El marxismo-leninismo y la dictadura del proletariado

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Este breve documento ha sido preparado por nuestro colectivo para contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, al esclarecimiento ideológico en el seno de la vanguardia teórica de nuestra clase. Esta lucha ideológica entre la línea proletaria y la línea burguesa se produce en un contexto de crecimiento cualitativo y cuantitativo de la Línea de Reconstitución en el Estado español. Como todos los textos que elaboramos desde Revolución o Barbarie, el artículo El marxismo-leninismo y la dictadura del proletariado está directamente vinculado con las necesidades y las problemáticas del movimiento por la reconstitución ideológica y política del comunismo. En este caso, de una forma sencilla y concisa nos dedicamos a analizar la cuestión de la dictadura del proletariado, del socialismo, desde el punto de vista del marxismo-leninismo; una cuestión que ha sido tradicionalmente distorsionada por el oportunismo y que, además, consideramos que aún no ha sido comprendida en toda su profundidad dialéctica por la mayoría de la vanguardia.

Hemos organizado los contenidos de este documento en cuatro epígrafes. El primero de ellos se centra en el análisis dialéctico de la dictadura del proletariado, del socialismo, paralelamente a la crítica revolucionaria de los postulados del revisionismo sobre la necesidad y la naturaleza histórica y política de la dictadura proletaria, indagando también de forma introductoria en la concepción espontaneísta, evolucionista y mecanicista del marxismo revisionista en torno a la lucha por el comunismo. En segundo lugar, estudiamos desde la perspectiva de Marx, Engels y Lenin la naturaleza de la dictadura del proletariado, introduciendo algunos elementos críticos en base al Balance del Ciclo de Octubre (1) y a la lucha entre dos líneas en pos de la superación de las limitaciones teóricas, en relación con el socialismo, de las grandes figuras ideológicas del proletariado revolucionario. El tercer epígrafe, por su parte, focaliza la atención sobre los errores y limitaciones de índole ideológica por parte de la dirección soviética (y concretamente de Stalin), en torno a la construcción del socialismo, demostrando en dicho epígrafe cómo la dirección bolchevique fue incapaz de superar los elementos evolucionistas y mecanicistas, heredados del kautskismo de la II Internacional (con los cuales jamás rompió de forma completa el movimiento comunista internacional); elementos presentes en su visión sobre las clases sociales en el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo. Para finalizar, sintetizamos todo lo planteado en los tres epígrafes y conectamos las enseñanzas fundamentales sobre la cuestión de la dictadura del proletariado, del Nuevo Poder, con el proyecto de reconstitución del Partido Comunista del Estado español y del movimiento comunista internacional.

Dictadura del proletariado, ¿por qué?

Mientras exista una base clasista, la dictadura del proletariado será indispensable para profundizar las tendencias revolucionarias del proletariado, la lucha por implantar el comunismo a escala planetaria. Pero, al contrario de lo que defiende el revisionismo, la noción de la dictadura proletaria va mucho más allá del episodio de la “toma del poder” (que es a lo que el oportunismo reduce, a tenor de su visión espontaneísta-insurreccionalista, el proceso revolucionario). Es inseparable de la cuestión de la construcción, detentación, extensión y profundización del Nuevo Poder, uno de los tres instrumentos revolucionarios junto con el Partido Comunista y el Ejército Rojo.

Si, siguiendo a Lenin, la dictadura es el poder absoluto, por encima de toda ley, de la burguesía o bien del proletariado (2), el Nuevo Poder, el poder revolucionario de las masas proletarias guiadas por su Partido, es un poder absoluto de nuevo tipo que pretende la confrontación con el poder de la burguesía hasta la liquidación revolucionaria de esta clase, hecho que en realidad se prolonga hasta la fase superior del comunismo.

Hay una cuestión muy relacionada con el poder, que es el derecho. Pues bien, hemos de precisar que este no es nunca el fundamento de un determinado poder históricamente constituido, sino que tal fundamento es la correlación de fuerzas entre clases. Lo único que hacen el derecho y las leyes es sancionar las relaciones —fundamentalmente violentas— entre las clases. Por un lado, ningún dominio clasista puede ser mantenido sin la institucionalización de la represión contra la/s clase/s enemiga/s. Por otro lado, ninguna clase dominante puede mantener su dominación solo sobre dicha represión.

Sobre el Estado imperialista, hay que advertir que no es solamente el producto del antagonismo de clases (que también); es, además y sobre todo, la máxima expresión orgánica de los intereses de la burguesía, el conjunto de aparatos organizados permanentemente para tratar de conjurar por todos los medios el peligro de la Revolución proletaria (3). Un elemento más avanzado del Estado burgués en relación con los Estados feudal o esclavista tiene que ver con el hecho de que el primero integra y fusiona mucho mejor y de forma más plena las funciones de organización de la clase dominante y del conjunto de las clases sociales que el resto de formas estatales.

