzos, no ha conseguido resolver satisfactoriamente. Sin embargo, no se puede separar el escrito de los motivos prácticos y concretos de la lucha de líneas dentro de la segunda Internacional por el que se redactó, consiguiendo, cuando menos, situar la cuestión a la altura del debate de los principios estratégicos de la revolución.

Por otro lado, su esfuerzo de definición sociohistórica de la nación choca con una rigidez conceptual bastante alejada de una realidad bastante variada, sobre todo si se echa un vistazo más allá de la Europa central y oriental de la época. La búsqueda de un encuadramiento demasiado exigente dejará fuera muchos aspectos que, a pesar de todas las voluntades analíticas, han demostrado que el problema nacional esta lleno de matices y condicionamientos característicos espaciales y temporales que han dificultado su explicación. La cuestión de los judíos es paradigmática. Para Stalin, no son nación porque no cumplen ninguno de los requisitos por él definidos y, por tanto, estaban condenados a la asimilación progresiva. En cambio, bien debían presentar ciertos rasgos que permitiesen finalmente la consecución de aquellos requisitos.

Con todo, aportar elementos desde el materialismo dialéctico para una crítica general del libro de Stalin revierte, forzosamente, a la crítica general del marxismo de comienzos del siglo XX, del que recoge todas las insuficiencias de interpretación sobre la cuestión nacional.

A los 60 años de la muerte de Stalin

Acabado el ciclo revolucionario iniciado en Octubre de 1917 con la desaparición del campo socialista, una tarea insoslayable de los marxistas es, más que nunca, la reconstitución de la teoría revolucionaria general de liberación de la humanidad. Esta tarea no se puede llevar a cabo correctamente sin liberarnos de los prejuicios arrastrados del ciclo, fruto de las intensas y convulsas luchas políticas que tuvieron lugar.

Dada esta consideración, y atendiendo al aniversario de la muerte de Stalin, el desdén, la vergüenza, el asco, el odio, la admiración, la idolatría, la añoranza y tantos otros rasgos característicos que se propagan a la hora de referírsele en relación a su posicionamiento en aquellas luchas, deben dar paso al análisis más cuidadoso desde el punto de vista del socialismo científico.

Aunque sólo sea por el hecho de que estuvo situado en cabeza de la dirección comunista que consolidó la experiencia de socialismo de más larga duración, y que más influyó en el proceso de desarrollo de la liberación general de los pueblos y clases oprimidos, sólo por ello, merece una aproximación científica e histórica sin apriorismos, con la voluntad de contribuir al balance general del ciclo que nos debe permitir cumplir la tarea mencionada.

Azad

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La dictadura del proletariado y los sindicatos

1El texto que publicamos a continuación es un análisis muy interesante y complejo sobre los sindicatos en el seno del Estado proletario. El documento, aunque ya existe en la red (concretamente en la obra completa digitalizada de Lenin y en alguna página como texto independiente, pero, a nuestro juicio, con poca calidad y de difícil lectura), ha sido digitalizado por uno de los miembros de este blog. Ha sido transcrito del libro Acerca de los sindicatos, una compilación de textos de Lenin sobre los sindicatos editada por Akal en 1975.

Este documento forma parte de una resolución publicada por el PC(b) de Rusia, el 12 de enero de 1922, en plena fase de la NEP y en un periodo de enormes dificultades para la construcción del socialismo en la Rusia soviética. Recordemos que fue en este periodo cuando se produjo un enconado debate en el seno de la vanguardia bolchevique en torno a la cuestión sindical, la llamada -por el PC(b) de Rusia- «desviación sindicalista y anarquista en nuestro Partido», los enfrentamientos entre Trotsky y Lenin, así como entre este último y la tendencia izquierdista del Partido sobre la cuestión sindical.

Son muchas, interesantes y muy complejas las cuestiones que trata esta resolución del PC(b) de Rusia. Así, analiza de forma somera las relaciones entre la Nueva Política Económica y los sindicatos, el capitalismo de Estado en el Estado proletario y los sindicatos, las diferencias básicas entre el papel de los sindicatos en un Estado burgués y en uno proletario, la imbricación de los sindicatos en los organismos económicos y públicos del Estado proletario o la cuestión de las organizaciones sindicales y los especialistas.

Aprovechamos para comunicaros que este texto irá encuadrado en el apartado de «Teoría revolucionaria» del blog y, dentro de este, en el de «Organizaciones históricas del movimiento comunista internacional», espacio en el que iremos subiendo los documentos más interesantes de las grandes organizaciones del movimiento comunista internacional que han protagonizado las distintas experiencias socialistas (como el POSDR(b) -después PC(b) de Rusia y, por último, PCUS-, el PCCh o el PTA), además de documentos de la Asociación Internacional de los Trabajadores y otras organizaciones revolucionarias históricas.

Una vez más, insistimos en nuestro propósito de seguir realizando un balance crítico del movimiento comunista internacional, y ello con el objetivo claro y necesario de estudiar a fondo las causas de la derrota de la oleada revolucionaria inaugurada por la Revolución de Octubre. En este sentido, iremos estudiando progresivamente las aportaciones más valiosas de las tres grandes experiencias de construcción socialista, la URSS, la China Popular y la República Popular de Albania, así como los errores que provocaron las derrotas de estas experiencias revolucionarias y, en general, de un movimiento comunista internacional que, actualmente, se encuentra en situación de coma inducido por varias décadas de hegemonía (total o parcial en función del periodo y el lugar concretos) del revisionismo.

Para nosotros, aunque por supuesto cada experiencia socialista aportó al mundo lecciones particulares sobre cómo se conquista, ejerce y desarrolla la dictadura del proletariado, los tres modelos de construcción del socialismo han sido episodios muy valiosos para la madurez de la teoría revolucionaria del proletariado internacional. En este sentido, siempre dejaremos a un lado cualquier tipo de escolasticismo, sectarismo y apriorismo sobre las enseñanzas de cada una de estas experiencias, rehuyendo simplificaciones y dogmatismos oportunistas sobre las experiencias revolucionarias china y albanesa y, por último, tratando de rescatar y sintetizar lo más valioso de todo este bagaje teórico-práctico para encarar con fuerza redoblada la reconstitución del movimiento comunista en todos los países del mundo en general, así como en el Estado español en particular.

2ACERCA DEL PAPEL Y DE LAS TAREAS DE LOS SINDICATOS EN LAS CONDICIONES DE LA NUEVA POLÍTICA ECONÓMICA

RESOLUCIÓN DEL CC DEL PC(b) DE RUSIA DEL 12 DE ENERO DE 1922

1. LA NUEVA POLÍTICA ECONÓMICA Y LOS SINDICATOS

La nueva política económica introduce una serie de modificaciones sutanciales en la situación del proletariado y, por consiguiente, en la de los sindicatos. La masa aplastante de los medios de producción en la esfera de la industria y el transporte queda en manos del Estado del proletario. Junto a la nacionalización de la tierra, esta circunstancia demuestra que la nueva política económica no varía la esencia del Estado obrero, modificando, sin embargo, esencialmente los métodos y las formas de la construcción socialista, puesto que admite la emulación económica entre el socialismo en construcción y el capitalismo, que aspira a resurgir, a base de dar satisfacción, a través del mercado, a los muchos millones de campesinos.

Los cambios de forma en la construcción socialista están motivados por la circunstancia de que, en toda la política de transición del capitalismo al socialismo, el Partido Comunista y el Poder soviético emplean ahora métodos especiales para esta transición, actúan en una serie de aspectos por métodos diferentes que antes, conquistan una serie de posiciones «mediante un nuevo rodeo», por decirlo así, realizan un despliegue para pasar nuevamente, más preparados, a la ofensiva contra el capitalismo. Particularmente, son admitidos hoy y se desarrollan el libre comercio y el capitalismo, que deben estar sujetos a una regulación por el Estado, y, por otra parte, las empresas estatales socializadas se reorganizan sobre la base de la llamada autogestión financiera, es decir, del principio comercial, lo que dentro de las condiciones de atraso cultural y de agotamiento del país, inevitablemente hará surgir, en mayor o menor grado, en la conciencia de las masas la contraposición entre la administración de determinadas empresas y los obreros que trabajan en ellas.

2. EL CAPITALISMO DE ESTADO EN EL ESTADO PROLETARIO Y LOS SINDICATOS

El Estado proletario, sin variar su esencia, puede admitir la libertad de comercio y el desarrollo del capitalismo solo hasta ciertos límites y únicamente a condición de una regulación por parte del Estado (vigilancia, control, determinación de formas, orden, etc.) del comercio privado y del capitalismo privado. El éxito de tal regulación depende no solo del poder estatal, sino más aún, del grado de madurez del proletariado y de las masas trabajadores en general, de su nivel cultural, etc. Pero aun cuando se efectúe con todo éxito tal regulación, subsiste indiscutiblemente el antagonismo de los intereses de clase entre el trabajo y el capital. Por eso, una de las tareas más importantes de los sindicatos es, desde este momento, la defensa, en todos los aspectos y por todos los medios, de los intereses de clase del proletariado en su lucha contra el capital. Esta tarea debe ser colocada abiertamente en uno de los primeros lugares; el aparato de los sindicatos debe ser reconstruido en correspondencia con esto, modificando o complementando (deben organizarse comisiones para el arbitraje de conflictos, deben crearse fondos para los casos de huelga, fondos de ayuda mutua, etc.).

3. LAS EMPRESAS DEL ESTADO REORGANIZADAS SOBRE LA BASE DE LA LLAMADA AUTOGESTIÓN FINANCIERA Y LOS SINDICATOS

La reorganización de las empresas del Estado sobre la base de la llamada autogestión financiera está ligada inevitablemente e indisolublemente con la nueva política económica y, en un futuro próximo, no cabe duda que este tipo será el predominante, si no el único. Esto significa de hecho, dentro de la situación de libre comercio admitido y en desarrollo, el paso de las empresas del Estado, en un grado considerable, al principio comercial. Esta circunstancia, debida a la apremiante necesidad de elevar la productividad del trabajo, de lograr que cada empresa del Estado trabaje sin pérdidas y sea rentable, y a los inevitables intereses y al exceso de celo de los respectivos departamentos, engendra de manera indefectible cierta contradicción de intereses en las cuestiones referentes a las condiciones de trabajo en las empresas, entre la masa obrera y los directores, los administradores de las empresas estatales o los departamentos a los que pertenecen. Por eso, en lo que respecta a las empresas socializadas, recae incondicionalmente sobre los sindicatos la obligación de defender los intereses de los trabajadores, de contribuir, en la medida posible, a mejorar sus condiciones materiales de existencia, corrigiendo constantemente los errores y las exageraciones en los organismos económicos, por cuanto estos errores y exageraciones se derivan de la deformación burocrática del aparato del Estado.

4. DIFERENCIA ESENCIAL ENTRE LA LUCHA DE CLASE DEL PROLETARIADO EN UN ESTADO QUE RECONOCE LA PROPIEDAD PRIVADA SOBRE LA TIERRA, LAS FÁBRICAS, ETC., Y CUYO PODER POLÍTICO SE ENCUENTRA EN MANOS DE LA CLASE CAPITALISTA, Y LA LUCHA ECONÓMICA DEL PROLETARIADO EN UN ESTADO QUE NO RECONOCE LA PROPIEDAD PRIVADA SOBRE LA TIERRA Y SOBRE LA MAYORÍA DE LAS GRANDES EMPRESAS EN UN ESTADO CUYO PODER POLÍTICO SE ENCUENTRA EN MANOS DEL PROLETARIADO

Mientras existen las clases, la lucha de estas es inevitable. Durante el periodo de transición del capitalismo al socialismo es inevitable la existencia de las clases; y el programa del PC de Rusia dice, de una manera absolutamente precisa, que solo estamos dando los primeros pasos en la transición del capitalismo al socialismo. Por eso, tanto el Partido Comunista como el Poder soviético, lo mismo que los sindicatos, deben reconocer abiertamente la existencia de la lucha económica y su inevitabilidad, en tanto que no se termine, aunque solo sea en lo fundamental, la electrificación de la industria y la agricultura, en tanto que con ello no se corten todas las raíces de la pequeña economía y del dominio del mercado.

Por otra parte, es evidente que la meta final de la lucha huelguística dentro del capitalismo es la destrucción del aparato del Estado, el derrocamiento del poder del Estado de determinadas clases. Y en un Estado proletario de tipo transitorio, como es el nuestro, el objetivo final de toda actuación de la clase obrera puede ser solamente el fortalecimiento del Estado proletario y del poder del Estado proletario de clase, mediante la lucha contra las deformaciones burocráticas en este Estado, contra sus defectos y yerros, contra los apetitos de clase de los capitalistas que se esfuerzan por desembarazarse del control de este Estado, etc. Por lo tanto, ni el Partido Comunista, ni el Poder soviético, ni los sindicatos deben olvidar de ningún modo, y no deben ocultarlo a los obreros y a las masas trabajadoras, que el empleo de la lucha huelguística en un Estado con un poder estatal proletario puede explicarse y justificarse exclusivamente por la deformación burocrática del Estado proletario y por toda clase de reminiscencias del pasado capitalista en sus instituciones, de un lado, y la falta de desarrollo político y el atraso cultural de las masas trabajadoras, de otro lado.

Por eso, en orden a los rozamientos y conflictos entre grupos aislados de la clase obrera y empresas y organismos aislados del Estado obrero, la tarea de los sindicatos estriba en contribuir al arreglo más rápido y menos penoso de los conflictos, con el máximo de ventajas para los grupos obreros que estos sindicatos representan, en la medida que dichas ventajas pueden ser aprovechadas sin perjuicio para otros grupos y sin daño para el desarrollo del Estado obrero y su economía, ya que solo este desarrollo puede crear las bases para el bienestar material y espiritual de la clase obrera. El único método acertado, sano y conveniente de liquidar los rozamientos y conflictos entre grupos aislados de la clase obrera y los organismos del Estado obrero es la participación de los sindicatos como intermediarios, los cuales, representados por sus organismos correspondientes, entran en negociaciones con los respectivos organismos económicos interesados en la cuestión, a base de reivindicaciones y proposiciones exactamente formuladas por ambas partes, o bien apelan a instancias superiores del Estado.

En caso de que las acciones desacertadas de los organismos económicos, el atraso de determinados grupos obreros, la obra provocadora de elementos contrarrevolucionarios o, por último, la falta de previsión de las mismas organizaciones sindicales conduzcan a conflictos declarados en forma de huelgas en las empresas del Estado, etc., la tarea de los sindicatos es contribuir a que los conflictos sean liquidados del modo más rápido, tomando medidas derivadas del carácter de la labor sindical: adopción de medidas para liquidar las verdaderas injusticias y las anormalidades y para satisfacer las demandas justas y realizables de las masas, influencia política sobre estas últimas, etc.

Uno de los criterios más importantes e infalibles de la justedad y del éxito del trabajo de los sindicatos es el tener en cuenta en qué grado de eficacia evitan los conflictos de masas en las empresas del Estado mediante una política previsora, encaminada a la verdadera y completa salvaguardia de los intereses de la masa obrera y a la eliminación oportuna de las causas de los conflictos.

