Bulgaria y la Revolución fracasada de 1923

Nota de Revolución o Barbarie: la fuente histórica fundamental que hemos utilizado para el análisis de la experiencia revolucionaria en la Bulgaria de los 20, ha sido el capítulo “Bulgaria y los campesinos”, extraído de la obra El Interregno (1923-1924), de Edward Hallett Carr, volumen que forma parte de su monumental obra, la Historia de la Rusia Soviética.

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Crónica de una muerte anunciada: el fracaso de la Revolución proletaria en Bulgaria

Bulgaria, enero de 1923. Tras los comicios electorales celebrados en el país balcánico, la Unión de Campesinos volvió a ser la primera fuerza parlamentaria del país. La organización de Stambuliski, que había sido aupada al poder cuatro años antes por el amplio apoyo que recibió del campesinado búlgaro, fue seguida en número de votos por el Partido Comunista Búlgaro, que se convirtió en la segunda fuerza política en el Parlamento búlgaro con sus 230.000 votos.

Tan solo una semana después de las elecciones de enero de 1923, el Partido Comunista Búlgaro, siguiendo las directrices emanadas del cuarto congreso de la Internacional Comunista, lanzó la consigna de “un gobierno de obreros y campesinos”. La táctica de la Comintern en ese momento era clara: apostar por la constitución de frentes unidos en los que el proletariado pudiera apoyarse en las masas del campesinado pobre y medio para desalojar a la burguesía del poder. Bulgaria cumplía el requisito fundamental para conformar este bloque de poder propuesto por la Internacional Comunista, pues la abrumadora mayoría de la población (el 80%, según los datos que aporta E. H. Carr) era de origen campesino.

Sin embargo, pronto comenzaron a evidenciarse las insuficiencias del proceso revolucionario. Dichas insuficiencias demostraban de forma clara (como ocurriría también, en el mismo periodo, en la última experiencia revolucionaria fracasada del proletariado alemán) la falta de un fermento ideológico y político revolucionario que imbricara de forma efectiva y sólida a la vanguardia comunista con el proletariado y el campesinado explotado. El 22 de enero de 1923, el Partido Comunista Búlgaro, que entendía que la Unión de Campesinos era el representante de los campesinos ricos de Bulgaria y el “instrumento ciego de los imperialistas de la Entente”, declaró que era inviable una alianza con el partido de Stambuliski. Los comunistas búlgaros, conscientes de que no estaban en condiciones de detentar la hegemonía proletaria en una posible alianza obrero-campesina, interpretaron de forma correcta que un frente unido con el partido de los kulaks búlgaros haría sucumbir el proyecto revolucionario del proletariado y los pequeños campesinos, subordinando la causa revolucionaria al sostenimiento del orden burgués.

Este fue el contexto en el que la derecha búlgara, que en ese momento apenas tenía representación parlamentaria pero que controlaba, de facto, las fuerzas armadas búlgaras, organizó un golpe de Estado contra el recién formado gobierno de la Unión de Campesinos. La actitud de los comunistas búlgaros, que actuaron exactamente como el KPD durante el golpe de Kapp, se desentendió de cualquier posible alianza con la Unión de Campesinos y entendió que la lucha contra el golpe derechista era ajena a los intereses de las masas explotadas. Así, el Partido Comunista Búlgaro hizo público un comunicado en el que atacaba por igual a Stambuliski y a los golpistas encabezados por Tsankov, por representar ambos diferentes fracciones de la burguesía del país balcánico.

Esta posición deslindaba claramente los intereses revolucionarios del proletariado y el campesinado explotado de los del campesinado burgués representado por Stambuliski. Según declaraba el mismo Partido Comunista Búlgaro: «[dicho partido] en ningún caso apoya al nuevo gobierno de las derechas, puesto que solo va a traer más miseria, más impuestos y una prolongación del terror contra todos los movimientos revolucionarios. El Partido Comunista Búlgaro tampoco ayudará al gobierno de Stambuliski a retornar al poder». El problema de este planteamiento -cuyo trasfondo analizaremos en el siguiente y último epígrafe- era que el Partido no hacía ninguna planificación para pasar a la ofensiva frente a la embestida de la burguesía más reaccionaria. Es decir, si bien el Partido fue capaz de desvincularse de una y otra fracción de la clase dominante búlgara, no tuvo la capacidad para defender un programa de acción que aglutinara a las masas trabajadoras y las armara política y militarmente para la guerra revolucionaria hasta la toma definitiva del poder. O, dicho de otro modo, los comunistas búlgaros supieron defender la independencia del proletariado y el campesinado pobre en el plano teórico, pero no supieron traducir esa independencia ideológica en independencia política con vocación de poder.

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La derrota del movimiento revolucionario en Bulgaria: las limitaciones de la constitución del Partido Comunista Búlgaro y el papel de la Internacional Comunista

La Comintern, por boca del dirigente bolchevique Zinoviev, exhortó a que los comunistas búlgaros se aliaran con Stambuliski para luchar contra los «blancos». También Goldenstein, el representante de la Internacional Comunista en Viena y responsable de los Balcanes, intentó por todos los medios persuadir al Partido Comunista Búlgaro para que sellara una alianza con la Unión de Campesinos. Por último, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista analizó la situación y, el 25 de junio de 1923, llegó a la conclusión de que el golpe ultrarreaccionario había triunfado, en parte, por «la división entre obreros y campesinos».