Por otra parte, el movimiento comunista, a la hora de encarar el problema de la dictadura, no puede atenerse a la diferenciación abstracta de las “mayorías” y las “minorías”, pues, como estableció Lenin, ese esquematismo es propio de liberales y demócratas burgueses. Como siempre, el criterio debe ser el de distinguir entre clases con intereses enfrentados, con antagonismos —valga la redundancia— irreconciliables.

Para comprender bien la problemática de la dictadura del proletariado, del socialismo o del Nuevo Poder, y su relación con el mecanicismo y el espontaneísmo del marxismo revisionista, lo primero que cabe recordar es que el comunismo revolucionario debe estar siempre claramente en contra de todo planteamiento evolucionista y en favor de la dialéctica revolucionaria, elemento este último antagónico a la visión tradeunionista del marxismo. Dicho lo cual, tengamos en cuenta que la caricaturización mecanicista del marxismo en la cuestión que tratamos se manifiesta, básicamente, en la separación rígida y antidialéctica del Estado y de las relaciones de producción; es decir, en la dependencia mecanicista de lo político-ideológico con respecto a la infraestructura económica. En el fondo, esto implica supeditar el comunismo a las categorías abstractas de la política burguesa, la teoría revolucionaria a la cosmovisión capitalista.

Marx, Engels, Lenin y la significación histórica de la dictadura del proletariado

“El problema de la dictadura del proletariado es el fundamental del movimiento obrero contemporáneo… Sin preparar la dictadura, no es posible ser revolucionario en la práctica” (Lenin, Contribución a la historia del problema de la dictadura [1920]).

Marx (4), al descubrir la necesidad histórica de la dictadura del proletariado, no se refirió al socialismo como etapa o fase entendida de manera mecánica, sino al proceso cuyo sendero termina, desde el seno mismo de la lucha de clases durante el periodo de transición, en el comunismo, en la sociedad sin clases, sin opresión de unos seres sobre otros.

Para Lenin, son tres las proposiciones más importantes sobre el poder político.

En primer lugar, la idea del poder estatal, que es siempre el poder político de una clase social dominante (5), de modo que la democracia es inseparable de la dictadura, y viceversa: la democracia burguesa es una dictadura de clase contra el proletariado, así como la democracia proletaria es una dictadura de clase contra la burguesía (6).

En segundo lugar, la tesis del aparato estatal: el poder político de la clase dominante no puede ser históricamente tal sin disponer de una serie de aparatos estatales: represivos (ejército, policía, burocracia permanente, subaparato judicial, etc.), ideológicos (sistema de enseñanza, medios de comunicación de masas, subaparato religioso o sindical) y económicos (organismos que se encargan de planificar y gestionar la política económica capitalista). Lógicamente, no hay que establecer una diferenciación rígida entre estas tres clases de aparatos, pues hay una intersección (es decir, hay un conjunto de elementos que son comunes a varios conjuntos) de factores entre los tres aparatos; o, dicho de otra forma, en el aparato represivo se manifiestan indudablemente elementos del ideológico y el económico; en el ideológico se manifiestan elementos del represivo y el ideológico, etc., etc.

Este punto de los aparatos estatales es de vital importancia comprenderlo, tanto para estudiar la compleja naturaleza del Estado capitalista de la fase imperialista como para derrocarlo y sustituirlo por el Estado-comuna. Nunca hemos de cansarnos de repetir una gran verdad histórica: la Revolución socialista es irrealizable sin la destrucción del aparato estatal burgués. No hay “varias teorías” o “vías” para construir la dictadura proletaria, sino solamente la concepción revolucionaria, marxista-leninista.

Llegados a este punto, entendemos que es necesario realizar una crítica a lo que consideramos como limitaciones de las tesis de Lenin con respecto al análisis del Estado y sus aparatos. Creemos que en el conjunto de la obra del revolucionario ruso, muy especialmente en el gran opúsculo El Estado y la revolución, se infravalora la importancia del aparato ideológico como dispositivo de dominación de la burguesía. Es innegable que, en última instancia, el Estado burgués es un grupo de personas armadas para el sostenimiento del capitalismo, pero sobredimensionar este elemento, obviando la relevancia del aparato ideológico como conformador y difusor de ideas dominantes que tienden a perpetuar el modo de producción burgués hasta que el movimiento proletario revolucionario le ponga fin, es un error del que creemos que el movimiento comunista en general, y Lenin en particular, no se ha librado ni se libra en la actualidad.

En tercer y último lugar, Lenin rescató la tesis marxiana, presente con nitidez en la Crítica al programa de Gotha de Marx, según la cual el socialismo no es otra cosa que la dictadura del proletariado. Por tanto, la dictadura proletaria no es una forma de transición o vía de paso al socialismo, sino que es el propio socialismo que pugna por profundizarse y llevar a la sociedad humana mundial al comunismo. En consecuencia, solamente hay un objetivo final: el comunismo. Existe dictadura del proletariado solo cuando se construye el socialismo desde el punto de vista del comunismo; o, lo que es lo mismo, la realización efectiva de la dictadura proletaria solo es posible desde el punto de vista del comunismo, desde la práctica tendente a conformar la sociedad sin clases (7).