5. RETORNO A LA AFILIACIÓN VOLUNTARIA EN LOS SINDICATOS

La actitud formal que adoptan los sindicatos en la inscripción como miembros de los mismos de todos los trabajadores asalariados, sin exclusión, ha introducido cierto grado de deformación burocrática en los sindicatos y el aislamiento de los mismos de las amplias masas de sus afiliados. Por lo tanto, es preciso llevar a efecto con toda decisión la afiliación voluntaria en los sindicatos, tanto en lo que respecta al ingreso individual como al colectivo. De ningún modo se debe exigir a los miembros de los sindicatos que profesen un determinado credo político; en este sentido, lo mismo que con respecto a la religión, los sindicatos no deben ser una organización de partido. En un Estado proletario debe exigirse de los miembros de los sindicatos solo la comprensión de la disciplina entre camaradas y de la necesidad de que las fuerzas obreras se unan para defender los intereses de los trabajadores y para ayudar al poder de los trabajadores, es decir, al Poder soviético. El Estado proletario debe estimular la unión sindical de los obreros, tanto en el sentido jurídico como en el material. Pero los sindicatos no deben tener ningún derecho sin deber.

6. LOS SINDICATOS Y LA ADMINISTRACIÓN DE LAS EMPRESAS

El interés principal y más fundamental del proletariado, después de haber sido conquistado por este el poder estatal, es el aumento de la cantidad de productos y la elevación gran escala de las fuerzas productivas de la sociedad. Esta tarea, planteada con toda claridad en el programa del PC de Rusia, se ha hecho aún más perentoria ahora en nuestro país debido al estado de ruina de la postguerra, el hambre y el desbarajuste. Por eso, el éxito más rápido y sólido posible en la restauración de la gran industria es una condición sin la cual no se concibe el éxito de toda la causa de emancipar el trabajo del yugo del capital, no se concibe el triunfo del socialismo; pero, a su vez, semejante éxito requiere, indudablemente, dentro de la situación de Rusia, la concentración de todo el poder en manos de las administraciones de las fábricas. Estas administraciones, establecidas por regla general sobre el principio de la dirección unipersonal, deben determinar independientemente tanto la cuantía de los salarios como la distribución de los fondos, los racionamientos, la ropa de trabajo y toda otra clase de aprovisionamiento, a base y dentro de los límites de los contratos colectivos firmados con los sindicatos y teniendo el máximo de libertad para maniobrar, comprobando del modo más riguroso los éxitos reales obtenidos en el aumento de la producción sin pérdidas y con ganancias, seleccionando con la mayor escrupulosidad los más destacados e inteligentes administradores, etc.

Toda intervención directa de los sindicatos en la administración de las empresas, en estas condiciones, debe considerarse, indudablemente, nociva e inadmisible.

Pero sería completamente equivocado interpretar esta indiscutible verdad en el sentido de que se niegue a los sindicatos el derecho a participar en la organización socialista de la industria y en la dirección de la industria estatal. Esta participación es necesaria en formas determinadas con toda precisión, como son las siguientes.

7. EL PAPEL Y LA PARTICIPACIÓN DE LOS SINDICATOS EN LOS ORGANISMOS ECONÓMICOS Y PÚBLICOS DEL ESTADO PROLETARIO

El proletariado es el fundamento de clase del Estado que efectúa la transición del capitalismo al socialismo. En un país en el que predominan en un grado enorme los pequeños campesinos, el proletariado puede cumplir con éxito esta tarea solo a condición de que la ligazón con la aplastante mayoría de los campesinos se lleve a cabo de un modo extraordinariamente hábil, cauteloso y gradual. Los sindicatos deben ser el colaborador más directo e imprescindible del poder del Estado, cuya dirección en toda su labor política y económica está a cargo de la vanguardia consciente de la clase obrera: el Partido Comunista. Siendo, en general, escuela de comunismo, los sindicatos deben ser en particular escuela de administración de la industria socialista (y luego, gradualmente, de la agricultura) para toda la masa de obreros, y después para todos los trabajadores.

Partiendo de estas tesis de principio, es preciso establecer para un periodo próximo las siguientes formas fundamentales de participación de los sindicatos en los organismos económicos y públicos del Estado proletario:

1. Los sindicatos participan en la creación de todos los organismos económicos y organismos del Estado ligados con la economía, proponiendo a sus candidatos e indicando su antigüedad, experiencia, etc. La decisión de la cuestión corresponde exclusivamente a los organismos económicos, sobre quienes recae también toda la responsabilidad por la labor de los organismos correspondientes. Juntamente con esto, los organismos económicos han de tener en cuenta la apreciación de todos los candidatos hecha por los respectivos sindicatos.

2. Una de las tareas más importantes de los sindicatos es la de promover y preparar a administradores salidos de las masas obreras y trabajadoras en general. Si hoy contamos con decenas de tales administradores de la industria, suficientemente capacitados, y con centenares de estos más o menos aptos en un futuro próximo precisaremos a centenares de los primeros y millares de los segundos. La estadística sistematizada de todos los obreros y campesinos capaces de desempeñar esta función y el control escrupuloso, detallado y práctico del éxito de su aprendizaje en punto a la administración, deben ser realizados por los sindicatos de un modo mucho más minucioso y perseverante que hasta hoy.

3. Es preciso intensificar la participación de los sindicatos en todos los organismos de planificación del Estado proletario, en la elaboración de los planes económicos y de los programas de producción y de gasto de los fondos de aprovisionamiento material de los obreros, en la selección de las empresas cuyo abastecimiento queda a cargo del Estado, de las que se entregan en arriendo o en calidad de concesión, etc. Sin hacerse cargo directo de ninguna clase de funciones de control sobre la producción en las empresas particulares y arrendadas, los sindicatos intervienen en la regulación de la producción capitalista privada exclusivamente a través de su participación en los organismos estatales correspondientes. Además de la participación de los sindicatos en toda la labor cultural y educativa y en la propaganda en la esfera de la producción, tal actividad de los sindicatos debe atraer a las masas trabajadoras a toda la construcción de la economía del Estado, haciéndoles conocer todo el ciclo de la vida económica, todo el ciclo del trabajo industrial, desde la preparación de la materia prima hasta la venta del producto, y dándoles una idea cada vez más concreta del plan estatal único de la economía socialista, así como del interés práctico que representa para los obreros y los campesinos la realización de este plan.

4. La fijación de tarifas y normas de abastecimiento, etc., representa una de las partes integrantes y necesarias de la labor de los sindicatos en la construcción del socialismo y de su participación en la administración de la industria. En particular, los tribunales disciplinarios deben elevar indeclinablemente la disciplina de trabajo y desarrollar las formas educativas de la lucha por ella y por el aumento de la productividad, sin inmiscuirse de ningún modo en las funciones de los tribunales populares en general ni en las funciones de la administración.

Esta relación de las funciones más fundamentales de los sindicatos en la construcción de la economía socialista debe ser, claro está, minuciosamente detallada por los organismos correspondientes de los sindicatos y del Poder soviético. Lo más esencial para levantar la economía nacional y fortalecer el Poder soviético es -teniendo presente la experiencia de la enorme labor realizada por los sindicatos en la organización de la economía y su administración, así como los errores, que no poco daño ocasionaron, por la intervención directa, sin preparación, incompetente e irresponsable en la administración-, pasar de un modo consciente y decidido a una tesonera labor positiva durante una larga serie de años, dedicada a la instrucción práctica de los obreros y de todos los trabajadores en la administración de la economía de todo el país.

8. LIGAZÓN CON LAS MASAS COMO CONDICIÓN FUNDAMENTAL PARA TODA LABOR DE LOS SINDICATOS

La ligazón con las masas, es decir, con la enorme mayoría de los obreros (y luego con todos los trabajadores) es la condición más importante, la fundamental para lograr éxito en cualquier actividad que desplieguen los sindicatos. Desde abajo hasta lo más alto de la organización de los sindicatos y de su aparato debe ser creado y comprobado en la práctica, basándose en la experiencia de una larga serie de años, todo un sistema de camaradas responsables, entre los cuales deben figurar obligatoriamente no solo los comunistas, que deben vivir muy dentro de la vida obrera, conocerla en todos sus aspectos, saber determinar infaliblemente en cualquier cuestión y bajo cualquier circunstancia el estado de ánimo de las masas, sus verdaderas aspiraciones, necesidades y pensamientos, saber determinar, sin la menor sombra de falsa idealización, su grado de conciencia y la fuerza de la influencia de estos o los otros prejuicios y reminiscencias del pasado, saber conquistarse una confianza ilimitada de las masas con una actitud de camaradería ante ellos, con una solícita satisfacción de sus necesidades. Uno de los mayores y más terribles peligros para un Partido Comunista numéricamente modesto y que, a título de vanguardia de la clase obrera, dirige a un enorme país que efectúa (por el momento sin gozar todavía del apoyo directo de los países más adelantados) la transición al socialismo, es el peligro de quedarse apartado de las masas, el peligro de que la vanguardia avance demasiado lejos sin «estar alineado el frente», sin conservar una ligazón estrecha con todo el ejército del trabajo, es decir, con la inmensa mayoría de la masa obrera y campesina. Lo mismo que la mejor fábrica con un magnífico motor y con máquinas de primera categoría no podrá funcionar si está averiado el mecanismo de transmisión que va del motor a las máquinas, igualmente será inevitable la catástrofe de nuestra construcción socialista si no está estructurado de manera acertada o trabaja con fallos el mecanismo de transmisión del Partido Comunista a las masas: los sindicatos. No es suficiente esclarecer, recordar y corroborar esta verdad, es preciso fijarla orgánicamente en toda la estructuración de los sindicatos y en su labor cotidiana.

9. CARÁCTER CONTRADICTORIO DE LA SITUACIÓN DE LOS SINDICATOS BAJO LA DICTADURA DEL PROLETARIADO

De todo lo expuesto más arriba se deducen una serie de contradicciones entre las diversas tareas de los sindicatos. Por una parte, su principal método de acción es la persuasión, la educación; por otra parte, como participan en el poder estatal, no pueden negarse a participar en la coacción. Por un lado, su tarea principal es la defensa de los intereses de las masas trabajadoras en el sentido más directo y próximo de la palabra; pero, al mismo tiempo, no pueden renunciar a la presión siendo participantes del poder estatal y constructores de toda la economía nacional en su conjunto. Por una parte, deben trabajar al estilo militar, puesto que la dictadura del proletariado es la guerra de clases más encarnizada, más empeñada y más desesperada, y por otra parte, precisamente a los sindicatos, menos que a cualquier otro organismo, les son adecuados los métodos específicamente militares de trabajo. Por una parte, deben saber adaptarse a las masas, al nivel en que estas se encuentran; y por otra parte, de ningún modo deben alentar los prejuicios y el atraso de las masas, sino que deben elevarlas constantemente a su nivel cada vez más alto, etc., etc. Estas contradicciones no son casuales y no podrán ser liquidadas en el transcurso de varias decenas de años, puesto que, mientras queden vestigios del capitalismo y de la pequeña producción, son inevitables las contradicciones en toda la estructura social entre estos vestigios y los brotes del socialismo.

Las deducciones prácticas que se desprenden son de dos aspectos. Primero: para que la labor de los sindicatos sea eficaz, no basta comprender bien sus tareas, no basta estructurarlos con acierto; es preciso, además, un tacto singular, saber aproximarse a las masas de un modo especial en cada caso concreto, logrando, con el mínimo de rozamientos, elevarlas a un grado más alto en el aspecto cultural, económico y político.

Segunda deducción: las contradicciones citadas engendran inevitablemente conflictos, desacuerdos, rozamientos, etc. Es necesaria una instancia superior, con suficiente autoridad, para resolverlos en el acto. Tal instancia es el Partido Comunista y la unión internacional de los partidos comunistas de todos los países: la Internacional Comunista.

10. LOS SINDICATOS Y LOS ESPECIALISTAS

Las tesis fundamentales acerca de esta cuestión se hallan expuestas en el programa del PC de Rusia. Pero quedarán solo en el papel, si no se fija reiteradamente la atención sobre hechos que demuestran el grado de su realización en la práctica. Durante los últimos tiempos, tales hechos son los siguientes: primero, casos de asesinatos de ingenieros, cometidos por obreros de minas socializadas, no solo de los Urales, sino también de la cuenca del Donetz; segundo, el suicidio del ingeniero jefe del servicio de abastecimiento de aguas de Moscú, V. Oldenborger, debido a las intolerables condiciones de trabajo creadas por la conducta incompetente e inadmisible de los miembros de la célula comunista, así como de los organismos del Poder soviético, lo que obligó al Comité Ejecutivo Central de toda Rusia a encomendar a los tribunales el examen de todo este asunto.

La culpabilidad por semejantes hechos recae en un grado incomparablemente mayor sobre el Partido Comunista y el Poder soviético en su conjunto que sobre los sindicatos. Pero no se trata ahora de establecer el grado de culpabilidad política, sino de sacar deducciones políticas concretas. Si todas nuestras instituciones dirigentes, es decir, tanto el Partido Comunista como el Poder soviético y los sindicatos, no consiguen que cuidemos como las niñas de nuestros ojos a cada uno de los especialistas que trabajan a conciencia, con conocimiento y amor hacia su trabajo, aunque sean completamente ajenos al comunismo en el aspecto ideológico, no se podrá hablar de éxitos serios de ningún género en la construcción socialista. Todavía no podremos realizarlo pronto, pero, cueste lo que cueste, debemos conseguir que los especialistas, como capa social particular, que continuará siendo capa particular hasta que se haya logrado alcanzar el grado más alto de desarrollo de la sociedad comunista, vivan mejor bajo el socialismo que bajo el capitalismo, tanto en el aspecto material como en el jurídico, tanto en lo que atañe a la colaboración de camaradería con los obreros y campesinos como en el sentido ideológico, es decir, en el sentido de experimentar satisfacción por su trabajo y por la conciencia de la utilidad social del mismo, independizados de los intereses egoístas de la clase capitalista. Nadie estará de acuerdo en reconocer como satisfactoriamente organizado, siquiera sea en grado mínimo, un departamento que no realice una labor metódica y eficiente, encaminada a satisfacer todas las necesidades de los especialistas, a estimular a los mejores, a defender y salvaguardar sus intereses, etc.

Los sindicatos deben desplegar su actividad en todos estos aspectos (o participar de manera sistemática en el trabajo respectivo de todos los departamentos), no desde el punto de vista de los intereses de cada departamento, sino desde el punto de vista de los intereses del trabajo y de la economía nacional en su conjunto. A los sindicatos incumbe, en relación con los especialistas, la más dura y difícil labor de ejercer influencia cotidiana sobre las más amplias masas de los trabajadores para crear justas relaciones mutuas entre estos y los especialistas; solo una labor tal es capaz de dar resultados prácticos de verdadera importancia.

11. LOS SINDICATOS Y LA INFLUENCIA PEQUEÑOBURGUESA SOBRE LA CLASE OBRERA

Los sindicatos son solamente efectivos cuando unifican capas muy amplias de obreros sin partido. De aquí que, sobre todo en un país en el que tienen un enorme predominio los campesinos, surja de modo inevitable una relativa estabilidad, precisamente en los sindicatos, de las influencias políticas que forman una superestructura sobre los vestigios del capitalismo y sobre la pequeña producción. Estas son influencias pequeñoburguesas, es decir, por una parte, eseristas y mencheviques (una variedad rusa de los partidos de la II Internacional y de la Internacional II y media)* y, por otra parte, anárquicas; solo en el seno de estas corrientes ha quedado cierto número de personas que defienden el capitalismo, no por motivos egoístas de clase, sino ideológicamente, conservando su creencia de que la «democracia», la «igualdad», la «libertad» en general, predicadas por ellas, tienen un valor al margen de las clases.