A nuestro juicio, la Comintern estaba en lo cierto al entender que la política de «neutralidad» de los comunistas búlgaros era, en toda regla, una «capitulación política». Pero lo que la Internacional Comunista no supo ver en ese momento fue que:

Por un lado, el problema de fondo era la manera misma en que el Partido Comunista Búlgaro, al igual que el resto de Partidos Comunistas del mundo a excepción del bolchevique, se había constituido. Esta constitución estuvo vinculada a la asunción mecánica de las tesis de la Internacional Comunista por parte de los destacamentos comunistas de los distintos países. En lugar de haberse constituido como lo hizo el bolchevique (es decir, mediante la lucha entre dos líneas, la imposición de la línea comunista sobre la revisionista y la posterior fusión con los estratos más combativos del movimiento de masas), partidos como el búlgaro se construyeron (más que «se constituyeron») sobre la base de adaptar mecánicamente las posiciones de una Internacional fundamentalmente dirigida por el Partido bolchevique, como no podía ser de otra manera al ser este el centro de la Revolución proletaria internacional.

Entendemos que fue esta forma de constitución del Partido de los comunistas de Bulgaria lo que provocó su incapacidad para ponerse a la vanguardia de los acontecimientos y, además, para maniobrar con el propósito de aplastar tanto la reacción de los «blancos» como a la burguesía representada por Stambuliski. Obviamente, el periodo de efervescencia revolucionaria que había vivido Europa en los años 20 condicionó esta forma de constitución y desarrollo de partidos comunistas por todo el mundo, pero este mismo paradigma se desgastó y mostró una insuficiencia de raíz al suplantar las directrices de la vanguardia revolucionaria mundial del momento, el Partido bolchevique, por la propia constitución acorde a las necesidades y el desarrollo de la vanguardia comunista y los movimientos de masas en los diferentes Estados.

Por otro lado, la Comintern no puso ver que la táctica del frente unido era solo aplicable a aquellos países en que el Partido Comunista contara con el apoyo de los sectores más conscientes y combativos del proletariado y el pequeño campesinado. Además, esta táctica, que puede interpretarse como el embrión de la futura táctica de los frentes populares (táctica que, al final, terminó subordinando el programa revolucionario del proletariado a los intereses de la burguesía democrática), no tuvo en cuenta que dicha alianza solo podía levantarse de forma exitosa si el proletariado y su Partido ostentaban la hegemonía de esa coalición en cuanto a línea y programa revolucionarios. Por último, como argumentó el mismo Varga (un eminente economista de origen húngaro adscrito a la Comintern), pocos dirigentes de la IC hicieron una distinción de clase -imprescindible para intensificar la lucha de clases en el campo- entre «el campesino que trabaja» y «el campesino que explota».

Al final, la política del partido búlgaro precipitó los acontecimientos y no fue capaz de impedir la brutal embestida de los sectores de la burguesía búlgara más reaccionaria, que no dudó ni un ápice en reprimir y perseguir de forma draconiana a los comunistas búlgaros e incluso a los militantes de la Unión de Campesinos. El gobierno ultrarreaccionario de Tsankov, que era la fiel representación de los intereses del gran capital en forma de Estado fascista, liquidó de facto a los elementos más combativos del proletariado y el campesinado pobre de Bulgaria. Una vez que Kolarov y Dimitrov (mucho más cercanos a la jefatura de la IC que el anterior dirigente comunista Kabakchiev) pasaron a ser los máximos dirigentes del partido, este comenzó con los preparativos para la insurrección, pero el gobierno de Tsankov maniobró de forma más rápida y contundente, orquestando un nuevo golpe fascista, deteniendo a los principales militantes del Partido Comunista Búlgaro y clausurando sus sedes. Pocos días después, el partido inició un levantamiento armado en el oeste y noroeste del país. Pero, como era de prever, la insurrección fue aplastada al no contar el partido con destacamentos suficientemente numerosos y organizados militarmente para hacer frente al Estado búlgaro y destruirlo por completo. Finalmente, el movimiento revolucionario fue liquidado por el gobierno ultrarreaccionario y la represión (en forma de detenciones, encarcelamientos y asesinatos) fue brutal. El partido tuvo que pasar a la clandestinidad.

En este último episodio, que certificaba definitivamente la derrota del intento de Revolución proletaria en Bulgaria en 1923, la Comintern pasó de las recriminaciones anteriores al partido a admirarlo por su valor y determinación. Ciertamente, los comunistas búlgaros corrigieron la primera posición errónea de permanecer de brazos cruzados (también fueron forzados a ello por la propia política de liquidación del gobierno de Tsankov), pero, al carecer de una línea claramente revolucionaria y de una ligazón estrecha con los sectores más combativos y mejor organizados de las masas explotadas, la insurrección militar se mostró incapaz de aplastar a la reacción y de construir un Estado de obreros y campesinos pobres como el de la República soviética. Podemos concluir sosteniendo que, si bien el Partido Comunista Búlgaro supo entender en septiembre de 1923 que era imprescindible contar con los campesinos pobres -en un país con una abrumadora mayoría de campesinos, como la Rusia soviética, Rumanía o Yugoslavia en los años 20- para organizar la Revolución triunfante, no tuvo la capacidad que demostró el Partido bolchevique para arrebatarle a los Stambuliski y cía. la hegemonía de los campesinos explotados.

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