Para Marx, Engels y Lenin la cuestión esencial era: ¿qué clase detenta el poder? Esta es la pregunta determinante sobre la cual debe girar siempre toda la estrategia del proletariado revolucionario, incluso cuando, ya constituido el Partido Comunista y con la indispensable independencia ideológico-política, sea necesario trabar alianzas con capas o clases no proletarias.

Es falso que lo fundamental de la teoría marxista tenga que ver con la lucha de clases, puesto que, como argumentó Lenin, marxista “solo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”. Para el dirigente bolchevique, la esencia oportunista reside en la cuestión del aparato de Estado (8), en la interpretación de la “‘conquista’ [del poder] como una simple adquisición de la mayoría”. Por tanto, contrariamente a lo que se cree entre gran parte del movimiento autodenominado comunista, el revisionismo no se traduce en el hecho de ignorar o repudiar la conquista del poder estatal, sino en la carencia de la estrategia revolucionaria para la construcción del poder proletario, de los tres instrumentos revolucionarios (Partido, Ejército y Frente/Nuevo Poder). El oportunismo más derechista (el reformismo recalcitrante [9]) llega incluso a tildar de tesis “anarquista” o “izquierdista” la necesidad histórica de destruir el aparato de Estado capitalista.

Con respecto al Nuevo Poder y las tesis defendidas por Lenin, lo primero que hay que tomar en consideración es que en el dirigente revolucionario hubo, a nivel ideológico, una clara pugna entre lo viejo y lo nuevo, entre la vieja concepción masista-propagandista del revisionismo (es decir, aquella que postula que las grandes masas explotadas pueden ser ganadas para la Revolución socialista mediante la acción sindical y parlamentaria) y la concepción revolucionaria de las masas, según la cual están solo adquieren conciencia revolucionaria gracias a la instrumentación de órganos revolucionarios en los que dichas masas puedan participar y construir el poder revolucionario. Así, por un lado, Lenin defendió que

“La dictadura del proletariado es la forma más decisiva y revolucionaria de la lucha de clase del proletariado contra la burguesía. Sólo puede tener éxito cuando en la vanguardia más revolucionaria del proletariado es respaldada por la aplastante mayoría del proletariado” (Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, en Obras Completas, Akal, Madrid, 1978, t. XXXIII, p. 313),

junto a aseveraciones como esta:

“El abismo de la miseria humana y de la ignorancia es insondable. Todo sector que se yergue deja detrás suyo otro que apenas intenta levantarse. Pero la vanguardia no debe esperar a la masa compacta de la retaguardia para iniciar el combate. La clase obrera aprenderá la tarea de despertar, estimular y educar a su sectores más atrasados cuando llegue al poder” (Manifiesto del II Congreso de la Internacional Comunista. El mundo capitalista y la Internacional Comunista, en Los cuatro primeros congresos, vol. I, p. 206).

Por otro lado, Lenin fue de los pocos dirigentes revolucionarios que rechazó siempre la concepción obrerista sobre la dictadura del proletariado (10). La dictadura proletaria no puede existir si esta no consigue tejer con las masas pequeñoburguesas sólidos vínculos ideológicos, políticos y económicos. De hecho, no solamente la noción de dictadura proletaria no excluye la cuestión de las alianzas en el proceso revolucionario, sino que las plantea con urgencia (por supuesto, también hay que tener en cuenta las condiciones concretas de cada Estado, pues no es lo mismo la pequeña burguesía de un país oprimido que la de un país imperialista, como tampoco son idénticos todos los sectores de la pequeña burguesía en cuanto a su permeabilidad al mensaje revolucionario). Pero estas alianzas solo deben trabarse cuando el proletariado cuenta con independencia ideológica y política, cuando dispone de su Partido. Si no se dan estas condiciones, ocurre que el proletariado es llamado a ser carne de cañón para unos sectores burgueses y otros, como ocurre hoy en el este de Ucrania.

A vueltas sobre la concepción en torno a la dictadura del proletariado

en la URSS de la época de Stalin

Durante la época de la URSS estaliniana, la noción marxista de la dictadura del proletariado fue progresivamente abandonada. Ya en la Constitución soviética de 1936 se consagró el fin de la lucha entre clases antagónicas (defendiendo la existencia de la lucha de clases solo contra los residuos de las clases enemigas), dado que, de acuerdo con lo dicho por el propio Stalin, en la URSS ya no existían clases enemigas, sino solo clases aliadas: el proletariado, el campesinado sovjosiano y koljosiano y los intelectuales y cuadros del Estado. Por lo tanto, desde el punto de vista interno, el Estado no tenía razón de ser en tanto que herramienta de la lucha de clases. Solo a nivel externo se justificaba la existencia del aparato estatal (11).

Entendemos que aquí se produjo una clara desviación teórica de carácter evolucionista, dado que los distintos elementos revolucionarios fueron aislados unos de otros, mostrándose como fases históricas diferentes e infravalorando el rol que concede el materialismo dialéctico a las rupturas de la continuidad, a los saltos (¡también y sobre todo en el socialismo!); en definitiva, a la consigna revolucionaria de la política al mando.