Precisamente por el motivo económico-social ya indicado y no por el papel de grupos aislados, y menos aún de individuos aislados, es preciso explicar las reminiscencias (y raras veces el resurgimiento) de semejantes ideas pequeñoburguesas en los sindicatos, reminiscencias que se observan en nuestro país. Tanto el Partido Comunista como las instituciones soviéticas que llevan a cabo una labor cultural y educativa, así como todos los comunistas en el seno de los sindicatos, deben por eso dedicar mucha mayor atención a la lucha ideológica contra las influencias, corrientes y desviaciones pequeñoburguesas que tienen lugar dentro de los sindicatos; tanto más que la Nueva Política Económica no puede dejar de conducir a cierto fortalecimiento del capitalismo. Es imperiosamente necesario un contrapeso a esto en forma del reforzamiento de la lucha contra las influencias pequeñoburguesas sobre la clase obrera.

El CC del PC(b) de Rusia

Escrito del 30 de diciembre de 1921                                                      T. 33, págs. 159-170
al 4 de enero de 1922. Publicado el
17 de enero de 1922 en el núm. 12
de Pravda.

* La Internacional II y media fue fundada en Viena en febrero de 1921 en la Conferencia de partidos y grupos centristas que abandonaron temporalmente la II Internacional bajo la presión de las masas obreras revolucionarias. En 1923, la II Internacional y media se unió de nuevo a la II Internacional.

La Rusia soviética, la Internacional Comunista y la política exterior soviética en los años 20

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                La Revolución de Octubre es, junto con la Revolución francesa y la experiencia revolucionaria china, el acontecimiento histórico más importante de los últimos tres siglos. La Revolución bolchevique supuso un hito en la historia de la Humanidad, pues fue la primera ocasión en que el poder de las masas explotadas pudo implantarse, consolidarse y desarrollarse de forma vigorosa hasta que la línea revisionista terminó por imponerse en el primer Estado proletario de la historia, restaurando así el capitalismo bajo el control y la dirección de la burguesía burocrática.

                Si bien la Revolución proletaria que triunfó en Rusia contó con el precedente de la Comuna de París (la primera forma de Estado obrero que no pudo consolidarse por la debilidad cualitativa y cuantitativa del proletariado de la Francia de finales del siglo XIX), las masas oprimidas del antiguo Imperio ruso, guiadas por su Partido revolucionario, tuvieron que ser los primeros en arreglárselas para poner en pie la titánica obra de constitución de un poder revolucionario jamás visto en la historia humana. Gracias a su nuevo y radical paradigma de organización social con base en la teoría revolucionaria del comunismo, la alianza obrero-campesina conformada en la Rusia soviética demostró al mundo que era posible derrocar a la clase capitalista y organizar una nueva sociedad fundada sobre el poder proletario, un poder que buscaba constituir por vez primera una sociedad sin clases a escala internacional.

                Durante casi 30 años, la Rusia soviética se vio obligada a la gesta de erigir el Estado obrero en la ciénaga del imperialismo beligerante y decadente. Durante mucho tiempo (hasta la constitución de las «democracias populares» y el triunfo de la Revolución china), una Unión Soviética cercada demostró con su ejemplo que era posible construir el socialismo a pesar del atraso histórico de la sociedad rusa y del asedio que el imperialismo impuso sobre la República soviética en el plano político, económico, militar e ideológico.

                Para explicar el trasfondo y la infraestructura material gracias a los que el revisionismo consiguió fagocitar al Estado socialista hasta convertirlo a él (y al marxismo) en una vil caricatura, es imprescindible proseguir con -y profundizar en- los análisis históricos desde la vanguardia comunista de las experiencias más importantes y ejemplares del movimiento revolucionario internacional. En Revolución o Barbarie, blog en el que nos hemos marcado como objetivo prioritario la profundización en las tareas del balance crítico de nuestra historia, de la historia del movimiento comunista internacional, seguimos, modesta pero incansablemente, tratando de arrojar luz sobre todos y cada uno de los aspectos que puedan ayudarnos a estudiar y conocer -a la luz de las herramientas que la cosmovisión comunista nos aporta- las causas del fracaso del primer intento de tomar «el cielo por asalto» (Marx a Kugelmann), de la primera gran hazaña de los oprimidos por articular el primer proyecto en la historia humana de sociedad socialista en transición hacia una civilización sin explotados ni explotadores, sin oprimidos ni opresores.

                Para ello, en este trabajo analizaremos (basándonos fundamentalmente en la obra del historiador E. H. Carr, la  Historia de la Rusia Soviética –concretamente, el tercer volumen, La Rusia soviética y el mundo-, así como en artículos y libros de Marx, Engels, Lenin, Stalin y otros dirigentes bolcheviques que protagonizaron la primera etapa de la Rusia revolucionaria) la problemática de la cuestión internacional en el seno de la República soviética desde su constitución hasta mediados de los años 20. Estudiaremos las enormes dificultades de asedio imperialista que tuvo que soportar la Rusia soviética, y cómo a pesar de ello fue capaz de levantar y vigorizar la Internacional Comunista. Pero, teniendo en cuenta que el revisionismo no surge del cuerpo proletario como el virus que es inoculado por un agente infeccioso externo, sino que está latente en su interior de forma constante y pugna, también de forma sistemática y recurrente, por adherirse a la célula y matarla desde sus mismas entrañas, terminaremos el trabajo con unas palabras finales críticas sobre determinadas líneas y procesos que ya comenzaban a manifestarse en el interior del Estado proletario, sobre todo en la cuestión del internacionalismo y la construcción del socialismo en un solo país, y que, a la postre, terminarían por abonar el terreno para que los jruschovistas y demás elementos revisionistas pudieran defender y justificar aberraciones antimarxistas como la «coexistencia pacífica con el imperialismo» o el «Estado de todo el pueblo».

                Por último, hacemos dos aclaraciones estrictamente editoriales. En primer lugar, somos nosotros quienes hemos colocado determinadas frases o palabras en negrita en las diferentes citas, para así resaltar ideas que nos parecen capitales. En segundo lugar, ya que la práctica totalidad de las citas usadas en este documento están extraídas de fragmentos de la obra ya mencionada del historiador E. H. Carr, y teniendo en cuenta que este autor colocaba en sus pies de página las referencias bibliográficas en los idiomas originales de las obras citadas (o con transliteraciones al alfabeto latino, como en el caso del ruso), hay algunas obras que, por nuestro desconocimiento total -parcial en el caso del inglés- de idiomas como el ruso o el alemán, no están traducidas al castellano.

1. La Revolución de Octubre y el mundo capitalista: análisis histórico del Tratado de Brest-Litovsk

                «Las diferencias nacionales y los antagonismos entre los pueblos se desvanecencada día más… La supremacía del proletariado hará que se borren aún más de prisa».

(Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto comunista)

                La gran Revolución socialista de Octubre constituyó el primer exponente de Estado de dictadura del proletariado en un mundo que, hasta la fecha, había seguido el ritmo que le marcaba el director de la orquesta. Ese director no era otro que el capitalismo en su fase imperialista; un capitalismo que ya había tenido la oportunidad de demostrar dos cosas: por un lado, su incapacidad congénita para resolver su antagonismo fundamental (el de la contradicción entre el carácter social de la producción y la apropiación privada de lo producido), que a cada minuto se mostraba más evidente y se manifestaba de forma más violenta e irracional; por otro lado, su necesidad inevitable de recurrir a la guerra imperialista como una continuación de proseguir con la dinámica capitalista de pugna por adquirir y controlar nuevos mercados exteriores, materias primas, zonas de exportación de capitales, etc. Este segundo aspecto quedó sobradamente corroborado por la Primera Guerra Mundial imperialista, una conflagración sangrienta que afectó de lleno a la Rusia prerrevolucionaria.

                La pionera experiencia revolucionaria que protagonizó el bloque de poder del proletariado y el campesinado pobre de la inmensa Rusia, tuvo que comenzar a construir su particular gesta (en realidad, la de todos los explotados del mundo) con un brutal cerco imperialista, que pronto hizo ver a los comunistas de la Rusia soviética que, si la Revolución se retrasaba en Europa (fundamentalmente en Alemania), no podían esperar eternamente, frenando en seco la construcción del socialismo, mientras el proletariado más avanzado de los países occidentales acudía en su ayuda. El mismo Lenin, que desde 1917 hasta sus últimos meses de vida fue el más consciente de la necesidad de impulsar y apoyar el movimiento revolucionario de países como Alemania o Francia, al final terminó por convencerse de que el proletariado de la Rusia soviética no tenía más remedio que continuar su gigantesca obra de construcción revolucionaria del socialismo en un marco de aislamiento y hostilidad crecientes con el mundo capitalista. Los últimos escritos de Lenin relativos a las concesiones al «capitalismo de Estado» proletario y a los nepmen demostraban, precisamente, que Rusia no podía saltarse fases históricas en el desarrollo revolucionario hasta llegar a construir el socialismo, pues sin capitalismo previo suficientemente desarrollado, poco socialismo se podía construir.

                Fue Stalin quien, en octubre de 1917, deslindó de forma muy adecuada la posición correcta de la errónea en este asunto. Así, el georgiano sostuvo que «Hay dos direcciones: una marca el curso a seguir para la victoria de la Revolución y se apoya en Europa; la segunda no cree en la Revolución y no cuenta más que constituir una oposición» (Stalin, Obras completas, tomo 3º, p. 381). Este espíritu quedó reflejado a la perfección en el plano político con el decreto de la paz, aprobado por el segundo Congreso de Soviets de toda Rusia tan solo un día después de la victoria de la Revolución. Este manifiesto, que supuso el primer gran ejercicio de claro internacionalismo desde las posiciones victoriosas de un proletariado sabedor de su fuerza, conciencia y organización, declaraba la abolición del secreto diplomático, proponía una paz «justa, democrática» basada en el derecho de autodeterminación nacional y -lo que es más importante aún- exhortaba al proletariado de Alemania, Francia e Inglaterra a acudir en auxilio de sus hermanos de Rusia para «llevar a feliz término la conclusión de la obra de la paz, y también de la liberación de las masas trabajadoras y explotadas de la población de toda clase de esclavitud y explotación».

                Como se puede comprobar en este planteamiento, los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, demostraron por vez primera su capacidad para maniobrar políticamente de tal forma que se aseguraran dos cosas: en primer lugar, la defensa irrenunciable de las conquistas de la Revolución de Octubre y del poder proletario; en segundo lugar, el principio igualmente imprescindible de apoyo a la Revolución proletaria internacional, elemento que el grueso de los comunistas de la Rusia soviética consideraba indispensable para que pudiera comenzar la construcción exitosa del socialismo en Rusia.

                En el aspecto táctico de la cuestión, es importante valorar hoy la forma en que, a pesar de las tremendas dificultades por el asedio imperialista, el Estado proletario fue capaz de maniobrar para aprovechar las contradicciones interimperialistas (algo que el nuevo poder obrero demostró con más profundidad a principios de los 20), buscando por encima de todo debilitar al enemigo y ganar tiempo hasta que el león revolucionario rugiera en toda Europa y en el mundo entero. Así, una de las maniobras más inteligentes del nuevo Estado revolucionario fue la de publicar los tratados secretos a través de los cuales las potencias imperialistas aliadas habían acordado el reparto del botín posbélico. Los tratados secretos, en palabras de Lenin, «revelaban las contradicciones existentes entre los intereses de los capitalistas y la voluntad del pueblo, de la forma más patente» (Obras completas, tomo 20º, p. 259). Gracias a la implantación de la «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado», las democracias burguesas, los buitres imperialistas que despedazaban a los proletarios por conseguir la mayor cantidad posible de carroña, quedaron retratados y el sistema capitalista fue desenmascarado de cara a las grandes masas oprimidas como un gigantesco sistema de dominio, saqueo, explotación y opresión sobre la inmensa mayoría del planeta. En 1918, como demostración de esta nueva política revolucionaria e internacionalista, el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia emitió un comunicado en el que declaraba que «Para nosotros no hay más que un tratado que no está escrito, pero que es sagrado: el tratado de la solidaridad internacional del proletariado».

                Otra prueba del inquebrantable internacionalismo proletario que defendió el flamante Estado obrero fue la de la concesión de la ciudadanía soviética a todos aquellos prisioneros de guerra que se solidarizasen con la causa revolucionaria del proletariado de Rusia (la punta de lanza de la Revolución proletaria mundial). Rusia ya no era solamente el primer país que había visto nacer en su interior una victoriosa Revolución proletaria, sino que además se convertía en el Estado mayor de la clase obrera revolucionaria; un Estado mayor que, como consecuencia de su formidable atraso, requería el concurso y el apoyo del proletariado revolucionario de los países capitalistas más desarrollados.

                Como era previsible, el imperialismo se tapó los oídos y los ojos ante las exhortaciones lanzadas por la República soviética para llegar a una «paz democrática» y «justa», sin anexiones ni indemnizaciones. Obviamente, la burguesía internacional pensaba en ese momento que la Revolución bolchevique sería rápidamente derrotada, consumida por su propia debilidad y por el brutal estado en que se encontraba el vastísimo territorio ruso. Es este un momento determinante para la historia de la Rusia soviética y para el conjunto del movimiento comunista internacional, pues es este el periodo en que la vanguardia comunista de Rusia comienza a darse cuenta de que la política revolucionaria e internacionalista tiene que contar, de forma insoslayable, con ciertos requerimientos e intereses de las grandes potencias. Esto era lógico, ya que Rusia, a mediados de 1918, estaba devastada y cercada por todas las grandes potencias capitalistas. Por este motivo, los revolucionarios de Rusia no tenían más remedio que maniobrar con ambas manos: con la izquierda, defendían escrupulosamente el internacionalismo proletario; con la derecha, comenzaron a acercarse a los grandes Estados capitalistas para tratar de negociar en el plano diplomático, militar o económico.

                Además, hay un elemento muy destacado que no debe olvidarse, y es que el Estado soviético, que se había levantado gracias a la alianza mancomunada de la clase obrera y los sectores pobre y medio del campesinado, tenía que sacar al país de la guerra imperialista de forma urgente, ya que la masa campesina no apoyaría a un Gobierno que no trajera la paz al sufrido campesinado pobre, obligado a ser carne de cañón en las disputas interimperialistas. Por ello, era indispensable que el proletariado ruso pudiera tomarse un respiro, pudiera parar para descansar un momento y posteriormente coger carrerilla. Las inconmensurables dificultades objetivas a nivel internacional obligaron a los bolcheviques a implementar una doble política (a la que antes nos hemos referido previamente con la metáfora de la mano izquierda y la mano derecha): a) máxima presión posible para provocar la caída de los Estados burgueses en toda Europa y el mundo; b) maniobras de negociaciones, acuerdos y componendas inevitables con esos mismos Estados capitalistas.