Como consecuencia de dicho planteamiento evolucionista (por supuesto, heredado del paradigma teórico-político de la II Internacional), el desarrollo de las fuerzas productivas se convirtió para la dirección soviética (12) en un elemento determinante de la historia. Así, la lucha de clases ya no era el motor de la historia, sino en todo caso un accidente o un elemento complementario de unas fuerzas productivas abstraídas de las relaciones de producción, que es como entiende el materialismo vulgar la relación dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción. De hecho, la concepción mecanicista y evolucionista del marxismo, que fue —y continúa siendo— hegemónica en el seno del movimiento comunista internacional, tiene como sedimento la primacía dada al desarrollo de las fuerzas productivas; una concepción cuyos presupuestos ontológicos más importantes tienen su origen en el tecnocratismo humanista de Saint-Simon.

Habida cuenta de que no existe el socialismo más que en la medida en que construye el comunismo, la postura estaliniana sobre la construcción del socialismo rechaza, en el fondo, la tesis leninista sobre el socialismo y el comunismo. Y es que como proceso histórico que es, el socialismo solo puede desarrollarse a través de una lucha profunda y radical contra la división del trabajo, de una transformación consciente de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, en favor de lo que Marx calificó como “politecnicismo”. En suma, el socialismo es un proceso dialéctico en el que la negación de la negación se materializa en la condición proletaria, que se generaliza y se hace fuerte al tiempo que debe transformarse y tender a desaparecer progresivamente.

En definitiva, bajo el paraguas de esta concepción evolucionista fue inevitable terminar entendiendo el socialismo como la transición mecánica a la sociedad sin clases, que se realiza tras el fin de la lucha de clases, bajo el efecto de una necesidad técnica, puramente económica y organizativa, tomada a su cargo por el Estado proletario.

El socialismo es la dictadura del proletariado, el sendero rojo del comunismo

Partamos de una premisa básica e indiscutible: el comunismo solamente puede ser construido a partir del material humano legado por el modo de producción capitalista (13). Como en toda sociedad históricamente constituida, las contradicciones sociales en la dictadura proletaria surgen en el interior del sistema, contrariamente a lo que postula el reduccionismo revisionista y su teoría de los agentes externos como únicos restauradores del capitalismo tras la eliminación formal de la propiedad privada de los medios de producción.

En relación con la implantación del poder obrero, de la dictadura del proletariado, hay que tener muy clara una cosa: las masas proletarias no se rebelan contra el estado de cosas impuesto por el capitalismo por simple convicción o gracias a la propaganda de la Buena Nueva comunista, sino exclusivamente mediante su experiencia política de construcción y participación en el Nuevo Poder (que constituye “brotes de comunismo”, por usar la expresión de Lenin), fase en la cual están en condiciones de comprobar el antagonismo entre las relaciones sociales dominantes y sus intereses vitales e históricos.

En el momento en que el movimiento revolucionario de masas pierde fuerza, se extingue o es desviado de sus objetivos revolucionarios en el seno del Estado-comuna, las tendencias contrarrevolucionarias del revisionismo se desarrollan y se hacen fuertes hasta restaurar el capitalismo si no lo impide el Partido Comunista, el amplio y masivo movimiento revolucionario organizado.

En torno a los órganos de Nuevo Poder, soviets o consejos de obreros armados, debemos reparar en que la dialéctica complejidad ontológica y organizativa de los soviets se demuestra por su doble naturaleza: por un lado, los soviets o consejos de obreros armados son un nuevo poder proletario, un nuevo tipo de Estado, el embrión del Estado-comuna; por otro lado, los soviets constituyen la organización directa y propia de las masas proletarias, diferente de todo Estado y, desde el punto de vista histórico-tendencial, antagónica con la organización estatal en general. Con los soviets sucede lo que ocurre con las contradicciones insoslayables del Estado proletario: debe fortalecerse para combatir al revisionismo, a la burguesía más o menos latente durante el socialismo, pero ese fortalecimiento ha de ir encaminado a hacer desaparecer toda forma de Estado, de poder político, incluyendo por supuesto la democracia socialista. El Estado burgués se destruye, el Estado proletario se debilita hasta su total extinción. Pero no se debilita de forma natural (que es una idea subyacente total o parcialmente en el grueso de la vanguardia actual, y también en parte en el pensamiento de Lenin), sino tras un proceso de revolución ininterrumpida hasta el fin de toda forma de opresión de unos seres sobre otros.

El revisionismo, tan dado a desnaturalizar el marxismo para adecuarlo a su visión antidialéctica (propia de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía radicalizadas), obvia que sin poder revolucionario de masas, es decir, sin Nuevo Poder armado y construido bajo la dirección del Partido Comunista, no hay posibilidad de generar Revolución, dado que

“(…) el nuevo poder no cae del cielo, sino que surge, crece a la par del viejo, en oposición al viejo poder, en lucha contra él. Sin la violencia contra los opresores, que tienen en sus manos instrumentos y órganos de poder, es imposible liberar al pueblo de los opresores (…) En tiempos de guerra civil, todo poder que haya resultado vencedor solo puede ser una dictadura (…) La noción científica de dictadura no significa otra cosa que un poder ilimitado no sujeto a ninguna clase de leyes ni absolutamente a ninguna clase de reglas y directamente apoyado en la violencia” (Lenin, El triunfo de los kadetes y las tareas del partido obrero, 1906).

Los consejos de obreros armados y las bases de apoyo de estos, que constituyen la médula espinal de la guerra civil revolucionaria (o Guerra Popular Prolongada), son de hecho el embrión de la dictadura proletaria. Y decimos embrión porque, pese a las diferencias que existen entre los primeros soviets creados por el Partido de Nuevo Tipo y los soviets que se desarrollan cuando el poder proletario ha destruido completamente el Estado capitalista en un territorio dado, los órganos de Nuevo Poder que constituye, potencia y extiende el Partido para confrontar la dictadura proletaria con la dictadura burguesa durante la defensiva estratégica, el equilibrio estratégico y la ofensiva estratégica son ya de hecho la dictadura del proletariado, aunque en un estado aún poco desarrollado. Veamos qué decía Lenin al respecto, ya en 1906:

“Los órganos descritos por nosotros eran, en germen, una dictadura, pues este poder no reconocía ningún otro poder, ninguna ley, ninguna norma, proviniera de quien proviniere. Un poder ilimitado, al margen de toda ley, que se apoya en la fuerza en el sentido más directo de esa palabra, es precisamente lo que se entiende por dictadura” (El triunfo de los kadetes y las tareas del partido obrero).

Continuando con el mismo escrito de Lenin, podemos preguntarnos en estos momentos: ¿en qué se apoyan los órganos del poder revolucionario, los órganos del Nuevo Poder?:

“(…) los nuevos órganos del nuevo poder (…) se apoyaba[n] en la masa popular (…) Este es un poder abierto para todos que lo hace todo a la vista de las masas, órgano directo de la masa popular y ejecutor de su voluntad. Tal era el nuevo poder popular” (14).

En contraste con estas posiciones, el revisionismo reniega en la teoría y en la práctica de la constitución de órganos de Nuevo Poder. A lo sumo, llega a la impostura de vender sus órganos sindicalistas como órganos de Nuevo Poder, cuando estos solo pueden considerarse tales a condición de que sean generados por el Partido (como parte de la tríada Partido-Ejército-Nuevo Poder/Frente) y de que constituyan la expresión del poder revolucionario, político-militar, de las masas proletarias. Dado que la concepción oportunista sobre la Revolución socialista es espontaneísta e insurreccionalista, al proletariado solo le queda, si continúa maniatado por esta visión, resignarse a generar un movimiento “de masas” desde lo sindical y económico, a la espera de que las condiciones “objetivas” sean propicias para “organizar la revolución” mediante una huelga general política y una insurrección. Es decir, para el revisionismo, el movimiento revolucionario no se genera fuera del movimiento espontáneo, sino dentro; además —como corolario lógico de esta premisa—, el proletariado tampoco debe constituir su propio Ejército Rojo para ir ampliando y consolidando, mediante la práctica de la Guerra Popular Prolongada, el poder revolucionario de la clase obrera. Esta posición demuestra el carácter antimarxista del revisionismo, que se niega a aprender de las lecciones históricas que nos ha legado la experiencia del movimiento comunista internacional, lo que lleva aparejado el desprecio hacia las aportaciones de Mao en torno a la teoría de la Guerra Popular o hacia la riquísima experiencia del PCP y su paradigma de construcción de un movimiento genuinamente revolucionario. Pero lo más llamativo no es que rechacen estos aportes (algo esperable del revisionismo, que es mecanicista y dogmático por naturaleza), sino que demuestren una ignorancia supina o un desinterés abierto hacia los mismos postulados de Marx, Engels o Lenin en torno a la guerra civil revolucionaria y al poder revolucionario. Veamos otro ejemplo que demuestra cómo Lenin entendió, aunque con las limitaciones referidas con anterioridad, la naturaleza del Nuevo Poder:

“¿Está bien que el pueblo aplique métodos de lucha ilegales, no reglamentarios, no regulares ni sistemáticos, tales como apoderarse de la libertad, crear un nuevo poder formalmente no reconocido por nadie y revolucionario, aplicar la violencia contra los opresores del pueblo? Sí, está muy bien” (El triunfo de los kadetes y las tareas del partido obrero).

En otro orden de cosas, podemos plantear que entre la burguesía y el proletariado, por una parte, y el Estado en general, por otra parte, hay una similitud y una disimilitud que deben ser comprendidas bien: la similitud consiste en que ambas clases necesitan un tipo determinado de poder estatal; la disimilitud tiene que ver con el hecho de que el proletariado, al ser la primera clase dominante que tiene como fin histórico acabar con las clases sociales, necesita destruir toda forma de poder político, estatal.