                Este fue el sentido de la firma del Tratado de Brest-Litovsk. Formalmente, las negociaciones para la firma de este tratado comenzaron el 9-22 de diciembre de 1917. La delegación soviética para el armisticio con Alemania, que estaba nutrida por Joffe, Kaménev y Sokólnikov (además de un obrero, un campesino y varios expertos en asuntos militares), se enfrentó con la imponente delegación alemana, que estaba presidida por el general Hoffmann. Era la primera vez en la historia humana que un grupo de revolucionarios, en representación de millones de explotados de todo el mundo, se sentaba a negociar con una gran potencia capitalista. Lenin, que desde el principio defendió de manera enconada el acuerdo con la Alemania imperialista como única manera de garantizar el fin de la guerra, declaró abiertamente: «No confiamos lo más mínimo en los generales alemanes, pero sí en el pueblo alemán». El revolucionario ruso, en un ejemplo brillante de su capacidad para adaptar la letra viva del marxismo a la realidad concreta, pronto abandonó su anterior optimismo sobre la capacidad revolucionaria del proletariado alemán y, al comprobar que los soldados de Alemania se disponían a atacar a la Rusia soviética, expuso en su trabajo Tesis sobre la cuestión de la conclusión inmediata de una paz separada y anexionista:

                «El estado de los asuntos con respecto a la revolución socialista en Rusia, ha de constituir la base de toda definición de la misión internacional de nuestro poder soviético. En el cuarto año de guerra,la situación internacional es tal, que resulta completamente incalculable cuál sea el momento probable del estallido de la revolución y de la destrucción de cualquiera de los gobiernos imperialistas europeos. No hay duda de que está destinada a producirse la revolución socialista en Europa, y que se producirá. Todas nuestras esperanzas en la victoria final del socialismo se fundan en esta convicción y en esta predicción científica. Tenemos que reforzar y afirmar nuestra actividad propagandística en general y, en particular, la organización de la fraternización, pero sería una equivocación montar la táctica del gobierno socialista en intentos de determinar si tendrá lugar o no el próximo año (o en cualquier espacio de tiempo corto) la revolución socialista, y en particular la alemana».

                En el mismo trabajo, Lenin argumentaría lo siguiente:

                «El ejemplo de una república soviética socialista en Rusia se erigirá como modelo viviente para las gentes de todos los países, y el efecto propagandístico revolucionario de ese modelo será inmenso. De un lado estarán el régimen y una guerra descarada de anexión, entre los dos grupos de usurpadores; de otro, la paz y la república socialista de soviets».

                Nuevamente, el máximo representante del Estado soviético volvía a colocar el nuevo poder de los proletarios rusos como paradigma y sostén de la Revolución socialista mundial. Además, la Rusia soviética aparecía ante los ojos de todos los oprimidos del mundo como el único Estado realmente interesado en acabar con la máquina de guerra capitalista y en denunciar a toda costa la hipocresía de las democracias burguesas con respecto a la paz. Trotsky, sin embargo, mantuvo una posición errónea e izquierdista que le llevó a sostener que firmar la paz con Alemania era algo innecesario y equivocado. Aunque es verdad que no defendía la posición ultraizquierdista de «guerra revolucionaria» en una situación en la que no era factible (como defendieron Bujarin y Dzerzhinski), Trotsky entendía de manera errónea que los bolcheviques podían distraer a los Hoffmann y Cía. a la espera de esa Revolución. Por ello, contradiciendo a Lenin, Trotsky abogó por no firmar ningún tratado de paz que supusiese aceptar lo que él entendía como condiciones absolutamente inaceptables.

                Stalin, por su parte, demostró mucha más lucidez y sentido de las posibilidades políticas reales, como lo muestra el hecho de que apoyó abierta y decididamente a Lenin el día de la votación sobre el tratado en el comité central del Partido. Sin embargo, salvo Stalin y el apoyo dubitativo de Zinóviev fundamentalmente, el resto del comité central no se decidía a apoyar la propuesta de Lenin, por lo que este amenazó con dimitir del gobierno y del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia si proseguía «la política de pura fraseología revolucionaria». Con la madurez política que le caracterizaba, Lenin rechazó también el último ofrecimiento conciliador de Stalin, quien propuso postergar la firma. El revolucionario ruso expresó claramente la idea de que, si la Rusia soviética no aceptaba en ese momento las condiciones del imperialismo alemán, ya que la Revolución proletaria aún no estaba madura, el poder soviético sería aniquilado por la máquina de guerra de la burguesía alemana.

                Finalmente, el Tratado de Brest-Litovsk fue firmado el 3 de marzo de 1918. Era el primer episodio en el que se certificaba el aislamiento imperialista de la Rusia soviética y la excepcional capacidad de maniobra de la República proletaria. Rusia tuvo que aceptar la renuncia de derechos territoriales, además del pago muy elevado en concepto de mantenimiento de sus prisioneros de guerra. Tras esto, el 16 de marzo de 1918, el cuarto Congreso de Soviets de toda Rusia ratificó el tratado. La posición más inteligente y correcta a la luz de los hechos salió vencedora. Sin embargo, este mismo hecho demostraba ya en ese momento las tremendas dificultades que iban a tener que enfrentar los dirigentes soviéticos como consecuencia del reflujo de la Revolución en los años 20. Comenzaba una época en la que, mientras el proletariado y los campesinos pobres rusos se preparaban para reconstruir el país y sentar las bases del socialismo en una economía semifeudal y de capitalismo muy atrasado, el Estado soviético se veía obligado a buscar acuerdos con las potencias imperialistas para poder sobrevivir.

                Tras la ratificación del Tratado por el séptimo Congreso del Partido, Lenin aseveró:

                «Un país de pequeños agricultores, desorganizado por la guerra, reducido por su causa a una miseria inaudita, se encuentra en una situación excepcionalmente difícil: no tenemos ejército y tenemos que continuar viviendo frente a frente con unos bandidos armados hasta los dientes. Por culpa del ejército tenemos que pactar con el imperialismo» (Obras completas, tomo 22º, pp. 318-19, 325).

                Posteriormente, en un memorándum confidencial escrito en mayo de 1918, Lenin definió la política de «retiradas y maniobras» de la siguiente manera:

                «La política exterior del poder soviético no debe cambiarse bajo ningún concepto. Nuestra preparación militar no está todavía a punto y, por lo tanto, nuestra máxima general es la misma de antes: afianzarnos, retirarnos y esperar mientras continuamos la preparación con todas nuestras fuerzas».

                El Tratado de Brest-Litovsk supuso la formalización de la política leninista de acuerdos inevitables con el mundo capitalista. Como le dijo Lenin al británico Lockhart (esta intervención se puede consultar en el libro Memoirs of a British Agent, de Lockhart):

                «Nuestros métodos… no son los vuestros. Podemos permitirnos un compromiso temporal con el capital; es una necesidad porque, si el capital se uniese, seríamos aplastados en la presente etapa de nuestro desarrollo. Afortunadamente para nosotros, la naturaleza del capital es tal que no cabe la unión entre sus componentes. Por consiguiente, mientras exista el peligro alemán, estoy dispuesto a arriesgarme a cooperar con los aliados, cooperación que puede ser temporalmente ventajosa para todos. En caso de agresión germánica estoy incluso dispuesto a aceptar ayuda militar, pero al mismo tiempo estoy completamente convencido de que vuestro gobierno no verá nunca las cosas bajo esta luz. Es un gobierno reaccionario y cooperará con los reaccionarios rusos».

                La crítica que dirigentes como Bujarin, Shliápinikov, Piatakov o Kolontai -destacados representantes de la tendencia izquierdista del Partido bolchevique- le hacían a Lenin tenía que ver, básicamente, con que entendían que el comunista ruso, adoptando una posición «derechista», se había plegado en exceso a los intereses del imperialismo alemán. Sin embargo, tras la verborrea izquierdista, ninguno de los dirigentes críticos con las posiciones de Lenin fueron capaces de defender una postura aplicable en el terreno de la práctica política real. Por otro lado, es incierto que Lenin plegara a la Rusia soviética a los intereses del imperialismo alemán, pues lo único que propuso el revolucionario fue maniobrar de forma flexible y realista, tratando de ganar tiempo para coger aire y poder recomenzar la tarea de la Revolución proletaria internacional. También estaba muy lejos Lenin de defender, como arguyeron algunos de sus críticos izquierdistas, una postura «nacionalista» o «excesivamente» nacional, puesto que lo que él pretendía era disponer de ese tiempo de respiro para poder derrocar a la burguesía cuando las condiciones objetivas y subjetivas lo permitieran. Así, el revolucionario ruso lo dejó claro al expresar que «tendremos las manos libres y podremos emprender una guerra revolucionaria contra el imperialismo internacional» (Protokoli Tsentralnogo Komiteta RSDRP [1929], pp. 231, 241). Además, Lenin expresó:

                «Sosteniendo el poder soviético, prestamos el apoyo mejor y más poderoso al proletariado de todos los países en su penosa lucha, de una dificultad sin precedentes, contra su propia burguesía. No hay ni puede haber golpe mayor contra la causa del socialismo que el hundimiento del poder soviético en Rusia». (Protokoli Tsentralnogo Komiteta RSDRP [1929], pp. 231, 241).

                Como podemos leer, Lenin estableció una clara relación dialéctica entre la causa de la Revolución proletaria internacional y la defensa del Estado soviético frente al imperialismo beligerante. Ahora bien, aunque Lenin siempre dejó claro que el mayor peligro para el socialismo internacional era la caída de la República soviética, en todo momento subordinó con rotundidad el proyecto de construcción del socialismo en la Rusia soviética con la política internacional revolucionaria de la clase obrera. ¿Defensa nacional de la Rusia soviética frente a los invasores imperialistas? Sí, pero con un matiz fundamental:

                «Somos «defensistas»; desde el 25 de octubre de 1917 hemos conquistado el derecho a defender la patria. No estamos defendiendo tratados secretos porque los hemos roto en pedazos; los hemos revelado al mundo entero. Y ahora estamos defendiendo la patria contra los imperialistas. Porque defendemos, venceremos. No somos partidarios del Estado, no defendemos una posición de gran potencia; a Rusia no le queda más que la Gran Rusia. No se trata pues de intereses nacionales. Afirmamos que los intereses del socialismo, del socialismo mundial, son superiores a los nacionales, están por encima de los intereses del Estado. Somos «defensistas» de la patria socialista» (Obras completas, tomo 22º, pp. 13-14).

                Después de declarar el legítimo y necesario derecho del proletariado soviético a defenderse de las agresiones del imperialismo belicoso, Lenin afirmaba que los intereses del socialismo (aunque dependieran del sostenimiento del Estado soviético) eran superiores a los intereses nacionales, a los intereses de cualquier país (¡incluso a los de la Rusia soviética!). En sus Obras completas (tomo 23º, p. 291), se puede leer lo siguiente: «[…] el imperialismo anglo-francés y americano estrangulará inevitablemente la independencia y la libertad de Rusia a no ser que triunfe la revolución socialista, el bolchevismo, a escala mundial». En este pasaje, Lenin mantiene la posición (que defendió hasta que fue consciente de que la construcción del socialismo en Rusia sí era posible a pesar del aislamiento, haciendo gala nuevamente de su ejemplar flexibilidad táctica) según la cual condiciona el triunfo del socialismo en Rusia al éxito de la Revolución internacional. Esta postura, que era tan correcta como la que después defendió Lenin (ya que tanto una como otra se ajustaban a las diferentes necesidades y posibilidades revolucionarias a escala internacional), demostraba que el revolucionario ruso ponía un énfasis especial sobre la correlación de fuerzas entre clases a escala mundial. Al final, tanto el apoyo a la Revolución mundial como el fortalecimiento del Estado soviético formaron un solo y robusto puño de hierro que, a la postre, aseguraría el éxito del socialismo pese al reflujo del movimiento revolucionario de los 20, un movimiento que terminaría por decaer sobre todo después del fracaso de la insurrección de 1923 en Bulgaria.

                Terminando con este punto, entendemos que es necesario realizar unas apreciaciones breves sobre la cuestión de la defensa de la Rusia soviética y el apoyo a la Revolución internacional tanto en la URSS encabezada por Lenin como en la URSS estaliniana, pues esto es todavía algo que consideramos poco estudiado por el conjunto del movimiento comunista internacional. Stalin, que en ese momento defendía las mismas posiciones que Lenin, pasaría posteriormente a sostener posiciones en exceso «defensistas». Así, en lugar de subordinar en el plano ideológico la construcción del socialismo en territorio soviético al impulso a la Revolución mundial, colocaba a la Rusia soviética como la base de la Revolución mundial. A nuestro juicio, este planteamiento estuvo condicionado por la situación de reflujo revolucionario que se produjo desde mediados de los 20. Dicho reflujo provocó que esa posición excesivamente «defensista» se acentuara, provocando un debilitamiento progresivo del internacionalismo proletario hasta su liquidación definitiva con el programa de los Frentes Populares, el democratismo burgués del antifascismo y la posterior disolución formal de la Comintern.

                Como se puede leer en el documento Stalin, del marxismo al revisionismo (cuyo estudio aconsejamos encarecidamente a todos los comunistas), de los camaradas del Colectivo Fénix, entre los cruciales años de 1923 y 1925 el revolucionario georgiano ponía el acento sobre todo en la cuestión de la Revolución internacional. Sin embargo, una vez que las tesis del socialismo en un solo país (correctas y acordes a las necesidades políticas y económicas del socialismo en la URSS) resultaron victoriosas, el Partido encabezado por Stalin comenzó a sobredimensionar el aspecto nacional por encima del internacional, relegando a este último a un segundo plano.

                Es cierto que la recién constituida URSS tuvo que hacer frente a la reconstrucción del país sobre bases socialistas después de años de asedio, invasión y boicot por parte de las potencias capitalistas. Es cierto también que los comunistas soviéticos, por sí mismos, no tenían capacidad alguna para organizar revoluciones proletarias triunfantes en el resto de Europa. Por último, es verdad que el reflujo revolucionario de mediados de los 20 -que quedó certificado con la derrota del proletariado en Bulgaria- era sobre todo responsabilidad de la incapacidad manifiesta de los comunistas franceses, alemanes o británicos para derrocar a la burguesía de sus Estados. Pero todo esto, aunque por supuesto explica el contexto en que las posiciones excesivamente «nacionales» se hicieron fuertes en el seno del Estado soviético, no fundamenta de manera completa por qué esta línea terminó por imponerse. A nuestro entender, esta tendencia nacionalista presuponía una concepción un tanto mecanicista -de la que el bolchevismo no fue totalmente capaz de desprenderse al adaptar el marxismo a través de Kautsky y Plejanov a las condiciones particulares de Rusia- de la Revolución, ya que ponía sobre todo el acento en el desarrollo de las fuerzas productivas y las condiciones objetivas.

                Finalmente, como argumentan desde el Colectivo Fénix en su documento Stalin. Del marxismo al revisionismo:

                «La inclusión de consideraciones defensistas en la teoría del socialismo en un solo país irá conduciendo al partido bolchevique a contemplar la Revolución Proletaria Mundial desde el estrecho punto de vista de los intereses de Estado del país soviético, y cada vez más su desarrollo en función de las circunstancias políticas internacionales de la URSS. La Revolución Proletaria Mundial se considera cada vez menos como un movimiento independiente originado por la lucha de clase internacional del proletariado, y cada vez más como un proceso dependiente y subordinado a la conservación de la Unión Soviética como Estado dentro del concierto internacional. En estos términos, la instrumentalización de la clase obrera internacional para los fines de la política exterior soviética, reduciéndola a mero apéndice de su diplomacia, es el último paso lógico de la degeneración nacionalista de la teoría del socialismo en un solo país».

2. Cerco imperialista, aislamiento y primeras tentativas de relaciones de

la Rusia soviética con el mundo capitalista

                Fue el 5 de abril de 1918, en Vladivostok, el día en que el imperialismo penetró directamente en territorio soviético. En concreto, tropas japonesas desembarcaron en la ciudad, tan solo un mes después de que, según la versión oficial de Japón, dos japoneses fueran asesinados. Esto fue, sin duda, un pretexto del imperialismo internacional para intervenir a gran escala en las entrañas de la Rusia soviética. Más tarde, a finales de mayo del mismo año, la legión checa tomó también posiciones en territorio soviético. Por último, Murmansk, un enclave de la RSFSR (que llegó a estar invadida por una veintena de ejércitos imperialistas), fue tomado por tropas inglesas a finales de junio.