Por otro lado, hay que ser conscientes de que la deformación burocrática de la que hablaba Lenin al analizar el recién creado Estado soviético es consustancial a todo Estado, a la división del trabajo que lo sustenta. Por tanto, es en el propio Estado obrero donde se inserta la contradicción principal. La contradicción entre el socialismo y el imperialismo no es de hecho externa, sino interna (primeramente porque es una forma bajo la cual se desarrolla el antagonismo entre capital y fuerza de trabajo, y en segundo lugar porque no se pueden comprender ambas categorías, si es que se pretende ser marxista, como si fueran entidades separables, como si pudieran manifestarse de forma pura). Y, dado que es a través de las contradicciones internas como se manifiestan las contradicciones externas, es una desviación revisionista y mecanicista plantear que los enemigos del socialismo no provienen principalmente del Estado proletario, del aparato productivo-administrativo socialista y de la dirección del propio Partido Comunista.

Otro aspecto que consideramos que debe ser clarificado es el de relación entre la dictadura del proletariado y las instituciones representativas. Es falso decir que el marxismo-leninismo se opone a la democracia representativa en abstracto. A lo que se opone es a las instituciones representativas propias de la democracia burguesa, pero, como Lenin apuntó correctamente:

“Sin instituciones representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse, si la crítica de la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacía” (Lenin, El Estado y la revolución).

Dicho lo cual, recordemos que la dictadura proletaria no es el “tránsito” del capitalismo al comunismo sin más (esta es una visión metafísica, revisionista y mecanicista del socialismo). Sí, el Estado de dictadura proletaria es el periodo de transición del capitalismo al comunismo, pero es también el socialismo como periodo histórico de revolución que necesariamente debe ser ininterrumpida y que debe profundizar la lucha de clases hacia la sociedad comunista. La dictadura proletaria es la realidad de la tendencia histórica que empieza desarrollándose dentro del capitalismo con la creación y la extensión del Nuevo Poder (un poder que no cae del cielo), con el desarrollo del movimiento revolucionario desde la fase de defensiva estratégica hasta la fase de ofensiva estratégica.

Una definición claramente unilateral, errónea y oportunista del socialismo es aquella que lo concibe como una ecuación en la que solamente habría que sumar la propiedad estatal de los medios de producción y el poder político del proletariado, haciendo abstracción de la necesaria lucha de clases en el socialismo con el objetivo de eliminar las bases materiales de la sociedad de clases. Atendiendo al punto de vista revolucionario, el socialismo no es ni puede ser en ningún caso una sociedad sin clases (o con clases aliadas, “no antagónicas”, como planteaba erróneamente Stalin). En el socialismo está en proceso de desaparición la estructura clasista de la sociedad, pero, puesto que perduran las bases materiales de las clases sociales, solamente existe tal proceso de desaparición de las clases a condición de una aguda lucha de clases contra los intereses y la línea de la burguesía que sigue persistiendo en el nuevo Estado, en el aparato económico y administrativo, etc. (15)

Por tanto, el socialismo no es, como planteaban los oportunistas Kautsky y Plejanov (o como postula el revisionismo actual), un modo de producción histórico propio o una forma socioeconómica independiente del capitalismo. Porque, en palabras de Marx, de lo que aquí se trata “no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (Crítica al programa de Gotha) (16).

Veamos la forma dialéctica en que Lenin concibió el Estado proletario, socialista, durante el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo:

«Resulta, pues, que bajo el comunismo (17) no solo subsiste durante cierto tiempo el derecho burgués, sino que subsiste incluso el Estado burgués ¡sin burguesía!» (El Estado y la revolución).

Esta última idea es especialmente interesante, puesto que demuestra que para Lenin la instauración definitiva de la dictadura del proletariado en un territorio determinado no podía suponer por sí misma la erradicación de las relaciones sociales burguesas. Sin embargo, según la lectura evolucionista y mecanicista de la teoría revolucionaria (lectura que demuestra que el revisionismo es incapaz de pensar la materia social en términos de movimiento, contradicción y tendencias), el socialismo y el comunismo son solo dos fases sucesivas en las que el desarrollo socialista de las fuerzas productivas, la tecnificación masiva y la “firmeza” ideológica bastan para llevar al proletariado a la victoria. Los hechos históricos relacionados con el triunfo del revisionismo en los Estados de dictadura del proletariado han impugnado claramente esta tesis mecanicista y antimarxista. Otra cuestión es que el oportunismo, que se niega a hacer un balance marxista del marxismo, tenga intención de comprender cabalmente esto.

Sobre la relación entre el capitalismo de Estado proletario y el socialismo, recordemos lo que dijo Lenin al respecto:

El socialismo no es más que el monopolio capitalista de Estado puesto al servicio de todo el pueblo y que, por ello, ha dejado de ser monopolio capitalista” (Lenin, La catástrofe que nos amenaza…, Cartago, t. XXV, p. 389 [348-349]).