                Todos estos acontecimientos demostraron que la burguesía internacional, temerosa de que la Revolución proletaria prendiera como la mecha y asolara la putrefacta sociedad burguesa, estaba dispuesta a derrotar militarmente a la Rusia proletaria, ya que política e ideológicamente no lo había conseguido. El poder soviético, viendo que por el momento la Revolución no se extendía con la rapidez deseada, volvió a maniobrar de forma inteligente y realista, llegando a un acuerdo con la Alemania imperialista para poner fin a las hostilidades. Esto se materializó en la firma de tres tratados suplementarios al de Brest-Litovsk: un acuerdo político, otro de tipo financiero y un tercero confidencial (con este último, el Estado proletario hacía uso por vez primera de la diplomacia secreta).

                Podemos decir que 1919 fue el año de mayor aislamiento de la Rusia soviética en relación al mundo capitalista. Además, fue uno de los periodos en los que su política exterior fue más decididamente revolucionaria. Ahora bien, el Estado de los obreros y campesinos pobres de Rusia estaba dispuesto a soportar un precio por llegar a acuerdos para el cese de las hostilidades imperialistas. Mientras el proletariado europeo era incapaz de llevar a buen puerto el proyecto revolucionario, a la República soviética le urgía un descanso que necesitaba para recomponer fuerzas.

                Tras más de medio año de asedio imperialista directo, las grandes potencias «aliadas» decidieron que ya no tenía sentido mandar más soldados a Rusia. Sin embargo, la retirada de las tropas fue acompañada de un apoyo más entusiasta y fuerte, tanto financiero como militar, a la contrarrevolución interna. No es casual que fuera este el periodo en que más éxitos cosechó el contrarrevolucionario Kolchak en la región de Siberia.

                El panorama internacional, por primera vez en la historia, aparecía dividido en dos bloques hostiles con intereses antagónicos. Por un lado, seguía en pie la Rusia soviética, con una legión creciente de millones de simpatizantes y seguidores entre el proletariado internacional; por otro lado, estaban todas las potencias imperialistas con sus dientes afilados preparados para derrocar al poder revolucionario. La posición de debilidad militar de la joven República proletaria obligó a mejorar, cuantitativa y cualitativamente, las fuerzas militares soviéticas (dicha mejoría tuvo su corolario lógico en la transformación de la Guardia Roja en un potente y disciplinado Ejército Rojo, para el cual el poder soviético no dudó en reciclar a algunos ex oficiales y mandos militares zaristas). Fue este el periodo en que la acusación de «militarismo» fue lanzada por el campeón internacional del revisionismo en aquella época, Karl Kautsky, quien pretendía que los obreros y pequeños campesinos se desarmaran para que volviera a imponerse la dictadura de la burguesía.

                En ese momento, Lenin pensaba que la Rusia soviética no podría aguantar mucho tiempo el asedio imperialista si no triunfaba la Revolución en Europa [«No estamos viviendo simplemente en un Estado, sino en un sistema de Estados, y es inconcebible que la República soviética continúe existiendo durante un largo periodo de tiempo al lado de Estados imperialistas. Al fin, uno de los dos tiene que vencer. Hasta que esto ocurra, son inevitables una serie de terribles choques con los Estados burgueses». (Obras completas, tomo 24º, p. 122]. Por este motivo, Lenin vio muy pronto la necesidad de crear una nueva Internacional (algo que ya había expresado el revolucionario ruso en 1914, cuando comenzó la primera gran carnicería imperialista mundial de la historia). Así, a principios de 1919, el dirigente bolchevique presidió una reunión en el Kremlin en la que se llegó a la conclusión de la necesidad de invitar a «todos los partidos opuestos a la Segunda Internacional» para asistir a un congreso en Moscú con el objetivo de crear una Tercera Internacional (Gran Enciclopedia Soviética, vol. 23º, col. 737, artículo «Internacional Comunista»).

                Recordemos que, en este periodo histórico, la división internacional del movimiento obrero y socialista estaba configurada de la siguiente manera. A la derecha de este movimiento, se encontraba toda la nómina de social-chovinistas, los mismos patrioteros que habían abjurado del marxismo y del internacionalismo proletario, y para los cuales la Internacional Comunista declaró una «guerra sin cuartel». En el centro del movimiento socialista internacional se encontraba un grupo de dirigentes que, sin ser descaradamente chovinistas y antisoviéticos, consideraban que se podía llegar a una serie de componendas con la burguesía internacional. De este grupo, la Comintern propuso la política de extraer a los elementos más combativos y honestos de sus filas, al tiempo que se llamaba a una crítica sin contemplaciones de sus dirigentes oportunistas. Por último, a la izquierda se encontraba todo el conjunto de organizaciones, dirigentes y militantes comunistas que apostaban decididamente por la implantación de soviets a escala internacional y por un apoyo firme a la República socialista de Rusia.

                En la invitación a los comunistas para la celebración del primer Congreso (tengamos en cuenta que llegaron a asistir delegaciones comunistas de buena parte del mundo, como Polonia, Finlandia, Letonia, Lituania, Suecia, Noruega, Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Gran Bretaña, Suiza, Holanda, Hungría, Austria, Estados Unidos, China, Irán o Corea), se decía que el propósito era el de «crear un órgano general de lucha para la coordinación permanente y la dirección sistemática del movimiento, el centro de una Internacional Comunista, subordinando los intereses particulares del movimiento en cada país a los intereses de la revolución a escala internacional» (Pravda, 24 de enero de 1919). En esta declaración quedó meridianamente claro que las revoluciones nacionales debían subordinarse necesariamente al proyecto de la Revolución internacional. Posteriormente, la situación internacional obligó a poner más el acento en la cuestión del socialismo en territorio soviético, algo que sin duda explica solo parcialmente el viraje que se produciría después al transformarse la Unión Soviética en el elemento subordinante (y no subordinado) de la Revolución mundial.

                Este primer Congreso no se desarrolló sin polémicas o disensiones abiertas sobre la capacidad real del movimiento comunista internacional para conformar una nueva Internacional. Así, Eberlein, el dirigente del oportunista SPD, afirmó:

                «Solamente existen partidos comunistas propiamente dichos en unos pocos países; en la mayor parte de ellos han sido creados en las últimas semanas; en muchos países en los que hay comunistas, carecen totalmente de organización… Lo que hace falta es toda la Europa occidental. Bélgica e Italia no están representadas; el representante suizo no puede hablar en nombre del partido; Francia, Inglaterra, España y Portugal no están aquí representadas, y América tampoco se encuentra en situación de decirnos qué partidos nos ayudarían». (El primer Congreso de la Internacional Comunista [Hamburgo, 1921], p. 134).

                A pesar de los problemas, las vacilaciones y los ataques provenientes del campo del oportunismo, la Comintern fue fundada y su manifiesto político («A los proletarios del mundo entero», al que Zinóviev calificó de «segundo manifiesto comunista») hecho público internacionalmente. Se aprobaron las tesis presentadas por Lenin, unas tesis en las que se hacía una denuncia radical de la farsa de la democracia burguesa y el parlamentarismo, defendiendo de manera firme la necesidad de la dictadura del proletariado. Además, se atacó de forma clara el imperialismo de la Entente y el terror contrarrevolucionario «blanco». Al final, Lenin lanzó una apelación (titulada «A los obreros de todos los países») en la que exhortaba a los proletarios que acudieran en apoyo de la República soviética y promovieran el triunfo de la Revolución mundial.

                Lenin, en los momentos de mayor efervescencia revolucionaria, ejemplificaba a la perfección la dualidad de propósitos inherente al proyecto revolucionario de la época. Mientras se defendía con uñas y dientes la subsistencia del Estado proletario, se efectuaba una propaganda sistemática e incansable sobre la necesidad de dar impulso a la Revolución socialista internacional. Pero hay que tener en cuenta que el mismo impulso, lógico y necesario, dado por la Comintern en el sentido de unificar a los comunistas de todo el mundo, tuvo su consecuencia inevitable -dadas las condiciones en que los diferentes destacamentos comunistas se habían constituido- en la emergencia de Partidos Comunistas sin el mismo patrón de constitución partidaria que había seguido el Partido bolchevique, es decir, sin una lucha entre dos líneas previa y sin una ligazón real con la vanguardia práctica del proletariado. Esto provocó que, lo que ocurriera en marzo de 1919, no fuera tanto una fusión de diferentes Partidos Comunistas de ámbito estatal -con una fuerza más o menos uniforme- como una unión entre diferentes destacamentos comunistas, en general débiles y aislados, y el poder soviético, que en ese momento por fuerza tenía que ser el elemento rector de la política proletaria a nivel internacional.

                Mientras tanto, la burguesía trataba de jugar sus cartas, pero cada vez estaba más aterrada por el desarrollo de los acontecimientos políticos en Europa. Así se pudo demostrar ya en enero de 1919, en la Conferencia de Paz organizada por los imperialistas en París, evento en el que oficialmente se discutió sobre el problema de la ocupación imperialista de la República soviética; una discusión que, a la postre, demostraría las serias preocupaciones de la burguesía internacional por la oleada revolucionaria. Así, el primer ministro británico expresó el temor de la clase dominante británica con las siguientes palabras:

                «Si él proponía ahora mandar mil hombres a Rusia con ese propósito, los ejércitos se amotinarían», «si iniciase una acción militar contra los bolcheviques, Inglaterra se volvería bolchevique y habría un Soviet en Londres» (Relaciones Exteriores de Estados Unidos: La Conferencia de Paz de París, 1919, vol 3º, pp. 590-591).

                Otro destacado representante de las clases dominantes a escala mundial, House, llegó a decir que «El bolchevismo gana terreno en todas partes. Hungría acaba de sucumbir. Estamos sentados sobre un barril de pólvora y cualquier día una chispa puede prenderlo fuego» (Los papeles secretos del Coronel House, ed. C. Seymour, volumen 4º [1928], p. 405), y el mismo Lloyd George llegó a declarar que «Toda Europa está invadida por el espíritu de la revolución. Hay un sentimiento profundo, no de descontento, sino de furia y revuelta entre los obreros contra las condiciones existentes antes de la guerra. Todo el orden político, social y económico está siendo puesto en tela de juicio por las masas de la población de un extremo a otro de Europa» (Documentos sobre las negociaciones para un pacto anglo-francés, Cmd 2169 [1924], p. 78).

                Y no exageraban, pues las tentativas de desafiar el orden capitalista en el continente europeo se sucedían. En Gran Bretaña, la situación social era una auténtica olla a presión. Así, a finales de enero de 1919 se produjo la huelga general de Glasgow, y un «Viernes rojo» que se consideró la cima del movimiento proletario revolucionario en la región de Clyde. Como atestiguó el delegado británico de la Comintern, Fineberg: «El movimiento huelguístico se está extendiendo por toda Inglaterra y afecta a todas las ramas de la industria. En el ejército la disciplina se halla muy debilitada, lo cual fue, en otros países, el primer síntoma de la revolución» (El primer Congreso de la Internacional Comunista [Hamburgo, 1921], p. 70).

                2                  En gran parte de Europa central, el hambre y el desempleo se extendían vertiginosamente, mientras que las huelgas y los disturbios callejeros proliferaban en países como Holanda y Suiza. El periodo de flujo revolucionario vivió uno de sus hitos con la constitución de la República soviética de Hungría el 21 de marzo de 1919. A comienzos de abril, el proletariado bávaro tomó el testigo del húngaro y proclamó igualmente la formación de la República soviética de Baviera. El Estado soviético, que observaba con lógica ansiedad cómo las revoluciones obreras se extendían por Europa, emitió un comunicado en el que expresaba su convicción de que «el proletariado del mundo entero, al tener ante sus ojos los asombrosos ejemplos de la insurrección victoriosa de los obreros en tres países de Europa, los seguirá con una fe ciega en la victoria» (Kliuchnikov y Sabanin, Mezhdunarodnaya Politika, ii [1926], pp. 237-38).

                Sin embargo, el sistema burgués aún pisaba sobre tierra firme y, debido sobre todo al insuficiente desarrollo del movimiento revolucionario (fruto de una constitución forzada y sin vínculos reales con el movimiento de masas) y al papel que jugaría el oportunismo y el revisionismo, la oleada revolucionaria fue frenada de manera sangrienta y eficaz. Así, el 1 de mayo de 1919 se certificó la defunción de la joven República soviética de Baviera. Thomas, el comunista bávaro, declaró más tarde: «la caída de la prematura República soviética bávara había significado el fracaso de la revolución alemana» (Bericht über den 5. Parteitag der Kommunistichschen Partei Deutschlands [Spartakusbund], [1921], p. 77). La misma suerte correría el levantamiento comunista de Viena, que fue aplastado a mediados de junio del mismo año. Por último, en agosto de 1919, la República soviética de Hungría fue destruida, en parte por la propia debilidad interna, y en parte también por la intervención de las tropas rumanas apoyadas por las potencias imperialistas «aliadas».

                Tras esta serie de derrotas, y al ver que la Revolución internacional se aplazaba, la República Soviética Federativa Socialista de Rusia sufrió un aislamiento brutal por parte del imperialismo internacional, además de un asedio formidable que tuvo su punto culminante en los éxitos militares de Kolchak en Siberia, Yudenich frente a Petrogrado o Denikin en Ucrania y la región central de Rusia. Fueron tales los éxitos de la contrarrevolución y el imperialismo, que incluso la misma República soviética pendió de un hilo, sobre todo en los meses de octubre y noviembre de 1919. Es evidente que, como no podía ser de otra manera, ese año la Rusia soviética dependió en gran medida de las acciones de los imperialistas para la conformación de su política exterior. Igualmente, resulta evidente constatar que la Rusia revolucionaria fue aislada por la implicación directa de las potencias imperialistas en el terror «blanco»: es decir, fueron los imperialistas los que aislaron a la Rusia revolucionaria, y no esta la que decidió motu propio aislarse del mundo capitalista.

                El fracaso de la Revolución en Alemania, sobre todo, hizo que el pesimismo cundiera en destacados dirigentes bolcheviques, como era el caso de Radek. Sin embargo, ni siquiera Radek abandonaba todavía la idea de la inevitabilidad del triunfo definitivo de la Revolución:

                «La revolución mundial es un proceso muy lento, en el que hay que esperar más de una derrota. No tengo duda alguna de que en todos los países el proletariado se verá obligado a construir su dictadura varias veces y la verá hundirse muchas veces antes de vencer definitivamente» (Zur Taktik des Kommunismus: Ein Schreiben an den Oktober-Parteitag der KPD [1919], p. 5).

                1919 fue también el año en que tuvieron lugar importantes y profundas discusiones sobre la cuestión parlamentaria en el seno de la vanguardia comunista internacional. Así, la conocida Sylvia Pankhurst (quien fue la encargada de informar a Lenin sobre el desarrollo del movimiento comunista británico) escribió al revolucionario ruso con la intención de ganarse a este para difundir un mensaje claro contra la participación en los parlamentos burgueses. Sin embargo, el dirigente bolchevique defendió la participación en las instituciones democrático-burguesas. Esta posición de Lenin, que ha sido sin duda una de las más manipuladas por el oportunismo y el revisionismo hasta nuestros días, estuvo plenamente justificada a nuestro entender, pues no buscaba más que aprovechar todos los resquicios legales para insuflar conciencia revolucionaria a un movimiento proletario de masas que se radicalizaba cada vez más. Así, Vladimir Ilich Ulianov respondió a Sylvia Pankhurst con la idea de que el abstencionismo era, en ese momento, un error. Sin embargo, entendía que hubiera comunistas británicos opuestos a la participación parlamentaria, por lo que llegó a exhortar a los revolucionarios británicos para que no hubiera una ruptura entre ellos, propugnando que existieran «dos partidos comunistas, es decir, dos partidos a favor de la transición del parlamentarismo burgués al poder de los soviets» (Lenin, Obras completas, tomo 24º, pp. 437-442), los cuales diferirían solo en la cuestión de la participación de los comunistas en las instituciones políticas del capital. En todo caso, el movimiento comunista británico (que, en realidad, nunca tuvo una fuerza considerable, quizá por la propia historia del movimiento obrero inglés, en parte, y quizá también por lo que ya supieron ver Engels y Marx sobre el «aburguesamiento» de una porción importante de la clase obrera británica, que luego se transformó en aristocracia obrera) no consiguió despegar realmente y, salvo en contadas ocasiones y por el ímpetu combativo de algunos sectores del proletariado británico, nunca supuso una amenaza muy seria para la clase explotadora británica.

                En Francia, la situación era aún más desalentadora. El movimiento obrero galo, a pesar de tener un alto grado de conciencia, no era ni mucho menos de los más combativos y aguerridos de Europa. Pero -lo que es más importante aún- el único referente revolucionario hasta la fecha era el Partido Socialista Francés. Recordemos que este partido era, junto con el Partido Laborista Inglés, uno de los grandes adalides de la resurrección de la Segunda Internacional y, por tanto, uno de los puntales más importantes del orden burgués en Francia.

                En lo que respecta a países de menor importancia cuantitativa, el desarrollo de los Partidos Comunistas en 1919 era dificultoso y, en muchas ocasiones, carente de solidez ideológica y política. Por ejemplo, el Partido Comunista Polaco, se encontraba en una situación de aislamiento relativo respecto a las grandes masas del proletariado y el campesinado pobre; además, estaba en una situación de persecución y semi-ilegalidad. Por su parte, tanto el Partido Socialista Italiano como el Partido Obrero Noruego, aunque tenían una influencia considerable sobre las grandes masas explotadas, no habían emprendido una lucha de dos líneas seria y su estructura era un tanto caótica. Otras organizaciones políticas comunistas, como el Partido Comunista Húngaro o el Finlandés, apenas tenían presencia en sus respectivos países y el grueso de sus dirigentes y militantes residía en territorio ruso como exiliados políticos. El único partido de gran importancia era el Partido Comunista Búlgaro, que, de hecho, era el único partido auténticamente comunista, es decir, revolucionario y de masas, además del bolchevique. (Para un estudio introductorio sobre este partido y su papel en la derrotada Revolución búlgara de 1923, aconsejamos nuestro documento Bulgaria y la Revolución fracasada de 1923, que podréis leer en este enlace: https://revolucionobarbarie.wordpress.com/2013/03/09/bulgaria-y-la-revolucion-fracasada-de-1923.)

                Con este cuadro del movimiento comunista europeo, la dirección bolchevique seguía abrigando esperanzas en la Revolución proletaria en el continente europeo. Pero esto no significó, ni mucho menos, que sus dirigentes más lúcidos se llamaran a engaños sobre la inminencia de la dictadura proletaria a escala europea. Así, Lenin aseguró lo siguiente:

                «Confiamos en la inevitabilidad de la revolución internacional, pero esto no quiere decir que seamos tan tontos como para confiar en la inevitabilidad de la revolución internacional dentro de un periodo corto y definido. Hemos visto dos grandes revoluciones, la de 1905 y la de 1917, en nuestro país, y sabemos que las revoluciones no se hacen por encargo o por acuerdo» (Obras completas, tomo 23º, pp. 176-89).

                Este estadio de debilidad del proletariado revolucionario llevó al revolucionario ruso a flexibilizar su táctica y a aconsejar la participación en las elecciones burguesas y la entrada en los sindicatos de la aristocracia obrera y los oportunistas. Pero, a nuestro juicio, sería incorrecto atribuir a Lenin una «excesiva» tolerancia en lo doctrinal, pues incluso en situaciones desesperadas el dirigente bolchevique no dejó de remarcar siempre la necesidad de que el proletariado y los comunistas fueran la fuerza socio-política hegemónica en cualquier alianza política. Es más, incluso en el caso de los países coloniales y semicoloniales (donde el proletariado era una clase aún muy reducida y los comunistas una fuerza política muy minoritaria), Lenin siempre defendió abiertamente que el proletariado propugnara la consiga de la creación de soviets y que dicho proletariado, además, gozara en cualquier circunstancia de su necesaria independencia de línea y programa para la toma del poder.

                Volviendo a la cuestión de la República soviética y el mundo capitalista, hay que decir que, al igual que la Rusia revolucionaria fue obligada al aislamiento por el asedio imperialista, el gran capital internacional inició un progresivo acercamiento al poder soviético a finales de 1919 por imposición de las circunstancias políticas. Estas circunstancias tenían que ver con la conciencia clara, por parte de los buitres imperialistas, del fracaso estrepitoso de la contrarrevolución interna, por un lado, y de la posición económica que ocupaba el vasto territorio ruso, por otro lado. En el primer aspecto, se demostraba la capacidad del proletariado revolucionario ruso para defender su nuevo poder (una influencia muy poderosa en este sentido la tuvo el recién creado Ejército Rojo, que fue capaz de hacer frente a sofisticados y poderosos ejércitos de las potencias más formidables del globo en su momento). Con respecto al papel económico internacional de Rusia y el acercamiento de la burguesía internacional, quedaba claro que la economía política internacional se imponía, y ningún gran capitalista internacional, al ver que el poder soviético se consolidaba y que se iniciaba un periodo de concesiones controladas de los inmensos recursos del país, estaba dispuesto a quedarse atrás en el negocio. A pesar de eso, hubo multitud de fricciones y, al final, el monto total de las inversiones extranjeras y las concesiones a capitalistas foráneos no fueron tan elevados como en un principio se previó desde la dirección soviética.

                En este sentido, no es de extrañar que Lloyd George, en su discurso en el Guildhall, el 8 de noviembre de 1919, declarara que Rusia era un país indispensable para lograr la «paz», llegando a condenar abiertamente el bloqueo y calificando a Rusia como «uno de los grandes recursos para el abastecimiento de alimentos y de materias primas» (House of Commons: 5th Series, cxxii, p. 194). Como consecuencia del nuevo rumbo político dado por la burguesía británica con respecto a Rusia, en enero de 1920, el Consejo Supremo reconoció de facto a las repúblicas de Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Estonia y Letonia.

                Fue en este momento cuando Chicherin, que fue Comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores hasta 1928 (año en que fue sustituido por el conocido Maxim Litvinov), aseveró que:

                «Incluso estamos dispuestos a sacrificarnos por conseguir un estrecho contacto económico con Inglaterra… Por tanto, acojo encantado la declaración del primer ministro británico como un primer paso hacia una política sana y real que responde a los intereses de ambos países»,

                para concluir lo siguiente:

                «Es posible que existan diferentes opiniones acerca de la duración del sistema capitalista, pero, por el momento, éste existe, de forma que es necesario encontrar un modus vivendi para que nuestros Estados socialistas puedan coexistir pacíficamente con los Estados capitalistas, y para que las relaciones entre ambos sean normales; esto es una necesidad que interesa a todos». (A. L. P. Dennis, The Foreign Policies of Soviet Russia [1924], p. 380).

                Llegados a este punto y dada la enjundia de esta última intervención de Georgi Chicherin, es imprescindible que nos detengamos un momento en la idea de la «coexistencia pacífica» que ya defendió claramente el dirigente bolchevique. En primer lugar, esto demuestra que la idea de la coexistencia pacífica con el imperialismo no fue, en absoluto, una «invención» del revisionista Kruschev, sino que era parte de una línea que latía, desde el momento en que el reflujo revolucionario europeo se consolidara, en un sector de la dirección soviética. En segundo lugar, esta declaración de Chicherin sentó un precedente nefasto para el internacionalismo proletario y, en última instancia, la propia subsistencia del socialismo en Rusia, pues sembró el campo con la ilusión de que el socialismo y el capitalismo podían existir mutuamente y de manera pacífica. Si bien el cerco y el aislamiento alimentaron esta posición defendida por Chicherin (una posición que, de hecho, nunca desapareció del todo en la URSS, como lo prueba el hecho de que la tesis fue finalmente impuesta por Kruschev tras la muerte de Stalin), consideramos que, si esta posición pudo afianzarse en el Partido y el Estado soviéticos desde mediados de los 50 sin apenas resistencia, implicaba de hecho que la idea del enfrentamiento inevitable entre el capitalismo y el socialismo pugnaba -con más debilidad de la imaginada por los dirigentes soviéticos- con la de la «coexistencia pacífica» con el imperialismo. Esto demuestra, en nuestra opinión, la correcta y justa idea de que el revisionismo no es una amenaza «externa» al movimiento comunista, sino que es un peligro constante que anida en el interior mismo del movimiento revolucionario, y que solo desaparece con el triunfo definitivo del socialismo, es decir, con la implantación de la sociedad comunista mundial.

                Ahondando más en esta problemática, es interesante sacar a colación ahora una intervención de otro de los grandes diplomáticos soviéticos de los 20, Karl Radek, el ambivalente «germanófilo», quien declaró en marzo de 1920:

                «Si nuestros colegas capitalistas se abstienen de actividades antirrevolucionarias en Rusia, el gobierno soviético se abstendrá de llevar a cabo actividades revolucionarias en países capitalistas; pero seremos nosotros los que determinemos si están o no provocando agitación antirrevolucionaria (…) Pensamos que ahora los países capitalistas pueden coexistir con un Estado proletario. Consideramos que los intereses de ambos lados se centran en obtener la paz y en el establecimiento de un intercambio de bienes y, por lo tanto, estamos dispuestos a concluir la paz con todo país que hasta el momento ha luchado contra nosotros, pero que en el futuro esté dispuesto a darnos locomotoras y maquinaria a cambio de nuestras materias primas y nuestros cereales» (A. L. P. Dennis, The Foreign Policies of Soviet Russia [1924], pp. 358-59).

                Nuevamente, quedaba claro que había destacados dirigentes bolcheviques que no eran conscientes del peligro de las tesis de la incipiente «coexistencia pacífica» con el imperialismo. Radek fue a más incluso, llegando a decir -como se puede leer en este fragmento- que los intereses de «ambos lados» se centraban en «obtener la paz» (!). Es decir, resultaba que el imperialismo ya no llevaba forzosamente a la guerra de rapiña; resultaba, además, que el imperialismo ya no estaba destinado a enfrentarse con el socialismo para ser derrotado por el proletariado internacional. Por lo que se ve, para Radek el entendimiento entre el imperialismo internacional y la Rusia soviética no era, como para Lenin, un mal menor, una realidad ineludible mientras el fermento revolucionario volvía a tomar fuerza. Por el contrario, tanto Radek como Chicherin entendían que el Estado proletario podía desarrollarse en armonía con las hienas capitalistas internacionales. En definitiva, nada que ver con lo que Lenin sostuvo en el noveno Congreso del Partido, en marzo de 1920, en relación a dicha «coexistencia»:

                «Lo que más nos interesa es maniobrar nuestra política internacional sin desviarnos de la línea que hemos adoptado y estando preparados para cualquier cosa. Hemos estado llevando a cabo la guerra por la paz con la mayor energía. Esta guerra está dando excelentes resultados… Pero nuestros pasos en pro de la paz deben ir acompañados de una puesta a punto de todos nuestros recursos militares» (Obras completas, tomo 25º, p. 102).

                Anteriormente, en febrero de 1920, el Comité Ejecutivo Central de toda la Unión emitió un comunicado (la famosa «Invocación al Pueblo Polaco») en el que, de forma mesurada y realista -pero quizá imbuido, en el fondo, de cierto determinismo económico que nunca los bolcheviques pudieron eliminar del todo en sus posiciones-, declaraba lo siguiente:

                «Nosotros, los representantes de la clase obrera y campesina rusa, hemos aparecido y seguimos apareciendo abiertamente ante el mundo entero como los campeones de los ideales comunistas; estamos plenamente convencidos de que los trabajadores de todos los países terminarán por salir al camino que los trabajadores rusos ya están pisando.

                Pero nuestros enemigos y los vuestros os engañan cuando dicen que el gobierno soviético ruso desea implantar el comunismo en territorio polaco con las bayonetas de los soldados del Ejército Rojo. Un orden comunista es solo posible cuando la inmensa mayoría de los trabajadores están convencidos de la idea de crearlo con su propia fuerza. Solo entonces será sólido; porque solo entonces el comunismo podrá echar raíces profundas en un país. Por el momento los comunistas de Rusia no están luchando más que para defender su propio territorio, su trabajo pacífico y constructivo; no están luchando ni pueden luchar para implantar el comunismo por la fuerza en otros países» (Krasnaya Kniga: Sbornik Diplomatischeskij Documentov o Russko-Polskij Otnosheriyaj, 1918-1920 [1920], pp. 84-85).

                Este mensaje, lanzado al mundo para refutar las ideas lanzadas por la burguesía internacional sobre la «imposición» del comunismo a las masas trabajadoras de Europa, tuvo la gran virtud de señalar las limitaciones del poder soviético en un mundo imperialista hostil. De hecho, es cierto que los bolcheviques adolecieron de determinados errores (como el determinismo económico, el seguidismo en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas y una infravaloración del enemigo revisionista interno durante el periodo de la dictadura revolucionaria del proletariado), pero resultaría injusto achacar a los revolucionarios rusos el fracaso del impulso revolucionario a las masas europeas. No fueron los revolucionarios rusos los que más fallaron, sino el resto del movimiento comunista europeo e internacional, incapaz de agrupar en su seno a las masas más combativas para el triunfo del socialismo.

                Al final, tras un corto periodo de cese de hostilidades, la cuerda se tensó tanto que volvió a romperse. El imperialismo y la Rusia revolucionaria volvían a enfrentarse abiertamente, esta vez como consecuencia de la guerra polaco-soviética, en la cual el Estado polaco, como país controlado sobre todo por el imperialismo francés, invadió territorio ucraniano el 28 de abril de 1920.

3. La “retirada temporal” de la NEP, la Rusia Soviética y la Comintern

                A principios de los 20, la Rusia soviética comenzó a andar en un mundo capitalista hostil y beligerante, como no podía ser de otra manera. Pero, además de las tensiones exógenas, la joven República proletaria tuvo también que hacer frente a una serie de problemas internos que hicieron aún más dificultoso el camino de la construcción del socialismo. Estos problemas internos se expresaban, sobre todo, en un creciente descontento campesino como consecuencia del atraso económico del país, las secuelas de la intervención imperialista que dejaron a Rusia exhausta y una política de «comunismo de guerra» que rápidamente fue modificada para adoptar la NEP y restablecer, así, el equilibrio -imprescindible para el orden soviético- en la alianza obrero-campesina. Pronto los líderes bolcheviques se darían cuenta de que la cuestión interna y la externa estaban estrechamente relacionadas con la solidez del proyecto revolucionario soviético. Así, el descontento campesino del otoño de 1920 solo podía ser calmado, además de con la implantación de la NEP, gracias a un relajamiento en las tensiones con el imperialismo. En este sentido, la política exterior de relajamiento de las hostilidades con el mundo capitalista fue una consecuencia lógica e inevitable de la propia NEP. Como justificó el Comité Central de la Internacional Comunista, la NEP era «la expresión de la solución en la tarea de incorporar el Estado proletario a la cadena de las relaciones internacionales» (Documentos de la Internacional Comunista [1933], p. 272). La nueva política exterior, según las palabras utilizadas por Lenin en relación a la NEP, «había sido adoptada seriamente y por largo tiempo».