Por consecuencia, para acabar con las contradicciones del capitalismo monopolista de Estado no hay alternativa que no pase por la Revolución socialista. Y, para acabar con el capitalismo de Estado existente durante la dictadura del proletariado, no hay otra solución que no pase por profundizar la Revolución socialista mediante la lucha ideológica y política del Partido Comunista contra el revisionismo, contra esa burguesía burocrática que permanece siempre en estado más o menos latente durante el desarrollo del socialismo. Como sostuvo Lenin:

“El desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo, pasa por la dictadura del proletariado, y solo puede ser así, ya que no hay otra fuerza ni otro camino para romper la resistencia de los explotadores capitalistas” (El Estado y la revolución).

En conclusión, la propiedad estatal de los medios de producción es condición necesaria pero no suficiente en el socialismo. Y esto es así porque hasta que no se llega plenamente a la fase superior del comunismo no hay una apropiación integral de los medios de producción por parte de la clase obrera, sino que tal apropiación continúa siendo formal y no permite aún suprimir completamente la separación de la fuerza de trabajo y del control real de los medios de producción. La dictadura del proletariado, entonces, tiene como fin supremo la revolución ininterrumpida hasta la autoemancipación total de toda la Humanidad explotada.

Notas

(1). El oportunismo ortodoxo actual, que suele hacer ascos a todo lo que tenga que ver con la teoría de vanguardia como rectora del proceso de construcción concéntrica del movimiento revolucionario, olvida a esos clásicos a los que tanto apela cuando se desentiende de la perentoria necesidad de acometer con éxito el Balance del Ciclo de Octubre. Reparemos en lo que, según Lenin, hicieron los marxistas rusos tras la experiencia revolucionaria de 1905: “En Rusia, tanto los bolcheviques como los mencheviques, inmediatamente después de la derrota de la insurrección armada de 1905, realizaron el balance de esta experiencia” (Lenin, Contribución a la historia del problema de la dictadura [1920]).

(2) Precisemos que el proletariado no es en absoluto una clase totalmente homogénea. Tampoco es inmutable ni tiene ningún porvenir revolucionario escrito en su ADN, como defiende el revisionismo obrerista. Por el contrario, para que sea una clase revolucionaria debe poner en marcha su propio poder, lo que se consigue con la unión de los elementos que portan la ideología revolucionaria (vanguardia teórica) y de los elementos que encabezan los movimientos espontáneos de las masas obreras (vanguardia práctica).

(3) Un peligro que —conviene aclarar esto las veces que hagan falta— no se activa cual resorte de una determinada pieza, sino que solo puede ser generado por un movimiento revolucionario organizado.

(4) “La instauración inmediata de la dictadura como único medio de realización de la democracia” (Marx, Nachlass (Herencia [literaria]). Esta afirmación expresa con gran nitidez el carácter de clase de la democracia y la dictadura, algo que niega el reformismo, para el cual la democracia sería una forma social neutra y pura, cuyo carácter de clase moderno (burgués o proletario) puede ser moldeado en función de la acción de partidos políticos y fuerzas sociales que operen desde dentro del Estado burgués para su reforma gradual.

(5) En cuyo seno, evidentemente, pueden tejerse distintas alianzas entre fracciones dominantes. De hecho, la configuración del Estado imperialista no sería tal sin la participación política conjunta (y variable en función de la correlación de fuerzas y de la coyuntura política) del gran capital, la burguesía media, la pequeña burguesía y la aristocracia obrera en el aparato estatal capitalista. Otra cuestión es la evolución que este bloque de clases dominantes está sufriendo en los últimos tiempos, evolución espoleada sin duda por la gran crisis económica capitalista que aún padecemos, que ha traído aparejada una ofensiva considerable de la oligarquía financiera.

(6) “Mientras existe el Estado no existe libertad. Cuando haya libertad no habrá Estado” (Lenin, El Estado y la revolución). Por otro lado, no debemos olvidar que el mismo Lenin, en la obra precitada, señaló que “Engels aconseja a Bebel (…) borrar completamente del programa la palabra Estado, sustituyéndola por la de ‘comunidad’”. También Marx optó por denominar “Estado-comuna” al Estado proletario, así como Engels llegó a hablar de semiestado para diferenciar el nuevo Estado revolucionario del Estado capitalista, todo lo cual demuestra el carácter dialéctico del Estado para el marxismo.

(7) En Una gran iniciativa, Lenin defendió que la dictadura proletaria no implicaba solo ejercer violencia sobre los explotadores, sino algo de mucho mayor calado transformador: “La dictadura del proletariado (…) no es solo el ejercicio de la violencia sobre los explotadores, ni siquiera es principalmente violencia la base económica de esta violencia revolucionaria. La garantía de su vitalidad y éxito está en que el proletariado representa y pone en práctica un tipo más elevado de organización social del trabajo que el capitalismo. Esto es lo esencial”.

(8) Podemos definir el aparato de Estado como su organización material, el resultado histórico de la división social del trabajo, base de la existencia de las clases sociales. Sin esta organización material no cabe concebir la existencia de ningún tipo de Estado.

(9) El campo del oportunismo es hoy amplio y variado, y en él confluyen tanto elementos que forman parte integrante del Estado burgués, que incluso reniegan abiertamente de la dictadura del proletariado (el eurocomunismo o el reformismo pequeñoburgués en sus distintas variantes son sus grandes paradigmas), como el revisionismo, que es de hecho el más nocivo del campo oportunista por seguir compartiendo formalmente y de boquilla algunos preceptos básicos del marxismo tales como la necesidad del Partido o del derrocamiento violento del poder burgués. Para nosotros, distinguir pertinentemente una categoría oportunista de otra es imprescindible para conocer a nuestro enemigo, para completar con éxito el proceso de reconstitución del comunismo (aunque, por supuesto, no existe una frontera inexpugnable entre el reformismo y el revisionismo). Por otro lado, esta posición ya estuvo muy presente en Lenin, quien, en su Contribución a la historia del problema de la dictadura (1920), planteó lo siguiente:  “(…) no solo todos los oportunistas y reformistas, sino también todos los ‘kautskianos’ (gentes que vacilan entre el reformismo y el marxismo)”. Dentro del movimiento comunista internacional en general y del Estado español en particular, la hegemonía la siguen ostentando aún los kautskianos, las “gentes que vacilan entre el reformismo y el marxismo”. De ahí la importancia crucial de esta diferenciación ideológica y política.

(10) Véanse estas dos reflexiones de Lenin (sobre todo la segunda): “(…) sólo en el curso de una larga y terrible lucha, la dura experiencia de la vacilante pequeña burguesía la llevará, después de comparar la dictadura del proletariado con la dictadura de los capitalistas, a la conclusión de que la primera es mejor que la segunda (Obras completas, Akal, tomo XXXII, pp. 253 y 259); “Imaginar que la revolución social es concebible sin las revueltas de las naciones pequeñas en las colonias y en Europa, sin los estallidos revolucionarios de una parte de la pequeña burguesía con todos sus prejuicios, sin el movimiento de las masas proletarias y semiproletarias sin consciencia de clase contra la opresión de los terratenientes, la iglesia, la monarquía, las naciones extranjeras, etc. —imaginar eso significa repudiar la revolución social—. Sólo aquellos que se imaginan que en un lado se alineará un ejército y dirá: ‘Estamos por el socialismo’, y en el otro lado otro ejército dirá: ‘Estamos por el imperialismo’, y que así será la revolución social… Quien espere una revolución social ‘pura’ nunca vivirá para verla. Tal persona pregona la revolución sin entender lo que es la revolución” (Obras escogidas, tomo V).

(11) Sobre este particular, remitimos a nuestro estudio monográfico sobre Stalin, las clases sociales y la restauración del capitalismo.

(12) En este sentido, llama la atención comprobar cómo el hilo del evolucionismo-productivismo revisionista conecta tanto al marxismo “ortodoxo” como al trotskismo o a la “izquierda comunista”. Esto demuestra que el derechismo, el centrismo y el “izquierdismo”, pese a la fraseología que puedan emplear, no asumen ni comprenden la cosmovisión revolucionaria, proletaria.

(13) “Esto es solo la mitad del trabajo; es poco vencer a la burguesía, terminar con ella; hay que obligarla a que trabaje para nosotros” (Lenin, XXXIII, 295 [265], Cartago); “[de lo que se trata es de] construir el comunismo con manos no comunistas” (Lenin, XXXIII, 296 [266], Cartago).

(14) Además, Lenin siempre dejó meridianamente claro el potencial revolucionario de las masas guiadas por su Partido. Así lo hizo en El Estado y la revolución: “(…) los obreros armados son gente práctica y no intelectualillos sentimentales, y será muy difícil que permitan que nadie juegue con ellos”.

(15) Es erróneo pensar que solo la pequeña producción engendra tendencialmente relaciones capitalistas, puesto que estas también se reproducen y se hacen fuertes en el seno del aparato estatal (con una ideología burguesa, revisionista, que sigue estando presente, y a la que hay que combatir sin cuartel desde la lucha entre dos líneas, por mucho “cierre de filas” que pregone el revisionismo ortodoxo con su típica visión estrecha y metafísica de lo que este entiende por “revisionismo” u “oportunismo”) y en la división social entre trabajo manual y trabajo intelectual que se reproduce dentro del aparato productivo estatal, una división que genera unas relaciones sociales determinadas que no pueden ser abolidas por decreto. Si bien en Lenin ya encontramos limitaciones en este sentido, es en el revisionismo “ortodoxo” donde observamos cómo se contempla de forma totalmente lineal la restauración capitalista en un Estado proletario, a nivel interno, solamente desde la vía de la pequeña producción o de la producción no ligada directamente a las unidades productivas del Estado socialista.

(16) “Cuando lo nuevo acaba de nacer, tanto en la naturaleza como en la vida social, lo viejo siempre sigue siendo más fuerte durante cierto tiempo” (Lenin, Una gran iniciativa).

(17) Comunismo referido al socialismo (considerada por Marx la fase inferior de la sociedad comunista), no a la fase superior, no al comunismo propiamente dicho, es decir, al periodo histórico de la Humanidad en que ya no existe opresión de clase, de género, etc.

Revolución o Barbarie

Diciembre de 2014

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