                Sin duda, el papel que jugó el Ejército Rojo en la estabilización de la situación interna también jugó un papel muy destacado. En gran medida como consecuencia de la invasión polaca de 1920, multitud de miembros provenientes de la antigua clase dominante del aparato zarista (como técnicos, burócratas y, por supuesto, militares) fueron reciclados por el Estado soviético. De hecho, el Ejército Rojo que consiguió aplastar a los contrarrevolucionarios internos estaba compuesto por importantes ex oficiales zaristas de muy diversos tipos (como Vatsetis y Sergei Kámenev, dos oficiales zaristas de graduación superior y a la sazón jefes importantes del Ejército Rojo, o Tujachevski, un joven soldado del ejército del zar que en poco tiempo ascendió a general del Ejército Rojo). Esto no fue algo que no inquietara a los bolcheviques más lúcidos (pues suponía reincorporar a elementos pertenecientes al viejo poder y, por tanto, ajenos al nuevo Estado), pero fue una medida inevitable dada la carencia de cuadros y técnicos al servicio del poder revolucionario. En este sentido, la invasión polaca del territorio soviético marcó igualmente un hito importante en la transformación de las fuerzas armadas revolucionarias, aún algo desorganizadas y con no demasiada experiencia, en un poderoso y disciplinado Ejército Rojo. Como expuso Radek:

«(…) en los tres años de guerra civil ha cristalizado una élite de oficiales zaristas que, en su fuero interno, está unida al gobierno soviético» (Die Auswärtige Politik Sowjet-Russlands [Hamburgo, 1921], pp. 67-68),

el aparato estatal soviético se veía obligado a reclutar a miembros pertenecientes al viejo orden. De nuevo, la poderosa realidad del aislamiento y el atraso se imponía sobre lo que habrían preferido los bolcheviques. En este contexto se enmarcaba el nuevo viraje de la Rusia soviética en el plano internacional. Tras vislumbrarse el final de una brutal guerra interna y un acoso internacional formidable, la política exterior soviética comenzó a dar más importancia al sostenimiento del orden revolucionario en Rusia. Con esta actitud comenzaron las negociaciones, colectivas o individuales, para llegar a acuerdos concretos con diferentes Estados capitalistas. Ahora bien, sería erróneo inferir de esto que el Estado soviético hubiera prescindido de su defensa inquebrantable de la Revolución proletaria internacional. En realidad, lo que hubo es un acomodo a una situación en la que la Revolución en Europa parecía más lejana y en la que la construcción del socialismo soviético no podía esperar a que el proletariado europeo acudiera en ayuda del ruso. Así lo expresó Lenin en una conferencia al Partido en Moscú, en noviembre de 1920:

                «No solo disfrutamos un respiro, sino que estamos en una nueva etapa en la cual ha sido ganada nuestra posición fundamental en el marco de los Estados capitalistas».

                «De semejante locura nunca fuimos culpables: siempre hemos dicho que nuestra Revolución vencerá cuando tenga el apoyo de los trabajadores de todos los países. Resulta que nos han apoyado a medias, debilitando el brazo que se alzaba en contra nuestra; pero aun así, en ese sentido, nos han ayudado» (Obras completas, tomo 25º, pp. 485-496).

                De este modo, la idea de una isla revolucionaria en medio del océano reaccionario del capitalismo -rechazada por utópica por los bolcheviques en el comienzo de la Revolución- comenzaba  a tomar cuerpo. Así, el líder bolchevique declaró: «Mientras continuemos siendo, desde el punto de vista militar y económico, más débiles que el mundo capitalista, debemos guardar las reglas: tenemos que ser suficientemente hábiles valiéndonos de las oposiciones y contradicciones entre los imperialistas… Políticamente tenemos que utilizar los conflictos entre nuestros adversarios que tienen su raíz en causas profundamente económicas» (Ibid., tomo 25º, pp. 498-501). Trotsky, en agosto de 1920, argumentó lo siguiente: «No solo podemos convivir con gobiernos burgueses, sino que podemos trabajar juntos con ellos dentro de unos límites muy amplios. Está perfectamente claro que nuestra actitud en el conflicto del Pacífico estará determinada por la actitud del Japón y Estados Unidos hacia nosotros» (Kak Vooruzhalas Revolutsiya [1924], p. 283).

                Fue este el contexto en el que la Rusia soviética comenzó a buscar posibles vendedores de bienes de capital imprescindibles para la reconstrucción del país y la industrialización como base económica del socialismo. Aquí los bolcheviques hilaron muy fino y, además de aprovecharse de las contradicciones interimperialistas, trataron de encontrar proveedores extranjeros de bienes de equipo y de inversiones que aceptaran algunas de las condiciones soviéticas. Recordemos que ya en este año los imperialistas comenzaron a darse cuenta de que el territorio ruso era demasiado apetecible como para no ser explotado. Cuando comenzó la oferta de concesiones extranjeras para la explotación de recursos naturales (como las minas, los bosques, el gas natural o el petróleo), fue Estados Unidos la fuente más prometedora de inversiones de capital. Las condiciones soviéticas para las concesiones eran claras.

                En primer lugar, los obreros soviéticos tendrían que trabajar en las condiciones determinadas por la legislación laboral soviética. En segundo lugar, las compañías  tenían que demostrar ser solventes y de confianza. A cambio, el Estado soviético se comprometía a compensar a los capitalistas extranjeros con una fracción de lo producido por los capitalistas concesionarios. Además, las concesiones tendrían una duración razonable y suficiente para la obtención de una ganancia por parte del grupo capitalista. Esta política fue directamente planificada y aprobada por Lenin, quien expresó lo siguiente:

                «Tenemos cientos de miles de fincas excelentes que podían ser mejoradas con tractores; vosotros tenéis tractores, vosotros tenéis petróleo y vosotros tenéis mecánicos preparados, y nosotros las ofrecemos a todos, incluyendo a las personas de los países capitalistas, para hacer de la restauración de nuestra economía nacional y del hecho de salvar a todos los pueblos del hambre, la piedra de toque de nuestra política» (Obras completas, tomo 25º, p. 507).

                Esta política no estuvo exenta de problemas, discusiones y divisiones en el seno del Partido y el Estado soviéticos. Así, Stepanov mostró su preocupación al decir que «La cuestión de las concesiones a capitalistas extranjeros está provocando descontento en los círculos del partido» (Correspondencia rusa, ii, i, nº 1-2 [enero-febrero, 1921]). Por un lado, había bolcheviques que veían un peligro en dar «demasiado» poder a capitalistas extranjeros. Por otro lado, también se observaba con preocupación el hecho de que las compañías extranjeras pudieran hacer uso de su fuerza negociadora y no se comprometieran totalmente a respetar la legislación soviética en materia laboral, fiscal, etc. Sin embargo, lo cierto es que, al margen de las críticas vertidas, de nuevo se imponía como única alternativa de política económica la de llegar a acuerdos puntuales con grupos capitalistas internacionales. Era el inexorable precio que la Rusia soviética tenía que pagar por su atraso histórico.

                Tan solo una semana después de que el revolucionario ruso anunciara al décimo Congreso del Partido sus propuestas para el impuesto en especie sobre los productos agrícolas (en definitiva, la base de la Nueva Política Económica), se produjo la firma del acuerdo comercial anglo-soviético. Este acuerdo fue el corolario inevitable de la necesidad acuciante de la Rusia soviética por reconstruir un país devastado. A diferencia de lo que sucedería con la Unión Soviética revisionista, aquí la «cooperación pacífica» con el imperialismo era un producto inevitable por el aislamiento y el fracaso de la Revolución internacional. En ningún caso constituía una línea que se defendiera con ahínco, sino que se aceptaba como un mal menor de ineludible cumplimiento para la propia supervivencia del modelo soviético.

                Además del cambio que se produjo en cuanto a las relaciones de la Rusia revolucionaria con los Gobiernos capitalistas occidentales, la República soviética comenzó a mirar cada vez más al Oriente. Esto tenía un sentido claro (que quedó patente en los primeros congresos de la Comintern): apoyar los movimientos nacional-revolucionarios en los países coloniales y semicoloniales como manera de debilitar al imperialismo y fortalecer el internacionalismo proletario. Así, en el otoño de 1920 se inició la política de aproximación entre Rusia y la antigua Persia. El 22 de octubre del mismo año, el comité central del Partido bolchevique fue instado a declarar que la Revolución en Persia solo podía producirse una vez que el desarrollo democrático-burgués se hubiera completado. La idea era desplazar al imperialismo en Persia, sellando una alianza temporal con la burguesía nacional. Los comunistas persas, por su parte, en ningún caso debían renunciar a su independencia ideológica y política.

                Sin embargo, dicha independencia no siempre se pudo garantizar en el caso de otros países semicoloniales, como se pudo comprobar con la Turquía de Kemal. Aquí hubo problemas serios que enfrentar por la brutal represión del Gobierno turco contra los comunistas de aquel país. El 28 de enero de 1921, en Erzerum, agentes turcos detuvieron al dirigente comunista Sufi y, junto a otros 16 prisioneros revolucionarios, fue arrojado al mar en Trebisonda. (Era este un método brutal de represión que «popularizó» el Estado turco. Décadas después, otros Estados capitalistas al servicio del imperialismo, como el argentino o el chileno, seguirían los pasos de tan brutales métodos anticomunistas.) La posición del Estado soviético fue aquí demasiado ambivalente, pues el «incidente» no llegó a afectar de manera importante a las relaciones diplomáticas entre ambos países. La posición de Stalin, a quien le honra ser uno de los pocos bolcheviques que se opuso claramente a ayudar al Estado turco en ese momento, supuso sin duda un acicate importante para que el Estado soviético exigiera explicaciones y medidas de amnistía para con los comunistas turcos, los cuales fueron liberados ese año. Además, Turquía se comprometió a perseguir y condenar a los asesinos del comunista turco Mustafá Sufí.

                Sobre el asesinato de Mustafá Sufí y el supuesto esclarecimiento de su muerte, desconocemos qué sucedió finalmente. Relacionado con esto, nos parece interesante ahora recalcar la posición que tuvo Stalin, quien en una entrevista realizada el 13 de mayo de 1927, declaró: «La revolución kemalista es una revolución de las altas esferas, una revolución de la burguesía comercial nacida en lucha contra los imperialistas extranjeros, y que en su desarrollo posterior va, en esencia, contra los campesinos y obreros, contra la posibilidad misma de una revolución agraria». Por su parte, Ibrahim Kaypakkaya, el fundador del Partido Comunista de Turquía (Marxista-Leninista) insistió, en su trabajo Puntos de vista sobre el kemalismo publicado en los años 70, en la idea de que «la revolución kemalista es una revolución de la capa superior de la burguesía comerciante, de los grandes propietarios de tierras, de los usureros turcos y la mucho más débil burguesía industrial… que entra en cooperación con el imperialismo». También aseveró que la «dictadura kemalista es democrática en apariencia, en realidad es una dictadura militar fascista. La Turquía kemalista no podía evitar «lanzarse en los brazos» de los imperialistas alemanes y franceses, transformándose cada vez mas en una semicolonia, elemento integrante del mundo imperialista reaccionario».

                Entonces, ¿por qué la Rusia soviética selló una alianza con un Estado ultrarreaccionario, como el de Kemal, en 1921? En nuestra opinión, en este caso los motivos del aislamiento y «la lucha contra el imperialismo» no justifican en absoluto una posición que consideramos radicalmente errónea. Entendemos que con el acuerdo turco-soviético se buscaba debilitar, sobre todo, al imperialismo británico. Pero fue un error de una magnitud considerable no analizar a fondo a qué intereses servía el Gobierno de Kemal y, sobre todo, cuál era su papel con respecto al movimiento revolucionario de Turquía. A nuestro entender, este es un claro exponente de cómo se abandona la línea política de solidaridad internacionalista en pos de un -hasta cierto punto lógico, pero muy mal enfocado- acercamiento con un Gobierno reaccionario y formalmente «antiimperialista». Sabemos que el Estado soviético se veía impelido en ese momento a hacer frente a un dilema importante en la cuestión de la «doble política» (promover el enfrentamiento de los Partidos Comunistas contra las diferentes burguesías, al tiempo que se aprovechaban las rivalidades interimperialistas y se llegaban a acuerdos concretos con distintos Estados burgueses). En todo caso, insistimos en que la actitud respecto a la Turquía kemalista fue ideológica y políticamente errónea, pues se subordinó el internacionalismo proletario a la posición del Estado soviético y a un antiimperialismo mal planteado.

                En otro orden de cosas, el tercer Congreso de la Comintern había declarado que:

                «La tarea más importante de la Internacional Comunista es, actualmente, la de ganar la exclusividad de la influencia sobre la mayoría de la clase obrera y la de atraer su sector más activo a la lucha inmediata… Desde el mismo día de su fundación, la Internacional Comunista estableció clara e inequívocamente que su tarea no era la de crear pequeñas sectas comunistas que lucharan por influir en las masas obreras solamente a través de la agitación y la propaganda, sino la de participar directamente en la lucha bajo dirección comunista, y la de crear durante este proceso de lucha partidos comunistas de masas, extensos y revolucionarios».

                Tras comprobar que la Revolución en Europa no llegaba, la Internacional Comunista tuvo que reajustar sus actividades para ganarse, paciente y denodadamente, el apoyo de las grandes masas proletarias. Estamos de acuerdo con el historiador E. H. Carr cuando asegura que este reajuste era «la contrapartida natural del cambio de la política soviética nacional y extranjera, representado por la NEP y el tratado comercial anglo-soviético». Ahora bien, hay que tener en cuenta que este cambio de posición (propuesto urgentemente por Lenin, entre otros), según el cual se priorizaba ahora la unificación por encima de la escisión, era en el fondo la aplicación del principio leninista enunciado en el órgano Iskra: «antes de unir, y para unir, debemos trazar primero una línea de separación de manera decisiva y definitiva». Este paradigma de constitución de destacamentos revolucionarios fue lógico -probablemente inevitable-, pero a la larga demostraría una insuficiente fortaleza de principios por parte de muchos destacamentos (que no se constituyeron, como ya dijimos previamente, en lucha constante contra el revisionismo) y, como consecuencia de ello, una incapacidad para ganarse a la vanguardia del proletariado para la Revolución socialista. En el marco de esta nueva política de búsqueda de la lealtad de las masas obreras, se produjeron la fundación de la Internacional Sindical Roja (constituida el 1 de mayo de 1921 por parte del Comité Central de la Comintern), la creación de la Internacional de Juventudes Comunistas o la constitución de la Internacional Comunista Femenina.

                Cuando se reunió el tercer Congreso de la Internacional Comunista, hubo delegados que señalaron  contradicciones entre los intereses inmediatos de la RSFSR y los de la Tercera Internacional. Así lo señalaron algunos delegados del KAPD:

                «No olvidamos ni por un momento las dificultades con que el poder político ruso ha tenido que enfrentarse a causa del aplazamiento de la revolución mundial. Pero también vemos el peligro de que de estas dificultades pueda surgir una contradicción aparente o real entre los intereses del proletariado revolucionario mundial y los intereses momentáneos de la Rusia soviética» (Protokoll des III. Kongresses der Kommunistischen Internationale [Hamburgo, 1921], p. 159).

                En realidad, el cambio de posición se hizo patente en diciembre de 1921, año en que el Comité Central de la Internacional Comunista defendió la constitución del «Frente Único Proletario» en 25 tesis. Dichas tesis interpretaban que había un acercamiento cada vez mayor de las masas obreras hacia los destacamentos comunistas. En este contexto, se exhortó a los Partidos Comunistas y a la Comintern en conjunto para que «apoyaran el lema de un frente único proletario y tomaran en sus manos la iniciativa de esa cuestión». La política del Frente Único Proletario (que, a nuestro entender, difería sustancialmente de la adoptada una década después por la Comintern en cuanto a los Frentes Populares, pues con estos últimos el proletariado subordinó su programa revolucionario al de la burguesía democrática), trataba de priorizar la unidad política de los comunistas para conseguir un mayor acercamiento a la clase obrera y poder arrebatarles a los oportunistas la hegemonía del movimiento obrero. Como expresó Radek:

                «No tenemos la menor confianza en los partidos de la Segunda Internacional y no podemos fingirla. Pero a pesar de esto decimos: «no se trata de que tengamos o no confianza los unos en los otros; los obreros piden una lucha en común y nosotros respondemos: comencémosla». (The Second and Third Internationals and the Vienna Union [s. f.], pp. 47-50, 53, 72).

                En lo relativo a la alianza temporal con los dirigentes oportunistas, Lenin entendía que había que mantenerlos «como la soga mantiene al ahorcado». Sin embargo, este frente formado por los Partidos Comunistas y las organizaciones herederas de la Segunda Internacional no pudo fructificar, y al final la Revolución europea se esfumó de manera definitiva. Como hemos expresado anteriormente, las exigencias del momento y el paradigma de construcción de los  Partidos Comunistas de la época provocaron que dichos partidos no se constituyeran en un sentido bolchevique y leninista, sino que fueran la expresión de una construcción en cierta medida artificial, inconsistente y con escasas garantías de éxito revolucionario (como quedó demostrado posteriormente).

                Aunque, como explicó Zinóviev:

                «En un principio -es decir, en 1921-22- la táctica de frente unido fue la expresión de nuestra toma de conciencia, primero, de que aún no hemos alcanzado una mayoría entre la clase obrera; segundo, de que la socialdemocracia es todavía muy fuerte; tercero, de que ocupamos posiciones defensivas y de que el enemigo está atacando…; cuarto, de que las batallas decisivas no son todavía inminentes. De esta forma llegamos al lema: «Hay que ganar a las masas», y a la táctica del frente unido» (Protokoll: Fünfer Kongress der Kommunistischen Internationale [s. f.], i, p. 77),

la táctica del frente único era, desde luego, la única posible en un momento en que los comunistas aún no habían conseguido ganar la hegemonía de la vanguardia práctica del proletariado, los comunistas de los diferentes Estados europeos trataban de fusionarse con las masas obreras, mimetizando el modo de constitución del Partido bolchevique, sin haber logrado la hegemonía marxista-leninista sobre la vanguardia ideológica. Aquí residía, a nuestro entender, el error de base que provocó que la táctica del frente unido no fuera el escalón necesario para llegar a la Revolución socialista.

                Por último, fue también Zinóviev el que, en febrero de 1922, dirigió un discurso a la junta ampliada del Comité Central de la Comintern, asegurando que:

                «Si el Ejército Rojo de la Rusia soviética hubiera tomado Varsovia en 1920, las tácticas actuales de la Internacional Comunista hubieran sido otras de las que son. Pero esto no ocurrió. La retirada estratégica fue seguida de una retirada política, para todo el movimiento obrero. El partido proletario ruso se vio obligado a hacer extensas concesiones a los campesinos y, en parte, también a la burguesía. Esto frenó el ritmo de la revolución proletaria, pero lo contrario también es cierto: el revés que sufrieron los proletarios de los países de Europa occidental entre 1919 y 1921 influyó en la política del primer Estado proletario y frenó el ritmo en Rusia. Por lo tanto, se trata de un proceso doble» (Die Taktik der Kommunistischen Internationale Gegen die Offensive des Kapitals [Hamburgo, 1922], p. 30).

                De forma acertada, supo ver las implicaciones mutuas entre la Revolución proletaria internacional y la consolidación del socialismo en la Rusia soviética. Lo cierto es que, como expusimos, el error determinante tuvo que ver con la incapacidad por parte de los comunistas europeos para aplicar una línea política correcta, de clara oposición al revisionismo y de contacto estrecho con los sectores más avanzados del proletariado. Sin embargo, sería irreal plantear que en esta política errónea no hubo ninguna influencia en la línea rectora de quien en ese periodo era el «Estado mayor de la Revolución internacional», la Rusia soviética.

4. Conclusiones: la Rusia soviética y la Revolución proletaria internacional en los años 20

«La patria socialista está en peligro.

¡Viva la patria socialista!

¡Viva la revolución socialista internacional!»

(Pravda, 22 de febrero de 1918).

                Mucho se ha escrito sobre el hito que representó la Revolución soviética no solo para el movimiento proletario revolucionario mundial, sino para la historia de la Humanidad. La gran Revolución socialista de Octubre inauguró el ciclo de transformaciones sociales, políticas y económicas más formidable que ha conocido la «Edad contemporánea» durante la vigencia del sistema de explotación capitalista. Uno de los grandes logros que consiguió la Rusia soviética fue el de demostrar que el socialismo era una realidad posible, incluso en medio de inconmensurables dificultades, presiones y ataques por parte de la burguesía internacional.

                El objetivo fundamental de este documento ha sido el de esbozar -profundizando todo lo que hemos podido en la medida de nuestras capacidades- el proceso de construcción del Estado soviético y el socialismo en Rusia con respecto a la cuestión internacional, tanto en lo relativo al imperialismo como al internacionalismo proletario y la política exterior soviética.

                Profundizando en la crítica a las posiciones de bolcheviques como Chicherin, creemos interesante volver a sacar a colación otra intervención del diplomático soviético. En este caso, se trata de comentarios en torno a acuerdos del Comité Ejecutivo Central de toda la Unión para su posterior ratificación:

                «A pesar de las grandes diferencias entre los regímenes de Rusia y Alemania, y de las tendencias fundamentales de ambos gobiernos, la coexistencia pacífica de los dos pueblos, que ha sido siempre el objetivo de nuestro «Estado de obreros y campesinos» es, por el momento, igualmente deseable para la clase rectora alemana… Precisamente en interés de las relaciones pacíficas con Alemania, hemos firmado estos acuerdos que se someten hoy al VTsIK para su ratificació(Piati Soziv Vserossiiskogo Tsentralnogo Ispolnitelnogo Komiteta [1919]).

                Como podemos comprobar, el Comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores volvía a insistir en la idea de la «coexistencia pacífica» de Alemania y Rusia. Nos encontramos, de nuevo, con una línea política de clara justificación de la conciliación entre los intereses del proletariado revolucionario y el imperialismo. Decir que el objetivo del Estado soviético es llegar a acuerdos con la Alemania imperialista (en lugar de decir que los acuerdos eran inevitables hasta el ascenso del movimiento revolucionario europeo, pero, incluso en un periodo de acuerdos inevitables y de aprovechamiento de rivalidades interimperialistas, el objetivo del poder revolucionario debía ser siempre la defensa del principio del enfrentamiento ineludible entre el capitalismo y el movimiento revolucionario), es como mínimo allanar el camino para posiciones defensistas y de clara claudicación frente al imperialismo en el seno de la vanguardia comunista.

                En una línea muy diferente, el 1 de agosto de 1918, el Consejo de Comisarios del Pueblo lanzó la siguiente proclama al mundo:

                «Forzados a luchar contra el capital aliado, que quiere añadir nuevas cadenas a las cadenas que nos ha impuesto el imperialismo alemán, nos volvemos hacia vosotros gritando:

                ¡Viva la solidaridad de los trabajadores del mundo entero!

                ¡Viva la solidaridad del proletariado francés, inglés, americano e italiano con el ruso!

                ¡Abajo los bandidos del imperialismo internacional!

                ¡Viva la revolución internacional!

                ¡Viva la paz entre las naciones!» (Kliuchnikov i Sabanin, Mezhdunarodnaya Politika, ii [1926], p. 161).

                Sabemos perfectamente que esta proclama fue lanzada en un momento en que el hundimiento alemán hizo ver muy cercana una Revolución internacional. Este optimismo lógico se plasmó en esta resolución del Comité Ejecutivo Central de toda la Unión: «Las profundas luchas internas entre los que toman parte en el latrocinio universal y las sacudidas cada vez más profundas de las masas engañadas y exhaustas, llevan al mundo capitalista a la era de la revolución social. Ahora, al igual que en octubre del pasado año y que durante las negociaciones de Brest-Litovsk, el gobierno soviético basa toda su política en las perspectivas de revolución social en ambos campos imperialistas…El VTsIK declara ante todo el mundo que, en esta lucha, la Rusia soviética ayudará, con todos sus recursos y todas sus fuerzas, al poder revolucionario de Alemania contra sus enemigos imperialistas. No dudamos de que el proletariado revolucionario de Francia, Inglaterra, América, Italia y Japón se encuentra en el mismo campo que la Rusia soviética y la Alemania revolucionaria» (Piati Soziv Vserossiiskogo Tsentralnogo Ispolnitelnogo Komiteta [1919], p. 252); o en esta otra declaración de Lenin: «¡El bolchevismo se ha convertido en la teoría y la táctica mundiales del proletariado internacional! Se debe al bolchevismo el que haya aparecido ante la faz del mundo una vigorosa revolución social, que haya disputas entre todas las gentes sobre si estar a favor o en contra de los bolcheviques. Al bolchevismo se debe el que esté a la orden del día el programa de la creación de un Estado proletario… Nunca hemos estado tan cerca de la revolución mundial. Nunca ha sido tan evidente que el proletariado ruso ha impuesto su voluntad, ni tan claro que millones y decenas de millones del mundo proletario nos han de seguir» (Obras completas, tomo 23º, p. 230), lo que no sucedería meses después de que la República soviética en Alemania fuera una posibilidad cada vez más lejana.

                Esa euforia lógica -previa al fracaso de la Revolución en Alemania- se vio confirmada oficialmente el 13 de noviembre de 1918, año en que el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia anuló formalmente el Tratado de Brest-Litovsk. Además de anularse dicho tratado, la Rusia soviética, haciendo gala de una atrevida y necesaria política internacionalista, aprovechó la situación para lanzar una llamada al proletariado de Alemania, Austria y Hungría:

                «Se reconocerá el pleno derecho a la autodeterminación a los trabajadores de todas las naciones. Se hará soportar todas las pérdidas a los verdaderos culpables de la guerra: las clases burguesas. Los soldados revolucionarios de Alemania y Austria, que están formando consejos de diputados de soldados en los territorios ocupados y tomando contacto con los consejos locales de campesinos y obreros, serán los colaboradores y aliados de los trabajadores en el cumplimiento de dichas tareas. Mediante una unión fraternal con los obreros y campesinos de Rusia, curarán las heridas infligidas a la población de los territorios ocupados por los generales austriacos y alemanes que defendían los intereses de la contrarrevolución… Las masas trabajadoras de Rusia, representadas por el gobierno soviético, ofrecen esta unión a los pueblos de Alemania y Austria-Hungría. Esperan que a esta poderosa unión de los pueblos liberados se unirán los pueblos de todos los demás países que no han sacudido todavía el yugo del imperialismo» (Sobranie Uzakoneni, 1917-1918, nº 95, art. 947).

                Como hemos comentado previamente, la «doble política» exterior soviética fue una posición justa -y, por encima de todo, inevitable dadas las condiciones internacionales. Lo realmente evitable era lo que defendían dirigentes como Chicherin o Radek, quienes daban un  claro paso atrás, sobrepasando la justa política de maniobras en pos de aprovechar las rivalidades entre gánsters imperialistas para adentrarse en el terreno pantanoso de la «coexistencia pacífica» con el imperialismo, la supuesta conjunción de intereses entre los Estados burgueses y el socialismo o, por último, la pretendida «armonía» que podía reinar entre ambos sistemas: es decir, todo ello una completa degeneración del marxismo.

                En conclusión, tal y como sostuvimos en el primer epígrafe, en la cuestión internacional ya comenzaba a vislumbrarse una serie de posiciones que, si bien luego fueron parcialmente derrotadas con la definitiva construcción del socialismo en un solo país, ya apuntaban la posibilidad -¡y hasta la necesidad!-, no de llegar a acuerdos concretos e inevitables con el imperialismo, sino de vender al proletariado internacional la idea de que era posible construir el socialismo en perfecta armonía con el imperialismo rapaz y decadente. En el fondo, los diplomáticos claudicantes al estilo de Radek o Chicherin no solo defendían que el capitalismo pudiera desarrollarse por un lado y el socialismo por otro, sino que era posible y deseable frenar todos aquellos procesos revolucionarios que entorpecieran la política de componendas con el imperialismo. En este sentido, aunque la teoría kruschevista de la «coexistencia pacífica» se impuso definitivamente en la dirección soviética a mediados de los 50, el estudio y la investigación sobre el desarrollo del Estado soviético en los 20 proporcionan un basamento ideológico y político que, si bien se mantuvo parcialmente soterrado durante la época de Stalin, no fue en absoluto ajeno al Estado soviético capitaneado por el comunista georgiano.

                Es totalmente incierto decir que Stalin apoyó o fortaleció la «coexistencia pacífica» de Radek, Chicherin o, posteriormente, Kruschev, puesto que la única forma de coexistencia que el revolucionario georgiano defendió fue la puramente comercial y diplomática, siguiendo las posiciones esgrimidas por Lenin. Pero sería un análisis parcial y superficial si no analizáramos las limitaciones y errores de determinadas líneas y políticas implementadas por Stalin, quien -como ya dijimos en el primer epígrafe citando al Colectivo Fénix- pasó a defender una subordinación cada vez mayor de la lucha revolucionaria internacional con respecto a la supervivencia del Estado soviético. Un análisis especial merecería la línea de defensa de los Frentes Populares, una formulación considerablemente diferente a la del Frente Único Proletario defendida por la Internacional Comunista a principios de los 20. Se puede responder a esto que, a mediados de los 20 y principios de los 30, no podía haber más centro revolucionario que el Estado soviético, pero ello es confundir las cosas y no saber distinguir entre centralidad operativa o táctica y centralidad ideológico-política o estratégica, es decir, entre el hecho lógico de que el Estado mayor de la Revolución internacional fuera el único Estado socialista de la época, por un lado, y la posición errónea de hacer depender la marcha de la Revolución internacional a las posiciones, maniobras y alianzas del socialismo soviético, por otro lado.

                Recordemos, para terminar, que fue el mismísimo Lenin el que, incluso en un periodo de reflujo revolucionario, defendió con ahínco que la marcha de la República soviética debía girar en torno al desenvolvimiento de la lucha de clases internacional, y no a la inversa, como en la práctica sucedería después. En cualquier caso, entendemos que todo análisis correcto sobre esta cuestión debe profundizar en la relación entre la infraestructura socio-económica de la sociedad soviética, las condiciones internacionales de la lucha de clases y las pugnas entre líneas que se desarrollaron en las entrañas del movimiento comunista soviético y mundial. Creemos que solo así podemos explicar, de forma marxista-leninista, el origen material de desviaciones en la política internacionalista de la Unión Soviética en los momentos de iniciación y consolidación del poder revolucionario.

Revolución o Barbarie